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Full text of "Álbum militar de Chile, 1810-1879"

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ÁLBUM 



MILITAR DE CHILE 



1810-1879 



POR 



Pedro Pablo pigaeroa 



OBRA HISTÓRICA ILUSTRADA CON DOCUMENTOS I RETRATOS 
DE MILITARES I MARINOS NOTABLES DE LA REPÚBLICA 



TOMO III 



L ^Santiago de Philb 

Imprenta, Litografía i Encuadernacion Barcelona 

Callo Moneda ontre Estado i San Antonio 



1906 



V.1 




V » 






PREFACIO 



Continuando el período histórico de la independencia, damos, 
a la publicidad al tercer volumen del Álbum Militar de Chile, 
que rememora los servicios i las campañas de los jefes i oficiales 
distinguidos de nuestro antiguo ejército i de la marina de gue- 
rra de la República. 

Reanudamos esta obra interrumpida durante varios años 
por no haber fijado en el curso de este tiempo el Congreso Na- 
cional el auxilio que se destinó para sus primeros tomos. 

Después de un constante i prolongado trabajo de investiga- 
ción, en. los archivos nacionales i americanos, hemos dado re- 
mate a este nuevo libro que va reuniendo en sus capítulos la 
relación de la vida i las acciones meritorias i memorables de los 
soldados i marinos ilustres del pais. 

Ampliamos dia a dia el libro talonario de nuestras glorias , 
militares, para hacer desfilar, por orden cronolójico, ante la ac- 
tual jeneracion, las figuras sobresalientes de nuestra emanci- 
pación política i las hojas de servidos de los proceres de la 
libertad. 

Labor difícil, penosa i de superiores esfuerzos, por mas que 
sea grata al patriotismo i al sentimiento de la gloria nacional, 
es la de reunir i ordenar los antecedentes relativos a los prime- 
ros capitanes de aquella época lejana i memorable, i mucho mas 
aun los que se refieren a los jefes subalternos, que, por su je- 



1 > 




ÁLBUM 



DE CHILE 



•+ » 



V 



• 






f , 



y 



— 8 — 

Mayor Jeneral no se conservan detalles de numerosos militares 
de superior graduación. 

Otro tanto suele acontecer con el archivo de la Biblioteca de 
Manuscritos oficiales del archivo del gobierno, donde, por razón 
de orden, deben conservarse los espedientes despachados por 
el Congreso o el Ministerio de Guerra i Marina* 

En el archivo de la Capitanía Jeneral de la colonia i en el del 
Tribunal de Cuentas, se encuentran algunas hojas de servicios 
que no siempre es fácil revisar por encontrarse en espedien- 
tes que no se permiten a la consulta del público. La fuente 
mas socorrida de información para nuestra obra suele ser la 
prensa contemporánea de los militares de la independencia, 
pero por lo jeneral, esa información es deficiente, incompleta i 
a veces nula por la escasez de datos, reduciéndose a simples 
apreciaciones, cuando no se condena a injusto olvido a los fun- 
dadores de nuestra nacionalidad en la hora de su muerte* 

Esto pasa con los padres de la patria, que han nacido, vivido 
i muerto en el hogar de la tierra natal o adoptiva por indolen- 
cia o por espíritu de partidarismo político. 

Así nos ha sucedido con el ilustre jeneral Francisco Calderón, 
del que no hemos encontrado deudos a quienes consultar ni pa- 
peles que aducir para relatar los gloriosos hechos militares de 
su carrera. 

Con idénticas dificultades se tropieza para encontrar los 
retratos que a ellos representan i con los que se obtiene un her- 
moso recuerdo de la fisonomía noble i gallarda de tan egrejios 
patriotas. 

Por lo que respecta a los militares americanos i europeos de 
aquella época, por mas memorables que sean sus servicios, es 
mucho mayor la ausencia de noticias históricas i documentadas 
de su carrera i de sus campañas. 

Esto mismo nos ha acontecido también con el jeneral pe- 
ruano, servidor de la independencia de Chile, don Nicolás 
Freiré, habiendo tenido que ir a buscar datos en la prenla de 
Lima para su biografía. La relación de las campañas del jene- 
ral don Guillermo Miller, hemos tenido que hacerla formando 
un resumen de las Memorias de Lord Cochrane, del jeneral 
O'Leary i Jhon Miller, porque en nuestros archivos i en los 



— 9 — 

libros de historia nacional no se rememora ni se describe su 
vida militar. 

Para escribir el capitulo dedicado al coronel don Ambrosio 
Acoeta, nos ha sido facilitado el archivo de familia de tan ilus- 
tre soldado. 

La vida del benemérito jeneral don Pedro Godoi, guerrero i 
escritor esclarecido, la hemos descrito valiéndonos de noticias 
anotadas en la prensa i de recuerdos consignados en varios 
libros de historia i de crítica literaria, a la vez que de relacio- 
nes verbales de contemporáneos suyos que le conocieron i ad- 
miraron la vivacidad de su injenio. 

De otros militares tan dignos como los anteriores, como don 
Victoriano Martínez i don .Domingo de Torres, este último 
oriundo del Uruguai, hemos obtenido sus noticias de su fami- 
lia i de escritores que se han proporcionado datos de sus 
deudos. 

£1 estenso estudio histórico sobre la vida del ilustre jeneral 
don José María de la Cruz, se ha podido hacer tan lato i espli- 
cativo, porque hemos tenido a la vista una relación escrita de 
su propia mano, acompañada de un documento orijinal del 
estadista don Aníbal Pinto, redactado en Concepción siendo 
intendente de aquella provincia. 

No especificamos otros militares porque las pajinas que le 
hemos consagrado señalan las fuentes consultadas, siendo de 
notar las biografías de los jenerales don José Manuel Borgoño 
i don Pedro Silva i del coronel don Pablo Silva, fundadas en 
antecedentes i documentos de familia, en detalles de la prensa 
i en informaciones de libros históricos de don Miguel Luis 
Amunátegui i de don Benjamín Vicuña Mackenna. 

La vida del jeneral Mackenna la hemos escrito consultando 
un libro íntimo de familia de su ilustre nieto el historiador don 
Benjamín Vicuña Mackenna. 

La biografía del coronel don Rafael Gana, ha sido escrita 
conforme a sus Memorias de las Campañas de la Independencia 
que se conservan inéditas en poder de sus deudos i cuya copia 
poseemos. 

Para la vida del coronel don Carlos Ch. Wood, hemos tenido 
a la vista el manuscrito orijinal e inédito en que su hijo Enri- 



— lo- 
que Wood Arellano narra su historia i que obtuvimos por dona- 
ción del coronel don Jorje Wood Arellano. 

Las hojas de servicios de los militares chilenos, ya sean estos 
altos magistrados constitucionales o jefes de graduación del 
ejército, nos han sido proporcionadas orijinales de su archivo 
oficial por el malogrado coronel don José Antonio Varas, que 
durante veinte años fué jefe del archivo militar de la República. 

El capítulo dedicado al coronel i guerrillero imponderable 
Manuel Rodríguez, es el mas completo que se ha escrito i pu- 
blicado sobre este benemérito caudillo popular, con documen- 
tos que justifican su gloriosa vida i que rescatan su memoria 
de juicios que carecen de veracidad. 

Se ha creido por algunos escritores que la Galería de Hom- 
bres Célebres de Chile, publicada por Desmadryl, es la mejor 
fuente de consulta sobre los militares de la independencia, por- 
que no conocen las obras de historia que contienen relaciones 
mas estensas que a nuestros patricios se refieren. 

La mayor parte de las biografías de dicha obra, sobre todo 
las que pertenecen a autores notables, son capítulos truncos de 
las obras de historia patria que han sido entresacados para 
llenar sus pajinas. 

Algunos de los retratos que trazó el lápiz de Desmadryl, en 
esa obra, nos han servido para reproducir la imájen de los mi 
litares que contribuyeron a abolir la colonia i establecer la Re- 
pública. 

Aparte del valioso archivo que poseemos, formado a costa 
de injentes sacrificios de todo jénero, hemos acopiado un nú- 
mero considerable de diarios, revistas, folletos i libros históri- 
cos del pais i de América que rejistran relaciones de las cam- 
pañas i de los servicios militares de los proceres de la indepen- 
dencia. 

Para formar este tercer volumen, que como los anteriores, 
comienza con la vida de un jeneral ilustre, hemos reunido, en 
Chile i en el Plata, noticias, periódicos i libros de historiadores 
i de militares que narran sus propias campañas. 

Debemos citar al jeneral don Jerónimo Espejo, que en su 
notable libro El Paso de los Andes, nos ha dejado un guia pre- 
cioso para describir su vida de guerrero. 



— 11 — 

La Galería Biográfica Arjentina, publicación incompleta edi- 
tada en Buenos Aires, nos proporciona el retrato i la hoja de 
servicios del jeneral don Rudecindo A l varad o. 

Diversos opúsculos i coronas de glorias de procedencia ame- 
ricana, nos dan las informaciones necesarias sobre los proceres 
de la independencia que se asociaron a la revolución emanci- 
padora de Chile. 

En este tomo insertamos la biografía del coronel patriota, de 
oríjen español, mártir de la libertad de nuestro pais, don Gar- 
los Spano, que hasta hoi no ha sido incorporada en la historia 
política i militar de la República. 

Diversos i valiosos documentos nos dan base estensa para la 
biografía del jeneral Rondizzoni, con una crónica contempo- 
ránea que parece trasmitir sus propias confidencias. 

Una relación de familia sirve de fundamento bastante auto- 
rizado para la vida del jeneral don José Antonio Bustamante 
Lazo de la Vega, patricio i fundador de una estirpe de soldados. 

De este modo seguiremos narrando la vida militar de patricios 
ilustres como el jeneral don Luis de la Cruz, fundador del ejér- 
cito de la independencia; el teniente coronel Frai Luis Beltran, 
organizador de la Maestranza del ejército de los Andes en Men- 
doza i la sarjento Candelaria Pérez, raro ejemplo de mujer sol- 
dado; el coronel don José Bernardo Cáceres, ayudante del je- 
neral San Martin después del desastre de Cancha Rayada; del 
contra almirante Bynoni de Woster; O'Carrol, Viel, Beauchef i 
tantos otros estranjeros esclarecidos que conquistaron el hon- 
roso titulo de hijos beneméritos de la patria por sus servicios 
de soldados, habiéndoles cabido el mas glorioso de ellos el de 
sellar con su sangre la libertad de Chile i de una parte de la 
América. 

Ellos, que conquistaron la ciudadanía chilena con sus servi- 
cios a la causa de la independencia, tendrán en este Álbum 
Histórico de las Glorias Militares de Chile, su pajina de gratitud 
i de justicia, en homenaje a sus nobles esfuerzos por la libertad 
de este pais de su adopción, al cual dieron sus jenerosos alien- 
tos de hijos heroicos i en cuya sociabilidad dejaron sus nom- 
bres vinculados a familias que han perpetuado el recuerdo de 
sus proezas i de sus virtudes cívicas. 



— 12 — 

Asi habremos asociado en los capí talos de este libro de re- 
cuerdos memorables, como ellos asociaron sus esfuerzos en los 
campos de batalla, los nombres i los servicios de todos los sol- 
dados jenerosos de la revolución emancipadora, sin esclusion 
de clases ni de nacionalidades, tributándoles los homenajes de 
la gloria i del reconocimiento patriótico i justiciero de que les 
es deudora la República. 

En este Albüm Histórico del Eíjhcito de Chile, iremos 
narrando periódicamente i en tomos sucesivos, la vida i los es- 
fuerzos de todos los libertadores militares de Chile, sin olvidar a 
los precursores de la revolución de la Independencia, Antonio 
Berney i Antonio Gramuset, primeros mártires de nuestra li- 
bertad. 

Entre los civiles, que revistieron carácter de promotores de 
la revolución emancipadora, no olvidaremos a don José Anto- 
nio de Rojas, que introdujo en el pais, en la era colonial, las 
primeras ideas que incubaron el pronunciamiento nacional de 
la Independencia; a don José Gregorio Argomedo, que derrocó 
el gobierno peninsular, deponiendo al Presidente García Ca- 
rrasco, como Procurador de la ciudad de Santiago en el Cabil- 
do de 1810; a don Diego Portales, que fué soldado de aquel 
período memorable i a una mujer ilustre que fué el alma de 
la revolución, la eminente patricia doña Ja viera Carrera. 

Los estudios de esta índole, especialmente los históricos, cons- 
tituyen en la edad moderna, la base de la cultura militaren los 
paisea mas adelantados. 

Las guerras mas recientes, como las de Europa, América i 
el Oriente, han puesto de relieve altas personalidades militares 
que encarnan un sistema o una época. 

La guerra Franco- Alemana de 1870, que ha sido una de las 
mas trascendentales del siglo pasado, destacó figuras guerreras 
tan conspicuas como el jeueral Moltke. 

La guerra civil de los Estados Unidos hizo descollar, como la 
de su independencia a Washington, a dos grandes jenerales 
rivales, en los cuales se reveló el carácter prepotente de su 
raza. 

Los jenerales Grant i Lee, que comandaban los ejércitos con- 
tendientes, de la Union el primero i de Carolina del Sur el úl- 



— 13 — 

timo, de carácter sin ejemplo i de conocimientos tácticos sor- 
prendentes, demostraron la capacidad militar de su estirpe, 
siendo por sí solos suficientes para demostrar la potencia del 
jenio norte-americano. 

Estos guerreros que reunían cualidades múltiples, son la 
mejor comprobación de la base de los estudios históricos mili- 
tares, para difundir la cultura en los países que desean cimen- 
tar en fundamentos inamovibles sus instituciones. 

La Francia, aparte de sus glorias intelectuales, tiene una 
tradiccion imborrable en sus campañas guerreras, siendo Ture- 
na i Napoleón verdaderas encarnaciones militares de su his- 
toria. 

Sobre todo Napoleón, fué un jeneral que reunió todos los 
talentos guerreros, cuya vida interesará siempre al mundo ci- 
vilizado por su jenial vocación militar. 

España, a pesar de la serie de desastres que han precipitado 
su decadencia, conserva, como título de gloria suprema, su 
heroica historia guerrera, en cuyo ejemplo se educarán las je- 
neraciones. 

De la guerra Franco- Alemana arrancó su oríjen la Repúbli- 
ca Francesa, que es un ejemplo civilizador del universo, i la 
unidad del Imperio Jermánico, modelo de nación fuerte i vi- 
gorosa. 

De la contienda civil de los Estados Unidos, surjió la nacio- 
nalidad- mas prepotente de los tiempos modernos. 

De la historia heroica de España contemporánea, resurjirá 
una nación nueva, rejenerada i progresista, que restaurará su 
antiguo esplendor que llegó a influir en el desarrollo de media 
humanidad. 

De razas de héroes se jeneran razas modelos. 

En la guerra de Oriente, que comenzó con la invasión inter- 
nacional europea en la China, en las postrimerías del siglo que 
acaba de espirar, se han destacado personalidades militares, 
que son el resumen de su tiempo i del estado de adelanto de 
bu patria, como el Mariscal Conde de Waldersee. 

La guerra actual de Rusia i del Japón, ha hecho descollar 
individualidades guerreras tan ilustres como el Conde de Kel- 
ler, el Almirante Mackaroff, los Jenerales Europatkine i Sto- 



— 14 — 

essel, el Mariscal Oyama i los Jenerales Kuroki i Nodgi, re- 
presentantes superiores de cada uno de sos países, encarnacio- 
nes de pueblos civilizadores, manifestaciones soberanas de cul- 
turas opuestas pero que influyen de un modo directo i pro- 
fundo en el curso de las naciones. 

Cada caudillo representativo de una época o de una nación 
militar, presenta asi el ejemplo admirable de una civilización 
o de una raza. 

Por eso su estudio es interesante para el historiador i el 
critico, cuyas deducciones son siempre útiles i ejemplares para 
sus contemporáneos. 

De ahí porque escribimos este libro, analizando la vida i los 
hechos de los guerreros notables, por su intelijencia, su valor, 
su estratejia, su heroísmo o su poderosa iniciativa, apreciando 
siempre caracteres singulares de bravura o de serenidad insupe- 
rables. 

Así estimulamos los sentimientos patrióticos del deber mili- 
tar i de la justicia de los pueblos, comunicando fe a los cora- 
zones anónimos que se ofrendan silenciosos a su suelo amado 
en las filas de los ejércitos i en las rudas campañas. 

Un libro de historia que sintetiza los bríos de un pueblo, 
puede ser el jenerador de una nacionalidad modelo. 

Ningún estudio de esta índole puede ser estéril cuando se 
escribe para un pueblo intelijente i patriota como es el nues- 
tro, que ha inspirado todos sus actos en el solo sentimiento de 
su consagración a la gloria i al progreso de la República. 



Pedbo Pablo Figueroa. 



Santiago, Abril 5 de 1905. 




JKHKRAL DE DlTISIOB 
jDon Soiquitl 






Jeneral de División 

Don Joaquín Prieto 

Presidente de la República que promulgó la Constitución de 1833 



La vida pública e histórica del Jeneral don Joaquín Prieto, 
presenta dos faces igualmente importantes para el estudio de 
su carrera militar. 

Primero fué soldado valeroso e ilustre de la Independencia 
i después majistrado previsor que dictó al pais la Constitución 
Política que ha rejido los destinos de la República. 

En ambas situaciones su actuación política ha sido juzgada 
con criterio apasionado i partidarista, tanto por sus amigos i 
admiradores cuanto por sus adversarios, no obstante que su 
participación en los negocios públicos le da derecho a ser con- 
siderado fundador de nuestra constitución al i dad. 

Siendo este libro una obra ajena a todo propósito político, 
obedeciendo únicamente a un fin de justicia histórica, nos 
guia solo un sentimiento de serena imparcialidad en el estudio 
de las personalidades superiores que sirven de fundamento a 
sus capítulos. 

£1 jeneral Prieto, mas que cualquiera otro majistrado, ha 



— 16 — 

influido de un modo ' trascendental en el desenvolvimiento de 
nuestras instituciones. 

Si bien es verdad que implantó en el gobierno el predomi- 
nio del partido conservador, derrocando, por medio de una 
revolución armada, la administración liberal del Presidente 
don Francisco Antonio Pinto, i suplantando la Constitución de 
1828 por la de 1833, no es posible desconocer que él marcó 
un rumbo fijo a la marcha del Estado. 

El réjimen fundamental que instituyó en su gobierno, fué 
el punto de partida de la organización definitiva de la admi- 
nistración pública. 

La Carta Política de 1833, estableció el orden regular en los 
poderes públicos i colocó el prestijio del principio de autoridad 
en el terreno fundamental de la Constitución i las leyes. 

A favor de este código fundamental, se desenvolvió, a pesar 
de las restricciones que él entraña, el progreso del pais en 
sus mas interesantes manifestaciones, como son la instrucción 
pública, la paz social, las industrias i el comercio. 

La guerra fratricida, erijida en sistema de partido, desapa- 
reció de nuestros hábitos políticos i merced a la tranquilidad 
pública pudieron restablecerse las fortunas quebrantadas en 
un período considerable de largas luchas civiles. 

El poder centralizador encarnado en esta Carta Fundamen- 
tal, sin abolir la fiscalización parlamentaria, periodística i po- 
pular de las Asambleas, garantizando el derecho de discusión 
i de reunión públicas, ha permitido que el pais conserve un 
réjimen estable de gobierno i un desarrollo permanente en 
sus fuerzas de riqueza i de producción. 

Los trastornos políticos, los debates del Congreso, las con- 
tiendas electorales, no han logrado derribar esta Constitución 
tan vigorosamente encarnada en nuestras instituciones perma- 
nentes. 

Las reformas políticas mas radicales se han encuadrado 
dentro de esta lejislacion fundamental, sin menoscabar su 
autoridad ni su prestijio. 

Las revoluciones mismas, que han injertado sistemas políti- 
cos oportunistas, como el llamado parlamentarismo o sea la 
responsabilidad del Congreso, en nuestro réjimen público 



— 17 — 

no han conseguido tampoco desquiciar este Código fundamen- 
tal que ha mantenido en todo su vigor la estabilidad de las 
leyes i de los destinos de la República. 

Estas lecciones de derecho público conviene repetirlas como 
un escarmiento para los políticos i los grupos políticos que han 
pretendido aprovecharse del éxito inmediato i momentáneo 
de una situación transitoria i afortunada, para implantar siste- 
mas de gobiernos contrarios a la Constitución i a las leyes. 

La ciencia política i constitucional no ha sido enseñada aun 
en nuestras Cátedras Universitarias i sus principios funda- 
mentales se encuentran esparcidos i jeneralizados en los deba- 
tes del Congreso, en las discusiones de la prensa i en los dis- 
cursos tribunicios de las asambleas populares, sin que se haya 
formado un cuerpo de doctrina para la educación de la juven- 
tud i de los ciudadanos. 

Solo un libro fundamental existe, como estudio analítico de 
nuestro orden legal i político, que puede ser considerado como 
el jenerador del futuro principio de la educación política de 
nuestro pais. 

La notable obra de comentarios institucionales que escribió el 
juristH político don Jorje Huneeus con el título de la Constitu- 
ción ante el Congreso, es la única que puede ser considerada co- 
mo la base de los estudios de la ciencia política en Chile. 



II 



El estudio de la organización política de la República ha 
dividido las opiniones con relación al período histórico en que 
se fundó nuestro Poder Constitucional. 

Don Domingo Santa María, escritor eminente i majistrado 
ilustre, nos preguntaba, por medio de una carta, en 1886, con 
motivo de la actuación política de don José Miguel Infante en 
los primeros esfuerzos por constituir nuestra constitucionaii- 
dad, qué cuándo habia sido organizada la República, si en 
1823 o en 1833. 

Se fundaba, para interrogarnos en este sentido, en que la 
Constitución Política de 1823 habia precedido a la organización 
2 



— 18 — 

definitiva de la época de combates i de ensayos de gobierno 
que había sido la consecuencia de la revolución emancipadora. 

La organización republicana surjió, sin duda alguna, al 
constituirse el primer congreso nacional en 1811 i al dictarse 
el primer reglamento lejislativo, pero el nuevo orden político 
establecido para reemplazar el réjimen colonial, se vio pertur- 
bado por los trastornos militares i los proyectos de innovación 
que sujeria el caudillaje político i la falta de preparación de 
los hombres i de los partidos dirijentes. 

Por consiguiente la República se organizó al implantarse el 
sistema republicano de gobierno, siendo organizada de un mo- 
do uniforme i sistemado al dictarse el réjimen constitucional 
i fundamental de 1833. 

Esta gloria corresponde al Jeneral don Joaquin Prieto, cual- 
quiera que haya sido la forma i el modo en que le cupo esta- 
blecer su gobierno i la Lejislacion que suscribió como magis- 
trado. 

Los principios liberales evidenciados i sostenidos por los 
hombres de la evolución política que sucedió a la acción de las 
armas emancipadoras, se hicieron visibles tanto en los Congre- 
sos como en las primeras leyes que se dictaron para afianzar la 
obra de los patriotas de 1810. 

Pero, estas ideas jenerosas fueron sacrificadas por las ambi- 
ciones exaltadas que produjeron la anarquía i la guerra civil 
entre los mismos promotores de la Independencia i de la Re- 
pública. 

De esta situación anárquica e incierta surjió la política cen- 
tralizados del partido pelucon o conservador que sostuvo la 
administración del Jeneral Prieto i que dictó la Constitución 
de 1833, merced a cuyo espíritu nacionalista- se logró calmar 
las pasiones i dirijir al pais por un sendero directo de trauqui- 
lo desarrollo. 

Es verdad que la época de atraso en que se produjo tan ra- 
dical cambio de organización política no permitía otro sistema 
de Gobierno, pues las clases sociales i populares que interve- 
nían en los negocios públicos carecian de la preparación nece- 
saria para rejir i dirijir con acierto la administración pública. 
i el desenvolvimiento jeneral de los principios republicanos. 



— 19 — 

Mas tarde, el progreso de las ideas, el conocimiento de la 
cultura universal, el desarrollo de la instrucción pública, el es- 
píritu jeneralkador de la civilización, impusieron la necesidad 
de adoptar reformas en armonía con estos principios de ade- 
lanto i la Constitución, tan hábilmente concebida por los esta- 
distas de 1833, ha sido modificada en el espíritu i la letra para 
corresponder a las justas i lejítimas aspiraciones del pais i de 
kfB ciudadanos. 

No se puede atribuir a los estadistas que redactaron la Cons- 
titución de 1833 el propósito de hacer surjir en ella i de man- 
tener los privilejios de las castas sociales oligarcas, ni mucho 
menos restrinjir las tendencias espansivas de los elementos 
progresistas. 

Es preciso reconocer que un propósito de patriotismo guió 
sus actos en tal sentido, para estirpar las revoluciones que arrui- 
naban nuestro territorio i nuestro prestijio de nación recien 
nacida a la vida de la libertad. 

Ademas, se propendió al mayor ensanche del crédito nacio- 
nal eu el esterior^ por medio de las garantías de una lejislacion 
que permitiese el trauquilo bienestar que la población necesi- 
taba para crecer i desarrollarse en un medio favorable al tra- 
bajo i al porvenir seguro de la familia i de la sociedad. 

Los hombres de Estado como Egafia, Irarrázabal, Renjifo, 
Errázuriz i otros, que contribuyeron con su esperiencia i su 
Baber a formar las primeras doctrinas constitucionales, funda- 
ron sobre sólidas bases el crédito de la República en el esterior, 
alcanzando para Chile un prestijio envidiable que ninguna 
otra nacionalidad ha merecido en el continente sud ameri- 
cano. 

Nuestro pais ha Bido citado, con este motivo, como modelo 
entre los pueblos americanos por su espíritu de orden i su le- 
jislacion moderada, sirviendo su ejemplo, ante las naciones 
europeas, de suficiente garantía para merecer la confianza en 
los negocios tanto diplomáticos como económicos, a la vez que, 
por si solo, de prestijio para la América. 

Dentro de pocos años se cumplirá una centuria a que se 
dictó el Código fundamental de Chile, a cuyo réjimen consti- 
tucional debe su actual estabilidad i progreso, i será justo con- 



— 20 — 

memorar este acontecimiento histórico que tanto honor hace 
al patriotismo de sus lejisladores i estadistas. 

El centenario de la Constitución Política de 1833 será cele- 
brado con orgullo nacional no solo por los conservadores, he- 
deros de aquella época de organización/ sino también por los 
liberales que han tenido en este mismo Código una fuente de 
reformas que desenvolver, por haber sido el fundamento capi- 
tal de nuestra estabilidad pública i de nuestro crédito universal. 



in 

El Jeneral don Joaquín Prieto, presidió una administración 
pública fundamental i laboriosa. 

Su período de gobierno se señaló por acontecimientos ver; 
daderamente notables, que marcan una época de trascendencia 
histórica para nuestra estabilidad de nación soberana. 

La guerra internacional contra la Confederación Perú-Boli- 
viana, puso de relieve no solo la enerjía del pueblo chileno i 
las virtudes republicanas del ejército, sino la previsión política 
de los hombres de Estado que dirijian la República. 

Esta contienda internacional tuvo sus desastres i sus glorias, 
imponiendo sacrificios cuantiosos i dolorosos, como fueron la 
revolución de Quillota i la muerte del Ministro Portales, en 
1837; la espedicion militar del Almirante Blanco Encalada, que 
terminó con el increíble tratado de Paucarpata, i la campaña 
triunfadora del Jeneral Búlnes, en 1839, que fué coronada con 
la gloriosa victoria de Yungai. 

La destrucción de la Confederación Perú-Boliviana, formada 
por el protector Santa Cruz, fué una obra militar i de política 
internacional de la mas alta i decisiva trascendencia para la 
estabilidad i soberanía de Chile, pues se habia organizado para 
atentar contra nuestra integridad de nación. 

Esta empresa militar es una pajina honrosa para la adminis- 
tración Prieto, como lo ha demostrado el historiador nacional 
don Ramón Sotomayor Valdes en su memoria universitaria 
titulada Campaña del Ejército Chileno contra la Confederación 
Perú-Boliviana. 



> 



— 21 — 

La administración del Jeneral Prieto, ha sido ampliamente 
estudiada por don Ramón Sotomayor Valdea en su obra His- 
toria de Chile bajo el Gobierno del Jeneral don Joaquín Prieto, 
que consta de cuatro estensos volúmenes. 

Pero, la obra mas importante que se ha publicado sobre ese 
período histórico es la recopilación de los Mensajes que el Jene- 
ral Prieto dirijió al Congreso Nacional desde 1832 hasta 1841, 
publicada por su deudo don Miguel Anjel Prieto, en Concep- 
ción, en 1899. 

Esta es la historia de su gobierno de diez años, escrita por 
sus Ministros de Estado i su propia dirección de los negocios 
públicos, en sus mensajes lejislativos, narrada por los aconte- 
cimientos. 

Estos mensajes administrativos comprenden el mejor resu- 
men sobre el Gobierno que sirvió de fundamento a la Consti- 
tución de 1833. 

Decia el Jeneral Prieto en su primer discurso inaugural del 
Congreso de 1832, cuyo Gobierno inició sus funciones legales 
en el aniversario de nuestra Independencia, el 18 de setiembre 
de 1831, adoptando la fecha tradicional del nacimiento de la 
República como dia cívico, que la labor mas ardua que se 
imponía a los legisladores era la reforma constitucional. 

He aquí sus palabras: 

c Desnudos de aquel espíritu innovador, que somete a teme- 
rarios esperimentos la suerte de los pueblos, creeréis sin duda 
que vuestra misión no es hacer otro pacto social, sino proveer 
medios que faciliten la ejecución del que existe, i afiancen su 
permanencia. 

•Pero, otra parte no menos importante de vuestro ministerio 
es la organización de varios ramos administrativos i la reforma 
de antiguas leyes, i sobre todo del sistema de juicios, para que 
tengan la necesaria armooía con las instituciones republicanas 
que nos rijen. Recordareis también que la marcha del Ejecu- 
tivo no puede tener toda la espedicion i regularidad conve- 
niente, si la lejislatura no toma en el despacho de los negocios 
que sucesivamente ocurren, la parte que la Constitución le 
designa.» 

Su objetivo principal se deja espuesto en el mensaje anterior, 



— 22 — 

la reforma constitucional i el establecimiento permanente del 
réjimen administrativo. 

Es punto interesante para la estadística histórica el resumen 
que el mensaje de 1833 acusa en el presupuesto de rentas de 
la nación. 

Copiamos diversos párrafos de este documento oficial como 
una prueba del sentido práctico i patriótico de nuestros prime- 
ros gobernantes, que demuestran el interés que en ellos predo- 
minaba para aliviar la situación dificultosa que rodeaba su 
Gobierno: 

c La hacienda nacional, considerando el estado de las diver- 
sas rentas que la componen, puede decirse, ha recibido impor- 
tantes mejoras que dan seguridades positivas de su futuro ade- 
lantamiento. Los ingresos del erario que en el quinquenio de 
1825 a 1829 ascendieron en un año común a 1.736,823 pesos, 
por una consecuencia inherente a las convulsiones políticas 
terminadas en 1830, i a la estraordinaria esterilidad que el 
país ha esperi mentado, bajaron en 1831 a 1.509,028 pesos 7 
reales. Como esta notable disminución de las rentas públicas 
no procedía de causas permanentes, el Gobierno la miró sin 
alarmarse; i para salir del embarazo pasajero a que le dejaba 
reducido, acordó todas las medidas que exijia su delicada posi- 
ción. Se omitieron aquellos gastos que no eran de la mas 
urjente necesidad. Se pidió i obtuvo del Congreso la supresión 
de destinos i sueldos que gravaban inútilmente al Fisco. Una 
severa economía i un orden regular e invariable fueron esta- 
blecidos por la distribución de los caudales con que debía aten- 
derse a los gastos del servicio público; i por último no se olvidó 
ninguno de aquellos arbitrios que las circunstancias permi- 
tían adoptar, i que se consideraban a propósito para el arreglo 
de las oficinas, para dar una conveniente libertad al comercio, 
i un aumento progresivo a las rentas. 

»Me es satisfactorio anunciaros que el resultado de este plan 
ha llenado las esperanzas que en él se fundaron. Las entradas 
del erario de 1832, a pesar de la baja que sufrió la masa deci- 
mal, han producido 1.643,633 pesos 3| reales, es decir, 134,604 
pesos 4¿ reales mas que el año de 31; i como este aumento, 
que procede de la renta de aduanas, según los estados de los 



— 23 — 

cinco meses últimos, sigue progresivamente acrecentándose; i 
al efecto de las leyes dictadas para quitar las trabas que limi- 
taban nuestro comercio interior i esterior no se percibe aun en 
toda su latitud, porque no ha habido tiempo para establecer i 
consolidar las vastas relaciones mercantiles que se han abierto 
con el mercado jen eral del mundo, nada se aventura en prede- 
cir, que tocamos ya la época en que la República debe gozar de 
la felicidad a que la llama su venturoso destino. 

> Obligado a tributaros un justo homenaje de gratitud por 
la decidida i activa cooperación que en el anterior período de 
la legislatura prestasteis al gobierno en todos los proyectos de 
hacienda que sometió a vuestra deliberación, i por la laudable 
sobriedad con que ejercisteis el poder de decretar pensiones 
sobre el erario público, debo también congratularos por el resul- 
tado de las leyes económicas que se han promulgado con vues- 
tra sanción, muchas de ellas reducidas a la práctica han dejado 
atrás las esperanzas que se concibieron al tiempo de iniciarlas. 
El interés de los capitales ha bajado desde que se dio facultad 
para estipularlo libremente. La casa de moneda, que en los 
veintinueve meses anteriores solo había sellado 932 marcos de 
oro, en los nueve meses corridos después de la promulgación 
de la lei que aumentó el precio de compra a este metal, ha 
amonedado 1,790 marcos. La exención de todo derecho, acor- 
dada en favor del lino, del cáñamo i de sus semillas, ha creado 
un nuevo ramo de industria; pues aunque ambas plantas pue- 
den considerarse producciones espontaneas de nuestro suelo, 
se hallaba casi abandonado su cultivo, i era necesario un estí- 
mulo poderoso para hacerlo renacer, como felizmente se ha 
conseguido. 

> Desde el 1.° de enero de este año han circulado libremente 
por toda la estension de la República los productos de la 
industria i agricultura nacional. Ya no hai a la entrada de 
nuestras poblaciones exactores inhumanos que turben con una 
inquisición insolente el tráfico del pacífico labrador i le arre- 
baten el fruto de su trabajo i el alimento de su familia. Exento 
de esta odiosa carga un pueblo reconocido os dirije sus bendi- 
ciones: en ellas hallareis la mas dulce recompensa de las tareas 
que consagrasteis a su alivio. 



— 24 — 

> Terminadas felizmente las tareas de la gran convención; 
definidas con mas precisipn las bases de nuestro sistema polí- 
tico i las libertades individuales que un voto nacional irrevo- 
ble ba reconocido tiempo bá como patrimonio de los ciudada- 
nos chilenos, toca a vosotros i al Ejecutivo, no solo la custodia 
de este depósito sagrado que debemos trasmitir sin menoscabo 
a las jeneraciones venideras, sino el empeño de completarlo, 
hermanando el derecho privado con el público, i poniéndolo 
igualmente al alcance de todos. Os recuerdo con este motivo 
el proyecto de codificación, que mas de una vez se ha discuti- 
do en vuestro seno. Reducida a una mera compilación de las 
leyes existentes, purgadas de todo lo superfluo i contradictorio 
i enunciadas en un lenguaje claro i preciso, sin la pretensión 
peligrosa de amoldarlas a nuevos principios, estoi persuadido 
que produciría beneficios incalculables en la administración de 
justicia. Los trabajos sucesivos del Congreso pudieran después 
llenar poco a poco los vacíos i correjir las imperfecciones de la 
lejisl8cion civil. 

»Si el cielo hubiese reservado a la época de mi administra- 
ción la gloria de la ejecución de un designio tan importante, 
éste seria su mejor título, sin duda, al recuerdo de las edades 
futuras.» 

El mensaje de 1834 manifiesta que a favor del nuevo Códi- 
go político se desarrollan la cultura popular i se dictan leyes 
de aplicación al comercio aduanero i a la deuda pública. 

«Me felicito, dice, de ver al rededor de mí los representantes 
de la nación de Chile elejidos bajo los auspicios de la Consti- 
tución reformada. 

> Concluida la obra de la Constitución Política ha llegado el 
tiempo de hacerla verdaderamente preciosa al pueblo chileno 
i digna de su amor i respeto. 

>Dirijiendo, agrega, ahora la vista al Departamento del In- 
terior, me figuro la agradable emoción con que contemplareis 
las señales evidentes de vida i movimiento que al abrigo de la 
libertad i la paz comienzan a percibirse en muchos ramos de 
civilización i prosperidad nacional. Se multiplican i mejoran 
las escuelas de enseñanza primaria; i este primero de los bie- 
nes i de los apoyos de la rejeneracion social, no está limitado 



^ 



— 25 — 

como en otro tiempo al recinto de las principales poblaciones. 
Lo vemos propagarse rápidamente por las provincias i campos 
i apenas hai ya pueblo en toda la República que no goce del 
beneficio de la instrucción elemental gratuita. El anhelo aun 
de la clase mas indijente por enviar a sus hijos a estos nacien- 
tes establecimientos, es un seguro pronóstico de un progreso 
de civilización, que hará indestructibles los cimientos de nues- 
tras instuciones populares. Crecen también i se perfeccionan 
los colejios públicos i particulares destinados a la enseñanza 
superior. La del Instituto Nacional de Santiago esperimenta 
en casi todos sus ramos un adelantamiento progresivo. He 
tenido a bien dar un nuevo estímulo a sus jefes i profesores 
asignándoles un aumento de honorario en proporción al nú- 
mero de años que hubieren consagrado al servicio, fuera de 
otras recompesas que recaerán sobre sus trabajos literarios. 
Prosperan las clases de medicina recientemente creadas; se ha 
establecido una sala de disección a espensas del Gobierna i a 
las dos cátedras de ciencias medicales, fundadas el año pasado, 
se añadirá probablemente otra en el curso de este año. 

»E1 distinguido profesor (don Claudio Gay), encargado del 
viaje científico que tiene por objeto la esploracion de las pro- 
ducciones naturales del suelo de la República, va a continuar 
las interesantes tareas que habia suspendido su ausencia. La 
formación de un gabinete de Historia Natural bajo su direc- 
ción dará fomento al cultivo de las ciencias físicas, que aun 
no han excitado tanto como debieran la cultura de la juventud 
chilena.» 

El mensaje del 1.° de junio de 1835 se congratula de que en 
«el territorio chileno adelanta rápidamente la civilización i 
prosperan todos los ramos de riqueza pública. Comparando 
los estados del año anterior i el del actual, veréis un aumento 
notable en el número de alumnos que frecuentan las escuelas 
de primeras letras i los establecimientos de enseñanza superior 
en el departamento de Santiago. Se han creado i están en ejer- 
cicio casi todas las clases que prescriben el plan de estudios de 
el Instituto Nacional; i una juventud brillante cultiva con ardor 
la variedad de ramos que se enseñan en esta casa central de 
educación. A las clases de la Facultad de Medicina acaba de 



— 26 — 

añadirse una Escuela de Obstetricia dirijida por un hábil pro- 
fesor. Se ha hecho accesible al público la Biblioteca Nacional 
de Santiago. Se han dado reglamentos al Instituto de Coquimbo: 
Se ha creado en él una nueva clase de matemáticas; i el Go- 
bierno se promete aumentar su importancia i ponerlo en rela- 
ción con los ricos productos peculiares de aquella provincia, 
agregando una clase de química i mineralojía bajo la dirección 
de un profesor que se espera de Europa (don Ignacio Domeyko). 
El que está encargado del viaje cientíñco esplora actualmente 
las interesantes rejiones del Sur: un mapa exacto del territorio 
de la República debe ser uno de los principales objetos de sus 
recomendables trabajos. I a fin de dar toda la consideración i 
fomento posibles al cultivo de la literatura i de las ciencias, os 
pasaré en breve un proyecto de lei para la reforma de la Uni- 
versidad antigua, sobre bases mas análogas a nuestras insti- 
tuciones republicanas i de mas estensa utilidad. 

>No creo necesario hablaros de la gradual estension de nues- 
tra agricultura, que se euriquece con nuevos productos, multi- 
plica i mejora los antiguos i agrega cada año al dominio del 
hombre nuevas porciones de territorio; de la continuada pros* 
peridad de nuestros distritos de minas, que rinden tan abun- 
dantes tributos de riquezas metálicas; ni del aumento de nues- 
tro comercio, que crece en una veloz progresión, a que los mas 
alegres cálculos apenas hubieran podido acercarse. 

«Para multiplicar estas dádivas de la naturaleza i con ellas 
el número de los habitantes i la felicidad de todas las clases, 
nada sería mas eficaz que la construcción de nuevos caminos 
carriles que hiciesen menos dispendiosa la circulación de nues- 
tros ricos i variados frutos i de los productos elaborados por la 
industria nacional i estranjera. El Gobierno acoje con el mayor 
Ínter es las indicaciones que recibe de las provincias sobre este 
punto i procurará con vuestra cooperación realizarlas. La sub- 
división de nuestra moneda corriente facilitará la imposición 
de cargas módicas, que sin gravar el tráfico de un modo sen- 
sible hagan frente a los costos; i con esta mira se han remi- 
tido a Londres los fondos necesarios para la amonedación de 
mil quintales de cobre. Entretanto se han dictado providen- 
cias para la conservación de los caminos existentes; se va a dar 



1 



— 27 — 

principio a la apertura del de Valparaíso a Aconcagua, cuyos 
planos están ya concluidos hasta Quillota; i ee ha reconocido 
el terreno para otro de la misma especie entre Aconcagua i San- 
tiago, qu^ según informes fidedignos, es de fácil ejecución. 

>No haré la enumeración de otros objetos de interés público, 
eu que tendría poco que añadir a lo que os dije el año prece- 
dente. Pero hai uno a que invoco de nuevo el auxilio del celo 
i luces de la lejislatura, i que no es inferior a otro alguno en 
importancia; objeto en que se interesan a una la paz doméstica, 
la moral, la libertad, la industria, la seguridad de cuanto es pre- 
cioso a los hombres, el goce de todos los bienes i de todas las 
garantías sociales. Ya concebiréis que os hable de la adminis- 
tración de justicia. La mano reformadora de la legislatura no 
ha tocado aún esta parte de nuestro réjimen civil, que la recla- 
ma con urjencia. El gobierno ha proporcionado todos los auxi- 
lios necesarios a la comisión encargada de formar el proyecto 
de lei de organización de tribunales i administración de justi : 
cia; i un ciudadano recomendable, por su celo i sabiduría, se 
ocupa hace algún tiempo en este arduo trabajo. Me lisonjeo de 
que en el presente periodo lejislativo madurareis una obra tan 
ardientemente deseada. 

«Nuestros beneméritos militares siguen acreditando los sen- 
timientos honrosos i virtudes cívicas que los distinguen. Por el 
respectivo departamento se os dará una noticia circunstanciada 
de las operaciones del ejército destinado a contener las incur- 
siones de los bárbaros de nuestra frontera, i no dudo que sabréis 
apreciar en ellas, a la par que el valor i denuedo, la actividad 
infatigable i el heroico sufrimiento de todo jénero de trabajos 
i privaciones que exije la naturaleza del terreno i de la guerra. 

«ElColejio Militar sigue llenando las esperanzas del Gobierno 
i del público. Una pequeña biblioteca i un acopio de instru- 
mentos para completar la enseñanza de los alumnos que se 
dedican a los cuerpos facultivos, serian de mucha utilidad del 
establecimiento. 

«Acrecentando de esta manera las rentas del Erario, ha 
podido el Gobierno atender a todos los gastos del servicio pú- 
blico sin echar mano de arbitrios onerosos. 

«Aunque no ha trascurrido tiempo bastante para que las 



— 28 -r- 

leyes de hacienda dictadas por el Congreso Nacional produzcan 
todos los resultados que deben esperarle de ellas, su favorable 
tendencia se deja ya percibir en algunos ramos.» 

El mensaje de 1836 es no menos comprensivo de los propó- 
sitos que guiaban al Gobierno en su labor de trabajo i de bien- 
estar para la República: 

cLa educación bace progresos no menos visibles. Los esta- 
blecimientos públicos i particulares destinados a la instrucción 
secundaria i científica, siguen dando resultados altamente satis- 
factorios; i si la enseñanza primaria no se difunde con igual 
celeridad ni ha recibido las mejoras de que necesita, no deja- 
reis de recordar la causa que la embarazan: lo esparcido de la 
población en muchos departamentos, la pobreza de otros, i la 
escasez de maestros en casi todos; obstáculos que no es dado 
remover sino con el trascurso del tiempo. 

» Desde la última lejislatura no ha cesado el Gobierno de 
trabajar en la preparación de las leyes orgánicas que han de 
llenar el voto de la Constitución completando el edificio políti- 
co de que en realidad no hemos hecho mas que zanjar los ci- 
mientos. Entre ellas merece el primer lugar el reglamento de 
Administración de Justicia i organización de tribunales. El 
Consejo de Estado se ocupa constantemente en la revisión de 
la parte relativa al juicio civil; i gracias al celo de todos sus 
miembros, i especialmente a la liberal e ilustrada cooperación 
de los consejeros majistrados, me lisonjeo de que podré en 
breve presentaros el resultado de sus asiduas tareas. 

»La reforma de la lejislacion civil i criminal es otra obra 
que caminará a la par, i en que, sin apartarme de las reglas 
fundamentales que trasmitidas por una larga serie de jenera- 
ciones se han connaturalizado con nosotros, reglas, ademas, 
cuya intrínseca justicia i sabiduría son indisputables, me pro- 
pongo recomendaros innovaciones accidentales, que modeladas 
sobre las que se han planteado con buen suceso en muchas 
partes de Europa, servirán para poner a nuestras leyes en ar- 
monía consigo mismas i con nuestra forma de gobierno, i dán- 
doles la simplicidad que les falta harán mas accesibles su co- 
nocimiento i mas fácil su aplicación. 

»Pero entre los trabajos orgánicos, el que después de la ad- 



'1 



— 29 — 

ministracion de justicia me ha parecido de mas importancia, es 
el de loa ramos de gobernación i policía, de que se puede decir 
que no existe sino lo que hemos heredado de España, i que en 
gran parte es inadaptable al plan constitucional de la Repúbli- 
ca. La Constitución ha creado magistraturas i empleos cuyas 
funciones necesitan determinarse; i casi no podemos volver la 
vista a parte alguna, donde no salte a los ojos el conflicto de 
los intereses privados entre sí i con el público, i la necesidad 
de reglas que los moderen i concierten. Esto abre un campo 
vastísimo en que tendrá que ocuparse largo tiempo la lejisla- 
tura. La atención del Gobierno se ha dirijido a Jo que le pare- 
cía pedir con mas instancia la intervención de la lei. 

»La escasez del erario me ha sujerido la idea de recurrir a 
la patriótica liberalidad de los habitantes de Chile para proveer 
por medio de un empréstito a los gastos forzosos que exije la 
creación de una pequeña fuerza naval; objetó de esencial inte- 
rés para la seguridad del pais en su dilatada frontera marítima 
i en las islas i archipiélagos adyacentes, i para el exacto cum- 
plimiento de las leyes en todo lo relativo al comercio esterior i 
al de cabotaje. Obtenido un número suficiente de suscripcio- 
nes se os someterá el plan en todos sus pormenores, i decidi- 
réis sobre su importancia i oportunidad. 

»En el departamento de»Guerra i Marina se percibe como en 
los otros vacío de leyes orgánicas. Las hau menester la milicia 
cívica i la marina mercante. Ambos objetos han excitado la 
solicitud del Gobierno, i sobre el segundo de ellos se os presen- 
tará inmediatamente el proyecto de una lei de navegación, en 
que se ha procurado tomar de las ordenanzas marítimas de 
otros Estados las disposiciones mas adaptables al nuestro.» 

El mensaje de 1837 espone rápidamente la situación del 
pais en sus diversos órdenes administrativos, mui especialmen- 
te sobre la contienda contra la Confederación Perú-Boliviana: 

c Dispuesto a mitigar las calamidades de la guerra en cuanto 
lo permita la justa defensa de nuestros mas caros derechos, i 
deseoso de no causar mas embarazos al comercio neutral que 
los absolutamente indispensables, he dado orden para que se 
mitigue el rigor de las hostilidades marítimas hasta un punto 
de que dudo se encuentre otro ejemplo en los anales de la gue- 



— so- 
rra; i me propongo adherir a este plan, mientras que la obser- 
vancia de reglas menos benignas por parte del enemigo no me 
obligue a abandonarlo. 

»En los pueblos arjentinos han producido el mismo senti- 
miento universal de reprobación que entre nosotros los atenta- 
dos del usurpador del Perú i sus maniobras furtivas contra la 
tranquilidad interior de los estados limítrofes. 

»E1 Gobierno de Buenos Aires, que dirije las relaciones este- 
rtores de la Federación, ha dictado providencias que anuncian 
un eficaz cooperación de la defensa de nuestra común segu- 
ridad. 

»E1 enemigo, que después de haberse negado con frivolos 
pretestos a recibir una misión chilena ha querido hacer alarde 
de disposiciones conciliadoras; propuso a este gobierno un plan 
de arbitracion, irregular en su forma, destituido de sólidas ga- 
grantías, i calculado únicamente para deslumhrar con aparien- 
cias de moderación e inspirar una confianza peligrosa, que 
desmentían sus maquinaciones secretas. En la contestación de 
este gobierno se le propuso de nuevo el medio de las negocia- 
ciones directas, a que sjn justo motivo habia rehusado pres- 
tarse. Ignoro aun qué acojida haya dado a esta proposición el 
gabinete peruano. 

«Entretanto el Gobierno del Ecuador, cediendo a los votos 
de las Cámaras lejislativas de aquel Estado se ha servido ofre- 
cer su mediación para el ajuste de las diferencias i restableci- 
miento de la buena armonía entre las dos partes beligerantes. 
Mas para dar una respuesta definitiva a la benévola oferta de 
la República Ecuatoriana, me ha parecido necesario aguardar 
la resolución del Presidente de Bolivia acerca de las comunica- 
ciones directas a que ha sido invitado. 

»Unos de los medios con que ha contado el enemigo para 
llevar adelante sus designios de engrandecimiento, ha sido el 
de introducir jérmenes de discordia interior en los Estados ve- 
cinos; i con respecto al nuestro se han puesto en uso, para 
lograr este objeto, no solo manejos clandestinos con los desa- 
fectos, de que no puede faltar cierto número en las sociedades 
mejor organizadas, sino una descubierta agresión, capitaneada 
por proscritos. La adhesión de los chilenos a sus instituciones, 



— 81 — 

su horror a la intervención estranjera, i su confianza en el pre- 
sente Gobierno, han dado una plena eficacia a las medidas de 
seguridad i precaución que en unión con vosotros be adopta- 
do. Si hubiésemos podido contar con la recta aplicación de las 
leyes en la administración de justicia, aun algunas de estas 
medidas hubieran sido innecesarias. Pero tengo que deplorar 
con todos los buenos ciudadanos el escandaloso olvido de sus 
deberes, de que algunos miembros de la judicatura se han he- 
cho culpables de una causa, en que la enormidad del delito 
era tan grave, como patentes e irrefragables las pruebas; ejem- 
plo de peligrosas consecuencias, que declaraba a los conspira- 
dores lo poco que tenian que temer de la severidad de las leyes, 
i que dejaba el orden público i cuanto hai de precioso en las 
sociedades a la merced de las facciones. 

»En medio de las continuas atenciones en que se ha visto 
ocupado el Gobierno no se han interrumpido los trabajos or- 
gánicos, i especialmente los relativos a la administración de 
justicia, cuya urjencia veíamos tan manifiesta i dolorosamente 
demostrada.» 

Uno de los mensajes mas importantes e informativos, es el 
que el presidente Prieto leyó ante el Congreso de 1839, pues 
en 1838 no hubo mensaje. 

En él se espone el estado político i militar de la República i 
se hace la historia del conflicto internacional con la Confedera- 
ción Perú- Boliviana, que orijinó la guerra de 1837, cuyos resul- 
tados desastrosos primero, fueron después gloriosos para las ar- 
mas nacionales. 

Este documento es del mayor interés histórico i por sus en- 
señanzas positivas para el patriotismo chileno, lo reproducimos 
en sus detalles jenerales. 

c Desde la sesión de 1.° de junio de 1837, la última en que 
tuve la honra de esponeros de viva voz los trabajos anuales 
del Gobierno, su política i sus votos, jquó de eventos impor- 
tantes han ocupado sucesivamente nuestra atención! Si el pri- 
mero de ellos, acaecido pocos días después, llenó de angustia a 
la patria; si en el triunfo de la lei sobre un motin desorganiza- 
dor, tuvimos que llorar la pérdida de un ministro ilustre, mo- 
delo de ferviente patriotismo i de heroica devoción a los inte- 



— 82 — 

reees i al honor de Chile ¡qué consoladora fué para vosotros i 
para todos los habitantes la concordia universal, estrechada 
por los mismos medios que se habían puesto en acción para 
disociarla, i la denodada constancia con que la nación, lejos de 
dar abrigo al desaliento, redobló entonces sus esfuerzos con el 
enemigo esteriorl 

»EI jeneral Santa Cruz escojid aquel momento crítico para 
renovar sus proposiciones de paz. El había presentido en 
Lima el movimiento de Quillota, i su Ministro de Relaciones 
Esteriores dirijió al de Chile, en 14 de junio, once días sola- 
mente después de haber estallado el motín, una larga comuni- 
cación con el objeto, según el mismo dice, de aprovechar un 
incidente que pudiera conducir a una avenencia. El tono de 
esfca comunicación i la intelijencia que revela entre el Gobierno 
Protectoral i los autores de aquel horrible atentado, intelijencia 
de que también parecían hacer alarde los periódicos oficiales 
de Lima, no nos permitía darle otra respuesta que el silencio. 
Convencido por otra parte el gobierno chileno de que la exis- 
tencia de la Confederación Perú-Boliviana era un peligro per- 
petuo para los Estados del Sur, de que el reconocerla hubiera 
sido sancionar un ejemplo ominoso de que este sistema, erijido 
con cuantos caracteres de ilegitimidad pueden tiznar una usur- 
pación, no tenia a su favor el sufrajio de los pueblos; i de que 
el jeneral Santa Cruz estaba resuelto a sostenerlo a toda costa, 
¿no hubiera sido malograr un tiempo precioso dar oido a pro- 
posiciones en que se sentaba como base precisa el reconoci- 
miento de ese mismo sistema, causa principal de la guerra? 

>La República ecuatoriana habia interpuesto desde el 15 de 
febrero de aquel año su respetable mediación. Persuadido del 
espíritu de cordial amistad que habia dictado esta oferta, me 
hubiera complacido en aceptarla, pero no pareció conveniente 
tomar esta determinación sin acuerdo del Gobierno de Buenos 
Aires, encargado de las Relaciones. Esteriores de la Confedera- 
ción Arjentina, empeñada en la misma causa que nosotros; i 
ademas, habiéndose ofrecido igual interposición por el Gobier- 
no de S. M. B., juzgué que el carácter de mediadora que la 
República ecuatoriana habia deseado tomar en la contienda, 
no era el que mejor le convenia en el arreglo de los puntos 



— 83 — 

pendientes: que, pues el orí jen principal de la guerra era el 
peligro de los Estados de la América Meridional, el Ecuador 
no se hallaba en el caso de un tercero desinteresado, que pro- 
ponía medios de transacción i avenencia en controversias aje- 
nas; qué él era parte principal en una cuestión sud-americana, 
en que se hallaban envueltos sus intereses nacionales mas 
caros, no menos que los de Chile i de las provincias unidas; i 
que por tanto era preferible para nosotros que el Ecuador apa- 
reciese en las negociaciones, no como mediador, sino como 
quien tenia derechos propios que poner a salvo en el arreglo 
del punto capital que habia de discutirse en ellas. Este modo 
de pensar no tuvo la fortuna de ser acojido por el Gobierno 
ecuatoriano. 

>He aludido al benévolo ofrecimiento que nos hizo de sus 
buenos oficios el gabinete de S. M. B. Trascurrió algún tiempo 
sin que pudiesen ponerse de acuerdo sobre las bases de esta 
mediación los belijeran tes* aliados; i creí por fin llegado el caso 
de aceptarla por mi parte, como lo hice, con una sincera con- 
fianza en los sentimientos benévolos que habian inducido al 
Gobierno británico a dar este paso. Pero la campaña peruana 
marchaba ya rápidamente a su desenlace; i creo necesario antes 
de pasar adelante en esa materia, dirijir vuestra atención a los 
sucesos de la guerra. 

>A pesar del funesto contratiempo de Quillota, en 15 de se- 
tiembre de 1 837 zarpó de Valparaíso una espedicion de cerca 
de 4,000 hombres, que tocó en Iquique el 21, desembarcó en 
Arica el 24 i el 12 de octubre se apoderó de Arequipa. No os 
hablaré de los sucesos de esta campaña, que sin embargo de 
las esperanzas que la buena acojida de los pueblos hizo conce- 
bir al principio, tuvo por término el tratado de Paucarpata. Ni 
relativamente a este tratado que produjo en Chile una sensa- 
ción jeneral de reprobación i disgusto, me toca hacer mas que 
remitirme el mensaje de 20 de diciembre, en que os di cuenta 
de él, i del decreto espedido en 18 del mismo mes, desaprobán- 
dolo, i notificando la continuación de las hostilidades contra el 
gobierno del jeneral Santa Cruz. 

•Organizóse otra nueva espedicion, a que los departamentos 

vecinos contribuyeron con gran número de voluntarios, i que 
3 



- 84 — 

dejó nuestras costas en julio de 1838 en número de 6,000 hom- 
bres. Entretanto el norte del Perú era teatro de una revolu- 
ción que habiendo tenido por único principio el odio de los 
pueblos contra la dominación del jeneral Santa Cruz, parecía des- 
tinada a facilitar el triunfo de los beligerantes aliados, proporcio- 
nándoles la adhesión poderosa del pueblo peruano, cuya libertad 
era el objeto desús constantes esfuerzos. Frustráronse también 
fundadas esperanzas. Causas que seria largo enumerar convir- 
tieron aquella revolución en el mas serio de los obstáculos con 
que tuvo que luchar la espedicion chilena. Las armas afiladas 
contra el usurpador del Perú se dirijieron, por una alucinación 
fatal, contra los defensores de la independencia peruana. El 
jeneral del Ejército Restaurador, después de haber agotado en 
vano todos los medios honrosos i conciliatorios que estaban a 
su alcance, forzado al fin a deponer una moderación a que se 
contestaba con insultos, se vio en la dura necesidad, como el 
mismo dijo a su gobierno en el parte de 22 de agosto, de derra- 
mar una sangre que hubiera querido ahorrar a costa de la suya 
propia. Se dio la batalla de Guia i Lima fué ocupada por nues- 
tras tropas el 21. 

»En medio de las operaciones hostiles, el Gobierno que daba 
a los buenos oficios de la Gran Bretaña toda la importancia 
que la hacían acreedora la justificación de aquel gabinete, que 
hasta entonces habia ejercido una influencia bienhechora en 
nuestros negocios, su poder i nuestro interés en granjearnos su 
benevolencia, determinó que acompañase a la espedicion res- 
tauradora con plenos poderes para obrar según las circunstan- 
cias lo exijiesen, un ministro de conocida ilustración i celo, 
que habia tenido parte desde tiempo atrás en sus mas íntimos 
consejos, i le dio por especial encargo el de observar atenta- 
mente la situación del pais, estudiar la opinión de sus habitan- 
tes con respecto al nuevo sistema federal, i calcular las 
probabilidades de suceso en la empresa que habíamos acome- 
tido, de restaurar la recíproca independencia del Perú i de Bo- 
livia. Pensaba el Gobierno que el reconocimiento de la Confe- 
deración, propuesto por la potencia mediadora, no podría fun- 
darse sino sobre la suposición de que los medios empleados 
por el jeneral Santa Cruz para el establecimiento de la Confe- 



— 35 — 

deracion habían sido justos i lejítimos, de que este arreglo 
político era conforme a la voluntad de los pueblos, i de que 
loe recursos de Chile eran insuficientes para una lucha contra 
el dominador del Perú i Bolivia. Los sucesos de julio en Lima 
habían añadido, a los que antes teníamos, datos irrefragables 
de la injusticia i perfidia con que don Andrés Santa Cruz ha- 
bía procedido en la erección de su imperio federal, i sobre la 
impopularidad de su obra. Sabíamos que el Congreso de Bo- 
livia no había querido ratificarla, i eran notorias las providen- 
cias de rigor i violencia con que en julio de 38 se obtuvo final. 
mente la accesión del Congreso Lejislativo Boliviano. Aun 
esta accesión forzada de un cuerpo cuyos miembros mas dis- 
tinguidos estaban confinados eu calabozos, no se prestó sino 
bajo condiciones que debían discutirse previamente por los 
estados peruanos para que ellos i la Confederación tuviesen 
efecto. Veíamos en suma por todas partes síntomas claros de 
la aversión de los pueblos al sistema de confederación, i los 
eventos que siguieron a la jornada de Yungai, han demostrado 
que las noticias de que sobre todo esto se hallaba en posesión 
el Gobierno eran perfectamente exactas. Se podría, pues, espre- 
rar con toda confianza que los esfuerzos de Chile i de las pn- 
vincias arjentinas iban a ser poderosamente ayudados por los 
de los pueblos de las dos repúblicas oprimidas, luego que a la 
luz de los hechos se desvaneciesen las malignas especies que 
artificiosamente se habían sembrado contra los designios de 
Chile. A'pesar de la confianza que debían inspirarnos estos an- 
tecedentes, i que ha sido tan completamente justificada por los 
sucesos, la misión del Ministro Senador don Mariano Egaña 
tuvo por objeto principal examinar profundamente el verda- 
dero estado de las cosas, e instruir de todo al gobierno, para 
que pudiese discutir con pleno conocimiento las indicaciones 
de la Alta Potencia Mediadora; i en presencia de los informes 
de este Plenipotenciario, el Gobierno creyó que no podía dar 
una prueba mas acendrada de sus justas i moderadas inten- 
ciones, que remitir el punto principal de la controversia a la 
libre decisión del pueblo peruano. Creíamos que merecería la 
concurrencia del gabinete británico una proposición que se 
dirijia a someter la Confederación Perú-Boliviana a una prue- 



¿r* 



— 36 — 

ba que, si le era favorable, le daba un título verdadero de liji- 
midad, cualquiera parte que la violencia o la mala fe hubiesen 
tenido en su establecimiento; i si le era contraria ponía térmi- 
no a las calamidades de la guerra, restableciendo el orden anti- 
guo, i haciendo patente toda la injusticia i la inconveniencia 
del nuevo. 

»Dos veces se propuso este arbitrio a los respetables ajentes 
británicos encargados a la mediación; una por el Plenipoten- 
ciario don Mariano Egafia, en el Perú, i otra por el Ministro de 
Relaciones Esteriores en esta capital. Ambos lo juzgaron inad- 
misible, no a la verdad en cuanto a la sustancia, sino en cuanto 
al medio propuesto por Chile para esplorar la voluntad del 
pueblo peruano, sin el peligro de que se produjese el irrisorio 
simulacro de asambleas deliberantes que habia dado el ser a 
la Confederación Perú-Boliviana. Pero aun no estaba cerrada 
la discusión, cuando la noticia del espléndido triunfo de Yun- 
gai, del rápido levantamiento del Perú i de Bolivia, de la de- 
posición del jeneral Santa Cruz, no solo como Protector de la 
Confederación, sino como Presidente i de su espulsion de 
ambos territorios, puso términos a ellas, i demostró al mundo 
que la injusticia, la obstinación i la temeridad no estaban en 
esta contienda del lado de Chile. 

>Si aun pudiese quedar alguna duda en espíritus prevenidos 
contra el desinterés de nuestras miras, la conducta que obser- 
va actualmente i a que siempre será fiel el Gobierno, la disi- 
pará del todo. No hemos intervenido de modo alguno en los 
negocios internos del Perú, cualquiera que hubiese sido la per- 
sona en quien depositase el pueblo peruano la autoridad su- 
prema, hubiéramos respetado su elección. Esta ha sido nuestra 
política respecto de los Estados Americanos, i lo será respecto 
de Bolivia i cualquiera otra que se halle en igual caso. Se ha 
dado orden para el regreso inmediato del ejército, i aguarda- 
mos que lo efectúe para dar principio a la negociación de los 
Tratados de amistad i comercio que deben ligar a las dos repú- 
blicas chilena i peruana. Jamas se nos echará en cara que he- 
mos hecho un uso poco jeneroso de la victoria, o que nuestros 
esfuerzos por la restauración del orden público de los Esta- 
dos del sur, i contra una innovación que legaba a nuestra pos- 



— 87 — 

teridad un ejemplo funesto, abrigaban miras ocultas de venta- 
jas comerciales. Fiamos la prosperidad de nuestro suelo en los 
medios que nos ha concedido la naturaleza, i solo contraria- 
remos las trabas artificiales que una política mal entendida 
quiera poner a su espontáneo desarrollo. 

>A pesar de la liberalidad de las instrucciones dada para las 
operaciones de nuestras fuerzas navales, se han suscitado a 
veces controversias con los neutrales; i me lisonjeo de que en 
su arreglo se han dado por nuestra parte pruebas inequívocas 
de moderación, i de que no somos ciegos al interés que tiene 
esta República en el fomento del comercio. 

»He tenido la oportunidad de ver de cerca el espíritu leal i 
conciliatorio de que está animada la clase verdaderamente res- 
petable de los comerciantes estranjeros establecidos en Chile, 
i uno de mis votos mas sinceros es, que ninguna ocurrencia 
vuelva a turbar la íntima simpatía que me lisonjeo ver resta- 
blecida entre ella i el pueblo chileno. Las escenas de fusión 
amistosa i, por decirlo así fraternal de que acabo de ser testi- 
go; i el espectáculo que me ha presentado Valparaíso, de lo 
que pueden la actividad e intelijencia estranjeras combinadas 
con los elementos de prosperidad que encierra nuestro suelo, 
han dejado en mi alma recuerdos que no se borrarán jamas! 

» Terminada la guerra con el Gobierno del jeneral Santa 
Cruz, se han renovado espontáneamente los antiguos vínculos 
entre Chile, Bolivia i el Perú. El esmero de la administración 
chilena en estrechar esta amistad preciosa será constante e 
invariable; i lo emplearemos igual en el cultivo de las relacio- 
nes que nos unen con la Federación Arjentina, que no vaciló 
en lanzarse con nosotros a una lid de sacrificios i peligros en 
defensa de las libertades americanas. |I ojalá que todas las 
Repúblicas de Hispano América, convencidas de lo que importa 
su íntima unión al bienestar de cada una, la consolidasen bajo 
formas que diesen nuevas garantías a su seguridad, a su res- 
petabilidad interior i estertor, e hiciesen imposible la repetición 
de otros atentados, como el que acaba de reprimirse en el Perú. 

«Puedo aseguraros que nuestras relaciones con las demás po- 
tencias estranjeras nada existe que deba causarnos inquietud 
acerca de la continuación de esta paz inestimable, de esta con- 



— 88 — 

cordia con todos los pueblos de la tierra, a que siempre se han 
dirijido los votos más fervorosos del Gobierno de Chile. La jus- 
ticia es el cimiento de la paz. El Gobierno penetrado de ese sen- 
timiento, se ha ocupado, aun durante las exijencias de la pasada 
guerra, en el examen i arreglo de todas las demandas de indem- 
nización de las potencias estran jeras; i hará cuanto esté de su 
parte para su pronto i equitativo ajuste, a que espero daréis 
una atención asidua en el curso de la presente lejislatura. 

»He abierto los puertos de la República al comercio español 
poniéndolo sobre e) mimo pié que el de las naciones mas favo- 
recidas, o hablando con mas propiedad, sobre el pié de igual- 
dad de que gozan en nuestro mercado todos los pabellones 
estranjeros. Asegurado de las disposiciones pacificad del Go- 
bierno español, he nombrado un Ministro Plenipotenciario que 
v se dirijia a la Península para negociar un tratado en que se 
reconozca solemnemente nuestra independencia, i se consagren 
los lazos fraternales que deben ligarnos con los habitantes de 
la tierra de nuestros padres. 

»El Ministro de Relaciones Estertores completará en su 
Memoria el cuadro lijero a que me veo precisado a reducirlas 
en este momento para no fatigar vuestra atención. El some- 
terá a vuestra aprobación constitucional el tratado que hemos 
celebrado con el Gobierno de S. M. B. para concurrir por nues- 
tra parte a la abolición del comercio de esclavos, objeto digno 
de la solicitud de aquel ilustrado Gobierno, i a que me ha pare- 
cido ligada en cierto modo la cooperación de Chile, por el esta- 
tuto memorable que proscribió la esclavitud en nuestro suelo, 
i por el Acta Constitucional que ha convertido esta proscrip- 
ción en una lei fundamental de la República. El Ministro de 
Relaciones Esteriores tiene también encargo de presentaros el 
tratado de amistad, navegación i comercio, ajustado con S. M. 
el Emperador del Brasil. 

>En medio de los desvelos incesantes a que la prosecución 
de esta guerra me obligaba, me lisonjeo de que no hallareis 
desatendidos los demás objetos de servicio público. La enume- 
ración de las providencias que se han dictado para la mejora 
de la policía de la capital i de otras ciudades; para el fomento 
del comercio interior; para el arreglo económico de los hospi- 



— 39 — 

tales; para el de las cárceles, estableciéndolas donde faltaban; 
para el de pesos i medidas; para la dirección de obras públi- 
cas; para la refacción o conservación de los edificios públicos 
existentes, i la erección de otros nuevos; para la mejor organi- 
zarían del ramo de correos; para la de la interesante institu- 
ción de subdelegados e inspectores; para protejer el derecho de 
propiedad contra los ataques a que pudiera estar espuesto en 
los casos de espropiacion forzosa autorizados por la Constitu- 
ción; para hacer mas regular i espedita la administración de 
justicia, ya simplificando los trámites, ya determinando las 
funciones del ministerio público, ya señalando los tribunales 
que deben conocer en ciertas causas cuya lejítima competencia 
era dudosa; ya dando reglas para la reintegración de las cortes, 
a fiu de que se halle siempre completo el número legal de 
ministros, ya estableciendo penas para delitos comunes que no 
las tenian suficientemente determinadas; ya prescribiendo el 
método de ejecución de las sentencias; ya practicando una 
visita judicial en el territorio de la República, i corrijiendo 
varios abusos introducidos en los juicios; la enumeración, 
repito, de estas i otras providencias, en que merece una men- , 
cion señalada el establecimiento i organización de un tribunal ' 
de consulado en el puerto de Valparaíso, donde era necesidad 
absoluta para el comercio, hallará su lugar en la memoria que 
se os presentará por el Ministro que tiene a su cargo los depar- 
tamentos del Interior i de Justicia. 

>Yo hubiera deseado añadir a estos trabajos legislativos el 
de una nueva lei para precaver o reprimir ios estravíos de la 
libertad de imprenta, concillando, mejor que en la que hoi rije 
las garantías tutelares que nuestra Constitución ha concedido 
a la circulación del pensamiento con las que ella misma ha 
querido acordar a la relijion, a la moral, a la seguridad co- 
mún, i al mas precioso de los bienes humanos, la reputación i 
buen nombre. Pero me ha parecido que provisiones legales 
destinadas a asegurar i regularizar el ejercicio de un derecho 
tan caro a los pueblos i tan necesario para la conservación de 
los otros, inspiraría mas confianza si no emanacen de la sola 
opinión del gobierno, i se presentasen al público bajo los aus- 
picios de la representación nacional. 



— 40 — 



♦ 



\ 
\ 



»Por lo que toca al caito, me limitaré r* deciros que se han 
dirijido preces a la Sede Apostólica, para la erección de metró- 
poli eclesiástica en Santiago i de dos sillas episcopales en Co- 
quimbo i Chiloé; que el arreglo* dé relaciones regulares con el 
Sumo Pontífice, objeto de tanta importancia para la iglesia chi- 
lena, ha sido i es una materia de constante solicitud en el 
Gobierno; que se ha reedificado el colejio de Propaganda de 
Chillan, se ha establecido en él una casa de estudios, i se han 
aumentado los misioneros, i que en la ciudad de Castro de la 
provincia de Chiloé, se ha fundado un nuevo colejio de Propa- 
ganda i casa de estudios; establecimiento que cuenta ya con 
un crecido número de novicios i estudiantes i que como el de 
Chillan, me parece destinado a producir grandes bienes, pro- 
moviendo la conversión, civilización i verdadera incorporación 
de los indios en el seno de la patria. Las escuelas primarias 
florecen i se multiplican. Se ha abierto de nuevo el conserva- 
torio del Instituto Nacional, en que adelanta cada dia la educa- 
ción secundaria i científica, se han establecido liceos e institu- 
tos provinciales en Cauquénes i San Felipe; se ha restaurado 
el de Concepción; se ha acordado plantear uno nuevo en San 
Fernando, reedificar i reorganizar el de Talca, i se ha mejo- 
rado notablemente el de Coquimbo. A la Universidad de San 
Felipe, se ha sustituido una casa de estudios jenerales con la 
denominación de Universidad de Chile, que celebrará sus sesio- 
nes en el edificio que acaba de concluirse en Santiago, desti- 
nada también a la Biblioteca, Museos i otros establecimientos 
literarios de la capital. Creo de suma importancia dar a este 
cuerpo estatutos que lo hagan eficazmente útil para el pro- 
greso de la literatura i las ciencias, i este es uno de los objetos 
preferentes en que me prometo la cooperación de vuestras 
luces i de vuestro celo patriótico. 

» Fácil es haceros cargo de la contracción asidua que las 
atenciones de las pasadas guerras prescribían al Departamento 
de Hacienda; pero no por eso se han descuidado en él las otras 
obligaciones administrativas; i las del crédito nacional han 
tenido, como era justo, una parte mui principal en las delibe- 
raciones del gobierno. Por decreto de 22 de febrero de 1837, 
se mandó consolidar la deuda nacional interior, exijiendo un 



— 41 — 

diez por ciento de derecho de consolidación, que debía enterarse 
en dinero efectivo, i se agregaba al total. La deuda consolidada 
asciende hasta la fecha a un millón quinientos sesenta mil 
novecientos veinticinco pesos, i se paga por este capital un 
interés de tres por ciento anual. Se han amortizado treinta i 
un mil ochocientos cincuenta pesos. El diez por ciento de 
derecho de consolidación ha producido ciento cuarenta i cua- 
tro mil setecientos cuarenta pesos, i es uno de los recursos con 
que se ha provisto a los gastos de la guerra. 

iDeseoso de hacer justicia a los reclamos de los accionistas 
del empréstito estranjero, he dado amplias instrucciones a un 
ájente de la República que en este momento está sin duda en 
Londres, a donde se le destinó tiempo há con el encargo de 
procurar un ajuste satisfactorio i honroso. Esta es la carga 
mas grave que se ha hecho sentir sobre nuestro erario, desde 
que apenas hubo empezado a salir de la penuria i co afusión 
en que le dejaron los apuros i conflictos de la guerra de la 
independencia. Los que calculen la proporción entre el grava-, 
men que nos impone este empréstito, i las rentas anuales del 
Estado; los que sepan el trabajo continuo que ha sido necesario 
para reducir a un sistema ordenado la administración de los 
caudales públicos, no culparán la buena fe del gobierno, ni le 
acusarán de injusto, porque ha creído que la dura providencia 
de retardar los dividendos de algunos años era el único medio 
de preparar recursos permanentes para hacerlos después con 
regular puntualidad. Yo creo no engañarme presajiando una 
época no distante en que la satisfacción de nuestros acreedores 
estranjeros deje de ser una escepcion a la buena inteligencia que 
deseamos mantener con todos. Estoi seguro de que nosotros 
i la nación entera mirarán este objeto como digno de cuantos 
sacrificios podamos hacer para obtenerlo. 

>La lei de 16 de agosto de 1836 que se dictó en los primeros 
momentos de la alarma producida por la conducta del Presi- 
dente de Bolivia, me autorizó para levantar un empréstito de 
cuatrocientos mil pesos, destinados a la creación de una fuer- 
za naval. El gobierno por decreto de 1.° de setiembre del 
mismo año lo redujo a la suma de doscientos mil pesos, pero 
cobró solamente ciento cinco mil. De este capital, que paga 



— 42 — 

un ínteres de cuatro por ciento están ya amortizados veintidós 
mil quinientos pesos, que ascienden a mas de la quinta parte. 

»Se han ajustado las bases de una contrata para la construc- 
ción de nuevos almacenes' de Aduana en Valparaíso. Al pre- 
sente se invierte en el arrendamiento de almacenes particu- 
lares i salario de los numerosos empleados de Aduana i Estanco, 
que son necesarios para su servicio por estar diseminados a 
distancias considerables, la suma de veinticinco mil pesos, 
poco mas o menos, con cuyo ahorro se reembolsará ea cuatro 
años el costo del edificio proyectado. 

>Se han suspendido los subidos derechos impuestos sobre 
los azúcares i chancacas peruanas en el año de 1834; medida de 
retorsión por los que en el Perú se exijieron a los trigos i ha- 
rinas de Chile. 

»Se ha espedido una ordenanza para el arreglo de la Conta- 
duría Mayor i del Tribunal superior de cuentas. Esta medida, 
que yo había tenido la honra de anunciaros tiempo hace, es 
de una importancia vital para el arreglo de la Hacienda públi- 
ca. Nada se ha omitido para hermanar en ella la custodia efec- 
tiva de los intereses fiscales a lo que importa mas que todo, la 
prontitud en el examen de las cuentas i a la división de las 
causas, con la claridad i simplicidad, no menos necesarias para 
la exacta ejecución de las leyes. 

»En esta época de dificultades para el erario, el Crédito Pú- 
blico ha satisfecho escrupulosamente sus obligaciones. Los 
empleados de todas clases han recibido sus salarios sin retardo 
ni descuento; no se ha establecido impuesto alguno estraordi- 
nario; no se ha recurrido al arbitrio odioso de los empréstitos 
o donativos forzados; no se ha causado gravamen alguno a las 
propiedades. El Gobierno ha encontrado en su crédito, en los 
espontáneos servicios de los particulares, i en los recursos de 
una severa economía, lo necesario para cubrir sus empeños. 

»Me resta deciros, para daros idea del movimiento de las 
rentas públicas, que los ingresos del año de 1837, ascendieron 
a dos millones quinientos setenta i un mil setenta i tres pesos, 
i los del año de 1838 a dos millones trescientos quince mil 
veinticuatro. 

»E1 Departamento de Guerra i Marina era naturalmente 



— 4a — 

llamado a una ocupación constante i laboriosa durante la 
lucha que ha sostenido Chile con el usurpador del Perú; pero 
laa providencias dictadas para la creación, aumento, reforma, 
disciplina i destino de los varios cuerpos del Ejército, se os 
presentará con mas oportunidad en la Memoria del respectivo 
Ministro. Los resultados de estas operaciones del gobierno 
estáñala vista; mediante ellas hemos podido atacar al ene* 
migo en la capital de su imperio, i el pabellón de Chile ha 
flameado sobre todas sus costas. 

•Entretanto, la organización permanente de la fuerza ar- 
mada, la lei de retiros, la reforma del Código Militar, la crea- 
ción de nuevos cuerpos cívicos, han dado también materia a 
los cuidados de la administración i a la actividad de los jefes 
provinciales. Resta reglar el pié de paz del Ejército; el de 
nuestra escuadra que va pronto a ser aumentada con una fra- 
gata de excelente construcción; i lo que aun queda por hacer 
para que el sistema de nuestras leyes militares, el de los ser- 
vicios i recompensas de nuestros guerreros, corresponda a la 
gloria de esta benemérita porción del Estado i a las esperanzas 
que sobre ella coloca a la patria. 

>Este debiera ser el lugar en que yo os trazase el cuadro de 
las operaciones militares en la guerra anterior. El íntimo en- 
lace de este asunto con nuestras relaciones esteriores me ha 
hecho anticiparlo en gran parte, i solo me resta hablar de los 
sucesos que han puesto fin a la contienda. ¡Cuántos nombres 
inmortalizados por nuestras armas, si el de Yungai no los oscu- 
reciese! No necesitáis el que yo os recuerde los pormenores de 
una victoria en que la pericia militar i el valor hicieron vanas 
todas las ventajas de que era dueño el enemigo en número, 
posición i recursos; en que una juventud que hacia entonces 
el primer aprendizaje de la milicia compitió en interés i sere- 
nidad con los veteranos encanecidos bajo las armas; en que 
laa fuerzas enemigas fueron, no derrotadas, sino destruidas, 
i sus débiles restos no se salvaron sino para llevar la confu- 
sión i el desmayo a los pocos partidarios sinceros de una domi- 
nación funesta, i para asistir a su postrera agonía. Tampoco 
esperareis que me esplaye sobre el inagotable asunto que me 
ofrecerían las proezas, las fatigas, los distinguidos servicios de 



— 44 — 

los jefes, de los oficiales, de todos los individuos de aquel ejér- 
cito, gran parte de los cuales me glorío de haber contado entre 
mis antiguos compañeros de armas; la imponderable paciencia 
de la tropa en medio de privaciones i penalidades sin ejemplo: 
su disciplina, su moderación, que resalta tan noblemente sobre 
su denuedo heroico. ¿Hai acaso uno de vosotros que no con- 
serve impresos en la memoria con caracteres indelebles los por- 
menores que omito, i que, al oírlos, al referirlos, al celebrarlos, 
no haya palpitado mil veces con las emociones mas vivas del 
entusiasmo patriótico? El monumento decretado al Ejército 
Restaurador os parecerá, sin duda, un justo tributo de gratitud 
a nuestros héroes: él es, por otra parte, la sola recompensa de 
aquellos a quienes no concedió el cielo pisar otra vez las pla- 
yas queridas que saludaron con tan alegres aclamaciones al 
embarcarse bajo el pabellón de la patria, i que inmolándose 
por ella la dijeron el último adiós desde las orillas del Santa 
en que reposan sus reliquias. 

»E1 Jeneral en Jefe ha tenido la honra de ver a su lado en 
esta campaña los caudillos mas ilustres de la Independencia 
peruana. Yo me complazco en pensar que los dias de paz i 
ventura que van a amanecer para el Perú, fortificarán mas i 
mas la fraternidad antigua de chilenos i peruanos, ilustrada 
en tantas jornadas de peligros i glorias comunes. 

»La Escuadra ha rivalizado con el Ejército en ardimiento i 
constancia. Ella también ha luchado con dificultades i padeci- 
mientos no comunes. Ella ha hecho recordar en Casma los 
trofeos navales que adornaron la cuna de nuestra República.» 

Este mensaje comprendía todo el período de 1839. 

En 1840 el Vice don Joaquín Tocornal espuso rápidamente 
el estado de la República a consecuencia del grave estado de 
salud del Jeneral Prieto. En 1841 el Presidente Prieto cerró 
su período de gobierno, con la siguiente esposicion: 

«En el estado presente de nuestras relaciones con las poten- 
cias estranjeras i particularmente con las repúblicas hermanas, 
no diviso ningún motivo de recelar que esperimenten una alte- 
ración sensible la amistad i buena inteligencia que nos esmera- 
mos en cultivar con todos. 

> Ansioso de estenderlas, he enviado a la Corte de Madrid la 



— 45 — 

legación acordada tiempo ha por el Congreso, para el solemne 
reconocimiento de la independencia de Chile, i he aceptado 
gustoso las indicaciones que se me han hecho por el rei de 
Béljica, por el rei de Dinamarca, i por las ciudades Hanseá- 
ticas, para la celebración de tratados que den a su comercio con 
este país garantías durables i mutuamente provechosas. Igual- 
dad para todos los pueblos de la tierra, i estricta reciprocidad 
de concesiones, son los principios que regulan la política es- 
terna de Chile, i que me parecen dictados a una por la justicia 
i por nuestro interés permanente. Ni se oponen a estos princi- 
pios la preferencia que reclaman nuestra naciente navegación 
i comercio, i la limitación de todo pacto internacional a un 
moderado plazo, que nos permita modificarlo o derogarlo cuan- 
do no corresponda a nuestra esperanza. 

»Aun no ha terminado la discusión de los reclamos de los 
Estados Unidos de América, de que se os ha dado cuenta en 
las memorias ministeriales de los años precedentes; pero se tra- 
baja constantemente en ellos, i me lisonjeo de que el gobierno 
llegará mui presto a un resultado satisfactorio. 

>Se han dado por nuestra parte algunos pasos para apresu- 
rar la reunión del Congreso de plenipotenciarios americanos en 
Lama. Sosegados felizmente los disturbios que poco ha se sus- 
citaron con los departamentos peruanos del Sur, podrán talvez 
aquel gobierno i el de Bolivia dedicar su atención a este asun- 
to, iniciado años hace, i siempre postergado por las convulsio- 
nes políticas que se reproducen bajo tantas formas en el conti- 
nente americano. 

>He dado orden para que se retire de Bolivia la legación 
enviada al gobierno de aquella república. Su permanencia allí 
ha dejado de ser útil para la promoción de los verdaderos inte- 
reses sud-americanos para la defensa de los derechos de 
Chile. 

>En la administración interior de la república, la escasez de 
fondos de la Municipalidad ha sido un obstáculo casi invenci- 
ble pasa la mejora de la policía de seguridad, comodidad i aseo 
en las ciudades i campos; pero el celo de algunos jefes provin- 
ciales i departamentales ha luchado contra él con buen suceso; 
se aVren nuevos caminos i se trabaja incesantemente en repa- 



~ 4* — 

rar los antiguos; las poblaciones mejoran de aspecto; i aquellas 
mismas que una serie de calamidades naturales cubrió de luto, 
hacen esfuerzos vigorosos para levantarse de sus ruinas, i reu- 
nir otra vez sus esparcidos habitantes. 

» Participareis sin duda de la satisfacción con que miro los 
útiles trabajos de la Sociedad de Agricultura que excitan cada 
dia mas la atención e interés del público, i realizan las espe- 
ranzas que la ilustración i celo patriótico de sus miembros le 
hicieron concebir desde el principio. Hállase ya en posesión de 
un pequeño fundo en las cercanías de la capital, para el estu- 
dio práctico de una ciencia que está en relación inmediata con 
el ramo mas importante de la riqueza chilena. Yo me prometo 
que el ejemplo de esta sociedad estimulará la formación de 
otras que se dediquen al fomento de las demás especies de in- 
dustria, i que estiendan talvez sus miras a la educación moral 
i relijiosa de las clases inferiores del pueblo; jérmen de todos 
los verdaderos i sólidos adelantamientos sociales. Somos testi- 
gos de los beneficios que el espíritu de asociación derrama en 
nuestra época sobre la condición de los pueblos; espíritu que, 
por otra parte tiene una conexión evidente con el de las insti- 
tuciones republicanas, i la robustece i fecunda. 

>E1 gobierno está persuadido de que la posesión de datos 
estadísticos exactos es la base de que deben partir todas las 
providencias administrativas; i en este concepto ha dado orden 
para que los Intendentes i Gobernadores recojan i remitan, con 
la dilijencia i esmero posibles, los que estén a su alcance. Un 
censo jeneral de la población es sin duda el primer paso en 
este jónero de investigaciones; i como para llevarlo a efecto 
será menester invertir algunos fondos, me propongo presentar 
al Congreso, en la presente lejislatura, un proyecto de lei sobre 
esta materia. No ignoráis las dificultades que varias causas lo- 
cales oponen entre nosotros a la adquisición de materiales es- 
tadísticos bastante completos; pero he creído que era ya tiem- 
po de empezar a luchar contra ellas. La inevitable imperfección 
de los primeros resultados, no es un motivo que deba arredrar- 
nos de dar principio a una obra necesaria, que llevada adelan- 
te por las administraciones sucesivas podrá contribuir mucho 
al acierto de vuestros futuros trabajos i los del gobierno. 



— 47 — 

»Se han encargado medidas para la seguridad i economía 
del presidio ambulante. La esperiencia ka demostrado que 
bajo su pié actual, esta parte del réjimen penal se halla es- 
pueeta a serios inconvenientes, i convencidos de que es indis- 
pensable reformarla, he nombrado un comisionado que trasla- 
dándose a la isla de la Mocha, averigüe si ella presenta las co- 
modidades necesarias para la fundación de un presidio. 

>La Biblioteca Nacional, que tanto debe a la construcción 
asidua i gratuita de su ilustrado Director, va a trasladarse al 
edificio que le está destinado, i que también se ha dado cabida 
al gabinete de historia natural, depósito ya apreciable de un 
gran número de objetos nativos i exóticos. Se ocupa todavía en 
ordenarlo i enriquecerlo el distinguido naturalista que fué co- 
misionado por el gobierno para recorrer el territorio de la repú- 
blica i esplorar sus variadas producciones. La necesaria, narra- 
ción de su viaje con el resultado de sus laboriosas investigaciones 
sobre la jeografía, la historia natural i civil de Chile, saldrá a 
luz en Europa; i yo espero que nuestro erario, aun en medio 
de sus graves cargas, podrá contribuir a los costos de una edi- 
ción en lengua española, que es reclamada ansiosamente por 
los amantes de la prosperidad i la ilustración de nuestra patria, 
i contará sin duda un gran número de suscritores chilenos. 

>E1 Instituto Nacional adelantado i floreciente como se halla, 
i auxiliado por el de Coquimbo, donde un profesor intelijente 
ha dado a la enseñanza de las ciencias físicas, i particularmen- 
te de las que tienen mas conexión con el beneficio de minas, 
un ensanche desconocido hasta ahora en Chile, no ofrece ya 
bastante campo para el cultivo de los ramos científicos i lite- 
rarios, de un modo proporcionado a la creciente civilización 
i cultura de nuestro pais. En vísperas ya de dejar este puesto, 
me propongo iniciar i legar a la administración que ha de su- 
eederme una obra importante que organizando sobre bases 
mas estensas la educación pública, primaria i científica, llenará 
el vacío indicado en el art. 2.°, cláusula 5. a de las Disposiciones 
transitorias de nuestra carta constitucional. 

•Las rentas nacionales han ascendido en el año pasado de 
1840 a dos millones ochocientos treinta mil trescientos treinta 
i cuatro pesos. 



— 48 — 

» Sobre el Crédito Público interior, me basta, deciros que si- 
gue la marcha uniforme i regular de los años anteriores.» 



IV 



La carrera militar del jeneral Prieto comienza en el periodo 
inicial de las esploraciones del territorio austral que comunica- 
con el Plata. Fué voluntario en la penosa i arriesgada espedi- 
cion que realizó por tierras de los indíjenas, el Mariscal de 
Campo D. Luis de la Cruz, para esplorar i abrir camino recto 
desde la frontera de Chile hasta la ciudad de Buenos Aires; sin 
goce de sueldo, gratificación ni recompensa alguna, con el gra- 
do de teniente de milicias de caballería de Concepción. 

Ingresó en el ejército el 20 de agosto de 1805, a la edad de 
19 años. 

Precisamente habia vestido el uniforme militar en el propio 
aniversario de su nacimiento. 

Nació don Joaquín Prieto, en Concepción, el 20 de agosto 
de 1786, siendo sus padres el capitán de Dragones de la Fron- 
tera, don José María Prieto i la señora doña Carmen Vial. 

Pertenecía a dos familias notables de la localidad, de las 
cuales han provenido ilustres i meritorios servidores públicos. 

Los Prieto i los Vial, son apellidos históricos, que se repiten 
constantemente en todos los períodos mas notables de la Repú- 
blica, tanto en la carrera de las armas como en la administra- 
ción nacional. 

A este título es justo afirmar que la ciudad de Concepción 
ha sido la cuna de nuestra mas brillante jeneracion de hom- 
bres, i de servidores públicos, es decir, de patricios ilustres, 
pertenecientes a la verdadera aristocracia del talento i del pa- 
triotismo. 

Fué así como el jeneral Prieto, siendo desciendente de una 
familia distinguida, se incorporó en el ejército por sentimiento 
de vocación a la carrera militar. 

Un compatriota suyo, es decir, su comprovinciano, fué su 
primer jefe, el teniente coronel don Luis de la Cruz, asociado 



— 49 — 

al cual emprendió el reconocimiento de las pampas que se es- 
tienden entre Antuco i Mamilmapi i el Rio de la Plata. 

Esta espedicion fué ordenada por el Capitán jeneral don 
Luis Muñoz de Guzman i tuvo por objeto el reconocimiento de 
un camino descubierto por don Juan de Molina, directo desde 
las provincias del Sur hasta Buenos Aires, camino recto i franco 
según los contemporáneos. 

La espedicion partió, por el camino de Antuco i las tierras 
de Mamilmapi o Mamilmapu, el 7 de abril de 1806, recorrien- 
do los vastos territorios que se dilatan por los valles arjentinos, 
del otro lado de las cordilleras, hasta llegar a Buenos Aires. 

Duró hasta el 5 de julio de 1807, atravesando rejiones habi- 
tadas por los bárbaros indómitos, de la cual el Mariscal de la 
Cruz escribió un Diario prolijo e interesante en noticias de esas 
zonas desconocidas, compuesto de 70 pajinas manuscritas. 

Venciendo, a fuerza de valor i de talento, los obstáculos de 
la naturaleza, se pudo trazar un camino espedito que mas tarde 
debía servir de segura senda de comunicación, para el ejército 
i para el comercio, entre la frontera de Concepción i la provin- 
cia de Buenos Aires. 

Este camino ha sido objeto de importantes estudios en di- 
versas épocas de nuestra vida de nación independiente. 

Nuestros gobernantes i nuestros hombres de estudio han re- 
conocido, por medio de comisiones periciales, esos parajes i sus 
alturas, que sirven de pastoreo a los ganados de los indios de 
las vertientes orientales de los Andes, procurando una comuni- 
cación directa con el Atlántico. 

Julio Verne, el ilustre novelista que acaba de perder la Fran- 
cia i la humanidad, recordó esta senda histórica en su obra 
titulada Los Hijos del Capitán Grant (Capítulo XII) al hablar 
de las montañas de Chile, equivocando el nombre del Mariscal 
Luía de la Cruz con el de Zamudio de la Cruz como él llama al' 
ilustre militar esplorador. 

En esta empresa, que duró mas de un año, el jeneral Prieto 
hizo sus primeras armas de soldado, formando parte de la va- 
lerosa comitiva del Mariscal de la Cruz. 

A su regreso de Buenos Aires fué ascendido al grado de ca- 
pitán de milicias, el 14 de abril de 1809. 
4 



— 50 — 

Adhiriendo a la revolución de la Independencia en 1810, fué 
graduado capitán de ejército i un año después el 15 de marzo 
de 1811, emprendió la Campaña de la División auxiliar de 
Buenos Aires en el Rejimiento de Dragones. 

Acompañó, a título de esperimentado conocedor del camino 
de Antuco al Plata, al entonces capitán i mas tarde Mariscal 
don Andrés de Alcázar, empresa que se repitió mas tarde, has- 
ta en nuestros tiempos, para servir planes de gobierno. 

Por este camino envió a Buenos Aires, en 1891, una espedi- 
cion militar el Presidente Balmaceda para tomar posesión en 
Montevideo de una escuadrilla de buques de guerra que debia 
servir de defensa de la Constitución i las leyes contra la escua- 
dra 8 ub levad a a las órdenes del Congreso revolucionario de 
ese año. 



A su vuelta de Buenos Aires, Prieto continuó al servicio de 
la primera Junta de Gobierno Nacional, concurriendo a la Cam- 
paña del Sur desde abril de 1813 hasta setiembre de 1814, te- 
niendo en su hoja de servicios pajinas honrosas de los comba- 
tes de Talcahuano i Concepción, del Roble i Quechereguas. 

En 1813, habiéndose organizado el ejército insurjente en la 
ciudad de Talca, se dio a Prieto el mando de la tercera compa- 
ñía del rejimiento de la gran guardia. Con ese grado se batió en 
la jornada de San Carlos. Poco después se encontró en la toma 
de Concepción i Talcahuano i en los combates de Quirihüe, 
Chillan, Cauquénes, el Roble, el Quilo i Quechereguas. 

En la Campaña de 1814, sirvió Prieto en calidad de Jefe de 
Estado Mayor de una división del ejército; i después de los tra- 
tados de Lircai, cuando O'Higgins salió de Talca en marcha 
para Santiago, quedó con el mando político i militar de aquel 
cantón. 

En la funesta jornada de Rancagua tuvo el mando de un 
escuadrón de caballería que formaba parte de la división man- 
dada por el jeneral en jefe, que no se batió. 

Después de esta desgracia, Prieto emigró a Buenos Aires, 
donde encontró una ocupación lucrativa en los arsenales de 



— 51 — 

aquella ciudad, con el grado de teniente coronel i jefe de una 
brigada de artillería. 

Al producirse la reconquista española, en 1814, tenia el gra- 
do de sárjente mayor de Húsares. 

Emigrado al Plata, se trasladó a Mendoza, después del de- 
sastre de Rancagua, i se incorporó al ejército de los Andes que 
libertó al pais, concurriendo a la batalla de Chacabuco, con el 
grado de teniente coronel de artillería. 

En 1817, desempeñó el puesto de comandante j enera 1 de 
armas de Santiago i le correspondió organizar la defensa de la 
capital con motivo de la desastrosa sorpresa de Cancha 
Bayada. 

Desplegó € ánimo firme, paciente i organizador en aquellos 
dias de adversidad i angustia para los defensores de la Inde- 
pendencia, actividad i dilijencia para equipar e instruir en 
pocos dias una división de reserva que debia llegar al campo 
glorioso de Maipú (5 de abril de 1818) en el momento en que 
la victoria coronaba nuestras armas», según el elevado concep- 
to de un historiador cotemporáneo. 



VI 



Este mismo escritor continúa narrando la vida militar del 
jen eral Prieto en los siguientes términos, que reproducimos 
para mejor claridad de los acontecimientos de su vida: 

«Así continuó prestando sus servicios en el ejército, durante 
toda la administrado del Supremo Director O'Higgine; a quien 
ayudó en sus mas bellos designios i de quien mereció también 
muí señaladas muestras de amistad i de estimación. Después 
de la abdicación de O'Higgins, llegó para el vencedor de Be- 
navides una época de oscuridad relativa, pues que el jeneral 
Freiré miró con desconfianza a todos los partidarios i amigos 
del ex-Director. Pero esto mismo hizo que el partido vencido i 
muchos otros descontentos políticos mirasen a Prieto con mas 
viva simpatía i trabajasen por darle un lugar notable en las 
filas políticas. Prieto llegó de esta suerte a figurar en el Senado 
conservador de 1823, en las asambleas de 1824 i 1828 i en el 



— 52 — 

Senado de 1829, pero sin dejar su actitud tranquila i re- 
servada. 

>En 1825, cuando el Director Freiré abandonó la capital de la 
República por no prestar obediencia a la asamblea constitu- 
yente que se babia instalado con solo los diputados de la pro- 
vincia de Santiago, i cuando el grupo O'Higginista de esta 
Corporación resolvió con este motivo nombrar Director Supre- 
mo, fijó al efecto sus ojos en Prieto, si bien acabó por nombrar 
al coronel Sánchez, a causa de estar éste apoyado en un buen 
Tejimiento. 

»No es de creer que aquel nombramiento revolucionario i 
atolondrado lo hubiese aceptado Prieto, que sobre ser modesto 
por carácter, tenia bastante prudencia i discreción para dejarse 
arrastrar a donde no le convenia. Sánchez fué por veinticuatro 
horas el héroe de aquella aventura tan en mal punto intentada, 
mientras Prieto esperaba sin impaciencia i sin ambición que el 
curso de los acontecimientos le designase su hora. Desempe- 
ñando la vice-presidencia de la República el jeneral Pinto, que 
se lisonjeaba de ser mas conciliador que Freiré, no creyó con- 
veniente dejar por mas tiempo olvidado a un hombre como 
Prieto, que desde años atrás tenia el alto grado de Mariscal de 
campo i ostentaba en su pecho las medallas de Chacabuco i de 
Maipú i habia alcanzado las condecoraciones de la Lejion de 
Mérito de Chile i de la Orden del Sol del Perú, mereciendo 
esta última por la esforzada i eficaz dilijencia con que ayudó a 
preparar la espedicion libertadora de aquel virreinato, i que con 
poseer tantos honores, estaba, sin embargo, lejos de aquel pe- 
ríodo de la vida en que los hombres suelen perdonar el olvido 
por la necesidad del reposo. Prieto tenia solo cuarenta i dos 
años en 1828. A fines de este año le comisionó el Gobierno 
para reemplazar interinamente al jeneral Borgoño en el mando 
del ejército del sur, debiendo contraerse, ante todo, a hostili- 
zar la hueste de bandidos capitaneada por los hermanos Pin- 
cheira, encargo que por hacerse al vencedor de Benavides, de- 
bió de parecer mui acertado. 

«Hallábase el jeneral Prieto al frente del ejército en el sur, 
cuando tuvieron lugar las elecciones que dieron a Pinto en se- 
tiembre de 1829 la presidencia de la República. En esas elec- 



— 53 — 

ciónos figuró Prieto entre otros candidatos para la vice-presi- 
dedcia, cabiéndole la segunda mayoría de los votos dispersos. 
Según la Constitución de 1828, en caso de no reunir ningún 
candidato mayoría absoluta de sufrajios, tocaba al Congreso 
elejir el Presidente entre los que hubiesen obtenido «mayoría 
respectiva, i después el vice-presidente entre los de la mayoría». 
(Art. 72). 

•Sobre la elección de Presidente no ocurrió duda, porque el 
jeneral Pinto reunió la mayoría absoluta de sufrajios. Pero los 
demás votos habíanse esparcido nada menos que entre diecio- 
cho candidatos, siendo los mas favorecidos don Francisco Ruiz 
Tagle en primer término, en segundo don Joaquín Prieto, en 
tercero don Joaquin Vicuña, luego don José Gregorio Argome- 
medo, etc. ¿Quién debia ser el vice-presidente? De la embro- 
llada redacción del art. 72 de la Constitución nació una gran 
disputa. Las Cámaras, compuestas, por la mayor parte, de pi- 
piólos, se creyeron facultadas para desechar a Ruiz Tagle i a 
Prieto, que no eran de aquel partido, i elijieron a don Joaquin 
Vicuña. Los U'Higginistas, estanqueros i pelucones protestaron 
i dieron por infrinjida la Constitución. Tal fué una de las cau- 
sas ocasionales de la insurrección de 1829, insurrección que, 
según ya hemos observado antes, estaba preparada en los áni- 
mos por el concurso de muchas i variadas causas, i que, comen- 
zada en las provincias de Concepción i del Maule, no tardó en 
ser apoyada por el ejército de Prieto i en tener eco en el norte 
i sobre todo en la capital de la República, donde se hallaban 
los mas hábiles i alentados caudillos de la oposición. Así se vio 
envuelta la nación en la guerra civil hasta el desenlace de 
Lircai. 

» Cauto, cortés, diplomático, ejercitado en las prácticas pala- 
ciegas, que habia aprendido en la pepuefía corte de los capita- 
nes jenerales de la colonia antes de la revolución de 1810; reli- 
jioso de corazón, frió por carácter i aficionado a instruirse (1), 



(1) £1 jeneral Prieto no solamente tenia mas instrucción militar qne 
machos de sns mas notables compañeros de armas, siendo la artillería su 
arma mas conocida, sino que también gustaba mucho de la lectura varia- 
da e instructiva, conocía el idioma francés, i en cuanto a la lengua caste- 
llana, era capai de sentir sus escrúpulos gramaticales. 



— 54 — 

el jen eral Prieto no tenia, talvez por influjo de estas mismas 
cualidades, aquellos perfiles i rasgos romanescos que tanta po- 
pularidad habían granjeado a otros caudillos militares de la In- 
dependencia, singularmente a Freiré. Para hacerse dueño del 
aura popular había faltado a su valor cierta arrogancia caba- 
lleresca i a su ambición cierta audacia. 

«No sabríamos decir si por precaución o por delicadeza Prieto 
retardó el movimiento militar de 1829 a que la oposición le 
estaba invitando desde muchos meses antes, hasta que vio a la 
revolución tomar cuerpo en las principales provincias de la 
República. Entonces movió su ejército hacia la capital i acam- 
pó en la heredad llamada de Ochagavía, donde el 14 de diciem- 
bre de 1829 se batió con el jeneral Lastra, que mandaba las 
fuerzas del ya desorganizado i prófugo Gobierno pipiólo. Este 
combate indeciso i lleno de alternativas terminó por un trata- 
do, sobre cuya ejecución se suscitaron nuevas disputas entre 
las dos partes. Ambas habían llamado al jeneral Freiré como 
mediador i comprometídose a poner bajo su mando sus respec- 
tivas fuerzas, abrigando la secreta esperanza de encontrar en 
aquel tan gallardo militar, como desmazalado político, un cóm- 
plice de sus particulares miras. Freiré, a quien las intrigas i los 
empeños i por ventura su antigua rivalidad con Prieto, habían 
decidido en el último instante a favor de la causa del bando 
pipiólo, se creía con derecho de disponer a su albedrío, según 
la letra del tratado, de las tropas de uno i otro partido (2). La 
disolución del ejército del sur, o por lo menos la separación de 
Prieto, era inminente, i todos los trabajos de la revolución de- 
bían quedar frustrados (3), Prieto pidió esplicaciones sobre el 



(2) El jeneral Freiré i don Agustín Vial Santelices, fueron nombrados 
plenipotenciarios por parte del ejército de Prieto, para concurrir a los 
tratados de Ochagavía, en cuyo art. 1,° se estipuló lo siguiente: «Ambos 
ejércitos se ponen bajo las ordeños i mando del excelentísimo señor ca- 
pitán jeneral don Ramón Freiré, que dispondrá su destino o acantona- 
miento como estime conveniente al mejor servicio del Estado, su seguri- 
dad i tranquilidad pública. > 

(3) A consecuencia de ciertos incidentes que ocurrieron en Ochagavía, 
durante una suspensión de armas, creyóse ofendido individualmente de 



— 55 — 

destino que se pensaba dar a aquella división i la retuvo, ale- 
gando no estar obligado, según el tratado de Ochagavía, entre* 
gar a la discreción de Freiré otras fuerzas que los auxiliares que 
se habian agregado al ejército del sur en su tránsito para la 
capital. Esto era hablar como un casuista político. Fué imposi- 
ble entenderse sobre punto de tamaña importancia. Freiré, in- 
dignado salió de Santiago para reunir las fuerzas que aun le 
eran fieles, i Prieto acuarteló las suyas en la capital. Entretan- 
to la Junta de Gobierno Provincial erijidaen consecuencia de la 
revolución de 7 de noviembre, entregó a Prieto el mando mili- 
tar de la provincia, i en conformidad con el tratado de Ocha- 
gavia invitó a las demás provincias a enviar a la capital sus 
respectivos plenipotenciarios para constituir por su medio un 
nuevo gobierno nacional. Cuando Freiré apareció con su divi- 
sión a Orillas del Maule, el jeneral Prieto marchó a su encuen- 
tro, i viéndole situarse desatinadamente en el campo de Lircai, 
lo obligó a dar batalla i lo derrotó con facilidad (17 de abril de 
1830). 

>Tal habia sido la vida pública del jeneral Prieto. Como 
hombre privado, era de costumbres intachables. En su segundo 
viaje a la República Arjentina con la espedicion auxiliar man- 
dada por Alcázar, contrajo matrimonio en Buenos Aires con 
doña Manuela Warnes, de una familia distinguida por su pa- 
triotismo i destinada a dar mas de un guerrero ilustre a la causa 
de la Independencia sud-americana. Entre los chilenos de la 
espedicion no fué Priete el único sensible a las gracias de aque- 
lla beldad arjentina; pero fué el único que supo encontrar en 
ella una decidida correspondencia, como que a la afabilidad i 
buen gusto de sus modales reunia Prieto el atractivo de una 
bella configuración, siendo de estatura bien proporcionada, de 
ojos hermosos i benévolos, de rostro'blanco i apacible, i distin- 



Prieto el coronel don Benjamín Viel, i con este motivo le dirijió cuatro 
dias después (18 de diciembre) un cartel de desafío. El jeneral Prieto, que 
▼eia pendiente de su vida i de su espada la suerte de todo un partido, 
respondió a este reto aplazando para después del desenlace de aquella 
crisis, la ejecución de este duelo, que los acontecimientos políticos hicie- 
ron imposible. (Chile bajo el imperio de la Constitución de 18280 



— 56 — 

guiándose en particular su continente por lo marcial i donai- 
roso (4). 

> Al llegar al primer puesto de la administración de la Repú- 
blica el jeneral Prieto se mostró penetrado de la importancia 
de la misión que le tocaba desempeñar en el poder, i con la 
modestia que le era característica, dijo a sus Ministros en la 
primera conferencia que tuvo con ellos: cEn mí no encontra- 
reis ciencia, señores; pero sí honradez, patriotismo i un decidi- 
do deseo de hacer el bien». 



vn 

En 1818 fué encargado de la dirección de la Maestranza, en 
cuyo tiempo armó i pertrechó al ejército libertador del Perú 
de todo lo necesario, por cuyos servicios, fué condecorado por 
el Gobierno de aquella República con la orden del Sol. En 
1820 comandó en jefe la 2. a división del ejército del Sur, que 
protejió a la guarnición chilena sitiada en Talcahuano. Duran- 
te esta campaña desempeñó el gobierno interino de Concep- 
ción i el puesto de Jeneral del ejército de¿la frontera, desde el 
18 de junio de 1821 hasta fines de ese año. 
{ En esa misma época sostuvo la campaña de Chillan contra 
el ejército de Benavides i el coronel Pico, el cual fué comple- 
tamente desecho por el ejército chileno en las célebres Vegas 
de Saldías. 

El coronel español Juan Manuel Pico fué el último repre- 
sentante del rei en Chile, cuyo poder colonial recibió un golpe 
mortal en la campaña del jeneral Prieto. 

Este período histórico i militar ha sido ampliamente descri- 
to por el publicista don Benjamín Vicuña Mackenna en su 
' obra titulada La Querrá a Muerte. 



(4) Hemos tomado las noticias sobre la vida del jeneral Prieto hasta 
1829, de la obra del padre Gnzman El chileno intruido en la historia topo- 
gráfica, civil i política de su vais, tom. 2.° Hállase también en la Galería 
Nacional una biografía del jeneral Prieto escrita por don Diego Barros 
Arana. 



— 57 — 

La batalla de Saldías tuvo lugar el 10 de octubre de 1821, 
repasando el rio Chillan, destruyendo el jeneral Prieto por 
completo la división del coronel Pico i Benavides, tomándole 
la artillería, el armamento, los bagajes i las municiones i per- 
siguiéndolos hasta el otro lado del rio Laja. 

El jeneral Prieto invadió la Araucanía, ocupando todas las 
plazas de la frontera con sus divisiones e internándose hasta 
las mas lejanas tierras de los indios para destruir los últimos 
reductos de las montoneras españolas. 

Esta campaña militar honra altamente al jeneral Prieto por 
su éxito brillante, en la que tuvo por auxiliar al ilustre jeneral 
don Manuel Bulnes, aniquilando, de un modo definitivo, el 
poder del último jefe español en Arauco. 

En 1823 fué nombrado Jeneral en jefe interino del ejército 
del Sur i en 1830 jeneral en jefe del ejército de la República. 

En este mismo año se le nombró Intendente de la provincia 
de Concepción. 

Ya hemos narrado, valiéndonos de documentos relativos a 
aquella época, el período de la revolución política i militar 
qq¿ acaudillo entonces i que le dio por fin el gobierno del pais. 

En 1831 fué elejido Presidente Constitucional de la Repú- 
blica. El mismo historiador anteriormente citado, describe la 
inauguración de su gobierno del modo siguiente: 

«El 18 de setiembre de 1831, el jeneral don Joaquín Prieto 
recibió la investidura de la presidencia de la República en pre- 
sencia de las Cámaras legislativas i prestó el juramento de su 
cargo. La ceremonia se hizo con solemnidad. La coincidencia 
del aniversario de la independencia con la instalación del nue- 
vo Gobierno, era un feliz presajio para el partido que habia 
tomado ia dirección de los negocios públicos.» 

Inició su administración en el aniversario cívico de nuestra 
independencia, estatuyéndolo como una tradición histórica en 
la inauguración del período de gobierno de todos los majistra- 
dos públicos. 

Hemos narrado, reproduciendo sus mensajes al Congreso, 
bu administración, combatida por los pipiólos o liberales i sos- 
tenida por los pelucones o conservadores, siendo un período 
laborioso de reconstitución nacional. 



— 58 — 

Como época de transición, en la que era menester dotar a 
la República de sólidas bases de buen gobierno, la administra- 
ción del jeneral Prieto fué rudamente ajitada por las contien- 
das políticas. 

El huracán de las ideas i de los principios ajitó i convul- 
sionó a la sociedad chilena, tanto en la prensa como en el seno 
de los partidos. 

Los liberales derrocados del poder por la revolución victo- 
riosa del jeneral Prieto, no cesaron de procurar la restauración 
de su antiguo predominio político. En medio de aquel réji- 
men restrictivo se sentían ahogados en sus aspiraciones i sus- 
piraban por la rehabilitación de la Carta fundamental de 1828. 

El predominio político absolutista del ministro universal don 
Diego Portales, suscitaba las mas enérjicaB protestas i reaccio- 
nes de la opinión pública movida por los liberales. 

Fué entonces cuando surjió la Sociedad Patriótica, como 
centro i asamblea política popular, fomentada por los liberales 
para sustituir el gobierno de la República por una adminis- 
tración mas en armonía con sub ideales republicanos. 

El Diablo Político, redactado por el célebre tribuno i perio- 
dista serénense Juan Nicolás Alvarez, encarnaba la idea repu- 
blicana en sus mas amplias manifestaciones. 

De uno i otro lado fermentaban los sentimientos patrióticos 
con un entusiasmo que hacia honor a su causa i al país. 

Realizando sacrificios jenerosos, esponian vida i fortuna por 
su partido i por la patria, sin mirar su juventud ni retroceder 
ante el porvenir incierto o seguro por lograr consolidar una 
situación próspera i estable para la República. Este ejemplo 
de civismo es justo recordarlo como una lección de lejítimo 
orgullo nacional para la juventud, hoi que los principios se co- 
tizan i se tasan los esfuerzos de los hombres cuando se trata 
de la cosa pública o de los bienes comunales de los ciudadanos. 

Sin reproche para nadie retrotraemos estos recuerdos histó- 
ricos a la memoria de nuestros compatriotas, animados solo del 
buen propósito de citar un ejemplo educativo i moralizador 
para todos los chilenos. 



^*4L 



— 59 — 



VIII 



Reelejido el jeneral Prieto Presidente de la República en 
1836, tuvo que combatir la guerra civil que estalló en Quillota 
en 1837 i que trajo por consecuencia la muerte del ministro 
Portales, que fué fusilado en la Cabritería, caleta del puerto de 
Valparaíso. 

La revolución acaudillada en Quillota por el coronel don 
José Antonio Vidaurre, fué el resultado del estallido político 
de las conspiraciones liberales contra el predominio absolutista 
del ministro Portales que habia absorbido por completo el po- 
der público, anulando la responsabilidad i la autoridad del pre- 
sidente Prieto. Este es un hecho evidente i comprobado, por 
mas que Be ha querido manchar la memoria i los designios que 
movieron al infortunado caudillo militar de la revolución de 
Quillota, suponiéndole un traidor a la patria vendido al oro del 
Protector del Perú el mariscal don Andrés de Santa Cruz. 

Jamas se ha exhibido un solo documento que justifique tan 
tremenda acusación. 

Mientras tanto el coronel Vidaurre se vio colocado en una 
situación escepcional en la cual tuvo que asumir toda la res- 
ponsabilidad de su conducta para no debelar a los autores de 
la revolución que evidentemente dirijian el movimiento desde 
Valparaíso i Santiago. 

Hombres honrados i reconocidamente patriotas acompaña- 
ban al coronel Vidaurre i es un crimen sin nombre el de su- 
poner que todo el ejército acantonado en Quillota se componía 
de miserables traidores a la patria i a la República. 

Ese mismo ejército hizo la campaña restauradora del Perú i 
fué vencedor de la Confederación sustentada por Santa Cruz. 

La primera espedicion restauradora que comandó el vice- 
almirante don Manuel Blanco Encalada, i que pactó el tratado 
de Pau carpa ta, que rechazaron el pais, el gobierno i el Congreso 
de Chile, también podría ser juzgado con la misma severidad 
que se ha condenado al coronel Vidaurre, tan injustamente. 

Pero semejante opinión carecería de base justificada, puesto 
que el ilustre marino, captor de la fragata María Isabel i f un- 



— 60 — 

dador de nuestra gloriosa armada de guerra, está libre de toda 
sospecha por sus grandes servicios a la independencia i a la 
República. 

El coronel Vidaurre, como el vicealmirante Blanco Enca- 
lada, fué un patriota servidor público, que creyó servir al país, 
en Quillota, cual Blanco Encalada en Paucarpata, sugestionado 
por liberales influyentes de la capital, sin otro propósito que el 
de restaurar los principios fundamentales de buen gobierno 
perturbados por el absolutismo de Portales. 

Fué, sin duda, un error profundo el que cometió Vidaurre, 
asumiendo la responsabilidad de una revolución política, su- 
blevando un ejército confiado a su dirección en vísperas de 
emprender una campaña internacional, pero él juzgó en su 
conciencia que cumplía un deber de patriotismo sacrificando 
su carrera i su vida por lo que estimaba su convicción i su 
credo republicano. 

Debe salvarlo de la condenación histórica la abnegación con 
que se inmoló por no entregar a la justicia i al cadalso a que 
él subió como a un calvario, a los verdaderos promotores de la 
revolución de que él como buen soldado se hizo solidario con 
su espada i con su cabeza. 

No deseamos que en las ideas espuestas se vea otro pensa- 
miento que el de la justicia que nos anima al escribir este libro 
de reparación histórica consagrado a la memoria de los milita- 
res ilustres del Ejército de la República. 

Este mismo sentimiento nos ha guiado al enaltecer la vida i 
la labor pública del ilustre jeneral Prieto, cuyoB principios no 
podemos acojer con simpatías como liberales probados, pero 
que reconocemos que obró con patriotismo como gobernante 
en el concepto de honrados escritores nacionales. 



IX 



La campaña internacional que el jeneral Prieto emprendió 
contra la Confederación Perú-boliviana, fué una obra trascen- 
dental para la soberanía i la integridad de Chile i el porvenir 
de las naciones libres del Pacífico. 



— 61 — 

Devolvió al Perú su independencia, conquistada por nuestras 
armas en 1820, i a Bolivia su propia personalidad de nación 
sometida a Iob caprichos de un dictador. 

La anarquía reinaba en el Perú, a favor de las contiendas 
civiles, i Santa Cruz se aprovechó de esta situación para llevar 
loe ejércitos de Bolivia a Lima, después de vencer a Gamarra i 
de conducir al cadalso al jeneral Salaverry. 

Proclamado protector vitalicio, en 1836, de la Confederación 
Perú-boliviana, Santa Cruz soñó como Bolívar, en la forma- 
ción de un vasto imperio sud-americano. Santa Cruz, indio de 
pura raza incásica, salido de las selvas andinas, fué, es inne- 
gable, un carácter atrevido, favorecido por un jenio volcánico, 
que levantándose de la humilde tribu logró ascender a la cum- 
bre del poder i de los honores, por su valor militar i su capaci- 
dad de caudillo americano. 

Este concepto parecerá una herejía histórica para muchos, 
principalmente para los escritores que no tienen el coraje de 
arrostrar las responsabilidades de la verdad i de la opinión, 
pero nosotros nos atrevemos a dejar constancia de su valer, 
porque fué un hombre representativo i un guerrero soberano 
que concibió un plan estupendo que fué menester destruir por 
medio de una guerra continental. 

El ministro Portales, a quien debemos reconocer su profunda 
sagacidad diplomática, declaró la guerra a Santa Cruz para 
salvar a Chile de la amenaza que la Confederación Perú-boli- 
viana envolvía contra su soberanía de nación. 

Portales pactó tratados de alianza con el jeneral Paz, que 
ocupaba con su ejército la provincia de Córdoba, combatiendo 
al dictador Rodas que se creia aliado de Santa Cruz. 

Portales destruyó la empresa que no pudo realizar Bolívar 
i que Santa Cruz intentaba para dominar a Chile. 

La primera espedicion restauradora, enviada en 1837, como 
se ha dicho anteriormente, fué mandada por el vice-almirante 
Blanco Encalada, la cual celebró los tratados de Paucarpata, 
a las puertas de Arequipa, siendo desaprobados por el Gobier- 
no del jeneral Prieto. 

La segunda campaña se abrió en 1838, al mando del jeneral 



— 62 — 

don Manuel Búlnes, que desembarcó en el puerto de Ancón, al 
norte del Callao, con su división militar. 

£1 ejército chileno se componía de una dotación de seis mil 
soldados i obtuvo las victorias de la Portada de Guias, Puente 
de Buin, Matucana i cerro Pan de Azúcar, en Yungai. 

La batalla de Yungai, que finalizó esta gloriosa campaña del 
ejército chileno, tuvo lugar el 20 de enero de 1839, quedando 
en ella dostruido el poder de Santa Cruz. 

El jeneral Búlnes derrocó el imperio de Santa, Cruz con su 
espada en la sangrienta batalla de Yungai. 

Esta batalla es memorable por el esfuerzo i el heroísmo del 
ejército chileno. 

Nuestros soldados se batieron en un terreno adverso para laB 
operaciones militares, encontrándose el ejército de Santa Cruz 
situado en la cumbre del cerro Pan de Azúcar. 

Ademas se encontraban casi con sus fuerzas agotadas en tan 
terrible campaña, pues un historiador dice que los soldados que 
se batieron en Yungai eran verdaderos espectros, tan desnudos 
i exhautos por los rigores del clima i de la guerra, como por la 
escasez de equipo, de víveres i de recursos. 

Las cargas sucesivas de caballería que se dieron por el ejér- 
cito chileno en el cerro Pan de Azúcar, causaron horror al je- 
neral Gamarra, quien se cubrió la cara con las manos para no 
ver la terrible destrucción del ejército de Santa Cruz. 

Esta gloriosa victoria coloca al jeneral Búlnes a la altura 
de los primeros capitanes de América. 

Asimismo corresponde al ilustre jeneral Prieto la gloria 
de tan trascendental campaña internacional. 



X 



En 1841 el jeneral Prieto fué nombrado Consejero de Es- 
tado. 

En 1843 se le designó miembro de la comisión encargada de 
redactar el código militar. 

En este mismo año, el 14 de noviembre fué nombrado In- 



— 63 — 

tendente i Comandante Jeneral de Armas de la provincia de 
Valparaíso. 

El 26 de julio del mismo año se le nombró Comandante Je- 
neral de Marina. 

En 1846 fué elejido Senador de la República i poco después 
tomó parte de la Comisión calificadora de servicios mili- 
tares. 

Fué Juez de la Corte Marcial. 

En el Escalafón del Ejército ocupó los altos grados de bri- 
gadier (1821), mariscal de campo (1822) i jeneral de división 
(1827). 

Retirado a la vida del hogar falleció en Santiago el 22 de 
noviembre de 1854. 

Su vida militar i de majistrado es un timbre de honra i gloria 
para el ejército i para la República, i una de las pajinas mas 
brillantes de nuestra historia. 



HOJA DESERVICIOS 



EMPLEOS 



20 de agosto de 1805 teniente de milicias de la caballería 
de Concepción, 3 años, 7 meses, 24 días. 

14 de abril de 1809 capitán de ídem, 2 años, 7 meses, 19 
días. 

3 de diciembre de 1811 graduado de capitán de ejército, 1 
afio, 3 meses, 23 dias. 

26 de marzo de 1813, capitán de Húsares de la gran guardia 
nacional, 1 afio, 4 meses, 4 dias. 

30 de julio de 1814 sárjente mayor en ídem, 1 mes, 10 dias. 

10 de setiembre de 1814 comandante del 3 er escuadrón de 
ídem, 1 afio, 8 meseB, 2 L dias. 

1.° de junio de 1816 teniente coronel comandante de Ar- 
tillería, 1 afio, 10 meses, 13 dias. 

14 de abril de 1818 graduado de coronel en ídem, 2 años, 
2 meses, 3 dias. 



— 64 — 

17 de junio de 1820 coronel efectivo en ídem, 1 año, 5 me- 
eeB, 17 dias. 
4 de diciembre de 1821 brigadier, 4 meses, 8 dins. 

12 de abril de 1822 mariscal de campo, 5 años, 7 meses, 1 dia. 

13 de noviembre de 1827 jeneral de división de los Ejérci- 
tos de la República, 27 años, 9 dia. 

22 de noviembre de 1854 falleció en Santiago. 

CAMPANAS, BATALLAS I COMBATES EN QUE SE HA HALLADO 

En la penosa i arriesgada espedicion que para esplorar i 
abrir camino recto desde la frontera de Chile basta la capital 
de Buenos Aires por las tierras de los indíjenas, hizo de orden 
del Gobierno, el mariscal de campo don Luis de la Cruz a quien 
acompañó en clase de voluntario sin goce de sueldo, gratifica- 
ción ni recompensa alguna, desde el 7 de abril de 1806, en que 
dio principio la espedicion, hasta el 5 de julio del mismo año, 
en que salieron a las fronteras de Buenos Aires, habiendo te- 
nido que pasar a Córdoba, por estar entonces ocupada la capi- 
tal por los ingleses. 

En 15 de mayo de 1811 se ofreció también a ir en clase de 
voluntario i fué con las tropas de infantería i dragones de este 
reino que se enviaron de ausilio a Buenos Aires, haciendo todo 
servicio en clase de capitán de dragones. 

En la campaña al sur desde abril de 1813 hasta setiembre de 
1814. 

En la del Ejército de los Andes que libertó al pais. 

En la última del sur desde octubre de 1820 hasta abril de 
1822, en que fueron recuperadas las fronteras. 

En la acción de San Carlos en 1813, mayo 15, en la división 
de vanguardia: al dia siguiente de la acción fué destinado por 
el jeneral en jefe al mando de una guerrilla de cien hombres 
al otro lado del rio Nuble sobre Chillan, donde se replegó al 
enemigo entreteniéndole ínterin se sacaban dos piezas de arti- 
llería de a ocho que abandonó dentro de él. 

En este dia sostuvo con su guerrilla una dura i mui desigual 
acción, pues fué atacado por una división superior en fuerzas, 
en la cual sin embargo, de la superioridad de fuerzas del ene- 



— 65 — 

migo, consiguió el fin a qne fué destinado con mui poca pér- 
dida de jente de su parte i logrando algunas ventajas sobre el 
enemigo. 

El 17 fué destinado con la misma fuerza sobre Concepción 
con orden de tomar el mando interino de aquella ciudad, 
ai se consiguiese su rendición; cuya ciudad abandonó el ene- 
migo a los dos dias de su llegada a sus inmediaciones, retirán- 
dose aquél para Talcahuano, i entregó el mando de la ciudad 
al coronel don Antonio Mendiburu, en virtud de orden jeneral. 

A los dos dias fué destinado con su guerrilla sobre Talcahuano 
en cuyas inmediaciones se mantuvo hasta que se dispuso el 
ataque que fué después de muchos dias, sosteniendo de diario 
algunos tiroteos cortos, incomodando al enemigo, sorprendien- 
do sus avanzadas, i protegiendo su deserción. 

Para reconocer el campo por el jeneral i Cuartel Maestre 
sostuvo un ataque, tomando las alturas que dominan aquel 
puerto hasta haber logrado la operación completamente. 

£1 dia que se dispuso el ataque de este punto, fué destinado 
por el jefe de vanguardia a tomar las alturas en que hacía su 
defensa el enemigo lo que consiguió con el señor jeneral don 
Ramón Freiré, que mandaba otra guerrilla, en cuyas alturas 
se situaron nuestras piezas de artillería i en seguida protejidos 
por ellas bajaron hasta tomar la plaza. 

En la marcha de nuestro ejército sobre Chillan a estrechar el 
sitio, fué destinado siempre con su guerrilla a vanguardia, pro- 
tejiendo sus marchas i pasos de ríos, sufriendo varios tiroteos, 
particularmente, en el paso del río Collanco, en que desalojó 
al enemigo que guardaba el paso, obligándole a retirarse a la 
ciudad. 

Lo mismo sucedió para situar nuestras primeras i segundas 
baterías sobre Chillan. Se halló en las dos acciones del 3 i en las 
del 5 de agosto al mando de su guerrilla, con que diariamente 
incomodaba al enemigo, entrando en la ciudad por varios pun- 
tos pegando fuego. 

Cuando nuestro Ejército suspendió el sitio de Chillan, fué 

destinado a protejer los caudales i demás pertrechos de guerra 

que iban de esta capital al Ejército, en cuya comisión sostuvo 

la acción que le presentó el enemigo en Quirihüe con triples 
5 



— 66 — 

fuerzas i los hizo retirarse; salvando los caudales i demás, ha- 
biéndose replegado con ellos a la villa de Cauquénes, a cuyo 
punto lo siguió el enemigo en el momento que reforzó mas su 
división, habiendo sostenido i defendido todo el cargamento 
en dicha villa, en la cual fué atacado con obstinación por la 
división enemiga. 

En la acción del Roble, el 17 de octubre de 1813, quedando 
después que se retiró nuestro ejército a Concepción al mando 
de la división de observación, el cual desempeñó el tiempo de 
cuatro meses. 

En la del Quilo, paso del Maule, Tres Montes i Quechere- 
guas, en cuya marcha desempeñó el empleo de itinerario del 
Ejército. 

Después de las capitulaciones con el enemigo i que éste 
desamparó a Talca i que nuestro ejército marchó a esta capital, 
fué nombrado Gobernador i Comandante jeneral de Armas de 
aquella ciudad, hasta que tuvo orden de incorporarse al ejér- 
cito. 

En la batalla de Chacabuco, el 12 de febrero de 1817, agre- 
gado con el cuadro de oficiales a la artillería de los Andes, 
cuyo cuadro de esta arma mandaba entonces, por cuya acción 
usa una medalla de oro. 

En la de Maipú el 5 de abril de 1818, al mando de la divi- 
sión de reserva con que lo hizo salir de esta capital el Excmo: 
Director Supremo, el mismo dia de la acción, por la cual usa 
otra medalla de oro. 

Habiendo desempeñado también la Comandancia Jeneral de 
Armas de esta capital desde el 17 de diciembre de 1817 hasta 
abril de 1818. 

Después de esto fué encargado de la dirección de la Maes- 
tranza, en cuyo tiempo armó i pertrechó al ejército libertador 
del Perú de todo lo necesario, por cuyos servicios fué conde- 
corado por el Gobierno de aquella República con la orden del 
Sol. En la acción de Chillan, el 18 de diciembre de 1820, al 
mando de la 2. a división del ejército del Sur que salió de esta 
capital en protección de la 1. a que se hallaba situada en Talca- 
huano. 
Desempeñó en esta campaña el Gobierno interino de la pro- 



— 67 — 

vincia de Concepción i de Jeneral del Ejército, desde el 18 de 
julio de 1821 hasta diciembre del mismo año, en cuyo tiempo 
fué atacada nuevamente la provincia por los enemigos soste- 
niendo con dicha división todo el ejército enemigo que atacó a 
Chillan el 5 de octubre de dicho año, hasta que llegaron las 
fuerzas de la 1. a división el 7, poniéndose en marcha con ambas 
fuerzas el 8 en busca del enemigo, que se habia internado mas 
en la provincia hasta que el 10 de octubre del referido aflo en 
las Vegas de Saldias lo encontró repasando el rio Chillan, en 
cuyo punto lo atacó i destrozó completamente quedando en 
nuestro poder sn artillería, armamento, bagajes i municiones. 
En el mismo dia emprendió la persecución de los restos que 
escaparon dispersos, hasta el otro lado del rio Laja, de donde 
tuvo que volverse por la falta de caballos i víveres, i para dis- 
poner las tomas de las plazas de las fronteras, las que fueron 
recuperadas por las divisiones que mandó por varios puntos 
de ellas, dirijiéndose después con el resto de las fuerzas a ellas, 
en donde reunió las que allí se hallaban, i se dirijió con ellas a 
la tierra de los indios, en donde se habian refujiado algunos 
de los enemigos que no habian caído en nuestras manos, en 
donde se le presentaron varios de los que se hallaban allí reu- 
nidos con los indios, i se retiró de dichas tierras cuando el 
Gobernador i comandante propietario llegó a Concepción, a 
cuyas órdenes entregó el ejército. 



COMISIONES 

Fué nombrado Jeneral en Jefe interino del ejército del Sur, 
el 28 de diciembre de 1828. 

Jeneral en Jefe de todo el ejército de la República, el 2 de 
abril de 1830. 

Intendente de la provincia de Concepción con retención de 
la anterior comisión, el 1.° de julio de 1830. 

Presidente Constitucional de la República el 18 de setiembre 
de 1831. 

Reelejido Presidente, el 18 de setiembre de 1836. 

Consejero de Estado, el 7 de octubre de 1841. 






— 68 — 

Miembro de la Comisión que debia formar el Código Militar, 
el 18 de enero de 1843. 

Intendente i Comandante Jeneral de Armas de la provincia 
de Valparaíso, en 1843. 

Comandante Jeneral de Marina, el 26 de julio de 1843. 

Senador del Congreso Nacional, en 1846. 

Se le admitió su renuncia de Intendente i Comandante Jene- 
ral de Marina, el 13 de noviembre de 1846. 

Miembro de la Comisión Calificadora de Servicios Militares, 
en 1847. 



CUERPOS DONDB HA SERVIDO 

En el rejimiento de Milicias de caballería, de Concepción, 6 
años, 3 meses, 3 dias. 

En el Cuerpo de Dragones, de Concepción, 1 año, 3 meses, 
23 dias. 

En el rejimiento de Húsares de la Gran Guardia Nacional, 
3 afios, 2 meses, 5 dias. 

En el rejimiento de Artillería, 5 afios, 6 meses, 3 dias. 

En el Ejército perteneciente a la Plana Mayor Jeneral, 32 
afios, 11 meses, 18 dias. 

Abonos: Por servicios prestados en la guerra de la Indepen- 
dencia, según el art. 16, título 84 de la Ordenanza, 5 afios, 1 
mes, 8 dias. 

Total de servicios: 48 afios, 27 días. 









/~¿J'¿n T - 



Jeneral de Brigada 

Don Juar) O'Brieri 



Jeneral de Brigada 

Don Juan O'Brien 

turre» Je It Mepoieocii M Dripil, Je li Irjeotleí, Je Chile, del Pero I BbIItIi 



«Darante el largo trascurso de 
años que han pasado desde mi prime- 
ra llegada hasta ahora, no he estado 
ocioso; mi vida ha sido siempre con- 
sagrada al mismo gran fin, a saber, la 
independencia de la América del Sur: 
he trabajado constantemente con este 
objeto, ya en los campamentos, ya 
en los Senados: i aunque el teatro 
de mis tareas no ha sido solamente 
Chile, la independencia de ana parte 
de América está tan íntimamente li- 
gada con las otras, que no puede 
empeñarse a favor de un Estado sin 
trabajar por todos.»— (Presentación 
al Congreso de Chile.— 1861.) Jenerál 
Juan 0*Brien.* 



I 



Washington Irwing al describir la vida de Jorje Washington 
comienza por un capítulo jenealójico de su ilustre i antigua fa- 
milia. 

No ha pretendido el historiador norte - americano agregar 
mayor lastre a la noble i ejemplar existencia del héroe del Po- 
tomac, exhibiendo los blasones de su dilatada estirpe, sino de- 
*ar marcada, a través del tiempo, las huellas de su raza de be- 



— 70 — 

# 

neméritos antepasados, los tradicionales de Wessyngtons, fun- 
dadores de su nombre. 

En la patria de la igualdad del mérito por el propio esfuerzo 
se ha procurado constatar por los títulos nobiliarios el oríjen 
de los hombres esclarecidos para enaltecer las empresas lauda- 
bles que han hecho triunfar con su jenio o su valor. 

A nosotros nos ha parecido conveniente principiar este bos- 
quejo histórico de uno de los patricios de la independencia de 
nuestra patria i de la América del Snr, reseñando jbu jenealojía 
para dejar establecido que no perteneció a ninguna hueste de 
aventureros la escojida lejion de guerreros estranjeros que vi- 
nieron a combatir por la libertad de los países de este conti- 
nente. 

Bastaría enumerar uno por uno los abolengos tradicionales 
de cada militar europeo, que se enroló en las Blas de la revolu- 
lucion emancipadora, para dejar demostrado el hecho indiscu- 
tible de la prosapia de tan caracterizados soldados, suceso hon- 
roso para la justa i hermosa causa de la América libre i repu- 
blicana. 



II 



El jeneral don Juan O'Brien, como todos los distinguidos i 
brillantes jefes i oficiales europeos que contribuyeron a las 
campañas de la independencia, pertenecía a una noble familia 
de su país. Descendía de una ilustre estirpe de orijen real que 
predominó en Irlanda durante varios siglos. 

Había nacido en Battingloss, del condado de Wicklow, en las 
cercanías de Dublin, en 1794, siendo sus padres Mr. Martin 
O'Brien i Mss. Honoria O'Connor, ambos provenientes de an- 
tiguas i nobles familias irlandesas. 

Los O'Brien descienden de Brien Boroihmh, rei de Thomond, 
nacido en 926, el cual, después de haber obtenido cuarenta i 
nueve victorias sobre los daneses, los arrojó de Irlanda i con- 
quistó toda la isla, alcanzando a ser su rei supremo o soberano 
en 1002. 

Sus descendientes tomaron el nombre de O'Brien! que quiere 



— 71 — 

decir hijos de Brien, i reinaron durante cinco siglos en su pa- 
trimonio de Thomond. • 

Asimismo, reinaron en Dublin, en Limerik i en Munster, i 
algunos de ellos dominaron en toda Irlanda. 

En la actualidad son muchas las casas nobles de Europa que 
están relacionadas con la familia de los O'Brien. 

Aun cuando son copiosos los libros de jenealojía i de historia 
que se han publicado en la Gran Bretaña sobre la ilustre, anti- 
gua i dilatada familia de los O'Brien, en nuestro pais subsisten 
algunas crónicas i diversos diccionarios (Biblioteca Nacional i 
del Seminario Conciliar) irlandeses que constatan los antece- 
dentes de tan noble raza. 

El Diccionario de Biografía Nacional, publicado en Londres 
por Mr. Jorje A. Smith, es uno de los mas completos de la 
Gran Bretaña, pues comprende la historia de Irlanda, Escocia 
e Inglaterra. 

En Inglaterra, como en Estados Unidos, que siguen las cos- 
tumbres de la madre patria, es cultivado con esmero en la lite- 
ratura histórica el estudio de las familias antiguas fundadoras 
de la nacionalidad. 

Loa libros que hemos tenido oportunidad de consultar sobre 
fmmifíafl de oríjen británico o norte americano establecidas en 
Chile, nos han maravillado por la riqueza i abundancia de no- 
ticias i detalles con referencia a cada uno de sus miembros, 
por modesta que haya sido su esfera de acción en la sociedad 
de su tiempo. 

Aquí hemos leido las obras históricas, jenealójicas i biográ- 
ficas sobre las familias Dólaoo i Thayer, recientemente, i nos 
ha sido satisfactorio tomar nota del espíritu minucioso e inves- 
tigador de sus autores para dejar establecidas las menores in- 
formaciones con respecto a cada una de las personas a que se 
refieren. 

Aparte de la Enciclopedia Británica, que resume los estudios 
de este carácter, en Inglaterra, podemos citar de Estados Unidos 
la Enciclopedia de Biografía Americana* que ha publicado la 
acreditada i célebre casa de Appleton i C.*, la mas prestijiosa 
de la gran nación norteamericana. 

Allí se ha publicado, asimismo, por la casa editorial de John- 



V 



— 72 — 

son, Frey i 0. a , de New York, la notable obra histórica, ilus- 
trada con retratos en planchas de acero, titulada, Vidas i Be- 
tratos de los Presidentes de la Union, desde Jorje Washing- 
ton a Johnson, escrita por Evert A. Duyckcinch e ilustrada 
por el artista Alonso Chappel. 

De las obras jenealójicas mas modernas que conocemos de 
Estados Unidos, cuya importancia se aquilata por sus copiosas 
i estensas ediciones, podemos anotar las siguientes, que com- 
pletan la idea que hemos querido comunicar sobre escritores 
que en estos estudios descuellan en la Gran República: Fami- 
lia Vinton $ publicada en 1858, por John Adams Vinton, histo- 
ria que comienza en la Edad Media i termina en ese año. Be- 
lata el oríjen de la estirpe inglesa i comprende sus descendien- 
dientes norte americanos. 

Casa de Thayer, editada en 1874 por el jeneral Bezabel Tha- 
yer. Comienza en 1630, desde que se establece el fundador en 
Massachussets. Rejistra 4,625 enlaces, 15 mil nombres i 20 mil 
fechas, siendo un completo archivo de familia. 

Jenealojía, historia i alian$as de la casa americana de Déla- 
no (de Launoy), desde 1621 a 1899. Está precedida de la cro- 
nología histórica de la familia Frenchimont i de Launoy, desde 
1096> 1621. Fué publicada en New York en 1899 por el ma- 
yor Joel Andrew Délano. 

Jenealojía de James Warren del Kittery t publicada en 1902, 
con un costo de 30 mü dollars. La obra de mayor lujo que se 
ha publicado en los últimos tiempos. 

En 1901, se han editado en Estados Unidos mas de 60 obras 
de jenealojía i de historia. 

De este modo se sabe estimar en esos países los trabajos de 
la naturaleza del que ahora realizamos. Allá no se olvida ante- 
cedente alguno de los hombres que figuran en semejantes 
libros. 

Entre nosotros se sorprenderán, i acaso se mostrarían escan- 
dalizados, si se espusiese en cada miembro de una familia el 
humilde oficio que ha desempeñado alguno de sus descendien- 
tes inmediatos por las raras continjencias de la vida. 

Allá, en aquellos cultos países, donde el trabajo es el primer 
título nobiliario, no se sienten avergonzados de que un here- 



— 78 — 

dero ilustre de una noble alcurnia se vea abatido por los con- 
trastes de la suerte, mientras que por acá es motivo de escar- 
nio la condición modesta o desgraciada de las personas dignas 
de respeto i de piedad, aun cuando la víctima del inf ortnio sea 
acreedora a los homenajes de la vindicta pública. 

De la antigua casa de los O'Brien, por sus numerosos enla- 
ces i entroncamientos, se ha podido constatar que son sus des* 
cendientes actuales los marqueses de Thomond i de Billing, los 
condes de Clare, de Catkneys i de Inchiquin, los vizcondes de 
Tudcaster i los barones de Ibrakan. 

Se ha comprobado por crónicas del tiempo de los primeros 
títulos nobiliarios de su noble estirpe, que el jeneral O'Brien, 
que jamas hizo valer sus ilustres abolengos, pertenecía a la 
rama de los marqueses de Thomond, de la cual, sin duda, pro- 
venia también el heroica i glorioso marino don Jorje O'Brien, 
que sucumbió al pié demuestra bandera en la bahía de Valpa- 
raíso, inaugurando los combates en el mar i la era de los sacri- 
ficios por la patria en la guerra de la independencia. 

El denodado marino don Jorje O'Brien, cuyo nombre lleva 
una de las naves de la armada nacional, fué el primer mártir 
de nuestra escuadra militar i el héroe iniciador de las campañas 
por la libertad del Pacífico. 

El jeneral O'Brien, pertenecía por su projenie a la noble i 
antigua estirpe de los reyes de Irlanda, i por su digna madre 
a la rama de los O'Connor que representaba, asimismo, una 
dinastía que había rejido los destinos de Connaught, la que 
disputó en varias contiendas a los O' Brien la supremacía de 
Irlanda. 

De estas dos familias dinásticas rivqjes, cuyo enlace unió 
mas tarde a sus descendientes, provinieron los mas distinguidos 
representantes de la sociabilidad de su país. 

fin los tiempos antiguos fueron reyes i guerreros, que com- 
batían por la libertad de su patria, i en las modernas épocas 
históricas han sido caudillos políticos que han luchado en la 
tribuna i en los parlamentos por conseguir la emancipación de 
la conciencia de los pueblos de su raza. 

Acaso por su índole estraordinaria mas de uno de sus héroes 
fué el protagonista do los cantos de Osian o de los romances 



1 



— 74 — 

incomparables de Walter Scott, este último el verdadero cantor 
épico de su patria en Quentin Durward. 

El jeneral O'Brien era un héroe arrancado a esos poemas 
gloriosos por su gallarda figura, su valor temerario i su abne- 
gación sin ejemplo. 

Los poetas ingleses han podido tomar su vida como argu- 
mento de uno de sus poemas i habrían logrado conmover al 
mundo con sus rasgos épicos de heroicidad i de ternura, mucho 
mafc hermosos que los típicos de Henoch Arden, compuesto por 
Alfredo Tennyson. 



III 



O'Brien nació en hogar opulento, pues su digno padre, Mr. 
Martin O'Brien, era un agricultor rico que tenia anexa a su 
propiedad una fábrica de tejidos de algodón. 

Siendo niño, adquirió la educación que los negocios de su 
padre requerían, a cuyas empresas se le destinaba. 

A la corta edad de 16 afios perdió a su padre, siendo here- 
dero de una gran fortuna. Entre los bienes patrimoniales que 
le legó su padre, le quedaron algunos caballos de carrera, que 
antes de dos afios le hicieron perder cuanto poseía. 

Este sport de los caballos de carrera parece que es una pa- 
sión nativa en Inglaterra, especialmente en Irlanda, que comien- 
za con los juegos de caballos de palo en la infancia i termina 
con la ruina i el monopolio de los picaderos londinenses. 

El joven O'Brien pagó bien caro su afición a los caballos de 
carrera, i cuando cor^prendió la pérdida de su herencia patri- 
monial, se dirijió a Londres en busca de un puesto de oficial 
en el Ejército, llevando en su cartera un poco mas de quinien- 
tas libras, como caudal de viajero, el cual habia podido salvar 
del naufrajio de su inesperta juventud. 

La prensa del Támesis lo instruyó de la heroica lucha que 
sostenían los americanos del Sur contra la metrópoli por su 
independencia, i se decidió a partir para el nuevo continente. 

Sus naturales bríos de joven de jenerosos i entusiastas senti- 
mientos lo impulsaban hacia empresa tan noble como atrevida» 



— 75 — 

pues no ignoraba los sacrificios que se imponía todo soldado 
de la libertad que ofrendaba sus esfuerzos al servicio de la causa 
de los patriotas. 

En Londres, sus amigos le regalaron un equipo militar com- 
pleto i añadieron al obsequio una letra por quinientas libras 
para gastos de la espedicion, a la vez qne le proporcionaron 
algunas cartas de presentación para sus relaciones del conti- 
nente. 

Se embarcó para América, en el histórico año de 1810, a 
bordo de un buque portugués que se dirijia a Rio Janeiro. 

Pero, quiso su mala estrella, que la nave que lo conducía 
naufragase en las islas de Fernando Pó, escapando el joven 
espedicionario de una manera milagrosa, con unos pocos tripu- 
lantes, perdiendo todo su equipaje. 

Como se ve la suerte se mostraba esquiva i cruel con el 
joven O'Brien, poniendo a prueba sus cortos afios, su inespe- 
riencia i su propio destino, pues contrariaba su carrera i sus 
ímpetus de carácter oponiendo obstáculos casi insuperables a 
su porvenir. 

Después de dos días de penoso peregrinaje a pié, por Hende- 
ros estraviados i cubiertos de peligros, atacado de una fuerte 
fiebre, llegó a puerto de salvación, al lugar o ensenada mas cer- 
cana de la isla, donde encontró socorros i atenciones para su 
salud. 

Allí se restableció de las penurias del desastre marítimo i de 
las inclemencias de la travesía, recobrando sus perdidas fuerzas 
juveniles. 

Completamente aliviado sé embarcó de nuevo en un paquete 
británico, animado del firme propósito de continuar su inte- 
rrumpido viaje. 

No era él hombre capaz de retroceder, colocado ya en el ca- 
mino de una vida nueva, sembrada de alternativas, pero que 
le ofrecía a su espíritu valeroso las sorpresas de una novedad 
no prevista ni esperada, acaso las gratas emociones del triunfo 
i de la propia satisfacción. 

En la nueva navegación le aguardaba otra trájica aventura 
que comunica colorido de romance a su estrafia odisea de viaje- 
ro i de proscrito tan joven i huérfano. 



— 76 — 

Viajaba, también como pasajero como él, en el mismo buque, 
un ingles cuáquero, acompañado de su esposa i de una bella 
hija suya llamaba Rebeca. 

El joven O'Brien, que era admirador de la belleza, cualidad 
que fué en él resaltante siempre, se apasionó de la hermosa ni- 
ña, siendo delicadamente correspondido. 

Un día, dominado por un franco espíritu de sinceridad i. con- 
fianza, comunicó al ingles cuáquero su pasión por la joven, 
confidencia que fué su perdición. El cuáquero, queriendo cor- 
tar las relaciones de su hija con el confiado viajero, propuso al 
capitán del buque, que también era cuáquero, un complot para 
deshacerse del joven O'Brien, de cualquier modo. 

El capitán, abusando de su autoridad, intimó a O'Brien que 
se trasladase a otro buque, a un navio brasilero que se cruzó 
en su camino. 

O'Brien protestó del atentado con toda su enerjía, haciendo 
valer sus derechos de pasajero i de subdito británico, pero todo 
acto de independecia o de voluntad era inútil ante el atrabilia- 
rio capitán que no podia castigarlo por delito de rebelión. 

El capitán lo amenazó con entregarlo preso en el primer 
puerto en que hiciese escala si no se embarcaba en el buque 
que le ofrecía. 

O'Brien, mal de su grado, se vio obligado a trasbordarse al 
buque brasilero i a tronchar su primera ilusión de jóyen viaje- 
ro, ahogando en su pecho varonil aquel amor naciente i la 
injusticia de que era víctima de un marino de su patria. 

Llegado que hubo a Rio Janeiro, pudo creer que ya había 
asegurado su carrera, pues llevaba una importante recomenda- 
ción para el jeneral Colwell, que se había venido de Portugal a 
las órdenes del rei don Juan, pero este bravo militar habia falle- 
cido hacia tres meses...! 

El destino se mostraba desapiadado con el joven proscrito. 

Sin abatirse, O'Brien se presentó al acreditado comerciante 
ingles de Rio, Mr. Mac Niel, para el cual tenia cartas de pre- 
sentación. Este lo acojió con distinción i le proporcionó un 
crédito de veinticinco mil pesos para que se dedicara al comer- 
cio i estableciera una ajencia mercantil en Buenos Aires. 
O'Brien tenia a la sazón solo 18 años. 



— 77 — 

Aceptó el joven O'Brien tan brillante oportunidad para em- 
prender ana carrera lucrativa i provechosa, pero al llegar a la 
capital del Plata i comtemplar los nobles afanes de los patriotas, 
no pudo resistir los ímpetus de su jenio entusiasta i resolvió 
abandonar los bártulos del comercio por los arreos militares 
para trasformarse en soldado patriota. 

En este centro de operaciones bélicas concluye el capítulo de 
Ib novela de su vida de joven peregrino i comienza la epopeya 
del guerrero que debía ocupar las pajinas de la historia de 
cinco naciones de la América del Sur. 



IV 



En 1812 se enroló O'Brien en el Rejimiento de Granaderos 
a Caballo, que habia formado San Martin i que se hizo célebre 
en San Lorenzo. 

Incorporado en el ejército patriota arj entino, marchó a Monte- 
video i tomó parte en el histórico sitio de esa ciudad que ha 
sido denominada la Nueva Troya por el célebre novelista fran- 
cés Alejandro Dumas, padre. 

Se distinguió en esa campaña por su indomable arrojo i 
ascendió al grado de teniente de caballería. 

A poco tiempo de iniciada su carrera de soldado voluntario, 
fué nombrado primer ayudante del jeneral Soler, en cuyo pues- 
to asistió a la rendición de la plaza en 1814. 

Por esta brillante acción de guerra fué premiado por el Go- 
bierno de Buenos Aires con una medalla de plata. 

O'Brien narra en su Cartera de Campaña, que se conserva 
como una preciosa reliquia, que el sitio de Montevideo fué una 
empresa militar honrosísima para los sitiados i sitiadores. 

Estos últimos, agrega, no tenían ni rancho para alimentarse 
ni carpas donde guarecerse, teniendo que cubrirse por las no- 
ches con los cueros de lor animales vacunos que mataban en 
el dia a fin de poder defenderse de las lluvias i de la intemperie 
que es crudísima en el invierno. 

Se servían de las monturas de las cabalgaduras para usarlas 
como almohadas, cuando no dormian sobre sus caballos. 



— 78 — 

Asi, con semejantes padecimientos, aparte del hambre i las 
desnudeces, se conquistó la libertad de estos pueblos i se forma- 
ron nuestras nacionalidades. O' B ríen narra en bu Cartera ínti- 
ma, un acto episódico i j oneroso del jeneral Soler con relación 
a sus obligaciones de subalterno. 

Durante el sitio de Montevideo, el jeneral Dorrego marchaba 
sobre Artigas, el célebre i heroico caudillo oriental, i temiendo 
Soler que en la persecución alcanzara hasta Rio Grande, provin- 
cia de la frontera del Brasil, mandó a O'Brien, como su ayudan- 
te, a prevenirle del peligro en que se colocaría si se internaba 
tanto en aquella rejion lejana del territorio limítrofe. 

O'Brien, forzando la marcha, alcanzó al jeneral Dorrego en la 
ciudad o pueblo de Rocha, i fué tan rápido su viaje, que revela 
su enerjía i resistencia de centauro celta, que a su regreso i al 
presentarse al jeneral Soler, este dudó del cumplimiento de su 
cometido, recibiéndolo con la mayor exaltación. 

El bravo jefe arjentino no creyó que O'Brien hubiese llenado 
su importante comisión ante su colega de campaña; pero al sa- 
ber que ya estaba de vuelta de ella, por la respuesta de que era 
portador de parte de Dorrego, sorprendido de su rapidez i com- 
placido de su noble actividad i adhesión, le regaló una bolsita 
con doblones de oro i le concedió espontáneamente una licen- 
cia de un mes para que fuese a pasear a Buenos Aires. 

En 1816, declarada la independencia del Uruguai, o de Mon- 
tevideo, que es su capital, es decir su cerebro i su corazón, 
O'Brien volvió a Buenos Aires, donde recibió sus despachos de 
sarjento mayor, i fué nombrado jefe de la guardia o escolta del 
jeneral Alvear. Pero en medio de esta vida ajitada i llena de 
alternativas, O'Brien no renunció del todo a su propia indepen- 
dencia de hombre, por mas que su deber de soldado lo sometiese 
a la disciplina i a la obediencia militar. 

AI poco tiempo de encontrarse en Buenos Aires, O'Brien re- 
nunció a su puesto de oficial de la guardia i devolvió los despa- 
chos de sarjento mayor, par que no le había gustado (según su 
propia espresion)] la conducta de su jefe Alvear en el cumpli- 
miento de los compromisos que habia contraído con Vidoguet 
en su rendición. Conservando su antiguo grado de teniente, dejó 
a Buenos Aires, después de jurar que «no envainaría su espada 



jji 



— 79 — 

hasta ver libertada la América»; i se dirijió a Mendoza, donde 
se presentó al Gobernador de Cayo, el jeneral don José de San 
Martin, qne organizaba el Ejército de loe Andes. 

El noble joven prefiere las privaciones de campaña a las co- 
modidades de la guardia en Buenos Aires, donde los honores 
podian halagar la vanidad de cualquiera desús jefes menos va- 
roniles que él. 

A pesar de sus cortos años, habia llegado a un alto grado en 
la jerarquía superior del Ejército, conocido su valor, i tenia el 
orgullo de su sangre i de su esclarecido coraje de soldado. 

No era hombre de dejarse dominar i solo su voluntad i el 
deber marcaban reglas a su carácter. 

Al llegar a Mendoza, O'Brien fué acojido con distinción por 
el jeneral San Martin, que conocia su brioso espíritu guerrero, 
pues habia sido uno de los fundadores del famoso rejimiento 
de Granaderos a Caballo que dio 23 jenerales a la América. 

Este rasgo de independencia de O'Brien retrata gráficamente 
bu altivez, pues para un individuo de sórdida ambición, Buenos 
Aires i la escolta de su jefe le ofrecian fácil carrera de corte- 
sano, que él rechazaba con la mas franca dignidad. Peregrino 
en un pais que no era el suyo i en el cual no tenia donde volver 
la mirada para encontrar un apoyo, todo acto depresivo de sus 
sentimientos de hidalguía i delicadeza lo consideraba humillan- 
te para sus propias convicciones. 

Se consideraba ligado de un modo indisoluble a la causa 
de los patriotas,, i todos sus actos debian ceñirse a las levantadas 
aspiraciones de su alma i de su jeoeroso corazón que hacia re- 
saltar su abnegación. 

Sin esta ejemplar cualidad de los jefes i oficiales de la revo- 
lución, la obra de la independencia no habría alcanzado el éxito 
feliz que coronó sus jenerosos esfuerzos. 

Aquella lucba jigantesca habría caido aplastada por su pro- 
pia grandeza sin las nobles virtudes cívicas de sus promotores 
i sostenedores. 

La independencia de la América no se habría consumado 
jamas si los hombres que colaboraron a su realización no hu- 
biesen puesto en ejercicio los sentimientos i atributos delicados 



— 80 — 

de carácter para demostrar su desinterés personal i su valor i 
levantado espirita de probidad i abnegación. 

El jeneral venezolano Francisco Miranda aconsejaba a don 
Bernardo O'Higgins, al partir éste de Europa para América, 
que amase a su patria sobre todas las cosas de la vida, que tuviese 
confianza en sí mismo, que perseverase sin desaliento ni disgus- 
to en su causa de libertad i que no alimentase otra ambición 
que el cumplimiento de su deber de patriota. 

Así sirvió Sucre al lado de Bolívar, siendo de su misma gra- 
duación militar, sin fijarse en su preponderancia ni en su glo- 
ria, sino en su misión de ciudadano i de soldado. 

Del mismo modo San Martin, una vez proclamada la inde- 
penda del Perú i del Pacífico, delegó su prestí jio i su poder 
de libertador en Bolívar, en la entrevista de Guayaquil, re- 
nunciando a todo galardón público, dirijiéndose en seguida al 
destierro que voluntariamente elijiera para que no se le pudiera 
acusar de la mas remota ambición de mando supremo ni de 
predominio de caudillo victorioso. 

Así era O'Brien, noble soldado de corazón, sin doblez i de 
lealtad a toda prueba a la causa que habia adoptado con toda 
su alma. San Martin, que poseía la rara penetración del jenio, 
reconoció en O'Brien, como lo habia probado con Zenteno, el 
carácter indomable, a la vez que la sinceridad de sentimientos 
del soldado fiel a su bandera. 

Depositando en él la mas abierta confianza, lo destinó a res- 
guardar del desfiladero llamado del Mal Paso, en el Portillo, en 
un punto escabroso de la cordillera de los Andes. 

Era este un desfiladero completamente desamparado, sin el 
menor recurso, pero que ofrecía ventajosa comunicación a los 
realistas. 

O'Brien llevó a sus órdenes 25 hombres, en todo el rigor del 
invierno de 1816, con cuyo destacamento debía impedir todo 
avance de los españoles. 

Sin mas abrigo que las rocas i las nieves, aquellos centinelas 
de la cordillera, que debian resistir las crueldades del frió a la 
vez que los ataques de sus enemigos, como los soldados de Na- 
poleón en la campaña de Rusia, cumplieron su cometido diez- 
mados por los hielos, mientras, su jefe, que parecía de duro hie- 



— 81 — 

rro, enviaba diversos partes del servicio al jeneral San Martin a 
Mendoza. 

De los 25 soldados de la guarnición, 11 sucumbieron victimas 
de los rigores de la estación al ser relevados con su jefe. 

Quedaba de este modo justificado su nombre de Mal Paso 
dado a ese paraje de la cordillera. 

O'Brien se veía forzado a combatir a los españoles que cons- 
tantemente intentaban invadir aquel paraje. 

£1 jeneral San Martin, en lugar de relevarlo, le dirifió un oficio 
un dia haciéndole ver que no tenia otro oficial a quien, con tanto 
acierto, pudiese confiarle la defensa de aquel importante re* 
dudo. 

Durante seis meses permaneció O'Brien en el Portillo; i al re . 
tirarse, obedeciendo órdenes superiores, en julio de 1816, con 
solo 14 hombres de su guarnición, pues los restantes habían 
parecido en las nieves, llevaba prisionero al coronel español 
Wiasez que con otros oficiales habia intentado pasar la cordi- 
llera, poniéndose a salvo de la fuga de su prisión en Rio Cuarto. 

Al regresar al campamento de Mendoza, San Martin nombró 
a O'Brien su primer ayudante de campo. 

Vicuña Mackenna dice a este propósito; «San Martin sabia 
premiar a los buenos servidores. Hizo a O'Brien su primer ayu- 
dante, honor grandiosísimo para un joven capitán estranjero». 

Aparte de la gloria de sus servicios, que fueron escepcionales, 
O'Brien podia ostentar como su mayor título de guerrero el 
noble afecto del jeneral San Martin, que en nadie puso jamas su 
cariño fuera de la libertad de América i que al bravo celta le 
acordó todo el sentimiento de estimación de su pecho de 
bronce. 

Por su parte el Jeneral O'Brien supo corresponder el honroso 
afecto que le profesaba San Martin. Cuando ya estaba anciano, 
él relató a Vicuña Mackenna las campañas del héroe de los 
Andes con cuyas verídicas informaciones pudo el historiador 
chileno escribir el bello capítulo titulado «El Jeneral San Mar- 
tío después de Chacabuco», que es el mas glorioso período de 
su vida de libertador. 

O'Brien también lo merecía por su firmeza de acero i su in- 
comparable amor a la causa emancipadora, pues ninguno de 
6 



— 82 — 

los patriotas, con escepcion de Manuel Rodríguez, se impuso sa- 
crificios mayores que él para servir a la libertad del continente. 

Se conserva un rasgo de su pluma que define su adhesión 
sin límites a la revolución. 

En un documento oficial presentado al Congreso del Perú, 
dice, en elocuente lenguaje, el valiente guerrero, cuando ya los 
años habían caído sobre su venerable cabeza con su cortejo de 
blancas canas: «La vida militar era poco análoga a mis ideas, 
pues ajitado de un espíritu romántico i enemigo decidido de la 
la tiranía i opresión, apenas sonó el clarín de la independencia 
americana cuando, abandonando mis inmunidades nacionales 
i los intereses i afecciones de la patria i familia, resolví dedi- 
carme a la causa de la libertad i consagrar mi vida a la defen- 
sa de los derechos de los pueblos sud-amer icarios». I O'Brien hizo 
con estraordinario valor, la campaña de dieciocho meses de la 
Banda Oriental del Plata, contra los españoles i los portugue- 
ses, al iniciar su carrera de soldado, i en Mendoza puso de ma- 
nifiesto su adhesión sin limites a la causa de la libertad, sirvien- 
do con denonada abnegación al jeneral San Martin en el Paso 
del Portillo. Así se acredita la afirmación de haber servido 
cual ninguno a la revolución, con entusiasmo de verdadero 
chileno. 

Su espíritu temerario lo hacia apto para mas difíciles em- 
presas. 

Vicuña Mackenna lo define en estos rasgos, que pintan su 
naturaleza intrépida i admirable: 

» Ningún campo mas a propósito para su jenio que aquellas 
planicies sin límites, en que todos los combates se traban a ga- 
lope, i ningún soldado mas digno de ser su camarada que 
aquellos valientes gauchos que sólo saben conservar la brida i 
la lanza.* 

Sus prodijios de enerjía i valor demuestran el espíritu audaz 
que lo animaba. 



c Durante su permanencia en Mendoza, dice don Benjamín 
Vicuña Mackenna, en su opúsculo histórico titulado El Jeneral 



— 88 — 

O'Brien (pajinas 12 13-14 i 15).»* O'Brien puso en exhibición 
algunas de las peculiaridades de su simpático carácter. 

•Recordamos dos aventuras que él mismo nos ha referido. 

•Dijo un día en una conversación de cuartel que la señorita 
Lavalle, de Buenos Aires era hija de Eva i había comido la fru- 
ta del Paraíso... Miente Ud.l le contestó el capitán de Grana- 
deros de a Caballo don Juan Lavalle, pariente de la dama acu- 
sada; i siguióse un altercado, en el que O'Brien, acababa de 
convencerse de que la señorita era inocente, porque si O'Brien 
fué amigo de todos los hombres, fué también el adorador de 
todas las mujeres, sin escepcion alguna, escepto las feas... 

•Pero así como rendia fácil pleito-homenaje a la belleza, lo 
tributaba también al valor, aunque este fuese solo una teme- 
ridad o una calaverada. 

•Convino con Lavalle en que éste tenia razón, pero no quiso 
consentir en dársela sino después de haber peleado a sable en 
la Alameda de Mendoza. 

•Lavalle era hombre que no sabia hacerse rogar para estas 
cosas. 

•Una honda cicatriz que O'Brien tenia en la muñeca de la 
mano derecha i que nos mostraba sonriendo al referirnos el 
paso, probaba que los filos de sable de Riobamba eran tan agu- 
dos en el cuartel como en el campo de batalla. 

•La otra aventura es mas orijinal todavía. 

•Acostumbraba San Martin ofrecer a sus oficiales corridas de 
toroe para poner a prueba sus bríos o su ajuiciad, pues ellos 
mismos entraban en la arena. 

• >En una de estas fiestas ocurriósele a 0,Brien presentarse 
delante de las induljentes damas i de los bravos toros de las 
pampas, con las piernas atadas con cordeles de cinta roja para 
hacer ostentación de su serenidad i de la destreza de sus movi- 
mientos. 

•Bien pudo dejar su alma en el cuerpo de un toro el capitán 
irlandés; pero a él en su mocedad le habría parecido aquel un 
trance poco duro, si hubiera tenido, como sin duda tenia en 
el recinto, otra alma que hubiese recojido la suya, cuando, co- 
mo la de Bartolillo se le hubiese salido del cuerpo... 

•De estas hazañas de campamento O'Brieu pasó otras ma- 



— 84 — 

yores, que en su hoja de servicios están marcadas con los nom- 
bres de Chacabuco i Maipo.c 

En la batalla de Chacabuco, el capitán O'Brien, mandado 
por el jeneral San Martin, como su ayudante de campo, a tras- 
mitir una orden al jeneral O'Higgins, que venia a la vanguar- 
dia, se incorporó a la división, tomando su puesto en las filas 
del Rejimiento de Granaderos de a Caballo. 

En medio del combate fué tanto su ardor patriótico, que lo- 
gró llegar el primero de todos sus compañeros a las casas de 
Chacabuco en persecución de los realistas derrotados por la 
terrible carga de O'Higgins, que, con aquella gloriosa victoria 
vengaba el tremendo desastre de Rancagua. 

Un grupo de soldados españoles defendía un estandarte a 
cortos pasos de la entrada de las casas, en el callejón que con- 
duce al camino real. 

O'Brien cayó sobre ellos sable en mano, i esquivando el 
cuerpo de los tiros de fusil de los realistas, merced a la des- 
treza en el manejo de su caballo, logró tomarse la codiciada 
bandera. 

Esta hazaña está rodeada de las mas dramáticas peripecias, 
que comunican mayor realce a tan gloriosa acción de ba- 
talla; 

Una vez capturado por O'Brien aquel estandarte real, fué 
agredido, en el callejón, por un grupo de oficiales españoles 
que le disputaban su codiciada presa de guerra, la mas valiosa 
de toda victoria. 

O'Brien se defendió del ataque con la propia lanza del es- 
tandarte, arrollando a los enemigos, siendo perforada la ban- 
dera por las bayonetas de los soldados realistas que pretendían 
recobrarla. 

En estas circunstancias fué protejido por sus soldados i el 
triunfo coronó sus esfuerzos. 

>Un fragmento, — dice Vicuña Mackenna, — de fierro marca 
en el sitio en que tuvo lugar esta hazaña el recuerdo de la glo- 
ria de O'Brien, la mas alta que un hombre de pelea puede alean- 
Bar en d campo de batalla. 

»La bandera — añade el mismo ilustre historiador — tomada 
en aquel lance ostentaba todavía en 1855 sus pálidos colores 



— 85 — 

de amarillo i lacre en la nave de la Catedral de Mendoza, don- 
de San Martin la hizo colocar, comisionando al propio O'Brien 
para aquel servicio de honor. « 

£1 jeneral San Martin le ordenó después de la victoria la 
persecución del jeneral Maroto, i O'Brien, remudando caballo, 
lo siguió hacia Valparaíso, sin lograr darle alcance, 

De regreso de esta jornada, en la que la suerte se le mostró 
adversa, tomó a los realistas en las cercanías de la hacienda 
de Pudahuel, una carga de dinero, que en onzas de oro se- 
llado i plata labrada i en barras contenia mas de 25 mil pesos. 

Este tesoro lo entregó O'Brien en Santiago, en casa del Con- 
de de la Conquista, don Mateo de Toro Zambrano, a los jenerales 
San Martin i O'Higgins, quienes lo pusieron bajo la custodia 
del Comisario Jeneral del Ejército don Gregorio Lémus. 

Aquella presa, dice irónicamente Vicuña Mackenna, «valía 
mas que Maroto» para las arcas del nuevo Estado. 

En su hoja de servicios se estampa este hermoso concepto: 
cmerced al estandarte tomado por O'Brien en Chacabuco, San 
Martin tuvo la gloria de ser el primero que en Chile desarrolló 
una bandera española debajo de las plantas de los soldados pa- 
triotas!...» 

Con relación a la persecución de Maroto, narra este documen- 
to lo siguiente: 

€ Concluida la batalla, esa misma noche se le ordenó a O'Brien 
ir en persecución del jeneral Maroto i al dia siguiente llegó a la 
cuesta de Prado, en donde supo que Maroto habia pasado la 
tarde anterior, huyendo hacia Valparaíso. 

»E1 mal estado de las cabalgaduras de su tropa no permitió 
a O'Brien seguir al fujitivo i volvió a las casas de Pudahuel 
(Pudagüel) para proporcionar alfalfa a sus caballos i comida a 
sus soldados. 

»A1 pasar por el monte que está al centro del camino de las 
casas, el sarjento Díaz le avisó que habia una carga de petacas 
(cajas antiguas de cuero) i un aparejo botado; pasó O'Brien a 
registrarlas i halló un par de charreteras, un freno de plata i 
dos alforjas llenas de onzas de oro sellado. 

» Al sarjento le dio 6 onzas, a cada cabo 4 i 3 a cada soldado: 
las demás 1,936 onzas las llevó a las casa del Conde de Toro» 



— 86 — \ 



donde a la sazón se hallaban los jenerales San Martin i O'Hig- 
gins, en presencia de los cuales entregáoste importante hallaz- 
go al Comisario Lómus, que lo depositó en la caja del Ejército. 

»Por este acto de desprendimiento recibió una carta del je- 
neral O'Higgins, dándole las gracias en nombre de la patria.» 

Los Gobiernos de Chile i Buenos Aires le concedieron una 
medalla de plata, respectivamente por la batalla de Chacabuco. 

En una presentación que el benemérito militar hizo mas tar- 
de, en su ancianidad, al Congreso chileno (1851) decia sobre 
este hecho, que tanto enaltece su desinterés de patriota i de 
soldado: 

c Aunque la lei (de guerra) me concedía la tercera parte de 
esta presa, yo, conociendo la escasez del Erario del pais en 
aquellos momentos i sabedor de que el Ejército no podía mo- 
verse al Sur sin recursos, — sabia que las tropas al mando del 
coronel Las Heras se hallaban paradas en Rancagua por falta 
de sueldos — i tomando en consideración estas circunstancias, 
ponia a un lado mis propios intereses en beneficio del pais, de- 
jando qué toda la suma tomada fuera destinada al pago de loa 
soldados que peleaban por la independencia de la patria.» 

Al tomar posesión de la capital i tener que concurrir a las 
festividades relijiosas en acción de gracia al Todopoderoso por 
la victoria obtenida por las armas patriotas, pues O'Brien era 
profundamente creyente, notó que en su maleta de campaña 
no tenia camisas... i su jeneral en jefe i su amigo, don José de 
San Martín, se la proporcionó cariñosamente. 

O'Brien cada vez que emprendía un viaje hacia oración, i 
elevando su pensamiento a Dios, esclamaba: «Ya me he sacra- 
mentado ! » . 

De la suma de 20,000 onzas de oro sellado se deduce una 
mayor cantidad que la tomada en cuenta en la historia, pues 
la moneda de oro de ese valor importaba 17 pesos 25 centavos, 
dando, por consiguiente, un total de 34,500 pesos el botín de 
guerra tomado por O'Brien cedido al Estado. 

O'Brien por toda recompensa recibió del Director Supremo 
interino, don Hilarión de la Quintana, la cantidad de 300 pesos 
que se le dieron para sus gastos i reparar su equipaje de cam- 
paña. 



— 87 — 



VI 



Alcanzada la victoria de Chacabuco i constituido el Gobierno 
patriota en Santiago, bajo el mando del Director Supremo, don 
Bernardo O'Higgins, San Martín resolvió dirijirse a Buenos 
Airea Necesitaba conferenciar con Pueyrredon para esplicar 
su espedicion a Chile i convenir con el Gobierno de Buenos 
Airea en los medios de la empresa de libertar al Perú. 

Ese hombre de hierro no se daba reposo, tenia el jenio de la 
guerra i de la mayor actividad en la campaña esperaba el éxito 
de su empresa libertadora. 

Mientras dejaba en el campamento de las Tablas al Ejército 
de los Andes, se dispuso a repasar la cordillera con esa enerjla 
i celeridad que eran los atributos de su espíritu incomparable. 

Durante los meses del año de 1817, trasmontó tres veces los 
Andes, para ir a Buenos Aires a conferenciar con el Director 
don Juan Martin de Pueyrredon, pues era enemigo de resolver 
laa cuestiones de Estado por medio de oficios. 

El resolvía todas las altas resoluciones personalmente, como 
lo demostró, hasta el período final de sus campañas en la Amé- 
rica del Sur, con la célebre entrevista con Bolívar en Gua- 
yaquil. 

En 1820 repasó los Andes siete veces, a lomo de muía, para 
dirijirse a Buenos Aires, recorriendo una ostensión de territorio 
casi igual a todo el límite de la América. En el hermoso capí- 
tulo titulado El jeneral San Martín después de Chacabuco, 
lo que puede el jenio en sesenta dia$, relata Vicuña Mackenna 
con el mas pintoresco lenguaje, según los recuerdos del jeneral 
O'Brien, el viaje a Buenos Aires: 

»EI capitán de Granaderos a caballo don Juan O'Brien, de 
nacionalidad irlandesa, era el ayudante predilecto del cuerpo 
de don José de San Martín. 

»Tenia esa predilección mui buenas razones de ser, porque 
O'Brien era hermoso i corpulento como un titán, valiente como 
el mas afilado sable de su Tejimiento, jinete como un centauro, 
i mas que todo esto, callado como un enigma, porque, a fuer de 



— 88 — 

irlandés, habia olvidado el ingles i no habia aprendido el es- 
pañol. 

» Fuera de esto, O'Brien era un soldado cumplido, porque en 
la vida no le gustaron con pasión sino dos cosas: las batallas i 
las buenas mozas, que, a decir verdad, todo es guerra. 

»Un dia que, si nuestra memoria no nos engaña, fué el 10 de 
marzo de 1817, estaba el jeneral San Martin en el lugar favorito 
de su palacio de los antiguos obispos de Santiago (que era la 
cocina), conversando soldadescamente con alguien i comiendo 
sobreparado algún bocado, porque rara vez se sentaba a la me- 
sa, cuando, notando, que pasaba el capitán O'Brien por el patio 
le dio un grito de: « O'Brien 1» «O'Brien» grito tal (grito de San 
Martin!) que hizo jirar al último sobre su cuerpo i correr mas 
rápido que el relámpago. 

» — O'Brien I le dijo el jeneral con ese tono peculiar de San 
Martin, rápido, cortante, mitad del caporal que manda ¡armas 
al hombro 1 mitad del dictador que de sus propios ecos hace 
rayos: O'Brien I mañana al amanecer marchamos para Buenos 
Aires. 

» — Para Buenos Aires, señor I contestó casi balbuceando i 
palideciendo el bravo celta, que tenia ya mas de un requiebro 
a cuestas i mas de una conquista comenzada entre el cauce del 
Mapocho i el del Zanjón de la Aguada. 

»¿A Buenos Aires, señor? 

> — Sí, señor! A Buenos Aires, por Mendoza, mañana al aclarar! 

»I llevaremos carga, señor? — agregó el sorprendido galán, que 
habría querido tener cien almofreces para atajar el paso al ven* 
cedor de los Andes. 

» — Carga! repuso San Martin, entre riéndosei enfadado. Se ha 
figurado usted que voi a meterme fraile para viajar con peta- 
cas... Vaya! Déjese usted de saniiaguinadas (testual). 

»En lo montado! En lo montado! Mande un ordenanza a 
don José Miguel Serrano, a los Pasos de Hueehurába, para que 
me haga aprontar mi muía barrosa de cordillera, i vaya corrien- 
do a la Secretaría a decir a Alvarez Jonte que ponga dos letras 
al viejo Alcázar para que me tenga en los Andes un poco de 
charqui, cebolla picada, harina tostada... i ... ja caballo! En lo 
montado! En lo montado! ¿me ha entendido usted? 



— 89 — 

»8an Martín nunca hacia diálogos porque no sufría réplicas. 

»Así es que O'Brien fué diciendo a todo: — Sí, señor!, si, 
señor! 

»I de allí mohíno i rabioso, pero resuelto, se fué a ensillar i 
a golpear ventanas de adiós entre las mas bellas de sus conoci- 
das. Su tirano jeneral no le dio tiempo sino para poner dos ca- 
misas limpias en las alforjas. 

>— En Buenos Aires se mudará camisas, le había dicho son- 
riendo San Martin, al verle en sus trajines. Allá son baratas i 
no le faltará con que comprarlas... 

»En lo de las camisas se habia mostrado el capitán O'Brien 
mucho mas dócil que en lo del colchón, porque era ya por en- 
tonces un 8antia guiño hecho i derecho. 

»Eso de mudarse fué, en verdad, durante la colonia algo que 
significaba dos cosas poco agradables, esto es, trabajo i gasto. 

»Pero tenderse a la bartola, a dormir la siesta, a la cena, eso 
era cosa mui usada, porque era barato i tendido. Por esto la 
cuestión almofrez era una cuestión capital en esos años, i tene- 
mos casi por cierto que la mitad de las aneurismas de que mo- 
rían nuestros mayores nacían del trajín de abrochar o desabro- 
char almofrez, o de la pena de no tenerlos. 

•Carercer por esos tiempos de cama, cocina, de una muía 
(i si macho, mejorj equivalía a viajar hoi con boleto de tercera, 
i por consiguiente, era mengua i sabor de enfermedad i hasta 
de muerte. 

»Mas, lo que fué la camisa colonial, considerábasela como 
mui distinta cosa, i aun habia escuela hijiénica en Santiago 
sobre que era mas sano no mudarse, o, por lo menos, guardar 
el lienzo una semana sobre el cuerpo para evitar resfríos, reu- 
mas i lepidias. 

»Por eso fué que el capitán O'Brien, que vivía alojado, en 
una casa aristocrática en Santiago, como todos los oficiales es- 
tranjeros del Ejército de los Andes, no promovió artículo sobre 
bu lavandera cuando su jeneral lo condenó con costas en la 
cuestión de cama i almofrez. 

»San Martin nunca durmió en las 'cordilleras i en las pam- 
pas, sino sobre sus pellones, tapado con su grueso f apote de 
vivos encarnados de coronel de Granaderos a Caballo. 



— 90 — 

«Nunca viajó tampoco sino sobre montado. 

»Sea de ello lo que fuese, i quiso que no quiso, el capitán 
O'Brien galopaba a las cuatro de la tarde de aquel dia, 10 de 
marzo de 1817, para la chácara de Huechuraba, llamada los 
Pasos, precisamente porque en el invierno no podia pasarse 
por sus pantanos i porque en el estío, con sus polvaredas, se 
hacian i deshacían tapias en el aires. 

»Era dueño de ese fundo el respetable caballero don José 
Miguel Serrano, que en mi mocedad me contó algunas de estas 
cosas, i otras me contó el capitán O'Brien, mi amigo desde la 
estatua de Freiré hasta la sepultura de Lisboa, donde al morir 
me legó un anillo de oro, compañero de toda su vida, i que yo 
custodio con amor en la mia. 

•Llegó el capitán viajero, contrariado en sus amores i echan- 
do chispas, a las casas de Huechuraba, que son las mismas 
que hoi existen a la derecha del camino; pero como el dueño 
de el las era hombre de mucha paz luego se aquietó, llamó a 
los arrieros, previno a O taróla, el guia favorito de San Martin, 
para los senderos de la cordillera, i mandó hacer la inevitable 
cena. 

»A las oraciones llegó el jeneralen carroza — honor fastidioso 
que le habían hecho los santiaguinos — acompañándole en nú- 
mero mui crecido hasta la Esquina del Fraüe t que es donde 
confluye el camino del norte que sale de la Cañadilla i el 
callejón de las Hornillas. 

»San Martin era por lo común, taciturno i aquella noche se 
acostó silencioso en los corredores de la casa. No probó boca- 
do i solo previno que lo despertasen antes de aclarar, para 
aprovechar la fresca. 

»Era la canícula. 

»Por lo demás, el ex-gobernador de Mendoza amaba las mu- 
las en los viajes i las prefería a los caballos, pofque su tesón 
se amoldaba al tesón de aquellas bestias. 

•Callado, caminaba, caminaba, caminaba,... i sólo cuando 
llegaba al objetivo o a la pasada, echaba pié a tierra, i enton- 
ces, que lo desalojara el diablo.» 

>Las pasadas de San Martin fueron Buenos Aires, Mendoza, 
Santiago i Lima. 



— 91 — 

* Al despuntar el sol los picos desgarrados de la cordillera de 
Ghicoreo i de Colina, San Martin trepaba silencioso la cuesta 
de Cbacabuco, simple sendero de caballos en esa época, i desde 
las casas de la hacienda; cuya arquitectura jesuítica se divi- 
saba desde lejos, comenzó a mirar las huellas que aun queda- 
ban, a un lado i otro del camino, de la batalla que hacia un 
mes menos un dia habia ganado allí sobre Maroto. 

>Era el 11 de marzo— ¡Pobres negros/ esclamó al divisar en 
una quebrada un pequeño montón de tierra, i fué todo lo que 
habló. 

»Eran los libertos del número 8 que allí habían sido ente- 
rrados después de haber peleado como leones a la voz de En- 
rique Martínez, su bravo comandante. 

»A1 caer la tarde i después de haber echado una corta siesta 
con mate cimarrón (sin azúcar) en una de las mas frondosas 
arboledas de Curimon, el vencedor de Ghacabuco llegaba con 
su comitiva a la villa de los Andes, que entonces sólo se lla- 
maba Villa Nueva, en oposición a San Felipe, que era la Villa 
Vieja. 

»AUí lo hospedó el viejo jeneral Alcázar que durante tres 
afioe estaba haciendo el oficio de portero de Chile. 

'Después de Rancagua, el bravo octojenario habia cerrado 
la retaguardia i quemado el último cartucho de pólvora patrio- 
ta en la ladera de los Papeles. Ahora después de Chacabuco, 
guardaba, en calidad de gobernador, aquel paso esencial, i a fe 
que vijilante mas despierto i sufrido cancerbero no habian te- 
nido jamas los desfiladeros de los Andes. 

»San Martin no desmayó, iba enfermo, pues jamas tuvo bue- 
na salud; pero llevaba en el alma, que es lo que los pobres 
suelen llamar cía caja del cuerpo», uno de esos dolores impe- 
riales que postran bajo sus fibras los mas rehacios achaques. 
8an Martin aparentemente iba a Buenos Aires, pero en reali- 
dad iba a Lima, por la vía de las pampas.» 

En efecto, San Martin, acompañado del fiel e infatigable 
O'Brien, que parecia de la misma pasta de su jeneral por la 
resistencia física i moral, fué a Buenos Aires a buscar los me- 
dios i el acuerdo con el gobierno nacional para la espedicion 
libertadora del Perú. 



— 92 — 

Cabe al brioso i leal irlandés la gloria de esa empresa, por 
que cooperó a ella con sus fatigas de ayudante de San Martin 
i su concurso militar. 

En esa odisea de Buenos Aires a través de las cordilleras i 
las panpas, tantas veces repetida i renovada, O'Brien, el hom- 
bre de acero i espíritu de bronce, supo secundar noblemente a 
su jefe, al caudillo glorioso de cuerpo de hierro i alma de gra- 
nito, al cíclope sudamericano que tenia la inflexible firmeza 
de las rocas de los Andes. 

No se puede hacer la apoteosis del estraordinario carácter 
del jeneral San Martin, sin colocar a su lado, como su sombra 
—que proyecta la rara luz de su enerjía incomparable — al he- 
roico Edecán O'Brien, su amigo de la mas absoluta confianza, 
en cuyas manos de centauro entregaba su valiosa vida. 

Fué su inseparable compañero en todas sus jornadas. I pre- 
ciso se hace decir que las esforzadas marchas del Jeneral San 
Martin a Buenos Aires, desde Chile, eran otras tantas batallas 
ganadas de antemano a los realistas dominadores de la Améri- 
ca, porque cada una de ellas era la preparación de las futuras 
derrotas de los peninsulares que oprimían el continente. 

Justo es, pues, estampar aquí que a O'Brien corresponde 
su parte de gloria en todos sus grandiosos viajes a través de 
la mitad de la América, desde el Mapocho al Plata, trasmon- 
tando las cordilleras i recorriendo las llanuras para dar la li- 
bertad al Pacífico. 

A su regreso de Buenos Aires, siguió imperturbable, como 
buen irlandés, las rudas campañas de la independencia en las 
filas del ejército, al lado i a las órdenes de San Martin. 



VII 



Emprendida la campaña del Sur, O'Brien marchó al sitio 
de Talcahuano, que, por las vecindades del mar i del Biobio, 
debió recordarle el sitio de Montevideo i las márjenes del cau- 
daloso Plata, Cumplida su misión allí, regresó a ponerse nue- 
vamente a las órdenes de San Martin en el campamento de las 
Tablas. Hizo la rápida marcha de la persecución de Osorio há- 



— 93 — 

da el Sur, i se encontró en la noche triste de la sorpresa de 
Cancha Rayada, sin abandonar nn instante a su jefe. 

Fué el único oficial que no se separó un momento del lado 
de San Martin, con quien emprendió la retirada hacia San Fer- 
nando, donde descansaron brevemente dé los azares del des as. 
tre. Allí San Martin, según el testimonio del coronel don José 
Bernardo Cáceres, que formaba parte de la comitiva, como 
esfin je — silencioso i abstraído, — fatigado por las emociones de la 
derrota, se tendió en el suelo de su alojamiento, dando descan- 
so por un momento a sus miembros de acero i a su alma de 
granito. 

Acaso allí, con la mirada escrutadora fija en el cielo, bus- 
caba en su insondable pensamiento la solución de su destino, 
que acababa de recibir formidable golpe cuando mas anhelaba 
vencer los obstáculos que se oponían a la independencia de 
América. 

Cancha Rayada destruía de improviso toda su obra madura- 
mente elaborada en Mendoza i lo arrojaba al negro abismo de 
la ruina completa de su causa de libertad continental. 

Su ejército, formado de bloques de los Andes, que tal era el 
alma de sus soldados, había hollado las nieves de las cumbres 
como el cóndor que hiende las nubes; vencedor del mas bri- 
llante núcleo militar español en la cuesta de Chacabuco, ahora 
vagaba deshecho, con sus jefes dispersos, por los campos, como 
peregrinos sin patria. 

Aun cuando Blanco Encalada habia puesto en salvo la arti- 
llería i Las Heras toda una división, la sorpresa de Cancha Ra- 
yada era mucho mas trascendental que el desastre de Ran- 
cagua. 

En las Memorias de las Campañas de la Independencia, es- 
critas por el brillaute coronel don Rafael Gana, se narran las 
sombrías consecuencias de la triste sorpresa con el colorido del 
desastre mas desalentador. 

Afortunadamente para los destinos de la patria, la Providen- 
cia velaba por su suerte i en Santiago un héroe sin segundo, 
Manuel Rodríguez, inspirado por la divina luz del oielo, alentó 
con su palabra de tribuno al pueblo de la capital i le infundió 
el coraje del heroísmo. 



— 94 — 

Formó la lejion de los Húsares de la Muerte — titulo de mar- 
tirio—para vengar el desastre de Caucha Rayada en Maipo. 

La obra de San Martín volvía a ser admirable i noblemente 
secundada por el ilustre guerrillero, que encarnaba, en sus 
bríos i en su jenio, el alma del pueblo chileno, la augusta con- 
ciencia de la patria! 

O'Brien no se apartó de su jefe, sino en Chimbarongo, para 
adelantarse a cumplir sus órdenes en Santiago. 

A las puertas de la capital, los aguardaba el án jel de las vic- 
torias inmortales para resarcirles de los sacrificios de la derrota 
de Cancha Rayada. 

Ya se divisaba en el horizonte el primer albor de la aurora 
imborrable del triunfo decisivo de Maipo cuyos destellos se re- 
flejaban en todos los corazones dispuestos al heroísmo i al 
martirio. 



vin 



En la gloriosa i reñida batalla de Maipo, que debe ser ins- 
crita entre las batallas decisivas de la libertad en América i que 
selló definitivamente la independencia de Chile, el denodado 
O'Brien descolló por sus hazañas. 

Acompañó, en la mañana, al sagaz jeneral San Martin a ha- 
cer un reconocimiento en el campo enemigo, disfrazados ambos 
con el traje de simples campesinos. 

El historiador don Diego Barros Arana, en su Historia Jene- 
ral de Chile, describe este episodio precursor de la batalla de 
Maipo: 

»Los dos ejércitos, separados por una distancia de seis ki- 
lómetros escasos, habían pasado aquella noche sobre las armas. 

»Un escuadrón de Cazadores a caballo, mandado por el coro- 
nel Freiré, i otro de Granaderos, bajo las órdenes del coman- 
dante don José Melian, sostuvieron un constante tiroteo con 
los Dragones de Morgado. Al venir el dia, todo el ejército rea- 
lista se puso en movimiento, ocupó las casas de la hacienda de 
Espejo i sus contornos, i casi sin demora ni vacilación continuó 
su marcha hacia el noroeste, obligando a las avanzadas enemi- 
gas a replegarse hacia su campo. 



— 95 — 

»Osorio parecía persistir en su plan de pasar adelante por 
una marcha de circunvalación ejecutada a la distancia por el 
flanco derecho del ejército patriota, e ir a ocupar el camino entre 
Santiago i Valparaíso. Ese plan, aun dado que no hubiera po- 
dido ocupar a la capital, le habría permitido en caso de un con- 
traste con un lugar de retirada en ese puerto, bloqueado a la 
sazón por la escuadra española. 

•Advertido por el coronel Freiré de este movimiento de los 
realistas, se adelantó San Martin, cuando apenas amanecía, a 
hacer un reconocimiento personal. Acompañábalo su ayudan- 
te O'Brien i el comandante de injenieros Bacler Albe, vestidos 
como el jeneral en jefe, con el traje de simples campesinos. 
Desde una distancia de quinientos a seiscientos metros pudo 
ver, con la ayuda de un anteojo, lo que allí pasaba; i volvién- 
dose a sus compañeros les dijo, lleno de confianza: «Oeorio es 
mas inepto de lo que pensaba. El sol que comienza a asomar 
en la cordillera va a ser testigo de nuestra victoria.» 

O'Brien tuvo el honor i la suerte de batirse en esa memora- 
ble acción de guerra como primer Edecán del jeneral San 
Martin. 

A las 3 i media de la tarde, pronunciada ya la derrota de 
los realistas, recibió del jeneral San Martin la orden de perse- 
guir al jeneral español don Mariano Oeorio, que huía del cam- 
po de batalla, señalándose por su poncbo blanco, como en Ran- 
cagua. 

O'Brien, que por segunda vez le habia correspondido la hon- 
rosa misión confiada a su valor i a su lealtad de perseguir al 
jefe vencido, lo mismo que en Gbacabuco acosando a Maroto, 
tomó el mando de 50 granaderos a caballo i abriéndose paso a 
través de las filas realistas, siguió el rumbo del jefe español 
que se alejaba con la mayor presteza de los suyos, abandonan- 
do sus banderas. 

£1 jeneral Oeorio llegó a las oraciones a la casa de posta, en 
la cuesta de Prado, llevando notable delantera O'Brien, que 
habia galopado briosamente en su persecución para darle caza. 

Osorio, que llevaba, por lo menos, media hora de marcha 
adelantando a O'Brien habia tomado el camino carretero. 

La caballada de O'Brien, fatigada con la batalla i gastada 



— 96 — 

con la forzada marcha de la rápida persecución, se hallaba en 
estado casi de incapacidad para continuar su camino. 

Esta circunstancia obligó a O'Brien a tomar la resolución de 
pasar el cerro por el camino viejo, que siendo mas corto le per- 
mitía cortar la retirada al jefe f ujitivo al otro lado de la cuesta. 

Esa tarde, ya llegada la hora del crepúsculo, cuando O'Brien 
bajó al lado opuesto de la cuesta de Prado, atravesando el ca- 
mino que conduce a Valparaíso, no encontrando al enemigo en 
bu fuga ni noticias del rumbo que seguía, pues habia tomado 
el sendero de la costa para hacer creer que continuaría hacia 
el Norte, cuando en realidad se dirijia al sur, con un baqueano, 
frustrada toda espectativa de darle alcance, resolvió &eguir la 
ruta de Melipilla, en donde tomó 400 prisioneros i 25 oficiales, 
a los que condujo a Santiago i entregó al gobierno patriota . 

Asimismo logró capturar el equipaje i las balijas de la co- 
rrespondencia i del archivo del jeneral Osorio, valiosa presa 
de guerra que equivalía a una fortuna i a una segunda victoria. 

Don Diego Barros Arana relata en su citada Historia Jene- 
ral de Chile, esta proeza de O'Brien, en los siguientes honro- 
sos términos: 

«O'Brien, movido por un exceso de celo en el cumplimiento 
del encargo que llevaba, habia cometido un error que dio tiem- 
po a Osorio i sus compañeros para ponerse en salvo. 

» Siguiendo en pos de éstos, i distinguiéndolos a la distancia 
por la polvareda que levantaban sus caballos, el oficial patriota 
habia llegado hasta la cuesta de Prado a entrada de la noche. 
De la cumbre de esa cuesta partia hacia el norte un sendero 
áspero i accidentado (conocido con el nombre de «la Cuesta 
Vieja»), apenas traficable para caballos, que iba a bajar al ca- 
mino de Valparaíso, dos leguas mas adelante. 

> Creyendo que Osorio se dirijia a ese puerto o a sus inme- 
diaciones, i esperando ganarle la delantera i caer de repente 
sobre él i cerrarle el paso, O'Brien tomó aquel sendero i una 
vez en las tierras bajas, se colocó en acecho resuelto a empeñar 
el combate i a desempeñar su comisión a todo trance. 

» Después de un largo rato, cuando, cansado de esperar la 
pasada de los fujitivos se resolvió ir a buscarlos al pié de la 
cuesta retrocediendo por el camino público, reconoció su error 



— 97 — 

por loe informes de algunos campesinos que le avisaron que 
aquellos habían tomado, hacia mas de dos horas, el camino que 
conducía a Melipilla. 

» O'Brien no trepidó en seguir en la persecución; pero ya era 
demasiado tarde, i solo logró apresar a algunos soldados reza- 
gados, apoderarse de unas cuantas muías que conducían algu- 
nas cargas de municiones i de ropas, i entre ellas de una carga 
de equipaje, con los despachos i con la correspondencia del je- 
neral enemigo. 

*E1 capitán O'Brien, mas tarde jeneral en el Perú, i mui co- 
nocido en todos estos países, que recorría periódicamente hasta 
el fin de sus días (O'Brien falleció en Lisboa el 1.° de junio de 
1861, a la edad de 68 años, hallándose nuevamente en viaje 
para Chile) contaba con todos sus accidentes i con mucho coló- 
rido esta correría en persecución de Osorio. Referia a este res- 
pecto un rasgo de jenerosidad i discreción de San Martin que 
la historia ha consignado i que debe recordar. 

> Cuando O'Brien trajo de Santiago la valija que contenia la 
correspondencia de Osorio, i la presentó a San Martin, este úl- 
timo la sometió aun minucioso examen. Halló en ella las ins- 
trucciones dadas por el virrei del Perú di jeneral realista i mu- 
chos otros documentos de carácter oficial i privado, útiles para 
descubrir los planes i los recursos del enemigo, i encontró, ade- 
mas, algunas cartas escritas para dos o tres caballeros de San- 
tiago, que, aunque tenidos por patriotas, se habían dirijido a 
Osorio después del desastre de Cancha Rayada para espresar- 
le su adhesión a la causa del reí. En vez de emplear esas cartas 
como auto cabeza de proceso contra sus autores, San Martin 
las reservó cuidadosamente; i un día que salió con O'Brien a 
caballo a dar un paseo al Salto, en los alrededores del norte de 
Santiago, las quemó para no dejar memoria de esa culpable 
debilidad de hombres, por otra parte, buenos i utilizables 
en servicio de la causa de la revolución. En recuerdo de este 
acto de la jenerosidad de su jeneral, el fiel O'Brien adquirió 
mas tarde el terreno en que éste había sido ejecutado, lo con- 
virtió en una modesta quinta de recreo, i allí levantó una co- 
lumna de madera conmemorativa de aquel hecho.» 

Por los servicios prestados por O'Brien en la batalla de Mai- 
7 



— 98 — 



po, recibió una medalla de plata del Gobierno de Chile i los 
cordones de plata de honor de Buenos Aires. 

San Martin le regaló los cordones propios, acompañándolos 
de la siguiente carta de cariñoso afecto: 



Señor don Juan O'Brien. 



Santiago, abril 21 de 1820. 



Mi estimado amigo: 

Bemeditos me ha enviado los adjuntos cordones de Maipo; 
en ningunos hombros estarán mejor que en los de usted, por 
lo que me tomo la confianza de remitírselos para que los use 
en mi nombre. 

Se repite de usted su amigo Q. S. M. B. 

Josa de San Martin. 

O'Brien fué condecorado con la cruz de la Lejion de Mé- 
rito de Chile, creada por el Director Supremo don Bernardo 
O'Higgins i ascendido al grado de teniente coronel. 



IX 



En 1820 emprendió la campaña de la espedicion libertadora 
del Perú, siempre a las órdenes i como primer Edecán del j ene- 
ral San Martin. 

Al llegar a las aguas del Perú, salvó con valor temerario los 
pertrechos de guerra del ejército i de un completo i seguro de- 
sastre la espedicion libertadora. 

Este hecho honra grandemente al valiente i abnegado 
O'Brien, cuya heroicidad no tiene paralelo en todos los peligros 
i en los actos que exijen mayor serenidad i resolución. 

El valor que se manifiesta al frente del enemigo, en medio 
del fragor del combate, es un valor hermoso, embellecido por 
todos los mas nobles rasgos de entusiasmo i patriotismo del 



— 99 — 

soldado i del hombre, al resplandor de la bandera i de la glo- 
ría; pero el que se demuestra a sangre fría, sin ninguno de los 
estímulos poderosos de la, batalla, obedeciendo al sentimiento 
inflexible del deber, es mucho mas admirable i digno de elojio. 

Esto fué lo que ejecutó O'Brien al arribar la espedicion a los 
mares del Perú. 

Eu el puerto de Ancón se hallaba anclada la escuadra del 
Ejército unido de Chile i la Arjentina, entre cuyas naves se 
encontraba la fragata Águila, que conducía toda la artillería i 
la mayor parte de las municiones i la pólvora de la espedicion. 

Mientras trabajaban en el entrepuente, algunos hombres ha- 
ciendo teteras de lata, para los soldados, a la hora de comer, o 
de rancho, como se dice en lenguaje de campaña, se prendió 
fuego el buque, i todos los oficiales i obreros huyeron despavo- 
ridos hacia la cubierta. 

En este momento crítico, O'Brien, con el capitán Lavas i un 
marino ingles, Mr. John Thompson, bajaron al entrepuente, i 
cou sus esfuerzos aunados apagaron el fuego antes que pudie- 
ra alcanzar a la pólvora, a la Santa Bárbara, salvando, de una 
esplosion terrible i desastrosa, i de una muerte segura a la tri- 
pulación, la uave, la artillería, el parque del Ejército i acaso de 
que volase toda la escuadra. 

Sin este rasgo de intrepidez de O'Brien, tan oportuno como 
arriesgado, la espedicion libertadora habría quedado completa- 
mente indefensa a las puertas mismas del país que iba a inva- 
dir i a arrebatar del predominio peninsular. 

¿Qué habría podido hacer el ejército i el jeneral San Mar- 
tin, sin municiones i sin pertrechos de guerra, en un país ene- 
migo i con una masa tan numerosa de hombres sin medios de 
resguardar su vida? 

La calma i el coraje de O'Brien en aquel supremo instante 
evitaron la ruina de la espedicion i la salvación misma de la 
causa independiente i de la patria. 

El injenio i el valor del jeneral en jefe i sus oficiales como 
de sus soldados, no habrían podido suplir la falta de elementos 
de combate i de victoria. 

Después del desembarque en Huaras, O'Brien se dirijió con 
•1 jeneral don José Antonio Alvarez de Arenales i el coronel 



* : 



i 



i 



i 



i 



— 100 — 

don Rudecindo Alvarado, a atacar a los realistas en sus reduc- 
' tos de Jauja i Tarma. 

i Esa campaña de las sierras del Perú, estuvo sembrada de pe- 

ripecias i penalidades i en ella no fué menor la falta de recur- 
sos que la enerjía que hubo que emplear para vencer las incle- 
mencias de la estación i la naturaleza, que el valor de los ene- 
migos. 

El jeneral Miller narra en sus Memoriai los episodios penosí- 
simos de esa espedicion a las rejiones mas bravias de aquel 
país. 

Cuando el ejército se retiró, hacia la costa del litoral peruano, 
O'Brien permaneció en San Mateo observando los movimientos 
v del jeneral Canterac, que mandaba un ejército de mas de cua- 

tro mil hombres, quien desde el Callao se habia retirado a las 
sierras de Jauja. 

Al llegar a Lima O'Brien, en su difícil comisión de campaña, 
fué encargado de perseguir al ejército español, con una colum- 
na de mil soldados. 

Cumpliendo su misión militar, atacó a los realistas en Gua- 
matango i les quitó el ganado i les hizo mas de 500 prisioneros. 

Este hecho de armas tan atrevido como feliz, le honra alta- 
mente como jefe audaz i estratéjico, pues debilitó i logró des- 
moralizar a los enemigos. 

Por tan plausible hazaña, ejecutada con fuerzas tan desigua- 
les, mereció una elocuente carta de congratulación del jeneral 
Las Heras. 

Terminada la campaña de las sierras, O'Brien regresó a Lima, 
cumpliendo brillantemente su deber militar. 

En la capital del Perú le aguardaba la mayor honra i gloria a 
que puede aspirar un soldado que sirve a la libertad de un con- 
tinente. 

Al jurar la independencia del Perú, el Protector don José de 
San Martin, le acordó la alta honra de acompañarlo, entre otros 
jefes, en aquel acto. 

La hoja de servicios del jeneral O'Brien, dice sobre este glo- 
rioso suceso: 

cFué el único oficial de su escolta que el jeneral llevó al ta- 
blado en este acto solemne, presentándole con su propia mano, 



— 101 — 

i una inscripción honorífica, el gran quitasol debajo del cual 
los antiguos virreyes hacian su entrada a la capital.» 

£1 28 de julio de 1821, sobre un tablado levantado en la Pla- 
za mayor, en presencia del pueblo i las corporaciones i autori- 
dades de Lima, Cabildo, Junta de notables, Universidad i Es- 
tado Mayor Jeneral, San Martin esclamó con voz entera i sonó- 
ra, teniendo a su lado al único jefe de su escolta entre 16 jefes 
oficiales del ejército Edecán O'Brien: 

<El Perú es desde este momento libre e independiente por la vo- 
¡untad de los pueblos i de la justicia de su causa, que Dios de- 
fiende.* 

Batió el pendón por tres veces, dice el jeueral Mitre, en su 
Historia de San Martin, i prorrumpió en un / Viva la Patria/ 
i Viva la libertad! / Viva la independencia! que el pueblo repi- 
tió en medio del estampido de ios cañones. 

Aquel dia memorable para la América, San Martin dio a su 
fiel ayudante O'Brien, en premio de su lealtad i de su valor, 
como de sus valiosos servicios a la independencia en aquella 
larga campaña de cinco años (1817-1821), a través de la mitad 
del continente, desde el Plata al Rimac, los despachos de coro- 
nel de caballería i le regaló, — glorioso presente de libertador — 
el gran quitasol de terciopelo de seda carmesí con flecadura de 
oro que usaban los virreyes del Perú en su entrada a Lima i 
bajo el cual se habia jurado la independencia de aquella nación. 

Esta especial distinción no pareció bastante al jeneral San 
Martin i le confió la comisión de conducir a Chile i a Buenos 
Aires las banderas i los estandartes tomados al ejército español. 

El libertador de los Andes i del Pacífico quiso rendir un tri- 
buto de noble homenaje a los dos pueblos que habian enviado 
sus ejércitos para libertar al Perú. 

A Chile devolvió sus banderas enlutadas de Bancagua — las 
insignias de muerte de O'Higgins — i mandó a Buenos Aires, los 
cinco pendones i dos estandartes españoles conquistados por 
los soldados arjentinos i chilenos. 

Para cumplir esta honrosa comisión designó a su noble ayu- 
dante coronel O'Brien. 

He aquí el oficio de San Martin al gobierno de Buenos 
Aires: 



— 102 — 

«En la campaña que ha decidido la independencia del Perú, 
ha tomado el ejército libertador, entre otros varios trofeos, 
cinco banderas i dos estandartes que se hallaban en poder de 
los enemigos de América. 

» Recobrados ahora por el valor del ejército unido, es mui 
justo ofrecer este monumento de gloria a aquellos pueblos que 
han contribuido a los progresos de la causa pública con su 
enerjla, decisión i constancia; i ocupando entre ellos un lugar 
distinguido la ilustre Buenos Aires, tengo el honor de remitir 
a V. E. con el coronel don Juan O'Brien las mencionadas ban- 
deras i estandartes, que suplico a V. E. se sirva aceptar como 
un tributo de consideración que le presentan las tropas de mi 
mando, i disponer que sean depositados donde V. E. tenga por 
conveniente. Lima, Noviembre de 1821. — Josí de San Mar- 
tín. — Excmo. Cabildo, Justicia i Rejimiento de la ciudad de 
Buenos Aires.» 

» Cuando llegaron estas banderas, dice el jeneral Mitre en su 
obra citada, a Buenos Aires, el Cabildo habia sido estinguido, i 
se entregaron al gobierno de la provincia, quien ordenó se de- 
positaran en la Catedral. El Argos de Buenos Aires, publicó una 
descripción de estas banderas que correspondían a los siguien- 
tes cuerpos realistas: «Batallón lijero de África»; ídem de cTa- 
lavera»; ídem «Caballería de Tarma», i una bandera sin nombre 
de cuerpo con un escudo real en cada esquina i la inscripción 
al. centro: Por el rei, por la fe i la patria.* 

O'Brien colocó en la catedral de Mendosa la bandera que él 
mismo habia capturado en Chacabuco i el 30 de enero de 1822, 
depositó en la catedral de Buenos Aires las insignias realistas 
que habian pertenecido a los bravos rejimientos peninsulares 
denominados Talavera, Tarma, Champiguaranga, Arica, Grana- 
deros de Reserva i Dragones. 

De documentos particulares consta que este viaje fué hecho 
a espensas del coronel O'Brien. 

San Martin recompensó a su abnegado ayudante, ademas, 
con la medalla de la toma de Lima i la Cruz de la Ordeu del Sol 
del Perú, que él habia creado para premiar a los jefes de bu ejér- 
cito. 



— 103 — 

Le concedió, asimismo, licencia para que se dirijiese a visitar 
su familia en Irlanda. 

O'Brien regresaba a su patria, formado su carácter en las ru- 
das pruebas de su carrera militar i llevando sobre su pecho las 
medallas de sus campañas i en bus hombros las insignias del 
grado que habia alcanzado combatiendo por la libertad de Amé- 
rica. 

¿Qué ofrenda mas preciosa podía tributar a los suyos i a su 
pais natal? 

Nunca dicha mas grande podia caber en su alma de soldado 
i de caballero, ni ostentar mayor gloria como adalid de una 
causa que era la de su propio suelo: la libertad! 



Cumplida éu honrosa comisión, de hacer la entrega de las 
banderas realistas en la capital del Plata, O'Brien continuó bu 
viaje a Irlanda, a visitar bu hogar, a respirar las brisas de su 
patria después de tan larga i trajediosa ausencia. 

£1 gobierno de Buenos Aires le encomendó la importante mi- 
sión de promover la inmigración irlandesa, habiéndole corres- 
pondido ser el iniciador de esa poderosa corriente de población 
europea que ha desarrollado la riqueza i la civilización en las. 
estensas i valiosas re j iones arjentinas. 

Durante su permanencia en Irlanda puso en ejercicio toda su 
actividad para realizar sus esfuerzos en favor de la inmigración 
de sus connacionales hacia la nacionalidad de que era su digno 
representante colonizador. 

Hizo presentaciones al gobierno irlandés i publicó artículos 
en la prensa para difundir el conocimiento del pais que desea- 
ba ofrecer como una segunda patria a sus compatriotas. 

Este es un rasgo que retrata una faz nueva del espíritu de 
entusiasmo, de progreso i de trabajo del noble ájente del go- 
bierno de Buenos Aires. 

8e trasf ormó en propagandista para prestijiar los paises ame- 
ricanos que habia contribuido a libertar del predominio colonial. 



— 104 — 

Para que él mismo dé uiia idea mas característica de su labor 
de colonizador i ájente de propaganda e inmigración, vamos a 
trascribir algunos documentos, conservados en su archivo de 
familia i que completan estas referencias históricas. 

Hé aquí un artículo de su pluma, con su peculiar estilo, en el 
que preconiza sus principios sobre colonización irlandesa en el 
Plata. 

Si se hubiesen atendido por sus compatriotas i por su pais, es 
decir por sus estadistas, hombres de trabajo i capitalistas, las 
ventajosas advertencias de O'Brien, cuan grande seria hoi el 
influjo i el desenvolvimiento del comercio británico en el Plata, 
i en las naciones de la América del Sur. 

Estos pueblos habrían adquirido un impulso mas vigoroso en 
su desarrollo jeneral, bajo la acción activa de iniciativa múltiple 
de una raza emprendedora. 

Copiamos a continuación la traducción castellana del artículo 
i la presentación hecha en Irlanda por el coronel O'Brien: 

«A los editores del Morning Post de Dublin. — Hoi al punto 
de mi retirada de este mi país natal para Sud América, aprove- 
cho de la oportunidad del diario de Uds. para participar al pú- 
blico una notable demostración de la amistad i jenerosa inten- 
ción del pueblo i gobierno de Buenos Aires hacia la nación 
irlandesa. — Habiéndose oido decir en el año 1822 que en toda 
Inglaterra se levantaban contribuciones para socorrer la miseria 
que aflijia a este pais, tuve el honor de ser comisionado por el 
Gobierno de Buenos Aires como persona de su confianza i ooro- 
nel en su servicio, para hacer una propuesta a su favor al go- 
bierno de este pais, siendo su plan, alentado para aliviarle de 
su numerosísima población, en particular una propuesta para 
poblar un terreno estenso en las inmediaciones de Buenos Aires 
con hijos de este pais. Esta propuesta con el despacho de aquel 
gobierno i decreto de su Congreso Nacional, señalando la osten- 
sión de terreno destinado a cada familia i la calidad de asisten- 
cia con que se les brindaba, tuve el honor de elevarla al gobierno 
de Irlanda con un memorial solicitando su consentimiento a la 
emigración después de hechos los gastos i preparativos necesa- 
rios al embarque de los colonos. Mis credenciales, por supuesto» 
fueron manifestadas con referencia a sujetos los mas respeta- 



— 105 — 

bles del comercio de esta ciudad para afianzar estos documentos 
i la firma de ellos. — Estoi mui reconocido al buen recibimiento 
que me hizo el señor Marques de Wellesley i siento infinito que 
a su Gobierno no le haya parecido bien acceder a mi misión en 
aquel entonces.— Desde aquel periodo el Ministerio de la Gran 
Bretaña ha desplegado nuevas miras en su sistema político este- 
rior mas favorable a los principios espuestos i hacia los Estados 
independientes de Sud América. — Entre éstos el de Buenos Ai- 
res obtiene el primer rango por ser la primera en serlo i en salir 
victoriosa contra la opresión, por el comercio i libertad i (de 
facto) hace catorce años que es un gobierno libre e indepen- 
diente. — Séale permitido a un militar que ha trabajado por 
largo tiempo en la grande obra de la independencia de Sud 
América, hablar con admiración de aquel Gobierno. Buenos Ai- 
res no fué mezquina en la libertad que obtuvo; no tan solo dio 
el ejemplo de la independencia a los demás, fué pródiga de su 
sangre i tesoros para estenderla sobre todo aquel vasto conti- 
nente. — Loe hijos de Buenos Aires (los arjentinos) fueron los 
que dieron libertad a Montevideo i Banda Oriental, fueron los 
que atravesaron trescientas leguas por sobre los helados Andes 
para libertar a Chile, los que rompieron las cadenas que opri- 
mían al Perú, i después de marchas de mas de seis mil leguas 
establecieron la indepedencia en Lima, i poseen actualmente 
el mismo estandarte con que Pizarro redujo a aquel pais a la 
esclavitud de España; es, pues, justo que los sentimientos i jene- 
rosos anhelos de un pueblo tan animoso sean al fin conocidos. 
— Yo, como irlandés, les estoi sumamente reconocido por sus 
benéficos sentimientos hacia mis paisaoos; sus deseos pueden 
ser frustrados, pero lo serán solo instantáneamente, pues, la pro- 
puesta será pronto renovada i no tengo la menor duda será aten- 
dida por la política del Ministerio británico. La Gran Bretaña 
en la actualidad probablemente se va a poner a la cabeza de los 
gobiernos libres del Universo; i una amistad i relación con Bue- 
nos Aires será una circunstancia mas favorable que las demás 
para preservar sus establecimientos en la India i prolongar un 
dominio asi dispuesto. 

»Para..« fomentar una amistad tan benéfica solo puede ser por 
medio de un cambio mutuo entre ambos países, de aquellos ren- 



— 106 — 

glones que les hace falta i por el cual prosperan. — Tengo el ho- 
nor de ser de Uds. señores editores. — Juan O'Brien, — Marzo 
25 de 1824.» 



REPRESENTACIÓN AL GOBIERNO DE IRLANDA 

c A su Excelencia el mui noble Ricardo Marques de Wellesley, 
Teniente Jeneral i Gobernador Jeneral de Irlanda. — Señor: La 
situación que vuestra Excelencia obtiene a la cabeza del poder 
ejecutivo de este país, demuestra cuan preciosos son los mo- 
mentos de vuestra Excelencia i así suplico se digne considerar 
cuanto estimo su atención cuando sin mas preámbulos paso a 
espresar a vuestra Excelencia el punto a que se dirije esta mi 
representación. Creo ser de la misma opinión de vuestra Exce- 
lencia cuando digo que la emigración ha sido mirada hasta 
ahora como un objeto deseado en Irlanda con respecto a la 
parte mas pobre de los habitantes. El sistema de emigración 
sancionado por el Gobierno ha sido únicamente colonial i mui 
costoso; es pues mi objeto proponer un modo de emigración, 
diferente de la emigración colonial con muchas mas ventajas 
que éste i sin los gastos ocasionados por él. 

«Yo hago la propueta con plena autoridad para ello i dis- 
puesto a llevarla a debido efecto. Yo he residido por doce años 
en Buenos Aires i en el curso de los diez últimos de este pe- 
ríodo he obtenido empleos honoríficos de los gobiernos de Mon- 
tevideo i Buenos Aires, Chile i Perú. He tenido la fortuna de 
reunir en mí la confianza de estos gobiernos en prueba de lo 
que he traido documentos auténticos i certificados de cada uno 
de los Gobiernos ejecutivos de los nuevos Estados de Sud- Amé- 
rica, los que tomo la libertad de elevar a manos de vuestra 
Excelencia; la autenticidad de estos documentos pueden ates- 
tiguar las casas mas respetables de comercio de Dublin. Con 
tales documentos i el rango de coronel de caballería que por 
algún tiempo he obtenido en su servicio, conseguí permiso de 
aquellos Estados para regresar a mi pais natal, habiendo antes 
obtenido del Gobierno de Buenos Aires la donación de una 
estension de terrenos con el objeto de poblarlos con mis propios 



— 107 — 

paisanos siempre que este mi proyecto obtenga la aprobación 
de vuestra Excelencia. Vuestra Excelencia conoce los i ornen- 
sos recursos de Buenos Aires para la colonización, con un clima 
igual al de Italia i del Sur de Francia, teniendo mas de tres 
mil millas en contornos no habitadas, la mayor parte cubierta 
de caballos, bueyes, vacas i ovejas silvestres i con el suelo mas 
fértil* del Universo, inculto, no obstante ser capaz de producir 
toda clase de sembrados, veje tal es, árboles i plantíos. Para un 
país que se halla en estas circunstancias, la colonización no es 
un objeto menos importante que la emigración para la supera* 
húndante población de Irlanda i permítaseme añadir que una 
colonia puesta bajo circunstancias tan ventajosas promete ser 
no tan solo benéfica a los interesados cuanto debe dar mas 
vuelo a la importación nacional i al naciente comercio que 
principia actualmente entre los dominios británicos en Europa 
i el territorio de Buenos Aires. Me hallo autorizado para ase- 
gurar al Gobierno de Irlanda que ninguna mira política entra 
en esta propuesta i que su objeto es puramente para el benefi- 
cio de ambos países fundado en sus mutuas necesidades e inte- 
reses, haciendo la misma nación un cambio de su superfluo 
territorio i alimentos por nna parte de la superabundante po- 
blación de la otra; sus mejores intereses pueden ser promovi- 
dos sin costos por un libre cambio de sus mayores necesidades 
i combinar de este modo el adelantamiento de su mutuo comer- 
cio. Por mi parte, Excmo. señor, permítame vuestra Excelen- 
cia asegurarle que ningún interés personal i especulación indi- 
vidual entra en lo mas mínimo en ésta mi propuesta i que la 
gratitud de los Estados de Sud América, ha remunerado mis 
servicios con una fortuna independiente; que con semejantes 
medios i colocado en una relación intermedia entre las dos 
naciones; ligado a la una por la sangre i nacimiento i a la otra 
por el deber, no tengo mas objeto que el bien del pais de mi 
nacimiento i el de mi adopción; i no he encontrado otro medio 
de conciliar estos mismos afectos que el formar un estableci- 
miento de irlandeses en el territorio de Buenos Aires en caso 
que mi propuesta merezca la aprobación de vuestra Excelen- 
cia. Me he tomado la libertad de elevarle directamente esta 
representación en que el íntimo conocimiento que vuestra 



— 108 — 

Excelencia tiene de las necesidades e intereses de Irlanda, i 
que, ansioso de removerlas, me proporcionarán buen éxito, esto 
es si mi propuesta viene bien con la opinión i miras de vuestra 
Excelencia, i añadiré que no ha tenido poca parte en mi deter- 
minación la influencia i admiración que ha causado en el Nuevo 
Mundo la sabia administración de vuestra Excelencia en la In- 
dia i de la dominante política que distingue aquel memorable 
período en la historia del Imperio Británico. — Tengo el honor 
de ser con el mayor respeto el mui obediente servidor de vues- 
tra Excelencia. — (Firmado.) — Juan Ó'Brien. — Setiembre 30 
de 1823.— Dublin.» 



CONTESTACIÓN OFICIAL DBL GOBERNADOR DE IRLANDA 

«Castillo de Dublin, octubre 6 de 1823. — Señor: Su Excelen- 
cia me ordena acusar a Ud. el recibo del memorial de Ud. 
fecha 30 del último, relativo a la emigración de este pais para 
Sud América i me ordena diga a Ud. en contestación que ha- 
biendo considerado su propósito no cree sea una a la que pueda 
dar su sanción o a cuyo respecto le sea necesario dar su opi- 
nión. — Tengo el honor de ser, señor, su mui obediente servi- 
dor. — (Firmado.) — Enrique Cotdburn. — Al Coronel O'Brien. — 
En la Posada de Leicester, calle Lanzon. — Dublin. > 

Permaneció en Irlanda, perseverando en esta labor de tra- 
bajo i cultura sud americana, hasta 1824. ' 

A mediados de este año dejó por segunda vez a Inglaterra 
para volver a América a reanudar su vida de lucha, de acción, 
de combates i de empresas, de progreso, civilización, libertad, 
riqueza i trabajo. 

XI 

Cuando regresó a la América, ya el drama de la revolución 
sud-americana se habia desenlazado en la batalla de Ayacucho, 
bajo el filo de la espada del mariscal don José Antonio de 
Sucre. 

O'Brien, del Plata se trasladó al Perú i se internó en Bolivia 



— 109 — 

a las órdenes de los jenerales Bolívar i Sucre, acompañándolos 
en su empresa de f andar aquella nacionalidad andina. 

En 1 825 hizo con el jeneral don Simón Bolívar la espedicion 
del lago Titicaca. El libertador Bolívar, como el jeneral San 
Martin, tenia alta estimación por el coronel O'Brien, al cual 
obsequió sus espuelas de plata con las cuales hizo las campa- 
ñas de la independencia de Colombia. 

Cupo así, al coronel O'Brien, la gloria de haber sido ayu- 
dante de los dos jenerales libertadores de la América del Sur, 
loe mas grandes capitanes del continente austral. 

€ O'Brien, dice Vicuña Mackenna, por su parte, mantuvo 
siempre un culto en su corazón por los dos grandes guerreros 
de nuestro hemisferio, a los que comparaba siempre entre sí, 
dando su preferencia a San Martin. 

> Decía de Bolívar que era el Napoleón de la América i de 
San Martin, para hacer mas grande su elojio, decía que era el 
Wellington de sus guerras. Mas acertado habría sido su juicio 
si le hubiera llamado Washington; pero es verdad que el crí- 
tico era ingles. > 

xn 

Terminada la revolución de la independencia sud americana, 
con el establecimiento de ocho nuevas nacionalidades, las re- 
públicas del Uruguai, Arjentina, Chile, Perú, Bolivia, Ecuador, 
Nueva Granada, (hoi Colombia) i Venezuela, el coronel O'Brien 
se entregó a grandes trabajos industriales en las rejiones ines- 
peradas del Perú. 

En 1826 le concedió el jeneral Bolívar el privilejio de la 
esplotacion de la famosa rejion minera de plata denominada 
de Salcedo, en la sierra de Loycayota en provincia de Puno. 

El coronel O'Brien se asoció al rico comerciante ingles Mr. 
John Begg, para esplotar tan valiosos minerales que al no haber 
estado inundados por el agua de las sierras, habrían hecho de 
él el mas opulento industrial de América. 

Una tradición popular del Perú relata que aquellos ricos 
veneros fueron espresamente cegados en venganza de la muerte 
de su propietario José Salcedo, victimado en la plaza de Lima. 



— 110 — 

El mineral de Salcedo, en el manto de Paño, data de la 
época colonial. 

Su importancia es bien conocida en la historia del Perú, 
siendo valorizados por los mas poderosos de la América. 

Su propietario, el andaluz José Salcedo, en un año obtuvo 
un provecho líquido de mas de siete millones de pesos, cortando 
la plata, en barra en las vetas, a cincel. 

El último año antes de ser ahorcado en Lima, por el virrei 
conde de Lémus, esplotó 1,256 barras de plata con 165,579.3 
marcos, que pagaron en derechos de quintos 1 79,980 pesos 6 
i medios reales como contribución, según consta de documen- 
tos oficiales en los archivos de Puno. 

Desde esa época las famosas minas fueron abandonadas, por 
haberse inundado sus ricas labores, hasta que restauró sus 
trabajos el coronel O'Brien. 

Para desalojar el agua que invadía las minas, O'Brien cons- 
truyó un canal navegable, llamado el socavón de la Vera- 
Cruz. 

Este canal, que era surcado en sus aguas subterráneas por 
numerosas embarcaciones, fué perforado en la roca con una 
maquinaria a vapor trasportada de Inglaterra por O'Brien i 
su socio el rico comerciante de Lima señor Jhon Begg. 

Asimismo se construyó un ferrocarril para el trasporte de 
la producción mineral. 

El primitivo nombre de ese mineral, es decir su denomina- 
ción indíjena, es el de Laycacota i de él hace relación Ulloa en 
sus viajes. Después se llamó de Salcedo por el nombre de su 
propietario. 

De los libros de Aduana consta la producción fabulosa de 
estos minerales. 

Don José Salcedo, que no era avaro, permitía a todo trabaja- 
dor el libre acceso a sus faenas, i les regalaba cuanto podían 
estraer en metales de plata. 

Muchos que llegaban miserables i perdularios, se despedían 
ricos después de haber trabajado algún tiempo en aquellas 
faenas. 

A pesar de estos actos de filantropía, el magnánimo Salcedo 
sucumbió en un cadalsol 



— 111 — 

Casado con Carinen Ollantoy, heredera incásica, la Real 
Audiencia tuvo celos de su riqueza i con ayuda de la Inquisi- 
ción, lo condenó al suplicio. 

¡Misterios insondables del destino de algunas criaturas que 
nacen predestinadas al infortunio l 

Al coronel O'Brien correspondió restablecer, merced a ím- 
probo trabajo, la esplotacion de tan ricos minerales. 

En 1830, después de un viaie a Europa, decia en la Gaceta 
de Lima, el coronel O'Brien: 

€ £1 socavón de Vera-Cruz, en que los españoles gastaron 
muchos años i cerca de 1.000,000 de pesos, se interna 800 
varas en una masa de pórfido. A su amigo i socio el señor 
John Begg, de Lima, le encargó de la dirección del trabajo i 
según las últimas noticias recibidas i confirmadas por un ca- 
ballero recien llegado de Puno, el producto de la mina de Sal- 
cedo es convincente. Con todo, no me lisonjeo de llegar a ser 
mas rico que el Oobierno peruauo; pero me declaro satisfecho 
de ver que los grandes sacrificios que he hecho para beneficiar 
la mina de Salcedo no han sido infructuosos». 

Los trabajos del socavón se prolongaron hasta 1835 i en 
eea época un macizo de metales produjo en dos meses 96 mil 
pesos. 

1a salud quebrantada del coronel O'Brien, por las penurias 
de las pasadas campañas i las inclemencias de aquellas rejio- 
nee tropicales, lo obligó a desprenderse de aquella vasta em- 
presa industrial que tan alto coloca su enerjía de hombre de 
trabajo i de iniciativa. 

Cuando se efectuó la liquidación de los negocios de O'Brien 
con Begg, fué juez arbitro el jeneral don Bernardo O'Higgins, 
correspondiendo a O'Brien, según balance amistoso, una suma 
de 45,000 pesos, fortuna que dedicó a diversas empresas de 
otra Índole. 

Las minas de Salcedo se han trabajado mas tarde, en varios 
períodos, por diversos empresarios. 

Uno de los industriales chilenos mas animosos, don Manuel 
José Vicuña, fomentó esas rejiones en años anteriores a la con- 
tienda del Pacífico, las cuales abandonó en 1879 impelido por 
el Gobierno del Perú. 



— 112 — 

En esas ricas sierras encontrará, en todo tiempo, campo de 
especulación al esfuerzo varonil del trabajo industrioso. 

El porvenir de riqueza de\ estas zonas de la América, dará 
al continente un asombroso esplendor que habrá de maravillar 
al mundo. 



xin 



En 1827 emprendió el coronel O'Brien un nuevo viaje a 
Inglaterra. 

Animado del propósito de procurar medios de espedita ela- 
boración de sus establecimientos minerales del Perú, se diri- 
jió otra vez a Europa, pues allá siempre se han encontrado 
capitales dispuestos al impulso de los centros de producción 
del continente. 

Al dirijirse a su patria, por segunda vez como dejamos 
dicho, pasó por Chile, pais que no podia olvidar. 

Antes de su partida, en noviembre de 1826, recibió en San- 
tiago una donación amistosa del caballero don Manuel Salas, 
quien lo puso en posesión del terreno en el cual el jeneral San 
Martin quemó la correspondencia del jeneral don Mariano 
Osorio después de la victoria de Maipo. 

Allí, en aquel agreste i pintoresco paraje, formó el noble 
militar una hermosa quinta de recreo i en el sitio donde San 
Martin destruyó la correspondencia de Osorio. levantó una 
placa para conmemorar aquel hecho histórico. 

La c choza de O'Brien», como se denominó esa quinta, está 
situada en el Salto, detras del San Cristóbal, donde aun se con- 
serva el modesto monumento erijido por la fiel ternura del 
noble militar. 

El Salto de Agua o de Araya, es un lugar en donde el con- 
quistador Pedro de Valdivia tuvo el pensamiento de fundar la 
ciudad de Santiago. 

Fué propiedad del primer alcalde i molinero de Santiago 
don Rodrigo de Araya i su nombre proviene de la caída del 
agua del rio Mapocho que movía la rueda del molino. 

Allí, en las vecindades de aquel apartado i romántico sitio 
tenian su parque los españoles, en cuyo cuartel se ha insta- 



— 118 — 

lado después, en la época de la patria nueva i de la industria 
nativa, la fábrica de paños llamada del Salto. 

En aquel entonces era una lejana posesión campestre, donde 
abundaban las perdices, i ahora con la invasión progresiva 
del desarrollo de la población i de la estension de los limites 
de la ciudad, es un barrio de Santiago, barrio rural en el que 
se dan las mas esquisitas i tempranas brevas. 

Las higueras del Salto tienen fama en el período anheloso 
de los primeros frutos, que son los mas deseados porque son 
también los mas costosos. 

Todo lo que es «caro» es codiciado por la rara contradicción 
de los contrastes de los sentimientos humanos. 

£1 historiador don Benjamín Vicuña Mackenna, narra, en 
su ameno libro De Valparaíso a Santiago, esta simpática 
leyenda de la quinta de recreo del ilustre guerrero: 



«SAN MARTIN EN EL SALTO 

»Tal era el Salto de Araya hasta hace apenas veinte años. 
Pero hoi ¿qué queda de sus primores? — Su lago hase secado, 
sus perdices han huido, sus mustias higueras encorvan la cabe- 
za, no ya al peso de la sazonada fruta sobre el alegre canasto 
de fiambres i la zamacueca, sino al rigor de los siglos que ago- 
bian su ramaje; i de todas aquellas ruinas de este paraíso en 
miniatura, mantiénese sólo en pié la pirámide de piedra (visible 
en la cima de la colina al ojo desnudo desde el tren) que el 
entusiasta O'Brien erijió al jenio protector de estos lugares, don 
Manuel Salas, i la humilde cabana que guarda la silla de 
vaqueta en que San Martin estuvo sentado el domingo 12 de 
Abril de 1818, consumando en silencio un acto magnánimo de 
su grande alma calumniada. Allí, acompañado de su fiel ayu- 
dante ya nombrado, leyó atentamente la correspondencia que 
el último habia quitado a Osorio hacia ocho dias en el campo 
de batalla de Maipo, i en seguida la redujo a un puñado de 
cenizas. 

>San Martin era un soldado, pero también era un filósofo. 

Manuel Rodríguez, que solo era un patriota, habia sorprendido 
8 



— lié — 

en la víspera de Maipo la carta de un mayorazgo de Chile, en 
que decia al vencedor de Cancha Rayada, que le enviaba un 
caballo herrado con herraduras de plata para que hiciera su 
entrada triunfal en Santiago. Cuando el comandante de los 
Húsares de la Muerte leyó aquella carta, la mordió de rabia i 
dijo al capitán Serrano, natural de Concepción: — Vaya Ud. en 
el acto i fusile ese godol Serrano no lo ejecutó, e hizo mui bien, 
porque, diez años mas tarde, ese personaje era un alto majis- 
trado de la República de Chile. San Martin conocia mucho mas 
a fondo que Manuel Rodríguez la duplicidad profunda de los 
notables de Santiago en materia de política, i por esto quemó 
sus revelaciones, que era como quemar su alma. — La semilla 
ha quedado intacta, sin embargo, como la de la sandía i los 
melones... 

»EL JRXERAL o'bRIBX EN «LA SALTA» 

»Fué don Juan O'Brien un soldado irlandés, de jeneroso co- 
razón, el primero que enseñó a los chilenos a dar a la gratitud 
la forma de la gloria, i a las glorias las formas invisibles de la 
inmortalidad, erijiendo la estatua del jeneral Freiré, otro sol- 
dado jeneroso i sublime en las batallas. 

»Bajo el impulso de sus ideas caballerescas, O'Brien, que 
amaba con pasión las tres cosas mas bellas i arrebatadoras de 
la creación: — la gloria, la naturaleza i la mujer, — habia solici- 
tado de otra grande alma en 1826, inmediatamente después de 
la batalla de Chacabuco, la cesión de un cortijo en la falda de 
una áspera colina i no lejos del lugar en que el agua del Mapo- 
cho da su famoso salto a la llanura. Otorgóle aquel obsequio 
durante los dias de su vida, don Manuel Salas, i O'Brien edificó 
allí, en la forma de un espacioso camarote de buque, la rústica 
vivienda que acabamos de recordar, en la que tenia su lecho 
de campaña, un armario para botellas i para libros, i al centro 
una pequeña mesa destinada a frugales i alegres banquetes. 
Sobre su única i angosta puerta el entusiasta soldado habia 
hecho pintar esta leyenda: 

«O'Brien's Castle 
i que viya Chile» 



— 115 — 



»I eu una plancha de mármol se leía todavía esta inscripción, 
que acusa la ruda ortografía del capitán irlandés i su singular 
falta de memoria para las fechas: 



csAír martin s CHAIR.» (La tilla de San Martin.) 

«En este mismo lagar S. Martin quemaba toda la correspoden- 
cia que ha tenido Jenl. Osorio con los de Santigo, i tomada después de la 
batalla de maipo— 1812». 

«O'Brien habia confundido en la última fecba la del mes (12 
de Abril) con la del año. 

>Lo dicho en cuanto a la gloria i a la naturaleza. 

«Respecto del amor i la mujer, O'Brien, bellísimo hombre, 
que partió con Viel i O'Carrol, todos los soldados de caballería, 
loe mas dulces privilegios de los salones, habia matizado una 
gruta natural de rosas i euredaderas, i sobre una tabla dejó 
escrita esta leyenda, que se conserva aun intacta, i dice así: 



>LOS DOS AMANTES» 

>Or the trae lover's hut and love amongst the roses (1). 

>En nuestra temprana juventud solíamos acompañar al viejo 
celta en sus matinales escursiones a la salta — como él decia 
en su peculiar idioma, — i después de reposarnos en su gruta, 
dábamos la vuelta ascendiendo la colina para pasar al pié del 
monumento i torcer a la ciudad por Lo Becabárren, la Conta- 
dora i los Tajamares. La pirámide de granito tiene cuatro o 
cinco metros de elevación, i en el costado que mira a Santiago, 
se lee esta inscripción, úuico testimonio de admiración públi- 
ca consagrado a la memoria de un grande hombre, antes que 
se esculpiese su retrato en una pirámide análoga en la Alameda 
de Sautiago: 



(1) La cabana de los verdaderos amantes i el amor entre las rosas. 



— 116 — 



>ÁU MEMORIA DE UN EMINENTE PATRIOTA LITERATO 

DON MANUEL SALAS». 

»Era siempre la misma gratitud i la misma ortografía céltica 
del soldado, que fué — como dijimos cuando bosquejamos su 
vida (1862) — «un soldado i nada mas». 

> Pobre i querido viejo O'Brien! Tenia en su alma erijido un 
altar a todo lo que es grande en la vida, altar rudo como los 
que los hombres primitivos de su raza erijian a sus dioses, pero 
que él conservó puro e intacto hasta su postrer aliento. Murien- 
do solitario i olvidado en un hotel de Lisboa, ató su anillo de 
soldado, que conservamos con cariñoso respeto, a una tarjeta, 
i en ella escribió su última inscripción al joven amigo de su 
propia raza, que había sido su compañero en las charlas de la 
gloria i en sus primeras consagraciones por la roca i por el 
bronce...» 

En su libro postrero, titulado Al Galope, le dedica estos deli- 
cados recuerdos: 

«Del solitario rancho de la Rosa de Pedro Bravo, ascendimos 
al pintoresco castillo de O'Brien {O'Brien's CaetleJ, que se divi- 
sa en medio de un denso arbolado que lo encubre i se halla 
admirablemente conservado i en mui honroso estado de aseo i 
de respeto. 

» Hacia venti cinco años que no visitábamos estos agrestes a 
la par que históricos parajes, i un manto de melancolía parecía 
envolver su mudo i abrupto paisaje. La memoria tiene su mor- 
taja como los cadáveres, i aquel recuerdo de la juventud pasada, 
en contraste con la retozona alegría de mis tiernos compañeros, 
entristecía egoistameute mi alma. No se afronta un coarto de 
siglo de recuerdos cumplidos sin un hondo suspiro. 

>En aquella vez era el estío como ahora, pero no vine acom- 
pañado en esa ocasión (1857) de la inocente imprevisora infan- 
cia sino de un anciano que caminaba ya al sepulcro: del 
viejo, bravo i simpático jeneral O'Brien, que nunca a la verdad 
fué viejo en parte alguna, i en el Salto, por el contrario, volvíase 
niño. 

> Calentaba el mes de noviembre de 1857, cuando aquel entu- 



— 117 — 

siasta glorificador acababa de iniciar la sucricion popular que 
costeó el bronce del jeoeral Freiré; i él mismo puso en sus 
alforjas, al acumular en su casa de la calle de las Monjitas 
todas las menestras de la escursion, un pollo cocido, i en una 
infinidad de cuartillas de papel, la sal, el ají, la mostaza, el azú- 
car, el té i lo demás. 

•Por lo demás, todo estaba hoi como entonces: las dos peque- 
ras estancias con su letrero de oro a la puerta — Viva Chile; la 
silla de San Martín, donde el gran capitán leyó los corazones 
de Santiago hechos cartas del miedo, así las quemó castigando 
a sus autores con un dogal mas terrible que la afrenta escrita: 
el arcano insondable. 

* Una triste adición solo encontré de mas: era una lápida de 
mármol, trizada ya en el centro i en la cual se lee en ingles 
Hete re$ts (he heat qf Jeneral O'Brien. £1 gallardo ayudante de 
campo favorito de San Martin no estaba allí; pero su corazón 
embalsamado había sido traído por su orden desde Lisboa, i 
en aquella urna, trocado ahora en cenizas, parecía amar toda- 
vía a Chile i sus verjeles (1). ¡Noble i jeneroso irlandesl El no 
olvidó tampoco ni a sus amigos de Chile ni a los que allí le 
acompañaron. Desde su lecho de agonía enviónos el pesado 
anillo que le acompañó durante su vida, sus batallas i sus amo- 
res, i hoi nosotros le conservamos entre varias joyas varoniles 
como la mas preciada. 

>v> , Brien era irlandés, es decir, era celta como nosotros, i te- 
nia, si no la memoria de la crónica i de la gramática, la del co- 
razón. ¿Seremos nosotros siquiera así recordados a la vuelta de 
otro cuarto de siglo por los seres inocentes que hoi en retozona 
alegría corrían bajo los árboles que el primer celta plantó? (2). 

tHabiendo subido a la cumbre nos sentábamos, como en 
blando i apetecido diván, en la grada de la pirámide de piedra 



(1) El corazón del jeneral O'Brien no se ha traido de Lisboa. Esa lápida 
fué hacha por el mismo jeneral antes de irse a Europa por última vez, 
para significar cuan grande era su deseo de dejar sus restos en Chile 
donde habría pasado sus mejores aflos, donde tenia su hogar i donde todos 
lo amaban. 

(2) Nos ha correspondido a nosotros, sus humildes i reconocidos discí- 
pulos, en la labor de desenterrar papeles viejos i sufrir decepciones infi- 



— 118 — 

que el celta O'Brien, amigo como su raza de los monolitos, le- 
vantó allí en honor del benemérito patriota don Manuel Salas. 
I ¡gran DiosI ¡qué premio i qué panorama ha reservado la pro- 
bida naturaleza para los que perseveran en subir! En parte al- 
guna del mundo, escepto talvez en el sitio llamado con propie- 
dad el Salto del Pájaro (Bir<T$ UpJ en el condado de Glouces- 
tersbire de Inglaterra, existe nada semejante. Porque es preci- 
so tener presente que allí la meseta es el llano a nivel por donde 
corre el Mapocho, i de repente la montaña se hiende a pico i 
el valle del Salto i Quilicura resplandece abajo tan lejos como 
la vista alcanza > 

Aquel voto de su corazón, de dormir su último sueño en tie- 
rra chilena ¿no se cumplirá algún dia? 

Si la gratitud de los chilenos no bo olvida de sus glorias, re- 
patriará, mas tarde o mas temprano, las gloriosas cenizas de 
O'Brien que descansan en la cripta del Convento Irlandés Do- 
minicano de Lisboa, para ser colocadas al lado de los héroes 
de la independencia nacional. 

Cuando alguno de los buques de la Armada, que recorren los 
mares en viaje de instrucción de cadetes navales, recale en Lis- 
boa, ordene el Gobierno la repatriación de las cenizas de O'Brien 
para darles su lagar de reposo eterno en el panteón de los 
héroes de la libertad. 



XIV 



En su nuevo viaje al continente europeo O'Brien hizo pro- 
paganda en pro de los' centros industriales americanos. 

Si en su primer viaje se ocupó en prestijiar la colonización 
sudamericana, en el segundo se circunscribió a procurar la in- 
migración de capitales para impulsar las rejiones minerales del 
hemisferio. 

En ambas tareas ha dejado huellas memorables, que habrán 



Ditas dentro de la patria, tributar un homenaje a su memoria i a su larga 
i fecunda tarea de escritor, publicando (1903-1904) la historia de su vida, 
cumpliendo ese suspirado anhelo de dulce recuerdo de su alma noble i 
jenerosa. 



— 119 — 

de servir de rumbos seguros a los futuros eeploradores i capi- 
talistas que empleen sus enerjías en la esplotacion de las rique- 
zas naturales de las re j iones sudamericanas. 

Regresó de Inglaterra en 1828, acompañado de Mr. Eduardo 
Oxenford, propietario de las principales minas i lavaderos de 
oro del Brasil, i en su compañía se internó por las rejiones 
fronterizas brasileras, basta las fuentes del Amazonas. 

En este viaje de esploracion pudo apreciar que los grandes 
lavaderos de oro del Brasil tienen su orijen en el interior del 
Perú, en los valles de Yungas i Paucartambo, i que el oro que 
allí existe es arrastrado al Brasil por los afluentes del Ama- 
zonas. 

Estos estudios del ilustre esplorador, que se avanzó en esas 
rejiones desconocidas en un período en que todavía eran casi 
ignoradas sus riquezas naturales, son, al presente, después de 
tantos años de reconocimiento práctico i científico, de la mas 
alta novedad i del mas valioso interés para todos los espíritus 
que investigan los tesoros que abundan en este continente. 

La esploracion del Amazonas, por el Acre, por el Beni en 
Bolivia, por el Perú o el Orinoco en Venezuela, i el conoci- 
miento de sus afluentes, ha llegado a ser el objetivo de la aten- 
ción universal, porque esa inmensa via navegable, la mayor de 
la tierra por su ostensión i el caudal de sus aguas, es el futuro 
mar central de la América que cruza sus valles ignotos, sus di- 
latadas zonas de vejetacion maravillosa. 

El Amazonas comunicará con sus líneas de vapores de tras 
porte los países que atraviesan del uno al otro estremo del he- 
misferio, abriendo amplios horizontes a su producción indus- 
trial i al desarrollo de las inmigraciones del globo. 

El Perú, tiene su porvenir en las rejiones del este, en sus fe- 
races valles i en sus prodijiosas zonas que fertiliza el Ama- 
zonas. 

Bolivia, nacionalidad andina, elevada sobre las antiplanicies 
de las cordilleras, encontrará el desenvolvimiento de los bos- 
ques del caucho por el Amazonas. 

I los Estados Unidos del Brasil desbordarán su prodi jioso 
engrandecimiento por ese vasto rio que parece destinado a dis- 
putar bu poder comercial al Pacífico. 



—.120 — 

Al Brasil le aguarda un porvenir de grandeza tan portentoso 
como esa inmensa via fluvial. 

£1 jeneral O'Brien demostró, en aquella época, la importan- 
cia trascendental de aquellas rejiones. 

Un periódico del Perú de ese tiempo, emitia los siguientes 
conceptos sobre esa zona sudamericana: 

«Pone a este hemisferio en tan favorable contraste con el 
antiguo, cuando se observa que aquellos imperios agotan sus 
fuerzas en efímeras demostraciones bélicas, de poco o de nin- 
gún resultado favorable para el porvenir del mundo. 

»Los principales Estados de América, como el Perú i el Bra- 
sil, meditan en los medios de dar mayor ensanche a su pobla- 
ción i a su riqueza, rescatando del dominio de los salvajes un 
estenso pais que comprende la mas pingüe rejion de este con- 
tinente. 

» Apartando de tantos siglos de barbarie a un dilatado terri- 
torio, que parece sumerjido bajo las aguas de un océano, que 
depara a la superabundante prole de Europa una vasta mora- 
de, hermosa i rica, en donde la naturaleza brinda a la indus- 
tria del hombre una casi innumerable variedad de sus esquisi- 
tas producciones.» 

Perseverando O'Brien en sus empresas industriales, en 1834, 
acometió la esploración del Amazonas por el Perú, para bus- 
car el nacimiento de los ríos que conducen a la rejion del oro 
del Brasil. 

Este viaje de esploración i reconocimiento lo repitió en 1835, 
comprobando su propio convencimiento adquirido en 1828 de 
que el oro de las rejiones del Brasil tiene su oríjen en el Perú, 
en donde existen las fuentes de este valioso mineral. O'Brien, 
corriendo mil peligros, venciendo tanto a los indíjenas selváti- 
cos como a la naturaleza, con abnegación heroica, dominando 
riesgos, obstáculos i fatigas, obtuvo pleno conocimiento prác- 
tico de los lavaderos de oro i de las cosecherías de Gutapercha 
de los valles de Paucartambo i Yungas, en las fuentes de los ríos 
Ucayali i Beni. 

Se persuadió por sí mismo de las ventajas que allí ofrece al 
capital i al trabajo la producción de Oro i de los variados do- 
nes naturales para la industria. 



- 121 — 

Marcando al esplorador atrevido e inteligente un rumbo seguro 
para so interés científico o mercantil, trazó las huellas de un po- 
deroso estimulo para las especulaciones de todo jóuero, abriendo 
caminos rectos a las naciones colonizadoras para estender su 
cultura i sus centros comerciales. 

La navegación de los rios quedó prácticamente demostrada 
con sus esploraciones i con el ejemplo que los mismos indíjenas 
ofrecen al viajero. 

Estas enseñanzas las ofrecía O'Brien hace cerca de tres cuartos 
de siglo, con una previsión que le honra, i poniendo de mani- 
fiesto conocimientos sumamentes avanzados para su época. 

Proponiéndose dar a sus esploraciones una razón práctica, que 
fuese útil para todos i aprovechad a ventajosamente por el Gobier- 
no peruano en aquel tiempo, hizo la importante presentación que 
copiamos en seguida, la que confirma ampliamente la$ opinio- 
nes espnestas. 

£1 jeneral O'Brien se anticipó medio siglo a las esplotaciones 
de las riquezas amazónicas. 

c Representación presentada por el jeneral O'Brien al Supremo 
Gobierno del Perú, comunicándole su proyecto de esploracion 
de los valles auríferos de la Amazonia: 

«Excoio. Señor: 

tEl jenerai don Juan O'Brieu a V. E. espone: Que en el afio 
1828, salí de Inglaterra con destino para el Rio Janeiro, en 
compañía con el caballero Eduardo Oxenford, quien era pro- 
pietario de las principales minas i lavaderos de oro en el Brasil, 
i con el auxilio de la valiosa amistad de este señor pude inter- 
narme en este pais, e imponerme con la certeza de un examen 
presencial de las localidades, naturaleza i oríjen délos pingües 
veneros de oro que en esa rejion se esplotan; i el fruto de mis 
investigaciones mui detenidas i minuciosas en la materia ba sido 
un conocimiento positivo, de que el verdadero manantial de 
todo el oro del Brasil reside en el Perú, de donde es llevado 
por las lluvias i torrentes que bañan los montes i valles de Pau- 
cartambo i Yungas. 

tEn 1829, me despedí del Brasil con la mira siempre de 
seguir, por el lado del Perú, donde mi examen mineralójico, en 



— 122 — 

las cabeceras de los ríos que bajan de éste para aquel rio, desde 
las cercanías del Cuzco. 

«Quien baya alguna vez visto la profusión de oro que osten- 
tan los palacios i templos del Rio Janeiro, en su maciza bajilla i 
adornos de este precioso metal, no podrá fácilmente olvidarse 
de ello, ni dejará de suscitársele el natural deseo de saber cómo 
baya podido reunirse en algún punto privilegiado una tal magni- 
ficencia aurifica, que raya en lo fabuloso. Asi, en 1834 i 35, me- 
resolví a un riesgoso viaje de indagación por los valles de Pau- 
cartambo, donde yo sabia, de tiempo atrás, que existe la fecun- 
da fuente de todo el oro del Brasil. 

> Primero, para ensayar tan penosa empresa, me habilité en 
el Cuzco con los objetos de brujería que mas se estiman entre' 
los salvajes, i me lancé sobre su frontera. Me avisté con la tribu 
llamada Chunchos, que domina en aquella comarca, i trabé plá- 
tica con sus guerreros, familiarizando su vista con mi individuo 
i enseñando a mí mismo los pasos que requiere la seguridad en 
tan escabrosa senda. Esto fué mas bien un paseo que un viaje. 
Mi viaje, formal, que empreudí inmediatamente a mi regreso, ha 
sido de cuatro meses de peregrinación constante i laboriosa en 
esas soledades, rejistrando los ríos i arroyos de todos aquellos 
valles i cerros, i con el mas satisfactorio resultado. 

«Cuando regresé la segunda vez al Cuzco, di a la prensa un 
relato de lo mas interesante de mi dicho viaje de esploracion, i 
de los descubrimientos que habia producido. Entre las pepitas 
de oro que traje conmigo, en número de mas de doscientas, hubo 
una de dieciocho onzas de peso; i de las dos alforjitas de arena 
aurífera, que habia recojido en la playa de un rio, el ensayador 
Mr. Smitb, sacó el valor de dieciocho pesos de la una i de la 
otra catorce i medio pesos. 

>I tal es la abundancia del precioso metal en esa privilegiada 
rejion, i tal fué mi convicción de la facilidad de estraerlo, con la 
necesaria protección de las armas, que yo no trepidé entonces 
en proponer al Presidente Gamarra, que el Gobierno enviase 
sin demora unaespedicion militar i minera, para ocupar aquellos 
valles, que siendo tan cercanos al populoso país del Cuzco, i tan 
pocos i débiles los indios que allí habitan, no demandaría su con* 
quista mas que un esfuerzo; i pronto rendiría esa posesión so- 



— 128 — 

brante oro para pagar toda la deuda interna i esterna de la 
República, llenando el país de prosperidad i mejoras. 

>EI Presidente escachó benignamente mis preces; pero los 
desgraciados sucesos políticos de la época impidieron se reali- 
racen las miras del Gobierno en este respecto, i mi3 planes para 
el engrandecimiento del Perú ee vieron frustrados. 

» Debiendo yo ahora marcharme, dentro de poco, para Ingla- 
terra — i conociendo las injentes riquezas que encierran los 
dichos valles de Paucartambo, en el mismo núcleo de la serra- 
nía aurífera de este continente, como en el del norte se haya 
el parecido campo de oro de California, i en semejante locali- 
dad con el Dorado de Australia, — he creído bueno someter a 
la atención ilustrada del Supremo Gobierno un pequeño plan 
que he ideado, para que haga productivo de un bien real al 
mundo, i especialmente al Perú, esos tesoros que la naturaleza 
ha derramado sobre nuestro suelo, con una prodigalidad igual 
sino mayor que en cualquier otro ángulo de la tierra. 

>fle aquí, señor, la reseña de mis ideas en el asunto, que 
con el poderoso influjo de la buena acojida de V. E. podrá en- 
caminarse a un éxito feliz: 

>1.° Que el Gobierno peruano autorice al que habla, para 
que forme en Inglaterra una Compañía Esplotadora de los va- 
lles de Paucartambo, con un capital de doscientos cincuenta 
mil pesos, o cincuenta mil libras esterlinas, repartidas en 
acciones; 

>2.° Que a mi regreso de Europa, el Supremo Gobierno pon- 
ga a mis órdenes en el Cuzco la pequeña fuerza de doscientos 
soldados de infantería i cuatro piezas de artillería de a dos, con 
sus respectivos oficiales i armamento, vestuario i equipo, ciru- 
jano i medicinas, i los necesarios bagajes, para conducir los 
víveres i municiones hasta los valles; 

»3.° Que todos los gastos de la espedicion serán a cargo de la 
empresa; i el sueldo i raciones de la tropa i su oficialidad será 
el duplo de lo de ordenanza, durante su permanencia en el 
servicio de la Compañía, estipulándose ademas, que solo ha de 
emplearse una mitad de la jente sobre las armas a la vez, alter- 
nándose cada semana, i descansando la otra mitad en sus habi- 
taciones, exentos de todo servicio forzoso; 



— 124 — 

>4.° Que el derecho de propiedad de los tres ríos que ha des- 
cubierto el jeneral O'Brien en el territorio de los salvajes, será 
cedido por la República peruana a la dicha Compañía Esplota- 
dora, con inhibición absoluta a toda otra empresa para el labo- 
reo de oro en los dichos valles de Paucartambo; 

»5.° Que el derecho del Erario en el fruto de los trabajos de 
la Empresa se fijará en una décima parte de su producto líqui- 
do que deberá enterarse en el Cuzco, donde se establecerá el 
asiento de la dirección de la Empresa. 

»Las Gacetas del Cuzco, Excmo. señor, que se publicaron al 
tiempo de mi regreso de aquellos países incógnitos, instruirán 
a V. E. del lisonjero éxito de mis esploraciones en esa época. 
Los nombres de los tres ríos auríferos, que descubrí i que re- 
zan dichas Gacetas, son el rio Ninto, el Milagro i el Erin's 
Golden River, cuyo último nombre yo mismo di a ese rio de 
arena de oro. 

» Al presente tan preocupada se halla la atención jeneral con 
la esplotacion del guano, que tan asombroso efecto está pro- 
duciendo en el bienestar de todas las clases de la sociedad, i 
tanto se han ensañado los peruanos a fijar sus miradas sobre 
este prodijioso ramo de riqueza, que quizas muchos hallarán 
difícil persuadirse que en realidad posee el Perú, dentro de su 
seno, — mas al alcance de su industria nacional, i menos a la 
merced de la codicia estranjera, — otro, i otros ramos de riqueza 
mineral i vejetal, mayor todavía que aquel, i que cuanto hasta 
ahora se ha conocido en el país, quiero indicar aquí, la guta- 
percha, que por sí sola, — sin contar las muchas otras produc- 
ciones valiosísimas para la medicina i las artes, — es un tesoro 
tanto mas injente, cuanto es una de las sustancias la mas 
buscada en el día, i es raro su hallazgo, no encontrándose en 
otra parte del mundo, escepto las pequeñas islas de Singapore. 

»Este noble árbol de la Gutapercha, puebla, por así decir- 
lo, montes de Paucartambo; i de las tres muestras de esta pre- 
ciosa resina que he remitido a Inglaterra, una se ha declara- 
do igual con la mejor clase de la asiática. He aquí, señor 
Excmo. otra mina de tesoros que abro para la nación peruana, 
dentro de su indisputable territorio mas pingüe i menos inse- 
gura que el guano. 



— 125 — 

»No debo omitir a V. E. que las muestras de oro en pepitas 
de Paucartambo que llevé a Inglaterra, fueron ensayadas allí 
i nota exacta de su ensaye ha sido publicada en los principales 
diarios de Londres, como constan del Times, Chronicle, del Mor- 
ning Post, de aquel tiempo a las cuales me refiero. 

cDe V. E., Excmo. señor. — Juan O'Brien.» 

DECRETO DEL SUPREMO GOBIERNO 

tLima, setiembre 1.° de 1835. 

» 

>Si don Juan O'Brien puede formar la Compañía i reunir los 
capitales necesarios para hacer en el valle de Paucartambo la 
esploracion que propone, por cuenta particular i sin responsa- 
bilidad ni intervención del Gobierno, se le dará posesión de 
loe terrenos auríferos que pueda ocupar i esplorar, conforme a 
la Ordenanza de Minería i demás leyes de la República, i el 
Gobierno le facilitará también la fuerza armada que conceptúe 
necesaria para la realización de su empresa. — Rúbrica de S. E. 
— Tirado.» 

En la ocasión a que arriba se refiere, el Presidente Gamarra 
dirijió al jeneral O'Brien una carta autógrafa, la que se copia 
aquí para demostrar cuanto se interesaba ese ilustre peruano por 
la esploracion i cultivo de aquellos valles de Paucartambo, 
cuya maravillosa riqueza no debia serle ignorada siendo tradi- 
cional en el Cuzco, su pais nativo. I solo por las desgraciadas 
circunstancias de aquella época, que contrariaron las patrióti- 
cas miras de ese estadista i majistrado, se postergó tan útil em- 
presa hasta el período de la administración del jeneral Eche- 
ñique. 

EL PRESIDENTE GAMARRA AL JENERAL O'BRIEN 

t Cuzco y julio 17 de 1835. 
tSefior don Juan O'Brien. 

»Mi apreciado amigo: 
>He recibido la estimable carta de usted traida por el amigo 
Crauley, i enterado de su contenido aseguraré a usted que son 



— 126 — 

grandes mis deseos porque se trabaje sobre la civilización i des- 
cubrimiento del valle de Paucartambo. Yo concurriré por mi 
parte con cuanto esté en mis alcances i usted debe contar con 
bases para la plantificación de su proyecto. Ojalá terminemos 
cuanto antes el negocio pendiente de la Federación, para que 
la paz proteja especialmente nuestros votos. 

«Entretanto, usted, sin necesitar de personas inmediatas, puede 
ocupar con franqueza a su atento amigo i servidor. — Gamarra.» 

Los valles de Paucartambo i Yuogas, situados en el centro 
casi de la América del Sur, en el lado norte del gran núcleo de 
los Audes, de donde derivan sus fuentes los dos grandes desa- 
guaderos del continente, forman la parte mas elevada del gran 
valle del Amazonas. Los territorios de ambos lados de esa sierra 
madre, tanto los de la parte de Bolivia como los que se estien- 
den entre el Perú i el Brasil, son justamente considerados por 
los viajeros ilustrados como los mas deliciosos de cuantos en- 
contrarse pueden en el ámbito del globo. Su topografía se ase- 
meja a la del Alto Indos tan, con su primavera perenne, i una 
inalterable salubridad atmosférica consecuente a su alto asiento 
la hace deliciosa para la vida. 

Los Andes, que pueden llamarse montes de oro i plata, exhi- 
ben en esta rejion tanta abundancia del mas precioso metal, que 
todos los rayos que de esa majestuosa pirámide se derivan en 
diversas direcciones, arrastran consigo i depositan en su curso 
partículas de oro. Notorio es este aserto, por el hecho de en- 
contrarse en la estación de las lluvias pepas de oro en las mis- 
mas acequias que atraviesan las calles de la ciudad de la Paz, 
en Bolivia, situada al lado sur del [llimani. Paucartambo i Yun- 
gas se hallan en su lado norte, en mejor posición, regados por 
muchos ríos, algunos accesibles a la navegación por vapor, i 
todos comunicando con el Mediterráneo del Amazonas. Dicha 
rejion ha sido admirablemente descrita, en sus estudios de las 
altiplanicies, por el publicista boliviano don Agustín Azpiazu. 

Pero, lo que mas especialmente constituye este admirable 
pais el Dorado Edén del mundo, no es solo sus rios con sus 
lechos de oro, ni los diversos tesoros fósiles de sus inagotables 
cerros minerales; éstos son comunes, puede decirse» en toda la 
estension del inmenso valle del Amazonas. Mas las preciosísi- 



— 127 — 

mas producciones de la vejetacion de su prodijioso suelo no en 
todas partes pueden hallarse, porque sou peculiares a su privi- 
lejiado clima. 

Un diario del Perú prestijiaba los proyectos de O'Brieu des- 
cribiendo esas maravillosas rejiones en esta forma: 

c La gutapercha, quejante abunda ahí, no se ha podido encon- 
trar todavía en otro lugar del globo que en un estrecho rincón 
de la India Oriental. La gutapercha reemplaza para una mul- 
titud de objetos, i con una ventaja real en su trabajo i duración, 
a casi todos los metales, como el cobre, el acero, el hierro, el es- 
taño, el plomo i el zinc, — como igualmente a la madera, el cue- 
ro, la loza, el cristal i la porcelana. Las principales aplicaciones 
de la gutapercha son tubos para bombas de incendio, con- 
ductos de agua para jardines, talleres, lavaderos, ídem para áci- 
dos, gases, limpia de pozos, aspiración i proyección, desagües, 
etc., rodajas, chápatelas, enlaces i llaves inalterables a los áci- 
dos, válvulas, tubos acústicos, correas i cuerdas para trasmisio- 
nes, para fabricar tornos i telares mecánicos; telas, cuero para 
toldos, telas impermeables sin olor; cubos, jarros, recipientes, 
forros de cubas para talleres, fábricas de productos químicos, 
papelerías, etc., objetos de oficina, adornos de arte, de fantasía 
asuntos relijiosos, etc., calzado de gutapercha, impermeables, 
sólido flexible i lijero, botas de caza i de pantanos, para traba- 
jos de puertas i cañerías, rodillos i cilindros de presión para 
hilanderías de lino, Una i seda, cazas, uniones cubos i cubetas 
para pilas eléctricas i baños de ácidos, aparatos para la galvano- 
plastia, materia purificada para sacar formas, pistones, embudos 
parala fotografía en cristal i papel, forros para recipientes para 
lavar, dorar i platear, alambres telegráficos, aparatos de minas, 
de ventilación de galerías, acidificación de minas, etc., etc., ob- 
jetos para buques, cuerpos de bombas, tubos de conductos, 
tubos acústicos, bocinas de capitanes, cubos, cubetas i jarros 
de tocador, vasos i utensilios de abordo, jarros para agua i 
botes salvadores en naufrajios, capaces de soportar diez tone- 
ladas o mas de peso. 

«Ademas de esa valiosísima resina de la gutapercha, tan in- 
teresante al mundo, como el indispensable medio para la cons- 
trucción de los telégrafos submarinos, formando en sí sola una 



— 128 — 

riqueza nacional igual o quizas excedente al mismo guano, — 
los bosques de Paucartambo ofrecen una infinidad de otras riquí- 
simas gomas i plantas medicinales, cuyas virtudes, conocidas 
a los indíjenas, son aun ignoradas en la ciencia, i cuya nomen- 
clatura aquí fuera fastidiosa e inútil. Las maderas también, de 
las clases mas apreciadas todas, son las mas esquisitas en su jó- 
nero: entre ellas se encuentran la lignum vital, la rosa, la nu- 
dosa, llamada curled maple, i es mejor que la de Rusia, la 
Jacaranda, i otras varias, i aun no conocidas en las artes. 

cLa nueva vida, que en breve va a adquirir toda la Amazo- 
nia peruana, con la navegación por vapor i la inmigración euro- 
pea, actualmente introduciéndose allí, en ningún punto de esta 
vasta rejion ha de mostrarse mas pronta i activa que en Pau- 
cartambo, a causa de tener en su inmediación la populosa e 
ilustrada capital del antiguo imperio de los Incas, el Cuzco, 
donde necesariamente se dirijirán los primeros ensayos de este 
naciente comercio fluvial, cuyos retornos deberán suministrar 
en gran parte, i con los artículos mas apetecibles, los cercanos 
valles de Paucartambo i Yungas. Así la esploracion de estos 
valles, i el establecimiento allí de una pequeña colonia militar, 
como ya se ha indicado, viene a ser uno de los pasos mas pre- 
cisos i cousecuentes de la gran marcha de progreso que ha ini- 
ciado el sabio gobierno del jeneral Echefiique, i que ha de per- 
petuar su nombre hasta la postrera memoria de lo pasado, con 
el venerando título de fundador de las sociedades. 

cDe la ocupación militar esploradora de aquellos valles bajo 
los auspicios del Gobierno, como se propone, pueden preverse 
los grandes bienes que desde luego han de acompañarla; pri- 
mero, la civilización de las numerosas tribus de peruanos indí- 
jenas, que reuniéndose naturalmente a sus hermanos, darán a 
la República tantas familias de útiles ciudadanos; segundo, el 
desarrollo en grande escala de los injentes recursos del pais i 
el consecuente fomento de la industria i enerjias del pueblo; i 
tercero, el crecimiento de la riqueza i el poder de la Nación, i 
su aumentada importancia política entre los grandes Estados 
del mundo. Es satisfactorio para el peruano amante de su pa- 
tria i umversalmente para todo hombre filantrópico, él poder 
confiar en que sus votos por la prosperidad de tan útil obra 



— 129 — 

son eficazmente secundados por una administración sabia i una 
época feliz, cuales hasta aquí no ha conocídose en esta sección 
del Nuevo Mundo, desde que primero se revelaron sus mara- 
villosos tesoros a la Europa asombrada.» 

Comisiones esploradoras cieo tíficas han reconocido todos sus 
territorios i la rejion del Beni se eBplota en grande escala, lo 
mismo que el Acre. La mas reciente es la de Nordenskjftld, que 
se ha dirijido del Perú al centro de las rejiones amazónicas. 

£1 heroico O'Brien fué el precursor i el iniciador, el Stanley 
de la América del Sur (1). 



XV 



En 1835, concurrió, en el ejército del. jeneral Santa Cruz, 
Presidente de Bolivia, a la campaña del Perú, asistiendo a la 
batalla de Yauacocha. 

Según todos los documentos de esa época, se encontró en el 
ejército de Bolivia como amigo íntimo del jeneral Santa Cruz , 
en su carácter privado de paisano, sin jerarquía militar. 

Vicufia Mackenna, emite sobre este rasgo de la vida de 
O'Brien, la siguiente opinión: 

< Después de esta época (su vida de industrial en Puno), vol- 
vemos a encontrar al Jeneral O'Brien solo en 1835 en el cora- 
zón de Bolivia, haciendo la campaña de invasión del Perú, al 
lado de Santa Cruz i asistiendo a la batalla de Yanococha en 
que aquél derrotó a Gamarra. 

» O'Brien parecía figurar en estos acontecimientos solo en su 
carácter privado, como amigo de Santa Cruz.» 



(1) La Jnnta de Vías Fluviales de Lima, que fomenta los estudios i las 
exploraciones de los rios del Perú, ha publicado (1903) una estensa obra, 
en tres volúmenes, de los viajes efectuados al Madre de Dios. En el Perú , 
por medio de ferrocarriles i la navegación de sus rios, se propende a la 
comunicación del Pacífico con el Atlántico por medio del Amazonas i sus 
poderosos afluentes. Llegará un dia para la América en que será, una 
hermosa realidad la fantasía jeográfica del novelista francés Julio Verne, 
titulada La» Fuentes del Orinoco o sea la navegación del Amazonas desde 
Venezuela al Brasil. El jenio i el esfuerzo unidos convertirán en obra po- 
sitiva esta aspiración americana. 
9 



— 180 — 

En 1836 recibió del jeneral Santa Cruz los despachos de je- 
neral de brigada i poco después era nombrado oficial de la Le- 
jion de Honor de Bolivia. 

De este modo se premiaban los servicios que O'Brien habia 
prestado a Bolivia al lado de Bolívar i de Sucre. 

En 1837 emprendió un nuevo viaje a Europa, por asuntos 
de su familia. 

El jeneral Santa Cruz, que veia amenazada su estabilidad de 
gobernante del Perú, con las hostilidades de Chile i la Repú- 
blica Arjeñtina, encomendó a O'Brien una comunicación ofi- 
cial para el Dictador arjentino don Juan Manuel Rozas. 

Algunos historiadores, por malos informes diplomáticos, han 
atribuido a esta comisión un alcance que no tuvo en realidad. 
Vicuña Mackenna, entre otros, dice que el Protector don An- 
drés de Santa Cruz, le dio cierta comisión diplomática secreta 
que se hacia estensiva, no solo al Gobierno de Buenos Aires, 
sino para ante algunas de las Cortes de Europa. Solo la suspi- 
cacia de los hombres de aquella época, de recelos i desconfian- 
zas internacionales i limífrofes, pudo alimentar tan estrafias 
versiones de un simple encargo amistoso. 

Una nota especial del Ministro residente de Chile en el Perú, 
el cauteloso i sagaz diplomático don José Joaquin Pérez, dio 
lugar i tema a tan caprichosas e infundadas suposiciones, que 
nosotros nos complacemos en desvirtuar ahora con los docu- 
mentos que poseemos. 

Era tal el estado de los ánimos en aquel período, en el cual 
el jeneral Santa Cruz dio pruebas de una enerjía i audacia de 
carácter que lo coloca a la altura de las naturalezas estraordi- 
narias en América, que el Ministro de Chile don Diego Porta- 
les pactó una alianza con el jeneral Paz, que ocupaba la pro- 
vincia de Córdoba, en la vecina República Arjeñtina, para neu- 
tralizar el influjo de Santa Cruz en el Plata. 

Tenemos a la vista la correspondencia diplomática de Por- 
tales, inserta en la Crónica de Córdoba, publicada por el señor 

i 

Garzón. 

La nota que copiamos de Santa Cruz, justifica al jeneral 
O'Brien de la comisión que le encomendó: 



\ 



— 181 — 

cSefior jeneral don Juan O'Brien. 

Tacna, 24 de abril de 1837. 

Mi apreciado Jeneral: 

Me aprovecho del tránsito de Ud. para Buenos Aires, con 
dirección a su pais natal, para dirijir por su medio al señor 
jeneral Rozas la carta adjunta que ruego a Ud. tenga la bon 
dad de poner en sus manos. 

»E1 adjunto pasaporte denota el objeto de su viaje i espera 
que le facilite el paso para su destino. 

» Lleve hasta su sincero voto de la mejor salud como le desea 
(Firmado.)— Santa Cruz** 

Esta carta comprueba cuan infundados han sido, hasta hoi, 
los conceptos emitidos por la comisión que desempeñó O'Brien» 
de simple servidor i como intermediario entre dos gobernantes 
que no se estimaban entre sí ni se guardaban fidelidad eu los 
respectivos destinos que les correspondían a cada uno en su 
pais con respecto de las naciones vecinas en sus relaciones re- 
cíprocas. 

En una nota del tomo 3.° de la Historia de Chile, por don 
Ramón Sotomayor Valdes, se afirma infundadamente lo que 
sigue sobre el viaje del jeneral O'Brien a Inglaterra i la carta 
«leí Protector Santa Cruz de que era portador para el Dictador 
Bozas. 

Esta caprichosa afirmación del Ministro diplomático don José 
Joaquin Pérez es completamente antojadiza, pues no se funda 
en ningún antecedente. O'Brien fué, lisa i llanamente, porta- 
dor de un oficio del Protector Santa Cruz para el Dictador Ro- 
sas, pero sin que mediase confabulación alguna de su parte 
contra Chile; 

€ Cuando ya era inminente la guerra de la Arjentina con la 
confederación Perú-Boliviana, escribió Santa Cruz una carta al 
jeneral Rozas, aprovechando un viaje que el jeneral Carlos 
(Joan debió escribir) O'Brien, antiguo ayudante de San Mar- 
tin, hizo de travesía por las provincias del Plata, para regresar 
a so pais (Inglaterra;. 



— 182 — 

»Esta comunicación suave i comedida i llena de protestas 
de amistad i benevolencia para con el pueblo i gobierno arjen- 
tinos,¡ hace recordar la que poco antes había dirijido el mismo 
Santa Cruz al jen eral Prieto al tiempo de regresar a Valparaíso 
don Victorino Garrido con los buques peruanos capturados en 
agosto de 1836, i con la convención o esposicion de la Talbot. 
La carta de Santa Cruz a Rozas fué mostrada a don José Joa- 
quín Pérez, que remitió copia de ella al Gobierno de Chile. 
Puede consultarse esta copia en la correspondencia diplomá- 
tica de Pérez, ya citada. Pérez advierte en su oficio que es tnui 
posible que el viaje de O'Brien a la Arjentina con achaque de 
volver a su pais, no fuera mas que una intriga combinada con 
Santa Cruz.* 

La referida carta fué publicada también en El Araucano, 
núm. 468, juntamente con una brusca i acusadora contesta- 
ción del jeneral Rozas. 

O'Brien amaba a nuestro país por el cual conservaba el mas 
profundo e imborrable afecto. O'Brien era leal a toda prueba 
i jamas dio motivo para que se dudase de él. La carta que 
reproducimos de Santa Cruz, comprueba que O'Brien recibió 
un simple encargo i nada mas. Por otra parte, la mejor justi- 
ficación de O'Brien es la conducta atrabiliaria que con él 
observó Rozas, mandándolo encarcelar en Buenos Aires. A un 
aliado no se recibe de ese manera. Pero el solo pensamiento de 
duda de su nobleza de proceder, es suficiente ingratitud para 
eus servicios prestados con tanta abnegación a nuestro país. 

El no era un aventurero i su fortuna particular, adquirida 
en atrevidas empresas industriales, abonaba su independencia. 

En su hoja de servicios se estampa esta elevada i honrosa 
opinión que lo salva de toda injusta sospecha: 

cEl jeneral O'Brien ha sido condecorado con las órdenes i 
medallas de casi todas las batallas dadas en la guerra de la 
Independencia, de Montevideo, Buenos Aires, Chile i Perú, i 
esta hasta ahora ha sido la única recompensa que ha recibido. 

»Su espada' jamas ha sido una espada mercenaria; ha pelea- 
do por estos países, porque sus simpatías lo arrastraban a ha- 
cerlo, e hizo la cruzada de la libertad porque era enemigo de 
los tiranos. 



— 188 — 

» Siempre ha sido fiel a las banderas que siguió, siempre 
amaute del orden i obediencia al gobierno, i durante su larga 
carrera militar, tiene el orgullo de decir que jamas se le ha 
visto tomar parte en ninguna revolución ni discordia interior 
en los países porque ha combatido. El enemigo común era el 
único que él conocía i jamas habría manchado su espada con 
la sangre de aquellos habitantes que tantas veces ha defendido, 
contribuido a darles patria i elevarlos al rango de naciones 
independientes. » 

Era valiente i de absoluta probidad, c caballero sin miedo 
i sin tacha» como Bayardo, el héroe lejendario. 

XVI 

Pero, la mejor justificación del jeneral O'Brien, en el asunto 
de la carta de Santa Cruz a Bozas, es la conducta que el Dicta- 
dor arjentino observó con él al presentarse en Buenos Aires. 

Al entregarle la mencionada carta, el déspota del Plata, vio- 
lando todas las garantías públicas i privadas del derecho de 
jentes, lo hizo reducir a prisión i lo aherrojó en un calabozo 
en el cual lo mantuvo secuestrado, sin permitirle defensa, du- 
rante seis meses. 

Vicuña Mackenna dice al respecto, sobre este episodio dolo- 
roso de su vida de soldado leal: 

cSea como fuere, túvolo entendido así don Juan Manuel 
Rozas, pues al pasar por Buenos Aires, el comisario santacru- 
cista lo prendió, lo arrojó en una celda oscura, i así lo tuvo 
durante seis meses sin mas ración que la de los presidarios 
comunes que dos veces al dia introducian al prisionero por un 
postigo.» 

Debido a las enérjicas protestas i reclamaciones diplomáti- 
cas entabladas por el Ministro de S. M. B., Mr. Mandeville, 
por el atropello cometido contra un subdito ingles, se obtuvo 
su libertad i pudo continuar su viaje para Irlanda. 

Regresó de Inglaterra en 1841 i se estableció en el Uruguai, 
adquiriendo la propiedad de una hacienda en Mataojo, donde 
se proponía consagrar sus vigorosas iniciativas a otras indus- 
trias i pasar los últimos años de su vida. 



— 134 — 

fie aquí dos interesantes cartas que dan una idea de sur 
propósitos al Radicarse en el Uruguai: 

' «Excmo. Señor Brigadier Jeneral i Presidente del Estado 
Oriental del Uruguai don Fructuoso Rivera. 

>En la visita que tuve el honor de hacer a V. E, a mi lle- 
gada, no pude manifestar mis planes, ni justificar la preferen- 
cia que tiene para mí la República Oriental del Uruguai sobre 
todas las que he recorrido en mi larga carrera militar. Aunque 
V. E. sabe la parte que he tenido en la independencia de 
varias de las Repúblicas sud- americanas, me parece oportuna 
recordar que mi existencia toda ha sido consagrada a la causa 
de la libertad. 

>Hace treinta años que abandoné la Irlanda, mi patria natal, 
para participar de la gloriosa lucha contra el despotismo me- 
tropolitano. Llegado a Buenos Aires, me enroló en los Grana- 
deros montados i con ellos vine al sitio de esta plaza, que 
terminó el afio 1814, continuando mis servicios hasta que 
quedó afianzada la independencia de Buenos Aires, Chile i 
Perú. 

i Concluida la guerra, me retiré de la milicia, sin mas recom- 
pensa que la gloria de haber trabajado con éxito. 

»La larga serie de campañas que hice, me proporcionó la 
ventaja de visitar a casi toda la América Meridional, que he 
observado detenidamente i estudiado como viajero, interesado 
en la prosperidad i engrandecimiento de estas rejiones afor- 
tunadas. 

»Los conocimientos prácticos que he adquirido, bastan a 
que se me reconozca competente para juzgar de las ventajas o 
desventajas de esos países, i me dan derecho a ser creido 
cuando aseguro que para mí es indisputable la superioridad 
del Estado Oriental, por estar dotado de ríos i puertos, de 
campos fértiles, de un clima sano i templado, i cuyos habitan- 
tes son laboriosos, esforzados i hospitalarios. 

>Agréganse a estas dotes, la proximidad de la República a 
Europa, la excelencia de sus producciones naturales i la segu- 
ridad con que cuentan los estranjeros en sus personas i pro- 
piedades, al amparo de leyes benéficas i liberales. 

«Estas observaciones, que están al alcance de todos, justifi- 



— 185 — 

can mi resolución de pasar en la República el último tercio de 
mi vida; resolución fundada ademas en la particular predilec- 
ción que siempre le he tenido. No he trepidado en darle la 
preferencia, aun abandonando mis valiosas minas i otros esta- 
blecimientos que tenia en el Perú. He creído también que este 
país será feliz bajos los auspicios de V. E. i que la nueva in- 
dustria que me propongo esplotar, me indemnizaría mui 
pronto los perjuicios que he sufrido en otra parte. 

> Confio que V. E. aprobará i pro te jera los trabajos e indus- 
trias que me preparo a plantear, que mas que nada patenti- 
zará mi afecto i adhesión a la República. 

>Deeeo únicamente por toda recompensa, que mi ejemplo 
tenga imitadores en Europa, i que los orientales, al recordar 
que he participado de sus glorias i fatigas en 9l campo de ba- 
talla, me traten con benevolencia i me dispensen las mismas 
consideraciones de paisano i antiguo compañero de armas, 
ahora que vengo con mi corta fortuna a descansar al lado de 
los fieles soldados de la libertad, a la sombra de los laureles de 
la independencia. 

»Talee son los sentimientos que tengo el honor de asegurar 
a V. E. del alto aprecio i consideración del humilde servidor 
de V. E., Excmo. Señor. — Juan O'Brien. — Montevideo, octubre 
10 de 1841». 

«Señor jeneral don Juan O'Brien. 

»Sefior jeneral: 

»Gon gran complacencia he recibido la mui estimable carta 
de Ud. Los nobles sentimientos que por ella se sirve Ud. mani- 
festar en favor de esta República, me son sobremanera placen- 
teros, no menos que la honorable mención que se sirve hacer 
de mi persona. 

♦Puede Ud. estar seguro que los orientales mirarán con res- 
peto i aprecio al mui honorable huésped, antiguo compañero 
de glorias i fatigas en la memorable lucha de la independencia 
americana, i por mi parte ofrezco a Ud. toda la protección i be- 
nevolencia que esté en la esfera de mi poder en favor de su in- 
dustria i mui recomendable persona. 



— 186 — 

» Ademas debe Ud., creerme sinceramente animado de los me- 
jores sentimientos hacia la persona de Ud. señor jen eral, de 
quien tengo el honor de ser mui atento i obsecuente servidor. 
— Q. B. S. M, — Fructuoso Rivbra. — Montevideo, octubre 13 
de 1841.» 

Invadida ia Banda Oriental, como se ha denominado en el 
Plata al Uruguai, por las tropas de Oribe, enviadas por Rozas, 
O'Brien fué perseguido de muerte por los sicarios del Dictador. 
Se vio obligado a abandonar su hacienda, la que fué talada to- 
talmente. 

Los caballos de raza que habia importado de Inglaterra para 
propagarlos en América, fueron sustraídos i llevados con todo 
el ganado de la estancia. 

Los soldados de Oribe sembraron el terror en el Uruguai, 
tremolando el trapo rojo de Rozas. 

En Montevideo, una noche clavaron con un puñal, en la puer- 
ta de la imprenta de El Comercio del Plata, al ilustre periodista 
arjentino Florencio Várela, al historiador del coronel oriental 
don José de Olavarría, porque fustigaba con sus terribles artícu- 
los al déspota de su patria, que acosaba con sus sicarios en el 
destierro a la sociedad proscrita de Buenos Aires. 

O'Brien, se trasladó, por tercera vez a Europa i recorrió Fran- 
cia i toda la Inglaterra conmoviendo el sentimiento público con 
la relación de los actos de despotismo del dictador Rozas, del 
Plata. Su objetivo era el de que ambas naciones, la Francia e 
Inglaterra, interviniesen en la cruel guerra con que Rozas aso- 
laba al Uruguai, destruyendo los elementos de vida de la pobla- 
ción i de los campos de Montevideo e impidiendo la libre nave- 
gación i el comercio en el Rio de la Plata. 

Con estos propósitos, de ajitador público, O'Brien se hizo es- 
critor de propaganda i publicó su terrible panfleto contra Rozas, 
que distribuyó profusamente en Europa i en las provincias del 
Rio de la Plata, titulado; < Correspondencia con el gobierno ingles 
respecto de la guerra entre Buenos Aires i Montevideo, i la libre 
navegación del rio de la Plata, con un apéndice detallando algu- 
nos de los actos cometidos por Rozas, gobernador de Buenos 
Aires, por el jeneral O'Brien». 



- 187 — 

Este panfleto se publicó en Londres, en 1845, por los impre- 
sores Beynell and Weight Little, Pulteney Street. 

La mejor comprobación de los trabajos i los esfuerzos hechos 
por el j enera I O'Brien en Europa para conseguir la paz en Mon- 
tevideo, es el documento que a continuación insertamos, infor- 
me presentado a la honorable Asamblea de Notables del Uru- 
guai, por la comisión encargada de investigar este negocio, pues 
en 1846 O'Brien volvió a Montevideo i pidió al gobierno orien- 
tal que le reembolsase los injentes gastos que habia hecho en 
Europa en la campaña contra el dictador Rosas a favor de esa 
República. 

El gobierno despachó favorablemente su justa petición. 

Copiamos de un diario de Montevideo los testimonios si- 
guientes: 

XL JBKBRAL O'BRIEN 

t Insertamos el consejo que ha dado a la H. A. de Notables, 
la comisión que ha dictaminado en la solicitud del jeneral 
O'Brien, presentando el proyecto que sigue a su informe. 

»Poco podemos añadir a lo que la comisión dice con toda pro- 
piedad; pero si nuestra humilde opinión vale algo, la asociamos 
con satisfacción a la de los señores de la comisión, bien persua- 
didos que de su voto i el nuestro, participan todos los hombres 
que tengan un corazón reconocido i un juicio patriota. 

»De todas las causas del mundo, la de la República Oriental, 
es una de aquellas que ha encontrado colaboradores activos 
mas espontáneos, cuya eficacia ardorosa ha contribuido mui 
especialmente en el esterior, a darle el grado de consistencia i 
apoyo que hoi tiene, en los gobiernos de Inglaterra i Francia, i 
en la opinión del mundo civilizado. Entre estos colaboradores 
se ha distinguido el jeneral O'Brien. — No hai mas que leer los 
diarios de Europa, para ver cuáles han sido sus esfuerzos; no 
hai mas que conocer su carácter infatigable, emprendedor i de- 
cidido, para conocer cuál habia sido i será su empeño, su devo- 
ción, por el triunfo de una causa a que se ha consagrado. — 
« Hombre a quien por su clase elevada le estaban abiertos los 



— 188 — 

salones, que con sus costumbres francas i abiertas de soldado, 
encontraba situación en todos los escalones de la sociedad que 
le era conveniente recorrer, era por todas partes un activo após- 
tol, que hablaba con propiedad i vigor de los hechos que cono- 
cía. Al rei, al ministro, al diputado, al periodista, a todos se 
acercaba, i como era bien fácil conocer la sinceridad de sus mo- 
tivos, naturalmente habia de prestarse a sus dichos el ascenso 
que obtuvieron, i refluir éste en obsequio de la República. 

f Nunca se presenta mas bella la conducta del jeneral O'Brien 
que cuando por el informe de la H. Comisión se encuentra que 
nada, ni ofertas, se le habían dado para ello; pero cuanto mas 
honroso es por esto el proceder del jeneral, mas menguado seria, 
i mas ofensivo para el crédito de la República el no acordarle 
una compensación de aquellos. — Es lo menos que puede 
hacerse.» 

ASAMBLEA DE NOTABLE8 

(Comisión especial) 

€ Montevideo, junio 25 de 1846. 

«H. A. — La Comisión encargada de examinar la petición que 
ha elevado el jeneral D. J. T. O'Brien, pidiendo se le remune- 
ren los gastos que ha hecho en Europa oficiosamente, promo- 
viendo los intereses de la República en la actual'guerra en que 
se halla empeñada, ha recorrido detenidamente i examinado con 
prolijo empeño los diferentes documentos que acompaña para 
probar la justicia de su solicitud: ha visto con satisfacción la 
espontánea i enérjica voluntad con que el jeneral O'Brien, des- 
pués de haber combatido por la independencia de las repúblicas 
americanas, animado ardientemente de los mas nobles i patrió- 
ticos sentimientos en favor de la libertad i civilización de esta 
República, se trasladó a Europa con sus propios recursos, i fué 
allí ante los gabinetes i ante los pueblos de la Inglaterra i la 
Francia a contribuir con sus respetables i verídicos informes a 
ilustrar acabadamente la opinión pública sobre la verdadera si- 
tuación de los negocios del Rio de la Plata, convirtiéndose en 



— 189 — 

ájente activo i celoso de los intereses públicos de estos países i 
empleando en esta laboriosa i honrosa obra sus propios fondos 
sin reserva alguna. 

>De esos mismos documentos consta que el gobierno de la Re- 
pública le diera carta confidencial para el Ministro de R. E. del 
Gobierno de Inglaterra, que el jeneral O'Brien empleó hábil- 
mente en favor de sus altas miras. 

> Todos estos hechos, que constan plenamente en el espediente 
que ha presentado el jeneral O'Brien, le hacenacreedor a la gra- 
titud de la República i a que ella le remunere la pequeña suma 
que ha gastado en aquellos importantes trabajos. La República 
debe ser jenerosa con sus servidores i mui especialmente con 
aquellos que en los momentos de grande conflicto le han acre- 
ditado su lealtad i patriotismo. Este proceder es, ademas, de la 
mas alta importancia moral i política, que la H. A. sabrá apre- 
ciar debidamente en los momentos actuales. 

»Por todosestos fundamentos la Comisión hacreido de justi- 
cia el proyecto de resolución de que tiene el honor de acompa- 
ñar i someter a la deliberación de la H. A. 

>A quien Dios guarde muchos afios. — Estanislao Vega. — 

htrkenejildo solsona. — josé l. büstamante. fau8tibo 

Lope*. — Matías Tort.» 



PROYECTO DE RESOLUCIÓN 

c Artículo primero. Se autoriza al P. E. para reconocer sobre 
el Tesoro público en favor del jeneral J. T. O'Brien la suma de 
doce mil pesos, moneda corriente. 

»Art. 2.° Terminada la actual guerra en que se haya empe- 
ñada la República, se acordará por el P. E. el modo i forma de 
pagar aquella suma. 

»Art. 3.° Comuniqúese. — Vega. — Solsona. — Bust aman- 
te. — López. — Tort. » 



— 140 — 



XVII 



En ese mismo afio de 1846, el jen eral O'Brien fué nombra- 
do Cónsul del Uruguai en Londres, donde permaneció hasta 
1847 desempeñando las funciones de su cargo diplomático. 

En este afio volvió a Montevideo i emprendió nuevo viaje 
a Londres revestido del cargo de Ájente Confidencial del 
Uruguai. 

En 1848 renunció su puesto de representante del Uruguai i 
se radicó definitivamente en América, pasando los inviernos 
en Lima i los veranos en Chile, teniendo especial cuidado 
de encontrarse en las respectivas festividades cívicas de los 
dos países. 

En 1849 i 1850 fueron reconocidos sus servicios de la Inde- 
pendencia por los gobiernos del Perú i Chile. 

La compañía de vapores de navegación por el Pacífico, en 
reconocimiento de sus valiosos actos de la época mas notable 
de la revolución emancipadora, le acordó libre tráfico en sus 
naves del Perú a Chile i vice versa, todos los años. 

Su residencia habitual era la «choza» del Salto, donde lo vi- 
sitaban sus amigos. 

En 1851, se presentó a los congresos del Perú i Chile solici- 
tando auxilios para su vejez, los cuales le acordaron, respecti- 
vamente, pensiones de retiro como jeneral el primero i como 
teniente-coronel el último. Al Perú le dio reiteradas pruebas 
de su profundo interés por su prosperidad, promoviendo su 
engrandecimiento, mucho antes de pedirle una recompensa por 
sus sacrificios hechos por su libertad. 

Insertamos un documento que le honra altamente por su pa- 
triotismo i su acendrado espíritu de iniciativa. 



EL JENERAL o'bBIEN 

A la Asamblea Constituyente del Perú 

« Vivamente interesado en la prosperidad de los pueblos ame- 
ricanos, donde por largo tiempo he residido, i a cuya indepen- 



— 141 — 

dencia he tenido la alta honra de contribuir en los años de mi 
juventud, procuro sin descanso los medios de ensanchar esa 
prosperidad i de hacerla positiva dentro de los límites de lo 
racional i de lo justo. 

j » (Jn estudio prolijo i concienzudo, como el que yo he hecho 

de sus riquezas, de sus elementos de producción, de sus inago- 
tables minas, de sus fecundos lavaderos de oro, de sus esqui- 
eitas maderas, i, en fin, de los valiosos artículos que viven en 

t el seno de sus bosques i montañas, me ha dado a conocer 

cuan fácil es abrir a la América del Sur vastos horizontes 
de vida. 

»Yo conozco los opulentos valles que riega el Amazonas i 
he calculado las ventajas colosales que reportarían bajo todos 
aspectos a sus Repúblicas ribereñas, i mui en especial al Perú, 
si sobre las aguas del gran rio condujeran a los mercados de 
Europa las fabulosas riquezas que conservan muertas, por care- 
cer de conveniente esplotacion. 

•Por fortuna, nadie ignora hoi que la libre navegación del 
Amazonas es el gran secreto de la prosperidad americana, que 
a todo trance debemos realizar— Bolivia, el Perú, el Ecuador, 
Nueva Granada i Venezuela, con solo este hecho, elevarían a 
la mayor altura su crédito, sus riquezas, i su nombradla, ¡ái 
esto es así, no en otro sentido, sino en éste, debemos dirijir 
nuestros esfuerzos. I, por mi parte, ni tengo otro deseo, ni 
abrigo otra esperanza; pero calculó al mismo tiempo que 
será difícil verlos realizados, si las potencias europeas no co- 
adyuvan con su gran poder a tan jigantesco plan. Conviene, 
según esto, i conviene mucho, que ellas sean las que lo apoyen 
enviando sus embarcaciones al célebre Amazonas, donde las 
cinco Repúblicas conducirán sus ricos productos, en retorno de 
los injentes valores que se les importen. 

»¿Pero cómo estimular los deseos i esfuerzos de las na- 
ciones europeas, sin poner ante sus ojos las conveniencias 
positivas de este plan, grandioso para ellas i para la América 
del Sur? 

» Manifestárselas, alentar su espíritu de empresa, fomentar 
por este medio la prosperidad de las cinco Repúblicas, dar el 
paso mas atrevido e influyente en el porvenir de estos países, 



— 142 — 

debe ser la obra de una persona suficientemente autorizada por 
ellos, que se interese de buena fe en anudar sus destinos con los 
lazos del comercio recíproco, grande i esplendente. Yo, sin jac- 
tancia de ninguna especie, creo que, mas bien que otros, puedo 
ser esa persona, por el conocimiento que tengo de los pueblos 
americanos i por las amistades con que cuento en el Viejo Mun- 
do; pero nada haré sin autorización bastante de las cinco Re- 
públicas, i obtenerla del Perú, por el órgano de su Honorable 
Asamblea, es mi propósito. 

» Deseo, pues, ver el Amazouas abierto a la libre navegación 
de los buques europeos, i no descansaré hasta lograrlo, porque 
de República en República, he de marchar en solicitud de pro- 
tección para esta empresa. Realizada, me quedará el orgullo 
de haber hecho a los pueblos americanos el mas grande servi- 
cio. — Juan O'Brien.» 



FOLLETO TITULADO EL JENERAL o'BRIEN I LA REPRESENTACIÓN 

NACIONAL 



(Santiago, 1851) 

Se encuentra un ejemplar en la Biblioteca Nacional de San- 
tiago de Chile, en la pajina 166 del volumen número 1£ de 
la colección de c Impresos chilenos sobre política i adminis- 
tración chilena». 



A LA NACIÓN CHILENA 

€ Cuando presenté al Congreso de la Nación la petición que 
ahora imprimo, la acompañé con un bosquejo de mi carrera 
militar, desde la época en que por primera vez desenvainé el 
acero en defensa de la Independencia Americana, hasta que 
esta grande obra fué completada. 

>Por el lijero resumen que entonces hice, se ve que hacen 39 
años desde que yo llegué en esa época a Chile; entonces era 



— H8 — 

joven i vine a defender i pelear por la libertad del pueblo i la 
independencia del país: ahora me presento otra vez, agobiado 
por los afios i deseoso de acabar bajo este cielo azul i en esta 
tierra, los pocos grauos de arena que restan aun eu el horario 
de mi vida. 

«Durante el largo trascurso de años que han pasado desde mi 
primera llegada hasta ahora, no he estado ocioso: mi vida ha 
sido siempre consagrada al mismo gran fin, a saber, la Inde- 
pendencia de la América del Sur: he trabajado constantemente 
con este objeto, ya en los campamentos, ya en los Senados; i 
aunque el teatro de mis tareas no ha sido solamente Chile, la 
independencia de uua parte de América, está tan íntimamente 
ligada con las otras, que no puede empeñarse a favor de un 
Estado sin trabajar por todos. 

«Desde el momento que abracé la causa de estos países, me 
penetré de esta verdad, i he sido siempre fiel a mis principios. 
cNo creo que halla nadie que niegue por un solo}instante que 
la batalla de Maipo dio libertad al Perú, i que la de Ayacucho 
afianzó esta libertad en ambos paises. Chile desde el principio 
ha sostenido este dogma: que para ser libre es menester liber- 
tar a los estados hermanos; i en esta intelijencia, apenas vio 
sellada su independencia en el campo de Maipo, cuando envió 
sus hijos i sus aliados a empeñar la lucha en el Perú. 

> Yo los acompañaba, i juntos hemos peleado en la tierra de 
loa Incas. I no fueron vanos los esfuerzos de este caro pais: el 
holocausto que Chile ofreció en la sangre de los mas ínclitos 
de sus hijos, vertida eu muchos campos de batalla, no ha sido 
un sacrificio estéril: la tierra no la ha bebido eu vano: ha pro- 
ducido un árbol robusto, a cuya sombra el labrador sigue sus 
faenas, el comerciante sus especulaciones, i florecen las artes i 
las ciencias. 

»Una vez afianzada la independencia de la América del ¡Sur, 
Chile empezó a sacar el fruto que semejante emancipación de- 
bía producir; ha sido uno de los pocos Estados, talvez el único, 
que ha sabido aprovecharse de las bendiciones de la Libertad; 
i mientras en otras repúblicas hermanas se ve desplegarse la 
tenebrosa bandera de la anarquía i la guerra civil, se encuen- 
tran aquí todos los progresos que una paz de 20 años trae con- 



— 144 — 

sigo: su comercio ha aumentado de un modo estraordinario, su 
riqueza mineralójica se ha desarrollado, las costumbres del pue- 
blo se han mudado, i hasta la faz del país está cambiada, pero 
siempre ganando en el cambio. 

»Si yo ahora recorriese los campos de Chacabuco i Maipo, no 
reconocería el sitio de aquellas jornadas en que tuve una parte 
tan activa: en lugar de tierras yertas i matorrales agrestes, se 
hallan risueñas campiñas; los árboles frutales de la Europa cre- 
cen ahora donde no se veian mas que malezas; i se oye el mu- 
jido de los ganados donde antes resonaba el clarín de la guerra 
i el estruendo de la artillería. 

> Cuando yo contemplo en la tarde de mi vida todo eso, cuan- 
do veo realizándose en este país, rápidamente aquellos ensueños 
que me indujeron a consagrar mi juventud a la emancipación 
de estas tierras, que son, sin duda, las mas bellas obras de la 
naturaleza, entonces es cuando siento un orgullo de haber te- 
nido parte en la obra, i es natural que yo quiera gozar igual- 
mente con los demás de la sombra de ese árbol que he ayuda- 
do a plantar. 

»Se ha dicho ya que he combatido por la independencia ame- 
ricana en los teatros mas célebres de la guerra; empezando en 
Montevideo i acabando mi carrera en el Perú: logrado el obje- 
to a que me había consagrado, envainé mi espada, i me es sa- 
tisfactorio pensar que jamas la he vuelto a desenvainar en nin- 
guna de las luchas intestinas que han ajitado diferentes partes 
de la gran familia americana; al mismo tiempo me es mui 
placentero considerar que mi espada no ha sido una mercena- 
ria; puedo afirmarlo, bajo la palabra de un soldado, que ningu- 
no de los gobiernos a que he servido, jamas me han dado, ni 
jamas les he pedido lamas leve recompensa, i que, al contrario, 
mi propia fortuna paterna ha sido sacrificada a su causa. Solo 
Ahora en mi vejez, cuando ya no tengo mi enerjía de antes, he 
sometido al Congreso de Chile la cuestión, si cree que la nación 
chilena debe protejer a su antiguo defensor, i creo que con una 
sola voz responderá en el afirmativo; i lo creo, porque compe- 
te al honor chileuo recompensar aquellos servicios que tan de- 
sinteresadamente he prestado. 

> Yo 80t un soldado i nada mas; no puedo halagar el oido con 



— 145 — 

las flores del retórico; pero eso sí, puedo asegurar al pueblo 
chileno, que aunque viejo, me hallo todavía capaz de defender 
sus libertades si fuesen atacadas, i que el corazón de O'Brien 
habrá dejado de palpitar cuando deje de anhelar el bien del 
país. — Juan O'Brien.* 



c Soberano Congreso: 

>El Jeneral don Juan O'Brien ante el Congreso Soberano, 
respetuosamente dice: 

»Que habiendo consagrado toda su vida, desde la edad de 18 
años, a la causa de la independencia americana; que después 
de haber cooperado i presenciado la de Montevideo i Buenos 
Aires, pasó con el ejército de los Andes a prestar sus servicios 
a la lucha que se empeñaba entre Chile i la Metrópoli, i luego 
que la batalla de Maipo selló la independencia de esta repúbli- 
ca, marchó al Perú para ayudar a este pais como una parte de 
la gran familia sud-americana. En 39 años que ha servido a la 
santa i justa causa, vuestro suplicante jamas ha sido movido 
por otro deseo que la felicidad i libertad de estos paises, i ha 
dedicado su juventud i la mejor parte de su vida, i al mismo 
tiempo ha sacrificado sus intereses particulares a la causa que 
sostenía. 

»A vuestro suplicante no le compete hacer presente en esta 
representación, ni las campañas ni las batallas que ha presen 
ciado, ni las fatigas que ha pasado en defensa de las libertades 
del pais, todo Chile las conoce i se hallan consignadas en el 
bosquejo de sus servicios que acompaña, i que sostendrá a su 
tiempo con los documentos probatorios; pero sí le será permiti 
do deciros que por todos los servicios prestados en el trascurso 
de 39 años, ningún gobierno le ha hecho jamas las mas leve 
recompensa. 

»Si se dirije ahora a este Congreso Soberano, no lo hace por 
que crea que la nación chilena haya contraído con él ninguna 
obligación mas que las otras repúblicas, cuyos derechos ha de- 
fendido igualmente como los de Chile; pero lo hace porque en 

Chile están reconcentradas todas sus simpatías, porque después 
10 



— 146 — 

de una borrascosa vida desea pasar los pocos años que le que- 
dan entre sus moradores, cuyas libertades en otro tiempo ha 
defendido; i quienes siempre le han colmado con muestras de 
agradecimiento i de cariño; lo hace porque cree que Chite es el 
magnánimo de los Estados Sud-Americanos; es él cuyo cora- 
zón siempre ha palpitado por la independencia americana; es él 
el que ha sostenido con mas constancia i anhelo esta causa, que 
siempre ha sido fiel en sus principios a este gran dogma; bajo 
esta persuasión, vuestro suplicante está seguro que Chile no 
desconocerá los servicios del antiguo soldado, que ha contri- 
buido tantas veces a su gloria en los campos de batalla, i que 
ha servido la causa de la Independencia mientras sus fuerzas 
lo permitían; está persuadido que de venir a buscar un asilo en 
Chile, i depositar sus restos mortales en este suelo donde pasó 
su juventud peleando por sus derechos, la nación no permitirá 
que su vejez se pase en la indijencia, sino que responderá a la 
voz de su corazón i le asignará aquella pensión que sus pro- 
longados servicios a la causa de la América merecen. 

c Vuestro suplicante, al llamar la atención del Soberano Con- 
greso a sus largos servicios, patentizados eu el documento que 
acompaña, espera que encontrará en el corazón de cada miem- 
bro de esta augusta Asamblea el eco de los sentimientos que el 
pueblo chileno siempre le ha mostrado, i poniendo su causa en 
manos de la Divina Providencia, espera encontrar en los del 
Soberano Congreso justicia i merced. — Juan O'Brien.* 



xvm 

El jeneral O'Brien, amaba a Chile como a su segunda patria 
i era amado por los chilenos, sus contemporáneos, sus compa- 
ñeros de armas i los escritores de su tiempo, con noble cariño. 

En una carta, cuyo orijinal existe en el archivo de Vicuña 
Mackenna (Biblioteca Nacional, volumen 90), dice a un amigo 
suyo esta hermosa frase, que revela su orgullo i su patrotismo: 
c Yo so i chileno!* 

Por esto sus amigos i sus compañeros del Ejército patriota 



— 147 — 



> 



le dirijieron las mas elocuentes cartas cuando -se vio precisado, 
por sus años, a presentarse al Congreso Nacional. 

Honramos este libro reproduciendo tan hermosos como no- 
bles testimonios de justicia i compañerismo: 



CASTAS DE JENEBALES CHILENOS 

t Santiago, agosto 12 de 1851. 

»Mi apreciado jeneral i compañero: 

»Como la época en que hemos servido juntos pertenece ya a 
loa tiempos pasados, i otra jeneracion rije en el dia los desti- 
nos de este pais, ha venido a ser preciso que yo patentice los 
servicios que he prestado a Chile en las gloriosas campañas que 
hemos hecho juntos; pues aunque muchos de ellos están con- 
signados en las pajinas de la historia, hai muchos, i como sue- 
le suceder, talvez los mas importantes que se pierden en el 
lago del olvido. En semejante caso a nadie mejor que a Ud. 
puedo ocurrir Ud. cuyo nombre está grabado en las aras de 
los mas brillantes hechos de las armas de la Patria, i a cuyo 
lado ha sido mi fortuna muchas veces desenvainar mi espada. 

>En el largo trascurso de 38 años, muchos documentos se me 
han perdido, pues en los dias de mi juventud yo he puesto 
poco cuidado en aquellas cosas que podian serme útiles en la 
tarde de mi vida; como buen irlandés miraba mas al presente 
que al futuro; entré en la lid con cuerpo i alma, i veugo a to- 
car la realidad cuando pocos de mis compañeros viven. Ud. es 
uno de ellos, uno de estos pocos, i creo que no trepidará en 
decir como compañero i soldado, lo que a Ud. le consta de los 
servicios que yo he hecho a Chile i a la causa de la indepen- 
dencia americana: desgraciadamen te, no puedo hacer la misma 
pregunta a los campeones de la patria, Artigas, Soler, Dorrego, 
Alvear, Martin Rodríguez, Zapiola, Arenales, San Martin, Bo- 
lívar, Sucre i La Mar, a cuyo lado he servido: todos han pa. 
gado el tributo de la naturaleza o se hallan en paises remotos 
i la tumba no puede responder. Espero, pues, que Ud. hará 
este servicio a su antiguo compañero de armas que en su ve- 



148 — 



jez se ve obligado a bascar el amparo i la protección de este 
pais que en su juventud ha defendido con su brazo. 

•Quedo de Ud. mi querido jeneral, su compañero i amigo. — 
Juan O'Brien.* 



CONTESTACIONES DE VARIOS JENBBALE8 

-c Señor jeneral don Juan O'Brien. 

* Santiago, agosto 15 de 1851. 

é 

»Estimado jeneral i compañero: 

•Actualmente me bailo en casa con catorce enfermos de esta 
maldita epidemia., siendo yo uno de ellos, que aunque no libre 
•enteramente de la fiebre, tengo el placer de contestar a su mui 
apreciable del dia ayer. 

• Como yo no puedo tener una noticia detallada de los impor- 
tantes servicios de Ud., a escepcion de las dos mas grandes 
acciones en que triunfó Chile de sus enemigos, como lo fueron 
las batallas de Chacabuco i Maipo, en que fué Ud. uno de sus 
héroes, me encuentro ciertamente perplejo para poder hacer 
una verdadera descripción de su conocido mérito i servicios 
distinguidos; me consta tan solo que Ud. los ha hecho mui se- 
ñalados tanto en Chile como en el Perú i que su nombre ha 
contribuido al aumento de la gloría de ambas partes. 

Me repito, mi querido jeneral, su afectísimo amigo i compa- 
ñero. — Francisco de la Lastra.» 



«Señor jeneral don Juan O'Brien. 

>Su casa, agosto 16 de 1851. 

•Mui apreciado señor mió i amigo: 

•Su apreciable carta que tuve la satisfacoion de recibir ayer 
me ha pillado mui indispuesto i con toda la familia postrada 
en cama de la molesta enfermedad epidémica que sufre en el 



— 149 — 

dia todo nuestro país. Esto me ha privado de pasar a ver a Ud. 
i felicitarlo por su feliz arribo, como era de mi deber i contes- 
tarle verbalmente su estimable insinuación, ya que esto no 
puede s*r por ahora, desgraciadamente, le diré siquiera en con- 
testación que aunque nos son constantes a todos los americanos 
i chilenos los servicios importantes prestados por Ud. en la gue- 
rra de la independencia, no me es posible detallarlos como Ud., 
parece que desea; solo recordaré i podré certificar que fueron 
muchos i mui positivos, a las órdenes de nuestro inolvidable 
amigo i jefe el ilustre jeneral San Martin, a quien acompañó 
Ud. en todas sus gloriosas campañas i acciones de guerra, de- 
sempeñando Ud. varias i difíciles comisiones del servicio, a 
que lo destinó siempre. 

>Esto es lo único que puede uno recordar, después de tanto 
tiempo trascurrido, de las innumerables vicisitudes que hemos 
pasado desde aquella época. Créame Ud. jeneral, que ni de 
nuestros servicios particulares tenemos otra idea. Si Ud. tiene 
que acreditar los suyos, como parece, debe hacer una relación 
de loe que Ud. recuerde o conste de su foja de servicios, i so- 
licitar un informe de las personas que Ud. crea puedten recor- 
darla. Para esto me hallará mui pronto i dispuesto para dár- 
selo de aquello que pueda recordar por la esposicion que Ud. 
haga. Esto es en verdad cuanto podré hacer en obsequio de 
Ud. a este respecto, a pesar de mis mas íntimos deseos en fa- 
vor de Ud. i cuanto le concierne. 

* Quiera Ud. señor, aceptar i disponer como guste del espe- 
cial afecto que le profesa su mui atento seguro servidor i vie- 
jo compañero i amigo Q. S. M. B. — Joaquín Prieto.* 



c Señor Jeneral don Juan O'Brien. 

*Su casa, agosto 80 de 1851. 

>Mi apreciado jeneral i amigo: 

»Su apreciable carta de Ud. la habría contestado tan luego 
como la recibí, si desgraciadamente la salud no hubiese estado 
tan quebrantada, pero hoi lo hago con el mayor gusto, pues re- 



— 150 — 

cordar los hechos gloriosos de nuetra independencia, i en los 
que Ud. ha tenido una parte tan intima, es para mi uno de los 
mayores placeres. 

>Es sensible, en verdad, que Ud. haya perdido los documen- 
ros que acreditan los grandes servicios prestados al pais i a la 
América entera, porque los informes de los pocos viejos sol- 
dados que quedan, apenas podrán llenar este vacío. Consuelen 
a Ud., sin embargo, que el recuerdo de éstos existen grabados 
en el corazón de I03 chilenos i como dice Ud. mui bien, en las 
pajinas de la historia; porque ninguno sin ser injusto, olvida- 
rá su brillante conducta en las campañas de Chacabuco, Can- 
cha Rayada i Maipo, independiente de otras acciones parciales, 
que manifestarán siempre su valor, se pericia i acendrado 
amor a la causa de la independencia americana. 

«Deseada como un acto de estricta justicia, estenderme mas 
en la contestación que doi ahora a Ud., pero me es imposible 
llenar mis intenciones como quisiera, a causa de mi malestar 
que me impide fijarme por largo tiempo en un mismo asunto. 

» Sírvase mi querido jeneral, dispensara su compañero i ami- 
go Q. S. M. B. — Mamón Freiré.» 

XIX 

ESPEDIENTE HISTÓRICO 

El jeneral don Juan O'Brien al Soberano Congreso 

cDon Juan O'Brien jeneral del Ejército del Perú i teniente 
coronel del de esta República, ante la rectitud de V. E. con el 
debido respeto espone: que habiendo pasado en calidad de 
Edecán del jeneral San Martin, a prestar sus servicios en la 
guerra de la independencia, se hallaba en la memorable bata- 
lla de Chacabuco: concluida la jornada, recibió órdenes del je- 
neral en jefe para perseguir al jeneral Maroto, quien huyó en 
dirección de Valparaíso. — AI regresar de esta espedicion su 
suplicante tomó al enemigo cerca de la hacienda de Pudagüél 
una carga de dinero, que entre onzas selladas i barras de plata 
ascendía a 24 o 25,000 pesos. Este tesoro conforme su suplí- 



— 151 — 

cante llegó a Santiago fué puesto por él a disposición de los 
S. S. jenerales San Martin i O'Higgins en la casa del señor 
Conde de Toro, quienes lo entregaron al Comisario Jeneral del 
Ejército don Gregorio Lémus. 

* Aunque la lei me concedía la tercera parte de esta presa, 
yo, conociendo la escasez del erario del pais en aquellos momen- 
tos i sabedor de que el ejército no podia moverse al Sur sin 
recursos, sabia que las tropas al mando del coronel Las Heras 
se hallaban paradas en Rancagua por falta de sueldos; i to- 
mando en consideración estas circunstancias ponia a un lado 
mis propios intereses a beneficio del pais dejando que toda la 
suma tomada fuese destiuad^ al pago de los soldados que pe- 
leaban por la independencia de la patria. 

> Cuando después me hallaba agobiado para mis mas precisos 
gastos, me presenté al Supremo Gobierno recordando este ser- 
vicio i pidiendo algún socorro. El Director de la República en 
aquel entonces decretó, que por constarle el servicio que yo en 
mi petición hice presente, se me diese a cuenta 300 pesos re- 
servando para después eetender la gratificación. 

>Los documentos que tengo él honor de presentar a V. E. 
comprueban todo lo que acabo de esponer; se verá por el 
Gobierno que hice este servicio, que entregué los 25,000 pesos 
para el uso de la patria, i que solo he recibido a cuenta de la 
parte que la lei me concede la suma de 300 pesos en lugar de 
8,000 pesos a que me hallo entitulado. 

»A1 suplicar a V. E. que el Congreso de la Nación decrete 
que se me pague el resto de la parte de esta presa que en vir- 
tud de las leyes tengo derecho, no lo creo necesario traer a su 
memoria, la importancia del servicio que en aquellos momen- 
tos hice a la patria; ninguno de los miembros del S. Congreso 
ignora la historia de la guerra de la independencia; todos sa- 
ben que el Ejército de Chile entonces se hallaba sin recursos 
con un enemigo poderoso al frente, i que en esas circus tandas 
25,000 pesos que un pobre soldado puso a su disposición va- 
lia mas que dos millones, pues en manos del Gobierno en el * 
día, i aunque la hora del peligro ha pasado, aunque la época 
azarosa ha pasado, no creo que echarán en olvido que he gas- 
tado cuarenta años en el servicio de la patria. 



— 162 — 

> Yo eolo pido una cosa legal, solo pido lo que la lei me con- 
cede, i estoi seguro que la representación de la nación chile- 
na no me lo negará: — Por tanto; 

> A V. E. suplico se sirva, vista la esposicion que hago, i lo» 
documentos que presento, decretar que se me abone la parte 
de la presa a que tenga derecho con descuento de los 300 pe- 
sos que he recibido. — Es gracia i justicia.— Juan O'Brien. — 
Comisión ds Peticiones. — Compete — Sala de la Comisión, — 
Santiago, julio 26 de 1852. — Santiago Gandarülas. — José Ig- 
nacio ErrázuriB, - Máximo A. Arguelles.* 



JENERAL DON JUAN o'bRIEN 



cExcmo, Señor: 

cEl jeneral don Juan O'Brien ante la rectitud de V. E. se 
presenta con el debido respeto i dice: que habiendo pasado a es- 
ta República en calidad de Edecán del Jeneral en jefe don José 
San Martin, se hallaba presente en la memorable batalla de 
Chacabuco; concluida la jornada, recibió orden de perseguir 
esa misma noche, con una partida de caballería al jeneral es- 
pañol Maroto que huyó en dirección a Valparaíso: al volver 
de esta espedicion su suplicante tomó, cerca de la Hacienda de 
Pudagüel, una carga de dinero perteneciente al enemigo, que 
contaba de 24 a 25,000 pesos entre onzas selladas i barras de 
plata, cuyo dinero en el momento que llegué fué entregado 
por mí a los jenerales don José San Martin i don Bernardo 
O'Higgins, quienes lo pasaron al comisario del Ejército don 
Gregorio Lemus. 

•Los documentos que tengo el honor dé acompañar a V. E.; 
comprueban este importante servicio, por lo cual como V. E. 
verá, nunca he recibido otra recompensa que 300 pesos que se 
me mandó entregar por el Director Supremo interino don Hi- 
larión Quintana, dejando al Director propietario jeneral O'Hig- 
gins, completar la gratificación cuando regresase como espresa 
el decreto de 31 de mayo de 1817. 

»Concluida la campaña en Chile con la batalla de Maipú, 
marché con el Ejército a seguir en otras secciones de América 



— 158 — 

la guerra de la Inpendencia, i hasta ahora no he reclamado por 
el resto del diaero que me corresponde de la presa que hice, 
tanto porque me hallaba ausente del pais, como porque mis cir- 
cunstancias no me obligaban a ello, i sobre todo porque consi- 
deraba mi derecho en este dinero como uu depósito en manos 
del gobierno chileno a que podia ocurrir en cualquier tiem- 
po que la fortuna me fuese adversa. Esta época ha llegado ya. 

•Siendo comprobado E. S., el hecho de haber apresado este 
dinero i entregádolo en arcas públicas, resta saber cuál es la 
parte que por lei me corresponde. 

>La lei de partida tít. 28 part. 8 el me concede todo como due- 
ño del dinero por la ocupación primatria que me cupo eu una 
cosa ntdias; i mirándome en el último caso, i considerándome 
como descubridor del diuero entregado la lei 45 tít. 28 part. 3. a 
me concede la mitad de la cosa hallada i la otra mitad al Fisco 
como dueño del camino en donde se encontró. Por tanto: 

• A. V. E. suplico que en vista de los antecedentes de que he 
hecho mérito, se sirva mandar se me entregue por tesorería la 
parte que me corresponde del dinero con arreglo a las L. L. 
Es justicia, — Excmo. Señor. — Juan O'Brien. — Santiago, mayo 
3 de 1852. — Informe la Contaduría Mayor. — Gana.* 

cSeñor Contador Mayor: 

»E1 jeneral don Juan O'Brien, ante US. con el debido respeto 
«ligo: como conviene a mis intereses tener una copia de la re- 
presentación que hice al Supremo Gobierno el 31 de mayo de 
1817 i del decreto de dicho Gobierno, como igualmente copia 
de la partida del libro manual de la Tesorería Jeneral que co- 
rresponde al mismo decreto. 

>Por tanto a US. suplico que se sirva mandar que el oficial 
archivero me dé a continuación la copia que solicito. — Es gra- 
cia i justicia etc. — Juan O'Brien.» 

'Contaduría Mayor, abril 6 de 1852. — El oficial encargado 
del archivo copie a continuación la partida que se halla a f s. 50 
del manual de la Tesorería Jeneral por el año de 1817 i el do- 
cumento número 340 que sirve de comprobante, i fecho devuél- 
vase al interesado con el V.° B.° del primer contador de resul- 
tas. — Benavente. * 



! 



— 154 — 

«El oficial encargado del archivo en cumplimiento del decre- 
to anterior del señor Contador Mayor certifico: que a fe. 50 del 
Manual de la Tesorería Jeneral del año mil ochocientos diez i 
siete se halla la siguiente partida: 

» Junio 2. Data en Hacienda en común trescientos pesos en 
tregados al capitán de Granaderos de a Caballo don Juan 
O'Brien en virtud de decreto de treinta i uno de mayo, en cla- 
se de gratificación por ahora por los servicios que hizo al Es- 
tado en la aprehensión de varias cantidades de dinero que 
tomó a los enemigos en su fuga. — Consta de dicho decreto que 
acompaña al número 340. — Rúbrica del Ministro del tesoro. — 
Juan O'Brien.* 

Representación número 340. 

cExcmo. Señor: 

»Don Juan O'Brien capitán del Rejimiento de Granaderos a 
Caballo ante V. E. con el respeto acostumbrado digo: que a los 
pocos dias de haberse posesionado nuestro ejército en esta ca- 
pital tuve (mediante mi vijilancia) la satisfacción de entregar 
al Excelentísimo señor Capitán Jeneral cuatrocientas setenta i 
dos onzas en oro, i al Excelentísimo señor Director Supremo al- 
gugunas barras de plata, que todo compondría la cantidad de 
veinticuatro o veinticinco mil pesos, estraida dicha cantidad 
de los enemigos que fugaban. No es mi ánimo Excelentísimo 
Señor, hacer presente estos servicios con el objeto de que me 
sean remunerados cuando conozco era un deber mió el efec- 
tuarlo. Solo suplico a V. E. que si es de supremo agrado, se 
digne mandar se me gratifique del modo que tenga V. E. 
por conveniente. — Por tanto. — A V. E. suplico se digne acceder 
a esta solicitud que es gracia que con justicia imploro i para 
ello, etc. — Juan O'Brien. — Decreto Supremo. — Santiago, mayo 
treinta i uno de mil ochociento diecisiete. — Respecto a constar 
a este Gobierno los importates servicios que espone etfte oficial, 
entregúesele por Tesorería trescientos pesos, i al regreso del 
Excelentísimo Director propietario^ puede estenderse la gratifi- 
cación. — Quintana . — Zañartu. 

»Así consta del libro i documento citado. — Contaduría Mayor 



1 



— 155 — 

* 

abril 7 de 1862. — V.° B.° — Novoa. — José Agustín Vargas, pri- 
mer archivero accidental.! 

* 
c Señor Ministro: 

«En los libros de esta tesorería no existe sentada partida de 
cargo por la suma de dinero qne dice el señor O'Brien tomó al 
enemigo en 1817. Así es que no puede averiguarse la cantidad 
cierta i menos la naturaleza de su procedencia. Si fué declara- 
da buena presa de guerra, si correspondía al Ejército argenti- 
no, i era de fondos fiscales i reales o de particulares; si era te- 
soro hallado o descubierto i en tal caso si se llenaron los trámi- 
tes fijados por las leyes para declararlo tal i para hacer la di- 
visión con arreglo a ella. — No existiendo, pues, dato alguno en 
esta oficina, no puedo informar como se manda. 

«Contaduría Mayor, mayo 6 de 1852. — 2). Z. Benavente.* 
La esposicion de los documentos precedentes comprueba 
dos cosas, que son timbres de honor para la administración 
pública nacional: la rectitud de los procedimientos, aunque se 
tratase de los héroes de la patria, i la justicia del ilustre militar 
que acudió a un reconocimiento legal de sus servicios militares 
tan meritorios como indiscutibles. 



XX 



En 1853, recordando las glorias comunes de las campañas de 
la revolución, se impuso el deber de inmortalizar la memoria 
de sus compañeros de armas. 

8a primera iniciativa jenerosa i entusiasta fué la de elejir una 
estatua al jeneral don Ramón Freiré, héroe i majistrado de la 
República. 

Vicuña Mackenna, que en esa época estrechó la mano de 
amigo del noble guerrero, dice de él: 

«En ese aña inauguró la estatua de su ilustre camarada el 
jeneral Freiré, pensamiento jeneroso que él solo inició i llevó 
a cabo, no sin gravísimas molestias, personales, i sacrificios pe- 
cuniarios de los que no obtuvo otra compensación que el haber 
honrado lealmente la memoria de un amigo. » 



— 156 — 

Abrió una colecta pública para costear los gastos del monu- 
mento, cayo monto alcanzó a la suma de 5,800 pesos, dejando 
un saldo en su contra de 2,300 pesos, que él pagó relijiosa i 
gustosamente. 

Trabajó en la columna triunfal de Chacabuco para rendir 
un homenaje al valor i al martirio de sus compañeros de ar- 
mas i de combate. 

En 1854 hizo un nuevo viaje a Europa por asuntos parti- 
culares i de regreso pasó al Perú, donde promovió un movi- 1 
miento popular para erijir una estatua a cada uno de los liber- 
tadores, San Martin i Bolívar. 

Con este motivo i como un galardón para sus nobles empre- 
sas de glorificación de los guerreros de la independencia, el 
jen eral don Tomas Guido le dirijió la hermosa carta que co- 
piamos: 

t Señor Jeueral don Juan O'Brien. 

> Buenos Aire$ t noviembre 20 de 1858. 

»Mi querido amigo: 

>Mui alta honra hace a Ud. al ardor con que trabaja por la 
erección de monumentos a nuestros insignes capitanes San 
Martin i Bolívar. Cada nombre de éstos representa una epo- 
peya, una historia. Esas estatuas en nuestras plazas desperta- 
rán la curiosidad de nuestra juventud para estudiar sus hechos 
i su época; entonces recien se conocerá el héroe; i muertas las 
pasiones de sus contemporáneos, muerta la envidia que se en- 
carniza siempre con las superioridades, se les hará justicia i la 
posteridad reparará el olvido de los que mas debieron a las 
insignes virtudes cívicas de uno i otro guerrero. — Su viejo 
amigo i compañero. — (Firmado.) — Guido.» 

El Presidente Santa Cruz, de Bolivia, en una carta a O'Brien 
de 1835, le dice lo siguiente: 

cLo8 servicios de Ud. i su carácter personal pueden asegu- 
rarle los mas gratos recuerdos de parte de sus amigos! — Santa 
Cruz.» 

Un diario de Lima, de 1858, da cuenta del comicio popular 



:i_i*i 



— 157 — 

qae el entusiasta jeneral O'Brien, promovió con ardor juvenil 
para que el pueblo peruano levantase una estatua al libertador 
de los Andes, jeneral San Martin: 

EL JENERAL o'bRIEN EN EL ÁNIVBB8ARIO DEL PERÚ, 

28 DE JULIO DE 1858 

c El día 28 de julio de este año, aniversario de la indepen- 
dencia del Perú, el veterano jeneral CVBrien, testigo i actor 
importante en la gloriosa lucha de la emancipación americana, 
se presentó en la plaza principal de Lima cubierto con un gran 
quitasol carmesí, el mismo que usaban los virreyes i bajo el 
coal San Martin juró la independencia del Perú el afio 1821. 
En aquel dia memorable, San Martin acompañado de 16 ofi- 
ciales, compañeros suyos de armas, entre los cuales se contaba 
el jeneral O'Brien; subió a un tablado i proclamó por primera 
vez aquella grandiosa frase para los anales históricos: «el Perú 
es desde hoi libre e independiente.» 

>Un dia tan grande, que abrió la era de la nacionalidad pe- 
ruana fué recordado esta vez por el jeneral O'Brien con un 
discurso improvisado, ocupando el mismo sitio que el año 21 
ocupó San Martin. Lo hemos recojido i nos hacemos un honor 
en poderlo trasmitir a nuestros hermanos de Chile i la Repú- 
blica Arjentina. 

>Dijo poco mas o menos lo siguiente: 

^Peruanos: hoi hace treinta i siete años que San Martin su- 
bió a un tablado hecho en este propio lugar teniendo en una 
mano el Estandarte Español que trajo Pizarro cuando empren- 
dió la conquista del Perú, i en la otra el quitasol de los virre- 
yes, i dijo: cEl estandarte de Pizarro me paga con usura mis 
trabajos de diez años de guerra i este quitasol lo regalo a mi 
ayudante coronel O'Brien que me ha acompañado fielmente en 
todos los a ño 8 de mis fatigas i que jamas se ha separado de 
mi.» El mismo dia me lo entregó juntamente con las banderas 
españolas que había tomado en el Callao, Sierra, Pasco, Lima, 
etc., etc., ordenándome que marchase a Chile, Mendoza, San 
Joan, San Luis, Córdoba i Buenos Aires a repartir esos trofeos, 
lo cual cumplí fielmente. 



— 158 — 

»Este recuerdo me trae a la memoria un sentimiento pro- 
fundo; ya no existen mas que tres de los dieciseis que subimos 
ese día al tablado acompañando a San Martin; el jeneral Las 
Heras en Chile, Guido en Buenos Aires i yo. El jeneral Riva 
Agüero era el único que quedaba de los peruanos i éste ha 
muerto también.» 

El jeneral O'Brien enternecido con este recuerdo hizo una 
breve pausa i cambiando de tono continuó: 

» ¿Quién puede negar las glorias de San Martin que plantó el 
árbol de la libertad en el campamento de Mendoza i derramó 
la semilla de este árbol por Chile i el Perú, asegurando en parte 
la independencia de las Provincias Arjentinas i parte de las de 
Colombia? 

> Dígalo yo i toda la América: no estaban Chile i el Perú 
ocupados completamente por los españoles cuando San Martín 
con solo 3,200 hombres pasó los Andes, libertó a Chile i fundo 
la independencia del Perú? ¿I no es una ingratitud olvidar a 
tan grande héroe? 

>Pero nó, el Perú sabe recordar i hacer justicia a los hombres 
que fundaron su nacionalidad. En mis manos tengo testimo- 
nio de ello. » 

cEl jeneral O'Brien desenvolvió un papel i leyó al efecto las 
siguientes resoluciones: 

tEn El Peruano, número 38, tomo 24 de 9 de noviembre de 
1850 se lee: — El ciudadano Ramón Castilla, Presidente de la 
República, 

> Decreta: 

>En el centro de la f Plaza del Siete de Setiembre» se erijirá 
una columna de 20 pies de altura sobre la cual se colocará la 
estatua del jeneral San Martin, i para los gastos se pedirá a la 
próxima lejislatura la cantidad necesaria. El Ministro de Es- 
tado en el despacho de Guerra i Marina queda encargado del 
cumplimiento de este decreto. — Dado en Lima el 7 de noviem- 
bre de 1850. — Ramón Cartilla. — Pedro Cimeros. 

»E1 primer Congreso Constituyente dio una lei que se halla 
publicada en la colección de leyes de Quiroz, tomo 1.°, páj. 
257, número 194, por la cual se manda erijir una estatua al 



— 159 — 

jeneral San Martiu i que su busto se coloque en la Biblioteca.» 

•Leídas estas resoluciones el jeneral O'Brien continuó: 

♦Peruanos: Yo estoi persuadido que el jeneral Castilla cum- 
plirá con el decreto que ba dado, porque en ello no hará mas 
que dar cumplimiento a una lei que ba sido el voto de la Na- 
ción, el voto de los libres, de los hombres consecuentes a las 
instituciones i que saben respetar el mérito i la gloria. Cum- 
plirá como ha procedido el jeneral Echefíique mandando a 
Europa por una estatua para el inmortal Bolívar. Sí, señores, 
i séame permitido ser bastante franco en esta vez i en este dia. 
Los méritos de Bolívar fueron grandes respecto al Pera, pero 
los de San Martin fueron colosales; también San Martiu, O'Hig- 
gins i Lord Cochrane abrieron el camino para Bolívar. San 
Martín afronta con su jenio i su denuedo todo el poder de los 
ejércitos españoles, venciendo por doquiera sus diminutas tro- 
pas aparecían; O'Higgins sacrificando a Chile, con su tesoro e 
hijos, su partido i su existencia política, Lord Cochrane lim- 
piando el Pacífico con su irresistible arrojo i pericia. 

>Por esto es que mi voz al elevarse sirviendo de eco a las 
tumbas de los héroes de la emancipación, tiene justicia para 
reclamar con prelacion la efectividad de una lei, de un decreto, 
del voto de esta Nación regada con tanta sangre por su li- 
bertad. 

» Demos un recuerdo a la memoria de San Martin, de O'Hig- 
gins, de mi amigo Lord Cochrane i a todos mis compañeros de 
armas en la lucha de la libertad del Perú. ¡Viva la Indepen- 
dencia! ¡Viva el Perú!» 

•Tal fué el discurso del jeneral O'Brien i sobre él nos permi- 
timos agregar unas palabras tocante al último punto. 

>E1 jeneral O'Brien reclama una estatua para San Martin. 
Tiene razón en ello, porque si el Perú eleva una a Bolívar, con 
mayor justicia debe hacerlo al hombre que proclamó su inde- 
pendencia. 

•Bolívar hizo mucho, pero las glorias del uno nunca podrán 
oscurecer las del otro. El uno fué el libertador del Norte, el 
otro el del Sur. Las glorias verdaderas de Bolívar están en Co- 
lombia, allí no ha tenido igual. Las de San Martin principian 
en las orillas del Plata i terminan en las cimas del Pichincha. 



— 160 — 

>Sin recursos, sin nada mas que su jenio i el coraje de sus sol- 
dados fué el guerrero de la América, el Mesías de tres repúbli- 
cas. £1 pudo haber dado cima a la emancipación del Perú, si 
sus jefes le hubieran secundado en sus planes; él, ciego de ab- 
negación, ha volado a Guayaquil a conferenciar con Bolívar 
para unírsele i ser un teniente suyo a cambio de evitar la 
anarquía; Bolívar rehusó i San Martin por salvar la causa de 
una rivalidad entre americanos abandonó su empresa victorio- 
sa i se retiró al estranjero. 

>Dejó el norte, parte del centro i la capital del Perú, libres 
de la dominación española; dejó ejércitos numerosos cual nun- 
ca volvieron a tenerse; dejó pues, el camino llano i espedito 
para la entrada de Bolívar; por eso, el jeneral O'Brien dice 
con razón que San Martin «abrió el camino para Bolívar». 

>E1 jeneral O'Brien, vastago glorioso de las glorias de Amé- 
rica, pisando ya los umbrales de la eternidad, reclama en el 
Perú un monumento para su jefe i amigo. En Chile ha conse- 
guido elevar la estatua de Freiré, va a alzar la columna de 
Chacabuco i ya tiene por conseguir el monumento de Maipo, 
que es el monumento de San Martin. 

»Es el verdadero ájente de una época grandiosa, el mensajero 
de los héroes que reclama a las naciones libres la gratitud de 
las nacionalidades. 

»E1 Perú no será sordo a su voz, como no ha sido Chile ni la 
República Arjentina. Tenemos un honor en asegurar lo que 
creemos es obra del corazón del pais.» 



XXI 



Así, con esos brios jenerosos, estimulaba el sentimiento de 
la nacionalidad en los corazones, sembrando nobles ideas de 
justicia en las almas, en las conciencias i en las multitudes. 

Con razón debemos deplorar que se haya estinguido esa je- 
neracion de hombres infatigables para el bien público. A fines 
de 1858, se dirijió por última vez, a Europa, para conseguir del 
Gobierno de Buenos Aires el abono de los perjuicios causados 



— 161 — 

por Bozas en su hacienda de Mataojo, en el Uruguai, en la 
época de la ocupación de Oribe. 

Vicuña Mackenna narra esta época de su hermosa existen- 
cia con verdadero afecto de gratitud, pues le debió actos de 
abnegación en el destierro: 

«En diciembre de 1858, O'Brien se dirijió por la última vez 
a Europa, aprovechando la partida del vapor Bogotá, que la 
Compañía del Pacífico mandó a Liverpool por el Estrecho de 
Magallanes, con el objeto de refaccionar su maquinaria. 

»E1 viejo veterano pasó el invierno de 1859 en su tierra natal 
entre los pintorescos collados de Wicklow. 

>En el verano estaba en Londres, viviendo tranquilamente en 
una casa retirada en la inmediación de los parques del Este. 

>Ahl le visitamos en el mes de agosto de ese año, i el noble 
viejo nos ofreció aquella cordial hospitalidad que solo las almas 
nobles saben conceder. 

» Pero aun hizo mas, i citamos este rasgo en que se mezcla 
nuestra humilde personalidad, como un testimonio de alto ho- 
nor para nuestro noble amigo. Es una de esas acciones, que 
describen de golpe todo un carácter. 

> Estábamos emplazados ante un tribunal ingles cuatro emi- 
grados chilenos, a quienes por una violencia, que escandalizó a 
toda la Inglaterra, se nos arrancó del suelo de la patria como a 
reos de crímenes famosos. Habíamos puesto querella contra el 
cómplice de aquel crimen, i decimos cómplice, porque los au- 
tores estaban en otra parte i se conceptuaban inmunes... 

•Cuando supo esto O'Brien en Londres, juró quehabia de ir 
a Liverpool el dia de la audiencia de la causa, i a pesar de las 
vivas instancias de mis compañeros i mias, el noble valetudi- 
nario soldado metióse en un tren espreso i llegó a Liverpool la 
víspera del dia señalado. Habia andado 60 a 80 leguas solo 
para dar satisfacción a un noble impulso de su almal 

» Temía m os, sin embargo, por el compromiso de aquel acto 
jeneroso. El jeneral tenia sueldo i licencia del Gobierno que 
nos habia arrojado de Chile, i solo en los umbrales del tribunal 
conseguimos hacer valer para su jeneroso afán de testificar en 
favor nuestro, los temores que por su tranquilidad nos asal- 
taban, 
ll 



— 162 — 

'Testigos de este hecho fueron Anjel Custodio Gallo i Manuel 
i Guillermo Matta. Ahora yo pago por ellos i por mí este pobre 
tributo de agradecimiento a la memoria del que supo ser nues- 
tro amigo en estrafía tierra, cuando en la nuestra eran tan po- 
cos los que entonces querían serlo... 

>E1 jen eral O'Brien se ocupaba en Londres de activar sus 
reclamos para ante el Gobierno del Uruguai, por la usurpación 
de sus propiedades en aquel pais, i habiendo obtenido el apoyo 
del gabinete británico, se dirijió a Chile por la via de Buenos 
Aires.» 

Durante su permanencia en Londres hizo una publicación 
sensacional contra el ex dictador Bozas, que allí disfrutaba vida 
tranquila i regalada al amparo de las leyes británicas. 

En agosto de 1859 hizo una presentación escrita al correji- 
dor de Southampton pidiendo la espulsion de Rozas de aquel 
pais, que se encontraba en su jurisdicción, i con el propósito 
de hacerlo conocer de la sociedad inglesa, imprimió en profusa 
edición la terrible carta en un panfleto que la historia de Amé- 
rica debe conservar, i que es la pieza acusadora mas terrible 
que se ha escrito jamas contra tirano alguno. 

O'Brien, en ese documento que tenemos a la mano, ha des- 
crito hechos bárbaros ejecutados por Bozas en Buenos Aires 
que los historiadores del Plata han silenciado. 

De este paufleto no se ha publicado edición castellana i no- 
sotros para poderlo apreciar en su justo valor hemos tenido 
que hacerlo traducir del ingles. 

Algún dia lo editaremos conjuntamente con el que escribió 
en Lima don Benjamín Vicuña Mackenna, en 1860, i que hoi 
no existe en ninguna biblioteca, el cual poseemos manuscrito 
también como el de O'Brien, para ofrecerlos como los docu- 
mentos históricos que demuestran las diversas épocas porque 
ha pasado la América en su vida de evolución social i polí- 
tica. 

* 

cjUa Nerón vivo en Inglaterra! > se titula el candente libro 
de O'Brien i parece escrito con un acero de puntas encendidas 
en una hoguera, que hace saltar chispas de sus pajinas, como 
si la pluma acerada chocase en un pedernall 

t Apelación, agrega el bravo soldado, al Corre jidor de Sou- 



— 1C3 — 

thampton contra el sanguinario Rozas, el que yive en la quin- 
ta de Rockstone.» 

«Carta dirijida a Eduardo Pol K. Esq., Correjidor de Sou- 
thainpton, por el jeneral Juan Thomond O'Brien, oficial en el 
ejército libertador que dio la independencia a Montevideo, 
Buenos Aires, Chile, Perú i Bolivia.» 

Decía, en lenguaje conmovedor, el ilustre militar en ese es- 
crito, que es una pajina imborrable de espiacion para Rozas, i 
mucho mas implacable que el célebre Canto de Mármol: 

cEstoi seguro que si se hubiese introducido clandestinamen- 
en el puerto que Ud. gobierna, un buque apestado, Ud. se 
mostraría agradecido del estranjero que le advirtiese con tiem- 
po el peligro de que se hallaba la ciudad espuesta. 

»Del mismo mudo creo que no disgustará a Ud. si entre las 
muchas personas a quienes bajo la denominación de «Rejidor 
público», la Inglaterra ofrece abrigo, se llama la atención de 
Ud. hacia aquellos, cuya carrera anterior les ha mostrado ser 
criminales tan atroces que ningún hombre de honor debería 
tratar con ellos, ninguna mujer virtuosa hablarles, ningún 

cristiano tener comunicación con ellos. 

» 

•Inglaterra es el refujio de los reyes destronados, de los hom- 
bree de Estado desgraciados, de los políticos estranjeros chas- 
queados i desengañados; pero siendo así jamas debería conver- 
tirse en una especie de santuario Whitefrioos donde los asesinos 
hallan abrigo i los ladrones gozan de paz i seguridad del fruto 
de sus villanías. 

>Si Nerón hubiese sobrevivido al golpe mortal de un Epra- 
fadito; si Marat hubiese escapado al puñal de una Carlota Cor- 
day i si Robespierre se hubiera sustraído a su propio suplicio, 
la guillotina, seguramente ningún ingles mantendría que la 
presencia de semejantes monstruos debería tolerarse en este 
país; al contrario, creo, señor, que usted opina como debe opi- 
nar toda criatura que donde quiera que estos monstruos apa- 
recen, su presencia debe escitar una unánime manifestación de 
odio i repugnancia, i en sus oídos deberían resonar para siem- 
pre las execraciones de todo el jénero humano. 

» Apelo a usted, señor, como el guardián no solo del bienestar 
físico de Southanpton, sino también protector de su estado 



— 164 — 

normal, i como tal, advierto a usted que vive actualmente en 
su jurisdicción un hombre manchado con mil crímenes i cruel- 
dades, que en Rockstone vive mejor, cuyas atrocidades como 
gobernante igualan a uno de los peores actos cometidos por 
Nerón, i cuya carrera como gobernador de Buenos Aires fué 
sangrienta, desapiadada i atroz como la de Marat i Robespierre 
durante el breve i sanguinario reinado del Terror. 

>E1 monstruo (pues tal probaré que lo es), cuya presencia 
como ocupante de Rockstone, en Southanpton, denuncio ahora 
a usted, es Juan Manuel Rozas, comunmente titulado jeueral 
Rozas i que fué algunos años gobernador de Buenos Aires.» 

Este fué el último rasgo de su vida, vida hermosa, si las hai, 
llena de nobles heroísmos i de sublimes ideales de justicia i 
libertad. 

Pocas veces la historia encuentra en el sendero de la huma- 
nidad, que es tan escabroso, caracteres tan enteros como el 
suyo, ni mas ricos en bellas acciones de abnegación i sacrificio 
para los demás, tan altamente colocados por la seriedad de sus 
virtudes i la grandeza moral de su existencia fecunda i pro- 
longada. 

O'Brien, es un tipo casi único, de corazón siempre dispuesto 
al bien ajeno i sin egoísmo de ningún jénero por mas que tuvo 
en su mano todos los múltiples dones de la fortuna, i de la 
gloria i del triunfo. 

Terminada su misión en Londres partió con dirección a 
Chile i al pasar por Lisboa la muerte detuvo su carrera, el L* 
de junio de 1861. 

El ilustre publicista, su amigo de largos afios, don Benjamín 
Vicuña Mackenna, relata de modo elocuente i sentido, los pos- 
treros momentos de su vida: 

«Su última hora ha sido como su vida, acompañada de ese 
sabor heroico que en los pecbos varoniles se anida hasta en la 
agonía de la vida. Tenemos a la vista la última carta, escrita 
por el soldado de Chacabuco en su lecho de muerte, i con un 
pulso que prueba que hai ciertas mauos que jamas saben tem- 
blar, en que da a su digna hija la señorita Isabel O'Brien de 
Valdes, su último i tierno adiós sobre la tierra. «Quedo sin la 
menor esperanza, le dice en su peculiar idioma español que nos 



— 165 — 

es preciso rectificar aquí para ciarle claridad, pero estoi inui 
bien preparado para irme al cielo, pues hai aquí un clérigo ir- 
landés (el doctor Russel) que me ha confesado i nada, nada 
me falta en mi reli jion . > 

Después cuenta con una resignación edificante sus propios 
funerales como para consolar a su hija de su propia muerte 
antes de desaparecer de la tierra. <EI, le dice, (refiriéndose al 
cora irlandés) se ha encargado de hacerme un entierro respe- 
a table. Ya me ha mandado hacer un sepulcro bien hecho, de 
cal i ladrillo i de ponerme un monumento con una cruz eleva- 
da hecha de mármol». 

Cumplido el deber del cristiano , habla el padre i de tan tier- 
na manera, que solo los que no conocieron a nuestro simpático 
amigo, no sentirán una aflicción íntima invadir su pecho.» Mi 
queridísima hija Isabel, le dice, sin que Be note que su pulso 
moribundo haya vacilado al escribir, es mui triste para tu padre 
dar su último adiós a su adorada hija. Yo no tengo corazón i 
fuerzas para hacerlo, i no me queda otra cosa que pedirte per- 
don; i esto lo hago de rodillas i delante de Dios. 

»I ahora no me queda otra cosa, afiade, que darte a ti la últi- 
ma bendición de un padre a su bija, i así lo hago delante del cielo 
i delante del Padre, del Hijo, i del Espíritu Santo, amen» (1). 

O'Brien consagra sus últimos votos a Chile antes de espirar 
con aquella melancólica dicha del que viera la tierra de promi- 
sión desde la cima de las lejanas montañas que cierran sus 
lindes. «Como Chile, dice en esta carta, ha sido mi pais predi- 



(1) Debemos esta carta a ana delicada condescendencia de la señorita 
O'Bifon de Valdes, hija única de nuestro lamentado amigo. Otro caballero 
ha tenido también la bondad de comunicarnos la carta de despedida qneel 
jeneral O'Brien dirije a sus amigos de la capital. Al leerla su laconismo 
militar noe ha recordado los boletines escritos con lápiz que el capitán 
O'Brien dirijia en 1818 desde las breñas del «Mal Paso» al gobernador de 
Mendosa. 

Traducida textualmente del ingles dice así: 

«Lisboa, 1861. 
>Mi querido Swinburn: 

>Cuando leáis esta carta es mui probable que yo haya dejado de existir. 

Mis días están contados. Desde mi lecho de muerte no puedo escribiros co- 



— 166 — 

lecto en toda la América i el p?is donde he pasado los primeros 
di as de mi juventud i de mis glorias, yo quería morir bajo su 
cielo, i dejar mis huesos entre mis amigos, pero Dios ha dis- 
puesto otra cosal» 

Los últimos momentos del cristiano fueron dignos de los del 
padre i del soldado: «Estaba a su lado (dice el sacerdote que lo 
confesó en una carta que tenemos a la vista, dirijida a un amigo 
del jeneral O'Brien en Londres) (1) en el trance de su muerte. 
Os será sin duda satisfactorio saber que murió en la mas tran- 
quila i completa posesión de su razón. Cuando sintió que comen- 
zaba su agonía, pronunció indistintamente algunas palabras, i 
luego hizo una señal de que su último momento había llegado, 
i juntando sus manos de una manera suplicante, las mantuvo en 
esta posición hasta que por la debilidad de la muerte cayeron a 
sus costados. Habia recibido algunos dias antes, con gran reco- 
cimiento, el viático i la estremauncion i preparádose para su 
próximo fin con una resignación i tranquilidad harto raras en 
personas que como él han gastado una larga vida en medio de 
turbulencias i violentos acontecimientos.» 

Tal fué el jeneral don Juan O'Brien, digno en su última ho- 
ra de la romanesca i noble carrera que cumplió en la tierra como 
soldado, como hombre i como patriota. 

Si Chile debe, pues, una hoja de laurel a esa tumba cavada en 
lejanas playas, porque encierra el brazo i el corazón de un sol- 
dado que defendió su causa, débele también el ciprés del dolor 



mo deseo; pero lo hago a mi hija Isabel a quien ruego os maestre mi 
carta. 

>Si esta ha de ser mi última comunicación, sea mi postrer adiós al mas 
sincero de mis amigos, Carlos Swinburn i su digna familia. Al doctor 
Armstrong, Mac Dermont i a tantos otros, mis adioses también! 

»Que el cielo os bendiga junto con vuestros hijos es lá última súplica 
de vuestro amigo hasta la eternidad. 

» Juan O'Brien. 
»Sefior don Carlos Swinburn.» 

(1; Carta del doctor Ruase! dirijida a Mr. Madden de Liverpool i datada 
en Lisboa, colejio de Corpo Santo, junio 6 de 1861. Debemos una copia 
de esta comunicación a la bondad del sefior don Carlos Swinburn. 



í 



— 167 — 

por la pérdida de su hijo adoptivo que ha muerto invocando 
su nombre i su amor. 

I si nosotros, en ei vario sendero de nuestra vida, tocamos 
alguna vez en aquellas playas que guardan lo restos de nuestro 
amigo, peregrino como nosotros, iremos a visitar en el apar- 
tado recinto donde el héroe duerme su último sueño, e inscribi- 
remos sobre su losa estas palabras que reasumen de una manera 
admirable su vida entera en una sencilla leyenda: 

FUÉ UN SOLDADO I NADA MAS. 

Santiago, agosto de 1861. 

A nosotros que nos ha correspondido bosquejar la historia de 
su vida conforme a sus propios documentos ori jinales, como chi- 
lenos nos es grato i honroso tributarle este homenaje de gratitud 
i de admiración, reclamando de nuestra patria la repatriación de 
sus cenizas a Chile, que él amó con tan noble corazón. 

Que este voto sea la oración del reconocimiento patriótico de 
todo un pueblo, es decir, del pueblo que él quiso para hacerlo 
su patria i dormir en su suelo su postrer ensueño. 

Que la esperanza de los espíritus que sueñan en la eternidad 
se cumpla como un ideal de su amor después de su separación 
de la tierra como su ilusión de ultratumba, cual el último des- 
tello de su vida i de su almal 



* 



Jeneral de División 

Don Luis de la Cruz 



El mariscal don Luis de la Cruz fué uno de los militares 
mas antiguos e ilustres de la República. 

Sus servicios i campañas comprenden pajinas históricas de 
la mayor importancia para el estudio de su y ida i de su tiempo. 

Nacido en Concepción, que era el centro de las operaciones 
militares de la frontera desde la colonia, abrazó la carrera de las 
armas en su mas temprana juventud. 

Le correspondió, por consiguiente, hacer las priin eras cam 
pallas de aquella época contra los indios araucanos. 

Pro venia del coronel don Pablo de la Cruz i Contreras, pres- 
tigioso soldado del ejército colonial. 

De este tronco ilustre se ha derivado una familia de guerre- 
ros que han ilustrado nuestra historia en diversos periodos 
memorables. 

£1 mariscal don Luis de la Cruz fué, a su vez, projenitor del 
benemérito jeneral don José María de la Cruz, que debia ser, 
a su turno, caudillo representativo del derecho popular i de las 
libertades públicas, tanto en las campañas de la independencia 



— 170 — 

como en la revolución liberal que contribuyó a la organización 
política de la República. 

Nació en Concepción el 25 de agosto de 1768. 

Dadas las condiciones especiales de su familia, adquirió una 
educación correspondiente a su distinción, pudiendo, desde 
temprago, servir dignamente a la sociedad de su época. 

Comienza su vida pública en 1790, como Procurador de la 
ciudad de Concepción, cuando apenas contaba 22 años, es decir 
cuando aun no tenia la edad civil que reconocen las leyes para 
la plena razón i soberanía del hombre. 

Este antecedente histórico recomienda altamente su capaci- 
dad i su seriedad personal, pues el Procurador de ciudad era el 
asesor del antiguo sistema de administración local o departa- 
mental. 

En este rango se inicia su carrera de servidor público que 
alcanzó tan elevada jerarquía en su época i en la historia 
nacional. 



II 



En 1791 se incorporó en el ejército colonial (17 de setiembre) 
en calidad de teniente de caballería de las milicias de Con- 
cepcion. 

En 1796 fué electo Alcalde Mayor de la ciudad de Concep- 
ción, puesto que indica las cualidades superiores que revestía 
su persona, como funcionario público i ademas el prestijio de 
que disfrutaba ante las autoridades i la sociedad de ese tiempo. 

En 1803 (marzo) concurrió al parlamento jeneral de los ca- 
ciques de la Araucanía, en el campo de Negrete, i en noviem- 
bre de 1805 asistió al parlamento de los caciques Pehuenches, 
en la Plaza de los Anjeles. 

Estos parlamentos o asambleas militares tenian por objeto 
tratar la paz entre los jefes del ejército espafiol i los caciques 
araucanos. 

Durante la presidencia del Capitán Jeneral don Luis Muñoz 
de Guzman, emprendió un viaje de reconocimiento i eeplora- 
cion a las pampas que se estienden desde la frontera de Anta- 
co hasta las márjenes del Plata. 



— 171 — 

Esta empresa esploradora tuvo por objeto rectificar uu ca- 
mino directo desde las provincias del sur hasta Buenos Aires, 
reconociendo el que habia descubierto don Justo de Molina, según 
consta del espediente iniciado por el mariscal don Luis de la Cruz 
con el objeto de establecer la importancia de dicha comisión. 

En las declaraciones de los testigos consta que don Justo 
de Molina llegó de Buenos Aires a Concepción descubriendo por 
Antuco i las tierras de Mamilmapu un camino recto i franco. 

El mariscal de la Cruz atravesó los llanos i las pampas indi- 
jenas i arjeutinas hasta llegar a la capital del Plata. 

Este paso ha sido esplorado en diversas épocas posteriores 
para establecer vias de comunicación directa terrestres entre 
Buenos Aires i Concepción o sea entre el Atlántico i el Pa- 
cífico. 

Tan importante senda de tráfico i comercio fué reconocida 
en una época en que no existían medios de trasportes i por re- 
jiones completamente desconocidas. 

En la hoja de servicios del mariscal de la Cruz se consigna 
la siguiente nota al respecto: «Ha contraido el distinguido mé- 
rito de atravesar desde esta frontera (Concepción) por tierra, 
hasta la de Buenos Aires según comisión del Presidente Muñoz 
de Guzman. 

> Venció solo con su talento i sagacidad esta espedicion dan- 
do al público con su Diario de Viaje unas prolijas e interesan- 
tes noticias de que carecíamos hasta ahora.» 

La espedicion, que era compuesta de jefes militares, salió de 
Concepción el 7 de abril de 1806 i regresó, después de haber 
llegado a Buenos Aires, el 7 de julio de 1807. 

El Diario del mariscal de la Cruz en que detalla las peripe- 
cias de la espedicion, consta de setenta pajinas manuscritas i 
sus noticias son del mayor interés para los viajeros i los histo- 
riadores. 

Esta empresa ha llamado la atención de todos los jeógrafos 
i escritores tanto nacionales como estranjeros. 

Julio Verne, el pintoresco artista descriptor de todos los paí- 
ses, recuerda la espedicion del mariscal de la Cruz en el ca- 
pitulo XII, de su obra titulada Los Hijos del Capitán Orant, al 
pintar las montañas de Chile. 



— 172 — 

Esta sola referencia comunica valor jeográfíco e histórico a 
tan valiosa espedicion esploradora de las rejiones orientales de 
las cordilleras andinas realizadas por el ilustre mariscal de la 
Cruz. 

He aquí la pajina conmemorativa que le consagra el gran 
escritor universal, que hoi llora la Francia i el mundo civiliza- 
do, Julio Vérne, que ha inmortalizado en sus encantadores li- 
bros a los descubridores i esploradores del globo: 

«Hasta entonces la travesía de Chile no habia presentado 
ningún accidente grave. Pero en lo sucesivo se acumularon los 
obstáculos i peligros que lleva consigo una marcha por mon- 
tañas, i empezará la verdadera lucha con las dificultades natu- 
rales. 

> Antes de partir fué preciso resolver una cuestión impor- 
tante ¿Porqué paso se podría atravesar la Cordillera de los 
Andes, sin separarse de la dirección requerida? Acerca del par- 
ticular se preguntó al capataz: 

» — No conozco, respondió éste, mas que dos pasos practica- 
bles en esta parte de las cordilleras. 

» — ¿El paso de Arica, sin duda, dijo Paganel, descubierto por 
Valdivia i Mendoza? 

» — Precisamente. 

> — ¿I el de Villarrica, situado al sur del Nevado del mismo 
nombre? 

i — Justo. 

» — Pues bien, amigo mió, esos dos pasos, tienen el inconve- 
niente de llevarnos mas al norte o mas al sur de lo que nos 
conviene. 

»— ¿Tenéis, preguntó el mayor, algún otro que proponernos? 

> — Ya se ve que si, respondió Paganel; hai el paso de Antu- 
co, situado en la pendiente volcánica, a 37° 30'; es decir, a cerca 
de medio grado de nuestro derrotero. Se encuentra a 1,000 
toesas de altura escasamente, i fué reconocido por Zamudio de 
la Cruz (1). 



(1) £1 gran novelista equivocó el nombre del mariscal don Luis de la 
Cruz i consignó erróneamente el de Zamudio de la Crt» qne no ha exis- 
tido en Chile. 



— 178 — 

» — ¿I voz, capataz, preguntó Glenarvan, conocéis este paso? 

> — SI, urilord, lo conozco prácticamente, I no os lo proponía 
porque es todo lo mas una vereda para el ganado de que se 
aprovechan los pastores indios de las vertientes orientales. 

»— 'Pues bien, amigo, respondió Glenarvan, por donde pisan 
loa caballos, carneros i bueyes de los pehuenches, pasaremos 
también nosotros, i puesto que nos mantiene en línea recta, 
iremos por el paso Antuco.» El camino reconocido i esplorado 
por el mariscal de la Cruz, sirvió de via de comunicación di- 
recta entre Concepción i Buenos Aires, tanto para el comercio 
de ganados como para las escursiones de los viajeros. 

Por dicha senda efectuó su marcha al Plata la espedicion mi- 
litar de Auxiliares de Chile, que comandó el entonces capitán 
i mas tarde mariscal don Andrés de Alcázar. 

Esta espedicion auxiliar fué enviada por la Junta de Gobier- 
no de Concepción, en 1811, a favorecer a los patriotas revolu- 
cionarios de Buenos Aires, que se encontraban atacados por los 
ingleses. 

De modo que este camino facilitó las comunicaciones de los 
patriotas, acortando las distancias i suprimiendo el tiempo en 
el tránsito de tan estensas comarcas. 

Mas tarde este camino se ha cruzado por espediciones mili- 
tares, en inui breves di as. 

El comandante don Carlos E. Moraga, de la marina de gue- 
rra chilena, cruzó esos estensos valles andinos, desde Concep- 
ción al Plata, en solo siete dias, cumpliendo órdenes rápidas 
del Presidente don José Manuel Balmaceda, para tomar posa- 
don en Montevideo de la escuadrilla de cruceros torpederos 
que venia de Europa a las órdenes del gobierno para combatir 
a la escuadra sublevada a las órdenes del Congreso revoluciona- 
rio de 1891. 

Este mismo sendero ha sido objeto de repetidos estudios de 
parte de jefes de nuestro ejército i de la armada, publicándose 
memorias ilustrativas de las respectivas espediciones. 



— 174 — 



ni 



Concurrió el mariscal de la Cruz valerosamente a todas las 
campañas de la independencia, al servicio de las armas de la 
revolución. 

En 1810 fué vocal de la primera Junta de Gobierno que pre- 
sidió en Concepción don Juan Martínez de Rozas. 

Desempeñó diversas e importantes comisiones, siendo en- 
cargado de la instalación de las autoridades en los departamen- 
tos de Itata, Cauquónes, Linares, Parral i Chillan. 

Fué asimismo comisionado para presidir la división del de- 
partamento de San Carlos, en donde organizó dos rejimientos 
de caballería. 

Al invadir la provincia de Concepción, por el puerto de San 
Vicente, el jeneral Pareja, con el ejército de Valdivia i Chi- 
loé, el coronel de la Cruz fué el primer jefe militar que se man- 
dó a Talca a cargo del mando de aquel cantón, haciendo tras- 
pasar el rio Maule a los cuerpos del ejército de Cauquénes, Li- 
nares i Parral. En la acción de Yerbas Buenas protejió la reti- 
rada de las tropas independientes con el comandante jeneral 
de la vanguardia don Luis de la Carrera. Asistió a la aecion de 
armas de San Carlos el 15 de mayo de 1813 i le correspondió 
perseguir a los realistas hasta el otro lado del Nuble. 

Encontrándose con una pequeña fuerza de reclutas (90 hom- 
bres) en las riberas de Itata, fué atacado por una división rea- 
lista de 500 soldados de línea el 8 de julio de ese mismo año, 
i agotadas sus municiones fué tomado prisionero de guerra i 
conducido a Chillan. 

Trasladado a las Casas-Matas de Lima i después a los cala- 
bozos de la Inquisición, sufrió las mayores penalidades, siendo 
después trasportado a la isla de Juan Fernández, padeciendo 
los rigores de un cruel despotismo colonial. 

Permaneció cautivo tres años i nueve meses, habiendo sido 
libertado el 22 de marzo de 1817» después de la batalla de Cha- 
oabuco. 

En este mismo año fué nombrado Gobernador i Comandante 



— 175 — 

Jeneral de Armas de Talca, habiendo socorrido al ejército del 
sur en todo el rigor del invierno. 

El 14 de agosto fué promovido al mando Supremo del Esta- 
do, correspondiéndole atender al ejército que se formó para 
rechazar la espedicion invasora del jeneral Osorio que partió 
de Lima hacia nuestras costas. 

Con motivo del desastre de Cancha Rayada, amunicionó en 
doce dias al ejército, dotando de 16,000 tiros a la artillería de 
campaña i de montaña. Reuuió el ejército disperso i las mili- 
cias de la provincia de Aconcagua, hasta la llegada a la capital 
del Director Supremo, en cuyas manos resignó el mando interi- 
no que tan acertadamente habia desempeñado en momentos 
tan difíciles. 

Investido con el cargo de Delegado del Gobierno se dirijió a 
Coquimbo a organizar la defensa del Estado, para el caso de 
un nuevo desastre militar i para impedir una nueva recon- 
quista española. 

Después de la victoria de Maipo fué enviado al sur al mando 
de una división. 

Formó parte del Gobierno directorial en el elevado rango de 
Ministro de Estado i le correspondió ordenar, el 12 de febrero 
de 1818, primer aniversario de la gloriosa victoria de Chaca- 
buco, el acto solemne de la Jura de la Independencia por las 
corporaciones públicas i los ciudadanos chilenos en la capital. 

Este importante documento histórico, que sella definitiva- 
mente la libertad de Chile, lleva la firma del mariscal don Luis 
de la Cruz, como Jefe Supremo del Estado. 

Hé aquí tan valioso documento: 



cEL SUPREMO DIRECTOR 

DKLKGADO DKL ESTADO DK CHILB, XTO a , BTO 

tSe aproxima ciudadanos el memorable 12 de Febrero. Este 
dia grande que os recuerda el glorioso sacudimiento de vuestra 
opresión, es también preparado para fijar la época de nuestra 
emancipación política* cuya augusta ceremonia debe hacerse 



— 176 — 

en la forma siguiente:=Al toque de diana se tenderán en 
la plaza mayor todas las tropas de la guarnición, tanto de línea, 
como cívicas de infantería, y caballería esperando la aparición 
del sol, en cuyo momento enarbolándose la bandera nacio- 
nal habrá un saludo general, y uniforme del pueblo, y tropa, 
guardando ésta sus puestos: se hará una salva triple en la for- 
taleza, y repicarán todas las campanas de la ciudad. Seguirán 
después por su orden todos los alumnos de las escuelas públi- 
cas presididos de sus maestros á cantar al pie de la bandera 
los himnos patrióticos, y alusivos al objeto del dia que tendrán 
preparados. A las nueve de la mañana concurrirán al Palacio 
Directorial todos los tribunales, corporaciones, funcionarios, 
comunidades, y plana mayor de oficiales para acompañar mi 
persona al tablado de la plaza mayor, guardando el orden que 
se les circulará por reglamento separado. 

>E1 Director irá entre el Diputado del Gobierno Ar jen tino, 
á quien se cederá la conducción de la bandera nacional, y el 
Presidente del Ilustre Ayuntamiento, que llevará la de Buenos 
Ayres. Tomados los asientos respectivos en el tablado, que es- 
tará con la magnificencia acordada, se hará al pueblo una li- 
gera arenga, de que está encargado el ciudadano Fiscal. En 
consecuencia se leerá por el primer Ministro de Estado la Acta 
de la Independencia, y concluida su lectura, el Presidente de 
Cabildo batiendo el Pabellón Nacional por los cuatro ángulos 
del tablado recibirá al pueblo el juramento en la forma si- 
guiente.=¿Jurais á Dios, y prometéis a la patria, con la ga- 
rantía de vuestras fortunas, honor y vida sostener la presente 
declaración de Independencia absoluta del Estado Chileno, de 
Fernando 7., sus susesores, y de qualquiera otra dominación 
estraña?: Prometido, dirá: sí asi lo hiciereis Dios os ayude, i 
si no, él y la Patria os hagan cargo. A ésta augusta ceremonia 
se arrojarán al Pueblo medallas de la jura, seguirá otra des- 
carga triple de artillería, que se repetirá después que el Su- 
premo Gobierno postrado delante del trono, que debe haber en 
el tablado, haya prestado el juramento: seguirá el Gobernador 
del Obispado; y a continuación el Ministro de Estado y Go- 
bierno, recibirá en la misma forma que al pueblo un juramen- 
to simultáneo á todas las corporaciones. Verificado, bajará del 



I 



— 177 — 

tablado el acompañamiento y se dirigirá por la calle nombrada 
de Ahumada, a la plaza de San Francisco basta las inmedia- 
ciones del tablado, al cual sólo subirá el Presidente del Ilustre 
Cabildo acompañado de dos regidores para recibir al pueblo 
el juramento en la misma forma anterior: después regresará la 
comitiva por la calle nombrada del Estado hasta el Palacio 
Directorial de donde se despedirá. 

>A1 dia siguiente concurrirá á la misma hora, y guardando 
igual orden se dirijirá por la calle de la Merced hasta aproxi- 
marse al tablado que habrá en esa plaza, en cuyo punto per- 
manecerá en tanto el presidente del Ilustre Cabildo recibe el 
juramento al pueblo: volverá sobre sus mismos pasos doblan- 
do por la calle de San Antonio, y repetirá la misma ceremonia 
en la plaza de la Universidad, regresando por- la misma calle 
hasta llegar á la Catedral, en cuyo templo se cantará con la 
mayor magnificencia un solemne Te Deum que terminará las 
funciones de éste dia. 

«El 14 aé tenderán las tropas en la Plaza Mayor á las ocho del 
dia, y las corporaciones vendrán á las nueve para acompañar 
mi persona á la Iglesia Catedral donde se celebrará una misa 
solemne en acción de gracias, desempeñando una oración análo- 
ga á tan elevado objeto el prebendado D. D. Julián Navarro. 
Terminada la función de iglesia, las Autoridades, Presidentes 
de tribunales y Corporaciones darán á la persona del Director 
los plácemes correspondientes á la magnificencia de este dia. 

Ciudadanos: este dia en que empezáis á figurar en las Na- 
ciones, en que abandonáis el carácter obscuro y humillante de 
Colonos, debe ser marcado con demostraciones que hagan con- 
traste lisongero con aquellas que se exigía de vosotros cuando 
se sentaba en la silla de vuestro oprobio algún nuevo tirano: 
cuidad del aseo, de la magnificencia, y del orden. Habrán seis 
noches de iluminación la mas lucida: en ellas toda clase de 
fuegos artificiales, y las calles por donde transite el acompaña- 
miento deben adornarse con el mejor gusto. Para que -llegue a 
noticia de todos publiquese, é imprimase. Palacio Directorial 
de Santiago, Febrero 7 de 1818. 

Luis de la Chuz. 
> Miguel Zañartu, 

MinUtro de Hitado.» 
13 



— 178 — 



IV 



Las ceremonias del juramento de la independencia nacional, 
que forman la base de la vida pública de Chile como nación 
independiente i soberana, han sido descritas en la Sutoria Je- 
neral de Chile, escrita por don Diego Barros Arana, en los párra- 
fos que reproducimos a continuación: 

t Habíase acordado que la proclamación i jura de la inde- 
pendencia se haría el 12 de febrero, primer aniversario de la 
batalla de Chacabuco. Desde el dia 9 publicó por bando el 
director delegado, el programa de las ceremonias i de las fiestas 
públicas con que se había de solemnizar aquel acto. En efecto, 
en la tarde del 11, los cañones de la fortaleza del Cerro de 
Santa Lucía, anunciaron, con una salva mayor, no ya como en 
otros tiempos, cía llegada de un nuevo opresor o el nacimiento 
de un príncipe, que a su turno aumentaría los eslabones de la 
cadena que arrastraba la América», sino el nacimiento de un 
pueblo libre. La relación de que copiamos esas palabras, sigue 
describiendo en lenguaje claro i pintoresco la fiesta solemne 
del dia siguiente. 

> Al toque de diana se formaron en la plaza mayor las tropas 
de línea, i las guardias cívicas de infantería i caballería. Entre- 
tanto, el concurso se aumentaba de tal modo, que ya excedía 
la capacidad de este vasto espacio. Poco después apareció sobre 
el horizonte el precursor de la libertad de Chile. En este mo- 
mento se enarboló la bandera nacional, se hizo una salva triple 
de artillería, i el pueblo con la tropa saludaron llenos de ternu- 
ra al sol mas brillante i benéfico que han visto los Andes, des- 
de que su elevada cima sirve de asiento a la nieve que eterna- 
mente los cubre. Luego se acercaron por su orden los alumnos 
de las escuelas públicas, i pues al rededor de la bandera canta- 
ron a la patria himnos de alegría que excitaba un doble ínteres 
por su objeto i por la suerte venturosa que debe esperar la 
jeneracion naciente, destinada a recojer los primeros frutos de 
nuestras fatigas. 

»A las nueve de la mañana concurrieron al palacio directo- 
rial todos los tribunales, corporaciones, funcionarios públicos 



— 179 — 

i comunidades: luego entró el excelentísimo señor capitán je- 
neral don José de San Martin acompañado del señor diputado 
del Gobierno arjentino don Tomas Guido i la plana mayor; a 
las nueve i media salió el excelentísimo señor Director precedido 
de esta respetable comitiva i se dirijió ál tablado de la plaza 
principal. Las decoraciones de este lugar correspondían a la 
dignidad de su objeto, i en el centro de su frente se distinguía 
el retrato del jeneral San Martin. Luego que los concurrentes 
tomaron sus respectivos asientos, el Fiscal de la Cámara de 
Apelaciones (don José Gregorio Argotnedo) hizo al pueblo la 
siguiente alocución en nombre del Gobierno: 

cCiudadanos! escuchad los sentimientos del Supremo Go- 
» bierno, que me ordena instruiros de vuestros deberes. Vais 
» ya a proclamar la lei mas augusta del código de la naturale- 
» za. Os vais a declarar libres e independientes de toda domi- 

> nación estraña; i con este decreto vais a romper las atroces 
» cadenas que os han oprimido por trescientos años. Vais a 

> dar todo su valor al pais mas favorecido de la Providencia; 
» i ya el producto de vuestra industria i agricultura lo solici- 
» taran con emulación, i le proporcionarán las mas útiles ven- 
^ tajas los demás pueblos de la tierra. Vais a franquear 
9 vuestros mares i comercio a todas las naciones; os traerán la 

> abundancia, la comodidad i la cultura. Vais a abrir a vues- 
» tros hijos la carrera del honor, de los empleos, del comercio, 
» i el desarrollo de las virtudes i talento que con tanto esfuerzo 

> se empeñaba en sofocar el sistema colonial. 

»Pero, creed a la esperiencia i a vuestro Gobierno. No es la 
» solemne i augusta ceremonia con que publicáis este decreto 
» la que debe haceros felices: son las virtudes i el desempeño 
^ de los heroicos deberes en que os vais a constituir, los que 
» han de traer esas ventajas. Padres de la patria I majistrados 

> de Chile! mirad que al jurar la independencia os encargáis 
» de las virtudes de Bruto i de Washington! ¡Pueblos de Chile! 

> en el momento que declaráis la independencia os obligáis a 

> ser unidos, virtuosos i valientes. 

»¡ Españoles, europeos! el dia que Chile se declara libre e in- 

> dependiente a la faz del cielo i de la tierra, no os queda otro 
» partido que ser hijos fieles del país donde labrasteis vuestras 



— 180 — 

> fortunas, donde pensáis morir i propagar vuestra deseen- 

> dencia, o abandonar para siempre un suelo que no os puede 

> ser grato a pesar de tantos beneficios.» 

>En seguida se leyó por el señor Miguel Zañartu, Ministro 
de Estado en el departamento de Gobierno, el acta de la inde- 
pendencia. 

» Después de leída el acta, se postró el excelentísimo señor 
director, i poniendo las manos sobre los santos evanjelios hizo 
el siguiente juramento: c Juro a Dios i prometo a la patria bajo 
» la garantía dé mi honor, vida i fortuna sostener la presente 
» declaración de independencia absoluta del Estado chileno 
» de Fernando VII, sus sucesores i de cualquiera otra nación 
» estrafia.» Luego exijió él mismo igual juramento al señor 
gobernador del obispado (don José Ignacio Cienfuegos), quien 
a la fórmula anterior añadió, en los trasportes de su celo, la 
cláusula qife sigue: I asi lo juro porque creo en mi conciencia 
que esta es la voluntad del Eterno. Seguidamente, recibió S. E. 
el juramento al señor jeneral San Martin como a coronel ma- 
yor de los ejércitos de Chile i jeneral en jefe del ejército unido. 
Entonces el señor Ministro de Estado en el departamento de 
Gobierno lo tomó simultáneamente a todas las corporaciones i 
funcionarios públicos, i después el señor presidente del cabildo 
(don Francisco de Borja Fontecilla), batiendo el pabellón na- 
cional por los cuatro ángulos del tablado, recibió al pueblo el 
juramento en la forma que sigue: c ¿Juráis a Dios i prometéis 
» a la patria, bajo la garantía de vuestro honor, vida i fortuna 
» sostener la presente independencia absoluta del Estado chi- 
» leño, de Fernando VII, sus sucesores i de cualquiera otra 
» nación estraña?» 

»Aun no habia acabado el pueblo de oir estas últimas pala- 
bras, cuando el cielo escuchó el primer juramento digno del 
pueblo chileno. En este acto se arrojaron medallas de la jara, 
i se hizo otra descarga triple de artillería: luego bajó el acom- 
pañamiento, i se dirijió a la plaza de San Francisco, donde el 
presidente del Cabildo, acompañado de dos rejidores, subió a 
un tablado a exijir del pueblo el mismo juramento; i de allí 
regresó a la casa del jeneral San Martin, quien, después de 
felicitar a la comitiva por el grande acontecimiento de este dia 



— 181 — 

i de felicitarse a sí mismo de haberlo presenciado, renovó las 
protestas que tantas veces tiene hechas de sostener la libertad 
de Chile, empleando todo su celo i consagrando hasta su pro- 
pia existencia. Su lenguaje retrataba el fondo de su sinceridad 
no menos que la firmeza de sus intenciones, i nadie pudo escu- 
charle sin conmoverse i presajiar victorias a la patria. Luego 
salió por su orden el acompañamiento, i siguió hasta el Palacio 
del Gobierno, donde dejó aS.E. 

>E1 13, a las nueve de la mañana, salió el Director Supremo 
con la misma comitiva, i se dirijió a la plaza de la Merced, 
donde repitió el presidente del Cabildo la ceremonia del dia an- 
terior, i -concluida volvió sobre sus pasos la comitiva, dirijión- 
dose a la plaza de la Universidad con el mismo objeto. De allí 
regresó a las once de la mañana por la misma calle hasta lle- 
gar a la Catedral. Aquí se cantó con toda la magnificencia po- 
sible un Te-Deum, que terminó las funciones de este dia. 

»E1 14, a las nueve de la mañana, salió de Palacio el Direc- 
tor Supremo con el mismo acompañamiento de los dias ante- 
riores, i asistió a la iglesia Catedral a la misa de acción de gra- 
cias que se celebró, después de lo cual dijo el doctor don Ju- 
lián Navarro una oración análoga a las circunstancias del nue- 
vo destino a que es llamado por la Providencia el Estado de 
Chile. Concluida esta función, las autoridades, presidentes de 
tribunales i corporaciones, pasaron a felicitar al Gobierno i 
ofrecerle los votos de patriotismo i entusiasmo nacional por la 
consolidación de nuestras nuevas instituciones, por la paz in- 
terior i por el buen suceso de las armas de la patria. » 

Allí pronunció don Tomas Guido un entusiasta discurso, 
dirijido a felicitar al pueblo chileno en nombre del Gobierno 
de Buenos Aires, por haber ingresado en el número de las na- 
ciones libres del orbe. Las fiestas públicas se prolongaron hasta 
el 16 de febrero. A un sarao ofrecido en el Palacio de Gobier- 
no, se siguió un banquete dado por el representante de Buenos 
Aires. «La variedad i brillantez de los fuegos de artificio, las 
iluminaciones públicas, agrega la misma relación; las músicas 
i coros patrióticos que se encontraban por todas partes; las 
danzas i pantomimas que formaban los quince gremios (de ar- 
tesanos) de la ciudad i la maestranza, compuesta de quinientos 



— 182 — 

ochenta hombres vestidos con variedad de formas; pero con 
uniformidad para guardar consonancia con los del pabellón; 
los carros triunfales que éstos conducían llevando cada uno de 
ellos diferentes símbolos que representaban la Fama, el árbol 
de la libertad, la América i otros objetos análogos a estos dias; 
la bandera tricolor que, puesta en la fachada de las casas al 
lado del pabellón arjentino, como muestra de la eterna alianza 
que existirá entre ambos estados i de la sinceridad con que 
están dispuestos a sostenerse recíprocamente en cualquier pe- 
ligro; todo este conjunto de ideas i representaciones excitaba 
el entusiasmo... Ninguno que haya observado de cerca el es- 
píritu público en estos dias, vacilará sobre el concepto que debe 
formar de la situación política de Chile... Chile es i será libre, 
porque al derecho une ya la fuerza, i a la fuerza la modera- 
ción i uniformidad de sentimientos.» Los contemporáneos re- 
cordaron por largos años con toda la emoción del patriotismo 
aquellas fiestas con que se saludaba el nacimiento de la patria, 
i la tradición contaba medio siglo mas tarde que la capital no 
había visto dias de mayor contento ni de entusiasmo mas sin- 
cero i ardoroso. 



Habiendo concebido el Gobierno del Director Supremo don 
Bernardo O'Higgins, el proyecto de organizar una escuadra de 
guerra para garantir la independencia del país i libertar al 
Perú, se nombró gobernador político i militar de Valparaíso al 
coronel jeneral don Luis de la Cruz, el 8 de julio de 1818. 

Su misiou oficial era la de organizar los primeros buques de 
la marina militar de la República. 

En breve tiempo estuvieron armados i equipados los navios 
de guerra que formaron nuestra primera escuadra nacional i 
que al afio siguiente, efectuaron la célebre i memorable cam- 
paña naval de Talcahuano i que dio por resultado la captura 
de la fragata española María Isabel, que escoltaba la espedí- 
cion de guerra de Cantabria. 

Se debe, pues, al mariscal de la Cruz los primeros esfuerzos 
para formar la marina de guerra de la República, a quien se le 



— 183 — 

ha de denominar, con justicia, su ilustre fundador como go- 
bernador político i militar de Valparaíso en el periodo de 
su organización. 

El 27 de febrero de 1819 fué comisionado por el Gobierno 
para dirijirse a la Banda Oriental del Uruguai, acompañado de 
un diputado del Cabildo, con el objeto de intervenir amigable- 
mente con el jeneral Artigas en favor de una transacción con 
el gobierno de Buenos Aires, que se encontraban en guerra i 
malograban los sacrificios efectuados por la independencia. 

No alcanzó a cumplir su cometido, teniendo que regresar de 
San Luis en cumplimiento de órdenes supremas. 

A su regreso fué nombrado Comandante Jeneral de Marina, 
armando i equipando nuevos buques de guerra de la escuadra 
para que efectuase la espedicion libertadora del Perú. Dotó a 
esta escuadra de las municiones que él mismo hizo fundir en 
Valparaíso i de una flotilla de doce lanchas cañoneras para pro- 
tejer el desembarco del ejército chileno. 

Atendió de preferencia las fortificaciones de los castillos de 
Valparaíso, construyendo una fortaleza en Playa-Ancha. 

El 2 de octubre de 1821 fué enviado al Perú al servicio del 
jeneral San Martin i en Lima fué encargado de organizar la 
escuadra con el grado de Director Jeneral de Marina. 

En el breve curso de tres meses armó i equipó seis buques 
de guerra i siete trasportes, habiendo recibido como base de 
operaciones solo un pailebot armado. 

Estos buques sirvieron para la espedicion a Pisco. 

Equipó una división de trece trasportes para trasladar tropas 
de Guayaquil al Callao. 

Armó la fragata Prueba, la goleta Presidente i el bergantín 
Nancy para mantener el bloqueo intermedio i escoltar las es- 
pediciones del litoral del Perú, 

Era un poderoso espíritu organizador, que honraba a su pa- 
tria i a su tiempo. 

Reconociendo el Supremo Gobierno sus valiosos servicios, le 
acordó el título de Jeneral de División el 5 de febrero de 1822 
i el de Gran Mariscal, el 25 de marzo del mismo año. 

El 6 de julio de 1824 fué nombrado Comandante Jeneral 



* 



— 184 — 

de Armas de Santiago i concurrió a las campañas del sur con 
el Supremo Director. 

El 25 de setiembre de 1826 fué nombrado Ministro de Gue- 
rra i Marina i el 13 de setiembre de 1828 se le nombró Inspec- 
tor Jeneral del Ejército del Sur. 

Falleció en Santiago el 15 de octubre de 1828, siendo el ma- 
riscal mas ilustre del Ejército de Chile. 

Su vida no ha sido descrita como lo merece, por sus grandes 
servicios al pais i las enseñanzas que ofrece con sus trabajos i 
sus esfuerzos. 

Fué un activo i vigoroso organizador de nuestra primera es- 
cuadra i el auxiliar mas eficaz del jeneral San Martin en la 
Campaña Libertadora del Perú, cuya marina de guerra también 
fundó. 

Chile i el Perú le deben el título de fundador de su marina 
militar i de la República en ambas nacionalidades. 



HOJA DE SERVICIOS 

EMPLEOS 

17 de setiembre de 1791 teniente de caballerías de milicias 
de Concepción, 6 años, 3 meses, 14 días. 

1.° de enero de 1798 ayudante mayor, 2 años. 

1.° de enero de 1800 capitán, 8 años, 11 meses 2 dias. 

19 de diciembre de 1808 teniente coronel, 16 dias. 

3 de diciembre de 1808 capitán de ¡caballería de ejército 
graduado de teniente coronel, 2 años, 2 meses, 16 dias. 

5 de marzo de 1811 coronel de caballería de milicias disci- 
plinadas, 1 año, 12 dias. 

17 de marzo de 1812 graduado de coronel de ejército, 1 año» 
23 dias. 

10 de abril de 1813 coronel efectivo de caballería de ejército, 
4 años, 4 meses, 13 dias. 

23 de agosto de 1817 coronel comandante del batallón núm. 
1 de Cazadores de Coquimbo, 2 años, 9 meses, 14 dias. 



— 185 — 

7 de junio de 1820 coronel jeneral de los ejércitos de la 
patria, 1 año, 8 meses, 5 días. 

5 de febrero de 1821 fué declarado Mariscal de Campo por 
el Senado Consulto el de 7 de setiembre de 1820 con la antigüe- 
dad del 7 de junio del mismo año de 1820. 

12 de febrero de 1822 Jeneral del ejército de Chile, liberta- 
dor del Perú, 5 años, 9 meses, 1 dia. 

13 de noviembre de 1827 Jeneral de División de Chile, 10 
meses. 

13 de setiembre de 1820 Inspector Jeneral del ejército i mi- 
licias de Chile, 1 mes, 2 días. 

ABONOS 

Por los servicios prestados en la guerra de la independencia, 
según el titulo 84art. 16 de la ordenanza, 5 años. 1 mes, 8 días. 

Total: hasta el 15 de octubre de 1828: fecha en que falleció 
en Santiago, 24 años 11 meses, 4 dias. 

CUERPOS DONDE HA 8ERVIDO 

En las milicias de la provincia de Concepción, 17 afíos, 3 
meses, 2 dias. 

En la caballería de ejército, 8 años, 8 meses, 4 dias. 

En el batallón núm. 1 de Cazadores de Coquimbo, 2 años, 
9 meses, 14 dias. 

En el Estado Mayor Jeneral, 8 años, 3 meses, 6 dias. 

En la Inspección del Ejército i de la Guardia Nacional, 1 
mes, 2 dias. 

Por los abonos espresados anteriormente, 5 años, 1 mes 
8 dias. 

Total de servicios; 42 años, 2 meses, 6 dias. 

CAMPANAS I ACCIONES DE GUERRA 

En marzo de 1803 en el campo de Negrete al parlamento je- 
neral de los indios bárbaros. En la Plaza de los Aójeles al par- 
lamento de Pehuenches en noviembre de 1805. Entre los indios 



— 186 — 

bárbaros desde el 7 de abril de 1806 hasta el5 de julio del mis- 
mo, comisionado por el señor Capitán Jeneral don Luis Muñoz 
de Guzman para el reconocimiento de los terrenos que ocupan 
los indios desde las fronteras de Antuco hasta las de Buenos 
Aires, i facilitan un camino recto de comunicación en virtud 
de reales órdenes. 

Esta campaña la hizo a su costa i con el auxilio de una cor- 
ta comitiva. Su resultado llenó los deseos Jdel Gobierno i del 
público: constante todo de los diarios i documentos. 

A su regreso a esta capital se le confió la conducción de cau- 
dales para que se pagasen los oficiales ingleses, prisioneros, 
que fueron internados a la frontera, luego que se reconquistó 
aquella capital. 

De ésta fue nombrado por el capitán jeneral para conducir 
cien mil pesos a la Tesorería de Concepción, i que de allí tras- 
portase a ésta el crecido cargamento de la Warren apresada en 
Talcahuano. 

En la revolución política del pais, tomó desde el principio 
una parta activa. Fué comisionado para la instalación de los 
gobiernos de Itata, Cauquénes, Linares, Parral i Chillan; i pa- 
ra la división del de San Carlos, en donde formó dos rejimieñ- 
tos de caballería. 

A la entrada del jeneral Pareja, que se apoderó con el Ejér- 
cito de Valdivia i Chiloé de la Concepción, fué el primer jefe 
militar que se mandó a Talca con el mando de aquel cantón. 
Desde allí persuadió a los rejimientos de Cauquénes, linares 
i Parral, que pasasen a esta parte del Maule. 

Con la acción de las Yerbas Buenas pro tejió la retirada de 
nuestras tropas con el comandante jeneral de vanguardia don 
Luis Carrera. Se halló en la acción de San Carlos el 15 de ma- 
yo de 1813. 

En la madrugada del¿16 persiguió al enemigo hasta la pasa- 
da del Nuble. En la noche se sitió con su división de avanzada 
frente a las casas de Cato, donde una división del enemigo se 
alojó. 

En la noche del 18 fué nombrado para levantar el campa- 
mento del rejimiento de Melipilla que quedó sitiado sobre Ñu- 
ble al frente del enemigo. 



— 187 — 

En este mismo día fué nombrado comandante jeneral de 
aquel cantón por el jeneral en jefe, que partió a la reconquista 
de Concepciou i el mayor jeneral, a situarse a la ribera del sur 
de Itata, dejándole Bolo el auxilio de 14 soldados de los infan- 
tes, entre contusos i heridos de la acción del 15, 90 reclutas de 
infantería tomados a la pasada del Ejército en Talca, con or- 
den de que se reuniesen milicias de caballería. 

El 8 de julio fué atacado por una división enemiga de mas 
de 500 hombres de infantería veterana, dragones i milicias; i 
habiéndose acabado las pocas municiones que dejó allí el Ejer- 
cito, fué prisionero de guerra conducido a Chillan: de allí a 
las Casas-Matas de Lima, después a la Inquisición, i perdida la 
libertad de Chile, a Valparaíso con destino a Juan Fernández, 
habiendo padecido toda clase de prisiones i trabajos en dichos 
pantos, 3 años 9 meses. 

Después de la memorable batalla de Chacabuco, fué liberta- 
do del presidio de Juan Fernández el 22 de marzo. 

El 9 de abril de 1817 fué nombrado gobernador comandan- 
te jeneral de armas de Talca, Cauquénes, Linares i Curicó. 
Socorrió el Ejército del sur con toda clase de auxilios en los 
meses de invierno hasta el 24 de setiembre; por cuyos servicios 
fué promovido al mando supremo del Estado en 14 de agosto 
anterior, que desempeñó sin que se hubiese notado la menor 
falta ni escasez al grande Ejército que se formó para rechazar 
la espedicion de Lima al mando del jeneral Osorio. 

Como de la desgraciada acción de Cancha'Rayada, se hubie- 
sen perdido las municiones i demás cuantiosos repuestos que 
llevaba nuestro ejército, i fuese preciso reemplazar las faltas, 
en 12 dias lo hizo equipar de nuevo, habiéndose fundido sola- 
mente balas para la artillería de batalla i montaña, dieciseis mil. 
Reunió en aquellos dias la mayor parte del ejército disperso, 
poniéndolo en depósito hasta la llegada de los jenerales. Puso 
sobre las armas las milicias del norte, hizo venir la infantería i 
caballería de Aconcagua. Llegado a esta capital el Director pro- 
pietario le entregó el mando, i el 1.° de abril fué comisionado 
con plenitud de facultades delegadas para pasar a los partidos 
i provincia de Coquimbo para organizar la defensa del Estado 



— 188 — 

en caso de una desgracia en la próxima acción, que estaba pre- 
parada darse al ejército invasor. 

Aunque fué feliz el resultado de Maipú, llenó el comisiona- 
do todos los puntos a que se dirijió su delegación, como consta 
de los documentos oficiales. 

Como se hubiese salvado el jeneral Osorio i algunos restos 
de tropa que dejó en Talca i Concepción, se replegaron a Tal- 
eabuano desde donde despachaban partidas para hostilizar la 
provincia, por lo que en 1 .° de mayo fué nombrado para que 
pasase a Talca con su batallón en protección del Maule ínterin 
se mandaba el ejército que fuese a concluir aquella campaña. 
Entonces se pensó formar una escuadra, sin cuya fuerza jamás 
podría contarse libre de enemigos la República, i con este ob- 
jeto en 8 de julio del mismo año de 1818 se le nombró Gober- 
nador político i militar del puerto i plaza de Valparaíso donde 
en un breve tiempo se armaron los primeros buques de la Ma- 
rina de Chile, que para diciembre siguiente tomaron la Espe- 
dicion de Cantabria i la fragata española de guerra María Isa- 
bel que la escoltaba. 

En 27 de febrero de 1819 fué comisionado para pasar a la 
Banda Oriental acompañado de un Diputado del Excmo. Ca- 
bildo con el objeto de mediar con el jeneral Artigas para una 
transacción con el Gobernador de Buenos Aires, que se halla- 
ban en guerra, i habiendo llegado a la Punta de San Luis, se 
le mandó regresar por incidentes que ocurrieron. 

En 5 de diciembre del mismo, se le nombró comandante je- 
neral del depósito de Marina i en este destino dio las mayores 
pruebas de su actividad. Puso la escuadra en el número de 9 
buques pertrechados a satisfacción de su jeneral, i aunque en 
las repetidas campañas que hicieron a las costas del Perú i en 
el duro temporal de 23 de mayo de 1820 recibieron los buques 
daños que parecían irreparables en Valparaíso, en el corto 
tiempo de poco mas de un mes fueron recorridos, i compues- 
tos de un modo que pudieron salir con la espedicion sobre el 
Perú el 22 de agosto; i vencer la larga campaña de mas de un 
año. Aperó entonces la espedicion de cuanto fué preciso, i no 
teniendo como completar la dotación de balas de a 4 i de a 8, 
que no pudieron fundirse en esta capital, hizo fundir allí mas 



— 189 — 

de 7 mil que faltaban. Armó también doce lanchas cañoneras ' 
para protejer desembarcos, e hizo una balandra igualmente 
cañonera, que fué mui útil a la espedioion. 

En el ramo de guerra de la plaza del puerto completó las 
baterías i castillos de la dotación de cañones, haciendo cureñajes 
nuevos, almacenes de repuestos en todos ellos, refaccionó todos 
loe edificios de la plaza, i trabajó un cuartel para cien hombres, 
i una batería en la Playa Ancha. 

En 2 de octubre de 1821 fué nombrado para pasar a la cam- 
paña del Perú a disposición de aquel Supremo Gobierno, que 

10 pidió a éste por creerlo conveniente al servicio de ambos 
Estados. 

El 4 de noviembre siguiente llegó a la capital de Lima, i el 

11 del mismo fué encargado de formar la escuadra (que sólo 
habia un pailebot armado) con el título de Director Jeneral de 
Marina. En el tiempo de tres meses armó seis buques de gue- 
rra, teniendo que dar de quilla a tres de ellos, i recorrer todos 
los cascos: preparó siete trasportes para la espedicion a Pisco. 

El descalabro de esta espedicion en lea obligó a aquel Gober- 
nador a traer tropas de Guayaquil i remitió 13 trasportes para 
mas habilitarlos completamente, 

Recorrió la fragata Prueba pertrechándola de todos los ele- 
mentos de guerra, i armó la corbeta Presidenta i bergantín 
Nancy en aquel mismo tiempo para doblar el bloqueo de in- 
termedios i que hubiesen buques de guerra para escoltar las 
espediciones. 

Reconociendo el Gobierno estos servicios le nombró jeneral 
de división en 5 de febrero de 1822, i en 25 de marzo del 
mismo año, gran mariscal. 

Para la espedicion a intermedios completó el número de 
trasportes hasta 22, surtiéndolos de vasijería para aguada, ví- 
veres i todo lo demás ' preciso para un ejército de 4 mil hom- 
bres i mas de mil de marina que tripulaban los buques. 

En fines de octubre se embarcó en dicha espedicion con el 
mando de jeneral en jefe de la división de Chile, que se le con- 
firió por este Supremo Gobierno el 12 de febrero del mismo 
año 22. 



— 190 — 

Desembarcó eri Arica con el ejército el 1.° de diciembre dis- 
tante de la sitaacion que ocupaba el enemigo, 14 leguas. 

Por la falta de caballos i víveres, no pudo el ejército inter- 
narse, i viendo el jeneral en jefe de la espedicion que basta el 
20 del mismo mes no se proporcionaban auxilios para las ope- 
raciones de la guerra, sabiendo también que el brigadier Ca- 
rratalá i el jeneral Canterac de los enemigos se dirijian a mar- 
chas forzadas a unirse con el ejército de Arequipa, convino con 
dicho jeneral en venir a solicitar de este Gobierno auxilio de 
tropas, víveres i caballos, que eran de necesidad para buscar al 
enemigo i asegurar el buen éxito de la campaña, pactando asi- 
mismo no se abriría ésta hasta el 10 de febrero, tiempo sufi- 
ciente para poder regresar. 

En efecto, se embarcó en Arica el 22 de diciembre. Llegó a 
Valparaíso el 20 de enero; el 24 se presentó con los documen- 
tos del convenio al Supremo Gobierno, i estando tratando de 
su regreso con los auxilios que se les ofrecian, se tuvo la desa- 
gradable noticia dé haber sido derrotado el ejército libertador, 
i que sus restos se habían reembarcado para el Callao, por lo 
que se suspendieron las disposiciones dadas. 

En 6 de julio de 1824 fué nombrado comandante jeneral de 
armas, cuyo destino sirvió hasta setiembre de 1826. Hizo du- 
rante esta época la campaña al sur del año 23 hasta 1.° de ene- 
ro que salió para Concepción con el Supremo Director. 

El 17 de febrero de ese año se acantonó con el ejército en 
la isla de Quinquina hasta el 2 de marzo en que se embarcó 
con el ejército, i aunque se tomaron varios puntos de aquella 
provincia, los recios temporales que orijinaron la pérdida de 
un buque de guerra i la de algunas armas, obligó a la retirada 
que se efectuó a fines de abril, arribando a Concepción i lle- 
gando de allí a esta capital a principios de junio. En, 25 de se- 
tiembre de 1826 fué nombrado Ministro de Guerra i Marina, 
cuyo empleo sirvió con plena satisfacción del Gobierno. 

En 13 de setiembre de 1828 fué nombrado Inspector Jene- 
ral del ejército i milicia comisionado para inspeccionar el ejér- 
cito del sur, falleció yendo de marcha en desempeño de este 
cargo. 



— 191 — 

Todo consta de los despachos i documentos orijinales que 
esta oficina ha tenido a la vista. Inspección Jeneral del Ejérci- 
to. — Santiago, 7 de marzo de 1857. 

F. Andrés Gazmuri. 
V.° B.° — Necochea. 



* 




Don Juan lllin£Worth 






COMANDANTE 



Don Juan IlliiigWorth 

Jefe de marina qae comandó el oraoero u Roea de loe Andes" 



Uno de los episodios mas interesantes de las campañas nava- 
lee de la independencia, es el del crucero de la Rosa de los An- 
des, que paseó la bandera de Chile por los mares del Pacífico. 

La corbeta Rosa de los Ancles fué adquirida en Europa por el 
ájente de Chile don José Antonio Alvarez Condarco, con el ob- 
jeto de que condujese a las costas de Valparaíso al almirante 
Lord Cochrane, que debía mandar en jefe nuestra escuadra. 

Alvarez Condarco elijió comandante de la corbeta, en Bou- 
logne Sur-Mer, a don Juan Illingworth, confiando la valiosa e 
ilustre personalidad del almirante Cochrane a su discreción e 
integridad. 

Según sus propios conceptos, aquella empresa, bien digna 
del esperto marino británico, «sólo podía ser confiada a un 
hombre en el que se reunieran todas las prendas de que sea 
menester para las mas grandes i difíciles acciones». 

La corbeta Rosa fué adquirida en el Támesis para ser desti- 
nada al comercio en el rio Columbia, partiendo hacia la Amé- 

13 



— 194 — 

rica en agosto de 1818, conduciendo tan preciosa carga, como 
se ha dicho, del ilustre marino ingles Lord Cochranne. 

Efectuados los preparativos de la espedicion, disimulando su 
verdadero objeto, partió hacia los mares de Chile, cobijando 
bajo su bandera al futuro comandante en jefe de la armada de 
la República. 

La corbeta Rosa hizo su travesía con toda felicidad, arri- 
bando a la rada de Valparaíso en los últimos dias de diciembre 
del citado año (1818), cumpliendo dignamente su comisión el 
comandante Illiugworth, recomendándose al gobierno chileno 
por tan eficaz concurso prestado a la causa de la indepen- 
dencia. 

La corbeta Rosa fué adquirida por el gobierno chileno por 
sus ventajosas condiciones marineras i se le dio el nombre pa- 
triótico i patronimico de crucero Rosa de los Andes, confiando- 
sele su gobierno i mando al comandante Illingworth. 

La velera corbeta tenia arboladura de fragata, pero se apre- 
ciaba solo como corbeta de guerra. 

Armada en Valparaíso i tripulada con mas de 500 marine- 
ros, se le dio la comisión de espedicionar al norte del Pacifico 
mientras se organizaba la empresa militar de la emancipación 
del Perú, 

Zarpó la Rosa de los Andes de Valparaíso el dia 5 de mayo 
de 1819; i bien pronto se dejó sentir la acción de ella, pues 
que, áutes de un mes, ya habia Illingworth rendido en las dere- 
ceras del Callao, a la fragata Vascongada, llamada también Las 
Tres Hermanas, que fué enviada en el acto a Chile. Su derrotero 
fué, para sus escursiones, desde Arica a Guayaquil i de Panamá 
al Golfo de Méjico. Durante dos años paseó triunfante la ban- 
dera de Chile en las costas occidentales de Colombia(1819-1820). 
Su primer combate lo sostuvo a la altura de Santa Elena con 
la fragata española Piedad. 

«El dia 24 de junio, se avistaron en el golfo de Guayaquil 
en las aguas de la Puna, la Rosa de los Andes i la poderosa fra- 
gata Piedad. 

« — Eran las 9 de la mañana, cuando fué izado al tope de la 
Rosa el pabellón chileno, al par que se dejaba oir el estampido 
del primer cañonazo disparado contra la Piedad. 



) 



— 105 — 

»I allí comenzó ana locha terrible, bien sostenida por ambas 
partea:— c Los combatientes percibían claramente las voces de 

mando i el lamento de los heridos en el buque contrario 

¡tanto llegaron a acercarse! 

•Doró el combate hasta mas de las seis de la tarde. La Rosa, 
maltrecha, diezmada en su tripulación, pero dejando en igual 
estado a la Piedad, se retiró al Archipiélago de Galápagos (hoi 
de Colon) a reponerse de sus averías.» 



II 

Arribó a la rada de Panamá la Rosa de los Andes, en los mis- 
mos momentos de la derrota de los españoles en Bogotá, apre- 
sando en las islas de Galápagos al bergantín Cantan, valioso botín 
de guerra. 

Atacó las formidables baterías de Panamá i tomó dos (ber- 
gantines de guerra que se protejian bajo el castillo de Taboga 
(17 de setiembre de 1819). Desembarcó con sus tropas i rindió 
la ciudad, con sus indomables marinos porteños. Una vil trai- 
ción de los panameños, en una celada a una partida de chile- 
nos, dio lugar al incendio total del pueblo de Taboga. Termi- 
nada su primera campaña, emprendió al norte del Ecuador, un 
crucero de guerra para afianzar la obra de la independencia 
sudamericana, hasta Popayan, donde libertó a los oficiales cau- 
tivos de los realistas. La leyenda de sus campañas heroicas en 
esas latitudes, es una de las mas hermosas de los mares del Pa- 
cífico. Solo la de la Arjentina, mandada por Bouchardo, se le ase- 
meja en audaces empresas. Realizó la estupenda proeza de atra- 
vesar de un mar a otro el istmo de Darien, con un destacamento 
de cien hombres, conduciendo una embarcación en brazos, para 
embarcarse en el rio Atrato i cortar la retirada a los españoles 
en el mar Caribe. Llevó a las costas de Colombia la bandera de 
Chile i sus soldados, para combatir por la libertad de América. 
El temerario marino, a la vez que realizaba una espedicion mili- 
tar, hacia una escursion jeográfica, penetrado del espíritu sere- 
no del viajero británico. A su regreso, en 1820, apresó dos ber- 
gantines que mandó a Chile como nuevas presas de guerra. 



1 



— 1»6 — 

Después de ana tenaz persecución, en las aguas de Méjico, 
se batió con la poderosa fragata Prueba, teniendo su tripulación 
reducida casi a su quinta parte. Su gloriosa campaña terminó 
con un naufrajio. Una tarde del mes de mayo 1820, la legen- 
daria corbeta se varó en las corrientes del rio Izcuandé. El ilus- 
tre marino abandonó el mar i se incorporó en el ejército de Co- 
lombia, siendo primero coronel i después jeneral en el Ecuador. 
Fué Gobernador de Guayaquil i almirante de la escuadra co- 
lombiana bloqueadora del Callao en 1825. 



III 



La gloriosa corbeta Rosa de Los Andes, que jentil i ufana 
cruzó el Pacífico, desde Valparaíso a Méjico, enarbolando siem- 
pre victoriosa la bandera de Chile, fué a terminar su carrera 
de triunfos en el fondo del rio Izcuandé. 

En los mares de la América i en la época de la independen- 
cia, solo un rival glorioso tiene en la historia i en las campañas 
marítimas el crucero Rosa de Los Andes. 

El corsario la Arjentina, nave de guerra del Plata, realizó 
hazañas igualmente memorables en servicio de la revolución 
sud-americana. Su comandante, Bouchardo, tan bravo i tan 
hábil como Illingworth, hizo célebre su buque i su nombre com- 
batiendo las naves españolas. 

Illingworth consideró la pérdida de su querida corbeta como 
la mas grande de sus derrotas, porque en ella habia vivido la 
vida de los combates i de la gloria. 

El valiente marino, que solo podia subsistir en medio del 
ambiente de fuego de los combates, empuñó la espada del 
guerrero para continuar sus campañas que han hecho ilustre su 
memoria en los anales del Pacífico. 

Un escritor ecuatoriano, Camilo Destruge, recuerda esta épo- 
ca de su vida del modo siguiente: 

cEl comandante Illiogworth pasó a Guayaquil donde se in- 
corporó al ejército independiente. 

«Abierta la campaña sobre Quito, el jeneral Sucre le envió 
a la descubierta, con 300 hombres de jente colecticia, por el 



— 197 — 

camino de Zapotal con dirección Latacunga. I con tal activi- 
dad procedió Illingworth que, apenas llegado Sucre a Guarní- 
jo, supo que ya la descubierta habia tomado la plaza de Lata- 
cunga i de allí continuaba con resolución sobre Quito. 

i Sobrevino el terrible encuentro i batalla de Huachí, el 12 
de setiembre de 1821, cuando ya Illingworth habia penetrado 
hasta los suburbios de la Capital... Derrotado Sucre, pudo, fe- 
lizmente, enviarle aviso oportuno a Illingworth, i entonces éste 
obligado a contramarchar, lo hizo en tal forma i con tan buena 
disposición, que burló los planes que habia formado el jeneral 
español Aymerich para batirlo con el grueso de su ejército 
triunfante en Huachi. 

» Reunido con Sucre, pasó con él a Guayaquil, para volver 
en seguida a esa gloriosa campaña que tuvo brillante término 
en las altas faldas del Pichincha, el 24 de enero de 1822. 

'Desempeñaba Illingworth el cargo de comandante del 
Apostadero de Guayaquil, en octubre de 1822, cuando fundó 
la Escuela Náutica, de la cual salieron muchos, mui inteli- 
gentes i mui aprovechados marinos que prestaron mui buenos 
servicios a la patria, 

>En 1824, cuando fué destituido el almirante Guisse del 
mando de la escuadra que bloqueaba el Callao, fué elejido 
Illingworth, por acta popular de Guayaquil i por acuerdo de 
las autoridades, para que se pusiera al frente de las fuerzas 
navales. — «No solo se consiguió con este paso un cambio a 
todas luces ventajoso en el servicio de la armada, si que tam- 
bién el mejor acierto i disposición en las operaciones del blo- 
queo». 

> Illingworth, sostuvo el sitio hasta la rendición de Rodil, el 
26 de enero de 1826. 

»En 1828, desempeñaba Illingworth la intendencia de Gua- 
yaquil, cuando sobrevino la guerra a que nos provocara el 
Peni 

»Cuando, después del último triunfo obtenido en «Punta 
Mal pelo» por nuestra pequeña goleta Guayaquileña sobre la 
corbeta peruana Libertad, se presentó la escuadra frente a 
Guayaquil, el 22 de noviembre de 1828, i ametralló la ciudad, 
ésta se hallaba casi por completo desguarnecida, sin hombres i 



— 198 — 

sin elementos para la defensa. Pero el intendente Hlingwortb, 
lejos de arredrarse preparó del mejor modo la defensiva i aun 
la ofensiva. Siempre dilijente i activo, sin rendirse a las fati- 
gas, despreciando el peligro propio por atender solo al de la 
ciudad, haciéndole frente con la serenidad de costumbre, luchó 
impertérrito hasta última hora, no perdonó medio alguno para 
la defensa de la población, i supo en todos los trances mante- 
nerse a la altura de su deber; i teniendo ademas que contra- 
rrestar el activo trabajo de los partidarios del Perú que perma- 
necían en la ciudad... 

> Gravísimos eran, dice el historiador Cevallos, los conflictos 
del jeneral Illingworth para sostener el departamento que 
corría a su cargo; i no obstante, cuando Botacin (el jefe de la 
escuadra peruana) envió a intimarle la rendición de la capital, 
se denegó a ello con enerjía... 

>Pero la situación angustiosa de la ciudad empeoraba cada 
dia, i fué indispensable firmar una capitulación honrosa, para 
la cual se autorizó a Illingworth por acta popular. 

»A no ser por la oportunidad con que se ajustó la capitula- 
ción, dice el mismo Cevaltos, habría habido que pasar por ma- 
yores trabajos, i talvez por mayor vergüenza, porque muchos 
de nuestros conciudadanos (confesión vergonzosa pero necesa- 
ria), fueron corrompiéndose, seducidos por el oro del opulento 
Perú». 

>A pesar de todo, el jeneral Illingworth fué puesto en causa 
(a influencias de los mismos que se habian declarado en favor 
del Perú), por la capitulación i entrega de la plaza; mas, cono- 
cidas las muchas circunstancias que obraron en su contra, le 
absolvieron los jueces de toda culpa i cargo i quedó honrosa- 
mente vindicada su memoria... 

»Con motivo del movimiento político iniciado por Urdaneta 
en Guayaquil el 28 de noviembre de 1830, contra Flores i ter- 
minada esa revolución, el jeneral Illingwosth salió al destierro, 
i se conservó en el Perú durante algunos meses. 

»De regreso al Ecuador se retiró a su hacienda cChonana», 
a orillas del Daule, i allí permaneció, sin tomar parte en los 
asuntos políticos, hasta el año de 1846. 

» Operado i triunfante en Guayaquil el movimiento político 



— 199 — 

del 6 de marzo del año citado, Illingwosth fué nombrado co- 
mandante jeneral. 

»Despue8 del segundo combate en la Elvira, el jeneral Illing- 
worth fué designado para el mando en jefe del ejército de 
Guayaquil, que renunció el jeneral Elizalde, i dirijió la cam- 
paña basta su término. 

«Asistió a la celebración de los tratados de la Virjinia, como 
nno de los comisionados por el Gobierno del Guayas; i es 
fama que fué él quien mas influyó para su celebración en el 
sentido del triunfo de la causa de estos pueblos. 

«Terminados estos arreglos, volvió a ocupar su puesto 
de comandante jeneral, en el que se conservó durante algún 
tiempo. 

♦Fué en 1851, uno de los comisionados para los tratados 
que se celebraron en Potrillo, i se conocen por «de la Flo- 
rida». 

«Instalada la Convención Nacional en Guayaquil, el 20 de 
julio de 1852, concurrió a ella como diputado por la provincia 
de Guayas. 

«Retirado a la vida privada, para descansar de tantas i tan 
largas fatigas, de tantos sufrimientos, fué a visitarle la muerte 
para darle ese descanso eternamente, i falleció en su hacienda 
cChonana», el dia 4 de agosto de 1853...» 



IV 



Un rasgo final de su carrera lo hace mas meritorio para 
Chile i su historia. Estando el jeneral Illingworth pobre i an- 
ciano en Paita, el jeneral Santa Cruz, protector del Perú i Pre- 
sidente de Bolivia, le ofreció una pingüe renta, honores i pre- 
mios si tomaba el mando de la escuadra de la Confederación 
Perú-Boliviana para combatir contra Chile. El hidalgo marino 
rehusó. Vicuña Mackenna dice, en sus Relaciones Históricas: 
cEI bravo, el heroico, el sufrido marino se acordó de aquella 
estrella blanca, pura, gloriosa, inmaculada que habia guiado a 
su destino en las aguas del Pacífico i rehusó en el destierro i 
la pobreza combatir contra ella». 



— 200 — 

Fundó Illingworth una familia meritoria en ei Ecuador, 
donde un vastago distinguido servidor público continúa ilus- 
trando bu nombre. 

Después de una vida honrosa, consagrada a la patria adop- 
tiva, a su hogar i a las faenas del campo, entregó su alma a 
Dios el 4 de agosto de 1853, siendo sus servicios reconocidos 
por el Congreso del Ecuador. 

La gratitud de Chile le ha erijido un altar en su historia por 
sus heroicas hazañas i por sus servicios gloriosos en la era de 
su emancipación politica i civil. 

Honramos esta obra con su historia marítima, dando carta 
de ciudadanía a su nombre en los anales del Ejército de Chile. 






) 



Medalla^ Histórica^ 



■♦-•» 



Marino^ i Militares 

RecojemoB en estas pajinas los nombres ilustres de algunos 
guerreros de las campañas navales i militares de la revolución 
emancipadora, cuyo recuerdo no siempre ha sido repetido en 
nuestros anales. 

Cada uno de ellos representa un episodio glorioso de aque- 
lla lucha titánica contra el dominio español en América. 

Casi todos fueron hijos de lejanos países i de razas de índo- 
le opuesta a la nuestra i mas de uno de ellos perteneció a la 
propia i heroica España, contra la cual combatieron por amor 
a la libertad. 

Hemos querido agrupar en este capítulo sus nombres i sus 
hazañas, para recordar con gratitud sus servicios i exhibir ante 
los contemporáneos las acciones meritorias i memorables que 
labraron la existencia de nuestra patria. 

Siendo estas pajinas breves i rápidas los únicos testimonios 
que se conservan de tales héroes i de aquellos tiempos, tienen 
el mérito de borrar del olvido servicios i nombres que deben 
ser eternamente gratos a las jeneraciones sucesivas de la Re 
pública. 



— 202 — 



TENIENTE DE MARINA 

DonJorje Carien 

Heroico marino. Era teniente de la marina británica i había 
venido a Chile en los primeros dias de la revolución de la in- 
dependencia. 

Jorje O'Brien, cuya vida no se ha escrito, debe haber perte- 
necido a la ilustre estirpe de su nombre en Irlanda. Los 
O'Brien, provienen de Morrougb O'Brien, primer Lord Incin- 
quin, conocido en el siglo XVI i creado, por Enrique VIII, el con- 
de de Thommond. Esta raza es de lejendaria tradición gloriosa 
en Irlanda. Sus herederos habitan el Castillo de Dromoland. En 
América el jeneral O'Brien, nuestro patricio, fué su mas ilus- 
tre representante. Jorje, el marino, que boi recordamos, era, 
sin duda, vastago de tan ilustre casa irlandesa. 

El 4 de abril de 1818 el gobernador de Valparaíso, jeneral 
don Francisco Calderón, adquirió del comercio ingles de ese 
puerto la fragata Windham, que con el nombre de Lautaro 
fué puesta bajo el mando del comandante O'Brien. 

Fué embarcada en este buque una compañía de artillería al 
mando del capitán británico don Guillermo Miller. 

Al dia siguiente, 5 de abril de 1818, el cañón de Maipú se- 
llaba la independencia de Chile. Después de la derrota de Oso- 
rio en Maipú, quedaron haciendo de cruceros en Valparaíso 
las naves españolas Esmeralda i Pezuéla. 

El gobernador don Francisco Calderón dispuso su captura 
i ordenó a los comandantes del Águila, el oficial irlandés Rai- 
mundo Morris, i de lá Lautaro, teniente O'Brien, los atacasen. 

Tuvo lugar, entonces, un episodio épico que marca un rum- 
bo glorioso a la marina militar desde sus oríjenes. 

El 26 de abril de 1818, a las 2 de la tarde, la Lautaro, con 
350 tripulantes, salía del eurjidero hacia alta mar, enarbolan- 
do la bandera nacional. El entusiasmo de los marinoB chilenos 



— 208- 
era tan vivo i animoso, que cuando partía Ja nave muchos se 
lanzaron a nado en pos de ella para embarcarse i poder asistir 
al combate. 

Llegado que hubo la Lautaro a la punta de la bahía, cam- 
bió la bandera chilena por la inglesa i viró al sur. 

Al cabo de dos horas se avistaron a lo lejos los dos buques 
enemigos. 

Llegó la noche i pasó sin novedad. 

Al amanecer el dia 27, la Esmeralda se colocó en actitud 
* para comunicarse con la fragata que se aproximaba i que creia 
era la Amphión, buque ingles recien llegado al puerto, por la 
bandera británica que llevaba izada. 

La Lautaro de ganó la cuarta de popa de barlovento», se- 
gún afirma el historiador copiapino don Carlos María Sayago 
en m Crónica de la Marina Militar (1864), i rompió sobre 
eDa tres descargas sucesivas, mientras izaba la bandera na- 
cional. 

Sin darle lugar a que contestase el ataque, la embistió para 
abordarla, con tal fuerza, que «el bauprés le dejó calzando el 
aparejo de mesanta». 

O'Brien i 50 de los mas arrojados de sus marinos, saltaron 
sobre la cubierta de la Esmeralda i arriaron la bandera espa- 
ñola; i la tripulación del buque agredido, agobiada por el fue- 
go de fusilería que le hacian del castillo de proa de la Lautaro- 
sorprendida por el asalto, se refujió en el entrepuente de su 
nave, desde donde sostuvo un vivo tiroteo, hasta que una 
gruesa ola separó a ambos buques. 

El segundo de la Lautaro, don José Argent Turner, arrojó 
botes al agua i los tripuló con su jente mas resuelta para acu- 
dir en auxilio de O'Brien i él se abalanzó contra el Pezuela, 
cayo comandante atónito se mantenía a cierta distancia sin sa- 
ber que hacer. 

Ya Turner estaba a punto de rendir el bergantín Témela, 
cuando los tripulantes de la Esmeralda viendo alejarse a la 
Lautaro, salieron de su refujio i traban combate cuerpo a cuer- 
po con los asaltantes. 

La lucha se hizo encarnizada; la cubierta quedó sembrada 
de cadáveres, i una bala hirió mortalmente al valiente i deno- 



— 204 — J 

dado O'Brien, que cayó esclamaudo cou irónica bravura: *mu 
chachos, no la abandonéis, la fragata es nuestra,* i espiró como 
un héroe. 

Este hermoso episodio del mar terminó con la fuga de los 
barcos españoles. 

El alejamiento de la Lautaro frustró el plan atrevido i bien 
combinado del bravo O'Brien. 

La Lautaro, con sus mástiles a la funerala, regresó al puerto 
a la caida de la tarde, siendo portadora de la infausta noticia 
de la pérdida de su heroico comandante. 

Pero traia consigo el bergantín San Miguel, que habia apre- 
sado en el camino, en el que se fugaban varios opulentos rea- 
listas de Talcahuano, hacia el Perú. 

O'Brien coronó con su heroísmo aquella primera jornada 
marítima de la escuadra chilena. 



II 
COMANDANTE 

Don Carlos María O'Carrol 

Mártir de Fangal 

Ilustre militar. 

Nació en Irlanda en 1789 

Provenia de una familia ilustre de su patria, a la que perte- 
necía el brigadier británico Mr. Guillermo Parker O'Carrol. 

Se educó para la carrera militar i a la edad juvenil de 26 
años, en 1815, era teniente coronel de los ejércitos de Ingla- 
terra. 

Casi desde niño, como cadete de la Escuela Militar primero, 
i en calidad de oficial de ejército después, hizo siete cam pañas 
en España i al sur de Francia, alcanzando por sus hazañas i 
servicios las condecoraciones de la Cruz de Carlos III, en Es- 
paña, i la de la Flor de Lis, en Francia. 

Inducido por Lord Cochrane i halagado por la gloria del je- 



— 205 — 

neral O'Higgius viuo a Chile después de la victoria de Maipo 
(1818) a ofrecer sus servicios a la independencia. 

Nombrado comandante del tercer Escuadrón de Dragones de 
la Patria, emprendió las campañas del sur contra las guerrillas 
i montoneras que iuvadian la Araucania. 

Este cuerpo militar se organizó en Curicó en 1819 i desde 
Santiago marchó a reunirse con el jeneral Freiré a la frontera. 
Acompañaba al comandante O' Carrol un primo suyo, Mr. Mi- 
guel O'Carrol que llegó al grado de teniente-coronel del ejér- 
cito de Chile. 

Habia hecho en su compañía las campañas de España, ba- 
4 o las órdenes del brigadier Guillermo Parker O'Carrol. 

Llegado que hubo a Chillan, en 1820, O'Carrol emprendió, 
por el valle de Abio, una feliz campaña contra las montoneras 
de los Pincheiras, derrotándolas por completo en el lugar de- 
nominado Monte Blanco. 

De Chillan partió en dirección a los Aójeles, donde se unió 
a la división del jeneral Alcázar, espedicionando hacia San 
Carlos de Puren, en persecución de las guerrillas deBenavides, 
Pico i Bocardo. 

O'Carrol fué destacado con sus Dragones a Tuca peí, de don- 
de se dirijió a Rere, mientras el mariscal Freiré i el brigadier 
Alcázar operaban con Viel i otros bravos oñciales en toda la 
zona invadida por las montoneras. 

Obedeciendo órdenes de su jefe, se trasladó a Yumbel, al 
mando de los Dragones, los Cazadores i una tropa de infantería 
i artillería. 

En Yumbel se reunió al comandante Viel, asediado por el 
coronel español don Juan Manuel Pico, jefe de las guerrillas 
realistas e indíjenas de Benavides. 

O'Carrol i Viel se acamparon en San Cristóbal el 21 de se- 
tiembre de 1820, mientras el coronel Pico establecia su línea 
de combate a orillas del rio Laja. 

£1 22 .por la mañana, impulsado por un jeneroso i noble 
movimiento de su corazón, no obstante de haberle disputado el 
puesto de sacrificio el comandante Viel, emprendió O'Carrol la 
marcha de ataque contra el coronel Pico, que huia ante su au- 
daz adversario. 



— 206 — 

Por fin los dos enemigos se detuvieron en el llano de Pan- 
gal. 

Pico desplegó sus escuadrones de lanceros i los mandó con- 
tra los dragones de O'Carrol, que atacaron con sus sables le- 
vantados. 

Envueltos los soldados de O'Carrol se produjo la confusión 
en sus filas, viéndose obligado eu bravo jefe a atacar por el 
centro, sable en mano, a la cabeza de sus bravos jinetes. 

El jeneral Pico le rodeó con sus escuadrones, encerrándolo 
en un circulo de sables i lanzas, inmolando sin piedad a sus 
soldados. 

En el instante en que el heroico O'Carrol se batía con ma- 
yor denuedo, fué enlazado por un oficial de Pico i reducido a 
la impotencia. 

Tomado prisionero, fué llevado cautivo a la presencia del 
feroz coronel Pico, quien lo hizo fusilar en el acto por sus gue- 
rrilleros. 

Así terminó su noble carrera militar el valiente comandante 
Carlos María O'Carrol, en defensa de esta lejana patria que él 
vino desde la suya a libertar. 



III 



COMANDANTE 

Don Carlos Spano 

Héroe de Talca 

Militar ilustre. 

Oriundo de España, pertenecía a una familia distinguida de 
la península. 

Vino a América antes de los sucesos de la guerra de inde- 
pendencia, en 1808. 

Establecido en Chile, manifestó desde que se inició el mo- 



— 207 — 

vimiento insurreccional de 1810, bus mas vivas simpatías por 
la causa de la emancipación colonial. 

Aunque educado en el seno del réjimen monárquico, sus 
ideas eran en favor de la mas absoluta libertad política i repu- 
blicana. 

Frecuentando el trato constante de los promotores de la 
independencia, participó desde un principio de las ideas i los 
trabajos precursores de la revolución. 

Se distinguió por su entusiasmo i decisión en los aconteci- 
mientos del 11 de julio de 1810, cuando el Cabildo de Santia- 
go envió al procurador de ciudad don José Gregorio Argomedo 
ante el Presidente García Carrasco a pedirle la resignación del 
mando supremo en el pueblo. 

Mientras Argomedo representaba su mandato popular, Spa- 
do acaudillaba en la plaza pública al pueblo que reclamaba el 
reconocimiento de su soberanía. 

£1 l.°de abril de 1811, se caracterizó en el acto de la sofoca- 
ción del motín realista del coronel don Tomas de Figueroa, en 
la plaza principal, hoi de la Independencia, al lado del coman- 
dante de armas don Juan de Dios Vial. 

Ese motín militar español tenia por objeto impedir la elec- 
ción de los representantes al primer Congreso Nacional. 

Spano se dedicó, a sus espensas, a disciplinar los primeros 
soldados de la patria libre en 1811, mientras el Congreso se di- 
vidía en debates funestos para la causa de la república. 

Al desembarcar en San Vicente en 1813 (14 de mayo), la di- 
visión española del brigadier Pareja, Spano marchó a Talca a 
la cabeza de sus voluntarios, a reunirse con el jeneraLdon José 
Miguel Carrera. 

Al mando del escuadrón de Granaderos, el mas bizarro cuer- 
po del ejército de esa época, se batió heroicamente Spano en 
Yerbas Buenas, derrotando a los españoles i persiguiéndolos 
hasta las inmediaciones de San Carlos. 

Con sus continuados ataques, obligó a los realistas a ence* 
rrarse en Chillan. Unido al grueso del ejército patriota, le cupo 
un papel muí importante en la toma de Concepción i Talca- 
huano. 

Su incansable actividad no le permitía reposo. 



— 208 — 

Después de los combates, seguía adiestrando soldados para 
las batallas posteriores. 

Acaecida la muerte del brigadier Pareja, lo habia reempla- 
zado en el mando el coronel Sánchez, quien juraba concluir 
con los insurgentes, como llamaba a los patriotas. 

Aun cuando las tropas del jeneral Carrera se encontraban 
diezmadas por los rigores de la campaña, puso sitio ese ilustre 
jefe a la ciudad de Chillan el 1.° de Agosto de 1813, de acuer- 
do con el estado mayor i el coronel don Juan Mackenna. 

En la noche del dia 2, Mackenna tomó posiciones de com- 
bate en una altura frente a la plaza, acompañado por los coro 
neles O'Higgins i Spano i el mayor Aller. 

Dio el mando jeneral de las fuerzas a O'Higgins, i a Spano 
el puesto de jefe de la infantería i de la artillería. 

El dia 3 fueron atacados los patriotas, por los coroneles es- 
pañoles Eleorreaga i Carvallo i cupo al coronel ^pano resistir 
el ataque, haciéndose el verdadero héroe de la jornada. 

Diezmada la división realista, perecieron en el ataque los je- 
fes patriotas mayor Aller, capitán (¿amero i comandante Juan 
José Ureta. 

Spano quedó solo a la cabeza de la batería. 

El coronel Sánchez mandó al batallón Valdivia, al mando 
del comandante don Lúeas Ambrosio de Molina, a atacar a 
Spano. 

Los soldados patriotas tratan de batirse en retirada, pero 
Spano, tomando el estandarte de su tejimiento, se coloca a la 
cabeza de su compañía i se dirijo resueltamente a la plaza prin- 
cipal, atravesando las filas enemigas. 

Esgrime en alto su espada i esclama, a voces: ¡Muera Fer- 
nando, mueran los reyes absolutos i sus viles instrumentos! Paso a 
los soldados de la libertad! 

El batallón Valdivia se dispersa i su bravo jefe don Lúeas de 
Molina, cae herido de muerte en medio del combate. 

Spano avanza rodeado por un nutrido fuego, llega a los trin- 
cheras de Sánchez, en la calle de Santo Domingo, i las intenta 
tomar por asalto. La enérjica resistencia del enemigo lo obliga 
a retroceder a su antiguo puesto. 

En los momentos en que O'Higgins acude a reforzar a Spa- 



- m - 

no, una granada incendia un armón de artillería que Spano 
preparaba, causando estragos inñnitos con la terrible esplosion 
en las filas patriotas. 

Spano quedó completamente quemado i el jeneral Carrera 
deploraba mas que el desastra de la batalla, la desgracia del 
heroico jefe i compañero de armas. 

En el parte militar que dirijió al Director Supremo, decia el 
jeneral Carrera: 
I «En el incendio tuve el sentimiento de ver quemado al dig- 
no comandante de Granaderos don Carlos Spano, quien en la 
acción mandó la batería i se portó con un acierto i valor pro- 
pio de su honor i distinguido patriotismo.» 

Spano salvó con su patriotismo el honor de la batalla, que en 
ese dia habría sido una victoria para los realistas i la muerte 
de la revolución de la independencia. 

Varios meses de martirio soportó en Santiago el valiente pa- 
triota, curándose sus heridas del sitio de Chillan. 

Designado O'Higgins jeneral en jefe del ejército, el 27 de no- 
viembre de 1813, él nombró al bravo Spano comandante de 
Dragones. / 

En diciembre, no bien restablecido de sus heridas, marchó a 
Talca á ponerse a las órdenes de la Junta de Gobierno encar- 
gada de organizar la defensa de la ciudad. 

A su regreso a Santiago, la Junta Patriótica delegó el mando 
político i militar en el coronel Spano. 

Las fuerzas que quedaron guarneciendo la plaza se compo- 
nían eolo de 300 hombres. 

La Junta trajo una escolta de 40 granaderos, que Spano pi- 
dió inútilmente se le dejasen para su defensa. 

£1 coronel Mackeuna, que se encontraba en Concepción, le 
pidió víveres i socorros para sus tropas, a principios de 1814 
i el 3 de marzo, Spano le mandó, con el comandante don Ra- 
fael Rascuñan, 34,000 pesos en dinero, cuatro cargas de pól- 
vora, medicinas, balas i 300 caballos. 

Para custodiar esos pertrechos, Spano mandó la mitad de 
sus escasas tropas. 

Pocos días después tuvo conocimiento de que sería atacado 
por loa realistas. 
14 



! 



— Í1Ü — 

Eleorreaga, al mando de 300 realistas, se presentó delante 
de la ciudad, intimando a Spano, por medio de un parlamen- 
tario, la rendición de la plaza. 

Spano, mientras llamaba en su ayuda al comandante Basca- 
fian, contestó a Eleorreaga que "dejaría la ciudad si se firmaba 
una honrosa capitulación. 

k •- Eleorreaga intimó por segunda vez la orden de rendición, a 
lo que Spano respondió altivamente que solo después de su 
muerte sería tomada. 

Reunió los pocos soldados que tenia que eran contados i les 
dijo: De ellos es el número, de vosotros el valor. Recordad que si 
somos vencidos, la patria nos tomará cuenta de nuestras acciona! 

Un grito unánime de / Viva Chile/ le contestó de todas las 
filas de sus soldados. 

El combate se empeñó entonces, combate heroico, desigual, 
verdaderamente increíble, entre aquel puñado de valientes i 
sus numerosos adversarios. 

El noble i j ene ros o coronel Spano sucumbió en la ruda ac- 
ción, sin abandonar su puesto, el puesto de su imperioso deber, 
sacrificándose heroicamente en defensa de la libertad. 

Al saberse en Santiago su gloriosa inmolación se espidió una 
proclama por el Director Supremo, tributando un homenaje de 
admiración i de justicia a su memoria. 

Se decretó la erección de una pirámide conmemorativa en 
la plaza de Talca, con la siguiente inscripción: 

Lckpatria agradecida al héroe de Talca, Spano. (marzo 14 de 
1814). 

Su martirio ha sido recordado mas tarde, en una hermosa 
pajina de historia, inscrita en El porreo Literario por el poeta 
nacional José Antonio Soffia. 

Figura al lado de los héroes mas gloriosos de la independen- 
cia de Chile. 




Jeneral de Brigada 

Don Román Antonio Deheza 



211 — 



IV 



JENERAL DE BRIGADA 



Don Román Antonio Deheza 



Ilustre militar argentino, fundador de la independencia 
sudamericana. 

Nació en Córdoba, República Arjentina, el 29 de abril de 
1791. 

Fueron sus padres don Enrique Deheza i la señora María 
Trinidad Millan. 

Cooperó a la revolución de la independencia desde 1810. 

Desempeñó en ese año una delicada comisión llevando plie- 
gos del Cabildo a Buenos Aires para el jen eral don Antonio 
González Balcarce. 

En 1813 ingresó en el ejército como teniente de milicias en 
Córdoba, siendo ascendido al grado de teniente de línea a fines 
de ese año. 

Hizo la campaña libertadora de Chile, en la división auxiliar 
de Buenos Aires, i se distinguió por su valor i su entusiasmo 
en las acciones de guerra que tuvieron lugar hasta la recon- 
quista española en 1814. 

En 1817 volvió a Chile en el ejército de los Andes, a las ór- 
denes del jeneral San Martin. 

Bajo las banderas del jeneral Las Heras, en el batallón 11 de 
línea, asistió a las batallas de Cuchacucha, Membrillo, Chaca- 
buco, Curapaligüe, Concepción, Gavilán, sitio de Talcahuano i 
Maipú. 

En 1820 hizo la campaña libertadora del Perú, 

Concurrió a la campaña de las sierras con el coronel Are- 
nales. 

Merced a su brillante comportamiento, se debió la victoria 
de la batalla de Pasco, siendo su verdadero héroe. 

Se encontró en el asalto del Callao (1821) i en las acciones 



de Torata, Moquegua, toma de Lima i memorables batallas de 
Junin i Ayacucho, que sellaron la libertad de América. 

Siendo coronel, fué nombrado por el jeueral Bolívar, jefe 
del Estado Mayor del Ejército Libertador. 

Acompañó al jeneral Bolívar a Bolivia. 

A su regreso al Plata, hizo la campaña del Brasil, en 1827, 
siendo segundo jefe de Estado Mayor en la batalla de Itu- 
zaingó. 

En 1831 fué ascendido al grado de coronel. 

Por sus campañas i acciones de guerra, fué condecorado con 
la medalla de la Lejion de Mérito de Chile i de la Orden del 
Sol del Perú. 

En 1846 hizo la campaña de Corrientes como Jefe de Estado 
Mayor del jeneral Paz. 

Retirado a Chile, vivió algunos años en Santiago, en una 
quinta de su propiedad situada en el Resbalón. 

Mas tarde se estableció en Valparaíso, donde falleció el 30 
de agosto de 1872. 

En premio de sus campañas fué ascendido al grado de jene- 
ral de brigada. 

Fué guerrero libertador de cinco naciones: Arjentina, Chile, 
Perú, Bolivia i Colombia. 

El Mercurio, de ese puerto, decía el 1.° de setiembre de 
1872, con motivo de su muerte: 

cUn veterano de la independencia, uno de esos pocos restos 
que quedan de esa época gloriosa, acaba de fallecer en Valpa- 
raíso: el jeneral don Román Antonio Deheza. Dejó de existir 
ayer a las 6 de la tarde, a los 82 años, de una vida llena de 
gloria i digna de la estimación jeneral. 

» Mañana serán conducidos sus restos al cementerio i natural- 
mente se le harán los honores correspondientes a su rango.» 

Esta fué su única oración fúnebre. 

Eu la Revista Nacional de Buenos Aires, dedicó años mas 
tarde, a su memoria un artículo histórico el escritor arjentino 
don Adolfo P. Carranza, en recuerdo de sus hazañas heroicas. 






Jeneral de Brigada 

DOI JOSÉ ANTONIO BUSTAMANTE LAZO DE LA VÍGA 



Vencedor de Maipo 



Cuando el ilustre jeneral arjeutino don Bartolomé Mitre, 
publicó en Buenos Aires la Historia del Jeneral San Martin, 
tuvimos el honor de rectificar con documentos completamente 
inéditos, la descripción que hacia de la gloriosa batalla de 
Maipo. 

£1 eminente historiador atribuye en esa obra monumental 
el triunfo de aquella batalla decisiva de la libertad de Chile a 
los jefes del ejército arjentino de Los Andes. 

Esta aseveración tan categórica nos impuso el deber de recla- 
mar tan lejítiraa gloria para nuestros valientes jefes i soldados. 

Mas tarde, al celebrarse en el Plata los pactos de mayo (1902), 
es decir, el acuerdo de la paz entre Chile i la Arjentina con 
motivo de la larga i azarosa cuestión de límites, se suscitó una 
polémica histórica sobre los batallones vencedores de Maipo. 

Don Carlos Maeso, escritor uruguayo, sostuvo en El Siglo 
de Montevideo, que los soldados que abatieron el poder espa- 
flol en los campos de Maipo, habían sido orientales. 



— 214 — 

Don Adolfo P. Carranza, brillante historiógrafo arjentino, 
replicó al señor Maeso, en La Nación, de Buenos Aires, afir- 
mando que soldados arjentinos habian compuesto, en su ma- 
yor parte, los batallones que triunfaron en tan memorable 
acción de guerra. 

Los documentos aducidos por nosotros en la polémica histó- 
rica americana a que dio lugar la obra del jeneral Mitre, i en 
la cual nos atacó con sangrientos reproches el escritor arjenti- 
no Mantilla, en La Revista Nacional, de Buenos Aires, son de 
carácter irrefutable, por cuya razón volvemos a repetirlos en 
el presente libro. 



II 



La batalla de Maipo, que afianzóla independencia de Chile, 
ha sido una de las acciones de guerra de la revolución eman- 
cipadora mas estudiada por los historiado] es. 

Esa gloriosa victoria del ejército de la patria fué la repara- 
ción heroica del desastre militar de Cancha Rayada, esa espan- 
tosa catástrofe de sangre que cubrió de luto a la invicta ciudad 
de'/Talca i a la República. 

Los anales de la Repúbli ca conservan en sus capítulos los 
recuerdos dolorosos de tres épocas luctuosas de su existencia 
de nación luchadora por la libertad i el progreso: Cancha Ra- 
yada, en la revolucion|patriótica: Loncomilla, en la guerra cívica 
i Tarapacá, en el drama de la autonomía del Pacífico. * 

Pero Maipo fué después de Chacabuco, la hoguera de gloria 
que con su luz esplendorosa iluminó los destinos del país, los 
cuales brillan aun en el cielo alumbrando el camino que lo 
conduce a la prosperidad i al cumplimiento de su augusta 
misión. 

Algunos cronistas han descrito la batalla de Maipo a la luz 
de los documentos oficiales, con todo el tecnicismo dogmático 
de los críticos militares, sin reproducir los episodios conmove- 
dores que se desarrollaron en esa epopeya de un dia, que se ha 
trasmitido por sí misma a los siglos i a las jeneraciones con 
todo el colorido de la ardiente acción que enalteció ese maguí- 



— 215 — 

fico teatro de la naturaleza i del valor indomable de loe funda 
dores de nuestra democracia i de las instituciones civiles. 

Otros, la han analizado al calor de los recuerdos íntimos de 
bus conspicuos héroes, olvidando a los modestos guerreros que 
mayor participación tuvieron en la jornada. 

Ninguno de ellos ha logrado presentar en su conveniente 
lugar, a todos los soldados valerosos que contribuyeron al éxi- 
to de la empresa con su coraje i su pericia, su pujanza i su 
entereza de carácter. 

Don Benjamín Vicuña Mackenna, encerró en un marco de 
mui limitadas proporciones, el amplio cuadro de la batalla de 
Maipo, narrada de sobremesa en días de lejana tranquilidad, 
por los jenerales Freiré i Las Heras, atendiendo mas al fondo 
de la acción que a los detalles de la dramática victoria. 

Los señores Barros Arana i Salvador Sanfuentes, mas proli- 
jos en el análisis del suceso, han fijado su interés en los per- 
sonajes de superior jerarquía i entidad, cuando no en los de 
sus afecciones, dejando en el oscuro rincón del olvido a los 
humildes pero también ilustres secundadores del triunfo. 

En la biografía que don Diego Barros Arana escribió del 
jeneral don José Manuel Borgofio, para la Galería de Hombres 
Célebres de Chile, que publicó Desmadril, pinta la batalla de 
Maipo en los siguientes piutorescos términos: 

cEl 5 de abril de 1818 se sostenia en los llanos de Maipú 
una batalla que debia de decidir de la suerte de Chile. El ejér- 
cito patriota dividido en dos cuerpos atacaba vigorosamente a 
las tropas españolas que se mantenían firmes i serenas en la 
altura de una loma que dominaba todo el campo. La victoria 
parecía coronar sus esfuerzos, cuando reconcentrándose en la 
derecha realista la mayor parte de los batallones españoles car- 
garon denodadamente sobre los cuerpos patriotas que formaban 
el ala izquierda del ejército chileno. 

»La defensa de esta división fué heroica; pero la sorpresa 
producida por aquel movimiento i el mayor número de las 
fuerzas españolas desorganizaron por fin a los patriotas i los 
obligaron a volver caras. 

>La derrota de aquélla importaba, sin duda, la derrota del 
ejército entero. En el cuartel jeneral de los patriotas quedaban 



— 216 — 

todavía algunos cuerpos que podían entrar en acción; pero 
antes de que esto se lograra, las tropas españolas iban a caer en 
persecución de los derrotados i a introducir en sus filas la tur- 
bación i el desorden. 

»El jeneral en jefe de los chilenos, el hábil San Martin, el 
estratéjico por excelencia, examinaba atentamente cada uno de 
los movimientos del enemigo dictaba con toda actividad i 
acierto sus órdenes, pero se mordia los labios de rabia i de 
despecho. 

>Los cuerpos españoles, entretanto, avanzaban rápidamente 
en persecución de la división chilena, i tras ella comenzaban a 
bajar de la colina que ocupaban cuando cayó sobre sus colum- 
nas una inmensa granizada de metralla que produjo la turba- 
ción i el espanto. Vueltos de la primera sorpresa dan algunos 
pasos adelante, i una nueva granizada de metralla cae de nue- 
vo sobre sus filas. La acción se sostuvo asi cerca de media 
hora; los cuerpos patriotas comenzaron a reorganizarse, los ba- 
tallones de la reserva pudieron entrar en acción, i algunos de 
los que formaban la división de la derecha patriota, se corrie- 
ron bácia el punto del peligro. La batalla cambió inmediata- 
mente de faz. 

> Cuéntase que en esos momentos San Martin miraba desde 
el cuartel jeneral el rumbo que tomaba el combate e impartía 
sus órdenes para acelerar la marcha de las tropas i que no pu- 
diendo ocultar su júbilo, esclamó: «|La victoria es nuestra!» 

Fuera del mayor Borgoño, que se distinguió en la dirección 
de la artillería, hubo jefes de no mui elevada graduación que 
rivalizaron en heroísmo con los mas altivos miembros del nú- 
cleo superior. 

Uno de ellos fué el capitán don Agustín López, que murió 
con el grado de coronel en 1850, el cual peleó cuerpo a cuerpo 
con los españoles, ultimándolos en número considerable, con 
su inquebrantable florete. 

Pero se hizo mas acreedor al respeto i a la gratitud nacio- 
nal, el coronel don José Antonio Bustamante Donoso i Lazo 
de la Vega, que a la cabeza de los Infantes de la Patria deci- 
dió de la batalla. 



— Í17 — 

>Su hoja de servicios dice al respecto: «En la batalla de Mai- 
pú, el 5 de abril de 1818, mandaba el batallón Infantes de la 
Patria por lo que obtuvo una medalla de oro i el grado de co- 
ronel, Ha sido también condecorado con la medalla de la Ler 
jion del Mérito de Ghile. 

«25to la espresada acción, en el acto de atacar él enemigo nuestra 
izquierda, el cuerpo qne mandaba en la derecha por un movimien- 
to oblicuo que ése higo asustó con sus fuerzas la columna ememiga 
por su flanco izquierdo, lo que hizo que tocase retirada e 

INFLUYÓ EN BU DEBROTA MUÍ PARTICULARMENTE.» 

Justifican este concepto los testimonios irrecusables que te- 
nemos sobre nuestra mesa de trabajo, suscritos por el almirante 
Blanco Encalada, los jenerales Las Heras, Godoi i Cainpino i el 
ilustre servidor de la patria don Pedro de la Cuadra i Baeza. 

En un oficio de fecha 9 de agosto de 1865, dice el jeneral 
don Juan Gregorio de Las Heras al Comandante Jeneral de 
Armas de Santiago: 

«Cumpliendo con el decreto de US. fecha 4 de julio 
próximo pasado, debo decir que he conocido al señor coronel 
don José Antonio Bustamante, quien mui pocos dias antes de 
la batalla de Maipú, llegó de Coquimbo al mando del batallón 
de Cazadores i que supe u oí decir después que se le habia 
dado el mando del batallón de Infantes de la Patria, i que en 
esta clase, i como jefe de este cuerpo, se halló en la batalla de 
Maipú bajo mis órdenes, perteneciendo al tercer cuerpo en la 
ala derecha. Cuando los cuerpos rompieron el fuego, i los es- 
pañoles avanzaron sobre el centro del todo de nuestra línea, el 
señor coronel Bustamante ejecutó el hábil movimiento de ha- 
cer oblicuar a su cuerpo sobre su izquierda, tomando a las co- 
lumnas enemigas sus flancos, lo que sin duda contribuyó mu- 
cho a ayudar a ponerlas en el desorden i que dio el resultado 
de bu total derrota.» 

Breves dias después, el 11 del mismo mes, el almirrnte 
don Manuel Blanco Encalada afirmaba en otra comunicación de 
carácter oficial, lo que pasamos a copiar: 

cMe es sumamente grato poder certificar la brillante con- 
ducta del distinguido i valiente coronel don José Antonio Bus- 
tamante en la batalla de Maipú, en que ambos nos encoutra- 



— «18 — 

mos en la misma división bajo las órdenes del jeneral Las 
He ras.» 

El eminente jurisconsulto don Pedro de la Cuadra i Baeza, 
emite las opiniones trascriptas a continuación, que fueron 
igualmente comprobadas por don Miguel Dávila en 1877: 

«Recuerdo haber oido decir al señor Capitán Jeneral don 
José de San Martin, pocos días después de la batalla de Maipú, 
que habiendo perdido nuestro ejército cinco piezas de artille- 
ría en el ala izquierda i desorganizado el centro, el señor coro- 
nel Bustamante, cargó sin órdeu con su batallón Infantes de 
la Patria, infundiendo con su arrojo i decisión tal espanto en 
el enemigo que no tardó en pronunciarse la derrota; desde ese 
mismo instante, las piezas fueron recobradas por el valeroso 
batallón mandado por el coronel Bustamante i el enemigo prin- 
cipió a desordenarse i a abandonar el campo.» 

Con fecha 18 de octubre de 1877, el venerable patricio don 
Miguel Dávila, informaba al Comandante Jeneral de Armas de 
Santiago, lo siguiente, que honra lo bastante al jeneral Bus- 
tamante: 

«Con verdadera complacencia cumplo con el decreto que 
Ud. ha librado en la presentación hecha por el señor coronel 
graduado de ejército, don José Antonio Bustamante i que tiene 
por objeto esclarecer los servicios especiales que prestó su digo 
padre, el señor coronel don José Antonio Bustamante, i celebro 
que la Providencia, al conservarme por tan largo tiempo, me 
haya ofrecido la ocasión de pagar esta deuda de gratitud, tri- 
butando un homenaje de estricta justicia en obsequio de aquel 
que fué mi primer jefe i a quien siempre guardé, por sus mé- 
ritos especiales, gran respeto i admiración. 

>Es efectivo que el enunciado señor coronel don José Anto- 
nio Bustamaute, fué comisionado por el Supremo Gobierno, en 
26 de febrero de 1817, para crear los primeros batallones cívi- 
cos. Esta comisión, dada por el Jefe Supremo del Estado, bas- 
tará para poner de manifiesto la competencia especial, el patrio- 
tismo i la honorabilidad del enunciado jefe, pues en aquella 
época aciaga, era un cometido de alta importancia la organiza- 
ción de cuerpos militares sin contar con los elementos necesa- 
rios i teniendo siempre al enemigo a las puertas. 



-tu — 

»E1 sefior coronel organizó los primeros batallones cívicos, 
de los cuales tuve el honor de ser oficial, fué su primer jefe i 
desempeñó este puesto con tal tino, i con tal patriotismo i con 
tal entusiasmo, que mereció no solo el respeto sino la venera- 
ción de todos los que militamos bajo sus órdenes i que consi- 
guió enrolar en esos cuerpos a los jóvenes de casi todas las 
familias de la capital, muchos de los cuales pasaron después al 
ejército de línea i fueron jefes distinguidos. Si mi situación, 
como oficial de aquella época no me lo impidiera, podría esten- 
der este informe sobre los servicios que estos cuerpos presta- 
ron, debidos en su mayor parte a la disciplina que supo estable- 
cer aquel digno jefe i al entusiasmo que comunicaba a sus 
subalternos. 

»Por mas que he recorrido mi memoria, he tenido el senti- 
miento de ver que no existen ya compañeros de aquella época 
que puedan aseverar estos hechos i lo siento mui de veras, pues 
no dudo que todos lo harían cumplidamente en obsequio de la 
justicia i en homenaje a aquel que supo poner en nuestras 
manos las armas que debieron servirnos para la defensa de la 
patria.» 

£1 jeneral don Pedro Godoi informó en la forma que pasa- 
mos a copiar: 

«El que suscribe, cumpliendo con la nota de la referencia, 
dice: que no puedo enumerar detalladamente los servicios del 
sefior corone] don José Antonio Bustamante i que creo escusado 
este trabajo, por cuanto es público i notorio en el ejército i en 
todo Chile el valor, la honradez i abnegación con que se consa- 
gró a) servicio de la patria desde los primeros dias de la revo- 
lucion de la independencia hasta la batalla de Maipú, en que 
se encontró, i tiempos posterioros. Respecto del título de jene- 
ral de las fronteras del Norte, a que alude el jefe peticionario, 
puedo también asegurar al señor Comandante Jeneral, que 
a principios de 1823 fué mandado el esponente en comisión 
del servicio a la provincia de Coquimbo cerca del espresado 
sefior coronel Bustamante, a quien le entregó en mano propia 
el título de jeneral de las fronteras del Norte, que el señor jene- 
ral O'Higgins le habia encargado de presentarle.» 



— 220 — 

El jeneral don Enrique Campino, informó en la forma que 
reproducimos. 

c A virtud del oficio de US que antecede digo: que impuesto 
de la presente solicitud i de los documentos que la acompañan, 
esperimento un indecible consuelo al recordar los méritos 
i servicios del compañero i amigo mui querido, i que en aque- 
llas primeras guerras de la independencia la suerte nos pro- 
porcionaba con mucha frecuencia de estar unidos en un mismo 
campamento. De consiguiente, son efectivos todos los servicios i 
acciones de guerra en que se halló el señor coronel don José 
Antonio Bustamante hasta el desastre de Rancagua, en que 
tuvo que seguir la suerte de nuestro ejército emigrando a las 
provincias arjentinas. Volvió a la patria incorporado en el 
ejército del jeneral San Martin, que dio la libertad a Chile, i 
desde esta época datan los mas importantes servicios del coro- 
nel Bustamante, como se encuentran detallados en este espe- 
diente i que son tan notorios a todo el pais, i por esta razón, 
como repeticiones inútiles, pues la fama de sus hechos, de su 
honradez i demás cualidades lo llevan a un grado mui distin- 
guido i lo hacian tan respetado i querido en el ejército; i el que 
suscribe no ha conocido jamas un militar mas virtuoso.» 

III 

El coronel Bustamante llegó, merced a su valor, a su patrio- 
tismo i a sus servicios, a ser jeneral del ejército. 

Habia nacido en Santiago en 1778 i sirvió a la patria mas 
de cuarenta años, desde 1798 hasta 1840. 

Vio la luz de la vida en el hogar de don Francisco Javier 
Bustamante i la respetable señora Nicolasa Donoso Lazo de la 
Vega. 

Su padre lo confió mui joven al Capitán Jeneral i Presidente 
de Chile García Carrasco, para que le ofreciese una carrera pú- 
blica. 

El Presidente García Carrasco lo colocó en clase de cabo de 
asamblea veterana de caballería de Chile, dándole a su lado 
el puesto de amanuense. 

La Academia Militar de la colonia fué fundada en 1798, en 



el cuartel de San Pablo, bajo la dirección superior del coronel 
don Juan de Dio» Vial i del teniente coronel don Buenaventu- 
ra Matuti. 

Esta Escuela Militar fué destinadada solamente a la instruc- 
ción de cabos i sarjentos, haciéndose en ella cursos de grama- 
rica, nociones jenerales de instrucción primaria i conocimien- 
tos reglamentarios del servicio de los cuarteles, pues sus alum- 
nos podían mandar guardias de plaza en calidad de oficiales. 

La Escuela Militar para cadetes, la fundó el jeneral O'Hig. 
gins, en 1817, en el antiguo convento de Jesuítas de la calle de 
Maestranza, con la denominación de Academia Militar. 

En 1805 el joven Bustamante recibió el grado de subtenien- 
te de ejército i en 1809 fué ascendido a teniente. 

En 1811 tomó una participación activa en el movimiento 
patriota que provocó el coronel español don Tomas de Figueroa» 
en Santiago, pretendiendo restaurar el poder peninsular. 

Bustamante se adhirió a la causa de la República. 

En 1813 concurrió al ataque dé Yerbas Buenas, a las órde- 
nes del coronel Puga, destacado por el jeneral don José Miguel 
Carrera contra la división del jeneral Pareja, acampada al sur 
del rio Maule. 

El coronel Puga recibió órdenes de Carrera de batir a la 
vanguardia realista. 

A favor de la oscuridad de la noche i de una densa neblina, 
llegó Puga con su destacamento hasta Yerbas Buenas, lugar 
que servia de campamento al ejército del jeneral Pareja. 

El coronel Puga atacó al ejército español iutroduciendo la ! 

confusión en sus filas i desorgauizáudolo completamente. Se 
tomó todos los cañones de su artillería, grandes cantidades de 
fusiles i un número considerable de prisioneros, replegándose 
al campamente de Carrera al amanecer el nuevo dia, en vista 
de su inferioridad numérica. 

Los realistas atacaron entonces al ejército patriota obligán- 
dolo a abandonar los trofeos quitados la noche anterior, con- 
virtiendo la victoria en derrota. 

Bustamante se distinguió bizarramente cargando con denue- 
do contra el enemigo i estrechándolo en sus propias posiciones, 
saliendo herido en esta acción de guerra. 



— 222 — 

fin este mismo año concurrió al ataque de la Plaza de Tal- 
cahuano, a las órdenes del comandandante Brayer, al mando 
de una pequeña división de doscientos hombres, siendo ren- 
dida la guarnición española i tomada la plaza. 

Asistió, en la misma época, al sitio de Chillan i a la acción 
del Roble, bajo las órdenes del jeneral O'Higgins. 

En 1814 tomó parte en la acción de las Barrancas de Quila- 
coya i contribuyó a la defensa de la plaza de^Goncepcion, hasta 
que fué rendida por los realistas. 

El jefe español don Matías de la Fuente, intendente jeneral 
del ejército realista, puso sitio a Concepción con fuerzas supe- 
riores a las que podia disponer la Junta Gobernativa dejada en 
esa ciudad por el jeneral O'Higgins i el jeneral Mackenna des- 
pués del combate del Membrillar. 

Después de dos dias de encarnizado i heroico combate soste- 
nido por los patriotas, la plaza se rindió celebrando honrosa 
capitulación que establecía garantías para lasjpersonas i los bie- 
nes del reducido ejército revolucionario. 

Los realistas no cumplieron el pacto que tanto honor les ha- 
cia como vencedores, i redujeron a prisión a los soldados pa- 
triotas, hasta que el tratado de Lircai les devolvió la libertad. 

Bustamante continuó la campaña con el jeneral O'Higgins i 
con el grado de sarjento mayor se distinguió por su valor i su 
pericia en la gloriosa i desastrosa batalla de Rancagua. 

Emigrado a la República Arjentina con sus jefes, se enroló 
en el ejército unido chileno-arjentino, que organizaba el jene- 
ral San Martin en Mendoza. 

Prestó sus servicios eficazmente instruyendo reclutas para la 
mejor organización del ejército que se destinaba a la campaña 
de los Andes. 

Emprendida la campaña libertadora de Chile, Bustamante 
contribuyó con sus servicios i su coraje a la restauración de la 
patria. 

El ejército de los Andes ocupó triunfalmente la plaza de 
San Felipe i derrotó al ejército peninsular en la famosa cuesta 
de Chacabuco. 

El 12 de febrero de 1817 el jeneral español don Rafael Ma- 
roto revistaba sus tropas en Santiago, cuando recibió aviso de 



— 225 - 

Marquelli de que el ejército patriota se presentaba a su frente 
en son de batalla. 

El coronel Quintanilla se destacó con sus carabineros a de- 
fender las alturas donde se creía se empeñaría el combate. 

£1 jeneral Maroto se puso en marcha inmediatamente i en- 
contró al pié de la cuesta de Chacabuco los primeros fujitivos 
de su ejército, perseguidos activamente por la división del je- 
neral O'Higgins. 

Maroto, reuniendo a los dispersos los incorpora a sus tropas 
i reanuda la batalla en la cuesta, viendo perdidas las al- 
turas. 

El jeneral O'Higgins, secundado por el comandante Cramer 
atacó con vigor a Maroto en sus nuevas posiciones, sin aguar- 
dar la llegada de la división del jeneral Soler, que venia en 
marcha por opuesto camino. 

O'Higgins, hábilmente ayudado por Zapiola, Melian, Conde, 
Cramer i Bustamante, obtuvo la mas gloriosa victoria, en los 
momentos en que llegaban al campo de la lucha el jeneral San 
Martin i la división del jeneral Soler. 

Los bravos soldados de los batallones 7.° i 8.° se distinguie- 
ron por su coraje i su pujanza en tan tremenda como gloriosa 
batalla. 

El ejército español quedó completamente deshecho, habien- 
perdido 500 muertos i 600 prisioneros i destrozada la caballería 
de 1,000 jinetes que comandaba el jeneral Maroto. 

Prisioneros de guerra cayeron en la acción el famoso i terri- 
ble capitán San Bruno, jefe cruel i sanguinario del célebre re- 
jimiento de Talayeras, que habia sido el terror de la capital, i 
el sárjente Villalobos, su secuaz en el Tiribunal de Vijilancia 
de Santiago. 

Los patriotas tomaron 1,000 fusiles, varios cañones, las ban- 
deras realistas i todas las municiones del parque del ejército 
español. 

Bustamante fué destacado con 100 infantes para emprender 
la persecución del enemigo, habiéndolo alcanzado en Quillota, 
donde lo rindió después de un combate, conduciendo los pri- 
sioneros a Santiago. 

A fines de febrero fué nombrado comandante i se le encargó 



- 224 — 

la organización de los primeros batallones de guardias nacio- 
nales de Santiago. 

Fué así el fundador de los primeros cuerpos cívicos de la 
República, como lo confirma el informe, anteriormente citado, 
del coronel de guardias nacionales don Miguel Dávila. 

He aquí sus propias palabras, que reproduci mos nuevamen- 
te a título de justicia histórica: 

cEl señor coronel, organizó los primeros batallones cívicos, 
de los cuales tuve el honor de ser oficial, fué su primer jefe i 
desempeñó este puesto con tal tino, con tal patriotismo i con 
tal entusiasmo,, que mereció* no solo el respeto, sino la venera- 
ción de todos los que militamos bajo sus órdenes i que consi- 
guió enrolar en sus cuerpos a los jóvenes de casi todas las 
familias de la capital, muchos de los cuales pasaron después 
al ejército de línea i fueron jefes distinguidos.» 



IV 



Enviado a la Serena, organizó el batallón Cazadores de Co a 
quimbo, que después se denominó Infantes de la Patria, com- 
puesto en su mayor parte de mulatos bravos i heroicos. 

Al frente de este cuerpo le correspondió asistir fa la batalla 
de Maipo el 5 de abril de 1818, que debia vengar la sorpresa 
de Cancha Rayada i sellar defiitivamente la independencia de 
Chile i de las nacionalidades limítrofes en el Pacífico. 

En momentos solemnes para las armas patriotas, cuando el 
jeneral Ordoñez rompia los flancos del ejército revolucionario, 
movimiento contrarrestado por el jeneral Las Heras, el coman- 
dante Bustamante atacó con todo vigor al frente de su batallón 
Infantes de la Patria, decidiendo la acción en favor de las 
banderas de Chile.. 

Un testigo ilustre de esta trascendental victoria, el coronel 
don José Bernardo Cáceres, ayudante de San Martin i jefe del 
Estado Mayor en Maipo opina lo siguiente sobre la actitud del 
comandante Bustamante en Maipo : 

cEn la batalla de Maipú de 5 de abril de 1818 mandaba el co- 
mandante Bustamante el batallón Infantes de la Patria; por la 



\ 



— 225 — 

que obtuvo una medalla de oro a consecuencia del supremo de- 
creto de 22 de diciembre del mismo año; ha sido también con* 
decorado con la medalla de la Lejion de Mérito de Chile. En 
la espresada acción, en el acto de atacar el enemigo nuestra 
ala izquierda, el cuerpo que mandaba en la derecha por un 
movimiento oblicuo que hizo éste, asustó con sus fuerzas la co- 
lumna enemiga por su flanco izquierdo, lo que hizo que tocase 
retirada e influyó en su derrota mui particularmente.» 

Don José Zapiola, en su obra Recuerdos de 30 años, emite 
loe siguientes conceptos : 

cEl comandante don José Antonio Bustamante mandaba en 
la batalla de Maipo el batallón Infantes de la Patria, i por un 
atrevido movimiento, influyó poderosamente en la derrota del 
ejército español.» 

Por su parte el Director Supremo espidió el siguiente hon- 
roso decreto en favor del comandante Bustamante: 

cEl Director Supremo del Estado de Chile : 

•Por cuanto, ateudiendo al especial mérito contraido por 
don José Antonio Bustamante en la jornada de Maipo de 5 de 
abril del presente año, a la que asistió sirviendo en clase de 
teniente coronel del batallón Infantes de la Patria, 

»Por tanto, vengo en declararle acreedor al goce de la meda- 
lla de oro designada por decreto de 10 de mayo último a los 
dignos defensores de la Patria en aquella célebre función, 
debiendo usar de este distintivo conforme al citado decreto. — 
Firmados. — O'Hioqinb. — José Ignacio Zenteno.* 

Al partir hacia el campo de batalla, el comandante Busta- 
mante dirijió a sus soldados la breve i enérjica proclama que 
reproducimos como una manifestación de su espíritu gue- 
rrero : 

t Bravos Infantes de la Patria: ha llegado el momento de 
hacer el último esfuerzo por la libertad. Si retrocedéis un paso 
la patria está perdida e iremos a ser vendidos como esclavos 
a los mercados de Lima.» 

Un historiador de la época afirma lo que sigue sobre la glo- 
riosa acción del comandante Bustamante en Maipo: 

»E1 primer batallón que llegó a contener el encarnizado ene- 

» migo, fué el de los mulatos Infantes de la Patria, cuyo tam- 
15 



— 2*6 — 

> bor de órdenes era el inmortal José Romero. Este batallón, 

> agrega, que guarnecía a Valparaíso i acababa de incorporar- 
» se en las filas al mando de su reputado comandante Busta- 

> mante, sx cubrió dk olobií xv a quilla, maniobba bal- 
» vadosa. Después de Bustatnante el núm. 11 con Las Heras. 

> Después la reserva con Rivera, López i Conde; después el 
» ejército entero, el recluta, el huaso, el guerrillero, la nación 

> entera hecha soldado.» 



Condecorado con la medalla de la Lejion de Mérito de Chile, 
fué ascendido al grado de j enera 1 en 1822, por el Director 
Supremo don Bernardo O'Higgins. 

En ese mismo año fué nombrado Intendente de la provincia 
de Coquimbo. 

Gozando de la confianza de O'Higgins, éste le manifestó los 
peligros de una revolución en el sur i le encareció la necesidad 
de formar un ejército para mantener la integridad de la Re- 
pública. 

O'Higgins envió a Coquimbo algunas tropas cerno base de 
este ejército, al mando del sárjente mayor don Pedro Godoi i 
del capitán de Cazadores a caballo don Fernando Baquedano. 

Esta tropa se sublevó en el camino, dirijiéndose a Illa peí, 
llegando a la Serena, Godoi i Baquedano, a cumplir las órdenes 
del Gobierno. 

Derrocado del poder en 1823 el jeneral O'Higgins, el jeneral 
Freiré depositó toda su confianza en el jeneral Bustamante* 
pero éste rehusó continuar en el mando de la provincia de Co- 
quimbo, por lealtad a O'Higgins. 

En su obra Recuerdos de 30 años don José Zapiola, dice lo 
siguiente: 

cFué condecorado varias veces i llegó el año 1822 hasta el 
grado de jeneral conferido por el Director O'Higgins al darle 
el mando de la provincia de Coquimbo.» 

El jeneral don Pedro Godoi informó al respecto con motivo 
de este ascenso: 



— 227 — 

t Respecto del título de jeneral de la Frontera del Norte pue- 
do también asegurar al señor comandante jeneral, que a prin- 
cipio de 1823 fué mandado el eeponente en comisión del ser- 
vicio a la provincia de Coquimbo cerca del eqpresado coronel 
Bustamante, a quien le entregué en mano propia, el titulo de 
jeneral de las Fronteras del Norte, que el señor jeneral O'Hig- 
gins me habia encargado en presentarle.» 

Según el art. 92 de la Constitución de 1822, el Director Su- 
premo tenia facultad para nombrar los jeneral ee en jefe de 
los ejércitos. 

Don Pedro Campillo, jefe de sección del Ministerio de la 
Guerra, certifica «que a fojas 3 del tomo 1.° del libro de escala 
del ejército, se encuentra anotado entre otros el siguiente 
empleo a favor de don José Antonio Bustamante: El 2 de di- 
ciembre de 1822, Jeneral de la Frontera del Norte». 

El archivero de la Contaduría Mayor, don -Toribio Conta- 
dor, certifica a su vez, lo siguiente: 

cA fojas 208 del libro núm. 6 de toma razón de títulos i 
órdenes militares, que da principio desde el 1.° de enero de 
1821 al 4 de febrero de 1824, se encuentra la anotación si- 
guiente: Santiago, diciembre 2 de 1822. — De conformidad con 
loa artículos 92 i 236 de la Constitución Política del Estado, 
nombro por jeneral de las Fronteras del Norte, al coronel don 
José Antonio Bustamante.» 

Encontrándose en la Serena el comandante Bustamante, se 
sublevó un batallón dirijiendo el movimiento un teniente Es- 
pinosa. Bustamante corrió al cuartel de los amotinados en la 
media noche, i puesto previamente de acuerdo con el capellán 
encontró formado el batallón i avanzando al medio de las filas 
les dijo: c Soldados, si queréis derramar sangre, aquí está la de 
vuestro coronel». El capellán gritando ¡]viva nuestro coronel!! 
corrió a abrazarlo, movimiento que enterneció i desarmó a la 
tropa, pudiendo arrestarse a los cabecillas i entre ellos al te- 
niente Espinosa. 

Se levantó un sumario, se formó proceso a Espinosa, se le 
condenó, i fusiló en la plazuela de la Merced, después de la 
correspondiente consulta al Ejecutivo. 

En una nota que el Intendente de la provincia don Joaquín 



— 228 — 

Vicuña, dirijió con este motivo al Director O'Higgins, le decia 
que mediante a la serenidad del coronel Bustamante, se habia 
evitado el derramamiento de mucha sangre, junto con afianzar 
la disciplina, evitando el mal ejemplo que pudo haberse apo- 
derado del resto de las tropas». 

Por comisión superior, organizó dos rejimientos de caballe- 
ría en la provincia de Coquimbo, dos en la provincia de Acon- 
cagua i uno en Maipú, dándoles por jefes respectivamente i de 
orden suprema, a don Juan Guerrero, don Santiago Iglesias, 
don José Antonio Luco, don Tomas Vicuña i don José Toribio 
Larrain. 



VI 



Se retiró del servicio en 1823 para consagrarse a la forma- 
ción de su familia. 

Unido en matrimonio con la respetable señora doña Josefa 
Sainz de la Peña, fundó una prole ilustre, siendo su hijo el 
benemérito militar, también jeneral de los ejércitos de Chile, 
don José Antonio Bustamante Sainz de la Peña. 

De este último i noble servidor patrio, que comandó en la 
guerra del Pacífico una revista militar de diez mil hombres, 
proviene la inspirada e ilustre poetisa, Musa del Parnaso de 
Chile, Hortensia Bustamante de Baeza, que hace honor a la 
América con sus cantos. 

Deudo inmediato suyo era el coronel don Francisco Sainz de 
la Peña que fué un héroe de la revolución i un mártir de sus 
desastres cívicos, pues sufrió persecuciones i fué proscrito al 
páramo de Juan Fernández. 

Tan bizarro coronel equipó el Rejimiento núm. I de Cazado- 
res de Coquimbo que por Illapel vino a pelear en Maipú, don- 
de se lució por su valentía i pujanza. Herederos del nombre i 
las glorias del esclarecido patricio de nuestra independencia 
jeneral don José Antonio Bustamante Lazo de la Vega, han 
sido, en épocas posteriores, distinguidos servidores públicos. 

Todos los documentos consignados en el presente capítulo, 
los debemos a su respetable familia, que los ha conservado 
inéditos como joyas históricas de gran valía. 



— 229 — 

Ahora testimonian una vida preclara que enseña los altos 
deberes militares que impone la patria a sus hijos en los dias 
de mayores peligros i sacrificios por su integridad i por su in- 
dependencia. 

En 1822 fué miembro de la Cámara de Diputados i Vice- 
presidente de la Asamblea que sancionó la Constitución del 
Estado, promulgada ese año, la cual suscribió con el Presiden- 
te don Francisco Ruiz Tagle, como lo justifica el Derecho Pú- 
blico de don Ramón Bricefio. 

Dio, así, el jeneral don José Antonio Bustamante Lazo de la 
Vega, libertad a Chile i Constitución a sus instituciones poli- 
ticas. 

Falleció este denodado i glorioso patricio, el 18 de agosto de 
1850, en Santiago, cargado de merecimientos i bendecido por 
el ejército i la patria. 



HOJA DE SERVICIOS 

El coronel don José Antonio Bustamante, su edad cuarenta 
i cuatro años, su pais Santiago de Chile; su salud quebrantada, 
sus servicios i circunstancias los que se espresan: 

25 de abril de 1798. — Cabo del cuerpo de asamblea vetera- 
na de Chile: 7 años, 5 meses, 20 dias. 

15 de octubre de 1805. — Sarjento de id.: 3 años, 3 meses, 21 
dias. 

6 de febrero de 1809. — Teniente*de id.: 4 años, 10 meses, 5 
dias. 

12 de diciembre de 1813. — Capitán de id.: 7 meses, 18 dias. 
30 de julio de 1814. — Sarjento Mayor de id.: 2 años, 6 me- 
ses, 26 dias. 

26 de febrero de 1817. — Teniente Coronel, Comandante de 
Guardias Nacionales de esta capital: 10 meses, 16 dias. 

13 de diciembre de 1817. — Comandante del Batallón Infan- 
tes de la Patria: 4 meses, 2 dias. 

14 de abril de 1818. — Grado de Coronel: 1 año. 

15 de abril de 1819. — Comandante del Batallón núm. 2 de 
Chile: 2 años, 10 meses, 15 dias. 



- 280 — 

3 de marzo de 1822. —Comandante de Nacionales de Co- 
quimbo, reformados: 6 meses, 24 días. 

28 de setiembre de 1822. — Coronel efectivo de ejército: 2 
años, 3 meses, 3 días. 

Total hasta fin de diciembre de 1825: 27 años, 8 meses, 29 
di as. 

CUERPOS DONDE HA 8KEVIDO 

En el Cuerpo de Asamblea Veterana de caballería de Chile; 
en el Cuerpo de Nacionales de esta capital. En el batallón dé 
Infantes de la Patria. En el batallón núm. 2 de Chile i en el 
batallón de Granaderos Nacionales de Coquimbo. 

CAMPAÑAS I ACCIONES DE GUERRA EN QUE SE Hi HALLADO 

En 1813, en el ataque de Yerbas Buenas, en que fué herido 
levemente; en la toma de Talcahuano al mando de 200 hom- 
bres; en el sitio de Chillan i en la acción del Roble con 200 
hombres a las órdenes del señor jeneral O'Higgins. 

En 1814, en la acción de las Barrancas de Quilacaya con 
200 hombres i en la defensa de la plaza de Concepción hasta 
que fué rendida por los enemigos habiendo sido prisionero i 
permanecido en dicha prisión hasta las capitulaciones hechas 
en Lircai. 

En el mismo año volvió a continuar sus servicios en el ejér- 
cito patrio hasta que fué derrotado en Rancagua por el enemi- 
go habiendo emigrado para la otra banda. 

En 1817, se incorporó en el ejército de los Andes, i habiendo 
éste ocupado la ciudad de San Felipe i derrotado al ejército 
real en Chacabuco, fué nombrado con 100 hombres infantes 
en persecución de un grupo de enemigos que se retiraban para 
Santiago, de resultas de la acción de Barraza en 11 de febrero 
del mismo año; i habiéndolos encontrado a las inmediaciones 
de Quillota, los cargó i logró se rindiesen i entregasen las ar- 
mas conduciéndolos como prisioneros a la capital. 

En 26 de febrero del mismo año fué nombrado comandante 
para crear i organizar los batallones de Guardias Nacionales 



— 281 — 

de esta capital, lo que verificó hasta conseguir el disciplinarlos, 
cuyos cuerpos así en clase de tropa, como en la de oficiales, han 
prestado importantes servicios a la patria. 

En la batalla de Maipú de 5 de abril de 1818, mandaba el 
batallón de Infantes de la Patria, por la que obtuvo una me- 
dalla de oro a consecuencia del supremo decreto de 22 de di- 
ciembre del mismo año; ha sido también condecorado con la 
medalla de la Lejion de mérito de Chile. En la espresada acción, 
en el acto de atacar el enemigo nuestra ala izquierda, el 
cuerpo que mandaba en la derecha, por un movimiento obli- 
cuo que hizo éste asustó con sus fuegos la columna enemiga 
en su flanco izquierdo, lo que hizo que tocase retirada e influ- 
yó en su derrota mui particularmente. 

Últimamente fué nombrado Jeneral de la Frontera en las 
provincias del norte, según supremo decreto de 2 de diciembre 
de 1822, de que se tomó razón en la Tesorería Jeneral del 
Ejército i Hacienda. 

Estuvo en la acción de San Garlos en la clase de ayudante 
del jeneral Carrera. Organizó después, por comisión que se le 
dio, dos rejimientos de caballería de Coquimbo, para los que 
propuso como coroneles, del de los Valles al señor don Juan 
Guerrero i del de Elqui a don Santiago Iglesia. En la provin- 
cia de Aconcagua organizó dos, de los que dio el mando, por 
orden suprema, del de San Felipe a don José Antonio Luco i 
del de los Andes a don Tomas Vicuña. 

De allí se le mandó por el Gobierno a Maipo, a organizar 
otro Tejimiento, que le entregó también por orden suprema, 
para que lo mandase, a don José Toribio Larrain. 

Como jefe de Estado Mayor de esta plaza, certifico que la 
presente hoja de servicios es conforme a los documentos pre- 
sentados por el jefe interesado. — Santiago, 31 de octubre de 
1825. — José Bernardo CIosrbs. 

El jefe de sección respectivo certifica que a fojas 3 del tomo 
1.° del libro de escala del Ejército se encuentran anotados los 
empleos siguientes: 

Don José Antonio Bu atamán te. 

El 26 de febrero de 1817, comandante del batallón núm. 1 
de Guardias Nacionales de esta capital. 



— 282 — 

El 12 de diciembre del mismo año, comandante del batallón 
Infantes de la Patria. 

El 14 de abril de 1818, graduado de coronel. 

El 15 de abril de 1819, comandante del batallón núm. 2 de 
Infantería de Línea. 

El 16 de abril de 1821, licencia absoluta, con goce de fuero 
i uso de uniforme. 

El 3 de marzo de 1822, comandante del batallón de Nacio- 
nales de Infantería de Coquimo. 

El 28 de setiembre del mismo año, coronel efectivo. 

El 2 de diciembre de 1 822, jeneral de la frontera del norte. 

El 30 de setiembre de 1839, retirado absolutamente con 
sueldo íntegro. 

El 19 de agosto de 1850, falleció. 

Santiago, julio 1.° de 1865. — Pedro N. Campillo. 

A fojas 208 del libro núm. 6 de tomas de razoñ de títulos i 
órdenes militares, que da principio desde el 1/ de enero de 
1821, al 4 de febrero de 1824, se encuentra la anotación si- 
guiente: Santiago, diciembre 2 de 1822. — De conformidad con 
los artículos 92 i 236 de la Constitución Política del Estado, 
nombro por jeneral de las Fronteras del Norte al coronel don 
José Antonio Bustamante, mientras 7 con el Poder Lejislativo 
se acuerdan las amplificaciones o restricciones que previene el 
último citado artículo. Tómese razón, en las oficinas respecti- 
vas, i remítase orijinal al agraciado este decreto, que por ahora 
le servirá de correspondiente título, signándose con el sello de 
Gobierno. — O'Higoins. — Rodríguez. — Tomado razón en la 
Tesorería Jenefal a 5 de diciembre de 1822. — Vargas. — V«r- 

VAL. — MARZAH. 

Es copia de la partida orijinal a que me refiero. — Tesorería 
Jeneral, Santiago, mayo 17 de 1865. — Toeibio Contador, 
oficial 1.° 



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Contra-Aluiraüts 
jJon Garlos vuillermo u/oosíer 



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Contra-Almirante 



Bou Garios Gftiillermo V/ooster 



La revolución de la independencia sud-americana tuvo 
valientes e ilustres cooperadores en la América del Norte. 

Recien terminada la guerra de la independencia de los Esta- 
dos Unidos, que babia contado con el vigoroso concurso de 
esclarecidos militares franceses i de otras naciones europeas, 
sus nobles hijos contribuyeron con sus jenerosos esfuerzos a la 
emancipación de Chile. 

Fué en Estados Unidos donde se armó una escuadra de 
combate para favorecer los planes del jeneral don José Miguel 
Carrera. 

De la gran república vinieron a nuestro pais los primeros 
impulsadores de la prensa, que debia ser palanca poderosa 
para afianzar la obra separatista de España. 

I cuando el Gobierno chileno pudo organizar la marina mili- 
tar, para poner sello definitivo a la revolución, marinos norte- 
americanos se asociaron a los nuestros en tan hermosa empresa 
naval. 

Podemos recordar con gratitud i admiración los servicios pres 



— 284 — 

tados <m aquellos días tan difíciles por los marinos norte-ame- 
ricanos, don Pablo Délano i su digno hijo don Pablo Hinckley 
Délano i don Carlos Guillermo Wooster. 

Mas tarde debemos el poderoso e inteligente concurso de 
atrevidos i perseverantes espíritus emprendedores norte-ame- 
ricanos en el progreso de nuestras industrias. 

Son familiares en nuestra historia los nombres de Samuel 
Ha vil and, que introdujo en Chile el primer banco minero i el 
sistema de beneficiar pastas minerales por medio de la fundi- 
ción o de la calcina; de Guillermo Wheelwright, fundador de la 
primera compañía de gas i de la navegación a vapor en el Pa- 
cífico i constructor del primer ferrocarril de Chile i de la 
América del sur, en la provincia de Atacama; de Enrique 
Meiggs, el audaz constructor de nuestras vías férreas centrales; 
del jeneral Judson Eilpatrick, que fué nuestro mejor amigo 
en el curso de la guerra contra Perú i Bolivia; del doctor David 
Trumbull, fundador deja propaganda independiente en ma- 
teria bíblicas; de Haynes La Fetra, precusor i propagador de 
la educación escolar práctica en la juventud; de Carlos Hillman, 
injeniero que empleó su vida entera en la construcción de las 
vías férreas de la rejion del sur; de Guillermo Thayer, militar 
i servidor público que organizó todas las aduanas de los puer- 
tos del norte i dejó su nombre, respetable i prestigioso, ligado 
a una familia que ha enaltecido su memoria en las artes, en 
las letras i en las industrias i tantos otros no menos meritorios 
en su esfera de acción. 

En el orden de los ferrocarriles, el último constructor norte- 
americano de vías férreas fué Mr. Newton Lord, que rindió su 
vida en nuestra tierra, en el trabajo laborioso de dar vida a los 
valles i a los desiertos por medio de la locomotora. 

El primer cónsul norte-americano que vino a nuestro país, 
fué Mr. Joel Roberto Poinsett, i uno de nuestros mas deci- 
didos amigos eu aquella época embrionaria de la organización 
de la República, pues arribó a Chile en 1811, durante la Presi- 
dencia del jeneral don José Miguel Carrera. 

Mas tarde, cuando la patria era ya una nacionalidad próspe- 
ra, un diplomático norte-americano, Mr. Nelson, fué también 
un amigo decidido i entusiasta de Chile. 



— 285 — 

Numerosos hijos de la gran República han fundado su hogar 
i una familia bajo nuestro cielo, contribuyendo al bienestar i 
al desarrollo del país. 



II 



SI mas brillante e ilustre de los norte-americanos que se 
asociaron a la causa de la revolución emancipadora de Chile, 
fué el benemérito marino don Carlos Guillermo Wooster, des- 
cendiente de una raza de soldados de la campaña de indepen- 
dencia de Estados Unidos. 

Provenia del célebre jeneral David Wooster que sucumbió 
como un héroe en la] batalla de Danbury, en pleno vigor de 
ancianidad. 

Los guerreros norte-americanos son robustos como los robles 
de sus bosques seculares. 

Así lo han demostrado en todas sus guerras memorables, 
desde Washington a Boosevelt. 

Carlos Guillermo Wooster nació en New Ha ven, en el Estado 
de Connecticut, en 1780, manifestando desde su mas corta 
edad «inclinación viva temprana por la mar», según la pinto- 
resca espresion del historiador nacional i americano don Ben- 
jamín Vicuña Mackenna. 

A la edad de 1 1 años navegaba ya en las costas de su país 
natal i poco después en los mares interiores de uno i otro 
continente, primero como grumete i mas tarde como piloto, 
armador i naviero. 

De esta suerte hizo su aprendizaje en el océano hasta hacerse 
una carrera de marino i llegar a encontrarse con el grado de 
capitán de un buque armado en guerra al empezar la contien- 
da de 1812 entre Estados Unidos e Inglaterra. 

Comenzó con fortuna su campaña marítima en el velero 
bergantín Saratoga, haciendo cruceros en el Atlántico, persi- 
guiendo los navios británicos i regresando siempre a los puer- 
tos de la Union trayendo valiosas presas que hacia al tráfico 
ingles como corsario patriota. 



— 286 — 



m 



El ilustre historiador don Benjamín Vicuña Mackenna, na- 
rra de modo atrayente, la vida ajitada del esclarecido marino 
norte-americano, en un capítulo, verdaderamente interesante, 
de la Galería Nacional de Hombres Célebres de Chile. 

Reproducimos las pajinas mas sintéticas de ese estudio 
histórico como una glorificación tardía, pero justiciera, del bra- 
vo marino; 

cTan próspera f uéle la fortuna en eBtas empresas, que al ce- 
rrarse las hostilidades, el capitán Wooster se encontraba dueño 
de una hermosa fortuna i desempeñando el importante cargo 
de capitán de puerto de la bahía de Nueva York, dotado con 
una renta de seis mil pesos i condecorado ademas con el título 
de coronel. 

»La posesión de una esposa joven i hermosa que él amaba 
con locura i que acababa de darle un hijo (hoi dia un distin- 
guido oficial del ejército de Estados Unidos) completaba el cua- 
dro de su felicidad. 

» Vínole empero, el dolor súbito i cruel de donde menos 
acaso lo aguardaba. Perdió casi repentinamente a su esposa, 
i su corazón se enlutó con una melancolía tan tenaz i profun- 
da, que se vio obligado a tomar una resolución suprema por 
el consejo de sus amigos i de su desesperación a la vez. 

i Reunió toda su fortuna, compró un bergantín que denominó 
Columbas, armóle en guerra, surtióle de un cargamento de 
fusiles, i confiando la cuna de su hijo al amor i cuidado de los 
suyos, se hizo a la vela para las costas de Chile en los prime- 
ros meses de 1817. 

»E1 brillante i malogrado historiador que con unas cuantas 
plumadas certeras i deslumbradoras, ha trazado el cuadro ver- 
daderamente grandioso de los hechos de nuestra primera ar- 
mada, nos dice que en esta empresa del capitán Wooster influ- 
yó poderosamente la misión que en aquella época desempeñaba 
en Estados Unidos el jeneral Carrera; pero otros cronistas atri- 
buyen al ministro arjentino Aguirre el mérito de haber envia- 
do a Chile este oportuno auxilio. 



— 287 — 

»E1 Columbas ancló en Valparaíso por el mes de julio o 
agosto de 1817, precisamente en los dias que se hacían esfuer- 
zos sobrehumanos para improvisar una escuadrilla con que 
sorprender al convoi español que había doblado el Cabo de 
Hornos con dirección al Callao, trayendo refuerzos de tro- 
pa de la península. 

Su capitán fué recibido en consecuencia con la distinción de 
un huésped tan importante como oportuno; e hízose un arreglo 
^ con el gobierno, tanto por el cargamento de armas como por 

el buque que fué comprado en treinta i tres mil pesos, reci- 
biendo Wooster el grado de capitán de fragata de la marina 
chilena. 

>Con esta graduación, el capitán Wooster alzó su enseña a 
bordo de la fragata Lautaro, de cuarenta i seis cañones, el 10 
de octubre de 1817. Su antiguo buque, que montaba veinti- 
ocho cañones, recibió el nombre de Araucano, i su mando se 
confió a otro oficial de los que eu esos momentos acudían en 
todas direcciones a nuestro servicio. 

>E1 estreno de nuestras naves en el mar fué verdaderamente 
magnífico. Aquellos viejos pontones, el San Martín i la Lauta- 
ro, que se habían trasformado en navios i fragatas de guerra, 
manejados por manos robustas fueron a caer a velas desple- 
gadas sobre los costados de la fragata María Isabel, orgullo de 
la armada española, en la rada de Talcahuano; i cuando la bi- 
soña escuadrilla regresó a su surjidero de Valparaíso, arrastra- 
ba en pos nueve velas que habia hecho prisioneras! 

>E1 capitán Wooster montaba la María Isabel en aquel bello 
dia de Chile, i habia merecido este honor eñ el instante del 
combate. 

» Sucedió, empero, que llegaba a nuestras costas en esos mo- 
mentos el famoso Lord Cochrane, cual si hubiera aguardado 
se le hiciese por nuestros jóvenes marinos aquel recibimiento 
digno de su fama, i al punto tomó el mando de la escuadra. 

t Pero el arrogante corsario americano que cifraba su orgullo 
) en contar las banderas inglesas que habia apresado en sus cru- 

ceros, no podia someterse a servir bajo las órdenes de un terco, 
aunque ilustre oficial británico. 

> Wooster hizo, pues, su renuncia en manos de Lord Cochra- 



I 

r 



— 288 — 

ne, i no volvió al servicio durante los tres años que aquel man- 
dó nuestra flota. El valiente i malogrado almirante Guise fué, 
sin embargo, el digno sucesor de Wooster en el mando de la 
Lautaro. 

» Durante los años corridos desde 1818 a 1822, Wooster vi- 
vió consagrado a especulaciones de mar como la pesca de la 
ballena i otras empresas ariesgadas, en las que perdió el fruto 
de la venta de su buque i de la parte de presa que le habia to- 
cado en el convoi español. 

>Con la retirada de Lord Cochrane volvió de nuevo al ser- 
vicio el capitán Wooster en 1822, tomando otra vez el mando 
de la Lautaro con el grado de capitán de navio. En esta cali- 
dad condujo a su bordo la espedicion pacificadora con que el 
coronel Beauchef volvió a recuperar la provincia de Valdivia 
en el invierno de aquel año. 

>Hizo en seguida la campaña, o mas bien dicho, el crucero 
del Perú en 1823, i tomó una parte principal en la primera i 
malograda campaña de Chiloé, siempre al mando de la Lau- 
taro. 

> Aconteció, sin embargo, por aquella época que un hermoso 
bergantín de la marina española llamada el Aquilea, digno de su 
nombre por sus cualidades de guerra, se sublevó en alta mar i 
se entregó a los patriotas en Valparaíso el 23 de junio de 
1825. 

>E1 capitán Wooster fué trasladado en el acto a esta linda 
presa que debía tener mas tarde una triste celebridad. A bor- 
do de este buque flameaba el gallardete del almirante el dia en 
que nuetra escuadra forzó la entrada del puerto de San Carlos 
en la segunda campaña de Chiloé, aunque el verdadero jefe de 
la escuadra, el ilustre jeneral Blanco Encalada, montaba la 
O'Higgins, que era la capitana. 

»E1 año 1826, libertado el archipiélago i rendidos los casti- 
llos del Callao, la escuadra de Chile que se habia conquistado 
tan alto renombre, quedó reducida a solo el bergantín Aquüe$ % 
siendo vendido el resto al gobierno de Buenos Aires, ocupado 
entonces de medirse con el Brasil en las costas del Atlán- 
tico. 

»En esta época Wooster desempeñó diversas comisiones de 



* ■ — v 



— 239 — 

algún interés en nuestro litoral, como la conducción de las tro- 
pas qne al mando del coronel Aldunate pacificaron a Chiloó en 
1826, i el trasporte del jeneral Santa Cruz a Bolivia, de cuyo pais 
había sido hecho este presidente mientras residia en Chile en 
calidad de ministro plenipotenciario. El capitán Wooster debió 
al ostentoso hijo de la inca Guarina espléndidos regalos por 
este servicio. 

»Por aquel entonces premióle también el Oobierno de la 
República confiriéndole el grado de contra-almirante, empleo 
que en realidad desempeñaba desde muí atrás, pues era el 
único jefe que mandaba los buques de nuestra marina de 
guerra. 

»La discordia civil que mas tarde sobrevino envolvióle en 
breve i de tal suerte que sus contrastes fueron los mas recios ¡ 
loe mas frecuentes durante aquellos tristes conflictos. La pose 
sion del Aquiles se hizo, en efecto, de una importancia casi deci- 
siva para los bandos contendientes, por cuanto era el único bu- 
que capaz de abrir o interceptar la comunicación de la mar para 
las operaciones militares. Esto dio lugar a una serie de moti- 
nes en la tripulación del buque que su capitán reprimía con 
inexorable rigor, haciendo muchas veces la justicia por su 
propia mano, como es lícito en la mar, pues en una ocasión 
derribó de un balazo a un tambor que tocaba llamada a los 
sublevados sobre la cubierta del buque, i en otra vez entró a 
la bahía de Valparaíso llevando colgados de las vergas los 
cadáveres de dos de los rebeldes que habían capitaneado una 
intentona. Era en esta parte tan severa la disciplina del con- 
tra-almirante Wooster, que una viajera inglesa, Mtrs. Grabam, 
cuenta como entre chanza i elojio, que en una noche oscura 
consintió al centinela del buque tirase sobre el bote que él 
misino montaba, habiendo olvidado responder al ¿ Quién vive? 

»A1 fin el Aquiles tuvo que arriar su bandera ante la fuerza 
de la facción triunfante, capitulando en Coquimbo por el in- 
flujo del Presidente Vicuña que habia sido conducido a su 
bordo a aquel puerto i acababa de ser hecho prisionero. El 
contra-almirante Wooster, que hubiera preferido quemar toda 
la pólvora de su Santa Bárbara contra la plaza o contra sí 
mismo, se retiró a Valparaíso mal de su grado, i habiendo 



— 240 — 

rehusado reconocer al gobierno revolucionario que acababa de 
instalarse, fué dado de baja i privado hasta de los emolumentos 
que por sus sueldos i parte de presa le adeudaba el Fisco. 

'Desde entonces el desgraciado Wooster arrastró una vida 
trabajosa e infeliz, a la que sirvió de leve pausa un viaje que 
emprendió a su tierra natal el año de 1835, merced a un 
abono de seis mil pesos que por via de transacción le otorgó 
el Gobierno. 

»De regreso a Chile, dos años mas tarde, el pobre marino 
no tuvo mas sosten que la amistad de un leal amigo en cuya 
familia tenia el rango de un respetable decano, hasta que en- 
volviendo a aquél las mismas desgracias políticas i privadas 
que le habían perseguido, fuéles preciso separarse. 

»El contralmirante Wooster se dirijió entonces a California, 
como sobrecargo de un buque que llevaba una especulación 
de harinas. Encontrábase recientemente en aquel pais el año 
de 1848 cuando se descubrió el oro, i por un momento son- 
rióle la suerte con sueños de opulencia i de descanso, pues se 
hizo uno de los mas fuertes propietarios de terrenos en el 
puerto de San Francisco. 

»La muerte vino, sin embargo, a cerrar sus ojos cuando 
lucia el primer albor de aquel horizonte que le auguraba paz 
i ventura en su ancianidad, pereciendo víctima de las priva- 
ciones i enfermedades del clima de aquel pais el año de 1849, 
cuando él rayaba ya en los setenta de su edad. 

»E1 'último pensamiento de este benemérito veterano de 
nuestras naves fué un voto uor Chile. Pidió en su testamento 
que sus restos fueran cubiertos con una mortaja militar for- 
mada de los pabellones entrelazados de la Union del Norte i 
de Chile, como uu símbolo de su amor por estas dos patrias 
de sus servicios i de su gloria... Veíanse, sin embargo, en 
aquella época en las vidrieras de una joyería de San Francisco 
de California algunas alhajas que tenían los colores de Chile. 
Eran las medallas de Chiloé i de la Lejion de Mérito que el 
contra-almirante chileno don Carlos Wooster habia dado en 
prenda para comer el último i amargo pan del dolor en la 
ingratitud i de la miseria en la proscripción 1... 

»Tal fué el contralmirante Wooster, cuyo nombre parecerá 



1 



— 241 — 

una sorpresa a nuestros contemporáneos i cuya carrera habría 
sido llamada tal vez una impostura algunos afioe mas tarde, 
cuando la cuenta del olvido i de la ingratitud hubiérase ido 
perdiéndose al pasar de una jeneracion a otra. No fué un hom- 
bre esclarecido en aquel punto en que la inmortalidad se 
adhiere a nuestros hechos i los coloca en una cima deslumbra- 
dora a la que todas las miradas del mas alto i del mas humilde 
alcanzan i se fascinan. Pero, cumplió noblemente su deber, i 
sus importautes i continuados servicios a Chile hacen su figura 
bastante hermosa para no deslucir estas pajinas consagradas a 
la gloria. 

»Como hombre de mar, el contra-almirante Wooster casi no 
puede compararse a ninguno de los jefes estranjeros que man- 
daron nuestros buques, si esceptuamos a Lord Cochrane. Sus 
buques, bus tripulaciones, la disciplina de éstas, el aparejo de 
aquéllos, es lo mas sobresaliente que tuvo nuestra marina, i 
en verdad, el método introducido por él sirvió como de pri- 
mera escuela a nuestros marinos, que harto poco aprovecha- 
ron, sin embargo, por desgracia. Como hombre privado, el 
señor Wooster era, aparte la ruda corteza de su profesión estam- 
pada bruscamente en sus modales, un excelente caballero i un 
leal amigo. Los que solo vimos sus canas i las arrugas de su 
vejez i de su dolor, le conservamos uu simpático respeto; los 
que le trataron con intimidad en la vida guardan de él una 
memoria tierna i afectuosa. Chile solo le ha debido hasta aquí 
eu desden i su olvido!» 



IV 



En los capítulos de este libro hemos querido borrar esa nota 
siempre plañidera del olvido i de la ingratitud en que se dejan 
los supremos i nobles servicios hechos a la patria en dias de 
angustias i aspiraciones infinitas. 

La música tierna i vibrante trae a la memoria lejanos recuer- 
dos que entristecen el alma i cubren de lágrimas los ojos, por 
mas que la alegría sea el sol i el encanto de la vida. 

Así la historia cubre de sombras el espíritu con recuerdos 
16 



— 242 — 

de infortunios, cuando se recorren las pajinas de ese libro 
eterno de los sacrificios humanos. 

Nosotros hemos querido rememorar acciones hermosas para 
enaltecer el patriotismo i dulcificar los grandes dolores que la 
patria ha soportado para engrandecerse. 

Cada héroe de su historia es un glorioso antecesor de sus 
progresos conquistados por el talento, la voluntad i la intre- 
pidez de los hijos de sus jeneraciones pasadas i su nombre, 
que fué en un tiempo grata esperanza, debe ser hoi i en toda 
época melodioso eco de una edad heroica que fortalece a los 
herederos de su gloria. 

Así no vibrará en el oido de los futuros luchadores de nues- 
tro país, ese desconsolador pensamiento del desconocimiento 
de sus afanes ni de los que realizaros sus antepasados para 
enseñarles el camino del esfuerzo propio i del triunfó alcan- 
zado sobre todos los obstáculos que oponen la desgracia, el 
destino o la derrota a los mas jenerosos esfuerzos. 

Que sirva este ejemplo de enseñanza ennoblecedora para 
perseverar en el bien humano i en el prestijio i la victoria de 
la patria 

La justicia se jenera, al fin, a través de las edades, por el 
convencimiento de la verdad i de la ternura que despierta en 
los corazones la tradición lejendaria de los heroísmos inmor- 
tales. 




Jonoral da Brigada 

Don Jerónimo Espejo 




Jen eral de Brigada 

Bou Jerónimo Espejo 



Autor de la obra histórica cEl Paso de los Andes 



De los guerreros arjentinos de la independencia que vinieron 
a restaurar a Chile de la reconquista española, en el ejército de 
los Andes, el jeneral don Jerónimo Espejo fué uno de los mas 
ilustres después del eminente caudillo don José de San Martin. 

Educado científicamente para la carrera de injeniero militar 
como cadete en la escuela superior de guerra de Buenos Aires, 
era un oficial de cultura considerable del ejército organizado 
en Mendoza. 

Destinado al arma de artillería, pudo dedicarse, desde joven, 
al estudio de la historia militar de su patria i sud-americana. 

Aparte de sus cualidades verdaderamente notables de solda- 
do, su rasgo provinieote fué el de historiador del ejército ar- 
jentino i sud-americano. 

En este orden intelectual el jeneral Espejo debe ser consi- 
derado como un historiador militar ilustre, en el mas alto con- 
cepto de la palabra, del Plata i de América. 



— 244 — 

A este título queremos consagrarle este capítulo de confra- 
ternidad i de justiciero homenaje a su nombre i a su memoria. 

El jeneral Espejo, escribió i publicó diversos trabajos de 
historia militar arjentina i sud-americana, que aquilatan su 
espíritu observador i estudioso i que sirven de base para for- 
marse juicio sobre guerreros i acontecimientos de su época. 

Describe en ellos sucesos militares en que él fué actor i ser- 
vicios de campañas de algunos de sus contenporáneos. 

Podemos citar las obras Biguentes:* Entrevista en Guayaquil 
de Bolívar i de San Martin; El coronel Juan Pascual Pringles i 
la mas notable de todas El Paso de la Andes, crónica histórica 
de las operaciones del ejército de los Andes para la restauración 
de Chile en 1817. 

Esta obra, ampliamente documentada, reviste el carácter de 
una memoria militar, por cuanto el jeneral Espejo fué compa- 
ñero de armas de San Martin i pudo tener a la mano el archi- 
vo orijinal i completo del ejército de los Andes. 



II 



El jeneral Espejo describe en la introducción de su obra El 
Paso de los Andes, su inclinación a los estudios históricos i su 
carrera de soldado, a la vez que los trabajos que compuso i el 
objetivo principal de sus libros. 

He aquí sus propias declaraciones, que son como sus me- 
morias íntimas: 

t Desde los primeros tiempos de mi entrada al servicio mili- 
tar, 1815-16, tuve una inclinación intuitiva a la crónica de las 
ocurrencias de la carrera que habia adoptado como oficio, incli- 
nación que fué desarrollándose por grados, cuanto mas estraor- 
dinarios eran los sucesos que se ofrecían a mi individualidad 
inexperta. Me propuse llevar un diario personal de lo concer- 
niente al servicio i en especial de lo que presenciara o llegase 
a mí noticia acerca de la situación del ejército i sus operaciones. 
Este diario lo seguí por mas de un año con perseverancia. 
Los jefes de mi cuerpo lo vieron, i si se divirtieron con algunas 
minuciosidades de detalle, no dejaron por eso de animarme a 



— 245 — 

su continuación. Mas, desgraciadamente este trabajo se perdió, 
con mi pequeño equipaje, la noche del 19 de marzo de 1818 
en Cancha Rayada, cuyo centraste i otras ocurrencias que si- 
guieron después de la batana de Maipo, me desalentaron hasta 
cierto punto, pero algo mas tarde volví a recomenzar mi des- 
graciada tarea. 

>El jeneral San Martin tuvo también noticia de ese trabajo, 
pues una vez me llamó para pedirme esplicaciones. Se las di 
con los pormenores que la prudencia i el respeto me imponían 
i quiza de ahí resultó que se me nombrara después tercer ayu- 
dante del Estado Mayor del Ejército espedicionario al Perú, con 
el encargo especial que se me encomeudara el Diario de operacio- 
nes. Me consagré con placer i dedicación a su desempeño, que tan 
en armonía estaba con mis inclinaciones. De cuando en ciando 
el mismo jeneral lo revisaba quitando o añadiendo asuutos o 
detalles, i después de depurado así lo trasladaba en limpio al 
Libro de Anales del Estado Mayor, reservando el borrador para 
mí. Conservé este libro con la estimación de un verdadero teso- 
ro, i cuando en 1824 me vi forzado a restituirme del Perú al 
suelo patrio, lo traje acompañado de un sinnúmero de papeles 
históricos de esa memorable época que para mí terminaba. 

>En 1827 fui de los primeros que compusieron el ejército 
que espedicionó sobre el Brasil, i al regreso de 1828 por con- 
secuencia del tratado preliminar de paz, enriquecí mi archivo 
con boletines, proclamas i otros papeles de esa nueva campaña. 

»Mas en 1829 fué tan escepcional la situación política que 
asumieron las provincias, que, por evitar complicaciones, soli- 
cité i obtuve del Gobierno una licencia para pasar a mi pais 
natal. Al verificar mi viaje en noviembre de 1829, deposité mi 
equipaje (que lo formaban dos baúles de ropa, algunos mue- 
bles de uso, i cuatro cajones de libros i papeles, entre los que 
se encontraba el Diario referido), en una casa de toda con- 
fianza en que lo consideraba bien seguro. En mi marcha me 
fué forzoso tocar en la ciudad de Córdoba, donde sin poder 
evitarlo, me vi envuelto en una cadena de peripecias que seria 
inconducente referir, i como lo había temido en un principio, 
los dos últimos eslabones de ella fueron el contraste de La 
Cindadela i la proscripción en 1831. 



— 246 — 

»En los primeros años de mi errante peregrinación por Boli- 
yia i el Perú, el pensamiento que me angustiaba era el de acer- 
tar a elejir una ocupación, que al; p»eo que asegurase mi sub- 
sistencia me salvaría de ser gravoáo a alguien o de desdorar el 
nombre. Pero, por fortuna un compatriota minero del Cerro 
de Pasco me proporcionó un destino, que en tal situación me 
ofrecía estabilidad, i mas que todo, me ponia a cubierto de even- 
tualidades. Así fué que, desde que quedó definida mi posición i 
recuperada la tranquilidad de mi espíritu, no tardó en renacer 
mi inclinación innata. Como la materia histórica era para mí 
una entretención tan agradable como útil, volví a recomenzar 
mis apuntes en los ratos desocupados, pero en esta vez libra- 
dos puramente a los recuerdos de mi memoria, que no pocas 
veces me infundieron dudas en algunos puntos, desde que ca- 
recía de una guia fidedigna. En este estado me encontraba, 
cuando el dia menos pensado recibí carta del apoderado que 
nombré a mi salida de Buenos Aires, reducida a noticiarme, que 
el equipaje que habia dejado en la casa consabida, habia sido 
violentamente sustraído so protesto de bienes de salvaje unita- 
rio. Esta noticia me causó una impresión inesplicable. El re- 
cuerdo de mi Diario, objeto para mí de inestimable mérito, 
fué como un golpe eléctrico que me desconcertó. Muchos dias 
pasaron sin hallar conformidad para tan irreparable pérdida. 
El tiempo solo i la reflexión, que por lo jeneral enjendran re- 
signación en los sacudimientos estraordinarios, me persuadie- 
ron por fin de ser un hecho consumado i sin remedio posible. 
Me resolví, en conscuencia, a esforzarme en reconstruir el libro 
perdido. 

» Proseguí, pues, mis apuntes, concentrándolos a la campaña 
del Perú i consagrándoles la mas decidida voluntad. Fué mi 
mejor auxiliar la colección oficial que el doctor Quiros, habia 
publicado en Lima en 1831, así como algunos otros documentos 
i publicaciones contempo raneas, pues no faltan compatriotas 
curiosos también por allá. Con estos antecedentes regresé 
del Perú a la patria en 1853, i solícito como siempre por enri- 
quecerlos, en los diez años subsiguentes logré acrecentarlos 
con una copiosa colección de libros, entre ellos La Gaceta de 
Buenos Aires desde 1810, periódicos de los primeros años de 



— 247 — 

la revolución, i diversos otros papeles de menor ínteres de esta 
primera época. Pero la sucesión de destinos públicos con que 
fní honrado desde que regresé de la proscripción, fué el mas po- 
deroso entre los obstáculos que entorpecian mi pensamiento. 
Sin tiempo ni tranquilidad para meditar, ¿cómo realizar una 
obra que aun para capacidades privilegiadas no es accequible 
sin esas condiciones? En la imposibilidad, pues, de vencer esta 
contrariedad i el vivo deseo de que no quedasen en la oscuridad 
tantos detalles i minuciosidades como siempre acompañan a 
los grandes sucesos, tan 'dignos como ignorados, por otra par- 
te, d* nuestros compatriotas; i lo que era aun mas, verme en 
el último tercio de la vida, i que descendiendo al sepulcro se 
sepultarían conmigo tantas incidencias que nadie ba escrito, 
cuando los mas prolijos estudios son impotentes para imajinár- 
8elas desde que solo existen en la cabeza de los testigos presen- 
ciales i éstas i otras reflexiones por el estilo me sobrecojian. 
Ellas i la falta de tiempo para contraerme a un trabajo largo 
i formal como el que me habia propuesto, me indujeron a 
correjir o mejorar los episodios mas interesantes entre los que 
traía escritos del Perú, i de aquí sucesivamente se han visto: 

En 1861, Refleceiones sobre el asesinato de Monte agudo. 

En 1863, Un Episodio de la Batalla de Maipo. 

En 1863, La Campaña del Jeneral Alvar ado a Intermedios. 

En 1865, La Sublevación de la Guarnición del Callao en 1824 

En 1866, La Primera Campaña del Jeneral Arenales ala Sierra. 

En 1867, La Éspedicion de San Martin a Libertar al Perú. 

En 1871, Datos Históricos Biográficos del coronel Pringles. 

En 1873, Entrevista de San Martin i Bolívar en Guayaquil.* 

»¿ Lograrán estas esplícaciones satisfacer la curiosidad enun- 
ciada o se harán necesarias otras nuevas? Llegué a persuadirme 
que no, í en tal concepto, perseguiré los puntos de la adver- 
tencia. 

» Muchos publicistas se han ocupado antes que yo de El Paso 
de Los Andes, pero, mas como incidencia indispensable a des- 
cripciones históricas con diversos propósitos. En este sentido 
creo que han hecho uso de los datos escritos de ese lejano en- 
tonces, sin investigar el grado de fe que mereciesen algunos 
menudos accidentes, que no poco influyen a veces en el crite- 



— 248 — 

rio de hechos de ese jénero. I bien puede decirse sin ofensa de 
ninguno, que inocentemente han ido copiándose unos a otros» 
sin fijarse en que, si los primeros aceptaron una aseveración no 
bien definida, han contribuido indeliberadamente a legar a la 
posterioridad un error con el barniz de verdad histórica. Sien- 
do de advertir ademas, que por mi parte no estraño la propa- 
gación de esta clase de deslices, desde que quizá ha concurrido 
en gran manera el deseo del jeneral San Martin sin esplicar 
sino uno que otro de sus actos o pensamientos, i lo que no es 
menos, sin prestar consentimiento a sus mismos confidentes o 
adeptos, que los esplican, como bien pudieron haberlo hecha 
sin que se ofendiera su amor propio o su modestia. 

» Henos aquí, pues, a los que deseamos aclarar algunos de 
esos puntos oscuros, no ya en holocausto a su inmortal fama 
sino en favor de la historia, buscando pelillos como suele de- 
cirse, para tan delicada tarea, por cuanto la regla predominante 
en el ánimo del jeneral fué, i en una vez asilo dijo bajo su fir- 
ma, que los hechos serian la mejor respuesta de sus actos. 

»Es en esta línea que sin rival se presentan los relatos de los 
actores mismos, i es en ella también que los nuevos escritores in- 
terrogan al pasado, anhelosos de las semblanzas aualójicas que 
les encaminen a un correcto juicio. La jeneracion que empieza 
i las que le sigan desearán no menos ver lleno ese vacío o es- 
pl i cadas ciertas discordancias, que así como yo las he notado 
otros también pueden notarlas, en particular cuando cotejen al- 
gunos períodos de documentos oficiales, con versiones que se 
han hecho i hacen de esa pretérita época». 

El Paso de los Andes, que comienza con un estudio analítico 
i biográfico de la vida del jeneral San Martin, comprende la 
historia completa de la organización del ejército unido en Men- 
doza, que el llama c creación del ejército» i la descripción de la 
apertura de la campaña, de la batalla de Chacabuco i la entrada 
a la capital de Chile. 

Ademas consta de un apéndice en que se refiere al ejército 
unido, a la bandera i la campaña de los Andes, al primer man- 
datario de Chile i a los sables de los Granaderos. 

Esta obra, por su ostensión i especificación de materias es 



— 249 — 

una valiosa historia política i militar de Chile i de la República 
Arjentina en aquel período. 

El jeneral Espejo comenta i relata en este interesante libro 
los sucesos que rememora, conforme a sus recuerdos i apuntes 
personales, sin olvidar los documentos de su archivo i los per- 
tenecientes al archivo oñcial del ejército, a la vez que cita a los 
propios jefes militares superiores e historiadores de ambos 
países. 

ni 

El jeneral Espejo nació en la ciudad de Mendoza el 30 de 
setiembre de 1801 i se educó, para la carrera de injeniero mili- 
tar, en la Escuela de Cadetes de Buenos Aires en 1815. 

Ingresó eu el ejército en 1816, en calidad de cadete de inje- 
nieros. 

Con el grado de teniente de artillería, se incorporó en el 
ejército de los Andes i contribuyó a su organización. 

Emprendió la campaña de la restauración de Chile el 19 de 
enero de 1817, encontrándose en la gloriosa batalla de Chaca- 
buco el 12 de febrero de aquel año memorable, por cuya acción 
de guerra fué condecorado por el gobierno de Buenos Aires. 

Concurió a la campaña del Sur de Chile, en persecución del 
ejército realista derrotado en Chacabuco, bajo las órdenes del 
Director Supremo djon Bernardo O'Higgins. 

Asistió al sitio de Talcahuano, donde se refujiaron las tropas 
españolas. 

Se encontró en la sorpresa de Cancha Rayada, el 19 de 
marzo de 1818, replegándose con el ejército chileno al campa- 
mento jeneral del Conventillo, en los alrededores de Santiago. 

Se batió heroicamente en la batalla de Maipo, recibiendo las 
condecoraciones correspondientes de los gobiernos de Chile i 
de la República Arjentina. 

En 1820 emprendió la campaña libertadora del Perú, a las 
órdenes del jeneral San Martin, con el grado de tercer ayudante 
del Estado Mayor Jeneral. 

Tuvo en esa campaña la comisión secreta del jeneral San 



— 2fi0 — 

Martin, de confeccionar estados especiales del ejército expedi- 
cionario, aumentando su dotación, con el objeto de engañar al 
Virrei Pezuela, a cuyas manos se hacian llegar sigilosamente. 

El 9 de julio de 1821, entró a la ciudad de Lima como parla- 
mentario del ejército libertador con pliegos para el marques de 
Montemira, que quedó como gobernador de la ciudad en la 
fuga del virrei don José de Laserna. 

Asistió al sitio del Callao, a las órdenes del jeneral Las Heras, 
habiendo penetrado en los castillos de la ciudad dos veces como 
parlamentario, con instrucciones reservadas. 

Le correspondió una parte honrosa en el asalto de la plaza, 
el 14 de agosto de 1821, como ayudante del jeneral don 
Eurique Martínez llegando hasta el puente levadizo del Castillo 
Real Felipe. 

Fué condecorado por el Protector del Perú con medalla de 
oro en ese mismo año por sus acciones de guerra en el ejército 
libertador. 

He aquí el honroso decreto por el cual el jeneral San Martin 
le confirió la medalla de la orden del Sol, del Perú: 

cPor cuanto el capitán graduado de artillería de los Andes 
don Jerónimo Espejo, ha tenido una parte mui distinguida en 
la gloriosa empresa de libertar al Perú, contribuyendo directa- 
mente a llenar las esperanzas de los pueblos oprimidos; por 
tanto, he tenido a bien nombrarle benemérito de la orden 
del Sol, i le declaro acreedor al reconocimiento de la Patria i de 
la posteridad.» 

En 1822 fué enviado por el Protector del Perú en comisión 
reservada a Guayaquil, siendo portador de 25,000 pesos fuertes, 
para reparar los buques tomados a los españoles, Prueba i 
Venganea, rendidos por el crucero Rosa de los Andes que 
comandaba el bravo Illingworth. 

A su regreso emprendió la espedicion llamada de Interme- 
dios, para operar¡en el territorio del Perú, al mando del jeneral 
Alvarado. 

Se encontró en la acción de Caíame, en 1823, en la que fué 
derrotado el brigadier español don Jerónimo Valdes. 

Asimismo concurrió a la desastrosa acción de Torata, en las 
inmediaciones de Moquegua. 



— 251 — 

Del mismo modo 86 encontró en la no menos infortunada 
batalla de Moquegua, ganada por el jeneral español don José 
de Canterac. 

A mediados de 1823, acompañó al mariscal Sucre en el sitio 
del Callao, regresando a Lima con el jeneral Necochea. 

Habiendo ofrecido sus servicios al libertador Bolívar, no ob- 
tuvo colocación en el ejército. 

Regresó a Buenos Aires en 1825, siendo nombrado ayudante 
de Estado Mayor del Ejército en campaña del Uruguai. 

En la República Arjentina se encontró en diversas e impor- 
tantes acciones de guerra, distinguiéndose en la batalla de 
Itazaingo en 1827 i en la batalla de la Ciudadela de Tucuman 
en 1831. 

Desterrado por el Dictador Rozas, se refujió en Bolivia, in- 
gresando en el ejército del jeneral Santa Cruz. 

Volvió a su patria en 1853, con motivo de haber sido derro- 
cado Rozas ''por el jeneral Urquiza, en la batalla de Monte- 
Caseros. 

En 1854, fué elejido Senador por la provincia de Mendoza. 

Mas tarde desempeñó diversos i honrosos puestos adminis- 
trativos i en 1858, fué oñcial mayor del Ministerio de Guerra i 
Marina. 

En 1860, fué nombrado ayudante jeneral de la Inspección 
del Ejército i desempeñó, accidentalmente, el puesto de Mi- 
nistro de Guerra i Marina, siendo Inspector jeneral del Ejército. 

En 1868, fué nombrado subsecretario del Ministerio de Gue- 
rra i Marina. 

En 1870, fué inscrito en el rejistro formado con la denomi- 
nación de Cuerpo de Guerreros de la Independencia, en el 
cual pasaba revista en sus últimos años como gloriosa reliquia 
de la revolución emancipadora. 

El jeneral Espejo se conservó hasta su mas avanzada ancia- 
nidad. 

Ha fallecido en Buenos Aires en 1889, siendo su memoria 
enaltecida en la prensa de aquella época. 

El Sud- Americano le consagró una pajina honrosa a su re- 
cuerdo, ilustrando su portada con su retrato, representándolo 
*n sus venerables postreros dias. 



— 252 — 



Su figura histórica i militar es una de las mas hermosas 
gloriosas de la América del Sur. 



HOJA DE SERVICIOS 

El coronel de artillería don Jerónimo Espejo, nació el 30 de 
setiembre de 1801. Su país, la ciudad de Mendoza. Su salud 
deteriorada. Sus servicios i circunstancias los que se espresan: 

TIEMPO EN QUE EMPEZÓ A SERVIR LOS EMPLEOS 

1.° de noviembre de 1816. Cadete de injenieros. 

13 de diciembre de 1817. Subteniente de artillería. 
15 de abril de 1818. Grado de teniente 2.° 

14 de febrero de 1820. Teniente 2.° efectivo. 

19 de junio de 1820. Tercer ayudante del Estado Mayor Je- 
neral. 

l.o de julio de 1821. Teniente 1.° 

25 de octubre de 1821. Grado de capitán. 

15 de marzo de 1823. Grado de sarjento mayor. 

25 de julio de 1823. Ayudante mayor. 

9 de julio de 1825. ¡Segundo ayudante del Estado Mayor 
Jeneral. 

12 de agosto de 1825. Capitán efectivo. 

26 de octubre de 1826. Primer ayudante del Estado Mayor 
Jeneral. 

20 de febrero de 1827. Grado de teniente coronel. 
12 de junio de 1828. Sarjento mayor efectivo. 

26 de agosto de 1829. Teniente coronel efectivo. 
1.° de mayo de 1831. Grado de coronel. 
4 de julio de 1854. Coronel efectivo. 

TIEMPO QUE HA SERVIDO EN CADA EMPLEO 

De cadete, 1 año, 1 mes, 12 dias. 

De subteniente, 2 años, 2 meses, 1 dia. 

De teniente 2.°, 1 año, 4 meses, 17 dias. 



— 258 — 

De teniente 1 .°, 2 años, 4 meses, 24 días. 

De ayudante mayor, 2 afios, 4 meses, 18 dias. 

De capitán, 2 años, 10 meses, 18 dias. 

De sarjen to mayor, 1 afío, 2 meses, 14 dias. 

De teniente coronel, 24 afios, 10 meses, 8 dias. 

De coronel, 15 afios, 10 meses, 26 dias. 

CUERPOS DONDE HA SERVIDO 

En el cuerpo de iujenieros del ejército de Los Andes, 1 año, 

1 mes, 12 dias. 

En el tercer batallón de artillería'del Ejército de Los Andes, 

2 afios, 6 meses, 6 dias. 

En el Estado Mayor Jeneral del Ejército de Los Andes, 5 
afios, 20 dias. 

En el Estado Mayor Jeneral del Ejército Republicano, 3 afios, 
9 meses, 8 dias. 

De jefe del Estado Mayor del Ejército del jeneral Lavalle, 7 
meses, 20 dias. 

De jefe del Estado Mayor del jeneral Paz, 1 afio, 4 meses, 
24 dias. 

De Ministro de Guerra del Supremo Jefe Militar, 25 dias. 

De jefe del Estado Mayor del Ejército del jeneral La Madrid, 
7 meses, 1 dia. 

Proscrito del suelo arjentino i asilado en Bolivia i Perú, 21 
afios, 1 mes, 2 dias. 

Vuelto de la proscricion i presentado al Gobierno, 1 afio, 22 
dias. 

De diputado a la Sala de Representantes de Mendoza, 3 me- 
ses, 4 dias. 

De Senador por Mendoza al Congreso Nacional, 2 afios, 3 
meses, 1 diá. 

De director de la Mesa Central de Estadística Nacional, 1 
afio, 6 meses, 27 dias. 

De oficial mayor del Ministerio de Guerra del Gobierno Na- 
cional, l afio, 11 meses, 29 dias. 

De ayudante jeneral de la Inspección Jeneral del Ejército, 
1 mes, 9 dias. 



* 

■> 



— 254 — 

De inspector i comandante jeneral de armas interino, 1 afio, 

7 meses, 11 dias. 

De receso del Gobierno Nacional del Paraná, 6 meses, 4 
dias. 
De comisario nacional para recibir los Archivos del Paraná, 

8 meses, 28 dias. 

De ayudante jeneral de la Inspección i Comandancia Jeneral 
de Armas en Buenos Aires, 4 años, 2 meses, 23 dias. 

En la Plana Mayor activa del Ejército, 7 meses, 6 dias. 

De jefe de la Oñcina de Pagos, 2 meses, 21 dias. 

De sub-secretario del Ministerio jde Guerra i Marina, 6 meses, 
6 dias. 

En el Cuerpo de Guerreros de la Independencia, 1 afio, 7 
meses, 21 dias. 

Total hasta el 1.° de junio de 1870, en que se hizo esta foja, 
53 años, 7 meses. 

CAMPABAS I ACCIONES DE GUERKA EN QUE SE HALLADO 

En la campaña de la Restauración de Chile, desde 19 de 
enero de 1817, que emprendió su marcha el Ejército de los 
Andes, al mando del Excmo. señor jeneral en jefe, Capitán Je- 
neral don José de San Martin. 

En la gloriosa batalla de Chacabuco, el 12 de febrero del mis- 
mo año 17, por la cual el Gobierno de las Provincias Unidas 
del Rio de la Plata le concedió la condecoración de una meda- 
lla de plata. 

En la campaña del sur de Chile, en persecución de los restos 
del ejército español, derrotado en Chacabuco, desde 1.° de ma- 
yo hasta 5 de noviembre de 1817, bajo las órdenes del Excmo. 
señor Director Supremo de la República de Chile, don Bernar- 
do O'Higgins. 

En el sitio de Talcahuano donde se atrincheraron los restos 
del ejército español, desde 7 de junio hasta 5 de noviembre del 
mismo año 17. 

En la acción de Cancha Rayada en la tarde del 19 de mar- 
zo de 1818, a la vista de la ciudad de Talca en la República de 
Chile. 



— 255 — 

En la sorpresa que el ejército unido de los Andes i Chile su- 
frió en la misma noche del 19 de marzo de 1818, i en su reti- 
rada hasta el campamento jeneral del Conventillo, a los subur- 
bios de la capital de Santiago de Chile. 

En la gloriosa batalla de Maipo, el 5 de abril del mismo año 
18, por la cual el Gobierno de las Provincias Unidas del Rio de 
la Plata le concedió la condecoración de un cordón de plata de 
honor, declarándole heroico defensor de la nación: i el Direc- 
tor Supremo del Estado de Chile le concedió una medalla de 
plata. 

Prestó el juramento de fidelidad a la Constitución política 
de las Provincias Unidas del Rio de la Plata, el 18 de julio de 
1819. 

Se embarcó en el puerto de Valparaíso con el Ejército Li- 
bertador del Perú, mandado por el Exorno, señor Capitán Je- 
neral don José de San Martin, el 20 de agosto de 1820, en la 
espedicion destinada a dar libertad al virreinato del Perú. 

Entre las combinaciones que el jeneral San Martin preparó 
con anticipación para el mejor éxito de su campaña al Perú, 
tina fué la de figurar estados mensuales de la fuerza de los 
cuerpos que componían el ejército espedicionario, aumentán- 
dola de un modo bien combinado, prudente i verosímil; los 
que, remitidos a la Corte de Lima i manejados diestramente 
por hábiles e intrépidos ajentes patriotas, produjeron aturdi- 
miento e indecisión en el virei Pezuela i en las operaciones del 
ejército realista: el teniente Espejo fué colaborador de este se- 
creto, por merecer la confianza del jeneral San Martin. 

En la toma de la capital de Lima la noche del 9 de julio de 
1821, entrando como parlamentario del Ejército Libertador con 
pliegos para el Excmo. señor Marqués de Montemira, que que- 
dó como gobernador de la ciudad, en la fuga del virrei don 
José de La Serna con el ejército real. 

En el sitio que el Ejército Libertador puso a las tropas espa- 
ñolas en las fortalezas del Callao de Lima, desde 10 de julio 
hasta el 24 de agosto del mismo año 21; en cuya ocasión el 
teniente Espejo fué enviado por dos veces a los castillos, como 
parlamentario del jeneral sitiador don Juan Gregorio de las 
Heras, con instrucciones reservadas. 



— 256 — 

En el asalto que por sorpresa intentó el Ejército Libertador 
a dichas fortalezas, a las 11 de la mañana del dia 14 de agosto 
del mismo año, en él iba el teniente Espejo como ayudante del 
jeneral del centro don Enrique Martínez, que llegó hasta la 
entrada del puente levadizo del portón principal del «Castillo 
Real Felipe», de donde ambos se retiraron sufriendo el fuego 
de los torreones, baluartes i cortinas, por haberse malogrado el 
ataque por un accidente ajeno al alcance del hombre. 

Por decreto del Supremo Protector del Perú fecha 15 de 
agosto del mismo año 21, se concedió una medalla de oro a los 
oficiales del Ejército Libertador, i el teniente Espejo disfruta 
de ella con el diploma correspondiente, el cual contiene los si- 
guientes honoríficos períodos: Por cuanto el teniente 2.° de ar- 
tillería don Jerónimo Espejo, ha pertenecido al Ejército Liber- 
tador del Perú i tenido parte en sus difíciles empresas i gloriosos 
sucesos, por tanto he venido en declararle acredor a la medalla 
i demás gracias que concede a los de su clase el decreto de 15 
de agosto de 1821, i le autorizo por el presente, para que pue- 
da usarla i recordar con orgullo a cuantos participen los bene- 
ficios de la independencia del Perú, que él tuvo la gloria de ser 
del Ejército Libertador. 

A la invasión del ejército español a la ciudad de Lima en 
setiembre de 1821, el teniente Espejo salió con el Ejército 
Libertador el dia 3 al llano de Mendoza frente a la Molina, i 
continuó su persecución hasta el paraje de Caballero el 25 del 
mismo mes. 

Fué declarado benemérito de la orden del Sol del Perú ins- 
tituida por ei Supremo Protector, con la condecoración de una 
medalla de oro i el tratamiento de Señoría, según los decretos 
de creación de la orden i los títulos respectivos, en cuyo testo 
se leen estos honorables conceptos: «Por cuanto el capitán gra- 
duado de artillería de los Andes don Jerónimo Espejo, ha te- 
nido una parte mui distinguida en la gloriosa empresa de liber- 
tar al Perú contribuyendo directamente a llenar las esperanzas 
de los pueblos oprimidos; Por tanto, he tenido a bien nom- 
brarle benemérito de la orden del Sol, i le declaro acreedor al 
reconocimiento de la Patria i de la posteridad». 

El 12 de febrero de 1822 recibió comisión reservada del 



— 257 — 

Supremo Protector del Perú para marchar a Guayaquil, i en 
el mismo dia realizó su marcha conduciendo ostensiblemente 
veinticinco mil pesos fuertes, para que carenasen las fraga- 
tas «Prueba» i «Venganza» i la corbeta «Alejandro» de la 
escuadra española, que se babian entregado por capitulación 
en la ciudad de Guayaquil, al señor Ministro Plenipotencia- 
rio peruano mariscal de campo don Francisco Salazar i Ba- 
quijano. 

• Eu 18 de octubre del mismo año 22 se embarcó en el puer- 
to del Callao con el ejército espedicionario, que a las órdenes 
del señor jen eral en jefe, gran mariscal don Rudecindo Alva- 
rado, marchó a desembarcar en los puertos intermedios para 
operar en el territorio sur del Pera. 

En la acción que tuvo la división de vanguardia de dicho 
ejército mandada por el jeneral don Enrique Martínez, con la 
del ejército español a las órdenes del brigadier don Jerónimo 
Valdes, el 1.° de enero de 1823, en Calaña, inmediaciones de la 
ciudad de Tacna, i. en la persecución de su fuga por el Valle 
de Pachía hasta la sierra. 

En la desgraciada acción de Torata, inmediaciones del pue- 
blo del mismo nombre en el departamento de Moquegua, el 19 
del mismo mes de enero de 1823. 

En la no menos infortunada batalla de Moquegua, el 21 del 
mismo mes i año, donde el ejército español mandado por su 
jeneral en jefe don José Canterac, derrotó al espedicionario 
del sur, por ser el número de aquel mas del triple del^áo-^t^^^^^ 
i éste habia consumido todas sus municiones dos días antes en 
Torata. 

A la aproximación del ejército español a la ciudad de Lima, 
en junio de 1823, el mayor Espejo salió el dia 13 al campo 
de San Borja con el ejército unido mandado por el señor 
gran mariscal don Antonio José de Sucre, i de allí se dirijió 
a las fortalezas del Callao, donde permaneció sitiado hasta el 
17 de julio, que el enemigo levantó el sitio i se retiró para la 
sierra. 

Por la sublevación de las tropas que guarnecían las fortale- 
zas del Callao, el 5 de febrero de 1824, al aproximarse una 
fuerte división del ejército real a pro tejer el movimieuto de los 
17 



— 258 — 

sublevados: el mayor Espejo se retiró de Lima el dia 26 con 
los restos del ejército unido de la Patria a las órdenes del gran 
mariscal don Mariano Necochea. Presentado en Trujillo al 
libertador de Colombia i Supremo Dictador del Perú don Si- 
món Bolívar, no obtuvo colocación en el ejército; en cuya vir- 
tud, en agosto, pidió licencia para regresar a la República Ar- 
jentina a presentarse a su Gobierno, i obtenido el pasaporte 
respectivo, lo verificó en Buenos Aires el 24 de mayo de 1825, 
según anotación de la Inspección Jeneral del Ejército por el 
coronel don Blas José Pico. 

Nombrado el mayor Espejo de 9 de julio de 1825 ayudante 
del Estado Mayor del cEjército de Observación sobre la linea 
del Uruguai», marchó de Buenos Aires con el señor jeneral 
en jefe brigadier jeneral don Martin Rodríguez, i las compa- 
ñías de artillería, infantería i caballería, destinadas para plan- 
tel de los cuerpos que debían organizarse, con los continjen- 
tes pedidos a todas las provincias; i habiendo desembarcado 
en el puerto del Paraná, el 5 de setiembre, continuó su mar- 
cha hasta el Arroyo del Molino, inmediaciones de la ciudad 
de la Concepción del Uruguai, donde se estableció el campa- 
mento jeneral. 

A virtud de la acción del Sarandí en octubre del mismo año 
25, entre el ejército brasilero i las tropas mandadas por el 
jeneral don Juan Antonio Lavalleja, el ejército de observación 
pasó el Uruguai ai territorio de la Banda Oriental, estableciendo 
el campamento jeneral en el lugar de San José del Uruguai. 

En 1826, a consecuencia de haberse retirado a Canelones el 
secretario del señor jeneral en jefe don Juan Francisco Giró, 
el mayor Espejo fué electo interinamente en su ¡lugar, i sirvió 
el puesto hasta que el jeneral Rodríguez se retiró a Buenos 
Aires. 

Declarada la guerra por la República Arjentina al Imperio 
del Brasil, a principios del mismo año 26; admitida como cuatro 
meses después la renuncia del jeneral en jefe don Martin 
Rodríguez, i colocado en su lugar el señor brigadier jeneral 
don Carlos María de Alvear; renovado el título del ejército de 
c Observación» por el de «Republicano;» i trasladado el campa- 
mento de instrucción al Arroyo Grande; abrió su campaña 



— 259 — 

sobre el territorio brasilero el 26 de diciembre del mismo año 
26, i el mayor Espejo en el Estado Mayor Jeneral. 

Marchando el ejército republicano en dirección de la Sierra 
de Camacná, i sabedor el jeneral en jefe don Carlos M. de 
Alvear de las estratajemas de que habia hecho uso el jeneral 
San Martin, con buen suceso en sus espediciones a Chile i Perú, 
i de que el mayor Espejo habia sido colaborador de esos secre- 
tos; en esta ocasión convino hacer entender al señor Marqués 
de Barbacana, jeneral en jefe del ejército imperial, que el 
republicano llevaba en mal estado sus caballadas; i combinada 
esta desventaja con una retirada violenta en otra dirección, 
llamarlo a un paraje donde pudiese provocarlo a campal bata- 
lla. Para la realización de tal proyecto, i mereciendo el mayor 
Espejo la confianza del jeneral Alvear en este secreto, hizo 
por varios dias los partes diarios combinados sobre esa base, i 
de ahí resultó el movimiento retrógrado del ejército arjentino, 
sobre el Rio de Santa María, paso del Rosario, i al dia siguiente 
la batalla de Ituzaingo. 

Se halló el mayor Espejo en la batalla de Ituzaingo el 20 de 
febrero de 1827, siendo uno de los cuatro ayudantes de órde- 
nes que el jeneral en jefe señaló para que comunicasen las 
que él diese para las maniobras durante el combate, conforme 
a las instrucciones jenerales que se circularon por escrito a los 
jefes de división. Disfruta el Cordou de plata de honor con 
que el Gobierno Nacional premió al ejército por esta victoria, 
siendo Presidente el señor don Bernardino Rivadavia; como 
asimismo, de un escudo de plata que concedió el Congreso 
Jeneral Constituyente, que a la sazón funcionaba en Buenos 
Aires; i ademas, en un grado que el jeneral Alvear concedió 
sobre el campo de batalla, el mayor Espejo fué agraciado con 
el grado de teniente coronel. 

Acercándose el invierno de 1827 i debiendo el ejército tomar 
cuarteles para soportarlo, el jeneral en jefe elijió el pueblo de 
Cerro-Largo para cuartel jeneral; en esta ocasión el teniente 
coronel Espejo, fué nombrado Comisario Jeneral de Guerra, 
por falta de este funcionario en el ejército; i careciendo la 
Comisaria de fondos para el pago de los haberes mensuales i 
demás gastos, por un decreto del jeneral en jefe, hizo la Comí* 



— 260 — 

saría una emisión de billetes de a cinco pesos en cantidad de 
mas de setenta mil, a condición de ser redimidos con los 
primeros fondos que mandase de Buenos Aires el Gobierno, lo 
cual era muí difícil por la estrechez del bloqueo que hacia la 
escuadra brasilera: i, en esa ocasión, de una fuerte suma de 
pesos que el teniente coronel Espejo administró, rindió opor- 
tunamente sus cuentas a la Contaduría Jeneral de Buenos 
Aires, seguu consta del finiquito original que se rejistra en su 
lugar, entre los documentos comprobantes de esta foja de 
servicios. 

Celebrada la Convención preliminar de paz entre la Repú- 
blica Arjentina i el Imperio del Brasil, i trasmitida al ejér- 
cito republicano en octubre de 1828, éste se retiró por divi- 
siones del Cuartel Jeneral del Cerro-Largo, i llegado el teniente 
coronel Espejo a Buenos Aires con la segunda de ellas, a fia 
de enero de 1829, fué nombrado Jefe del Estado Mayor del 
ejército que mandaba el jeneral don Juan Lavalle, i en esta 
ocasión se encontró en la acción del Puente de Márquez, el 26 
de abril del mismo año 29. 

Por los tratados celebrados en 26 de agosto del mismo año 
29 en Barracas, entre los jenerales don Juan Manuel Rosas i 
don Juan Lavalle, el teniente coronel Espejo fué incorporado 
a la plana mayor activa, i a fin de noviembre obtuvo licencia 
temporal del Excmo. señor Gobernador don Juan José Via- 
mont, para pasar a Mendoza a visitar su familia: empero, sabe- 
dor en el camino del estado de convulsión en que se hallaban 
las provincias de Cuyo, por consecuencia de los sucesos de se- 
tiembre en el Pilar; se vio precisado a encaminarse a Córdoba 
en diciembre, i a su arribo fué nombrado jefe del Estado Ma- 
yor del ejército por el señor jeneral don José María Paz, sin 
admitirle escusa ni réplica; la obediencia militar le obligó a 
admitir el puesto, i en tal carácter asistió a la batalla de Laguna 
Larga u Oncativo, que tuvo lugar el 25 de febrero de 1830, en 
la que cupo ai teniente coronel Espejo una parte mui notable, 
pues en el acto del combátele fué muerto por una bala de 
cañón el caballo que montaba, i el segundo le fué herido de 
bala de fusil. 

Habiéndose destinado una división del ejército sobre las pro- 



— 261 — 

vincias de Cayo, marchó en marzo del mismo año 30 a las ór- 
denes del jeneral don José Videla Castillo, el teniente coronel 
Espejo fué nombrado jefe de Estado Mayor de ella. 

En este mismo año habiendo hecho una invasión los indios 
salvajes del sur, en la que llegaron basta la distancia como de 
dieciocho leguas de la la ciudad de Mendoza, el Gobierno des- 
pachó oportunamente tropas suficientes para contenerla, i se 
logró felizmente derrotarlos completamente en el punto de To- 
toral. En consecuencia de esto i de hallarse la frontera sin 
fuertes para su defensa, el gobernador Videla Castillo, en 
persona, hizo una visita, i el teniente coronel Espejo fué comi- 
sionado para trazar i construir un fuerte, el cual delineó i edi- 
ficó a la parte sur de la Villa de San Carlos, con baluartes para 
artillería i cuarteles capaces para alojar ochocientos hombres. 

El 26 de marzo de* 1831, en el mismo carácter de jefe del 
Estado Mayor de la división Videla, se halló el teniente coro- 
nel Espejo en la acción del Rodeo de Chacón, que tuvo lugar 
entre esa división i la del mando del jeneral don Juan Facundo 
Quiroga. 

Reincorporado al ejército del jeneral Paz en la ciudad de 
Córdoba, ejerció el puesto de Ministro de la Guerra del Go- 
bierno jeneral de las provincias de la Liga, del cual hizo dimi- 
sión i le fué admitida el 26 de mayo de 1831. 

Retirado de Córdoba el ejército sobre Tucuman en el citado 
mes i afio, i nombrado nuevamente el coronel Espejo jefe del 
Estado Mayor, se encontró en la batalla de la ciudadela de Tu- 
cuman, el 4 de noviembre de 1831. 

Resuelta la situación política de las provincias del norte por 
el acontecimiento de la ciudadela, i a consecuencia de la con- 
vención ajustada en Tucuman a 2 de diciembre, el coronel Es- 
pejo, igual que los jenerales, jefes, oficiales, i algunos indivi- 
duos de tropa, que constan de una lista orijinal, fecha 27 de 
diciembre de 1831, firmada por el jeneral don José Videla Cas- 
tillo i se rejistra fojas, salió proscrito del territorio arjentino 
como salvaje unitario, i tomó asilo en la República de Bolivia, 
siendo a la sazón su Presidente el Excmo. señor gran mariscal 
don Andrés Santa Cruz, quien dispensó a toda la emigración 
la mas bondadosa i munificiente hospitalidad. 



— 262 — 

Arrastrado por la desgraciada suerte del proscrito, aun en 
el suelo estranjero ha prestado el coronel Espejo algunos ser- 
vicios a la humanidad, como dan una lijera idea los documen- 
tos públicos de los años 1844 a 1860, que se rejistran entre los 
comprobantes de esta foja de servicios. 

A consecuencia de la inmortal victoria de Caseros, que de- 
rrocando al tirano restituyó la libertad a los arjentinos, el 
coronel Espejo regresó al Buelo de la patria el 29 de enero de 
1853, i el 9 de julio prestó el juramento de obediencia i fide- 
lidad a la Constitución de la República, dictada por el Sobe- 
rano Congreso Jeneral Constituyente reunido en la ciudad de 
Santa Fe. 

El 21 de febrero de 1854 fué el ejido el coronel Espejo dipu- 
tado a la Honorable Sala de Representantes de la provincia de 
Mendoza, según lo comprueba la nota del Ministro Jeneral de 
Gobierno, que se encuentra orijinal entre los comprobantes. 

£1 25 de mayo del mismo año 54 el coronel Espejo fué ele- 
jido por la Honorable Sala de Representantes de la provincia 
de Mendoza, senador suplente al Congreso Lejislativo Federal 
de la Confederación, i funcionó como tal en la Cámara respec- 
tiva en los períodos 1854 i 55, según consta de los documentos 
de la materia que corren entre los comprobantes. 

Según decreto del Gobierno fecha 22 de noviembre del mis- 
mo año 54, el coronel Espejo fué nombrado tesorero del Banco 
Nacional del Rosario; i por supresión de esa oficina, continuó 
en el mismo cargo en la Administración de Rentas. 

A virtud de renuncia del admistrador de la Aduana del Ro- 
sario don Nicasio Oroño, i siendo elejido para subrogarlo el 
señor don Gregorio Gómez que se hallaba ausente en Chile, el 
coronel Espejo desempeñó dicho puesto interinamente por mas 
de treB mes, conforme al decreto supremo de 12 de febrero de 
1855, que se rejistra entre los documentos. 

Por decreto de 26 de agosto de 1856, el coronel Espejo fué 
nombrado director de la Mesa Central de Estadística de la Con- 
federación, i en 1.° de octubre del mismo año fundó esa im- 
portante oficina en la capital del Paraná. 

Por otro decreto de 26 de agosto del mismo año 56, el coro- 
nel Espejo fué nombrado archivero jeneral del archivo nacional 



— 263 — 

de la Confederación, encontrándose este nombramiento, así 
como el anterior, comprobados por decretos adjuntos a la nota 
del señor Ministro del Interior fecha 9 de setiembre del mismo 
afio, que corre entre los documentos de este espediente. 

El 18 de diciembre de 1857 fué comisionado el coronel Es- 
pejo por disposición suprema para dirijir i fiscalizar la impre- 
sión litográfica de la estampilla, creada para el porte de cartas 
que jirasen por las estafetas de la Confederación. Los compro- 
bantes de esta comisión se encuentran orijinales entre los docu- 
mentos de este espediente. 

El 23 de marzo de 1858 el coronel Espejo fué nombrado por 
decreto supremo oficial mayor del Ministerio de Guerra i Ma- 
rina del Gobierno Nacional, i entre los documentos de este 
espediente se encuentra el comprobante de este nombramiento. 

El 22 de marzo de 1860 i por decreto del Gobierno número 
30, conviniendo al mejor arreglo de la Inspección Jeneral del 
Ejército i dar una ^orma mas completa al personal que la sir- 
va, el Supremo Gobierno de la Confederación creó el empleo 
de ayudante jeneral con la dotación de ciento cincuenta pesos 
mensuales, i nombró al coronel Espejo para desempeñarlo. 

El 1.° de mayo de 1860, el coronel Espejo fué encargado in- 
terinamente del despacho de las tres oficinas reunidas de la 
Inspección Jeneral del Ejército, la Comandancia Jeneral de 
Armas de la capital i la Comandancia Jeneral de Marina, se- 
gún decreto del Gobierno número 76 del Rejietro Nacional a 
virtud de que, debiendo ausentarse de la capital el Excmo. se- 
fior Ministro de Guerra i Marina coronel don Benjamin Victo- 
rica, el inspector jeneral se encargó del despacho de dicho 
Departamento. 

Habiéndose declarado en receso el Gobierno Nacional por 
su decreto fecha 12 de diciembre de 1861, el coronel Espejo en 
consecuencia cesó en las funciones de inspector jeneral; mas 
et Gobierno de Buenos Aires, como encargado del Poder Eje- 
cutivo Nacional, le nombró con fecha 16 de julio de 1862, ad- 
junto a la Comisión de Comisarios que debia recibir los archi- 
vos del Paraná, cuyos antecedentes todos pueden verse entre 
loa documentos comprobantes. 

Encajonados los archivos i toda clase de enseres de propie- 



— 264 — 

dad nacional i despachados a Buenos Aires, el Gobierno ordenó 
al coronel Espejo bajar a la capital a presentarse al Ministerio 
i a su arribo le renovó el nombramiento de ayudante jeneral 
de la Inspección i Comandancia Jeneral de Armas, según acuer- 
do de 14 de marzo de 1863. 

A los cuatro años i dos meses el coronel Espejo hizo renun- 
cia de la ayudantía jeneral de la Inspección, la que, al aceptár- 
sela el Gobierno por decreto fecha 17 de junio de 1867, mandó 
que siguiera revistando en la plana mayor activa. v 

En esta fecha, 13 de enero de 1868, el Gobierno nombró al 
coronel Espejo jefe de la Oficina de Pagos, encargándole su 
regularízacion i arreglo, conforme al decreto orgánico que es* 
pidió en 1.° de febrero. 

Hallándose vacante la sub-secretaría del Departamento de 
Guerra i Marina del Gobierno Nacional, el coronel Espejo 
fué nombrado sub-secretario interino con fecha 4 de abril 
del mismo año 68, destino que desempeñó hasta el 10 de oc- 
tubre. 

Conforme a la lei que el Congreso Nacional sancionó en 22 
de setiembre del mismo año, el coronel Espejo con fecha 10 
de octubre f u¿ inscrito en el cuerpo de guerreros de la inde- 
pendencia, donde revista hasta la actualidad. 

Ademas de los servicios que quedan detallados, el coronel 
Espejo entre otros varios que ha prestado i justificado con 
notas oficiales i diversos documentos públicos, consta que ha 
asistido a juntas de guerra a que ha sido invitado por j enera- 
Íes en jefe de los ejércitos de la República — ha sido presi- 
dente de consejos de guerra — ha asistido como vocal de 
otros— ha desempeñado las funciones de juez fiscal en causas 
militares, i las de defensor de reos en otras — i por último 
ha prestado servicios a los pueblos i a los gobiernos de las 
repúblicas americanas, como lo ha comprobado suficientemen- 
te con documentos oficiales i públicos, que sería mui largo 
detallar. 

Los coroneles don Nicolás Granada i el graduado don José 
Tomas Guido, el primero como presidente accidental, i el últi- 
mo como miembro de la comisión creada por superior resolu- 
ción de 14 de mayo del año próximo pasado, para formar las 



> 



— 265 — 

fojas de servicio de los señores brigadieres jenerales, coroneles 
mayores, coroneles i demás jefes i oficiales del ejército de linea 
de la nación, certificamos: que- la presente foja de servicios 
ha sido organizada en presencia de documentos fehacientes 
que hemos tenido a la vista. 
Buenos Aires, junio 1.° de 1870. 

Nicolás Granada. — Josí Tomas Guido. 

Por autorización 

Manuel O. Correa, 

Secretario. 

» 

Hai un sello. 

Aprobado. — Por autorización superior. 

Rufino Victorica, 

Encargado del Despacho. 



* 






CORONEL 



Bou José Bernardo Qáceres 

Jefe de Estado Mayor en las batallas de Ranoagoa i Maipo 



ABOGADO I MAJI8TEADO 



De las figuraB militares de la independencia, una de las mas 
prominentes es la del coronel don José Bernardo Cáceres, que 
hizo con notable brillo todas las campañas de la libertad de 
Chile. 

Por rara i distinguida cualidad de su carácter, fué, mui jo- 
ven, jefe superior del ejército patriota en aquella memorable 
contienda emancipadora. 

Dotado de espíritu enérjico i valeroso, rasgo jenial de la ju- 
ventud de aquel tiempo, ascendió rápidamente en la carrera de 
las armas, tan noble como difícil por las responsabilidades i 
sacrificios que imponian sus deberes. 

Casi niño habia empezado su vida de soldado como cadete 
\ de menor edad, según dice su hoja de servicios, i al despuntar 

bu edad civil, era ya, por sus servicios, jefe de Estado Mayor 
del ejército revolucionario. 

Era joven como la patria que renacia a los poderosos im- 



— 268 — 

pulsos de la libertad i refundía en sí mismo las enerjíap de su 
raza emancipada del poder opresor en los primeros alborea de 
su desarrollo de estirpe soberana. 

Aquella jeneracion, de brios estraordinarios, se babia meci- 
do en medio de la atmósfera saturada de vigor de nuestros 
valles opulentos en vejetacion riquísima i de la paz de una 
sociedad reflexiva que parecia meditar en los grandes destinos 
de su futura nacionalidad. 

Por eso, cuando despertó del sueño colonial de tres siglos, 
se mostró indomable e invencible como la raza orijinaria de su 
cuna, cuya herencia recojia, entre los rumores armonioso, de 
las selvas araucanas, i cuya tradición lejendaria continuaba en 
sus heroicos esfuerzos por su soberanía. 

Don José Bernardo Cáceres, cuya vida no ha sido aun des- 
crita ni estudiada, al tomar su puesto de sacriñcio i de esfuer- 
zo en las filas patriotas, ocupó de un solo i bravo impulso, el 
lugar que corresponde a los valientes i a los hombres seguros 
de sí mismos. 

Razón tenia el conquistador Pedro de Valdivia para definir 
a nuestra raza como una raza puramente guerrera, es decir de 
soldados, cuando decia, con admiración infinita: «Guando escu- 
cho el bajido de los niños en la cuna, me parece oir el rumor 
de futuros ejércitos». 

En verdad que este pueblo acostumbrado a luchar con la 
naturaleza, en las montañas i en las costas de la zona del nor- 
te como en los valles, en los bosques i en los archipiélagos de 
la rejion del sur, se habituó, desde su infancia, a los combates, 
para hacerse lejendario rechazando la conquista incásica pri- 
mero, i peninsular después, i conquistando su independencia 
por su propia iniciativa i perseverancia. 

Casi mozo imberve don José Bernardo Cáceres, tuvo sobre 
sus hombros la alta responsabilidad del título i del mando de 
jefe de Estado Mayor del ejército que fué destrozado, en me- 
dio de los fulgores del mayor heroísmo, en la batalla de Ran- 
cagua. 

Esta misma jerarquía militar le correspondió representar en 
la gloriosa batalla de Maipo, que decidió la libertad de Chile i 
del Perú, es decir de la América del Sur. 



— 269 



II 



La vida histórica de este brillante militar chileno no ha sido 
descrita ni analizada por ninguno de nuestros historiadores. 

Sin embargo, en numerosas hojas de servicios de jefes supe- 
riores i distinguidos del ejército de la independencia, su firma, 
como jefe de Estado Mayor, abona sus méritos de campaña. 

Apreciando la importancia de los servicios militares del coro- 
nel Cáceres, i el mérito de su vida posterior como abogado i 
majistrado de las cortes de Justicia, no se esplica este silencio 
que se ha hecho al rededor de su nombre, que es honra de 
nuestra patria. 

Hemos observado que nuestros principales historiadores, 
siempre que recuerdan un hecho de armas de las campañas de 
nuestra revolución, no citan la vida de sus actores para valori- 
zar su importancia i los resultados de semejante acción supe- 
rior de guerra, de abnegación i de patriotismo. 

Por esta misma causa, no es fácil reconstruir la historia de 
muchos e importantes servidores del pais a consecuencia de 
esta indiferencia tan injusta con que se premian sus trabajos 
públicos. 

El coronel don José Bernardo Cáceres fué víctima de las 
emulaciones de sus compañeros de armas i de sus contempo- 
ráneos, pues en 1857 dejó completamente olvidado su valioso 
concurso en las batallas de la independencia el jeneral don 
Juan Gregorio de Las Heras, en la Relación de todas las ocurren- 
cias de la campaña de margo i abril de 1818, hasta la batalla de 
Maipo, que insertó en el diario El Paü, de Santiago, en los * 
días 28, 29 i 30 de octubre de ese año. 

Este documento histórico, suscrito por el benemérito i glo- 
rioso jeneral Las Heras, provocó, como era natural, una rectifi- 
cación del señor don José Eduardo Cáceres, hijo del esclare- 
cido coronel don José Bernardo Cáceres, reclamando la debida 
justicia para su padre y el reconocimiento de la gratitud de sus 
conciudadanos a que tenia derecho su memoria. 



— 270 — 



III 



El año último, hizo viaje ex-profeso, de Buenos Aires, el 
escritor arjentino don Adolfo P. Carranza, autor de interesan- 
tes libros de historia americana, en busca de noticias i docu- 
mentos para escribir la vida del coronel don José Bernardo 
Cáceres, sin lograr encontrarlos suficien temen re estensos i com- 
probados. 

Nos ha correspondido a nosotros esta grata labor, aprove- 
chando antecedentes de familia que hemos podido obtener en 
el archivo de algunas personas que guardan como caras reli- 
quias recuerdos de aquellos hombres i de aquellos tiempos 
dignos de eterna memoria. 

Gracias a estas felices circunstancias, podemos presentar un 
esbozo, mas o menos completo, de la vida i los servicios de tan 
meritorio militar. 

Seria esto justo homenaje de estímulo a los que lo leyeren 
i en especial a los chilenos que siguen la carrera militar, que 
no siempre es lejítimamente recompensada por los contempo- 
ráneos. 

Obedecemos al deliberado propósito de estimular los gene- 
rosos alientos de la juventud que sirve en las filas del ejército, 
reconfortando sus esfuerzos para que no omitan sacrificio en 
bien del pais, sin otro aliciente que el del deber cumplido. 

No importa que no se alcance el premio a que se es acree- 
dor por el buen comportamiento i la consagración a las bande- 
ras del batallón o rejimiento en que se hace la guardia o se 
combate. 

Baste la íntima i propia satisfacción para sentirse alentado 
en las penurias de los cuarteles o en los peligros de las cam- 
pañas. 

A nosotros también, soldados de la pluma, que combatimos 
por la patria i su bandera, nos ha tocado mui de cerca la amar- 
gura de una azarosa i prolongada lucha contra el iudiferen* 
tismo, sin que por esto hayamos omitido esfuerzos por llenar 
siempre dignamente nuestra tarea en servicio de la justicia en 
favor de los demás. 



— 271 — 



IV 



El coronel don José Bernardo Cáceres, fué, como ya lo he 
raos dicho i relatado, una personalidad ilustre en su esfera 
militar i pública. 

Terminadas las campañas de la revolución continuó sir- 
viendo en las oficinas superiores militares, desempeñando pues- 
tos de distinción, en que espidió diversos informes sobre jefes 
del ejército, consagrándose a los estudios forenses i recibién- 
dose de abogado, ante nuestra Universidad, el 1.° de abril de 
1829. 

Fué un prestijioso miembro del foro nacional i Ministro de 
la Corte de Justicia, alcanzando crédito de jurisconsulto emi- 
nente de su época. 

Sea por modestia, por decepción o por Índole de su carácter, 
se retiró de la política para dedicarse únicamente a las tareas 
del derecho i de la justicia. 

Por esto no bizo carrera pública ruidosa ni obtuvo cargos 
espectables en el Gobierno ni honores sociales, fuera de los 
que le proporcionaba su carrera legal i de majistrado judicial. 

Cuando falleció, el 20 de julio de 1857, no tuvo honores 
fúnebres correspondientes a su alto rango en el ejército, rehu- 
sados por su hijo en cumplimiento de la última voluntad de 
su padre manifestada al espirar en sus brazos. 

Cuan profundo seria su sentimiento de decepción como hom- 
bre i como soldado, cuando llegó a pedir, al exhalar su último 
suspiro, que no se le tributasen los testimonios que se le debian 
como guerrero de elevada jerarquía i como libertador de su 
patria. 

Mas, la ingratitud no ha impedido que su nombre alumbre 
en la historia su memoria con los fulgores de la hoguera que 
encendió en su alma el patriotismo i marcó con sus llamaradas 
que continúan ardiendo a través de los siglos, los rumbos pro- 
gresistas i gloriosos de la República que él contribuyó a fun- 
dar con su espada. 

Nosotros veníamos a la vida en el mismo año en que él se 
despedía del mundo i de su patria, i por secreto destino nos 



— 272 — 

ha correspondido la honrosa tarea de restaurar su memoria, 
rescatando su nombre del olvido, con lo que nos sentimos 
recompensados de todos los dolores soportados en nuestra 
ingrata carrera literaria, porque es una honra haber podido 
enaltecer con justicia, tan glorioso servidor i fundador de la 
República. 



El coronel don José Bernardo Cáceres, nació en la antigua e 
histórica ciudad de Penco, en 1787. 

A la edad de 6 años ingresó como cadete en el ejército colo- 
nial, el 11 de octubre de 1793, iniciando bajo brillantes auspi- 
cios su carrera de soldado. 

Durante medio siglo fué militar valiente i pundonoroso, ha- 
biéndose retirado del ejército en 1846. 

Al estallar la revolución de la independencia, se asoció a ella 
en Concepción, en calidad de subteniente, el 4 de enero 
de 1811. 

Concurrió a la campaña de Concepción en 1813, mandando 
una partida de granaderos a caballo en el combate de Cucha- 
cucha el 22 de febrero de 1814. 

Defendió valientemente una pieza de artillería, ganándose el 
afecto del jefe de la división jeneral don Juan Mackenna. 

Mereció por esta acción de guerra una recomendación espe- 
cial del Supremo Gobierno, que se insertó en el Monitor Aran- 
cano, periódico estraordinario ministerial de 5 de marzo 'de 1814. 

Se distinguió en el combate de El Membrillar, el 20 de marzo 
del mismo año, conquistándose los mismos títulos honrosos de 
su jefe i del Gobierno. 

En clase de ayudante del jeneral don Bernardo O'Higgins, 
se Halló en el paso del Maule, i en las acciones de Tres Mon- 
tes i de Quechereguas. 

Siendo jefe de Estado Mayor de la segunda división, se batió 
en Raucagua, al lado del jeneral O'Higgins, los dias primero i 
-dos de octubre de 1814, sufriéndolas consecuencias de aquella 
tremenda i gloriosa derrota. 

Emigrado a la República Arj entina, sufrió todas las amar- 



— 278 — 

guras del ostracismo «las penalidades de la emigración» como 
dice con profundo dolor su digna hija doña Josefa Cáceres en 
un memorial presentado al Congreso en 1857. 

Incorporado al ejército unido de Mendoza, organizado por 
ei jeneral San Martin, emprendió en sus filas la campaña de 
los Andes, formando en la vanguardia. 

Se batió heroicamente en Chacabuco el 12 de febrero de 
1817, siendo agraciado por el Director Supremo de Chile con 
la medalla i el diploma de honor de esa gloriosa acción de 
guerra . 

Se encontró en la desastrosa sorpresa de Caucha Rayada, en 
las inmediaciones de Talca, el 19 de marzo de 1818, al mando 
del batallón núm. 2 que se creó bajo su dirección. 

Al frente de este cuerpo militar realizó hazañosa proeza gue- 
rrera que ha sido comentada por críticos militares como hábil 
maniobra táctica. 

Acompañó al jeneral San Martin en esa noche triste, hasta 
San Fernando, sirviéndole de ayudante de campo hasta tomar 
las primeras salvadoras providencias que debian reconstituir el 
ejército de la defensa nacional. 

Concurrió como Jefe de Estado Mayor, a la batalla de Maipo 
el 5 de abril de 1818, mereciendo el grado de coronel, el diplo- 
ma i la medalla de honor acordada por esa brillante i deci- 
siva acción de guerra. 

Asimismo se le acordó, por el Director Supremo, el título 
de miembro de la Le j ion de Mérito de Chile i Consejero Ho- 
norario del Gran Consejo de dicha institución. 

El ilustre patricio, don Pedro de la Cuadra Baeza, en abril 
25 de 1877, emitía los siguientes honrosos conceptos sobre el 
benemérito coronel don José Bernardo Cáceres: 

«Ful amigo del coronel don José Bernardo Cáceres desde 
1814. 

€ Hombre recto de maneras finas, formal, grave, poseía una 
ilustración nutrida con estudios serios; fué así cuando el Go- 
bierno Supremo en 1828 le nombró juez suplente de la Corte 
Marcial la opinión de Cáceres era respetada por los otros mi- 
nistros. 

•Nada habia que no fuera fácil a su vasta intelijencia: encon- 
18 



- 274 — 

traba en loe libros i en el estudio de las leyes sus mas entrete- 
nidos pasatiempos. Era un abogado de gran nota. Había re- 
dactado proyectos i trabajos de mucha importancia para la 
milicia. 

»Cuando me eucontraba en 8an Felipe de juez de letras por 
los años de 1825 a 1829, época en que el coronel Cá cérea tenia 
un asiento en el Congreso, me escribia con frecuencia, i sus car* 
tas, que las conservó, eran una pieza notable por la precisión del 
estilo, como por la certeza de sus juicios. Cáceres era un pa- 
triota abnegado i un militar de muchos méritos.» 



VI 



El jeneral Las Heras, al recordar las campañas de Cancha 
Rayada i Maipo, del ejército unido, en la citada Relación, pu- 
blicada en El País y de 1857, omitió el nombre del benemérito 
coronel don José Bernardo Cáceres, siendo rectificado en sus 
recuerdos por su hijo don José Eduardo Cáceres. 

Para esclarecer dicha omisión i dejar establecidos los servi- 
cios de su ilustre padre, el señor Cáceres publicó la esposicion 
i los documentos que reproducimos para justificar su noble 
amor filial, i sus derechos lejítimos de heredero de un nombre 
prestijioso en los anales de la independencia. 

He aquí tan interesantes pájiuas: 

cEn El Pais de octubre último, se ha publicado una relación 
de todas las ocurrencias de la campaña de mareo i abril de 1818 
hasta la campaña de Maipo, i este escrito digno para mi del 
mayor crédito, no solo i mui principalmente por todo el glorio- 
so prestijio de su autor, el señor jeneral Las Heras, sino tam- 
bién por la conformidad que guarda con la verdad histórica de 
muchos puntos que puedo comprobar con documentos, i en 
otros sobre que tengo seguras tradiciones, me ponen sin em- 
bargo en la mui ingrata necesidad de hacer una rectificación, 
que no puedo ni debo escusar, si he de conservar puro el nom- 
bre que tengo la fortuna- de llevar. 

>EI mismo deber de entera obediencia a la última voluntad 
de mi padre, no menos que el respeto a los sentimientos con 



— 275 — 

que espiró en mis brazos, seriau los motivos por que yo me 
abstendría de esa rectificación, como lo fueron para rehusar los 
honores fúnebres debidos a su rango en el ejército, i para que 
no haya querido hasta aquí dar publicidad a ciertos apuntes, 
papeles ó materiales, que en parte le conciernen, si no estuviera 
empañado el jeneral i justo aprecio que siempre mereció por 
su veracidad i por una vida sin mancilla. 

•Lejos, mui lejos he estado, ahora i antes, de dudar siquiera 
de que el señor jeneral Las Heras, conociendo la verdad dolos 
hechos, o recordando éstos, vacilase un solo instante en rendir 
homenaje a un compañero de armas, que no fué, a Dios gra- 
cias, de los últimos, ni de los parcos en hacer sacrificios por su 
patria. 

> Confieso, pues, gustoso, que no me ba sido difícil en modo 
alguno tomar por lo que suenan, i no como meras palabras de 
fórmula, aquellas con que concluye su relación: Puede ser mui 
bim> dice, que yo haya padecido algunas equivocaciones en el cur- 
so de mi relato... Añadiendo a la persona para quien lo escri- 
bió... Si así fuese yo desearía que Ud. tuviese la bondad de ha- 
cérmelos saber para corregirlos. 

> Ignoro para quien escribió su Relación el señor jeneral, ni 
sé tampoco si esa persona ha podido o no rectificar algo; aun- 
que viendo publicado ese trabajo en El Pais, tal como todos 
han podido leerlo, presumo que nada se ha indicado al autor 
sobre los puntos a que voi a contraerme. Esta presunción se 
robustece en mí al rejistrar la pajina 102 de la memoria que, 
en 1. a de diciembre de 1850, leyó en la sesión solemne de la 
Universidad el señor don Salvador Sanfuentes, como que en 
el lagar citado casi están copiadas las mismas palabras del se- 
ñor jeneral Las Heras. El silencio que entonces guardé, lo 
guardaría aun i hasta otra oportunidad, no obstante los mate- 
riales preciosos que tengo i que acabo de aumentar, si no te- 
miese que el tiempo me falte o si no me creyera tanto mas 
obligado, cuanto que ya mi padre no se numera entre los 
vivos. 

«Pienso haber indicado ya a que punto de la Relación me 
refiero, i no habrá quien no comprenda, tomando en cuenta la 
calificación de un juez tan competente, como 16 es el señor je- 



— 276 — 

neral Las Heras, todo el lejítimo ínteres que tengo en que se 
sepa que fué el comandante del núm. 2 de Chile, teniente 
coronel ya entonces, don José Bernardo Cáceres, i no el sarjen- 
mayor del mismo cuerpo, jeneral hoi, don José Rondizzoni, 
quien salvó aquel batallón del desastre de Cancha Rayada. En 
efecto: fué mi padre quien prestó ese servicio, que según el se- 
ñor jeneral Las Heras merece un eterno recuerdo de gratitud... 
por iufirme$a i capacidad. 

«Nunca me hubiera decidido a contradecir un hecho afirma- 
do por el señor jeneral Las Heras, temiendo ponerme en ri- 
dículo, i sin que fuese bastante a cubrirme la santidad del moti- 
vo, la necesidad de salvar el nombre de mi padre. Así es, que 
han influido en mi resolución los documentos que poseo i los 
que nuevamente he procurado; pero antes de aducir mis prue- 
bas, me detendré en tres observaciones, de las cuales una apre- 
ciará el señor jeneral mejor que nadie. En efecto, estando un 
comandante a la cabeza de su batallón al frente del enemigo, 
seria un servicio, i también grave delito de insubordinación, 
que no fuera ese comandante, sino su subalterno quien orde- 
nase de propia autoridad un movimiento que podria salvar, 
asi como perder, su batallón, i con él los demás con que for- 
maba una de las alas de un ejército en batalla. Este es, a mi 
juicio, un reparo que debo abandonar a la indispensable capa, 
cidad del señor jeneral Las Heras; pero que le conducirá a re- 
cordar que era el teniente coronel don José Bernardo Cáceres 
quien estaba a la cabeza del batallón núm. 2 de Chile, i no 
el sarjento mayor don José Rondizzoni, en la noche de Cancha 
Rayada. 

> Al mismo resultado conduce otra de las observaciones que 
me reservé hacer. Así como el señor jeneral Rodizzoni tiene 
la suerte de que no deslustre aquel acto de insubordinación su 
hoja de servicios, sobre todo habiendo pertenecido a un cuerpo 
de brillante organización militar, cual fué el núm. 2 de Chi- 
le, así también hará a mi favor que esté vivo el mismo señor 
Rondizzoni; el señor don José Santos Mardones, en aquella 
época capitán del cuerpo, i hoi uno de nuestros coroneles; el 
señor don Juan de Dios Fernandez Gana que era el ayudante 
i el señor don Rafael Gana, teniente entonces de la compañía 



— 277 — 

de granaderos, i a quien debo un testimonio público de senti- 
da gratitud, asi como a su hermano don Francisco Javier. 

«Mi última observación es que yo no podría jamas dejar de 
hacer el último esfuerzo, antes que permitir que se confundie- 
se a mi padre, tan Heno de honor en su vida entera, con aque- 
llos jefes a quienes se refiere este pasaje de la Relación al dar 
cuenta de la entrada en el campamento de Maipo en medio de 
las salvas de artillería i repiques de campanas. «También se 
vieron algunos jefes oficiales i tropa de distintos cuerpos, quie- 
nes se habían precipitado en salvarse en Cancha Rayada i a 
quienes se obligó a formar al frente de sus cuarteles con la 
tropa que cada uno tenia, i hacer los honores á la columna 
presentándoles sus armas.» 

«Gracias a Dios doi con todo mi corazón, porque no reservó 
la vida de mi padre en el campo de batalla, para que tuviera 
que sufrir semejante humillación. 

«Pero precisando ya -el pasaje que principalmente me ha 
puesto la pluma en la mano, voi a copiarlo de\El Pais después de 
contarse, como fué deshecho el núm. 3 de Chile, se sigue di- 
ciendo: «En este conflicto el sarjento mayor Rondizzoni del 
núm. 2 de Chile, que formaba el ala derecha de la línea rota, 
mandó un cambio de dirección a retaguardia sobre la primera 
mitad de su derecha, con lo que lo salvó de ser envuelto, que- 
dando incorporado a la primera línea. Este servicio prestado 
en circunstancias tan críticas merece un eterno recuerdo de 
gratitud por su firmeza i capacidad. » 

«El primer documento de que quiero hacer uso, es el despa- 
cho orijinal que poseo, fecha 25 de junio de 1817, firmado por 
el Director delegado don Hilarión de la Quintana, nombrando 
al sarjento mayor de plaza, don Bernardo Cáceres teniente co 
ronel i comandante del batallón núm. 2 de Chile. El segundo 
será la hoja de servicios de mi padre, que dando cuenta de la 
campañas i acciones de guerra en que se ha hallado, dice: «En 
la de Cancha Rayada el 19 de marzo de 1818, mandando 
el núm. 2, que bajo su instrucción se creó i en la retirada 
del ejército.» El tercero no es menos decisivo en la materia, i 
mi padre lo conservaba entre los papeles de interés para sus 
hijos: i aunque conforme a él i a la verdad podría dar porme- 



\ 



— 278 — 

Dores curiosos sobre Cancha Rayada, me he decidido a reser- 
varlo para otra oportunidad, i preferir el testimonio de los se- 
ñores don Rafael Gana i su hermano Francisco Javier. 

«Ambos fueron testigos presenciales i están vivos, i de sus 
cartas del 14 i 16 de noviembre haré ee tractos. 

«El señor don Javier me escribe: «En el asalto dado por la 
•división española, que venia al mando del jeneral Ordoñez, en 
»la noche del mismo dia 19, el ala derecha de nuestro ejército 
•compuesta de los batallones 1, 2, 3, 7, 11, i a mas el escuadrón 
»de artillería volante, contestó a los primeros tiros del enemigo 
>con un fuego graneado tan activo i certero, que la división es- 
pañola, no pudiendo resistir ni menos penetrar por aquel pun- 
»to, se dirijió al resto del ejército, que aun no habia tomado 
»8U colocación en la línea. El comandante Gáceres como los de- 
unas jefes de la derecha, se mantuvieron a pié firme ala cabeza 
>de sus .batallones formados en el mejor orden, asimismo el 
«escuadrón de artillería volante, hasta que de común acuerdo se 
«emprendió la retirada de aquel campo abandonado por el resto 
»de nuestro ejército. 

«El comandante Cáceres cubrió con su mencionado batallón 
>la retaguardia en aquella ejemplar i ordenada retirada.» 

» Teniente de la compañía de granaderos del núm. 2 el señor 
don Rafael Gana i actor también en la noche de Cancha Raya- 
da, circunstancias felices para mí, le han dado facilidad para 
entrar en pormenores interesantes, como se va a ver en lo que 
copio de su carta: 

«Debo hacer notar que el comandante del núm. 2 de Chile, 
don José Bernardo Cáceres, pidió al jeneral don Antonio Gon- 
zález Balcarce, la vanguardia para nuestro batallón en toda la 
campaña que se iba a emprender i así se le concedió. 

»...En este instante, que ya era puesto el sol, principiaron 
los injenieros don Antonio Arcos i don N. D'Alves a colocar el 
ejército en los puntos en que debia pasar esa noche, princi- 
piando por el núm. 11 de los Andes, que situaron poniendo su 
cabecera apoyada al foso, que se halla al estremo del poniente 
de Cancha Rayada dando frente al sur. En seguida el núm. 1 
de Chile, luego el núm. 7 de los Andes i luego el núm. 2 de 
Chile. Estos cuatro batallones i la Artillería de Chile al mando 



— 279 — 

en jefe del comandante Las Heras, componían el ala derecha 
del ejército con frente al sur, es decir a Talca: todos en colum- 
nas» guardando la distancia necesaria para desplegar en bata- 
lla, si fuera preciso. La noche estaba entrada ya, aunque la 
luna alumbraba con todo su brillo. Los injenieros pasaron a 
dar colocación a la izquierda. El jen eral O'Higgins llegó al 
punto de nuestro cuerpo, i entonces era cuando hablaba al co- 
mandante Cáceres sobre la acción o escaramuza de la tarde, i 
cuando le prodigaba los elojios que dejo enumerados. 

»El ayudante 1.° don Agustín Almarza repartía a esa sazón 
un poco de charqui i galleta al batallón, que acababa de for- 
mar pabellones, pero sin salir de la formación, cuando se sin- 
tieron a la parte del oriente de Talca unos cuantos tiros de fu- 
sil, i se preguntaron ¿qué seria aquello?... 

»...Esta fué la columna de ataque que salió silenciosa de 
Talca, i que a poco mas o menos de las nueve de la noche, sor- 
prendió nuestras invencibles tropas según parecían. Ella vino 
de frente sobre la división de la derecha, ya bien firme y sose- 
gada, como dejo esplicado. Mi comandante como los demás de 
los otros batallones, no tuvieron mas que mandar desplegaren 
batalla, rompiendo un fuego graneado en toda esta larga i 
compacta linea, que sin duda causaría muchas muertes al ene- 
migo, pues no resistió nuestros fuegos largo rato i varió de di- 
rección con frente al oriente, en donde aquella otra línea no 
estaba aun afirmada, de suerte que la tomó en el momento 
dado i único para arrollarla i llevarla en derrota hasta el cerri- 
llo, en donde introdujo la confusión i desorden en los mismos 
cuerpos de reserva. Algunos muertos i heridos tuvimos por la 
metralla i fusilería de la columna enemiga, pero con mui po- 
cas escepciones toda la línea guardó su formación sin que hu- 
biese dispersión notable; pero estábamos estupefactos i sin po- 
derlo remediar, al ver que la mayor parte de nuestro lindo 
ejército iba en derrota, perseguido en dirección al oriente, 
según se manifestaba por los fuegos del enemigo. 

» Habiendo, pues, quedado en silencio por espacio de mas de 
una hora todo aquel campo, antes iluminado por la pólvora, se 
reunieron todos los jefes de aquella línea de la derecha en junta 
de guerra sobre sus mismos caballos se discutió el partido 



— 280 — 

que debia adoptarse. Yo pude percibir i saber lo que se trata- 
ba, porque a la cabeza de mi batallón se hallaba la reunión... 
Sabiéndose la falta de municiones, i que podríamos ser ataca- 
dos sin tener como resistir mas de diez minutos, se resolvió 
emprender la retirada, i aunque se habló de emprenderla por 
el poniente del rio Claro, se encontró dificultad para la artille- 
ría, por esa via, i el perderla seria cortar las alas para mas 
tarde; así fué que se decidió hacerla al instante por el camino 
real. Mi comandante Cáceres dijo que su batallón habia traido 
la vanguardia del ejército en la marcha sobre el enemigo, que 
ahora pedia la retaguardia. Así se acordó i marchamos en co- 
lumnas por cuartas, cubriendo la retaguardia de toda la divi- 
sión hasta llegar a Quechereguas.» 

»Teudría ya con esto lo bastante para demostrar, que no sin 
buenos fundamentos, me he atrevido a rectificar un hecho 
asentado por el señor jeneral Las Heras; pero no terminaré sin 
aclarar otros puntos de su relación que también me interesan. 
Tengo por mui cierto después de haber consultado a personas 
inteligentes que ha habido error de impresión en aquellas pa- 
labras con que se desigua el movimiento atribuido al mayor 
Bondizzoni: cambió de dirección a retaguardia sobre la prime- 
ra mitad de su derecha; porque se me ha dicho que ni es mo- 
vimiento militar, ni hai voces de mando para ejecutarlo. Pero 
sea de esto lo que fuere, militar o no el movimiento, está pro- 
bado que ni éste ni otro que debiese ordenar el comandante 
Cáceres, lo hizo su subalterno el mayor Rondizzoni. 

»Dice el señor jeneral Las Heras que a la llegada de las co- 
lumnas de nuestra infantería a Cancha Rayada, se hizo avan- 
zar algunas piezas de artillería i unas compañías de tiradores 
para que contuviesen la caballería enemiga, mientras se esta- 
blecían las líneas. Esa artillería era la que mandaba el teniente 
coronel entonces don Manuel Blanco Encalada i las compañías 
de tiradores, la de granaderos i cazadores del núm. 2. El señor 
don Francisco Javier Gana me dice: 

» Efectivamente, en los encuentros que tuvimos con el ejér- 
cito español en Cancha Rayada el 19 de marzo de 1818, era yo 
teniente 1.° del escuadrón de artillería volante que mandaba el 
teniente coronel de ese tiempo don Manuel Blanco Encalada: 



) 



— 281 — 

el señor don José Bernardo Cáceres, siendo teniente coronel, 
mandaba el batallón nuca. 2 i como nosotros formaba parte de 
la vanguardia del ejército: batiendo nuestro escuadrón la divi- 
sión española, la cual hizo alto a la entrada de Talca en la tar- 
de del 19, luimos oportunamente ausiliados por las compañías 
de granaderos i cazadores del batallón núm. 2 que he men- 
cionado.» 

>No bou menos interesantes las noticias del señor don Rafael 
Gana: 

»Los realistas dejaron fuera de las calles de Talca una bri- 
gada de artillería i unos escuadrones de caballería, lo que ob- 
servado por nuestros jenerales, les indujo a destacar fuerzas 
de artillería, caballería e infantería, para tentarlos a una acción 
jeneral, con esa escaramuza parcial. Así fué que en ese mo- 
mento, que serian las 2 de la tarde, i hallándose mi batallón a 
la cabeza del ejército, como en toda la marcha, se nos presentó 
el jeneral San Martin, i pidió a nuestro comandante Cáceres 
las compañías de preferencia, granaderos i cazadores, aquella 
mandada por mi capitán don Lorenzo Rueda, i ésta por el suyo 
don Pedro José Reyes. Salimos de las filas del batallón i el je- 
neral nos ordenó seguirle a paso de carrera i nos colocó a reta- 
guardia de la artillería de Chile, que mandaba el comandante 
don Manuel Blanco Encalada, con la orden de protejerla a viva 
fuerza, pues se batía con la enemiga haciendo un fuego mui 
nutrido a bala rasa. Allí permanecimos las dos compañías has- 
ta que se mandó retirar la artillería, poniéndonos a retaguardia 
a contener las varias cargas de caballería que amagaban a di- 
cho cuerpo; pero que nosotros le conteníamos con fuegos orde- 
nados i certeros en retirada. 

»E1 precioso ensayo de las dos compañías de nuestro batallón 

> a presencia de todo el grande ejército de la patria, reportó 

> al comandante Cáceres un cumplido elojio de parte del direc- 
» tor O'Higgius, por la bizarría de la trepa que había discipli 
» nado i su brillante comportamiento en la retirada.» 

«Últimamente dice el señor jeneral Las Heras que al empren- 
der su retirada de Cancha Rayada, despachó un oficial práctico 
del pais para que fuese a tomar noticias del jeneral en jefe i le 
diese parte de lo ocurrido; i ese oficial fué el capitán del núm. 2 



— 282 — 

de Chile, don Francisco Ibáflez, que ha muerto de coronel en 
1849, que le propuso en aquel momento el comandante Cace- 
res, i cuyo caballo podría yo describirle, i otras particularida- 
des. También, que mas adelante i con el mismo objeto, despa- 
chó al oficial de estado mayor, teniente coronel don José Ma- 
ría Aguirre; i en esto parece sufrir un error el señor jeneral. 
Tanto porque Aguirre no ha sido teniente coronel hasta 27 de 
mayo de 1818, en que le confirió el grado el gobierno de su 
pais, la República Arjentina, cuanto porque fpé el teniente co- 
ronel Cáceres, quien recibió esa comisión, que era . algo mas 
seria i arriesgada. 

«Cuando he preguntado al señor don Rafael Gana, aunque 
yo tenia datos minuciosos que suministrarle para avivar sus re- 
cuerdos, he quedado gratamente sorprendido al saber que el 
hecho le era mui personalmente conocido, i que no necesita 
sino de una simple pregunta. 

» Acampados en este punto (Quechereguas) quedó mi bata- 
llón en el camino i la demás fuerza de la división en el patio i 
casas de la hacienda. Dormia yo tranquilo dando descanso a 
mi cuerpo fatigado i rendido a la cabeza de mi compañía, cuan- 
do mi comandante Cáceres personalmente me recordó, orde- 
nándome seguirle, ambos a caballo, i tomamos el camino que 
conduce a Santiago. Pasados algunos momentos de marcha que 
hacíamos a la lijera, tomé la confianza de preguntarle. «¿Para 
donde vamos, comandante, i dispense mi curiosidad? «En una 
comisión importante, me respondió: somos conductores de una 
plausible nueva para el jeneral, San Martin i de grandes resul- 
tados para el pais, pues hasta esta hora no puede saberse de- 
talle, ni aun presunciones, que hai una fuerza de 3,000 hom- 
bres sanos i en el mejor orden, salvados del gran descalabro de 
anoche en Cancha Rayada; i debemos correr hasta encontrar 
al jeneral.» — Llegados que fuimos a la orilla del Lontué, ni mi 
comandante sabia el vado, ni tampoco yo, i me pareció regular 
que yo me diese i aun me espusiese, i no el comandante, pues 
que era de noche, i aunque habia buena luna, no por eso per- 
cibíamos el paso del rio. — El agua subia mas arriba del pecho 
de mi caballo; pero no creí peligroso el paso i le grité que en- 
trase i me siguiese, lo que efectuó, habiendo salvado el incon- 



— 283 — 

veniente aunque bien mojados. A la subida de la barranca en- 
contramos algunos soldados de los dispersos, que se calenta- 
ban i comian no sé que cosa. El comandante les habló i orde- 
nó esperar allí a la división Las Heras, i seguimos nuestro ca- 
mino a marcha forzada i lijera. En todas las casas que habia en 
el tránsito preguntábamos por el paradero del jeneral San Mar- 
tin; pero pocas o ningunas noticias hallábamos. Al amanecer 
de ese dia 21 de marzo pasamos el rio Tinguiririca, i claro es- 
taba ya cuando entramos a las calles de San Fernando, que 
pasando por la que se toma el camino para Santiago, vimos dos 
oficiales a la puerta de la casa del gobernador don José María 
Vivar. Los oficiales eran don Mariano Escalada i el coman- 
dante Bueras. Sorprendidos quisieron hacer alguna pregunta 
pero mi comandanle impaciente por saber del jeneral San 
Martin, se las hizo a ellos, quienes contestaron: «Aquí está; 
pero duerme, i tenemos orden de dejarle repopar unas pocas 
horas. > — «No hai reposo, no hai nada, dijo mi comandante, es 
preciso despertarle, i que vea al instante estas comunicaciones 
que son de la mayor importancia •; i pasamos los umbrales de 
la puerta de calle precedido de sus dos ayudantes. Entramos, 
pues, a la pieza del jeneral, quien al vernos prorrumpió en 
una porción de preguntas i palabras atropelladas....» 

>No quiero hacer mas largo este artículo, que ciertamente no 
habría escrito, si solo i únicamente se tratase de hechos de la 
vida militar de mi padre, i no de poner su memoria a cubierto 
de un borrón, que seria tanto mas negro cuauto que se lo ha- 
bría echado un hombre como el jeneral Las Heras. No es 
posible que un jefe lo vea todo en un campo de batalla, i mas 
en los momentos de la espantosa confusión de Cancha Raya- 
da; ni tiene nada de nuevo que cuando mui presto habrán tras- 
currido cuarenta años desde que los sucesos se verificaron, 
ciertos recuerdos se debiliten i hayan rectificaciones como las 
mias. 

»Yo no hubiera recurrido por ahora tan presuroso a las co- 
lumnas de un diario para hacerlas, sin la publicación reciente 
en El Pais de la relación del sefior jeneral Las Heras, tal como 
todos han podido leerla. Si soi bastante feliz para llevar a cabo 
algún dia cierto trabajo sobre la historia de mi pais, quizas no 



— 284 — 

carecerán de algún interés detalles sobre Rancagua, Cancha 
Rayada, Chacabuco, Maipo, que no se encuentran en escritores 
contemporáneos, aunque, por otra parte, sean dignos de gran- 
des encomios por la justicia que hacen a quienes no fueron os- 
curos actores en esos hechos de armas. — Santiago, 14 de di- 
ciembre de 1857. — José Eduardo Gáceres.* 



VII 



En 1820 se le encomendó la organización de un hospital mi- 
litar, cuyo plan i presupuesto fué aprobado por el Supremo 
Gobierno. 

Se le encomendó, en 1822, la inspección de las tropas que 
guarnecían a Valparaíso. 

En 1823 fué electo representante al Congreso Jeneral por los 
partidos de la provincia de Concepción i de Los Anjeles, acep- 
tando la representación de este último departamento. 

Designado vocal secretario de la comisión militar del Con- 
greso, le cupo redactar los proyectos de lei siguientes: 

«Proyecto de fuerza permanente de mar i tierra;» 

«Plan de sueldos, en toda arma, de uniformes, de organiza- 
ción de tropas cívicas i su distribución en activas i pasivas;» 

«Proyecto de Constitución Política i Militar.» 

Fué asimismo, miembro de la Junta Militar nombrada por 
el Supremo Gobierno para metodizar la táctica del ejército. 

Del mismo modo le cupo la honrosa comisión de redactar un 
Reglamento del Estado Mayor Jeneral. 

En 1824 fué elejido diputado al Congreso Nacional por el 
partido de Itata. 

En este mismo año fué designado Vice-presidente de la Corte 
Marcial o Tribunal Militar. 

En 1827 se le nombró vocal de la Junta Certificadora de la 
Reforma Militar. 

En 1828 se le designó miembro de la misma ilustre corpo- 
ración militar i por segunda vez Vice-Presidente de la Junta 
Calificadora de servicios en el ejército. 

Concurrió al Congreso Constituyente de este año, que dictó 



i 



— 285 — 

la Constitución liberal promulgada por el Presidente jeneral 
don Francisco Antonio Pinto, como diputado por los partidos 
de Concepción i Lautaro. 

En 1829 fué reelejido representante de Concepción. 

Se le nombró, en ese mismo año, miembro de ía Junta Re- 
paradora de la sección militar i ministro de la Corte Marcial, 
puesto que conservó por muchos años. 

Se retiró del ejército en 1846. Alejado del servicio militar, 
se consagró al foro i a la majistratura, siendo ministro de la 
Corte de Justicia. 

Falleció en Santiago el 20 de julio de 1857. 

Rehabilitada su memoria con los antecedentes espuestos, su 
nombre queda escrito, con caracteres imborrables, en los ana- 
les históricos militares de la República. 



HOJA DE SERVICIOS 

Inspección Jeneral del Ejército, — El sefior coronel don José 
Bernardo Cáceres, su edad cuarenta i siete años ocho meses 
veintiséis dias, su pais Concepción de Penco, su salud robusta, 
sus servicios los que se espresan: 

TIEMPO EN QUE EMPEZÓ A SERVIR LOS EMPLEOS 

12 de abril de 1793. Cadete de menor de edad. 

5 de abril de 1799. Cadete con abono de tiempo. 
4 de enero de 1811. Subteniente. 

18 de diciembre de 1811. Teniente. 

1.° de noviembre de 1812. Ayudante mayor. 

6 de abril de 1813. Capitán graduado. 
28 de abril de 1814. Capitán efectivo. 

21 de setiembre de 1814. Sarjen to mayor, 

27 de febrero de 1817. Jefe de Estado Mayor de Plaza. 
14 de abril de 1818. Coronel graduado. 

24 de julio de 1818. Jefe de Estado Mayor de Plaza. 

28 de abril de 1823. Coronel efectivo. 



— 286 — 



TIEMPO EN QUE HA SERVIDO I CUANTO EN CADA UNO 

De cadete de menor edad, 5 años, 11 meses, 23 días. 
De cadete con abono, 11 años, 8 meses, 29 días. 
De subteniente, 11 meses, 13 días. 
De teniente, 10 meses, 13 dias. 
De ayudante mayor, 5 meses, 5 dias. 
De capitán graduado, 1 año, 21 dias. 
De capitán efectivo, 4 meses, 23 dias. 
De sarjento mayor, 2 años, 5 meses, 5 dias. 
De sarjento mayor de plaza, 3 meses, 28 dias. 
De teniente coronel, 9 meses, 19 dias. 
De coronel graduado, 3 meses, 9 dias. 
De jefe de Estado Mayor de Plaza, 4 años, 9 meses, 3 dias. 
De coronel efectivo, 10 años, 11 meses, 8 dias. 
Total de servicios, deducido el pasivo, hasta 5 de abril de 
1834: 34 años, 11 meses, 21 dias. 

REJIHIENTOS DONDE HA 8EBVIDO 

En el batallón fijo de Concepción. 
En el Granaderos de infantería. 
En el Estado Mayor de Plaza. 
En el batallón núm. 2. 
En el Estado Mayor de Plaza. 

CAMPAÑAS I ACCIONES DE GUERRA EN QUE SE HA HALLADO 

En la campaña de 1813, contra el ejercito real, en la provin- 
cia de Concepción. 

En la acción de Cuchacucha, en 22 de febrero de 1814, man- 
daba una partida de setenta granaderos; sostuvo una pieza de 
artillería, obtuvo el aprecio del jefe de la división, coronel don 
Juan Mackenna, i una recomendación particular al Supremo Go- 
bierno, como se ve en el Monitor Araucano estraordinario, 
tomo II, periódico ministerial de 5 de marzo de 1814. 

En la de Membrillar en 20 de mayo de dicho año, en donde 






— 287 — 

fué contuso en la cabeza i obtuvo la misma recomendación al 
Gobierno Supremo del mismo jefe, según el mismo periódico, 
núm. 35 ordinario de 15 de abril de dicho año, a cuyas órdenes 
se hallaba de ayudante. 

En esta misma clase se halló en el paso de Maule. 

En la acción de los Tres Montes, en la de Quechereguas de 
ayudante del jeneral en jefe brigadier don Bernardo O'Higgins. 

En la de Rancagua, el 1.° i 2 de octubre del mismo año 14, 
siendo jefe del Estado Mayor particular de la 2. a división. 

En la vanguardia en la acción de Chacabuco el 12 de febre- 
ro de 1817, recibió la gracia de un diploma del Gobierno con 
una medalla. 

En la de Cancha Rayada el 19 de marzo de 1818, man- 
dando el batallón núm 2 que bajo su instrucción se creó, i en la 
retirada del ejército. 

En la de 5 de abril en Maipú, por la que mereció el grado 
de coronel, un diploma i medalla domo jefe del indicado bata- 
llón núm. 2, i al que mandaba en dicha acción, ser después 
nombrado miembro de la lejion de mérito i consejero honorario 
del Gran Consejo de la misma. 

COMISIONES I ENCARGOS QUE HA DESEMPEÑADO 

En el afio de 1820 se le comisionó para que formase un hos- 
pital militar; lo presentó al Gobierno i obtuvo la aprobación su- 
prema. 

El afío 22 fué nombrado para hacer la inspección de tropas 
que guarnecían a Valparaíso. 

El 23, fué electo representante al Congreso jeneral, por dos 
partidos de la provincia de Concepción, i admitió la representa- 
ción del de los Anjeles. 

En el mismo fué vocal-secretario de su Comisión Militar, i a 
su cargo corrieron todos los trabajos i la redacción de ellos, pre- 
sentándolos a la sala con un discurso preliminar, siendo aque- 
llos los siguientes: proyecto de fuerza permanente de mar i 
tierra; plan de sueldo en toda arma, de uniformes, de organiza- 
ción de tropas cívicas i su distribución en activas i pasivas, i una 
Constitución Político-Militar. 



— 288 — 

Ya en el mismo año habia sido miembro de una junta mili- 
tar, nombrada por el Supremo Gobierno para metodizar la tác- 
tica del ejército en la que se le confío por lo demás vocales la 
redacción de varios trabajos que se presentaron i pidieron por 
aquel, i uno de ellos fué un reglamento del Estado Mayor Je- 
neral. 

En el año 24 fué electo representante al Congreso Jeneral 
por el partido de Itata. 

Ha desempeñado la Vice-presidencia del Tribunal Militar, 
por nombramiento supremo en los años 21 i 24. 

En el de 27, se le nombró vocal de la Junta Calificadora para 
la reforma militar. 

En el de 28, miembro de la mui ilustre Corporación Militar, 
i segunda vez de la Junta Calificadora para la reforma militar. j 

Se le confió la representación de la ciudad de Concepción, al I 

Congreso Jeneral Constituyente; también la del partido de Lau- 
taro. 

■ 

En el de 29, volvió a nombrársele representante al Congreso 
por la misma ciudad de Concepción. 

Se le nombró miembro de la Junta Reparadora de la Sección 
Militar del Liceo, por el Suprema Gobierno en el mismo año, 
i hasta la fecha desempeña el destino de ministro de la Ilus- 
tre Corporación Militar. 

INFORME DEL INSPECTOR 

Notas. — Valor: acreditado. 

Aplicación. — Sobresaliente. 

Capacidad. — Id. 

Conducta. — Id. 

Estado, casado. — Domingo Frutos. 

Don Tomas Ovejeros, coronel graduado de infantería i ayu- 
dante jeneral interino de la Inspección del Ejército, etc., certi- 
fico: que la presente hoja de servicios es conforme con la oriji- 
nal que existe archivada en la secretaria de la Inspección Je- 
neral. — Santiago, junio 19 de 1835. — Tomas Ovejeros. 

•*■ 




Sárjente Mayor 

Doq Rafael Gana 



I 



JMMMMMMMMMM^MM^^MMMMMMfc 



Sarjento Mayor 

Bou Rafael Qana 



8u8 memorias de las Campañas de la Independencia 



La sociabilidad chilena, en todas sus épocas, presenta fami- 
lias históricas verdaderamente lejendarias i madres que han 
sido heroínas de carácter ejemplar. 

Tanto en la revolución de la independencia como en los pe- 
riodos posteriores de la República, se han 'distinguido familias 
nacionales por sus servicios especiales al pais. 

En muchas de ellas, se han sucedido, al través de los tiem- 
pos los esfuerzos continuados de sus miembros, como obede- 
ciendo a una tradición de raza, en favor de nuestras institucio - 
ees. 

Por eso tenemos familias de soldados, de marinos, de escrito- 
res, de impulsadores del progreso industrial, de estadistas i de 
benefactores que han ilustrado su nombre desempeñando un 
rol siempre afanoso por el bienestar i el engrandecimiento del 
pais. 

Desde los Carreras hasta los Gana, en la era de la revolución 
emancipadora, una misma línea de conducta se ha visto mar- 
cada en nuestra historia por estas familias lejendarias. 
19 



— — + 



— 290 — 

La familia Gana ha sido ana estirpe gloriosa de soldados. 

En las campañas que dieron oríjen a la República i en las 
que han afianzado después su soberanía, se "han caracterizado 
miembros ilustres del ejército de tan esclarecido renombre. 

El apellido Gana es, por sí solo, titulo de honrosa tradiccion 
social i pública, porque ha sido llevado con dignidad por gue- 
rreros valerosos, diplomáticos i hombres públicos de probidad 
i de abnegación en nuestros anales. 

En el ejército emancipador, figuraron con brillo los esclare- 
cidos oficiales José Francisco, que alcanzó el grado de jeneral; 
Agustín Javier, Rafael i Juan Gana, que rindió, este último, bi- 
zarramente su vida en la cruenta i gloriosa batalla de Maipo. 

Mas tarde en las campañas del Pacífico, lució su talento i su 
valor de héroe de raza, el preclaro jeneral don José Francisco 
Gana, que unió a sus rasgos superiores de soldado, sus altos co- 
nocimientos de injeniero militar. 

Asimismo fué majistrado i estadista de noble patriotismo en 
días tristes i oscuros para el pais. 

A esta ilustre familia pertenecía el denodado sarjento mayor 
don Rafael Gana, cuya rápida carrera de soldado vamos a narrar 
en este capítulo. 



II 



Don Rafael Gana nació en Santiago, el 24 de octubre de 1799 

Fueron sus padres don Agustín de Gana i Darrigrandi i la 
señora doña Dolores López Guerrero i Silva. 

Su familia proviene de alta alcurnia peninsular. 

Fundador de esta notable familia en Chile, fué don José Fran- 
cisco de Gana i Amézaga, oriundo de Vizcaya, descendiente de 
las casas solariegas infanzonas de Gana Amézaga, Basaldua i 
Gandía. 

Pertenecía a la noble estirpe del duque de Gandía que cuenta 
un santo de fama universal en su raza. 

Para venir a radicarse en América don José Francisco de 
Gana i Amézaga, siguió un espediente ante la Real Audiencia 
de Chile, en el cual solicitó la traslación de sus títulos de seño- 



— 291 — 

rio i de mas preeminencias que por títulos le correspondían 
concedidos por el reí de España. 

Dichos documentos pertenecen a la familia Gana, siendo su 
actual poseedor el respetable caballero, heredero lejítimo de las 
glorías de su estirpe, don Segundo Gana Castro, hermano del 
último jeneral de su apellido en la República. 

Don José Francisco Gana i Amézaga casó con doña Rosa Da- 
rrígrandi, natural de Santiago. 

La familia de sus predecesores era de oríjen portugués, de 
sangre limpia i nobleza esclarecida. 

Don José Francisco Gana i Amézaga, fué propietario de la 
valiosa hacienda de Santa Rita de Pirque, en Santiago. 

De este enlace provino don Agustin de Gana Darrigraudi, 
quien a su vez, se vinculó por los lazos del matrimonio, con la 
sefiora Dolores López Guerrero i Silva. 

Dicha señora descendía de don Francisco López, nacido en 
Concepción, literato i jurisconsulto distinguido, que fué asesor 
de varios presidentes de Chile i virreyes del Perú, en el periodo 
colonial. 

Era descendiente de españoles de noble estirpe. 

De esta familia proviene el eminente sacerdote i poeta chileno 
don Francisco de Borja López i Villa-Señor, denominado por 
su agudo injenio festivo el Quevedo de la Colonia. 

Doña Francisca Guerrero i Silva i Villa-Señor, madre de doña 
Dolores López Guerrero i Silva, era chilena, orijinaria de San- 
tiago, de familia distinguida i dotada de gran belleza. 

De esta noble estirpe, provenia el joven soldado don Rafael 
Grana. 

III 

Se educó don Rafael Gana en los colejios de su tiempo, cur- 
sando latinidad i filosofía. 

Su señora madre, que educó sus hijos para la noble carrera 
de las armas, nunca quiso apartar a ninguno de ellos de sus in- 
clinaciones. 

Por esto decíamos al comenzar este capítulo, que nuestra so- 
ciabilidad ha tenido madres que han sido heroínas. 



— 292 — 

La mujer chilena ha sido por naturaleza i sentimiento nativo, 
abnegada i amorosa para con la patria. 

Como la señora Dolores Guerrero i Silva, fueron doña Pabla 
Pineda, dofía Javiera Carrera i doña Pabla Jara-Quemada, ver- 
daderos ánjeles de patriotismo. 

Don Rafael Gana recibió de su señora madre el ejemplo je- 
neroso de su consagración al deber nacional. 

Muí joven sufrió persecuciones de los realistas, habiendo es- 
tado cautivo en los castillos de Valparaíso. 

Fué compañero de prisión, en 1816, con el bravo Santiago 
Bueras, que se cubrió de gloria inmolando su preciosa juven- 
tud en la batalla de Maipo. 

Se incorporó en el ejército en 1817, haciendo la campaña del 
Sur en la Compañía de Granaderos del batallón núm. 2 de 
Chile, bajo las órdenes del coronel don José Bernardo Cáceres. 

Guarneció algún tiempo a Valparaíso i poco después fué jefe 
instructor del ejército acantonado en Las Tablas, cerca de Casa 
Blanca. 

Al emprender la campaña del Sur, con motivo de la invasión 
del jeneral Osorio, formó parte de la división del jeneral don 
Antonio González Balcarce. 

En esta campaña, después de reunirse en el Tinguiririca con 
la División del Director Supremo, emprendió la persecución del 
jeneral Osorio desde Chimbarongo, formando con su batallón 
en la vanguardia del ejército patriota, fuerte de 6,000 hombres. 

Esta persecución tenia por objeto obligar al jeneral Osorio a 
presentar batalla, impidiendo que pudiese repasar el rio Maule. 

Al llegar a orillas del Lontné, el bizarro coronel don Ramón 
Freiré se adelantó con su escuadrón de caballería, por los calle- 
jones de Quechereguas, sosteniendo combates con las avanza- 
das realistas. 

El ejército patriota continuó su marcha hacia Talca, por el 
paso de las Lagunillas, en el rio Lircai. 

Acampado en Cancha Rayada, fué sorprendido por el ejército 
español el 19 de marzo de 1818. 

Esta desastrosa sorpresa fué fatal para los patriotas, aun cuan- 
do en ella se puso de relieve, una vez mas, el valor del soldado 
i la habilidad de sus jefes. 



— 293 — 

El joven Gana se batió, con el mayor valor i el mas brillante 
éxito, en las filas del nám. 2 de Chile, bajo las órdenes del co- 
ronel don José Bernardo Cáceres. 

Este cuerpcrmilitar tuvo ese dia el honor de la jornada, sal- 
vando los restos de aquel hermoso ejército. 

Acompañó al jeneral San Martin, hacia la capital, con el co- 
ronel Cáceres. 

Asistió a la batalla de Maipo, distinguiéndose por su valor i 
pericia militar. 

El Director Supremo don Bernardo O'Higgins lo destinó al 
Tejimiento de la Guardia de Honor. 

Se retiró del ejército en 1823 i contribuyó a la revolución que 
derrocó la dictadura de O'Higgins. 

Alejado a su hogar, con el grado de sarjento mayor, fundó 
una familia distinguida en Talca, uniéndose a la respetable se- 
ñora doña Benigna Castro i Cruz, en 1827. 

De este enlace provino el benemérito jeneral de la República 
d on José Francisco Gana i Castro. 

En la ciudad de Talca desempeñó los cargos concejiles de Al- 
calde i rejidor de la Municipalidad de aquel departamento, en 
diversos periodos legales. 

Contribuyó a los progresos locales i agrícolas de la provincia. 

Falleció el 24 de junio de 1867. 



IV 

En sus dias de reposo, escribió sus Memorias de la Campaña 
de la Independencia, documento histórico de la mayor novedad 
e importancia para el estudio i conocimiento de los sucesos 
de aquella época. 

Insertamos a continuación tan valiosa relación patriótica, a 
partir desde los primeros dias de la revolución. Las Memorias 
de don Rafael Gana, tienen el mérito de reflejar los aconteci- 
mientos en que fué actor con la mayor veracidad i están escri- 
tas en un estilo ameno i pintoresco, que dan sobrada muestra 
de la cultura i del elevado espíritu de su autor. 

Hé aquí tan precioso legado histórico: 



— 294 — 

MEMORIAS DE LAS CAMPAÑAS DE LA INDEPEN- 
DENCIA 

En esa época, 1816, jerminaba en el pecho de toda la juventud 
eantiaguina el amor sagrado de la patria e independencia de la 
Metrópoli, quebrando el yugo que nos unia al carro del despo- 
tismo español. 

Mi padre era uno de los muchos entusiastas de la dicha 
época; él entraba en los clubs en que se fraguaban los planes 
patrióticos, lo que le valió juntamente con muchos de sus an- 
tiguos amigos i compañeros de principios, una prisión i luego 
el destierro a Lima. 

Allí se les encerró en los subterráneos del castillo del Callao, 
lugar horrendo, espantoso i abominable, en donde tuvieron 
que sufrir un doloroso encierro. 

* * 

Mi hermano mayor José Francisco los acompañó en su des- 
tierro. 

Habiendo ido yo a Valparaíso, mandado por mi madre, a 
dejar algunos recursos pecuniarios a mi padre, como también 
ropa i provisión de víveres para el viaje, fui asaltado inopina- 
damente en una noche del mes de diciembre de aquel año de 
1816, por una partida de soldados realistas al mando de un 
oficial de apellido Manterola. 

Habiéndoseme sacado de la casa que habitaba, se me encerró 
en el castillo de San José. 

Debo hacer notar aquí que ya se hablaba en público de la es- 
pedicion del jeneral Sau Martin, que venia del otro lado de los 
Andes, con un ejército capaz de reconquistar a Chile i cuya es- 
pedicion mantenía a los realistas en una continua alarma, sin 
saber que puntos eran los invadidos. 

En este estado, tomaban diferentes medidas, ya desterrando 



— 2% 5 — 

patriotas, ya levantando horcas para intimidar a los pueblos» 
ya moviendo sus tropas aquí i acullá confundidas por la incerti- 
dumbre. 

Por esta causa apresaron en Valparaíso a cuantos creían ene- 
migos del gobierno español, i yo tuve la suerte de contarme 
en aquel número. 

*** 

Llegada la patrulla a la esplanada del castillo, hicimos alto 
al «¿quién vive?» del centinela que estaba en la puerta del 
cuarto de bandera, i al desprenderse el oficial para ir a rendir 
el santo i seña vimos con el mayor asombro volar el techo, 
puertas i cuanto contenia el lugar de la guardia, a causa de la 
esploaion que hizo el incendio de unos cuantos cajones de pól- 
vora que allí habían. 

Sobrecojida de espanto la jente del castillo echó a correr en 
todas direcciones sin saber qué hacer. 

El gobernador, don N. Villegas, con la patrulla que me tenia 
entre sus bayonetas, preguntó al oficial de guardia lo que ha- 
bía sucedido, pero éste contestó que nada sabia. 

El gobernador, enfurecido entonces dijo: 

— Esta es una conspiración de estos picaros insurjentes, es 
preciso matarlos sin piedad i acabar de una vez con esta raza 
maldita. 

I luego dirijiéndose a mí que estaba aterrado con lo que aca- 
baba de escuchar, agregó: l 

— Lleve Ud. a este bribonzuelo al calabozo i cumpla con la 
comisión que le he dado. 

En efecto, me instalaron en una pieza lóbrega i que despedía 
un olor fétido, i allí en medio de la oscuridad que me rodeaba, 
entregado a las mil reflexiones a que daba lugar mi crítica si- 
tuación, me desesperaba al ver desvanecidas tantas esperanzas, 
eu vísperas, puede decirse así, de ver lucir el estandarte de la 
patria que nos traía la ansiada libertad. 

A poco rato de estar en mi solitaria estancia, fui interrum- 



— 296 - 

pido en mi meditación por el raido de los cerrojos del calabozo, 
que se abrió para dar entrada a varios compañeros de infor- 
tunio. 

Al principio no nos distinguíamos, pero luego nos hablamos 
con cautela i pudimos reconocernos. 

Al día siguiente mui temprano se nos sacó de aquel lugar 
i entre dos filas de soldados nos condujeron al resguardo i se 
nos embarcó en una viejísima lancha, en donde no cabíamos 
ni aun de pié. 

Es indudable que el objeto que se proponian era el de hacernos 
naufragar al mas leve contrapeso de la embarcación, pues en 
ésta no se puso ni un soldado de custodia sino que en otra lan- 
cha iba la fuerza encargada de la vijilancia. 

Era tan manifiesto el intento de echarnos a pique que, ade- 
mas de la mucha agua que hacia el lanchon por sus fondos i 
costillas, rota i sin calafatear, no dejaron a bordo ni siquiera 
un tiesto para botar el agua, viéndonos obligados a hacer uso 
de nuestros sombreros, pues la borda iba apenas a dos pulga- 
das de la superficie. Ademas, el buque que iba a servirnos de 
presidio se habia colocado fuera de la bahía sobre una sola 
ancla. 

*** 

Al fin llegamos a fuerza de oraciones, puede decirse, al cos- 
tado de la fragata Victoria i subimos a bordo. 

Allí se nos encerró en el entrepuente del buque, lugar mui a 
propósito para perder el uso de las piernas, porque era tan bajo 
que solo podíamos andar gateando como los niños de seis meses. 

I para colmo de desesperación se respiraba en aquella maz- 
morra un hedor insoportable, habiéndose cerrado las escotillas 
i puesto la barra que le sirve de llave. |Oh angustia i desespe- 
ración! 

*** 

Nuestra prisión duró hasta el 13 de febrero de 1817, dia en 
que pudimos dejar aquella endemoniada cárcel, no sin espo- 
nernos antes a los azares de una conspiración. 

Aquel dia, desde mui temprano conocimos que algo de favo- 



— 297 — 

rabie debía acompañar a nuestra causa, porque el embarque i 
movimiento de la jente en el puerto así nos lo hacia presumir. 

Una canoa de pescadores tripulada por algunos amigos pa- 
triotas que habían quedado en tierra, pudo atracar con gran tra- 
bajo al costado de la Victoria, i entonces supimos la gran de- 
rrota del ejército realista en Chaca buco. 

Con tan plausible noticia, tres de nuestros compañeros de 
prisión, el comandante Bueras, don Santiago Aldunate, jeneral 
hoi, i don Fernando Urízar Garfias, se encargaron de dirijirse 
al comandante de la guardia de 50 hombres que había a bordo 
para nuestra custodia, con el fin de solicitar de él que nos pu- 
siera en libertad aquella noche, prometiéndole en cambio una 
hermosa recompensa. El comandante accedió gustoso a la peti- 
ción de los comisionados, llevado en parte de las ofertas que se 
le hacían i que esperaba con fundamento que cumpliríamos, 
como también animado por un rasgo de patriotismo, pues en 
sus venas corría la sangre chilena. 

Desde aquel momento nos dejó en libertad, pero al acercarse 
la noche nos metió de nuevo eñ el entrepuente, dejando sobre 
cubierta solo a los tres comisionados. 

Estos nos prometieron que si el comandante se negaba a de- 
jarnos en libertad, darían un golpe de mano para salir por la 
fuerza, para lo cual estaban tomadas todas las medidas del caso. 

De aquí resultó que se entablara una conferencia mui acalo- 
rada entre el oficial de guardia i nuestros tres comisionados, los 
cuales viéndose acometidos por el comandante, opusieron una 
dura resistencia. 

El señor Urízar, no pudiéndose contener, descargó un par de 
bofetadas sobre el oficial de guardia, echándolo por tierra, i, 
arrastrándolo a empellones lo metió en el entrepuente, sin que 
la tropa, que ya estaba ganada por nosotros, acudiera a sus vo- 
ces de mando. 

*** 

Eran las doce de la noche. 

En el puerto se sentía un continuo tiroteo, causado, según 
supimos después, por los dispersos de Chacabuco que saquea* 
ban las tiendas i almacenes de comercio. 



— 298 — 

Tenia la Victoria un hermoso lanchon atracado a su costado; 
en él nos empezamos a embarcar para dirijirnos a tierra. 

La tropa que era toda del batallón de la Concordia, de Val- 
paraíso, seguía nuestros movimientos. 

Muí cerca de la Victoria estaba anclada una fragata de guerra 
española, la Bretaña, i, temiendo que se apercibiese del movi- 
miento que acababa de tener lugar, nos trasbordamos a la lan- 
cha, en el mayor silencio. 

La tripulación que se componia como de veinte compañeros 
de cautividad, comenzó a separarse de las fragatas a toda fuer- 
za de remo. 

Eran tantos los deseos de llegar a la salvadora playa, que a 
cada instante nos parecía que la embarcación no avanzaba bas- 
tante lijero, i la tierra que se nos presentaba a lo lejos, como 
un oscuro manto, parecia complacerse en alejarse de nosotros. 

Al acercarnos a la playa, estuvimos en inminente riesgo de 
volver a caer prisioneros. 

En el momento de desembarcar, una patrulla que rondaba 
por las inmediaciones nos dio el grito de ¡quién vivel 

Nosotros no contestamos i seguimos remando con mayor em- 
peño; pero habiendo vuelto a repetir de nuevo aquella voz, nos 
lanzó una descarga de fusilería que la tropa que nos acompa- 
ñ aba contestó con un vivo tiroteo. 

Esto nos dio tiempo para desembarcar; i en seguida, cada uno 
ecbó a correr a la ventura en distintas direcciones. 

*** 

Perplejo, en aquellas circunstancias, me junté con un com- 
pañero, don Ramón Sepúlveda, i ambos convinimos en seguir 
el camino de la quebrada del Almendro, que estaba en frente 
de nosotros, para buscar algún escondrijo donde pasar el resto 
de la noche. 

Efectivamente nos pusimos en marcha i pronto golpeamos 
a la puerta de un cuarto en cuyo interior se traslucía una luz. 

El dueño de casa nos recibió afablemente i nos hospedó en el 
mejor i mas cómodo alojamiento. 

Nos facilitó vestidos mientras secábamos los nuestros, com- 



— 299 — 

pletamente mojados i que eran los únicos que habíamos salva- 
do en la fuga. 

Mientras nos calentábamos alred edor de un brasero de fuego, 
nuestro cariñoso huésped nos refirió la derrota de los realistas 
en Chacabuco i la confusión de los dispersos en Valparaíso, en 
donde se entregaron a un odioso vandalaje, saqueando las tien- 
das i almacenes i tratando de salvarse en los buques surtos en 
la bahía. 

Entre otras cosas, nos dijo, que en la tarde anterior había re- 
> cojido tres caballos ensillados de los muchos que habian aban- 

donado en la playa i calles del puerto los oficiales prófugos. 

Halagados por tan excelente noticia, concebimos la idea de 
rogarle que nos facilitara los caballos i nos acompañara a San- 
tiago, en donde le prometimos recompensarlo jenerosamente. 

Nuestro simpático protector se prestó gustoso a nuestra exi- 
gencia i al amanecer del dia siguiente nos pusimos en camino. 

*** 

Por espacio de algunas horas marchamos sin tropiezo alguno, 
cuando he aquí de improviso se nos presenta una partida de 
jente armada que luego reconocimos por realistas dispersos de 
Chacabuco. 

Ai divisarnos el jefe se acercó a nosotros i preguntó que quié- 
nes éramos i de dónde veníamos. 

— De Valparaíso, respondimos sin vacilar; el puerto está to- 
mado por los patriotas i buscamos un punto de salvación. 

— ¡A la Peña Blanca! gritaron entonces todos a una voz i nos- 
otros, sobrecojido8 por el terror i temiendo hacernos sospecho- 
sos, nos vimos obligados a marchar en medio de ellos. 

Yo era joven en aquel entonces i no me apercibía del peligro; 
pero mi compañero de viaje, hombre tímido por demás, llevaba 
la muerte retratada en su semblante. 

Trémulo i balbuciente miraba con ojos espantados a nuestros 
temibles acompañantes i yo hacia vanos esfuerzos para procu- 
rar reanimarlo! 

No sucedía lo mismo con nuestro guía que era el ánjel salva- 
dor, porque se mostraba mas godo que los mismos soldados rea- 



— 300 — 

listas, jurando i maldiciendo a cada instante a San Martin i a 
sus jenerales. 

En su tránsito los realistas saqueaban todos los ranchos i ca- 
sas de mediana apariencia que encontraban i nosotros, mal que 
nos pesara, nos veíamos obligados a tomar parte en aquellas es- 
cursiones, repartiéndonos también nuestra parte de botín. 

*** 

Por ñn llegó la noche, i a su sombra melancólica i tenebrosa, 
vimos modo de separarnos de nuestros amigos en apariencia, 
pero verdugos en realidad, que durante todo aquel dia nos lle- 
vaban como prisioneros. 

Nuestro plan nos salió bien. 

Burlando la vijilancia de nuestros guardianes, tomamos un 
rancho trasversal i, caminando a la ventura, llegamos a Peñue- 
las, i mui pronto a Casablanca, a donde arribamos a las 6 de la 
mañana del dia 15 de febrero. 

Aquí encontramos una autoridad patriota i con ella tomamos 
medidas para capturar dispersos i asegurar las propiedades de 
la villa, invadidas por bandidos que siempre son los primeros 
en aparecer en todo desorden. 

En Casablanca permanecimos todo aquel dia i el gobernador 
nos proporcionó buenas cabalgaduras, ropa i jente que nos 
acompañara en nuestro viaje. 

El 16, al caer la tarde, llegamos a Santiago, sanos i salvos 
después de haber pasado por tantos azares i peligros. 

Recompensamos a nuestro fiel e inmejorable guia, con toda 
la jenerosidad a que daba lugar la gratitud, i lo despachamos 
a Valparaíso con la misma custodia que habiamos traído de Ca- 
sablanca. 

*** 

¡Cuál fué la sorpresa que tuvo mi madre al verme en sus 
brazos! Ninguna noticia tenia de mí ni de mi padre, ni de mi 
hermano José Francisco, ni de mi otro hermano Javier, que se 
había ido ocultamente a tomar parte en la gloria del ejército del 
jeneral San Martin, cuando se supo su arribo de los Andes. 



— 801 — 

¡Pobre mi amada madre! 

Su consuelo fué dar salida al torrente de lágrimas con que 
me inundó. 

Todos estos pesares los sobrellevaba con resignación santa i 
esperando que algún dia los triunfQs de las armas patriotas, hi- 
cieran volver a su lado a mi padre i a mi hermano José Fran- 
cisco. 

Ella era mui patriota, desinteresada i leal, no el patriotismo 
de hoi dia convertido en egoísmo i demagojia. 

En aquella época de entusiasmo, todo joven santiaguino 
corría a alistarse i a tomar parte en la lucha de la indepen- 
dencia. * 

La oficialidad del ejército de Chile se compuso de los mas 
lucidos mancebos pertenecientes a las mas distinguidas familias 
de la capital. Así era que mi madre nos impulsaba a enrolar- 
nos en las filas para tomar parte en los diás de gloria que se 
esperaban para nuestra patria. 






Siguiendo su consejo, entré al servicio militar en marzo de 
1817, en la compañía de Granaderos del batallón núm. 2 de 
Chile que se comenzaba a organizar, en cuyo cuerpo serví con 
el grado de teniente primero hasta después de la grande i me- 
morable batalla de Maipo. Esta compañía mandada por el 
comandante don José Bernardo Cáceres, fué destinada a cubrir 
la guarnición de Valparaíso i allí tuve ocasión de defender 
varios amagos de desembarco de la tropa de los buques de 
guerra españoles que bloqueaban aquel puerto. 

Pocos meses permanecí en Valparaíso, porque habiéndose 
formado campamento en la estancia de las Tablas, cerca de 
Casablanca, para instruir i disciplinar el ejército, nuestro bata- 
llón fué llamado a aquel punto, donde se formó efectivamente 
una lucida división de las tres armas, infantería, caballería i 
artillería, bajo las órdenes del jeneral don Antonio González 
Balcarce. 



— 302 — 



* ♦ 



Con motivo de la invasión del jeneral español Osorio, que 
acababa de desembarcar en el Sur con un ejército de tres mil 
hombres, el jeneral O'Higgins, que sitiaba a Talcahuano, reci- 
bió órdenes de replegarse sin demora hacia el norte. 

El plan de San Martin consistía en reunir la división de 
O'Higgins al ejército que se disciplinaba en las Tablas i formar 
de esta manera un cuerpo respetable capaz no solo de hacer 
frente sino de rechazar con ventaja al enemigo. 

Con este objeto movió su campameníb de las Tablas, de 
cerca de 4,000 plazas de tropa regularmente disciplinadas i 
aguerridas i se dirijió al sur al encuentro del jeneral O'Higgins. 

Los soldados mostraban un entusiasmo loco i deseaban viva- 
mente un. ataque contra el enemigo. 

A pesar de que se caminaba a marchas forzadas, la tropa 
queria ir mas a prisa, porque sabíamos que la división del sur 
venia en retirada i acosada vivamente por el enemigo, sin que 
el jeneral O'Higgins quisiese presentar resistencia alguna, tanto 
por la superioridad del número de los invasores, como también 
por la falta de armamento i las peuurias consiguientes a una 
larga i gloriosa campaña. 






Al sur del rio Tinguiririca nos encontramos con la división 
de O'Higgins. 

Imposible es esplicar el placer de los jefes, oficiales i soldados 
al verse reunidos con sus compañeros de armas. 

Una especie de veneración mezclada con lástima causó en 
nuestro lucido ejército la vista de aquellos valientes, desnudos, 
ostentando en su cuerpo gloriosas cicatrices, tostados por los 
rayos de un sol de verano, pero resignados, contentos i llenos 
de esperanzas. 

Un ¡Viva Chile! inmenso, unámine, repetido de uno al otro 
estremo de las filas, fué el grito con que nos saludamos, inf un- 



— 808 — 

diéndonos valor para buscar al enemigo i batirlo en cualquiera 
parte donde se encontrase. 

Las dos divisiones, formando ahora un ejército de mas de 
6,000 hombres, acamparon en las casas de un hacendado don 
Juan González, i allí supimos que los realistas se hallaban en 
las de Chimbarongo. 

Aquella noche fué una de las mas alegres i felices. Cada 
cual daba espansion a sus sentimientos, refiriendo sus proezas 
i formando bellos sueños de gloría para el porvenir. 
^ Todos nos linsojeábamos con la esperanza de que al amane- 

cer del dia siguiente se daría una batalla jeneral. 

Lia división de O'Higgins se vistió, armó i amunicionó per- 
fectamente, como la nuestra, i a su cabeza se colocó el jeneral 
don José de San Martin. 

Al dia siguiente, al aclarar el alba, se puso en movimiento 
para esperar al enemigo en el llano de Chimbarongo. 

Mi batallón núm. 2 de Chile tomó la vanguardia del ejér- 
cito, cuyo puesto solicitó mi comandante don José Bernardo 
Cáceres. 

Llegado que fué al llano de Chimbarongo, el jeneral San 
Martín mandó hacer alto a la columna espedicionaria, fuerte 
de 6,000 hombres i se dispuso para empeñar la acción, que 
no dudaba tendría lugar aquel dia. 

Allí permanecimos como dos horas en la mayor ansiedad, 
esperando a cada instante la aparición de los realistas, pero és- 
tos no se presentaron. 

Pronto supimos, por nuestros espías i por las partidas avan- 
zadas, que habíamos enviado a la descubierta, que el enemigo 
había contramarchado hacia el sur, huyendo probablemente de 
nuestras fuerzas. 

Inmediatamente el jeneral en jefe ordenó marchar a paso 
redoblado, para ver modo de esterminarlo antes de que repa- 
sara el Maule. Sin embargo, no pudimos darle alcance, á pesar 
de que nuestra tropa marchaba casi de carrera. 

Al acércanos a orillas del Lontué, el bizarro coronel don Ra- 



— 304 — 

mon Freiré, pasó el rio con un escuadrón de caballería i se 
adelantó bravamente por los callejones de Quechereguas soste- 
niendo rudos combates con las avanzadas realistas. Pero tuvo 
que replegarse ai grueso de las fuerzas, sin éxito alguno, de- 
jando al enemigo atrincherado en las casas de aquella ha- 
cienda. 

Antes de amanecer, el ejército emprendió de nuevo la mar- 
cha con dirección a Quechereguas. Esperábamos atacar al ene- 
migo por sorpresa en sus mismos atrincheramientos sin darle 
siquiera tiempo para que continuara en retirada. 

Por desgracia nuestros planes salieron burlados. 

Al acércanos a Quechereguas la encontramos desierta, el 
enemigo la habia abandonado en la misma noche i nos lle- 
vaba ya media jornada de delantera. 

Ni O'Higgins ni San Martin desmayaron en su intento, i 
continuaron en su persecusion con mayor ardor. 

En lugar de seguir la via jeneral que era la que llevaba el 
enemigo, nuestro ejército tomó el camino que conduce a Talca 
por el paso de las Lagunillas, en el Lircai. Nos proponíamos 
adelantarnos a los realistas para cortarles la retirada, instalán- 
donos en Talca, punto estratéjico de la mayor importancia. 

Si hubiéramos conseguido nuestro objeto, la derrota de Oso- 
rio habria sido completa, porque colocado entre nuestro ejér- 
cito i la capital, de grado o por fuerza, se habria visto en el 
caso de presentarnos batalla, para librarse de una segura des- 
trucción. 

Nosotros sabíamos que en el campo realista la discordia ha- 
bia sentado sus reales i que los dos jefes españoles, Osorio i 
Ordófiez, estaban a punto de reñir abiertamente. 

Pero todos nuestros esfuerzos para alcanzar a los f ujitivos 
fueron en vano. 

Ellos marchaban con una celeridad asombrosa, dejando a 
su retaguardia todo lo que les embarazaba: bagajes, cureñas, 
caballos, heridos, etc., etc. 

Así fué que cuando nuestro ejército llegó a los arrabales de 



f 



— 305 — 

Talca, los realistas se encontraban acantonados en el interior 
de la ciudad, habiendo dejado a la descubierta una pequeña 
división destinada a observar nuestros movimientos. 






El jeneral San Martin, deseando templar el valor guerrero 
de sus entusiastas soldados, ordenó al comandante de artillería 
don Manuel Blanco Encalada, atacase aquella pequeña fuerza 
con la división que tenia a su cargo. 

Con tal motivo, trabóse un combate mui cerca del convento 
de 8an Agustín, en que el comandante Blanco, con su destreza 
habitual, hizo jugar admirablemente sus piezas de artillería. 

En medio de la refriega, observando el jeneral que la caba- 
llería enemiga se preparaba para caer sobre nuestros cañones, 
destacó un cuerpo de granaderos a caballo al mando del coro- 
nel de aquella arma, don N. Zapiola. Al mismo tiempo pidió 

al comandante Cáceres las dos compañías de su preferencia 
del batallón núm. 2 de Chile para protejer a Blanco i salió de 

las filas la de cazadores al mando de don Pedro Reyes, i la de 

granaderos en que iba yo. 

El mismo San Martin se puso a la cabeza de nosotros, orde- 
nándonos seguirle al galope de su caballo hasta colocarnos a la 
retaguardia de la artillería. 

Esta pequeña acción o escaramuza no tomó grandes propor- 
ciones i concluyó al ponerse el sol. 

Esa tarde hubo brillantes cargas de caballería i en una de 
ellas, habiendo sido rechazados los granaderos, el heroico Freiré 
entró .al palenque con su escuadrón Cazadores de la Frontera 
i arrolló al enemigo acuchillándolo con bravura hasta las calles 
del pueblo. En esta carga murió el comandante Camillo. 

Al caer la noche, cada sección se retiró a sus cuerpos respec- 
tivos, en donde las partidas realistas continuaron incomodán- 
donos con sus ataques. 

Mientras hacia su retirada la artillería, nuestras dos compa- 
ñías colocadas a su reguardia contenían los avances del ene- 
migo, contestando sus fuegos con un vivo tiroteo, hasta que al 
20 



— 806 — 

fin toda la brigada se replegó al grueso del ejército sana i 
salva. 

* * 

Amaneció el 19 de marzo de 1818. 

Aquel sol que el 12 de febrero de 1817 habia presenciado el 
heroísmo de nuestros soldados en la cuesta de Chacabuco, iba 
a ocultarse ahora, huyendo de ser testigo de la triste suerte que 
la Providencia habia deparado a nuestras armas. 

Aquel brillante ejército de 7,000 hombres, sobre el cual la 
patria tenia fijas sus miradas; aquel ejército que se creía inven- 
cible, el mas lucido, el mas valiente, el mas completo que 
jamás se hubiera visto en Chile; aquel ejército que en sus ban- 
deras llevaba escritas nuestras glorias del Roble, Chillan, 
Membrillar, Rancagua, Talcahuano i Chacabuco jai I iba mui 
pronto a ser aniquilado en las tinieblas de una noche! 

I Arcanos incomprensibles del Destino! Estaba en el gran 
libro aquella noche de horror i de luto! 

¡Oh, patria mial oculta tu dolor en los pliegues de tu glorioso 
manto! Si arrojamos a tus pies el baldón de Cancha Rayada, 
mui pronto te ceñiremos la inmarcesible corona de Maipú! 

*** 

Nuestro ejército estaba acampado al noroeste de Talca, en un 
llano bastante estenso, que se conocía con el nombre de Can- 
cha Rayada. 

Teníamos, por el norte el Lircai; por el oriente, el cerrillo 
que hasta ahora lleva el nombre de Cerrillo Verde; por el este, 
una alameda que corría en la misma dirección de la calle de 
San Luis; i, por el sur, otros llanos incultos que se prolongaban 
por el oriente de la ciudad. 

Sau Martin habia el ejido aquel punto como el mas estraté- 
jico i el mas adecuado para evitar una sorpresa. 

Aquel día, 19 de marzo, era el cumpleaños del vencedor de 
Chacabuco i la tropa desde temprano lo habia saludado con 
entusiastas vivas i alegres manifestaciones. 

El jeneral, orgulloso de hallarse al frente de un ejército tan 



— 307 — 

lucido, quiso corresponder de alguna manera a esta jenerosa 
felicitación, convidando a la oficialidad a unas once en su 
tienda de campaña. • 

¡Quién podia imajinarse que aquella alegre comida seria 
para muchos la despedida de este mundol 

A la oración, el ejército, bajo la dirección del coronel de in- 
jenieros, don Santiago Arcos, comenzó a cambiar de posiciones, 
a fin de burlar cualquiera tentativa del enemigo. 

La división del jeneral Las Horas, compuesta de cinco bata- 
llones de infantería, formaba la derecha. El comandante Blanco 
Encalada con sus piezas de artillería, los escuadrones de grana- 
deros, en qué me hallaba, los de cazadores i el batallón núm. 2 
de Chile, mandado por el comandante Cáceres, defendian la 
izquierda de esta división. La reserva habia sido colocada en 
el Cerrillo Verde, donde se encontraban el parque de municio- 
nes, las tiendas de campaña de los dos jenerales, O'Higgins i 
San Martin, i la Intendencia Jeneral del Ejército. 

*** 

Serian las 9 de la noche. 

O'Higgins, que ee hallaba en la tienda de campaña del co- 
mandante Cáceres, conversaba con este jefe sobre los sucesos de 
la tarde, elojiando la conducta i bizarría de las dos compañías 
que habían protejido con un vivo tiroteo la retirada de los arti- 
lleros, al mismo tiempo que lo felicitaba por mandar un bata- 
llón tan lucido como el núm. 2 de Chile. 

De improviso se dejaron oir algunos tiros de fusil. 

O'Higgins se sobresaltó i di rij i endose a Cáceres le dijo: 

— Me retiro al Cuartel Jeneral; estos tiros quieren decir algo. 

I se marchó al cerrillo donde estaba con la reserva del ejército. 

La división de la izquierda no estaba aun colocada en su lu- 
gar de alojamiento; pero al resplandor de la luna, que estaba en 
su plenitud, vimos que un batallón se movía a nuestro frente. 

Era el núm. 3 de Arauco. 

En este mismo instante i como por encanto, sentimos una es- 
pantosa descarga de artillería i fusilería mui cerca de nosotros, 
cuyas balas hicieron algunos estragos en las filas de nuestra 



división que se hallaba en linea, pero sentados los soldados con 
su fusil en la mano, comiendo galletas i charqui crudo que ae 
acababa de repartir a la tropa. 

Al momento i sin confusión alguna nos pusimos todos de pié. 

No veíamos al enemigo, pero llevados por la dirección de las 
descargas que acabábamos de sentir, mandamos a la tropa hacer 
fuego al frente. 

La columna enemiga contestó otra vez con un fuego nutrido» 
terrible, trabándose desde ese momento el combate por asalto 
que nosotros resistimos sin mover un pié. 

Al cabo de unos diez minutos de un fuego horrible, observa- 
mos que la columna enemiga se alejaba en dirección al oriente, 
llevando por todas partes la muerte i la destrucción. 

No son certeros los tiros lanzados en la oscuridad i aunque 
las balas silbaban de una manera espantosa sobre nuestras ca- 
bezas, no tuvimos que lamentar grandes pérdidas. 

£1 enemigo se alejaba cada vez mas hacia el cuartel jeneral, 
haciendo un vivo fuego de fusil, que la tropa, en medio de la 
confusión, contestaba del mejor modo posible. 

Nosotros creíamos que la línea izquierda estaría ya afirmada 
i que por consiguiente podía hacer frente al enemigo con todo 
orden i comodidad. 

Pero nos engañábamos. 

La división no estaba en su puesto, estaba efectuando su mo- 
vimiento cuando el enemigo la tomó por asalto i entonce le fué 
fácil arroyarla, llevándola en derrota con dirección al cerrillo. 

Aquí, como ya he dicho, estaba situada la reserva, el Estado 
Mayor Jeneral, parque de municiones i todo lo que se conducía 
en la gran campaña que habíamos emprendido. 

Así fué que habiendo llevado a ese puesto la división de la 
izquierda el desorden i la confusión, no hubo tiempo de atinar 
con medida alguna que precaviese el funesto resultado. 

Desde aquel instante comenzó la verdadera derrota, huyendo 
unos, resistiendo otros i poseídos todos del mas horrible pavor. 

Era espantoso aquel cuadro de desolación, en donde no había 
sino luto i horror; de suerte que los patriotas, sin poderse sos- 
tener por mas tiempo, emprendieron la fuga en distintas direc- 
ciones; pero la mayor parte al norte, con dirección al Lircai, 



— S09 — 

perseguidos de cerca por los realistas que los acuchillaron hasta 
la orilla de aquel rio. 

En el cerrillo quedaron montones de cadáveres, toda la arti. 
Hería de los Andes, el armamento i municiones de repuesto, las 
cajas con dinero, los papeles de los cuerpos del ejército, una gran 
cantidad de víveres, i por fin, un abundante botín de cuanto 
había en un bien provisto ejército que iba emprendiendo una 
larga campaña. 

} *** 

Mientras tanto nosotros, que pertenecíamos a la división de 
la derecha, mandada por el valiente i afortunado jeneral Las 
Heras, nos encontrábamos perplejos i en la mayor ansiedad. 

Después de la embestida de los realistas a nuestra línea que no 
consiguieron desorganizar, permanecimos como una hora oyen- 
do las repetidas descargas de fusilería i artillería que sin inte- 
rrupción se sentían hacia la parte del cerrillo de Cancha Raya- 
da, sin que nos fuera posible, por la confusión i la oscuridad de 
la noche, marchar en auxilio de nuestros compañeros. 

Por otra parte, cualquier movimiento que en .aquellas angus- 
tiadas circunstancias se hubiera emprendido con tal objeto, no 
habría servido sino para aumentar lá confusión i la carnice- 
ría, sin que de ello reportara provecho alguno. 

Esto mismo fué lo que comprendió el jeneral Las Heras i 
deseando tomar las medidas que mejor convinieran, citó a to- 
dos los jefes a una junta de guerra, la que se celebró a la cabe- 
za de mi batallón, pudiendo yo apercibirme, de este modo, de 
lo que en ella se dispuso. 

Se llamó a los ayudantes para que dieran cuenta del estado 
de las municiones tanto en la tropa como en la artillería de 
Chile. 

Se supo entonces que no quedaban sino tres paquetes por 
plaza i de que era imposible proveerse de mayor número, por 
cuanto en ese mismo momento el cuartel jeneral era atacado 
por el enemigo. 

Estos escasos recursos, eran, pues, insuficientes para empren- 
der cualquiera tentativa de agresión, ni la mas lijera escara- 
muza. 



— 310 — 

En consecuencia, el jeneral Las Heras dio la voz de retira- 
da, i aquel brillante ejército poco antes tan orgulloso i lleno de 
gloriosas esperanzas, reducido ahora a un puñado de valientes, 
emprendió la marcha por el camino real de Lircai, llevando en 
su pecho la mas amarga desesperación. 

A las diez de la noche comenzamos a abandonar aquel cam- 
po de horror i de sangre, tomando mi batallón la retaguardia 
por pedido de mi comandante Cáceres. 

Marchamos en el mejor orden toda la noche i todo el dia si- 
guiente sin ser incomodados por el enemigo, hasta llegar a la 
hacienda de Quechereguas al ponerse el sol. 

Debo notar que en todo el camino no se nos reunió ningún 
cuerpo de caballería sino unos cuantos dispersos que no pudie- 
ron darnos noticia alguna del resto del ejército, ni de los j ene- 
Íes O'Higgins i San Martin, ni de mil incidencias que estába- 
mos ansiosos de saber. 

Al entrar a Quechereguas, el jeneral Las Heras, pasó revista 
a las tropas i oficiales de que contaba la división i se hallaron 
3,000 hombres poco mas o menos. 

La artillería alojó en las casas i los demás cuerpos en el pa- 
tio i en el camino. 

Encontramos también allí abundantes provisiones de boca, 
de que estábamos harto necesitados, i un cómodo descanso. 

Rendido por la fatiga, me babia quedado dormido, sentado 
en el suelo, a la cabeza de mi compañía, cuando fui recordado 
por el comandante Cáceres que me ordenó montar a caballo i 
seguirle inmediatamente. 

Le obedecí; subimos a caballo i nos dirijimos al norte, siguien- 
do el camino que conduce a la capital. 

Durante algunos instantes marchamos sin proferir palabra, 
sumido cada cual en dolorosas reflexiones. 

Guando se hubo disipado un tanto el entorpecimiento en 



— 811 — 

quel el sueño había sumerjido mi imajinacion, comencé a calcu- 
lar que algo de grave debía acontecer cuando mi comandante 
dejaba abandonado su batallón en circunstancias tan difíciles. 

Aguijoneado por esta incertidumbre, le dirijí la palabra su- 
plicándole que me esplicara la causa que motivaba nuestra res- 
pectiva marcha, i el lugar a donde nos dirijíamos. 

Entonces me respondió que iba en busca del jeneral San 
Martin para entregarle un pliego del jeneral Las Heras, de que 
era portador. Me dijo ademas que llevaba encargo de instruirle 
) verbalmente del estado de la división que habia salvado del de- 
sastre de Cancha Rayada la noche anterior i de pedirle órdenes 
para los movimientos subsiguientes de aquel cuerpo de ejér 
cito. 

Con esta relación me tranquilicé i continuamos á toda prisa 
la marcha que llevábamos. 

Llegados a orillas del Lontuó, titubeábamos un poco porque 
ni uno ni otro conocía el vado. Yo me creí en el caso de tentar 
el primero, lo que verifiqué, rogándole se mantuviese a la es- 
pectativa de si pasaba bien para que me siguiera. 

Así sucedió, habiendo llegado a la ribera opuesta sin otra 
novedad que un fresco baño, que tomamos en un hondo canal. 

Allí encontramos muchos soldados de los dispersos de Can- 
cha Rayada rodeados de una gran fogata, que algo nos sirvió 
para secar nuestros vestidos. 

Les ordenamos que esperasen allí a la división del jeneral 
Las Heras i continuamos a toda prisa nuestra marcha. 






Al rayar el alba del dia 21 de marzo, llegamos a San Fer- 
nando. 

Nuestras primeras dilijencias fueron informarnos de la suer- 
te del jeneral San Martin i de toda su oficialidad, i entonces 
supimos que se hallaba en el pueblo en casa del gobernador 
don José María Silva. 

Inmediatamente, sin pérdida de tiempo, nos dirijimos al lu- 
gar indicado. 



— 812 — 

En la puerta de la casa encontramos al ayudante de San 
Martín, el bravo comandante Bueras, i a don Mariano Encala- 
da (1), los cuales, al vernos, nos saludaron con grandes mues- 
tras de contento, haciéndonos miles de preguntas sobre la suerte 
del ejército que ellos creian completamente destrozado. 

El comandante Cáceres los informó en cuatro palabras i les 
pidió que le anunciasen con urjencia a S. E. porque traía una 
correspondencia mui importante del jeneral Las Heras i tenia 
ademas que darle verbalmente varias instrucciones. 

Aun cuando al principio se resistieron a despertar al jene- 
ral, por hallarse mui fatigado i abatido, hubieron de acceder 
al fin. 

San Martin nos mandó entrar sin dilación (2). 

Grande fué la sorpresa que esperimentó al vernos. 

Antes de que mi comandante le hubiese dirijido la palabra, 
él hizo una multitud de preguntas atropelladas, sin ilaciones, 
llenas de curiosidad i que revelaban claramente la exaltación 
de su espíritu. 

Cuando hubo leido la correspondencia del jeneral Las He- 
ras, un rayo de esperanza brilló en su frente i esclamó poseído 
del entusiasmo mas vivo: — ¡Oh, Las Heras! Valiente división!... 
I Ya tenemos ejército!... Venceremos!... 

En seguida entabló con nosotros una larga conversación re- 
ferente al desgraciado suceso de la noche del 19 de marzo. 

Nos preguntó la manera cómo había salvado Las Heras su 
división, a quien siempre nombraba con grande alborozo; se 
informó del espíritu de la tropa, del estado de las municiones, 
de la artillería, de la retirada i de mil otras cosas, concluyendo 
por dar permiso a mi comandante para pasar a Santiago a 
reanimar el ánimo de los habitantes i avivar el entusiasmo per- 
dido. 

Le entregó comunicaciones para el Gobierno de la capital i 



(1) Este don Mariano Encalada, era cañado de 8sn Martin. 

(2) San Martin, según relataba el mismo don Rafael Gana, estaba ten- 
dido sobre los ladrillos, de espaldas; vestido de uniforme i teniendo por 
almohada su sombrero. 



— 818 — 

se despidió de nosotros con cordiales i afectuosas demostra- 
ciones. 

No dejaré de advertir que en medio de la escena que acabo 
de narrar, el jeneral tomaba providencias activas para mandar 
al ejército víveres, ropa, municiones, tabaco, aguardiente, etc., 
etcétera. 

Al mismo tiempo ordenó al comandante Bueras que se pu- 
pusiese a la cabeza de un pelotón de caballería que se hallaba 
allí reunido, e impartió diversas providencias para contener a 
la tropa i oficiales dispersos que marchaban a Santiago en dis- 
tintas direcciones. 



* * 



Salimos de San Fernando después de nuestra entrevista con 
el jeneral i nos dirijimos a Santiago con toda la celeridad po- 
sible. 

A las nueve i media de la noche de ese mismo dia 21 de 
marzo, nos desmontábamos a las puertas del palacio de S. E. 

Inmediatamente, i como por encanto, se esparcieron por el 
pueblo las plausibles nuevas de que éramos portadores, esto 
es, que el ejército patriota no habia sido destrozado i que el 
jeneral San Martin, a quien se creia muerto, marchaba a San- 
tiago a organizar la defensa. 

Con esto se reanimó el espíritu público i mui pocos desespe- 
raron en la salvación de la patria. 

Las campanas de las iglesias anunciaron al pueblo que Chile 
podía aun ser libre i una inmensa concurrencia se agolpó al 
palacio donde nosotros nos encontrábamos, preguntando quien 
por su padre, su esposo o su hijo, quien tratando de saber si 
habían medios con que salvar la patria i si se podría hacer 
frente al enemigo con el ejército que traia Las Heras. 

Aunque ahogados por la multitud, nos fué preciso satisfa- 
cer a todos con verdades i mentiras, esperando de esta manera 
reanimar la confianza i el entusiasmo casi perdidos. 

Nuestras protestas i promesas contribuyeron en gran parte 
a calmar la exitacion de los ánimos, pero esta gloriosa tarea 



— 814 — 



debía llevarla hasta lo sublime el espíritu inmortal del heroico 
Manuel Rodríguez. 



• * 



Terminada nuestra comisión, se retiró el comandante Cace- 

res a su casa i yo a la mia. 

Aquí encontré un consuelo en los brazos de mi querida i 

tierna madre, en los de mis hermanos i demás personas de 
nuestra intimidad. 

¡Cuánta alegría no recibieron al verme! Cuántas lágrimas de 
gozo tío vertieron mis ojos al encontrarme sano i salvo en me- 
dio de mi hogar doméstico! 

Todos mis sufrimientos, todas las amarguras que desde tres 
dias atrás acongojaban mi corazón, todo se desvaneció en una 
hora, en un minutol 

Aquella noche no dormimos. 

Demasiado tenían que comunicarse nuestras almas para pen- 
sar en el descanso. 

Nuestros pensamientos, nuestras inquietudes, nuestras es- 
peranzas todo lo absorbía el ardiente amor de nuestra patria.. 

Su destino se nos presentaba bien triste, bien desgraciado... 
Solo mi anciana madre conservaba su fe inalterable i nos alen* 
taba a proseguir sin desmayar en la santa causa de la indepen- 
dencia. 

¡Oh nobles recuerdos de mi juventud, ahora que la nieve de 
los afios ha blanqueado mi cabeza no puedo traeros a la me- 
moria sin emoción I 

Cediendo a las instancias de los que me rodeaban, les referí 
el desastre de Cancha Rayada; el valor i la serenidad del jene- 
ral Las Heras, que con una prudencia i sangre fría admira- 
bles, salvó su división de un descalabro completo; nuestra en* 
trovista con el jeneral San Martin en San Fernando i la con- 
fianza que manifestó de organizar el ejercito i hacer de nuevo 
frente a los realistas i, por último, les agregué que tenia casi 
seguridad de que que en la nueva campaña que se iba a inau- 
gurar, la victoria posará sus alas sobre nuestro pabellón. 

Cancha Rayada, dije, no se volverá a repetir, i dias de mas 
venturas lucirán para la patria. 



— 815 — 

En esta cordial i franca intimidad las horas se deslizaron sin 
sentir i los primeros albores de la aurora vinieron a sorpren- 
dernos agradablemente. 

* 

*** 

Dos dias después del 21 de marzo, los jenerales San Martin 
i O'Higgins, encontraban en Santiago. 

Imposible es esplicar el entusiasmo de aquel pueblo, que un 
^ momento antes hablaba solo de huir, i que ahora con el regreso 
de sus mandatarios creían que también habia vuelto la vic- 
toria. 

Desde el primer momento, los dos jenerales dieron comien- 
zo a los trabajos de organización del ejército con una incansa- 
ble actividad. 

I no podia ser de otra manera porque se sabia que los rea- 
listas marchaban sobre la capital i podian caer sobre ella de un 
momento a otro. 

La división del jeneral Las Heras compuesta de mas de 
3,000 hombres sirvió de base para la formación del ejér- 
cito. 

San Martin estableció su cuartel jeneral fuera de la ciudad i 
allí concurrieron a alistarse una multitud de ciudadanos ardien- 
tes de valor i de entusiasmo. 

La salvación de la patria era el grito común ¿i qué chileno 
no correría a defenderla? 

Yo con mi batallón me establecí también en el cuartel je- 
neral i ayudé con mis débiles esfuerzos a la organización de 
loe cuerpos militares. 

En los primeros dias de abril, San Martin contaba con un 
lucido ejército de 5,500 hombres perfectamente disciplinados i 
equipados. 

Se resolvió entonces abrir la campaña contra Osorio, que 
con un descuido sin ejemplo, avanzaba con toda lentitud sobre 
la capital. 

El 6 de abril, el jeneral se puso a la cabeza de sus columnas 
i se dirijió al encuentro del enemigo, a quien encontró en el 
llano de Maipo. 



— 816 — 

Nuestras avanzadas cambiaron algunas descargas con la de 
los realistas, pero las sombras de la noche impidieron que se 
trabara un choque formal. 

Chile i Espafia estaban ahora el uno frente de la otra. 

¿A quién pertenecería la victoria? 

Vamos a verlo. 

(5 de abril de 18181 dia de innolvidables recuerdos i que 
marca para Chile una nueva era de libertad i de progreso! 

Cancha Rayada iba a lavar al fin su afrenta i Chacabuco a 
colocar sobre las sienes de una hermana una corona in- 
mortal. 

Desde temprano el ejército patriota comenzó a ponerse en 
movimiento para buscar sus posiciones. 

Una maniobra análoga se notaba en el campo de los realis- 
tas, todavía envalentonados con su traicionero triunfo. 

El gran momento se acercaba, en que la suerte de Chile de 
bia decidirse para siempre. 

El dia estaba bellísimo. 

El sol radiante de hermosura derramaba sus dorados rayos 
sobre aquel estenso llano, haciendo relucir por todas partes el 
brillo de las espadas i de las bayonetas. 

Ni la mas leve nube empañaba el azul inalterable del cielo. 

Un fresco viento que soplaba en dirección de nuestras filas, 
hacia ondear por doquier las mil banderas que los batallones 
llevaban a su cabeza. 

Toda la naturaleza estaba en calma; parecia que hubiera 
querido celebrar con sus bellezas la victoria que estaba reser- 
vada a nuestras armas. 

A las once de la mañana el j ene ral San Martin dio a su ejér- 
cito la voz de marchar al encuentro del enemigo. 

Habia dividido sus fuerzas en tres columnas de ataque: la 
de la derecha, al mando del jeneral Las Heras; la de la iz- 
quierda, al del coronel arj entino don Rudecindo Al varado i la 
reserva, bajo las órdenes del coronel Quintana. 

La caballería i la artillería habian sido dispuestas de manera 
que protegieran el avance de los cuerpos de ataques. 



- Í17- 

£1 coronel Zapiola con su escuadrón de granaderos a caba- 
llo i Borgofio con su brigada de artillería, defendían el flanco 
izquierdo de la división Alvarado. 

£1 valiente Freiré con sus denodados cazadores i el coman- 
dante Blanco Encalada con su cuerpo de artillería apoyaban la 
derecha de la división del jeneral Las Heras. 

£1 batallón núm. 2 de Chile con su comandante Cáceres i el 
núm. 8 de Chile bajo el mando de don Enrique Martínez i 
otros batallones arjenünos componían la división del coronel 
Alvarado, 

Los soldados mostraban un entusiasmo sublime i mientras 
avanzaban hacia las filas enemigas atronaban el aire con sus 
burras i sus vivas a la patria i a sus gloriosos defensores. 

Tan pronto como divisamos al enemigo, que al mando de 
Ordóflez esperaba a pié firme nuestra embestida, se nos ordenó 
marchar en columnas cerradas, paralelas, a bayoneta calada. 

Loa realistas estaban formados en batalla al pió de una pe- 
queña colina, que los ocultaba a nuestra vista, de manera que 
al llegar a la cima nos sorprendimos en estremo de hallarlos 
tan cerca de nosotros. 

Una especie de vacilación cundió por todas las filas i antes 
de que el temor se apoderara de los ánimos, nuestros jefes nos 
dieron la voz de ]a la bayoneta! 

Pero en ese mismo instante una descarga horrorosa resonó 
en el campo de los realistas, la cual barrió por completo con la 
primera mitad que iba al frente de nuestros batallones. Allí 
tuve el dolor de ver caer a mi desgraciado prime Juan Gana, 
en la flor de su juventud i de sus ilusiones. 

Recojí su último suspiro, i el postrer deseo de su alma al 
separarse de esta vida fué un ardiente voto por la libertad de 
la patria! 

Mi compañía de granaderos que mandaba en jefe cayó casi 
entera, i del batallón núm. 8 de C hile, que por algunos instan- 
tes se batió con un valor estraordinario, apenas se retiraron 
algunos restos gloriosos. 

Aquella sorpresa desorganizó las columnas de ataque, las 
cuales vacilaron, se envolvieron, i terminaron por retroceder 
en desorden. 



- 818 — 

El enemigo aprovechando aquella ventaja, continuó sus fue- 
gos con una simultaneidad sorprendente, de tal manera que 
sus filas parecían una inmensa i prolongada hoguera. 

Fué aquel el momento mas crítico de la batalla; nuestros 
batallones enteramente desorganizados tuvieron que retroce- 
der algunos pasos para rehacerse... 

Felizmente mientras nos hallábamos ocupados en esta ma. 
niobra, acudieron en nuestro auxilio las tropas de reserva, cu- 
yos cuerpos, cubriendo los claros que dejaran los batallones 
dispersos trabaron el combate con todo orden i en perfecto 
arreglo estratéjico. 

Al mismo tiempo el coronel Zapiola con su escuadrón de 
granaderos acudió a reforzar i protejer nuestra línea; mientras 
que el bravo Borgofio con sus piezas de artillería hacia un es- 
trago espantoso en el ejército realista. 

Sus fuegos eran tan certeros i tan bien dirijidos que las 
balas, pasando por encima de nuestra línea, iban a caer en el 
medio de los soldados enemigos, produciendo una gran con- 
fusión. 

Este auxilio tan oportuno dio tiempo para que nuestros ba- 
tallones se reorganizaran a algunos pasos a la retaguardia i 
volvieran de nuevo a la pelea con gran arrojo i entusiasmo. 

Entonces se comunicó a nuestra línea un ímpetu irresistible 
i al cabo de algunos momentos de una lucha heroica, el ejér- 
cito realista comienza a ceder, a vacilar, a moderar sus fuegos 
i luego se declara en completa derrota. 

— ¡A la bayoneta! fué entonces el grito que se oyó en todas 
nuestras filas, i aquel ejército, última esperanza de la patria 
se lanzó a la carga poseido de un alborozo sublime en medio 
del ruido de los tambores, de las músicas marciales, de las vo- 
ces de los clarines que tocaban a degüello, de los vivas i de los 
hurras i de los mil trasportes de alegría a que puede dar lu- 
gar una victoria. 

El famoso batallón Burgos quiere resistir i se forma en cua- 
dro, Ordóñez lo dirije; pero nada puede resistir el empuje de 
los patriotas. 

La artillería, bajo las órdenes de Borgoño i Blanco, abre sus 



— 319 — 

fuegos; el cuadro se rompe i el heroico Freiré, que solo espera 
esta oportunidad, da a sus cazadores la voz de cargar. 

Rápido como el rayo es el primero que cae sobre las bayo- 
netas enemigas, las arrolla, las desorganiza i las pone en una 
desesperada confusión. 

Lia infantería rodea el cuadro i el último ejército de la Espa- 
ña, vencido después de un combate terrible, rinde sus armas 
i se entrega prisionero. 

I Ya tenemos patrial 

Maipo borra la afrenta de Cancha Rayada! 

¡Chacabuco tiene una hermana digna de su glorial 

• * 

Al dia siguiente de esta memorable jornada, de que la his- 
toria dará cuenta imparcial, mi batallón pasó a ocupar su an- 
tiguo cuartel de la Recoleta Dominica, donde permanecimos 
hasta que se comenzó a organizar la espedicion al Perú. 

Guando este cuerpo pasó a Valparaíso, se me mandó trasla- 
dar, con el grado de capitán i la medalla de los vencedores 
de Maipo, al Estado Mayor que quedaba en Chile, en donde 
serví por algún tiempo, obteniendo la efectividad de mi grado. 

Por fin, el Director Supremo de la República, don Bernardo 
O'Higgins, me hizo pasar a su guardia de honor con el grado 
de sarjen to mayor i allí tomé el mando de una compañía. 

Pocos meses permanecí en mi puesto, porque se me encerró 
en una prisión en el cuartel núm. 7, en San Diego, por efectos 
de una conspiración fraguada, según se me dijo, por mi cufia* 
do Blanco Encalada. 

Debo asegurar, con toda veracidad, que no tenia noticia al. 
guna de semejante cosa, i que así como entonces protesté de 
mi inocencia, ahora me hago un deber en declararlo en estos 
recuerdos. 

Pero no por esto escapé de que se me siguiera un consejo de 
guerra, i aunque fui absuelto, no salí de la prisión en mas de 
tres meses, habiéndoseme tenido la mayor parte de ese tiempo 
en una absoluta incomunicación. 

Esto me hacia comprender que mi alma no estaba fundida 



-320 — 

en el temple de los malvados, i así fué que tan pronto como 
estuve en libertad, me dirijí al Director i le pedí me concediera 
mi separación absoluta del servicio. 

O'Higgins se negó i ni aun quiso que dejara mi solicitud | 
ofreciéndome, para calmar mi justa indignación, la mayoría 
de uno de los batallones que se hallaban en el Perú. 

Me negué resueltamente a todo i le supliqué con insistencia 
que se dignara aceptar mi renuncia. 

O'Higgins me dijo entonces que quedara en mi casa con li- 
cencia temporal, lo que acepté hasta tanto lograba retirarme 
definitivamente. 

Mientras tanto la tempestad que desde tiempo atrás se venia 
preparando contra la administración del Director O'Higgins 
arreciaba mas i mas. 

En todo el pais se hacia sentir un descontento sordo i ame- 
nazador, que, según todas ^probabilidades, debia estallar de 
un momento a otro. 

En el sur, sobre todo en Concepción, ese descontento se ma- 
nifestaba abiertamente, i aun se hablaba del jeneral Freiré 
como el único hombre que en las circunstancias actuales podía 
salvar a la República de su completa ruina. 

Todo anunciaba una revolución, i el Gobierno, temiendo por 
su seguridad, hizo perseguir i encarcelar a todos los que no 
creía adictos a su política i que podían tomar una parte mas o 
menos activa en el movimiento que se preparaba. 

Temiendo, i con razón, que tal medida recayera sobre mí, no 
vacilé en ocultarme. 

En Santiago se organizaron clubs secretos en donde se tra- 
bajaba para derrocar al Gobierno, i yo, llevado por mis opi- 
niones i resentido al mismo tiempo por la terrible prisión que 
habia padecido injustamente, me afilié en ellos. 

Dos dias antes de estallar el movimiento, esto es, el 26 de 
enero de 1823, fui comisionado para apersonarme al coman- 
dante de mi rejimiento, que lo era el coronel Pereira, a fin de 
solicitar que el cuerpo que mandaba no hostilizara con sus ar- 



■ — 821 - 

mas al pueblo, contentándose con guardar una estricta neu- 
tralidad. 

Le mostré la correspondencia, que de antemano se me ha- 
bía facilitado, para hacer ver que el pais entero estaba con las 
armas en la mano dispuesto a destituir al Director i que la 
caída de éste era inevitable. 

Por último, le agregué que si el rejimiento de la Guardia de 
Honor que mandaba, no se sometía a nuestras exijencias, no 
conseguiría otra cosa con su negativa, que provocar un inútil 
derramamiento de sangre que acarrearía dolor i luto para San- 
tiago. 

Después de muchas reflexiones consintió al fin en secundar 
el levantamiento, lo que cumplió llegado el momento del pe- 
ligro. 

Tuve varias otras comisiones esos días, i entre otras la de 
hacer que el comandante de serenos, don José Toledo, pusiese 
por sus propias manos en todas las calles de la ciudad, en la 
noche que precedía al movimiento, carteles, convocando al 
pueblo a Cabildo abierto para deponer al director O'fliggins. 






£1 28 de enero de 1823, el pueblo de Santiago, de ordinario 
tan tranquilo, mostraba una animación inusitada. 

En laB calles se formaban corrillos que hablaban i discutían 
con calor; en las esquiuas, multitud de personas leían en alta 
voz algunos carteles que habían amanecido colocados en dife- 
rentes lugares de la población, convocando al pueblo a Cabildo 
abierto, i por fin, uua inmensa concurrencia se agolpaba al edi- 
ficio de la casa consular, en donde se decía se había instalado 
la Junta encargada de pedir al Supremo Director la dimisión 
del mando. Efectivamente, los vecinos mas respetables de San- 
tiago, se hallaban reunidos allí animados todos de un propósito 
noble i santo: el de salvar la patria de una odiosa tiranía. 

A nombre del pueblo, el Cabildo, por medio de uno de sus 
miembros, citó al Supremo Director a comparecer a su pre- 
sencia. 

21 



— 822 — 

O'Higgins se negó. 

Animado de un falso orgullo creía que la fama de sus haza- 
fias le daban bastante autoridad para despreciar los deseos de 
la nación. 

Por tres veces el Cabildo repitió su intimación. 

Por tres veces O'Higgins resistió. 

Cree entonces que el simple aparato de jente armada basta- 
rá para disolver aquella reunión sediciosa i se encamina al 
cuartel del rejimiento del coronel Pereira, comandante de su 
guardia de honor, a fin de ordenarle que salga con su tropa a 
disolver el tumulto. 

Pereira, que como ya he dicho, habia sido ganado por mi 
contesta al Director que no está dispuesto a derramar sangre 
de sus conciudadanos. 

O'Higgins encolerizado insulta groseramente al coronel, i 
creyendo que los soldados obedecerían su voz les da la orden 
de marchar; pero los soldados permanecen en su puesto. 

Entonces rojo de cólera i de vergüenza se retira del cuartel 
e instigado por sus amigos que le aconsejan de presentarse al 
Cabildo, se dirije por fin a la casa consular. 

Eran las cinco i media de la tarde cuando el Director 
O'Higgins entraba a la sala del Cabildo. 

Inmediatamente preguntó a los representantes la causa por 
qué se le habia llamado. 

Estos le hicieron presente que el pueblo pedia que dejara el 
mando por cuanto su administración no satisfacía las exijen- 
cia8 de los ciudadanos. 

— La nación, respondió O'Higgins, me ha investido con el 
poder supremo; es en sus manos donde debo depositar las atri- 
buciones que me ha confiado. Vosotros no representáis a la 
nación. 

Se le hizo presente que en aquella reunión se encontraban 
los representantes de varias provincias i de que las restantes no 
tardarían en enviar los suyos. 

O'Higgins se obstinaba en no hacer renuncia de su cargo, 
pero al ver la actitud amenazadora del pueblo que habia pene- 
trado hasta la misma sala del Cabildo, comprendió que su vo- 
luntad soberana estaba conforme con lo que se le pedia. 



— 823 — 

Entonces se levantó con noble dignidad i dirigiéndose a los 
representantes i al pueblo esclamó: 

— Supuesto que lo queréis, pronto estoi a obedeceros. 

I desatándose la faja tricolor que llevaba terciada en su pe- 
cho la colocó con respeto sobre la mesa del cabildo. 

El pueblo prorrumpió en aplausos al ver aquel rasgo de su- 
misión i de noble hidalguía que revelaba al patriota acendrado 
i al ciudadano ilustre. 

O'Higgins se dirijió en seguida al balcón i habló al pueblo 
que llenaba por completo todo el recinto de la calle. 

Su discurso fué sencillo como la manifestación espontánea 
de sus sentimientos. 

Pedia a los ciudadanos allí reunidos que espresaran las fal- 
tas que hubiera podido cometer durante el tiempo de su gobier- 
no i terminó con estas notables palabras: 

— Si tenéis algo que vengar en mí aquí está mi pecho, dis- 
parad. 

Entusiasmado el pueblo, gritó entonces. 

— ¡De nada acusamos al jeneral O'Higgins! [Viva O'Higginsl 

El ex-director se encaminó después a su casa seguido de un 
numeroso concurso que lo aclamaba a cada paso. 

Durante todo el dia i la noche del movimiento estuve a la 
cabeza del escuadrón San Miguel, cuyo mando acepté a instan- 
cias de mis amigos, i con el permanecí en los alrededores de 
la casa del Cabildo para hacer que el pueblo guardase la pru- 
dencia i moderación debidas. 

No hubo desorden alguno que lamentar. 



* 
* * 



Antes de concluir, debo confesar que para entrar en esa re- 
vuelta no he tenido otro móvil que ayudar con mis débiles es- 
fuerzos a salvar mi patria de la tiranía mas absoluta que jamas 
pudo pesar sobre ella i que de ninguna manera me afectaba la 
prisión injusta que me hizo sufrir una conspiración fraguada 
por el mismo gabinete para deshacerse de todos aquellos que 
no simpatizaban con sus desmanes. 



W 



— 824 — 

Terminada la revuelta i depuesto O'Higgins, nada tenia que 
hacer ya en la carrera militar; así fué que presenté mi solici- 
tud i obtuve la separación absoluta del servicio con goce de 
fuero i uso de uniforme. 

Me concedieron, ademas, la efectividad de mi grado de sar- 
jento mayor i la mayoría de cualquiera de los batallones de 
Chile; pero estaba decidido a separarme i me retiré a trabajar 
en el campo, en la hacienda de Pirque, propiedad de mi padre, 
concluyendo de esta manera la carrera pública de mi vida de 
aquella época (1). 



(1). Rica i eetenea hacienda, avaluada, eegun creemos, en mas de dos 
millones pesos, fué mas tarde propiedad de don Melchor Concha i Toro. 






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JENERAL DE BRIGADA 

f)ou ¿Benjamín T/iel 






Jeneral de Brigada 

Doii Beiíjamin Viel 



La vida militar e histórica del ilustre jeneral don Benjamín 
Viel, reviste dos fases igualmente interesantes: la primera en 
Francia, su gloriosa patria, i la segunda en Chile, su patria de 
adopción, de sus jenerosos sacrificios por la libertad, de sus 
románticos amores i de su descendencia. 

Su carrera de soldado, bajo el imperio napoleónico, alcanzó 
su mas alto brillo desde la modesta esfera de húsar, concurrien- 
do a las campañas i a x las batallas mas famosas del vencedor de 
Europa. 

Siendo niño casi imberbe, a los 14 años, sentó plaza de sol- 
dado raso en las filas de aquel ejército colosal que invadia todos 
los ámbitos del mundo, siempre vencedor. 

Al llegar a su mayor edad, tenia el grado de capitán en las 
filas de su rejimiento de cazadores de la Guardia Imperial, mer- 
ced a su valor probado i a su reconocida inteligencia. 

Bajo las banderas de Napoleón, que se paseaban por el uni- 
verso llevadas en las alas de las águilas de sus rejimientos, los 
soldados valientes se transformaban, en medio del fuego de los 
combates, en caudillos i héroes como bu jenial Emperador. 



— 826 — 

El bravo Vial, necesitó como todos sus compañeros de armas, 
combatir en las mas grandiosas batallas para cubrir su casaca 
de cordones de oro, que así era la tradición desde el lejendario 
Turena en los ejércitos de Francia. 

Todas las acciones memorables de la historia napoleónica, 
figuran en la hoja de servicios el joven húsar, desde Jena a Ey- 
lau i Friedland, como si la leyenda heroióa de la Francia se re- 
pitiese en la vida de cada uno de sus soldados. 

Cuando se lee la historia del siglo napoleónico, se esperimenta 
honda emoción al recorrer los episodios conmovedores que la 
ilustran i en especial las acciones tiernas i ejemplares del sin 
par guerrero que creaba batallas estupendas i hacia jefes, jene- 
rales i mariscales, cabos i sarjen tos, de sus mas temerarios i le- 
jendarios soldados. 

La leyenda de esas campañas i de esos ejércitos, conmoverá 
eternamente a la humanidad, con los rasgos jenerales de su es- 
traordinario i májico caudillo, arrancando lágrimas de admira- 
ción i gritos de entusiasmo, porque el valor i el heroísmo i las 
recompensas del patriotismo se conquistan las simpatías de todas 
las almas. 

Así el húsar Viel hizo su hermosa i noble carrera de soldado, 
luciendo su juventud i la gallardía de su figura imponente de 
militar audaz en medio de las llamaradas de las batallas que mas 
profundamente han conmovido a las naciones. 



II 



Habia nacido en Paris, el 21 de enero de 1787, en el seno de 
un hogar distinguido, siendo su padre M. Claudio Benjamín 
Viel, abogado en el Parlamento i en los consejos del rei, i su 
señora madre Mme. Rosa Ana Goraets, descendiente del anti- 
guo procurador real de Normaudía Mr. Nicolás Gomets. 

Su nombre de pila fué el de Benjamin Juan María Nicolás 
Viel i aun cuando su familia quiso destinarlo al foro i a las 
letras o la política, él manifestó desde pequeñuelo espíritu in- 
dependiente i batallador. 

Por eso su primer impulso de muchacho fué la carrera de 



— 827 — 

las armas, que sin duda era la aspiración de todo joven contem- 
poráneo de aquella edad de ejércitos i campafias sin igual en la 
epopeya universal. 

Corría por sus venas sangre normanda, lejendaria en las cé- 
lebres invasiones militares de Europa, i por instinto de raza 
debia ser soldado triunfador de su patria. 

Es indudable que el orljen de sangre i de estirpe decide del 
destino del hombre, cualquiera que sea el pais i la época donde 
nace. 

Fatalmente se cumple en su vida la lei de su misión en el 
mundo. 

No bai fuerza capaz de doblegar su voluntad cuando la im- 
pulsa secreta disposición de su cuna. 

En la frente llevamos todos marcado el sello de nuestro por- 
venir. 

El joven Viel lo demuestra en su carrera de soldado, ven- 
ciendo los obstáculos de su carrera i los peligros de los comba- 
tes, hasta terminar su obra de lealtad i de adhesión a su caudi- 
llo en su formidable caida de Waterloo, que conmovió al mun- 
do con los estremecimientos que debe haber esperimentado el 
universo al descender de los cielos, a los abismos, el soberbio 
ánjel rebelde del Paraiso. 



III 



El historiador nacional don Benjamín Vicuña Mackenna, 
describe, con pluma pintoresca de maestro, la singular carrera 
militar del ilustre adalid francés que fué nuestro glorioso je- 
neral. 

«Venido, escribe el señor Vicuña Mackenna, al mundo en el 
dintel de la revolución i amamantado en sus fragores, el niño 
Viel recibió una educación sumaria, pero esmerada, i a los ca- 
torce años sentó plaza de soldado raso en un rejimiento de 
húsares, como Beauchef i como Murat. 

•Sus tiernas fuerzas no le permitían llevar todavía la pesada 
armadura del coracero ni siquiera el casco metálico del dragón 
cuya firmeza tenia, no así la corpulencia. Sucedía esto cuando 



— 828 — 



Napoleón, primer, cónsul ganaba la batalla de Marengo, i con 
ella la corona de Emperador de Francia i del mundo (1801).» 



* 
* * 



«Después de cinco años de rudas campañas entre todas las 
naciones de la Europa central que fueron vencidas una a una, 
el imberbe húsar ascendía a cabo de escuadra después de Aus- 
terlitz (2 de diciembre de 1805) i a sarjento después de Jena i 
de Eilau (setiembre 1.° de 1806). 

Esta tardanza en el ascenso no era en aquellos años porten- 
tosos una mortificación ni un desaliento. El maréchal de logisYiel 
sabia que todo conscripto francés llevaba, según la espresion 
famosa de Napoleón — «el bastón de mariscal de Francia den- 
tro de su cartuchera»... I por esto, por sus propios ojos veía o 
parecíale ver cada mañana desfilar delante de su rejimiento los 
penachos deslumbradores de los que, como Ney, eran hijos de 
un tonelero o que, como Lannes, habian nacido en una caba- 
lleriza. 

En consecuencia de todo esto, solo en setiembre de 1809 el 
joven húsar era promovido a subteniente i enviado a España 
con el mariscal Soult. 

Contábanos el mismo en nuestra niñez, ávida de gloriosas 
leyendas, que su rejimiento se hallaba en el fondo de la liiria 
cuando llegó la orden de dirijirse a marchas forzadas a la Pe- 
nínsula, jornada de varios meses a herradura de caballo i a 
través de los Alpes i los Pirineos. 

Llegado a la Península después de la insurrección del dos 
de mayo, quedó el alférez Viel tres años en aquel país selvá- 
tico cuanto heroico, i una cicatriz que adornaba su frente de 
soldado aun entre las arrugas de la edad provecta, daba testi- 
monio de que el húsar francés no habia vuelto cara ante la afi- 
lada cuchilla de los guerreros. Parécenos también recordar 
que, como Beauchef, fué hecho prisionero en aquella guerra 
que no tuvo treguas. El subteniente Viel se batió en Busaco i 
en Salamanca, siempre al lado del bravo Soult, por el cual, 
así como por Ney, a quien viera pelear en Elchingen, sintió 
siempre i hasta en los últimos años de su vejez, la mas ardien- 



— 829 — 

te admiración. Continuamente repetía en francés los dichos 
inmortales de uno i otro i especialmente de Ney en Elchingen: 
La gloire ne se partage pos! — I en Waterloo. — Venes voir cotn- 
me ü sait mourir un maréchal de Frunce! 

* 

* * 

c Cuando Napoleón, acorralado como temida ñera por los en- 
jambres i por los ejércitos de la sesta coalición formada contra 
él después de la campaña de Rusia, vio a la Francia invadida 
en 1813, hizo decir ai mariscal Soult que de España le enviase 
a media brida un continjente de quince mil hombres, i entre 
éstos regresó a suelo francés el alférez Viel. 

Inmediatamente pasó, en razón sin duda de su mérito dis- 
tinguido, al cuerpo de preferencia de c Exploradores (éclaireurs) 
de la Guardia Imperial» con el grado de teniente (diciembre 
21 de 1813). 

* 

* * 

«El teniente Viel se batió denodadamente al lado del Empe- 
rador en la famosa campaña defensiva que terminó en los adió- 
sea de Fontaiuebleau (abril 11 de 1814). 

Pertenecía a esa hermosa caballería sacada de España que 
recordaba a las lejiones bátavas de los ejércitos romanos, i que 
Thiers ha calificado como la primera del mundo. 

El teniente Viel formaba parte de la escolta personal de Na- 
poleón en esta admirable campaña defensiva, i servia a las ór- 
denes inmediatas del jeneral Girardin. 

En esa condición se halló en el heroico combate de Cham- 
paubert, librado el 10 de febrero de 1814, i al dia siguiente en 
el mas memorable de Montmirail, en que con su sola vanguar- 
dia Napoleón destrozó veinte mil rusos comaudados por el je- 
neral Sacken. 

En Champaubert, el teniente Viel cargó a los rusos en el ca- 
mino real a la vista de Napoleón, i por su propia órdeu; i fué 
tal la bravura con que se batieron los dos escuadrones de su 
escolta, a que Viel pertenecía, que seis dias mas tarde recibió 



— 330 — 

del Emperador una condecoración, casi como otorgada en el 
campo de batalla. Tenemos a la vista ese honorífico despacho 
datado en Reinas, capital de la Campaña, el 16 de marzo de 
1814 i firmado por el mariscal duque de Feltre, anunciando al 
teniente Viel que el Emperador se habia dignado nombrarlo 
caballero de la Orden de la Reunión. 

cFué durante esta maravillosa campaña, juego de ajedrez del 
heroísmo, en que Napoleón disputó pulgada por pulgada el 
suelo de la Francia a sus invasores (que eran la Europa ente- 
ra) cuando el capitán Viel por la primera vez, le conoció per- 
sonalmente; i a este propósito acostumbraba a decir con la 
emoción de un culto inestinguible que en una ocasión en que 
el Emperador le habia llamado por su nombre, sin mas que es- 
to, habria querido arrojarse del caballo para besarle de rodillas 
el taco de sus botas... tal era el fanatismo que aquel gran con- 
quistador habia logrado inspirar a sus lejionesl Agreguemos 
que la Orden de la Reunión era una institución creada por Na- 
poleón en Holanda en 1811, para condecorar las tropas que se 
ocupaban de reunir bajo su mano todos los cetros de Europa 
rotos antes por su espada. 

* * 

c Después de la retirada de Napoleón a la isla de Elba, disuel- 
ta por este motivo la Guardia Imperial, el teniente Viel pasó 
con el grado de capitán a organizar el rejimiento número 6.° 
de Cazadores en la caballería de línea; i a la cabeza de una 
compañía de este rejimiento se batió en Waterloo el memora- 
ble 18 de junio de 1815. 

• * 

t En mas de una ocasión de nuestra vida oimos al viejo solda- 
do con la voz llena de sollozos contar las peripecias de aquel 
grande i siniestro entrevero de todas las castas de Europa en 
el cual, como en Salamina i en Filipos, se jugó la suerte del 
mundo. Sostenía él que la victoria habia pertenecido durante 
tan largo intervalo a las águilas francesas, que él habia llegado 



— 881 — 

con su Tejimiento, flanqueando la derecha de los ingleses, hasta 
los suburbios de Bruselas, i es rigorosamente exacto que el je- 
neral Piré, a cuya división pertenecia el cuerpo lijero del capi- 
tán Viel, ocupó esa posición i maniobró en el sentido de envol- 
ver la línea enemiga en esa dirección. 

Pero convertida la victoria en catástrofe i echado Napoleón 
sobre la roca de Santa Elena para morir en la soledad del océa- 
no, grande como su inmensidad, el capitán Viel, que tuvo to- 
dos los fanatismos del Imperio, incluso el de la lealtad, envió 
su dimisión a los Borbones i se decidió venir a buscar en el 
Nuevo Mundo, como Brayer i Grouchy,como Brandseu i D'Al- 
be, como Crammer i Beauchef, como Raulet i Rondizzoni, 
nuevos campos de batalla. 

* 

«Para este ñn hizo el capitán Viel una bolsa común con algu- 
nos de sus camaradas, i pasando en abril de 1817 a Nueva 
York, tuvo conocimiento de que en Chile se peleaba todavía 
por el destino indeciso de la América del Sur. En consecuen- 
cia, por la via de Buenos Aires se encaminó a aquel pais jun- 
to con algunos de sus compañeros i de la manera que dejamos 
referida. 

Hubo en este episodio un lance curioso del destino. Uno de 
los peregrinos que habia pagado su cuota, era uu teniente de 
caballería llamado Magnan, mozo de estatura colosal como el 
capitán Viel, i al tiempo de hacerse a la vela en una pequeña 
goleta en el puerto de Calais, presentóse a sacarlo de a bordo 
una mujer de teatro que era su querida... Ese hombre, gracias 
a aquel ardid femenino, fué mas tarde el famoso «mariscal Ma- 
guan», brazo derecho de Napoleón III i su ministro de la guerra. 

**♦ 

« Acó j i do con especial favor por San Martin, cerno todos los 
oficiales europeos de alguna distinción, el capitán Viel fué re- 
conocido en su grado al dia siguiente de su llegada a Santiago 
(noviembre de 1817) i una semana mas tarde promovido a sar- 
jento mayor. En Maipo, cargando al lado de Bueras, cuyo últi- 



— 332 — 

uio suspiro recojió en el campo de batalla (actitud i episodio 
que ha inmortalizado eb pincel de Rujendas), ganó el mayor 
Viel el grado de teniente coronel i el mando del cuarto escua- 
drón de Granaderos a caballo que le fué conferido el 14 de ene- 
ro de 1819. Tres años mas tarde (1822) era coronel efectivo en 
el ejército de Chile. 

I hasta aquí llega en su itinerario la jornada de la t gloria» 
que hemos señalado como la primera etapa de esta leyenda, que 
encierra en sí misma tres acciones diferentes. 

«En los últimos di as de octubre de 1817, pasaba la cordillera 
nevada de Uspallata, en dirección a Chile un grupo de brillan- 
tes i alegres oficiales franceses entre los que se hacían notar un 
hijo del almirante Bruix, el héroe de Aboukir, el capitán Gi- 
roust, que había sido paje del rei José en España, el bravo Brand- 
sen, ayudante de campo del príncipe Eujenio en los ejércitos 
de Italia, i el ex-capitan de la Guardia Imperial don Benjamin 
Viel. 

Venian todos a tomar servicio bajo las banderas de Chile en 
las vísperas de Maipo, de suerte que encontraron pronta i calo- 
rosa acojida en los campamentos i en los hogares de la capital. 

Conforme a las costumbres de aquel tiempo, en que la hos- 
pitalidad se decretaba para los soldados en la orden del dia 
de la guarnición, el capitán Viel, que hacia cabeza entre sus 
mas juveniles compañeros, tuvo la fortuna de ser hospedado 
por una de las familias de Santiago en que la belleza, la bon- 
dad i el candor del alma tenia n celebrada alianza con la cultura 
i el mas delicado refinamiento social. Tal era considerada, en la 
República como en la Colonia, la familia Toro Guzman cuyo 
jefe, el señor Domingo José de Toro, hijo segundo del conde de 
la Conquista, i caballero el mismo de la orden de Alcántara, pe 
habia decidido por la causa de la Independencia, gracias espe- 
cialmente al influjo ilustrado de su esposa la señora doña Mer- 
cedes de Guzman, ^dama de tanto corazón como consejo. 

c Instalado en una mansión aristocrática pero recojida, el ex-ca- 
pitan de la Guardia Imperial ya nombrado, con ese tacto esqui- 



— 338 — 

sito del espíritu francés, que algunos han llamado cel sesto sen- 
tido del hombre», supo acomodarse primorosamente a los 
gustos, a los hábitos i aun a las aficiones íntimas de la familia 
que le brindaba jenerosa acojida. El antiguo héroe del imperio 
en la CQsa de la señora Guzman de Toro desempeñaba sin es- 
fuerzo, i por la simple intuición del hombre bien nacido, el pa- 
pel de un huésped amable, de un solícito caballero, casi de un 
hijo de familia desde la primera semana de su instalación: aun, 
si ello era preciso, el alegre i espiritual capitán rezaba el rosario 
con la devota matrona, i a cada uno de sus deudos tributábale 
el respeto cordial i espontáneo de su naturaleza profundamente 
francesa, rica en efusiones: — el capitán Viel era en Santiago el 
c zuavo en la Cartuja»... 

cLa familia del majestuoso caballero de Alcántara correBpou 
dia con solícitos cuidados al respetuoso ahinco de su alojado 
por decreto, i contemplaba su presencia como una protección 
i una fortuna en aquellos dias de ansiedad i peligro. El alo- 
jamiento patriótico, institución llana de aquel tiempo (i que hoi 
daría lugar probablemente a tantas interpelaciones legislativas 
cuantas fuesen las aposentad urias militares) comprendia el de- 
recho de mesa, lecho, ropa limpia i tertulia en el salón. I el ca- 
pitán francés aprovechaba de todo eso con la gracia de un jen- 
til-hombre, velada por la mesura de un verdadero hidalgo. 

* * N 

«Era el capitán Viel en ese tiempo uu hermosísimo soldado 
de treinta años de edad, alto bizarro i bien compartido, con un 
rostro franco, hermoso i varonil, poblado de espesos cabellos 
rubios, peinados a la cMurat», iluminada su espresion por gran- 
des ojos azules i una sonrisa abierta que dejaba adivinar su co- 
razón. Tenia la gracia i la estatura del adalid antiguo, i con la 
sola escepcion del bravo cuanto infortunado coronel irlandés 
don Carlos María O' Carrol, asesinado por Senavides en el cam- 
po de batalla del Pangal, en 1820, era el capitán Viel conside- 
rado como el mas lucido i el mejor plantado oficial de caballería 
que tuvo el ejército chileno en aquel tiempo. O'Carrol a caballo 
era un centauro celta porque media cerca de dos metros: Viel 



— 334 — 

asemejábase a uno de aquellos jinetes francos que tanto temía i 
tanto admiraba a un mismo tiempo César, conquistador de las 
Galias. 

Su estatura, conforme a la medida jeométrica apuntada en su 
boletín de rejistro civil, era de dos varas castellanas (1 m. 83 cms.) 

En otro sentido, su cuna, su educación i su carrera realzaban 
sus atractivos físicos i le hacían el tipo de los espíritus sociales 
que el hombre gusta encontrar en el camino de la vida, sea en 
paz o en guerra, en la amistad o en el simple i fácil trato del 
estrado, simple viajero o simple vecino. 

I estos antecedentes de la existencia de un viejo soldado de 
la República son los que vamos a bosquejar en seguida por la 
primera vez i con la celeridad que nos impone el estrecho marco 
de la tela que nos ha sido en esta ocasión otorgada.» 



IV 



Incorporado como sarjento mayor de caballería en el ejército 
de Buenos Aires, el 14 de noviembre de 1817 pasó la cordillera 
i se unió a las fuerzas que mandaba el jeneral San Martin en 
Chile, como mayor agregado al Rejimiento de Granaderos a 
a caballo. 

Asistió a la batalla de Maipo, el 5 de abril de 1818, i fué 
condecorado cen la medalla de oro del Gobierno de Chile i el 
cordón de honor decretado por el Gobierno de Buenos Aires por 
la misma victoria. 

De la Galería de Hombres Célebres de Chile reproducimos la 
rápida i breve relación de sus campañas en nuestro pais, du- 
rante la revolución de la independencia: 

cEl 14 de enero de 1819 fué nombrado por el gobierno de 
Buenos Aires, comandante del 4.° escuadrón del rejimiento de 
granaderos a caballo: en 14 de noviembre recibió la condeco- 
«. ación de miembro de la lejion de mérito; i el 2 de noviembre 
de 1820 le confirió el Gobierno de Chile el empleo de coman- 
dante del 1.° escuadrón de húsares de Marte. Hizo tres años 
la guerra en el Sur de Chile contra los caudillos españoles Sán- 
chez i Benavides i contra los indios, i en junio de 1823 fué 



I 



— 885 — 

ascendido a coronel de cazadores a caballo. Eu el año 1827 de. 
sempeñó las funciones de jefe de estado mayor del ejército a 
las órdenes del jeneral Borgoño; i en 1828 tomó el mandó en 
jefe de la división del Sur, hasta el año 1829 que fué reempla- 
zado por el jeneral Prieto; separándose del servicio de resaltas 
de los acontecimientos políticos, hasta el año 1841, en que fué 
reincorporado en su mismo empleo. Desempeñó la comandancia 
jeneral de armas por muchos años, hasta que en 1849 fué en- 
viado a Valdivia en servicio militar, en 1851 fué nombrado 
Intendente de la provincia de Concepción, i jeneral de brigada 
de los ejércitos de la República.» 

Don José Zapiola, en su obra Recuerdos de 30 años, dice lo 
siguiente sobre este benemérito militar: 

«Llegó a Chile eu 1817 i se incorporó a nuestro ejército, dis- 
tinguiéndose en él por su gran valor, lo que le valió para llegar 
hasta el grado de jeneral de brigada, a que no habia llegado 
en Chile ningún europeo en la guerra de la independencia; el 
segundo fué Rodinzzoni.» 

Acojido el capitán Viel, a su llegada a Chile, por la distin- 
guida familia del caballero de Alcántara, en Santiago, se ena- 
moró de la bella i rica señorita María Luisa Josefa de las Mer- 
cedes Toro i Guzman, siendo noblemente correspondido por la 
alta dama de nuestra sociedad. 

De estos amores se produjo ruidosa historia social de oposi- 
ción de la familia Toro i Larrain a la que pertenecía la seño- 
ta María Luisa. 

Nuestros tribunales de justicia intervinieron eu amparo de 
los derechos de la señorita Toro Guzman. 

En 1819 esta altiva dama hizo la siguiente declaración: 

«Santiago, noviembre 18 de 1819. Conste por este documen- 
to, como yo la abajo firmada, que libre i espontáneamente 
quiero contraer matrimonio con don Benjamín Viel i que esta 
es mi voluntad, haciendo valer este documento si es necesario. 
— María Luisa de Toro.* 

El señor Obispo Cienf uegos tomó cartas en éste público jui- 
cio» cuando la familia de la señorita Toro intentó sustraerla en 
un convento de monjas. 

Después de cinco años de azares i persecuciones, se unió la 



— 386 — 

señorita Toro i Guzínan con el señor Benjamín Viel, el 29 de 
abril de 1 822, siendo sus padrino el jeneral don Ramón Freiré i 
testigos sus compañeros de armas los jenerales Necochea i 
Guido. 

t La señorita Toro, dio al capitán que llegaba vencido de 
Waterloo fe, patria, hogar. — La vida de la señora Toro de Viel 
fué por esto una verdadera leyenda, pero leyenda sublime de 
abnegación, de sacrificio, de amor infinito por todo lo que le 
rodeaba.» (Editorial de El Ferrocarril, agosto 80 de 1874.) 

Don Benjamín Vicuña Mackenna narró en sentida pajina la 
historia de estos amores célebres en Chile, con el título de: 
Gloria, amor i virtud o sea el matrimonio del jeneral Viel en Chile. 
(A los señores Domingo Amunátegui Solar, Julio Bañados i 
Enrique Montt, fundadores de la Revista Literaria). 

Hé aquí el epílogo de esta leyenda del corazón: 

cEl drama estaba completo en sus tres jornadas, siendo la 
mas bella i la única verdaderamente sublime la de la obedien- 
cia resignada al santo mandato del hogar, sin haber negado por 
esto sus derechos al corazón i sus dulces deberes. 

» Después de un matrimonio celebrado en paz, gracias a 
la tierna discreción de la consorte, del cual por todo resumen 
solía decir el esposo en su vejez, con su simpática franqueza de 
soldado — «que era la única cosa bueua que había hecho en su 
vida» — el jeneral Viel participó durante cuarenta años en to- 
dos los grandes acontecimientos políticos i militares de la Re- 
pública i falleció en Santiago, con notoria decrepitud de espí- 
ritu, no así de su poderoso i arrogante físico, el 15 de agosto 
de 1868, a la edad provecta de 81 años. 

> Su noble i abnegada compañera sucumbió, al contrario, des- 
fallecida su naturaleza por prolongados males, pero en la pose- 
sión perfecta de la lucidez de su espíritu, en la madrugada del 
29 de agosto de 1874, cuando acababa de cumplir 72 años. 

»La sociedad culta de Santiago tributóle en esa prueba el ho- 
menaje de su respeto haciéndole un duelo público. I uno de 
los hombres que mas la había amado, devolviéndole jenerosa 
i antigua deuda de eariño, escribió sobre ella esta palabra de 
adiós... cEra una alma eminentemente simpática, que al irse 
para siempre ha dejado muchos huérfanos... Nosotros somos 



— 887 — 

uno de esos huérfanos, i por eso la lloramos con la sociedad 
entera.» 



Fundó así el jeneral Viel una familia distinguida entre no- 
sotros, de la cual provino el contra-almirante de la Armada de 
la República i de las campañas del Pacífico don Osear Viel. 

Su vida fué laboriosa i consagrada al ejército de su nueva 
patria. 

Fué miembro de la Comisión Calificadora deservicios (1841); 
Inspector de la Guardia Nacional (1845); miembro de la comi- 
sión redactara de la Táctica de Caballería (1857) i vocal de la 
Comisión Calificadora (1858). 

El 21 de julio de 1851 fué ascendido al grado de jeneral de 
brigada. 

Falleció en Santiago el 15 de agosto de 1868. 

El diario El Ferrocarril, consagró a su recuerdo (agosto 16 
1868) los siguientes i honrosos conceptos: 

«Ayer a las 8 de la mañana dejó de existir el ilustre jeneral 
Viel, a la edad de 81 años, i después de una larga enfermedad 
que insensiblemente lo ha llevado al sepulcro. 

>El jeneral Viel, que inició su carrera militar bajo las órde- 
nes de Napoleón I, el gran conquistador, era uno de los pocos 
restos que nos quedaban de esa epopeya gloriosa de nuestra 
emancipación política. 

»En estos últimos años, agotada la robustez de su vigorosa 
constitución, consecuencia dolorosa pero necesaria de una vida 
entera de ajitacion i de lucha, del antiguo i esforzado guerrero, 
solo quedaba el recuerdo de sus gloriosos hechos. El valiente 
soldado habia termiuado su carrera. Monumento viviente de 
la época inaB culminante de nuestra historia, la ternura de su 
familia lo disputaba, por decirlo así, a la naturaleza, prodigán- 
dole todo jénero de cuidados i atenciones. 

>Los desvarios del ilustre jeneral eran siempre inspirados por 
el recuerdo de las grandes acciones militares. Pocos instantes 
áutes de espirar, se nos dice que encontraba todavía enerjía 
para repetir aquellas famosas palabras! «La vieja guardia mue- 
re, pero no se rinde». Este grito era el esfuerzo con que su 

22 



— 838 — 

constitución vigorosa formulaba una protesta contra la fatali- 
dad de la naturaleza. 

»E1 ilustre i viejo campeón ha muerto, en brazos de los seres 
mas queridos que rodeaban su lecho de dolor i acompañado 
flel respeto i aprecio público. El jeneral Viel se había conquis- 
tado la ciudadanía en esta su segunda patria, inscribiendo bu 
nombre en los fastos de los hombres ilustres que nos dieron 
patria i libertad.» 

HOJA DESERVICIOS 

Su hoja de servicios la hemos encontrado incompleta en los 
archivos militares, por cuya razón solo podemos consignar esta 
breve nota oficial en su honor i recuerdo: 

cAunque es notorio que dicho jefe ha hecho varias campa- 
ñas, hallándose en acciones de guerra, i desempeñado diver* 
sas comisiones, no puede hacerse mención de ellas en esta hoja 
de servicios, en razón a que no hallándose presente el interesa, 
do (marzo 21 de 1851), se carece de los justificativos necesarios 
i de consiguiente el que suscribe solo puede certificar sobre la 
fecha en que se le han conferido los empleos que se enumeran 
por constar de las respectivas anotaciones que obran en los li- 
bros de la Inspección Jeneral del Ejército. — Santiago, marzo 
21 de 1851. 

Antonio Gómez Garfias. 

V.° B.°— Ballabka. 



Nota. — El 6 de diciembre de 1858, se le formó nuevamente 
hoja con la misma advertencia. » 



•* 




Coronel 

Doq José de OlaVarria 



nw*p 






Don Jo3e de Okvarría 



Próoer de la Independencia 8nd- Americana 



Todos los jefes i oficiales del ejército unido de Chile i la Re- 
pública Arjentina, en la época de la Independencia, fueron 
militares ilustres por su sangre, por su talento, por su valor i 
por sus servicios a la causa de la revolución. 

Cada uno de ellos tiene una historia ejemplar i honrosa en 
los anales de su vida i de la América. 

En el Plata la leyenda de sus acciones de guerreros se ha 
inscrito en el libro destinado a la enseñanza cívica de la ju- 
ventud. 

Descuella por su gallardía de soldado en la patria arjentina 
el benemérito coronel don José de Olavarría, cuyo nombre pa- 
sa revista en las filas del ejército de la República Arjentina, 
del Uruguai, del Brasil, de Chile, de Bolivia, del Perú i de 
Colombia, como libertador de todas estas nacionalidades. 

Cadete primero, siendo nifio, hizo las campañas del sitio de 
Montevideo i del Alto Perú, antes de efectuar la espedicion de 
los Andes. 

Soldado de San Martin i Bolívar, enlazó su memoria a la li- 
bertad del continente. 



i 



Coronel t 



— 340 — 

Guerrero victorioso de Chacabuco i Maipo en Chile, lo fué 
también de Junin i Ayacucho, escribiendo con su espada la 
epopeya continental, al lado de Sucre, de Bolívar, San Martin 
i O'Higgins, los mayores libertadores de la América Meridional. 

De regreso del Pacífico, emprendió en el Plata las campañas 
contra el imperio del Brasil, al mando del rejimiento de lance- 
ros, siendo vencedor en Ituzaingo. 

Mas tarde el infortunio rodeó de sombras i tristezas su vida 
de soldado. 

Procrito de su suelo por la guerra civil, pidió hospitalidad en 
estranjera tierra, encontrando patria lejana i cariñosa. 

Mas, la desgracia i la injusticia se cebaron en su brillante 
personalidad, sucumbiendo al dolor en la soledad, en la pobreza 
i en el destierro. 

Triste odisea la de su vida! 

Sus cenizas permanecieron olvidadas cerca de 40 años en el 
ostracismo, hasta que, en 1879, fueron rescatadas por la gra- 
titud de su pueblo para darles honrosa tumba en el «ampo san- 
to, que nivela todas las injusticias de la tierra, de Buenos Aires. 

II 

El coronel don José de Olavarría nació en Buenos Aires en 
1800. Su padre, de orí jen español i coronel de blandengues de 
Buenos Aires, gozaba de prestijio e influjo en la Corte de Ma- 
drid en el período colonial. 

En 1810 recibió para su hijo el título de cadete de su reji- 
miento militar. 

Dedicado al arma de artillería, ingresó en el ejército como ofi- 
cial en 1813, contribuyendo alas campañas del Uruguai i del 
Alto Perú. 

Al orgauizarse el ejército de los Andes, se trasladó a Mendo- 
za, a las órdenes del jeneral San Martin. 

Emprendida la campaña de los Andes, asistió a la batalla de 
Chacabuco con el grado de alférez de artillería. 

A fines de 1817 fué ascendido al grado de capitán. 

Se encontró en el desastre de Cancha Rayada i contribuyó a 
salvar la artillería en medio de la derrota. 



— 341 — 

En 1818 Be batió heroicamente en la batalla de Maipo, hacien- 
do prodijios con sus cañones. 

Después cooperó a las campañas al sur de Chile i en 1820, 
emprendió la espedicion libertadora del Perú. 

En Pisco fué nombrado comandante de la artillería a bordo 
del bergantín Araucano, destinado al crucero del Callao. 

Se distinguió por su valor en el singular combate naval que 
sostuvo el Araucano con la fragata española Cleopaira. 

Habiendo pasado al arma de caballería, se caracterizó con 
Necochea en el célebre rejimiento de granaderos a caballo, en 
las campañas de las sierras del Perú. 

En 1821 fué nombrado ayudante del Estado Mayor i espedi- 
cionó a la costa. 

■ 

En 1823 se le ascendió al grado de sarjento mayor i al 
mando del cuerpo de lanceros hizo la campaña de intermedios 
con el jeneral Santa Cruz. Le cupo la gloria de ocupar vencedor 
la ciudad de Cochabamba. 

Batido en Yuugas, se reunió al jeneral Lanza i atacaron jun- 
tos al jeneral Olañeta, siendo nuevamente derrotados. 

Acompañado solo de cuatro oficiales, cruzó Bolivia i el Perú 
i arribó al puerto de Arica, dirijiéndose al Perú a bordo de una 
lijera embarcación de cabotaje. 

Olavarría se puso a las órdenes del jeneral Bolívar i, a la 
cabeza de un cuerpo de caballería peruana, se encontró en la 
batalla de Junin. 

Sobre el campo de batalla fué tomado prisionero por los 
realistas i rescatado por sus soldados. 

Ascendido al grado de comandante de su rejimiento, comba- 
tió en la batalla de Ayacucho, siendo su comportamiento tan 
brillante como su bizarría. 

Hizo la campaña del Alto Perú con Sucre i fué encargado de 
sofocar la insurrección realista de Huamanga. 

Con el grado de coronel, se dirijió, en 1826, al Plata, a unir 
sus esfuerzos para libertar a la Banda Oriental del Uruguai. 

Sobresalió por su heroismo en la batalla de Ituzaingó, donde 
fué herido, siendo elojiado por el jeneral Alvear en el boletín 
de la batalla. 



- 342 — 

Vencido por el Dictador Rosas el jeneral Lavalle, emigró el 
coronel Olavarría al Uruguai. 

Perseguido por Oribe, sirvió al Uruguai hasta la hora de su 
muerte. 

Falleció en el destierro, en el retiro de su hogar de Montevideo. 

El gobierno del Uruguai, reconociendo sus sacrificios por la 
libertad, decretó una lei de recompensa para su familia en 1845. 

El eminente publicista arjentino don Florencio Várela, mar* 
tír de Oribe, le dedicó un hermoso artículo histórico, narrando 
su vida de guerrero ilustre i heroico, en El Comercio del Plata, 
a fines de ese año. 

El coronel Olavarría fué soldado libertador del Plata, Chile, 
Perú, Colombia, Bolivia i Uruguai, siendo su vida una gloriosa 
pajina de historia sud-americana. 

En el interesante libro titulado Leyendas Nacionales, el ilus- 
trado escritor arjentino don Adolfo P. Carranza, describe, con 
la mayor delicadeza de sentimiento, la noble admistad que ligó, 
durante toda su vida, al denodado coronel don José de Olava- 
rría i al coronel don Manuel Isidoro Suárez: 

c Entre los héroes de la jeneracion gloriosa que llevó a cabo 
la independencia de América, hai dos cuyos nombres irán 
siempre unidos, porque fueron en vida por la amistad i por los 
servicios que en mas de trienta años rindieron a la patria. 

i Ambos nacidos en Buenos Aires en los comienzos del siglo, 
sentaron plaza de cadetes en la misma época, hicieron las mis- 
mas campañas, hallándose en el sitio de Montevideo, en el 
Alto Perú, en Chile i en la cruzada libertadora que llevó San 
Martin a la tierra de los Incas como complemento de su in- 
mortal empresa. 

> Retirado aquél del Perú, por un acto de abnegación que la 
posteridad aplaude i admira, Manuel Isidoro Suárez i José de 
Olavarría, continuaron prestando sus servicios a las órdenes de 
Bolívar. 

> Estuvieron en la batalla de Junin, donde Suárez fué una de 
las figuras mas sobresalientes ese dia i en el mismo cuerpo 
asistieron a la de Ayacucho, siendo de los pocos arjentinos que 
representaron a su patria, en aquella jornada, la última de la 
epopeya continental. 



— 848 — 

»San Martin les concedió la medalla del ejército libertador, 
autorizándoles para usarla, i «recordar con orgullo a cuantos 
participen los beneficios de la independencia, que tuvieron la 
gloria de pertenecer a él» i Bolívar les estendió los despachos 
de la mas alta jerarquía a que llegaron en su carrera por haber- 
se distinguido en las dos grandes batallas del año 1824. 

» Posteriormente, en la campaña del ejército republicano con- 
tra el emperador del Brasil, Olavarría con su rejimiento de 
lanceros brilla entre los vencedores de Itueaingó, i cuando la 
guerra civil les arroja del suelo de la patria, los dos se reúnen en 
el estranjero, actúan en las horas desgraciadas de una época 
tristísima, se retiran al fin i mueren bajo el mismo techo i con 
diferencia de meses, en la miseria, la soledad i el destierro. 

«Siete lustros pasaron sus cenizas esperando ser repatriadas 
hasta que la gratitud arjentina fué a buscarlas en 1879, desde 
cuya fecha se guardan juntas i con amor en el cementerio de 
la eiudad que es su honrosa cuna.» 



III 



La mejor hoja de servicios que podemos publicar del coro- 
nel Olavarría, es el brillante artículo necrolójico que consa- 
gró a su memoria, en Montevideo, el eminente periodista del 
Plata, mártir de Oribe, don Florencio Várela, fundador de una 
brillante familia de escritores arjentinos: 

EL CORONEL DON JOSÉ DE OlAVABRÍA 

(Arjentino) 

«Pocos nombres mas familiares en el Rio de la Plata, que el 
del noble guerrero a quien consagramos estas líneas. En las 
campañas de Chile como en las del Perú; en las de Bolivía 
como en las del Brasil; en Buenos Aires como en el Estado 
Oriental, ese nombre se encuentra siempre asociado a brillan- 
tes hazañas personales, a victorias gloriosas, a desastres tan 
gloriosos como la victoria; i representando siempre a la par del 



— 844 — 

valor individual, las ideas de perfecta organización i disciplina 
militar, especialmente en el arma a que Olavarria se había 
contraído en la última mitad de su carrera. 

>Pero sus hechos, como los de todos los personajes de una 
epopeya todavía por escribirse, se conservan solamente en las 
tradiciones populares, en documentos desparramados, o en la 
memoria de sus compañeros de armas. De fuentes tan diver- 
sas, apenas hemos podido recojer uno que otro hecho, en las 
breves horas que nos quedaban, desde que nos llegó el decreto 
del Gobierno de la República, que da a los servicios del coro- 
nel Olavarria, una recompensa tan honrosa como delicada. 

» Renunciando a toda pretensión de biógrafos, haremos una 
sencilla narración de la carrera de aquel jefe, para confirmar 
en cierto modo, la justicia de esa noble resolución del Gobier- 
no Oriental, i para cumplir un grato deber de la amistad que 
nos ligaba con el malogrado guerrero. 

> Olavarria fué militar, literalmente desde su primer infan- 
cia. Su padre, coronel de blandengues en Buenos Aires en 
tiempo del Gobierno colonial, gozaba de merecida estimación 
con los vireyes, i en la corte de Madrid. La juventud ameri- 
cana no tenia entonces otra carrera delante de sí, que la igle- 
sia, el foro i la milicia. El padre de Olavarria, deseoso de dar 
al hijo la suya propia, solicitó i obtuvo por gracia especial de la 
corte a principios de 1810, un despacho de cadete del mismo 
cuerpo de blandengues, cuando el niño tenia apenas de 8 a 9 
años. Por estraño que esto nos parezca el día de hoi, nada mas 
común en aquellos tiempos, i aun en los primeros de la revo- 
lución, que el destinar a la milicia a los niños de esa edad con 
el titulo de cadetes, verdaderos estudiantes, que se reunian en 
academias, bajo la dirección de algún táctico viejo que les en- 
señaba a dar batallas sobre las mesas, con mufíequitos de 
cartón. ' 

'Aquella edad i aquel titulo tenia Olavarria cuando se abrió, 
en 1810, el gran drama en que debia representar mas tarde un 
papel distinguido. Entonces no solo se obraba con el dia, se 
pensaba también para el siguiente. Los que dirijian el movi- 
miento procuraron formar militares científicos, que pudie- 
ran hacer frente a las dificultades que se preveían. Continua- 



— 345 — 

ron las Academias de cadetes, especialmente para el estudio 
importante de la artillería. A esta arma se dedicó el niño 01 a- 
varría i después de tres años de estudio, empezó a servir acti- 
vamente en ella en 1813, teniendo él trece años de edad. 

>La reconquista de Chile por los españoles en 1814, hizo 
pensar seriamente al Gobierno de Buenos Aires, en la necesi- 
dad de llevar la guerra a aquel hermoso país, i en el año 
siguiente se empezó la formación del ejército * de los Andes. 
Olavarrla fué uno de los primeros fundadores de ese ejército, 
la gran escuela militar de nuestros paises, i a él pasó en clase 
de alférez en 1815. 

»Dos años después, San Martin le transportaba al otro lado 
de los Andes, descendia al suelo chileno, i encontraba al ene- 
migo en la cuesta de Chacabuco. Fué el primer encuentro en 
que se encontró el alférez Olavarría, i ya en él se condujo de 
manera i demostró calidades tales, que San Martin, cuya pene- 
tración para conocer al soldado era proverbial, miró en el alfé- 
rez un hombre de esperanzas, i a fines del mismo año le dio el 
grado de teniente. 

»Esa primera victoria de los republicanos, despertó al virei 
de Lima, que miró amenazado el Perú, si Chile conservaba la 
independencia que acababa de proclamar en febrero de 1818, 
Pezuela se apresuró, por eso, a mandar al jeneral Osorio, que, 
con 5,000 hombres de tropas regladas desembarcó en Talca* 
huano, en los primeros meses de aquel año; i marchó sobre el 
ejército republicano que se dirijia hacia Talca. 

>Mui cerca ya de esa ciudad, tuvo lugar la sorpresa i com- 
pletísima dispersión del ejército de San Martin, en Cancha 
Rayada, la noche del 19 de marzo. Olavarría despertó como 
todos cercado de enemigos; sin desmayar por eso, acudió a 
salvar su batería, con una serenidad i un valor que asombraron 
a los veteranos: sacó las piezas del campo de la sorpresa i se 
retiró mui largo trecho con ellas; hasta que al dia siguiente, 
oprimido por el número del victorioso enemigo, exhautas sus 
fuerzas i las de sus pocos artilleros, tuvo que abandonar sus 
cañones, salvándose con dificultad. 

«Apenas habian corrido 27 di as después de ese desastre, 
cuando San Martin hizo frente a los realistas en la llanura de 



— 346 — 

Maipo, nombre cuya significación nadie ignora en Sud-Améri- 
ca, nombres desde entonces: 

becamea magic word; 

Which ntter'd to the, hearer's eye appear 
The camp, the hostfi theght, the conqaeror'e career. 

>La artillería trabajó mucho en esa batalla; i nuestro amigo 
simple teniente, se distinguió tanto por actos de inteligencia i 
de valor, que fué hecho capitán en el campo de la jornada. 

> Continuó después toda la campaña de Chile, hasta la com- 
pleta espulsion de los enemigos de ese territorio, i no hubo 
encuentro alguno notable en que no tuviese parte. Los com- 
bates de Chillan, de Biobío, i otros muchos, le encontraron 
entre los vencedores. 

>El ejército libertador de Chile se reorganizó después para 
la atrevidísima campaña del Perú. Olavarría marchó también 
en esa espedicion; i al arribo al puerto de Pisco en 1820, se le 
confío el mando de la artillería de mar a bordo del bergantín 
Araucano, destinado a cruzar entre aquel puerto i el Callao. 
También le esperaban combates en el mar, i se condujo con 
singular bizarría en el que sostuvo el Araucano con la fragata 
española la Cleopatra. 

> Desde entonces dejó el capitán Olavarría el arma en que 
babia servido; i pasó a la caballería, en que tantos conocimien- 
teóricos desplegó después. Su primer servicio, en esa arma, fué 
en el afamado rej i miento de granaderos a caballo, que tanto 
nombre dio a Necochea... 

£1 guerrero esforzado 

Otra vez vencedor i otra cantado . 

en cuyo cuerpo hizo todas sus campañas en la sierraa las órde- 
nes del jeneral Arenales. De regreso de ella, pasó de ayudante 
mayor en 1822, a un cuerpo de caballería peruana, en que hizo 
la campaña en la costa, a inmediaciones de Lima, al mando del 
jeneral don Domingo Tristan. 

»En 1823, elevado al grado de sárjente mayor, fué destinado 
al primer cuerpo de lanceros que formaba parte de las fuerzas 



— 347 — 

que, a las órdenes del jeueral Santa Cruz, hicieron la penosa e 
importante campaña de los puertos intermedios. En lo crítico 
de ella, fué mandado Olavarría con su escuadrón a ocupar la 
ciudad de Gocbabamba. 

»E1 enemigo, por un movimiento bien concebido i bien eje- 
cutado, dejó aquel cuerpo enteramente cortado de la división a 
que pertenecía, i cayó sobre él, con fuerzas mui superiores. 
Olavarría, sereno en el conflicto, hábil para concebir i rápido 
para ejecutar, emprendió una difícil retirada a los Yungas, 
donde el renombrado jeneral Lanza mantenía el espíritu de 
independencia, i desafiaba, a fuerza de arrojo, de actividad i 
de conocimientos locales, tedo el poder de los realistas. 

> A Lanza se incorporó Olavarría con todo su escuadrón; reu- 
nidas después todas las fuerzas de aquel jeneral, determinó 
atacar al enemigo que, a las órdenes de Olafíeta, ocupaba los 
valles de Cochabamba. El éxito correspondió mal al arrojo. 
Lanza fué vencido, sus fuerzas esterminadas o dispersas, i el 
mayor Olavarría obligado a escapar casi solo, i sin esperanzas 
de encontrar allí nuevos elementos de resistencia, determinó 
arrostrar cualquier peligro por reunirse a los compañeros a 
quienes habia dejado combatiendo sobre las costas. Acompa- 
ñado de cuatro oficiales, sus particulares amigos, atravesó dis- 
frazado varios pueblos que el enemigo ocupaba hasta llegar 
después de inmensos trabajos a sorprender el pueblo de Arica, 
donde se apoderó de un mal buquecillo de cabotaje que le 
condujo a la capital del Perú. 

>E1 último tercio del año de 1823, fué funesto para las ar- 
mas republicanas: parecia que el ejército libertador del Perú, 
habia perdido el espíritu que lo animaba con la ausencia de su 
jefe el jeneral San Martin, que en setiembre del año anterior 
habia dado el ejemplo único hasta entonces sin imitación des- 
pués, de abdicar en manos del Congreso peruano todos' sus 
títulos, todos su poder militar i civil, alejándose para siempre 
de la escena política. 

>E1 Perú quedó todo en poder de los españoles, a escepcion 
de algunos departamentos del norte de Lima, donde se reco- 
cieron las reliquias de los ejércitos republicanos. 

»E1 jenio i los auxilios de Bolívar los reorganizaron allí i se 



— 348 — 

emprendió de nuevo la campaña que puso término a la guerra 
de la independencia. El mayor Olavarría fué destinado a un 
cuerpo de nueva creación, con el que se halló en la batalla de 
Junio, que como todos saben empezó por la derrota de los repu- 
blicanos i terminó por su completa victoria. Olavarría fué he- 
cho prisionero al principio de la jornada, i rescatado después 
en el mismo campo de batalla. Concluida ésta, fué ascendido a 
comandante de ese escuadrón, en cuya clase se halló en la me- 
morable batalla de Ayacucho. Su comportacion allí excedió en 
bizarría a todo lo que hasta entonces habia hecho. A mas de 
la parte que tuvo en la batalla, fué destinado después de ella 
a perseguir con su escuadrón i una compañía de cazadores, la 
derecha enemiga que se retiraba organizada; hizo prolijios de 
valor, desplegó estraordinaria actividad i tino i regresó al cam- 
po de batalla conduciendo número mui considerable de prisio- 
neros. 

»Poco quedó que hacer después de la jornada de Ayacucho. 
Sin embargo, los realistas ofrecían todavía alguna resistencia 
en el Alto Perú i Olavarría participó también de todos los tra- 
bajos que fué necesario emprender para terminar la guerra. 
Entre otros, fué destinado a sofocar una insurrección realista 
en Huamanga, hasta que al fin, sometió a los revolucionarios, 
concluyendo así sus servicios en la guerra de la independencia, 
cuando literalmente no quedaba ya un enemigo a quien com- 
batir. 

>E1 término de aquella lucha despertó en Buenos Aires la 
idea de reconquistar la Banda Oriental, ocupada por el Brasil: 
a los cantos de triunfo de Ayacucho, se mezclaban clamores 
de guerra contra el imperio; i puede con toda verdad decirse 
que esa guerra habia sido declarada por el pueblo, antes que 
los gabinetes formulasen la declaración. Olavarría oyó en el 
Alto Perú la nueva, empresa a que su patria se preparaba: pi- 
dió inmediatamente a Bolívar dejar el servicio en su ejército i 
venir a ofrecer su brazo a su pais. El libertador de Colombia 
se lo concedió, en términos mui honrosos, dándole por sus 
servicios los despachos de coronel graduado, el 13 de marzo 
de 1826. 

»En julio de ese año, estaba ya en Buenos Aires, donde el 



— 349 — 

Presidente de la República le nombró comandante de escua- 
drón en nn cuerpo de caballería; pero en agosto siguiente, le 
confió el mando i organización de ese rejimiento número 16, 
cuya fama ganada en la campaña del Brasil dura todavía en- 
tre los militares del Rio de la Plata. Olavarría es uno de los 
jefes que mas brillaron en esa campaña, especialmente en la 
jornada de Ituzaingó, donde su escuadrón se atrajo la admira- 
ción de todos por su denuedo i su pericia. Allí fué herido Ola- 
varría de un pistoletazo por primera vez. El jeneral Alvear dijo 
en su boletín de aquella jornada «Loa bravos lanceros (era el 
cuerpo de Olavarría) maniobrando como en un día de parada 
sobre un campo ya cubierto de cadáveres, cargaron, rompieron 
al enemigo, lo lancearon i persiguieron hasta una batería de 
trea piezas, que también tomaron. El rejimiento 8 sostenía esta 
carga: fué decisiva. El coronel Olavarría sostuvo en ella la re- 
putación que adquirió en Junin i en Ayacucho.» 

* De vuelta de ese campaña, el coronel tomóla parte que 
todos sus compañeros en el movimiento de 1.° de diciembre de 
1828, en Buenos Aires. Vencidas después por Rosas las fuerzas 
del jeneral Lavalle, Olavarría emigró a la república Oriental, 
quejempezaba entonces su vida independiente: fijó su residencia 
en Mercedes, donde se entregó a ocupaciones enteramente pa- 
cíficas. De ellas le sacaron las injustísimas i estúpidas persecu- 
ciones que don Manuel Oribe declaró en obsequio a Rosas, 
contra todos los emigrados arjentinos. El corouel que ya en- 
tonces habia contraído matrimonio i formádose una familia, 
se reunió al jeneral Rivera, a quien acompañó en la adversidad 
i en la fortuna combatiendo siempre por la libertad del pais 
que le asilaba, de la patria de sus hijos que el habia adoptado 
por suya. 

iSu espada sostuvo siempre en este pais, la divisa del orden 
constitucional i de los Gobiernos legales. 

i Durante su larga carrera, fué honrado con varias comisio- 
nes importantes: ha sido diversas veces parlamentario; ha ob- 
tenido cinco medallas, dos cordones, dos escudos i una estrella 
de la Lejion de Honor de Chile. 

•Ese era el militar, el hombre público. 

»En el hogar doméstico, en sus relaciones privadas, todos los 



— 350 — 

que le conocieron te quisieron i le estimaron. Casó en el des- 
tierro con doña Jertrudis Rodríguez, hija de un propietario de 
Mercedes, i se contrajo al cuidado i fomento de las propieda- 
des rurales de su esposa. La invasión de Oribe le arrojó de su 
casa; i su familia se asiló en la capital, donde tuvo el dolor de 
perder un excelente esposo, un padre solícito i tierno. 

El Gobierno Oriental acaba de recompensar los méritos del 
coronel Olavarría, con un acto que honra tanto al que le ha 
hecho, como a la memoria de aquel soldado distinguido. — 
Grande consuelo es para su familia i sus amigos, ese testimo- 
nio de la gratitud de un pueblo que le había admitido entre 
sus ciudadanos. Los amigos i compatriotas del coronel Olava- 
rría se unen a su familia para agradecer esa honrosa demos- 
tración. — Montevideo, octubre 27 de 1845. — Florencio Vá- 
rela.» 



*■■ 




Coronel 

Doq José Lu¡5 Pereira 

Director de la Academia Militar 




Coronel 



Don José Luis Pereira 



Dirotor de la íscuelt Militar 



La revolución de la Independencia no sólo asoció en sus no- 
bles esfuerzos los sacrificios de los guerreros i patricios del Plata 
i de Chile, sino que también vinculó con los lazos de la sangre 
muchos de ellos en la sociabilidad de cada uno de estos países. 

La emigración chilena de la reconquista española, llevó a la 
Repúblioa Arjentina numerosos soldados i ciudadanos distin- 
guidos que unieron su suerte al destino de hermosas i notables 
damas que han legado sus virtudes preclaras a sus hijos. 

Asimismo la espedicion libertadora de los Andes, fué el orí jen 
de la unión de prestijiosos jefes i hombres ilustres arjentinos 
con caracterizadas hijas de Chile, que, a su vez, fueron madres 
ejemplares i esposas modelos. 

De estos enlaces provinieron estadistas i servidores públicos, 
escritores i hombres de negocios que propendieron a la unión 
de los dos pueblos jeneradores de su estirpe nativa. 

La raza i las jeneraciones sucesivas del Plata i de Chile, que 



— 852 — 

se mecieron en una misma cuna de amor i libertad, formaron 
casi una misma familia sudamericana. 

Parece que un mismo destino continental les marcaba tan 
hermosa como noble asociación de voluntades i de afectos imbo- 
rrables. 

De aqui, de estas vinculaciones de familias, han tenido su de- 
rivación los nombres ilustres de beneméritos militares i hom- 
bres públicos del Plata i de Chile. 

Seria fácil enumerar algunos de estos apellidos formados por 
el cariño i el matrimonio de arjentinos i chilenos, naoionaliza- 
lizados en ambas repúblicas por el talento, el patriotismo, la 
fraternidad i la esforzada consagración a las conquistas de la 
cultura i del progreso. 

Los Barros Arana, los Sarratea, los Rodríguez Peña, los Prie- 
to Oro, los Necochea, los Las Heras, los Bilbao i tantos otros ape- 
llidos ilustres que figuran en nuestros anales i en la sociabilidad 
chilena i arjentina, provienen de enlaces de arjentinos i damas 
chilenas o viceversa, dando orí jen a una comunidad constante de 
relaciones de familias entre los dos países limítrofes i hermanos. 

El coronel don José Luis Pereira, fundó en Chile una familia 
meritoria que ha dado servidores públicos distinguidos, siendo 
su hijo el senador i ex-Ministro de Estado don Luis Pereira. 

II 

Los militares arjentinos, cumpliendo una misión continental, 
establecieron un vínculo de unión indestructible entre su patria 
i el pueblo chileno, concurriendo a nuestra definitiva emancipa- 
ción política, formando un hogar i una familia en el seno de nues- 
tra sociedad i prestando servicios inapreciables a nuestras insti- 
tuciones en el período de organización de la República. 

Por eso sus nombres viven constantemente enlazados a nues- 
tros acontecimientos mas notables, habiendo adquirido el título 
de ciudadanía en nuestra historia. 

Su espíritu de fraternidad borró las fronteras naturales que 
los dividían i su jeneroeo ínteres por nuestros adelantos les ha 
merecido el título honroso de proceres de nuestra patria. 

Mas tarde, las revoluciones civiles, que han conmovido a 



— 853 — 

uno i otro pais, han hecho de sos ciudadanos principales los 
refujios salvadores de los vencidos i de los proscritos de sus 
contiendas políticas. 

La emigración arjentina que orijinó la dictadura de Rosas, 
hizo de Chile la patria de todos sus desterrados, desde Atacama 
a Concepción. 

En esa época los hombres públicos mas caracterizados del 
Plata, ocuparon puestos de distinción entre nosotros, en todas 
las esferas públicas i sociales, en los negocios i en la política, 
en la prensa i en la enseñanza. 

De ese tiempo podemos citar, entre los mas notables, a Sar- 
miento, Mitre, Domingo de Oro, Carlos Tejedor, Pedro Agote, 
Juan Carlos Gómez i mil mas que fueron nuestros verdaderos 
amigos, entonces i después, en los momentos difíciles i en los 
de peligros para nuestro pais. 

Estos recuerdos son gratos al corazón chileno, porque nos 
permiten corresponder afectos profundos i leales i pagar con la 
moneda de la sinceridad i de la gratitud deudas que jamas se 
apartan de nuestra memoria. 

Cuando el ejército unido de los Andes trasportó, a través de 
las cordilleras, victoriosa la bandera que había sido vencida en 
Rancagua, para hacerla flamear gloriosa en Chacabuco i en 
Maipo, quedó sellado para siempre el pacto de unión de éstos 
dos pueblos que deberán hacer prevalecer en el Pacífico el 
ideal de la independencia sud -americana! 

A este título de fraternidad perdurable hemos querido con- 
sagrar esta pajina al benemérito coronel don José Luis Pereira, 
que fué nuestro héroe en las batallas i el reorganizador de la 
Escuela Militar de la República. 

Dio un plan sistemado a la enseñanza militar i fundó un 
cuerpo de ejército que ha sido la guardia de honor de los ma- 
gistrados supremos del Estado. 



ni 



Nació el coronel don José Luis Pereira en la ciudad de Bue- 
nos Aires en 1792. 
Su respetable i prestigioso padre, don Simón Pereira, fué 
23 



— 854 — 

patricio dé la revolución arjentina, i bu ee&ora madre era hija 
de don Andrea Arguibel, que fué Ministro de Estado en el 
Plata. 

El señor Arguibel suscribió, el 20 de abril de 1820, una pre- 
sentación dirijida a Fernando Vil en defensa de la revolución 
arjentina. 

La familia Pereira es de ilustre prosapia en el Plata i de su 
seno han surjido notables militares de la era de la indepen- 
dencia. 

En la historia arjentina figura don Felipe Pereira de Luce- 
na, bizarro guerrero de sus huestes gloriosas, que hizo las cam- 
pañas hasta los antiguos dominios de los Incas, sacrificando su 
vida por su causa. 

Don José Luis Pereira se inició en la carrera de las armas 
eu 1806, bajo las banderas del bravo Liniers, en Buenos Aires» 
combatiendo la invasión inglesa de 1807. 

En 1808 emprendió las campañas de la banda Oriental del 
Uruguai. 

Contribuyó al movimiento insurreccional del 25 de mayo de 
1810 en Buenos Aires. 

Incorporado a la primera espedicion militar, que en el pro- 
pio año partió a libertar las provincias del interior del predo- 
minio colonial, permaneció seis años en aquella terrible cam- 
paña en que las armas de la nueva República esperimentaron 
grandes reveses i jubilosas conquistas para la libertad del 
territorio. 

El mas doloroso de aquellos desastres fué la jornada de 8i- 
pesipe, en la que no habría quedado un solo soldado de que 
disponer sin la admirable i estraordinaria actividad i enerjía 
del joven jefe don José Luis Pereira, que tuvo el tino i la pre- 
visión de reunir i de organizar las tropas dispersas por la de- 
rrota. 

El nuevo jeneral nombrado por el Supremo Gobierno de 
aquella República para tomar el inaudo en jefe de aquel ejér- 
cito, le manifestó el mas vivo reconocimiento por aquella sin- 
gular acción de guerra. 

. Hizo la campaña del Alto Perú i se batió heroicamente en 
la acción de San Lorenzo. 



I 



— 855 — 

Reconociendo el jeneral San Martin sos notables aptitudes 
militares, que habia podido esperiinentar en las campañas eu 
que había servido a sus órdenes, solicitó su concurso para el 
ejército que reorganizaba en Mendoza. 

El capitán. Pereira se separó de la campaña del Alto Perú 
en 1815, para incorporarse en el ejército de los Andes en 1816, 
al mando de un escuadrón de los Granaderos a caballo. 

Emprendió la campaña restauradora de Chile, distinguién- 
dose por su valor en la batalla de Chacabuco, el 12 de febrero 
de 1817, en la que salió herido a bayoneta. 

Al tomar posesión de la capital de Chile el ejército unido, 
el capitán Pereira se mantuvo en asiduos ejercicios i en la or- 
ganización i disciplina de varios cuerpos en el campamento 
Las Tablas. 

Con sin igual abnegación i valor combatió en el desastre de 
Cancha Rayada i en la gloriosa batalla de Maipo. 

En esta última batió brillantemente al famoso batallón es- 
pañol Burgos. 

Fué condecorado por estas acciones de guerra con las meda- 
llas de las batallas de Chacabuco i Maipo i la cruz de la Lejion 
de Mérito de Chile. 

Asimismo se le acordó por el Congreso el título de Heroico 
defensor de la patria. 

Fundó el rejimiento Guardia de honor y que mas tarde se 
denominó Escolta presidencial. 



IV 



Un cronista contemporáneo narra en los siguientes térmi- 
nos su vida militar de .ese tiempo, i con relación a su actuación 
en los sucesos políticos de 1823 i posteriores: 

f En los 24 años que sobrevivió el coronel Pereira a esta he- 
roica acción (se refiere a la batalla de Maipo) puede decirse que 
apenas descansó en el desempeño de comisiones importantes. 
Entre ellas la de organizar la gran Guardia de Honor, cuerpo 
de los mas lucidos i mejor disciplinados. A la cabeza de él se 
hallaba, cuando, a consecuencia del movimiento de las provin- 



— 856 — 

cias de Concepción i Coquimbo contra el supremo mandatario, 
efectuó el suyo Santiago, capital de la República. Se recordará 
que en aquellos críticos momentos se dirijió el Director al cuar- 
tel de la guardia para ponerse a la cabeza, lo que no consintió 
el coronel Pereira, diciéndole sagazmente que era comprome- 
terse ambos sin provecho, pues la revolución venia de todos 
los estremos de la República. Retírase entonces el Director, i 
después de algunas circunstancias, que no es del caso referir, 
pasó a la sala del Consulado donde el pueblo se hallaba reuni- 
do; recibiósele con dignidad i respeto, i ocupó el asiento propio 
de la autoridad. 

i Consecuente el coronel Pereira en sus promesas, habia 
acompafiado al Director en su introducción en el Consulado, 
i confundido entre los ciudadanos, presenció toda esa escena, 
sin tomar en ella la menor parte. Puede decirse que su presen- 
cia fué allí el garante de la libertad del pueblo i de la seguridad 
personal del mandatario. 

»E1 nuevo Director le continuó en el mismo destino hasta 
el año 25, en que se organizó i partió para Chiloé la primera 
espedicion, de la que Pereira fué uno de los jefes. Lo avan- 
zado de la estación hizo que esta espedicion se malograse; mas, 
emprendida en el mismo año otra segunda, fué libertado el 
archipiélago del yugo español i la República enteramente 
libre. 

»E1 coronel Pereira, que después de esa primera espedicion 
habia obtenido su retiro, i contraídose a administrar un fundo 
de su madre política, no pudo tener parte en la segunda. Mas 
poco tiempo se le dejó permanecer fuera del servicio. El Mi- 
nisterio Portales, con instancias i promesas, lo atrajo nueva- 
mente a él i le confió el encargo de establecer i organizar la 
Academia Militar. Ochenta jóvenes bscojidos formaron aque- 
lla escuela, i antes de un año empezaron a dar en público 
pruebas de sus conocimientos. Pero, (quién lo creyera! esa 
Academia, i la educación de tan brillante juventud, vinieron a 
convertirse en daño de la patria. Declarada la guerra al Perú, 
los mas dignos jóvenes de ella fueron incorporados al ejército 
espedicionario, de los que unos perecieron en la insurrección 
que la precedió, o fugaron fuera del pais, i otros emplearon 



— 857 — 

su pericia militar en venir a ser, sin conocerlo i con la mejor 
buena fe, los verdugos de los vencedores de Junin i Ayácu- 
cho, que perecieron en Yungai i otras acciones posteriores, 
dando con esto a los españoles triunfos mas gratos que los de 
Osorio i Morillo. 

«El coronel Pereira observando en silencio los desastres de 
sus discípulos, era precisamente devorado por el sentimiento 
de sus desgracias. Sus tareas en educarlos, se asegura, que le 
causaron la enfermedad de que falleció, i su malogro debia 
i necesariamente agravarlo. La marcha de los gobiernos ester- 

mina no pocas veces a los mas dignos ciudadanos. Se repara 
talvez que el coronel Pereira después de tan prolongados i dis- 
tinguidos servicios no hubiese obtenido ascensos proporciona- 
dos. Pero esto mismo acredita su patriotismo i su mérito. El 
coronel Pereira perteneció siempre a la patria, i nunca a las 
facciones, i estos son los que mas difícilmente llegan a obte- 
nerlos, especialmente en el tiempo de corrupción i decadencia, 
a que han venido las nuevas repúblicas, i 



En 1836 fué el coronel Pereira director i reorganizador de la 
Academia Militar. 

Este mismo afio se le nombró Ministro de la Corte Marcial. 

En 1837 fué elejido Diputado al Congreso ptfr el departa- 
mento de San Carlos. 

Retirado a la vida privada, falleció en Santiago el 30 de 
abril de 1842, siendo su muerte vivamente deplorada en la 
prensa, en la sociedad i en los altos círculos militares i de go- 
bierno. 

Don José Miguel Infante le consagró elocuente i sentida ne- 
crología en El Valdiviano Federal, de Santiago, de junio de 
ese afio. 

El venerable patricio terminaba su juicio histórico sobre el 
ilustre militar, con las palabras siguientes, impregnadas de 
ternura: 



— 858 — 

«El coronel Pereira ba fallecido dejando una larga familia, 
a la que hacen digna de la mayor consideración pública i a[ 
recuerdo de tan benemérito padre i a la esperanza de que sus 
hijos algún dia acreditarán ser los herederos de sus virtudes.» 



* 




Capitán de Navio 

Dori Pablo Dólano 



CAPITÁN DE NAVIO 



Don Pablo Délano 



Al consignar en nuestra historia militar las acciones i los 
servicios de los proceres de la independencia, es un deber reco- 
nocer no solo sus nobles esfuerzos por la libertad de la patria, 
sino también el inapreciable beneficio que reportaron a nuestros 
futuros progresos de nación la familia i los hijos que nos lega- 
garon como recuerdos vivientes de su amor a este suelo. 

£1 capitán de navio don Pablo Délano, merece, con justicia, 
este homenaje de admiración i gratitud, porque nos dejó una 
herencia gloriosa de patricios i una estirpe emprendedora 
que ha contribuido al mayor esplendor i engrandecimiento 
del pais. 

La familia Délano es lejendaria en nuestras conquistas civi- 
lizadoras de las industrias que han evolucionado nuestras ri- 
quezas territoriales i levantado el crédito nacional en el con- 
tinente i en Europa. 

Proveniente de una raza proverbial en enerjías estraordina- 
riae como es la norte-americana, ha demostrado bríos sorpren- 
dentes para impulsar i desarrollar las fuentes de producción i 



— 860 — 

de trabajo mas propias al bienestar i desenvolvimiento de la 
República. 

No seria posible recordar en estas pajinas el nombre ilustre 
de don Pablo Délano, sin citar, en justo tributo de recordación 
memorable, a sus nobles continuadores en los servicios tras* 
cendentales prestados al pais para su estabilidad i su porvenir. 

Su digno hijo don Guillermo G. Délano, ha sido quien ha 
levantado mas alto el crédito de Chile en el mundo de los ne- 
gocios universales con sus poderosas empresas industriales. 

Fué, según la espresion vivaz del publicista don Benjamín 
Vicuña Mackenna, uno de los mas grandes obreros de la civi- 
lización, del progreso i de la prosperidad de Chile. 

cUno de esos iniciadores fecundos i gloriosos que entraron 
en esta tierra apartada del mundo por la ancha puerta de la 
independencia, i que durante mas de medio siglo han vivido 
sobre el yunque, labrando con robusta espalda, con infatigable 
pensamiento, con constancia sublime la grandeza material que 
hoi nos realza». 

Unos, han sido atrevidos esploradores del comercio, de la 
agricultura i de la minería. 

Otros, aparecidos en la hora de la redención como ánjeles 
tutelares, se convirtieron en májicos descubridores de nuestras . 
riquezas en las montañas, en las márjenes del océano i en la 
labor milagrosa de los campos i de las ciudades. 



II 



Don Guillermo G. Délano, dotado de carácter tesonero i va- 
loroso, de enerjia sin ejemplo i voluntad férrea, como que te- 
nia cabeza de bronce i corazón de oro, fué el imponderable 
creador de nuestras mas hermosas i felices industrias. 

Para completar su figura histórica, de pioner del progreso 
industrial de Chile, vamos a reproducir el juicio brillante i en- 
tusiasta que consagró a su nombre esclarecido don Benjamín 
Vicuña Mackenna, que lo conoció i lo trató de cerca, siendo bu 
contemporáneo, su admirador i su**amigo (El Mercurio de Val- 
paraíso, del lunes 16 de abril de 1877): 



— 861 — 

cDon Guillermo G. Dé laño emprendió en el sur todo lo que 
el sur requería para su engrandecimiento. 

tLa esplotacion en grande i sistemática del carbón de 
piedra. 

»Los ferrocarriles. 

tLa perfección, o por mejor decir, el nacimiento de la indus- 
tria molinera. 

»La labranza i la vinicultura por los procedimientos mo- 
dernos. 

»La provisión de agua potable para la ciudad de Concep- 
ción. 

9 La fábrica de cristalería de Pu choco. 

»La fábrica de paños de Bel la vista. 

>Hó aquí el índice, improvisado a la carrera de la locomo- 
tora, de lo que aquel hombre intentó o llevó a cabo por com- 
pleto, solo muchas veces, casi solo siempre. 

»I tal hombre que ha creado industrias no solo nuevas sino 
desconocidas; que ha hecho nacer poblaciones como las de Pu- 
choco i Bellavista; que ha introducido, el trabajo de la mujer i 
del niño, de la viuda i del huérfano, i que rodeado de los con- 
trastes aparejados a toda innovación humilde o atrevida, nun- 
ca ha desfallecido, nunca ha acobardado, nunca ha vuelto 
atrás, ¿no es un verdadero benefactor público en el sentido 
mas estricto de esa hermosa i noble frase? 

tPero dejadnos contar lo poco que sabemos de esa jenerosa 
i enérjica vida. 

*** 

iDon Guillermo G. Délano era, como su distinguido herma- 
no don Pablo, hijo de un mariuo norte-americano que cooperó 
con su valorj su fortuna a las hazañas de lord Gochrane en el 
Pacifico. Apasionado de estos países que él había contribuido 
a libertar, hizo aquel venir del colejio en que se educabau en 
Boston o su vecindad a sus dos hijos i dióles a Chile por se- 
gunda patria. 

>Para que se hicieran acreedores al precio de la última, des- 
tinó el uno a la guerra i el otro al trabajo, esta batalla sin rui- 



— 862 — 

do de armas ni estrépito de clarines, cuya victoria es siempre 
el bien, cuyo botín es siempre la virtud. 

iEI el ejido para lo último fué Guillermo. 

» Pablo, a su turno, fué el niño sublime que a los diez i seis 
años sirvió de ayudante de órdenes a lord Cochraneen la toma 
de la Esmeralda (5 de diciembre de 1820), i es hoi el único que 
sobrevive a los que tomaron parte en esa inmortal hazaña de 
la media noche... Pero decimos mal. Queda todavia escondido, 
allá en el dulce hogar del olvido, otro, de esos bravos, el capi- 
tán Tomas S. Sanders, fundador de una honorable . familia 
en Concepción. 

*** 

»Don Guillermo comenzó su carrera de negociante en San- 
tiago. Era un niño, pero tenia prematuramente los hábitos 
serios de la responsabilidad i del deber. Su pasión era i fué 
hasta su última hora la exactitud. Amaba también su caballo 
i su escopeta, pero de la mujer decia que era demasiado buena 
para uncirla al duro yugo del mas fuerte. Desde niño fué pu- 
ritano. 

t En muchas ocasiones le oimos decir que aquellos dias de 
tranquila juventud fueron la época mas feliz de su vida por- 
que Santiago, en esos años de espansion, de patriotismo, de 
afectuosa i sencilla hospitalidad no era todavia una corte de 
notables: era el caloroso nido de las mas nobles pasiones de 
nuestra raza que habia dejado en el cáliz de la colonia las he* 
ees del egoísmo, de la intriga i la mentira. Si nuestra memoria 
no nos falla, don Guillermo fué durante tres o cuatro años de- 
pendiente de don Diego Portales, buen maestro para tal discí- 
pulo, porque aquél en calidad de comerciante era la exactitud 
misma i la mas acrisolada i caballeresca probidad. 

» Después del cambio de gobierno de 1830 que llevó a Por- 
tales al poder, su dependiente, emancipado por el trabajo, la 
intelijencia i la economía, se dirijió al sur de Chile adivinando 



— 868 — 

en aquel laB magníficas comarcas, vlrjenee para la industria i 
el capital, un vasto porvenir. 

iEI joven i animoso empresario no se engañaba. 

» Pero el dia en que llegó a Concepción, o en su víspera, la 
ciudad fué arrasada hasta sus cimientos por un espantoso te- 
rremoto ocurrido el 20 de febrero de 1835. Referia el señor Dé- 
laño a sus amigos, que la noche de su instalación en el noble 
pueblo que hoi le llora, no tuvo una almohada en que reposar 
su cansancio, ni un pedazo de pan para su hambre de viajero, 
ni un pieuso para su caballo. La ruina era completa. 

>Pero, el peregrino del trabajo traia escondida en su alma 
una resolución inquebrantable. 

» Perseveró en consecuencia contra el terremoto i quedóse 
entre las ruinas. 

>No existía propiamente en Chile, en esa época, lá industria 
molinera. A la orilla de cada estero, en cada hacienda, habia 
lo que se llamaba un molino de cuchara, esto, es, una especie 
de tosca turbina de madera, que hacia jirar una ruda piedra 
bajo una ramada de totora. Los molinos de renombre, como 
los de Santiago, tenían una media-agua de tejas. 

»Cada uno de esos molinos abastecía al consumo local i do- 
méstico con un producto burdo pero nutritivo, i esto bastaba. 

>Pero harina comercial no se producía en parte alguna, ni 
se sembraba propiamente el trigo blanco que la rinde, sino el 
candeal o colorado. Por esto Chile no esportaba al Perú harinas 
sino trigos. Los molineros de Lima dictaban la lei i el precio 
a su albedrlo a nuestra agricultura; i de aquí en gran parte el 
orí jen verdadero de la guerra de 1837, patriótica en el fondo, 
insensata ante el derecho. 

>Pero don Guillermo 6. Délano causó una verdadera revolu- 
ción en el pais productor i en cierta manera lo emancipó de 
ajena tutela, mejor que por las armas. Con sus ahorros de San- 
tíago, encargó una poderosa maquinaria a su país, i asociado 
con un intelijente constructor de su nacionalidad llamado 
Beese, edificó el colosal molino de Bella vista, que producia en 



— 864 — 

un dia mas harina que todos los molinos de cachara en nna 
semana. 

»De aquí la injente fortuna del señor Délano, debida solo a 
su injenio i a su perseverancia. De aquí la prosperidad increí- 
ble de la entonces vastísima provincia de Concepción, que 
era por sí sola lo que hoi llamamos cel Sur», después del terre- 
moto que la habia postrado hasta la limosna i hasta la muerte. 
Guando vino el auje de la esportacion chilena a California, los 
molineros de Tomé, de Penco, de Lirquen, dos molineros de 
Concepción», como entonces se decía, hablando de un gremio, 
se enriquecieron i enriquecieron a la provincia. Don Guillermo 
G. Délano era la cabeza, el alma, el brazo de ese gremio. 

* 

»En la flor de su vida i poseedor de un caudal que era mas 
que una fortuna, porque era un poder, don Guillermo G. Dé- 
lano ¿sentóse por ventura tras un mostrador para contar su 
dinero a la cómoda clientela de la usura? 

»No, ciertamente. 

»Pero otra vez nos rectificamos rindiendo tributo a la lealtad 
de estas revelaciones inconexas por la prisa, pero sinceras como 
el afectuoso respeto que las dicta. 

»Don Guillermo G. Délano, con esa injenuidad sencilla, casi 
puritana, que era la esencia de su carácter, nos confesaba que 
sintiéndose rico hasta ser millonario, habia ensayado aquel 
ejercicio esencialmente chileno, vulgarmente llamado por sus 
víctimas: cel uno i medio». Pero no tardó en conocer que se 
habia engañado en esta vez. La usura, es decir, el arriendo 
del numerario, es tan sano i le jí timo negocio como el arriendo 
del suelo o de las vacas que en él pacen. Pero su ejercicio indi- 
vidual es un dogal perpetuo que atribula el alma o la irrita. 
Don Guillermo G. Délano no habia nacido para ponerse al 
cuello ese dogal ni para echarlo al cuello de los otros. Cerró 
por tanto su banco i lanzó su capital i su infatigable i creadora 
laborioridad en todas las industrias. El millonario no habia. 
contado con algo que pocos millonarios poseen. Don Guillermo 
G. Délano era un hombre de corazón. 



— 365 — 






»De su último propósito nació el establecimiento carbonífero ' 
de Puchoco, modelo en su especie, que hoi da pan, trabajo i 
moralidad a dos mil chilenos, i brinda cien mil toneladas de 
combustible al comercio i a la industria nacional. 

»En seguida la fábrica de cristalería que en aquel mismo 
sitio planteó con obreros i maquinaria de Alemania i con un 
costo de 90,000 pesos en 1864-69. 

«Después la. fábrica de ladrillos refractarios, rival de la de 
Lota, capaz de producir en diez hornos cien mil , ladrillos 
por mes. 

>Por último, la verdaderamente magnífica fábrica de paños 
de Bdlavista, a que dio por base su antiguo molino, i en la 
que, proporcionando sano trabajo a doscientas mujeres, desem- 
bolsó sin fruto una suma que por sí sola era una colosal for- 
tuna: 400,000 pesosl 

>La fábrica de paños chilenos ha caído al suelo i tal ve/, no 
volverá a surjir de sus ruinas. ¿Pero fué ello culpa de su ani- 
moso promotor? El Gobierno, que encarga las puertas de los 
liceos a las fábricas de Estados Unidos, i las gradas de piedra 
bruta de los monumentos a Inglaterra, continuaba impasible 
pidiendo a París el vestuario del ejército del sur, es decir, del 
ejército acampado al derredor de la fábrica de Bella vista... 

>Pero el señor Dólano no solo no se desalentaba por la ca- 
rencia de estímulos, sino que no se quejaba. Hacia algo de mu- 
cho mas raro: no solicitaba. No creemos haber visto jamas un 
privilejio esclusivo pedido por don Guillermo G. Délano, el 
hombre de todas las industrias, i los vemos pedidos hoi a pu- 
ñados hasta para hacer almidón: mañana lo pedirán para hacer 
mote... 

* 

»Don Guillermo G. Délano se esforzaba también, dentro de 
los límites de la industria privada, en mejorar la labranza pri- 
mitiva que encontró vijente a su arribo al Bio-Bio. En sus 
viajes continuos a Penco atravesaba la pintoresca hacienda de 



— 866 — 

Cosmito, propiedad a la sazón del jeneral Freiré, i por la cual 
pedían, ca la antigua», mil onzas de oro. Cuando tuvo esas 
mil onzas, Cosmito fué suyo; i de predio de pastoreo pasó ése 
a ser una granja trabajada a la europea. 

»Mas tarde compró a orillas del Itata la vasta hacienda de 
viñas llamada el Galpón, cuyos vinos comienzan a tomar cré- 
dito. El señor Délano introducía en todas sus propiedades las 
herramientas i máquinas modernas, i así como dotaba sus 
minas de carbón de vías férreas a vapor que atraviesan túneles 
tan espaciosos como los del ferrocarril de Santiago a Valpa- 
raíso, labrados en la roca viva, edificaba elegantes casas de 
alquiler en Concepción i cedia el terreno en que deberá edifi- 
carse próximamente el Club de Concepción, hoi tristemente 
alojado. 

* * 

>En otro orden de trabajos, de un carácter público, cuando 
los pueblos del sur se empeñaron en tener ferrocarril, lo que 
era para la administración del pais un gran negocio, porque 
era un gran acto de justicia, don Guillermo G. Délano convocó 
en su propia casa al vecindario, lo constituyó en comité perma- 
nente i fué su empeñoso presidente. 

»De nuevo, en el tiempo en que tratóse de llevar a cabo el 
ferrocarril mas elemental, mas sencillo i mas pingüe que hai 
por hacer en Chile, el de Concepción a Coronel, vena aorta 
que alimentará con barato combustible los demás ferrocarriles 
del Estado e iluminará las ciudades del sur a poco precio, don 
Guillermo G. Délano dejó que otro pidiese el privilejio, i 
cuando estuvo concedido se limitó a comprarlo. El señor Dé- 
lano tenia la indomable autonomía de su raza. Lo que no po- 
día hacer por si mismo no lo pedia, lo compraba; es decir, que 
lo hacía por sí mismo. 

El proyecto de lei que pende ante el Congreso para la eje- 
cución de esta línea primordial, está formulado en su nombre. 

Pero caido hoi el robusto brazo i apagada la chispa crea- 
dora bajo los maderos de una sepultura, ¿se llevará alguna vez 
a cabo esa obra? Concepción ha tenido una inmensa pérdida. 



— 867 — 



* 
* * 



»Otro tanto ha acontecido con el proyecto-Délano (que así se 
llama desde hace diez o veinte afios) para surtir de agua a 
Concepción. Es esta ciudad rica i próspera, reina como la lla- 
maban por ironía del Bio-bio, puesto que es su esclava i tribu- 
taria, un eriazo de polvo i de sed, teniendo a sus plantas el 
mas bello de los ríos de Chile, cuyas aguas, por el análisis, son 
las mas puras conocidas. ( 

»Pero ni del Biobio, ni del Andalien, ni del estero de Pucha- 
caí, han consentido que se lleve agua potable a la ciudad esos 
perros de hortelano españoles que se llaman ayuntamientos, 
i que solo botan dinero con las dos manos para teatros i para 
mercados-palacios de fierro o de ladrillo. 

>Si la Municipalidad de Concepción hubiese hecho con el 
señor Délano lo que el Gobierno Montt hizo con Mr. Meiggs 
horas antes de cesar en el poder, el vecindario del Bio-bio esta- 
ría sintiendo ya correr por sus gargantas i sus jardines las 
puras ondas de la salud. Aquella palabra era un simple per- 
miso: — « ¡Haced! » 

>I, volvemos a decirlo, apagado ahora aquel espíritu creador, 
¿de dónde resucitará la sed del pueblo de Penco su Moisés? 






>Tal era el hombre de acción, el ciudadano, el capitalista, el 
millonario. 

>E1 hombre privado, el amigo, el hermano, era un modelo. 
Su simplicidad antigua, su constaute pero silenciosa alegría, 
la paz de su hogar de célibe i de puritano, daban a su man- 
sión, modesta i laboriosa, cierto tinte bíblico que infundía a la 
vez confianza i respeto. 

» Desde los umbrales se conocía que aquella era la casa de 
un hombre de bien, de un filántropo modesto, de un buen ciu- 
dadano, i los que tuvimos la grata antes i hoi melancólica for- 
tuna de haber sido sus huéspedes en varias ocasiones de la 



— 868 — 

vida, podemos dar testimonio ante el juicio público de aquella 
existencia pura i austera que se traducía por esta sola palabra: 
deber 1 

* 
* * 

»E1 señor Dólano, a pesar de acercarse ya a los años de la 
ancianidad, i que en Chile son en realidad los dias de gracia 
de la tumba (70 años) era ájil, pequeño pero fornido de esta- 
tura, activo i sumamente laborioso. Su vida ordinaria se redu- 
cía a su escritorio, i por la tarde a un largo ejercicio cuyo tér- 
mino era jeneralmente el albergue de sus protejidos en silencio. 
En la noche leia invariablemente todos los grandes diarios del 
pais, porque seguia con afecto i con intensidad no solo el vasto 
movimiento del mundo, sino con verdadero cariño de patriota 
todo lo que significaba un bien para esta tierra, su segunda 
cuna.» 

m 

Don Jorje Délano, su digno deudo i émulo en el trabajo i 
en las empresas fecundas, contribuyó también al progreso jene- 
ral del pais. 

Durante veinte años fué jerente del diario El Mercurio, 
demostrando intelijencia especial para una empresa de tanta 
importancia. 

El citado diario, de fecha 1.° de octubre de 1902, emitía los 
siguientes i elevados conceptos sobre su vida en la hora tristí- 
sima de su muerte : 

cEl Banco Nacional de Chile lo tomó entre sus empleados 
cuando comenzó a luchar por la vida; i mas tarde valiosas em- 
presas industriales, como la Fábrica de Paños de Bellavista i 
establecimientos mineros, recibieron la acción siempre eficaz 
de su intelijente laboriosidad. 

»Hijo de un oficial de la marina inglesa, don Pablo Délano, 
tenia don Jorje los rasgos característicos de su raza i habia 
recibido como herencia ese amor al trabajo i nobleza de carác- 
ter que fueron los distintivos de su vida i son hoi el mejor 
legado de sus hijos i de sus amigos. 



— 869 — 

•Fueron esas cualidades las que trajo a El Mercurio cuando 
hace veinte años se hizo cargo de su dirección, aplicando a la 
labor periodística en su forma mas delicada, en la dirección 
superior que üene en sus manos el alma misma del diario 
esfuerzos de trabajo, intelijente i cultivado criterio, honrada 
concepción del deber social de la prensa, profundo buen senti- 
do, acendrado amor al progreso de su pais. 

>Don Jorje Délano, como director de El Mercurio, contribu- 
yó poderosamente con su trabajo personal i su consejo a poner 
esta empresa en el pié en que hoi se encuentra, haciéndola 
entrar desde el primer dia dentro de las lineas de organización 
metódica, intelijente i enérgicamente mantenida, que son pro- 
pias de las grandes industrias. 

>I su influjo para marcar el rumbo del diario, para señalar 
las ideas que debia defender i las que debia combatir, se ejer- 
ció siempre en el sentido de lo justo, lo equitativo, sin consi- 
deraciones de partido i sin atender a otros intereses que a los 
jenerales del pais. 

> Nunca la pasión política, nunca el encono personal, nunca 
los móviles de interés privado, nublaron su vista cuando enca- 
minaba hacia rumbos de progreso i de verdad la empresa de- 
licada i valiosa que estaba encargado de dirijir. 

•El director de El Mercurio nos lega su laboriosidad, su pro- 
fundo buen sentido i su altura de miras como una tradición que 
tendrá que inspirar siempre a este diario. 

>Si sus condiciones de inteligencia, su preparación i su ener- 
jía produjeron los resultados de que El Mercurio será perpetuo 
recuerdo, preciso es recordar también que en esa labor coope- 
raba su nobilísimo corazón, en el que todas las jenerosidades, 
todos los delicados afectos, todas las lealtades, habian crecido 
como en terreno fértil con el cultivo de una vida entera llena 
del honrado cumplimiento de todos los deberes públicos i pri- 
vados. 

»Sus compañeros de trabajo le profesábamos sincero i res- 
petuoso cariño, mirando en él al depositario de la tradición, 
en quien parecía encarnarse el programa de este diario i que 
habia llegado a compenetrarse absolutamente con la empresa i 

su desarrollo. 
24 



— 870 — 

>Los que le trataron en la vida comercial e industrial, halla- 
ron siempre en el señor Délano esa inflexible rectitud, unida a 
la amable benevolencia, que son el fundamento de las únicas 
sólidas i respetables transacciones en esa rama de la acti- 
vidad.» 



IV 



Siguiendo la tradición de su estirpe i de su nombre, nos es 
grato citar a don Guillermo Enrique Délano, soldado constitu- 
yente de la revolución que en 1859 acaudilló el eminente repú- 
blico atacameño don Pedro León Gallo. 

Se batió con el grado de capitán de un modo valiente, en 
las batallas de los Loros i Cerro Grande, en la Serena. Después 
del desastre de la revolución se dirijió a la República Arj enti- 
na. A su regseso al pais se hizo cargo de la administración de 
la propiedad los Llanos de Arquen, en la provincia de Linares 
de propiedad de su padre señor Pablo H. Délano, contribuyen- 
do con su actividad i contracción al trabajo, a convertir esos 
estériles campos en valiosas haciendas, de que mas tarde llegó 
a ser propietario. Falleció en Limache el 26 de abril de 1893. 

Enrique Délano, mancebo valeroso que ofrendó su preciosa 
existencia a la patria en la gloriosa i cruenta campaña contra el 
Perú i Bolivia. 

Carlos Délano, industrial perseverante i afanoso, que ha 
contribuido a nuestro prestijio nacional en valiosas empresas 
que han puesto de relieve su carácter i su enerjia. 

De esta enumeración se destaca la índole de tan singular 
estirpe, que honra nuestros anales i nuestra sociabilidad. 



V 



Don Pablo Délano, el ilustre marino que nos ha dado tema 
tan fecundo para enaltecer su gloriosa raza, fué compañero de 
luchas por la independencia de Chile de Lord Cochrane. 

Nacido en Estados Unidos, en Fairhaven, pueblo eu el Esta* 
do de Massachusetts, el 15 de junio de 1775, fué contratado 



— 871 — 

por el ájente del Gobierno de Chile en Nueva York el año 
1818, para hacerse cargo del mando de la corbeta Omicuso % 
couBtruida en dicho puerto para el Gobierno chileno. . Llegó a 
Valparaíso a mediados del año 1819, al mando de dicho buque, 
cuyo nombre fué cambiado por el de Independencia al tiempo de 
enarbolar el pabellón patriota i ser armada en guerra, que se 
hizo en Buenos Aires por orden de nuestro Gobierno, reci- 
biendo el señor Dólano en ese mismo tiempo sus despachos de 
capitán de corbeta de la marina de Chile. 

A su llegada a Chile el señor Délano fué comisionado por el 
Supremo Gobierno para establecer comunicación telegráfica de 
un sistema de su propia invención, entre Santiago i Valparaí- 
so, cuya comisión no pudo llevarse a feliz término por escasez 
de fondos en arcas fiscales. 

En julio de 1 820 fué nombrado comandante en jefe de los 
trasportes que debia llevar el ejército libertador al Perú, bajo 
el mando del jeneral San Martin, convoyado por la escuadra 
de Chile, a las órdenes del valiente i distinguido Vice-Almi- 
rante Lord Cochrane. 

Ai mando de la fragata de guerra Lautaro asistió al bloqueo 
del Callao i se halló presente en la famosa acción cuando en 
la noche del 24 de julio de 1821, los botes de la escuadra chi- 
lena, atacaron i sacaron de dicho puerto, los buques españoles, 
Milagro, Resolución, San Fernando, Carmen i otros tres. Coo- 
peró en obtener la rendición de los castillos del Callao, regre- 
sando después a Chile. 

Desde marzo de 1822 hasta setiembre del mismo año desem- 
peñó el cargo de Capitán de Puerto de Valparaíso. 

Desde setiembre de 1822 a junio de 1823 sirvió el empleo 
de comandante de arsenales del mismo puerto. 

En 14 de noviembre de 1824 fué nombrado segundo coman- 
dante jeneral del departamento de Valparaiso, sirviendo este 
puesto hasta el 30 de junio de 1825. 

En 1821 fué comisionado por el Supremo Gobierno para 
dirijir la construcción del primer muelle que hubo en Valpa- 
raiso en conformidad con el modelo presentado por él con este 
objeto. Después de construir esta obra (que prestó a Valparaiso 
excelentes servicios por mas de 30 años) fué nombrado capí- 



— 872 — 

tan de Puerto de Talcahuano, de donde fué llamado nueva- 
mente a Valparaíso en el año 1837, para que se hiciera cargo 
de la dirección jeneral del equipo de los buques de guerra i 
trasportes de la espedicion que Gobierno de Chile envió al Pe- 
rú contra el jeneral Santa Cruz. Tuvo también a su cargo la 
dirección jeneral del equipo de la segunda espedicion enviada 
al Perú en 1838. 

Durante su última estadía en Valparaíso fué comisionado 
para dirijir la construcción del primer faro en Chile, el cual fué 
construido conforme a los planos presentados por él. 

Don Pablo Délano sirvió al Gobierno de Chile hasta bu 
muerte acaecida en Talcahuano el 4 de febrero de 1842, habien- 
do alcanzado el grado de Capitán de Navio. 

Don Pablo Délano fué náutico i marino consumado i tenia 
una capacidad natural para la mecánica, poco común. De ca- 
rácter bondadoso, supo granjearse la estimación i el aprecio del 
Supremo Gobierno de Chile que, por intermedio de su jefe in- 
mediato, Vice- Almirante Lord Cochrane, lo distinguió constan- 
temente confiándole siempre comisiones de las mas delicadas 
i de importancia. 

El señor Pablo Délano proviene de una antigua familia de 
la nobleza francesa (De la Noye) de relijion protestantes (Hu- 
gonotes) que para escapar de la persecución de los católicos, 
entonces en el poder, hubo de emigrar en 1603 a Holanda 
fijando su residencia en Leiden. De allí pasó a Plymouth 
(EE. UU.), en 1621, uno de los De la Noye llamado Fhilippe, 
fundando la actual familia Délano de Norte América. 



VI 



Este ilustre marino fué padre de don Pablo Huickley Dé- 
lano, nuestro oficial de la armada en las campañas de la inde- 
pendencia. 

Nació en Nueva York el 2 de abril de 1806 i fué su señora 
madre doña Ana Ferguson. 

El historiador don Benjamín Vicuña Mackenna cita con elo- 




Capitán de Marina 

Don Pablo y\. Délano 



— 878 — 

jio su nombre en su hermoso libro titulado Las dos Esme- 
raldas. 

Vino a Chile en calidad de guardia marina en la corbeta In- 
dependencia cuando apenas tenia 12 años de edad; a su llegada 
a Valparaíso, en junio de 1819, fué trasladado a la fragata 
O'Higgins, que en aquel entonces enarbolaba la bandera del 
Vice-Almirante Lord Cochrane. Esta fragata hizo varias espedí» 
ciones, habiéndose encontrado presente, entre otras acciones, 
en la toma de los fuertes de Valdivia en febrero de 1820, i en 
la captura de la fragata de guerra española Esmeralda* en el 
Callao, en la noche del 5 de noviembre de 1820, habiendo sido 
uno de los oficiales escojidos por Lord Cochrane para acom- 
pañarlo en esta arriesgada empresa, confiándole, al efecto, el 
mando de su propio bote. Tomó parte también en el ataque 
llevado acabo en la noche del 24 de julio de 1821 contra los 
buques españoles fondeados en el Callao bajo la protección de 
los castillos. 

Después de estos hechos, regresó a Chile en octubre del 
mismo año por el mal estado de su salud, retirándose de la ma- 
rina por esta causa poco tiempo después para dedicarse al co- 
mercio en el puerto de Coquimbo. 

Pocos años mas tarde se dirijió a la provincia de Concepción, 
donde se dedicó a las industrias i a la agricultura, estableciendo 
primero molinos en Tomé i después en Penco i Collen. Com- 
pró los estensos i áridos llanos de Arquen, en la provincia de 
Maule, que en poco tiempo convirtió en floreciente i produc- 
tores campos, gracias a su gran actividad. 

Dotado de una actividad imponderable, su carácter em- 
prendedor i su voluntad insuperable, hacían de él un hombre 
verdaderamente estraordinario. 

Impulsó, en compañía de su hermano don Guillermo G. Dé- 
laño, la minería del carbón de piedra en Coronel, dando gran 
desarrollo a la esplotacion de las valiosas minas de que eran 
dueños i conocidas por el nombre de minas de Puchoco (Dé- 
laño) cuyas minas fueron inundadas por el mar en setiembre 
de 1881, debido a la mala administración que tuvieron dichas 
minas después de la muerte del señor Pablo Huickley Délano, 
acaecida en Valparaíso el 11 de febrero de 1881. Hombre de 



— 374 — 

grandes propósitos i de gran corazón, su muerte fué mui sen- 
tida por todos los que tuvieron ocasión de conocerlo i tra- 
tarlo. 

Fundó en Chile la numerosa familia Délano, la cual, vincu- 
lada a la distinguida descendencia de los Edwards, ha dado 
patriotas servidores públicos, gloriosos soldados de las armas i 
del trabajo. 

Esta familia es lejendaria en nuestra historia i su nombre 
debe ser legado a la posteridad i a las jeneraciones de nuestro 
pais, con lejítimos títulos; sus antepasados de héroes de la gue- 
rra i del mar i sus continuadoree de pioners de las industrias i 
del progreso de la República. 



/ 




Coronel 
TJon oorje weauchef 






Coronel 



Don Jorje Beauchef 



El coronel don Jorje Beauchef, que ha dejadlo su nombre 
unido a una distinguida familia chilena, fué un militar de la 
mayor bravura en las campañas de la independencia. 

Puede ser considerado, por sus hechos de armas, el tipo ver- 
dadero del héroe lejendário, pues sus proezas de guerrero colo- 
caron su valor i su intrepidez a la altura de los mas grandes 
actos de audacia i de serenidad. 

Para juzgarlo de este modo inusitado, bastará señalar su 
gloriosa i temeraria acción de Talcahuano i la increible hazaña 
de Valdivia, en la que rivalizó en coraje con Lord Cochrane 

Recien incorporado en el ejército patriota, emprendió la 
campaña del sur i, con el grado de sarjento mayor, concurrió 
al asalto de Talcahuano el 16 de diciembre 1817. 

En este malogrado acto de guerra de los patriotas, fué el 
primero en llegar al foso de la fortaleza, al frente de su colum- 
na que marchaba a la vanguardia derribando con sus propias 
manos los rebellinoa de la palizada. 



— 876 — 

Una bala le atravesó el pecho, precipitándole de espaldas 
sobre el cadáver del valiente capitán Videla que cayó muerto 
a so lado. 

Conducido casi moribundo a la capital, en brazos de sus 
propios soldados, luchó con la gangrena i la agonía con estoica 
enerjía, hasta que la victoria de Maipú le devolvió la salud con 
las alegrías del triunfo. 

En las campañas de la rejion austral, que una vez restable- 
cido, volvió a emprender, se ganó prestijio estraordinario en el 
concepto de jefes tan ilustres como los coroneles Balearse i 
Freiré. 

Guando el almirante Lord Gochrane, recaló en 1820, en 
Talcahuano, pidiendo un puñado de valientes para ir a vengar 
en los castillos de Valdivia los ultrajes que habia recibido al 
pió de los del Callao, Beauchef fué designado para mandarlos. 

Es tradiccional en nuestra historia la prodijiosa hazaña de 
la toma i rendición de la plaza fortificada de Valdivia. - 

El 3 de febrero de 1820, desembarcó Beauchef sin ser senti- 
do en la vecindad de los fuertes. 

Durante el espacio i la densidad de la media noche, una co- 
lumna de 300 voluntarios se hizo dueño de aquellas inespug- 
nables fortalezas, defendidas por 118 piezas de grueso calibre 
i una guarnición de 1,000 soldados veteranos, tomándolos a la 
bayoneta. 

Esta brillante acción forma uno de los hechos mas gloriosos 
de nuestros anales militares. 

«Rehecha la sorprendida guarnición de Valdivia con loe 
refuerzos enviados de Chiloé, que permanecía en poder de los 
realistas, se presenta en la casería del Toro con mas de 600 
hombres, Beauchef sale a su encuentro con una columna de 
150 voluntarios i acepta la batalla rompiendo el fuego con un 
fusil i derribando del primer golpe a un oficial español. Con 
este ejemplo fué tal la bravura que ganó^el pecho de los solda- 
dos, que la victoria no tardó en alcanzarse sino lo que demora 
una carga a la bayoneta hecha en una angosta garganta (6 de 
marzo de 1820). Este hermoso triunfo valió a Beauchef el gra- 
do de teniente coronel.» 

De esta manera Beauchef se conquistó glorias i prestijio en 



— 377 — 

nuestra historia, a la vez que la ciudadanía en esta patria que 
lo fué de su corazón i de su vida. 



II 



El Coronel Beauchef vino a Chile, a ofrecer su concurso in- 
telijente i valeroso i su espada a la causa de los independientes, 
a petición del benemérito jeneral don Miguel Brayer, en 1817. 

Desde esa época fué un soldado sin revés, adicto a la revo- 
lución, al ejército i a la nueva nacionalidad libre cuya sobera- 
nía contribuyó a conquistar. 

Don José Zapiola en su obra Recuerdos de 30 años, define 
al coronel Beauchef con las siguientes espresiones: 

€ Beauchef don Jorje, francés, oficial del ejército del primer 
imperio, empleado en el servicio de Chile desde 1817, donde 
alcanzó al grado de coronel, distinguiéndose siempre por su 
valor a toda prueba, su espíritu organizador i la sinceridad i 
rectitud de sus principios liberales.» 

El escritor don José Bernardo Suárez en su libro titulado 
Sombres Notables de Chüe t lo define como un soldado de la 
mayor lealtad con su patria de adopción: 

«Satisfecho de haberse granjeado los títulos de un noble 
descanso, se retiró a la vida privada i se estableció en Santiago. 
En su retiro vio pasar con disgusto la tormenta revolucionaria 
de 1829, a la cual era adverso por sentimientos i por ideas; 
pero no tomó parte alguna.» 

Nacido en Francia, en una época precursora de grandes 
conmosiones, su destino fué el de ser soldado, aparte de que 
su espíritu intrépido lo guiaba a las empresas difíciles. 

flai hombres que nacen con el carácter, no solo de su raza, 
sino con la índole de su nacionalidad, siendo en su carrera, lo 
que su pais representa en su tiempo i en la historia. 

En Francia predomina la índole militar, porque es un pue- 
blo guerrero i valiente, así como en otros países resalta la incli- 
nación jeneral, pudiéndose decir que en Italia todos son artis- 
tas, en Alemania pensadores, i en Inglaterra calculistas o econo- 
mistas. 



— 878 - 

Cada individuo es como su nación, de peculiaridad caracte- 
rística. 

Beauchef fué soldado porque su país ha sido jerminador de 
guerreros en todos los tiempos i porque estaba dotado de natu- 
ral enerjía de voluntad i de propensión admirable al coraje i a 
las empresas audaces. 

Su vida entera, desde nifio, es la comprobación de este con- 
cepto, que lo hace mas simpático aun, aparte de la representa- 
cion militar que tuvo en el ejército i en las campañas redento- 
ras de Chile. 



III 



La vida de Beachef ha sido descrita de modo admirable por 
el historiador don Benjamín Vicuña Mackenna, quien fué su 
amigo i lo trató en su hogar de soldado retirado del servicio. 

Es una pajina deslumbradora la que el notable escritor tra- 
zó con su pluma pintando al héroe con los fulgores de la gloria 
i del heroísmo. 

Para no menoscabar el brillo de aquella memorable vida de 
soldado i de este retrato tan espléndidamente dibujado, repro- 
ducimos íntegro el orijinal del ilustre escritor. 

Beauchef falleció en Santiago el 10 de junio de 1840, en el 
retiro de su hogar i en el seno de su familia. 



IV 



«El coronel don Jorje Beauchef, tipo esclarecido de honra, 
de carácter i de bravura militar, nació por los* años de 1784 en 
Privas, ciudad meridional de Francia, vecina de Lyon, i situada 
como ésta a orillas del Ródano. 

»Su8 padres, jen te de estirpe clara i cultivadores de profesión, 
diéronle una educación cual convenia a su clase i al carácter 
activo i ardiente del joven Beauchef. Poco se cuidaba éste sin 
embargo, de las pensiones del aula, i una de las distracciones 
favoritas de su niñez, era, como lo contaba él mismo mas tarde, 



— 379 — 

treparse a los puentes del Ródano i lanzarse atrevidamente en 
su impetuoso raudal. Esta hazaña la repetía Beauchef cuando 
auu no contaba 5 afios de edad. No es maravilla, pues, que un 
niño tal hubiera nacido para soldado. A los 19 afios, en efecto, 
sentó plaza de conscripto e hizo su primera campaña en 1805, 
contra la tercera coalición, recibiendo el bautismo del fuego en 
aquella memorable batalla de Austerlitz, en que Napoleón dijo 
a su ejército, saludándole sobre los cadáveres de 40 mil rusos i 
austríacos: sois los primeras soldados del mundo! 

» Después de la breve paz ajustada en Presburgo, el joven 
conscripto hizo la campaña de Rusia, batiéndose en Jena el 14 
de octubre de 1806. A la paz firmada el año siguiente en Fil 
sit siguiéronse las siguientes jornadas de Eylan i Frieland, en 
que también se encontró el joven Beauchef mereciendo por su 
bravura el ser promovido de simple recluta a sarjento del 4.° 
de húsareB de la Guardia Imperial. 

»Con esta graduación pasó a España con su Tejimiento en 
1808, donde al poco tiempo fué hecho prisionero. Encerrado 
en un pontón en la bahía de Cádiz, logró empero escaparse por 
un golpe de audacia, ganando a nado un trasporte ingles que 
pasaba por la embocadura del puerto con dirección a Malta. 
Habiendo desembarcado en esta isla, pasó luego a Constanti- 
nopla, desde donde emprendió su marcha a su tierra natal, 
atravesando una gran parte de la Europa, a pié, sin recursos, 
perseguido como sospechoso i víctima de mil azares. Al pasar 
por Dresde.en 1811 encontró al gran ejército que se dirijía a 
Rusia a consumar la mas funesta campaña que han visto los 
siglos. El joven sarjento de húsares hubiera querido volver a 
sus banderas, pero lo llamaba mas intensamente a su hogar el 
amor de su madre, a quien volvió a abrazar después de siete 
años de ausencia. 

> Beauchef no volvió a servir bajo el estandarte francés sino 
en un momento supremo. Retirado del ejército por haberse 
negado a prestar el juramento de adhesión a los Borbones des- 
pués de la desgraciada campaña de 1813, entró al servicio du- 
rante esos dias i se batió heroicamente en Waterloo. 

«Después de esta memorable jornada, Beauchef volvió a 
dejar su patria i se embarcó para Nueva York, en el puerto 



— 380 — 

del Havre, en octubre de 1815, trayendo un pasaporte visado 
como negociante. 

* Unido con muchos de sus cama radas al rei José en la metró- 
poli americana, no tardó en correr la suerte de muchos de 
éstos, tomando servicio en el ejército de Buenos Aires, para 
cuyo destino le comprometió el ájente acreditado por aquella 
República en Estados Unidos, coronel don Martin Thomson. 

» Llegado a la capital del Plata a principios de 1817, recibió 
sus despachos de teniente de caballería el 23 de enero de ese 
año, i el 15 de febrero partió para Mendoza, a reunirse con el 
ejército de San Martin que en ese mismo mes habia empren- 
dido su marcha sobre Chile. 

»E1 anuncio de una espléndida victoria le recibía a las puer- 
tas de Chile con la nueva de Chacabuco. El Gobierno le llamó 
sin embargo, por de pronto, a ocupaciones mas pacíficas nom- 
brándolo segundo del injeniero Arcos en la dirección de la 
Academia Militar que acababa de fundarse en Santiago. Beau- 
chef sirvió este destino desde el 27 de marzo de 1817. 

» Llegó, sin embargo, a la capital a mediados de ese afío el fa- 
moso jeneral Brayer, i nombrado mayor jeneral del ejército del 
sud, partió en la primavera para Concepción insistiendo en lle- 
var en su compañía al teniente Beauchef , su compatriota i ami- 
go suyo, lo que consiguió. 

»E1 ejército patriota sitiaba a Talcahuano a la llegada de Bra- 
yer, í éste resolvió pronto un ataque jeneral. Beauchef, que 
habia sido incorporado al núm. 1 de infantería, recibió la vís- 
pera del ataque como un estímulo a su bravura el grado de 
sarjento mayor, i en la combinación del ataque asignóle el je- 
neral francés el puesto de honor confiándole el mando de la 
columna que debía atacar el centro de las posiciones enemigas. 

> A las dos de la mañana del 6 de diciembre de 1817 púsose, 
en efecto, el mayor Beauchef a la cabeza de cuatro compañías 
de granaderos, con las que llegó sin ser sentido hasta las paliza* 
das enemigas. Al primer disparo del centinela español, Beauchef 
ordena una descarga jeneral: se precipita en el foso, lo salva 
con el agua a la cintura seguido del bravo capitán Bernardo 
Videla, derriba con sus propias manos los rebellines de la es- 
tacada, i cuando ya se creía dueño del puesto, i el enemigo huía 



— 381 — 

en todas direcciones llega un pelotón de dipersós, hace una des- 
carga sobre los asaltantes, i Videla cae muerto sobre el foso, 
recibiendo Beauchef una herida casi mortal en el hombro dere- 
cho, de la que no recobró jamas. 

•Este fracaso malogró el asalto de la plaza, i en el concepto de 
Brayer fué la causa principal de aquel serio contratiempo. El 
ejército patriota se vio obligado a replegarse hacia la capital 
para reunirse al que San Martin llevaba en su ausilio, i con el 
que tres meses mas tarde, ultimaron en Maipo al ejército 
realista. 

>E1 mayor Beauchef, tan desgraciado esta vez como en la ba- 
talla de Chacabuco, vióse privado de batirse en una batalla 
campal en la que se habría cubierto de gloria. Encontrábase en 
la capital postrado en una cama i con su herida en un estado 
alármente, habiendo sido conducido desde Concepción en hom- 
bros de sus soldados. 

» Ocurrió en estas circunstancias una escena militar al derre- 
dor del lecho del soldado enfermo, que es digna de mencionar, 
como característica de la época i de sus actores. Un dia en que 
aquél se sintió sin fuerzas para sobrevivir a los dolores de su 
herida, hizo llamar a todos sus camaradas i compatriotas, i or- 
denó se les sirviera a su presencia un parco banquete, pero 
profusamente sazonado con los esquisitos vinos de la tierra na- 
tal. Encontrábanse presentes los oficiales Viel, Brandeu, los 
dos hermanos Bruix (Eustaquio i Alejo), Cramner, Girón i 
o tro 8. 

»La alegría del festín no tardó en subir de punto, i parecía 
exaltarse a la par que las fuerzas del enfermo se aniquilaban 
hasta verse privado ya del habla i del movimiento. En esta 
crítica i orijiual coyuntura, ocurriósele a uno de los mozos, ins- 
pirado de Baco, el dar a su moribundo compañero un trago de 
jeneroso oporto; para lo que le puso en los labios un embudo 
hecho con una carta de naipe, i le vació un sendo trago. Reti- 
ráronse en seguida, soñando cada uno en su cordial desvario que 
el pobre mayor habia pasado ya al atro mundo; i cuando al dia 
siguiente vino alguno de ellos a preguntar con 'tímido acento 
por la salud del paciente, a quien creia en la eternidad, supo 
con indecible sorpresa, que desde el trago del embudo se en- 



— 882 — 

contraba notablemente mejor... Esta aventura es auténtica i 
la sabemos por un testigo ocular. 

>Beauchef continuó recobrándose rápidamente, i hacia me- 
diados de 1818 se puso en marcha para el sur. Hizo aquí laa 
campañas que durante ese año i en 1819 dirijió el jeneral Bal- 
caree contra los restos españoles que mandaba Sánchez, hasta 
que la raya del Biobio quedó libre de enemigo en la batalla de 
Santa Fé. 

»Por esta época interrumpida la guerra de la frontera ancló 
en Talcahuano la fragata O'Higgins, trayendo a su bordo a Lord 
Cochrane. Venia éste despechado de sus contrastes en el Perú 
i ansioso de vengarlos. Un atrevido golpe sobre Valdivia» la 
plaza mas fuerte del Pacífico a la par con el Callao, le ofrecía 
una ocasión de conseguirlo. Solicitó, en consecuencia, un corto 
auxilio de tropas, y el coronel Freiré, intendente de Concep- 
ción, dióle bajo su responsabilidad 250 soldados escojidos. EL 
bravo mayor Beauchef fué elejido para mandarlos i él mismo 
los designó hombre por hombre en sus cuarteles. 

»E1 29 de enero de 1820 la osada espedicion se hizo a la vela 
en los trasportes Intrépido i Moctezuma, convoyados por la fra- 
gata O'Hingins, i 5 dias mas tarde, el 3 de febrero desembar- 
caba Beauchef sin ser sentido en la vecindad. A la cabeza de 
aquel heroico puñado de voluntarios, el audaz mayor iba a 
embestir contra aquellos famosos reductos que se componían 
de nueve formidables castillos, armados de 118 piezas de grueso 
calibre i defendidos por una división veterana de mas de mil 
hombres. 

» Protejido por la oscuridad de la noche, púsose al instante 
en marcha, llevando él mismo la cabeza de la columna con un 
práctico español, que les mostraba el sendero. Era tan densa 
la oscuridad i tan impracticable la ruta que, aunque marcha- 
ban en fila de uno de frente, érales preciso a los soldados el 
agarrarse de las rocas para no rodar por los defiladeros de la 
montaña. De esta manera llegaron hasta el reducto esterior, 
denominado la Aguada del Ingles, cuyos centinelas sorprendi- 
dos dispararon sus fusiles, siguiéndose al instante un tremendo 
fuego de artillería. «El ruido de los cañones de a 24, cuenta 
el mismo Beauchef en sus memoria* inéditas, retumbaba en la 



— 383 — 

montaña de un modo espantoso, los soldados se pararon ató- 
nitos; pero no les dejé el tiempo de la reflexión; di la voz a mis 
granaderos i soldados de marina de a ellos muchachos i los cas- 
tillos son nuestrosl... A esta orden el denodado alférez Vidal se 
lauza sobre el parapeto i los patriotas se hacen dueños en el 
acto de aquella posición.» 

»Una serie de triunfos se siguió a esta primera hazaña. Beau- 
chef se posesionó uno en pos de otro del castillo de San Carlos, 
el Chorocamayo i el Amargos, llegando a la una de la noche 
al mas formidable del Corral, llave de la fortaleza, al que los 
patriotas entraron confundidos con los realistas que huian des- 
pavoridos. Valdivia habia sido tomada con una pérdida de 37 
hombres! Pocas hazañas de igual bravura i de tan decisiva 
fortuna rejistrau los fastos militares de la América española! 

t Cuéntase por una tradición que ha quedado entre los cama- 
radas del conquistador de Valdivia, una aventurera caracterís- 
tica de su jenio de soldado que apuntaremos de paso. Al ver 
un jefe español, acaso el coronel don Fausto del Hoyo, gober- 
nador de la plaza, el triste aspecto de los voluntarios chilenos, 
descalzos, sin morriones i casi desnudos, esclamó con jenial 
altivez: Vaya! Que nos hayan ganado la parada con una baraja 
tan sucia! a Jo que indignado Beauchef, que yacía casi exa- 
mine en un banco aquejado de sus heridas i de la fatiga de la 
marcha, levantóse aceleradamente i dio al altivo prisionero tan 
certero golpe en el rostro que le derribó al suelo. Este era el 
lenguaje con que concluían sus disputas los soldados de aque- 
lla época. 

«Después de un infructuoso ataque que Cochrane emprendió 
sobre Chiloé, contra la opiuion de Beauchef, regresó aquél a 
Valparaíso con los buques, los caudales tomados en Valdivia i 
una gran parte de la tropa, dejando al último al mando de la 
plaza i sin mas auxilios que 1,000 pesos en dinero. 

iLos fujitivos de Valdivia habian llegado entretanto a Chiloé 
buscando un ref ujio después de su vergonzosa derrota. Mas el 
inexorable Quintanilla rehusó el recibirlos, ordenando a sus 
jefes Santalla i don Gaspar de Bobadilla que volvieran por su 
honor al campo enemigo recobrando las murallas de una plaza 
que habian abandonado con tanta cobardía. Rehechos de esta 



— 884 — 

suerte i provistos de armas, los defensores de Valdivia se diri- 
jieron de nuevo al continente en número de mas de 500. 

» Noticioso Beauchef de la intentona, quiso prevenirla con un 
golpe de audacia, igual sino inferior al que le había abierto 
las puertas de Valdivia. Tomó el campo, en efecto, a la cabeza 
de 150 hombres, dirigiéndose por los llanos al pueblo de Osorno 
que ocupó el 25 de febrero. La pequeña espedicion recibió en 
su tránsito el testimonio de la gratitud i el aplauso de aque- 
llos buenos colonos que ahora se juzgaban libres, c Puede de- 
cirse con justicia, esclama Beauchef en su parte oficial, publi- 
cado en la Gaceta de Chile el 7 de marzo de 1820, que es en 
estos lugares donde existe el verdadero patriotismo. Creo que 
habré dado mas dé mil abrazos a los caciques i mocetones que 
en esta parte son mui numerosos.» 

' »E1 dia 3 de marzo supo Beauchef que las fuerzas enemigas 
pasaban ya el Maullin avanzando sobre Valdivia i que habían 
jurado reconquistar la plaza o quedar en el campo. Al instante 
resolvió salirles al encuentro. Formó su pequeña columna, i 
después de una breve arenga de soldado, dijo a la tropa que 
el que estuviera dispuesto a seguirle saliese al frente. Todos 
aquellos bravos, escepto un capitán que se fiujió enfermo, se 
dispusieron a marchar, i puesto Beauchef a su cabeza, se internó 
en aquellas vírjenes montañas del litoral de Valdivia que no 
había pisado aun la planta del soldado independiente. 

> Después de 3 días de marchas penosísimas, el 6 de enero de 
1820, la descubierta de Beauchef avistó al enemigo ocupando 
una fuerte posición en la casa de la estancia llamada el Toro 
protejida por palizadas i picas de piedras, provista de dos ca- 
ñones i contando triples fuerzas a las de los patriotas; Bobadi- 
11a contaba por suya la victoria. Su infantería que pasaba de 
300 hombres, estaba agrupada en derredor de la casa, soste- 
niendo los cañones avanzados, la caballería en número de 80 
jinetes, permanecía formada a retaguardia i dos compañías de 
cazadores habían sido destacadas cuatro o seis cuadras a van- 
guardia por los dos costados de la quebrada en cuyo fondo 
estaba el caserío del Toro, con el objeto de tomar entre dos 
fuegos a la división patriota luego que entrara desapercibida 
en aquellos desfiladeros. 



— 885 — 

» Sucedió, en efecto, así. El bravo oficial Labbé que marchaba 
a vanguardia de Beauchef con 50 granaderos fué asaltado de 
improviso en todas direcciones por las descargas de los realis- 
tas, i tuvo que sostener el campo por un largo espacio, guar- 
dando cada soldado toda su dotación de cartuchos, hasta que 
acosados por el número i cargados de frente por la caballería 
iban ya a ceder cuando se presentó Beauchef jadeante de can- 
sancio, a la cabeza de su columna. Sin perder aliento, toma un 
fusil en su esperta mano, ordena el toque de a la carga, a dos 
tambores que lo seguían, i descargando su arma sobre un ofi- 
cial de caballería que trajo muerto al suelo, dio el ejemplo del 
heroísmo i restableció el combate. El enemigo, envuelto en el 
desorden de su propia victoria, i sorprendido por la impetuosa 
embestida de Beauchef dio vuelta la espalda, i en un instante 
dice Beauchef en el parte oficial de esta heroica jomada, se deci- 
dió la acción por nosotros. Cuarenta muertos i 606 prisioneros, 
entre los que se contaban 12 oficiales, fueron presa de este 
combate, ademas de las armas i pertrechos militares recojidos 
en el campo. El fantástico Bobadilla se salvó dejando su go- 
rra i su capa militar en el sitio, i de esta suerte la plaza de 
Valdivia quedó para siempre asegurada con la pérdida solo de 
33 chilenos entre muertos i heridos. 

>El bravo Beauchef habia llevado hasta los confines mas 
apartados del continente de Chile nuestro joven estandarte, i 
cubiértolo de una gloria que inspiró una emoción de orgullo a 
toda la nación. El Gobierno confirióle en recompensa el grado 
de teniente coronel de infantería, el 24 de abril de 1820, encar- 
gándole ademas del mando de la plaza, como gobernador. 

> Asegurada la tranquilidad de la provincia, tanto por el éxito 
de la victoria del Toro como por la caida del invierno, el gober- 
nador Beauchef regresó a Valdivia. Aquejóle pronto una cruel 
postración, efecto de sus heridas mal cicatrizadas, i vióse obli- 
gado a guardar cama por meses enteros. Un odioso complot 
vino a amargar su áuimo irritado en estas circunstancias, des- 
cubriendo, en efecto, un plan de asesinato a cuya cabeza estaba 
el propio cirujano que le asistía, español de nacimiento, junto 
con un barbero del pueblo, llamado Palacios, i un padre misio- 
nero del nombre de Razeta. Sorprendidos los papeles de éste, 

25 



— 386 — 

súpose que los conjurados estaban en connivencia con los 
indios de Pitrufquen, capitaneados por un famoso montonero, 
hijo del barbero Palacios. El secreto de la conspiración había 
sido encontrado en una carta del malhadado cirujano al padre 
misionero; e indignado Beauchef de la villanía, mandó llamar 
a aquel a su propio lecho donde yacia, i presentada la carta al 
atónito curandero, díjole con una esclamacion militar: Aquí 
tiene usted una receta que lo va a sanar/... El barbero Palacios 
pagó su crimen en el patíbulo i los otros dos conjurados fue- 
ron remitidos a Santiago a disposición del Gobierno. 

» Recobrado un tanto el activo gobernador con la aparición de 
la primavera, organizó una espedicion para castigar a los indios 
de Pitrufquen por su complicidad con el montonero Palacios 
que asolaba las campiñas inmediatas a Valdivia. En prosecu- 
ción de este objeto internóse en las cordilleras, llegando hasta 
las tolderías del cacique Calcufura, 60 leguas distantes de Val- 
divia. El resultado de estas espediciones fué obligar a este 
aliado de los realistas, que era una especie de bruto informe, 
de figura cuasi cuadrada i de seis quintales de peso, a renun- 
ciar a esta liga i prometer su amistad a los patriotas. 

> A su regreso en Valdivia, encontróse Beauchef con el nuevo 
gobernador de la plaza que el Director O'Higgins habia desig- 
nado para reemplazarle. Era éste el comandante de injenieros 
don Cayetano Letellier, francés de nacimiento, hombre ins- 
truido i valiente que acababa de llegar a Chile. Sin agraviarse 
el pundonoroso gobernador por su postergación que desairaba 
sus le jí tima a aspiraciones, pues él no podía menos de conside- 
rarse como el conquistador de aquella provincia cuyo mando 
se le arrebataba ahora, depuso su autoridad modestamente en 
el nuevo nombrado, i se consagró con un jeneroso ardor a 
servir bajo sus órdenes. 

«Amagada la provincia con alguna invasión de Chiloé por la 
vuelta del verano, consagró Beauchef todo su empeño a po- 
nerla en estado de defensa, organizando para este fin bajo un 
pió de guerra las milicias de aquellas localidades, principal- 
mente de los llanos de Cudico i Osorno, con cuyos pobladores 
formó dos lindos escuadrones de lanceros. Beauchef consagra 



— 887 — 

muchas pajinas de sus interesantes memorias a aquellos dias 
de planes i ejercicios militares en que su belicosa fantasía en- 
contraba mil motivos de placer i de valor, sintiendo que su 
propio entusiasmo ganaba el corazón de sus reclutas i los hacia 
capaces de emprender riesgosas campañas. 

>E1 invierno de 1821 volvió a traer la tranquilidad al territo- 
rio recien conquistado, i Beauchef, siendo ya innecesaria su pre- 
sencia, se trasladó a Santiago, habiendo obtenido la respectiva 
licencia el 31 de euero de aquel afio. 

»Un rumbo inesperado dio a la suerte de aquel rudo i caba- 
lleresco soldado su mansión en nuestra capital, c Pasé una parte 
del invierno, dice él mismo con el estilo llano i noblemente 
verídico de los hombres de armas, de modo agradable i sose- 
gado en la compañía de la distinguida familia de la señora 
Rojas de Manso en cuya casa me había hospedado. De ahí 
resultó una pasión vivísima por doña Teresita (hija de la señora 
Rojas) que fué correspondida, pero tuvo la desgracia de no 
obtener la aprobación de su madre, lo que ocasionó muchos 
digustos i desasosiegos.» 

» Vino a distraer en parte la viveza de estos pesares, el peligro 
de una nueva campaña. El caudillo Benavides acababa de 
conquistar la provincia, i se dirijia sobre Chillan a marchas 
redobladas. Al saberse en la capital esta alarmante nueva, 
todos los oficiales francos de la guarnición recibieron orden de 
marchar al sur i Beauchef fué de los primeros. Pero derrotado 
Benavides en la brillante jornada de las Vegas de Saldías, por 
el jeneral Prieto, no cupo otra parte a Beauchef en los sucesos 
militares de ese año que servir en los puestos avanzados de 
aquella infructuosa campaña que se redujo a varias combina- 
ciones entre las fuerzas de Prieto i las que mandaba el coronel 
Búlnes tierra adentro, dirijidas aquellas a castigar a Benavi- 
des encerrándolo entre las dos divisiones. 

»Pero si sus servicios eran de poca valía en esas circunstan- 
cias, su denuedo personal no estaba por esto ocioso. Cada día 
una nueva hazaña confirmaba entre las tropas su reputación 
de singular bravura. Dejémosle contar a él mismo por un ins- 
tante estas aventuras de la guerra que es siempre grato el oir 



— 388 — 

la plática de los héroes cuando peñeren sus hechos, no a la ma- 
nera de los inspirados bardos, sino como el camarada que con- 
versa con sus amigos eu el vivac del nocturno campamento. 

«Hablando de uno los diarios encuentros que tenian con los 
indios aliados de Benavides, refiere, «en efecto, sus peligros con 
estas palabras, que si no son harto castellanas, parecen empero 
sobradamente militares: «Estaba a la cabeza de los cazadores, 
dice en sus Memorias, con el oficial Valenzuela. Saliendo de un 
desfiladero, nos mantuvimos firmes i ordené a los cazadores no 
hacer fuego con sus tercerolas. Tenia yo una pistola i mi sable 
colgando en la mano. El indio que estaba a la cabeza del grupo 
enemigo me estaba midiendo el lanzazo, i los otros atrás con 
las lanzas cruzadas i el pescuezo tendido. Yo, con frialdad, le 
dije que avanzase un poco mas, pues lo tenia a la punta de 
mi pistola, con' lo que quedó desconcertado de nuestra tran- 
quilidad, creyendo sin duda que todo el rejimiento estaba 
atrás, i volvieron riendas con mucha furia. Fué entonces que 
conocí toda mi imprudencia, i el oficial me dijo: Mi coman- 
dante, la hemos escapado buena, > 

>He aquí un otro rasgo de aquellos anales militares de nues- 
tras fronteras. Es otra conferencia con los indios, en la que 
éstos no tuvieron como en la aventura anterior la parte mas 
envidiable: «En esta situación, cuenta el coronel Beauchef, 
hablando de una emboscada, vi un grupo detras de un monte 
que se podia ganar sin ser visto de los indios, pues parecía 
mui tupido. Con todo, tomé unos 12 o 15 soldados del núm, 3, 
agarré un fusil i penetramos en el monte. Después de un 
cuarto de hora de trabajos i dificultades, me encontré con 7 
soldados que me seguían, ya mui cerca de los indios que esta- 
ban formados eu círculo i hablando mui fuerte entre ellos i 
mui descuidados, porque sabían que el monte era casi impene- 
trable. Hice sefía a los soldados de apuntar cada uno al suyo; 
yo hice otro tanto i disparamos. Al que yo apuntaba le di eu 
medio de la espalda, i estaba tan cerca que oí el golpe. Con 
todo no cayó, sino que soltó su lanza i la abandonó.» 

>La guerra de nuestras fronteras se hacia solo por escaramu- 
zas, asaltos i emboscadas, siendo ambas márjenes del Biobío 
Uxa torneo siempre abierto a los adalides. Beauchef asistió a 



— 889 — 

esos ejercicios como a un espectáculo de pasatiempo. En una 
ocasión, sin embargo, volvió preocupado i cabizbajo al cam- 
pamento. En un encuentro babia eido aquel dia el reto altivo 
de un montonero español que apostrofaba en alta voz a los 
soldados patriotas, diciéndoles: Vayan a Valdivia que serán 
bien recibidos! 

>¿Qué habia sucedido en aquella plaza para provocar esta 
irónica chanza? Era que habia tenido lugar una de las mas 
tristes catástrofes que recuerda nuestra historia. Los soldados 
de la guarnición de aquella provincia, que eran en su mayor 
parte presidiarios i facinerosos enviados como en destierro a 
aquel territorio, violentados por las crueldades de sus oñciales 
e irritados contra la terquedad del gobernador Letellier que no 
escuchaba sus reclamos (i quieu ademas se habia concitado la 
animadversión del pueblo por las irregularidades de su con- 
ducta privada que tildaban de inmoral), fraguaron una atroz 
sublevación, la que ejecutaron el 21 de noviembre de 1821 
degollando a 9 de sus oficiales i matando alevosamente al go- 
bernador Letellier por la mano de un sarjento llamado Busta- 
mante, que le atravesó el pecho de un bayonetazo. 

»Uua revolución jeneral siguióse en la administración déla 
provincia, de la que resultó que el pueblo elijió provisional- 
mente de gobernador al honrado vecino don Jaime de la 
Guarda. 

» Aquel crimen habia puesto a la provincia de Valdivia en 
un inminente riesgo de perderse. El sagaz i vijilante Quinta- 
nilla no tardada, ciertamente, en aprovechar aquella coyun- 
tura, o bien para adueñarse de la plaza por las armas, o bien 
para atraerse a los culpables con el aliciente del perdón i la 
confirmación de sus grados, pues todos los sarjen tos se habían 
distribuido las insignias de sus victimas. 

»En tan apurado conflicto el gobierno volvió los ojos hacia 
Beauchef como el único jefe cuya popularidad entre los solda- 
dos pudiera captarse la voluntad de éstos, i a cuyo valor incon- 
trastable pudiera confiarse la aventurada empresa de salvar 
aquella preciosa conquista de nuestras armas. Un espreso voló 
a las fronteras, i pocos dias después, el comandante Beauchef 
llegaba aceleradamente a la capital. 



— 890 — 

>Una espedicion marítima i de fuerzas de tierra se aprontó en 
el acto, compuesta de la fragata Lautaro de 44 .cañones i de 
la corbeta Chacabuco, en las que se embarcaron 300 hombres 
de la guardia de honor i del núm. 7. El capitán de navio Woos 
ter knandaba los buques, subordinado a Beauchef que llevaba las 
instrucciones i las facultades de un jeneral en jefe en campaña. 

>E1 gobierno atribuía la mayor importancia a esta espedicion 
con la que no solo esperaba salvar la provincia de Valdivia si- 
no conquistar por un golpe de mano el archipiélago de Chiloé. 
cEn Ud. solo está toda mi confianza, mi querido Beauchef (de- 
cia, en efecto, al jefe de esta espedicion el director O'Higgins 
en una carta autógrafa del 20 de marzo de 1822 que tenemos 
a la vista), para la reunión del archipiélago a este Estado o bu 
conquista por las armas, si aun los españoles no se hayan can- 
sados de derramar sangre americana sin objeto. Todo Chile 
fija la vista en las fuerzas espeditionarias i en Ud. Ea, pues, 
amigo! Asi como en otras ocasiones ha desempeñado Ud. mis 
órdenes con el valor propio de su honor, marche Ud. a la vic- 
toria seguro de que no abandonará a su hijo predilecto». 

»E1 alma elevada del jeneral O'Higgins sabia hablar a sus su- 
balternos el lenguaje que electriza el alma de los bravos. El 
ministro Rodriguez, de aciaga memoria, tocaba a su turno en 
cuerdas de otro temple para disponer el corazón del jefe de la 
espedicion a los fines de su política. Se había ofrecido en efec- 
to a allanar las dificultades que se oponian a su enlace con la 
señorita Manso lo que habia conseguido, quedando, sin em- 
bargo, aplazado éste para después de la arriesgada espedicion 
que el enamorado guerrero iba a acometer. 

>E1 astuto Ministro quiso ganarse también el espíritu de Beau- 
chef, con insinuaciones de otro jénero aleccionándole para la 
intriga; pero cúpole la rara suerte de encontrar en esta materia 
el discípulo mas rudo e indonable. Indicóle tales diputa- 
dos para ser elejidos en los distritos que iba a ocupar la espe- 
dicion «que eran, dice el mismo Beauchef con mal disimulada 
impaciencia, en un pasaje de sus Memorias, por todo estilo los 
menos capaces de llenar tan alta función, i solo al referir sus 
nombres los valdivianos se habrian llenado de indignación. Es- 



— 891 — 

ta política era mui grosera i repugnaba mucho a mi en verdad, 
i no contesté nada al señor Ministro.» 

» Beauchef , nombrado ya coronel por despacho de 13 de mar- 
zo, se hizo a la vela a fines de aquel mes no sin enviar antes un 
suspiro a su a amada cdofia Teresita», a quien hubiera deseado 
ver una sola hora antes de partir, i para cuyo fin habia solici- 
tado desde Valparaíso una licencia, que parece, sin embargo, no 
obtuvo. Pero al menos se consolaba con trasmitirle con sus 
adioses esas efusiones de ternura que inunda de vez en cuando 
el corazón de los guerreros i brillan en las pajinas enlutadas i 
sangrientas de su carrera. cEl deseo que tengo de verte, escri- 
bía, en efecto, a su prometida el 20 de enero me anima tanto 
que me parece que la pesada fragata de Lautaro, bajo el aus- 
picio del amor va a volar a Chiloé i los chilotes a resentirse de 
su influjo... No te escribo mas, añadía, haciendo uso de una 
fraseolojía, curiosa de transposiciones, gramaticales, porque en 
este correo me ha llegado una carga de oficios i me he vuelto 
un hombre de papeles por no tener todavía secretario. Figure- 
se si estaré aburridol » 

>A1 fin, la espedicion, que habia partido de Valparaíso en los 
últimos dias de marzo llegó al frente de los castillos de Valdi- 
via el 17 de abril. 

»Beauchef fiado en su estrella iba a confiar el éxito de su em- 
presa a un golpe de audacia personal a la que una jenerosa 
inspiración daba siempre valor i vuelo en su alma varonil. 
Acompañábale esta vez un joven ingles de arrogante i marcial 
aspecto, que iba a hacer a su lado al aprendizaje de su heroís- 
mo, que mas tarde debía ser tan tristemente simpático, i que 
empero, lo ha hecho como jemelo en gloria i en renombre po- 
pular del noble Beauchef . Este joven camarada era el capitán 
Guillermo De-Vic Tupper a quien Beauchef habia conocido so- 
lo poco dias antes de partir, en un palco del teatro, uniéndose 
ambos, sin embargo desde aquel momento en una íntima ins- 
piración de amistad. Tupper era entonces un joven comercian- 
te que venia a buscar fortuna en la América; pero deslumhró su 
bella alma algo que brilla con mas limpieza que el oro, i 
entró en la senda ingrata de la gloria, guiado por una mano 



— 392 - 

que no le abandonaría en los trances que ella impone. Beau- 
cbef había conseguido, en efecto, un despacho de capitán de 
milicias para Tupper el mismo dia que le habian conferido el 
grado de coronel. 

*En compañía de este valiente mancebo resolvió, pues, Beau- 
chef bajar a tierra i sorprender a los culpables en el centro de 
su crimen, despertando al mismo tiempo entre sus soldados, el 
eco de su amortiguada simpatía por el atrevimiento mismo de 
su intento. 

>E1 primero que osó presentársele fué el sarjento Andrés Sil- 
va, titulado ahora capitán i gobernador del Curra], donde tenia 
a sus órdenes una guarnición de 125 hombres. Confiado en esta 
fuerza el subalterno tendió impávidameute la mano a su anti- 
guo jefe (Hciéndole, lo hecho es hecho! Pero apenas penetró Beau- 
chef en el patio donde estaba la tropa formada y con las armas 
cargadas, cuando se oyó una esclamacion unánime de / Viva la 
patria! ¡ Viva mi coronel! La respuesta de Beauchef fué dar la 
voz de mando: Armen pabellones! lo que ejecutaron todos al 
instante con la misma sumisión que si recien salidos del cuar- 
tel al campo de parada, su jefe les estuviera mandando el 
ejercicio. En el acto hizo amarrar al insolente sarjento i a otro 
soldado español llamado Rubio, que se titulaba capitán de ar- 
tillería i se aprontaba para echar a pique la Lautaro con pa- 
lanqueta i bala roja desde las baterías del castillo. 

>Seguro ya del éxito, se dirijió al siguiente dia a la ciudad 
desembarcando en el muelle, donde los soldados le recibieron 
con las mas entusiastas aclamaciones de júbilo. Hizo llamar a 
los sarjentos i los habló con sagacidad e induljencia, a pesar del 
horror que le inspiraban aquellos desarmados, uno de los que 
llevaba en su pecho la misma casaca del infortunado Letelier, 
adornada todavía con la cruz de honor. Este era su propio, ase- 
sino, el sarjento Bustamante. 

»Pero los sarjentos no podian engañarse sobre el castigo que 
les aguardaba, a pesar de la benevolencia de su coronel i resol- 
vieron quitar la vida a Beauchef, sublevar de nuevo la tropa, 
capturar la que habia llegado de Valparaíso i hacer la guerra a 
los patriotas en Arauco o entregarse a Quintanilla. 

»Un sarjento del nombre de Oalaz se encargó de asestar un 



— 898 — 

pistoletazo a Beauchef en el momento que éste entrara a la ma- 
yoría del cuartel para asistir a la lista de la retreta. Informado, 
sin embargo, en tiempo el coronel por un sarjento Marín, a 
quien horrorizó el crimen, se dirijía a la mayoría como de cos- 
tumbre, revestido de la mas imperturbable serenidad. Le acom- 
pañaban Tupper i un sarjento Barbosa, que le había sido leal, 
i era de una bravura conocida. Apostado en la mayoría Beau- 
chef, dejó llegar uno en pos de otro a los conjurados cuya tor- 
ba mirada se estrellaba en su apasible i severo ademan. Cuan- 
do se hubieron reunido todos, i Galaz hizo un movimiento 
para sacar la pistola debajo de la manta, se echaron sobre los 
asesinos, derribando Barbosa de un culatazo a Galaz i echado 
Tupper a tierra a Bustamante de un solo envión. Entregadas 
las espadas por los reos la tropa prorrumpió en jenerosos 
aplausos a su jefes que restituían la honra a su enlutada 
bandera. 

«Pocos dias después fueron pasados por las armas los sarjen- 
tos Galaz, Bustamante, Silva, Casita i el soldado español Ru- 
bio; i de esta suerte la entereza personal de Beauchef restituyó 
por la segunda vez a Chile este precioso territorio que su es- 
pada le habia conquistado dos años antes. 

»Eu prosecuciou de sus instrucciones respecto de Chiloé, 
Beauchef organizó con presteza una espedicionde 800 hombres 
escojidos, los que se encontraban el 29 de abril a bordo de la 
Lautaro, la Chacabuco i un trasporte tomado en el rio, prontos 
a marchar. 

>Mas en el momento de hacerse a la vela aparecieron asomos 
de un recio temporal precursor de un invierno, siempre pre- 
maturo en estas rejiones, i el capitán Wooster juzgó prudente 
no comprometer sus naves en aquellos mares inclementes. Fuer- 
za fué, pues, que Beauchef desembarcara su tropa i reuunciara 
a la perspectiva deslumbradora de apoderarse de Chiloé por 
un golpe de mano, lo que sin duda habria conseguido, estando 
Quintanilla enteramente desprevenido i aconteciendo que el 
amago de temporal fué seguido de bellísimos dias por un es- 
pacio de tiempo que, en aquella latitud, es conocido con el 
nombre del veranito de San Juan. 

>Era en cierta manera ingrata la suerte de la guerra para 



— 894 — 

Beauchef. Solo le concedía aquella gloria que la pujanza del 
brazo adquiere en los encuentros, sin ofrecer pábulo ni ocasión 
a su jénio militar. Fuéle vedado por* esto encontrarse en los 
campos de Chacabuco i Maipo, cuyo marcial estruendo oyó a 
lo lejos, i ahora se le frustaba la ocasión de consumar una con- 
quista fácil e importante dirijida por él solo. Beauchef alcanzó 
por esto solo el renombre de los héroes; pero no tuvo la repu- 
tación de un distinguido jeneral que harto merecia, sin em- 
bargo. 

»E1 coronel Beauchef permaneció todo el año de 1822 en Val- 
divia entregado a sus empresas militares. Hubo, empero, un 
dulce paréntesis a sus fatigas. Una noche del mes de noviem- 
bre en que caian torrentes de lluvias presentóse a Beauchef, 
cuando ya dormía, un pescador del rio anunciándole que un 
buque había llegado de Valparaíso i que acaba de anclar en la 
isla de Mansera sin que se hubiese sentido el cañonazo de 
anuncio por el fuerte norte que soplaba. El pescador era ade- 
mas mensajero de algunas palabras de una joven viajera que 
solicitaba una entrevista del gobernador de Valdivia. El cora- 
zón de Beauchef palpitó de gozo al oir el nombre de la desco- 
cida; pidió un bote, se echó su capa en los hombros i navegan- 
do rio abajo a fuerza de remo durante tres horas, llegó a las 
tres de la mañana al desembarcadero de la isla. Ahí le espera- 
ba su joven esposa doña Teresa Manso i Rojas, que recien 
unida al coronel por un poder que habia presentado su padre 
don Manuel de Manso, venia ahora a hacerle aquella tierna i 
sentimental visita que debía ser solo la primera de muchas 
pruebas que en adelante le daría de su ternura i de su jenerosa 
consagración. ' 

> Después de dos semanas «consagradas esclusivamente al 
amor», dice Beauchef en su injenioso lenguaje, se puso de 
nuevo en campaña contra los indios vecinos que no cesaban 
de hostilizar la provincia capitaneados por aquel montonero 
Palacios, hijo del barbero que habia sido ajusticiado dos afios 
antes. El principal aliado de Palacios era el cacique Melillan, 
jefe de una tribu poderosa, que tenia su albergue en el niaUU 
de Boroa nombre dado a una quebrada casi inaccesible en el 
centro de la cordillera. 



— SS5 — 

El 27 de diciembre de 1822 se puso en marcha Beauchef 
con una columna de 500 hombres con dirección a Pitrufquen 
donde esperaba encontrar al cacique Gaicufura que le habia 
prometido su alianza. Este habia muerto, sin embargo, pero 
sus moeetoues estuvieron prontos a guiar a Beauchef contra 
sus belicosos enemigos, los indios de Boroa. Al cabo de algún 
tiempo dio Beauchef con éstos en una pampa dilatada aguar- 
dando de pié firme en número de cerca de mil a la columna 
espedicionaria que desembocaba de un bosque inmediato. Aun- 
que aparecían en actitud de cargar, dieron seña de parlamento 
i Beauchef se adelantó un buen espacio seguido solo del len- 
guaraz Agusto. Mas apenas le habian rodeado los pérfidos ca- 
pitanes del cacique Melillan, cuando Beauchef observó que el 
lenguaraz se ponia pálido como la muerte, i no acertaba a res- 
ponder a la acalorada arenga de los salvajes. Beauchef iba a ser 
victima de una aleve i osada traición a la vista de sus propios 
soldados; pero su alma no tardaba largo tiempo en recibir al- 
guuas de esas inspiraciones que, confiadas al bravo, forman 
los héroes en los momentos de conflicto. Desenvainando el sa- 
ble se precipitó, en efecto, sobre aquel pelotón de bárbaros i 
por sí solo los hizo replegarse a sus escuadrones confundidos 
de aquel intrépido ademan que ellos no aguardaban. Esta proe- 
za militar, eminentemente característica del temple de alma 
de Beauchef, fué el único rasgo digno de notar de aquella que 
fué mas una esploracion que un ataque. Melillan temeroso del 
castigo, ofreció su amistad al gobernador de Valdivia i puso 
en sus manos al temible guerrillero Palacios. Este fué ejecuta- 
do por bus crímenes como lo habia sido su padre; las guerrillas 
i la conjuración desaparecieron, i desde aquel momento la co- 
municación entre Valdivia i Concepción quedó despejada i 
segura. 

> Apenas habia regresado a Valdivia la columna espediciona- 
ria, cuando por un espreso de tierra i un buque enviado de 
Valparaíso llegó a Beauchef la grave nueva del levantamiento 
de Concepción i de la insurrección jeneral que cundía en la 
República. Beauchef estaba llamado a ejercer un rol notable 
en aquella conmoción, a la que su auxilio o su rechazo podía 
ser decisivo por la calidad de las tropas que mandaba. En con- 



— 896 — 

secuencia, el Director O'Higgins le llamaba en su socorro de 
la manera mas apremiante, i por la otra parte la asamblea de 
Concepción, i su intendente el coronel Freiré que habia dado 
el grito de insurrección, le pedian se asociara con sus fuerzas a 
la espedicion que aprontaban sobre la capital. 

»E1 pundonoroso gobernador se encontró en una cruel per- 
plejidad. Por una parte debia gratitud i lealtad al Director 
O'Higgins, bajo cuyo gobierno habia obtenido sus grados mi- 
litares, por la otra era amigo personal de Freiré, i el movimien- 
to político a cuya cabeza se habia puesto éste, era simpático a 
su corazón, pues habia tenido ocasión de conocer, como ya 
hemos visto, el mezquino carácter de la administración del mi- 
nistro Rodríguez Aldea. 

»Beauchef pidió consejo, sin embargo, a su hidalguía i resol- 
vió salir del conflicto de una manera lícita i prudente. Convo- 
có, en consecuencia, a un cabildo abierto, al que asistió el 
principal vecindario de Valdivia, la municipalidad i los oficia- 
les de la guarnición después de una frailea e imparcial arenga, 
en que el gobernador pintó a la concurrencia las dos faces de 
la cuestión, hizo leer comunicaciones que habia recibido tanto 
de O'Higgins como de Freiré i pidió que cada uno emitiese su 
dictamen libremente sobre el partido que debería abrazarse. 
La mayoría se pronunció abiertamente por la revolución, reti- 
rándose satisfechos aun los mismos que la resistían que fue- 
ron cuatro o cinco oficiales de la división. En consecuencia» 
Beauchef se dispuso a partir i a los pocos días se hizo a la vela 
para Talcahuano con una hermosa división de 400 hombres 
aguerridos i 4 piezas de artillería. Su respuesta a las insinua- 
ciones de Freiré habia llegado anticipadamente i está concebi- 
da en estos términos llenos de una honrada franqueza: «Estoi 
convencido, mi querido jeneral, le decia en nota de 19 de ene- 
ro de 1823, de la lejitimidad del majestuoso paso dado por los 
pueblos que componen la desgraciada, pero enérjica provincia 
de Concepción, yo no soi capaz de tofnar sino el partido que 
dicta una sana razón i el espíritu jeneral dé la masa que com- 
ponen la República de Chile, el que siempre por deber i obli- 
gación deberé seguir sin entrar jamas en personalidades indig- 
nas de verdadero militar. He venido de Europa a prestar mis 



— 397 — 

servicios a la nación chilena porque el sistema que adoptó ha 
sido el que bebí desde la cuna i perdería mil vidas antes de 
apartarme de él.» 

> Llegada a Valparaíso la espedicion libertadora, el coronel 
Beauchef recibió orden de relevar con sus granaderos la escolta 
del jeneral O'Higgins que se encontraba en ese puerto tn una 
situación intermedia entre el prisionero de guerra i el jefe de 
la nación recien desposeído. Con este motivo tuvo Beauchef la 
grata ocasión de oír de la boca del mismo magnánimo jeneral 
a quieu habia desobedecido, la aprobación de su conducta i de 
sus sentimientos. — «Amigo, le dijo O'Higgins tendiéndole la 
mano, si Ud. hubiera cumplido con las órdenes que le habia 
comunicado, se encontraría hoi en una posición mui falsa. Hu- 
biera sido preciso batirse i empezar una guerra civil que me 
hubiera reprochado toda mi vida.» (1) 

»Uno de los primeros actos de la administración militar del 
jeneral Freiré fué enviar una espedicion al Perú en auxilio de 
los restos chilenos que habían escapado de los desastres de To- 
rata i de Moquegua. El bizarro jeneral Benavente recibió el 
mando en jefe i las fuerzas espedicionarias, que pasaban de 



(1) Memorias citadas de Beauchef. Creemos oportuno citar aquí una 
interesantísima esquela que existe en nuestro poder orijinal i que es toda 
autógrafa de la mano del jeneral O'Higgins i dirijida al jeneral Freiré a 
su Ueifada a Valparaíso. Fué obsequiada por éste al Sr. D. Diego Bena- 
vente, entre cuyos papeles la hemos enoontrado, rejistrando los del jene- 
ral Oarrera. Este corto, pero significativo documento histórico, prueba, o 
bien que O'Higgins temia hasta la debilidad i la humillación el poder de 
su rival, o que aceptó su triunfo con la induljencia que le inspiraba su 
amor al jefe revolucionario i la magnanimidad a que de suyo se prestaba 
su corazón. — La esquela dice testualmente así: 

«Señor don Ramón Freiré. 

« Valparaíso, 6 de febrero de 1823 

«Mui señor mío de todo mi aprecio: — Mi ayudante donManuel Astor- 
ga pasa a saludar a Ud. a mi nombre, i si estuviera cierto que mi pre- 
sencia le era aun satisfactoria yo mismo fuera a felicitar a quien siempre 
he sido un fief amigo.— Q. S. M. B. 

Bernardo O'Higgins» 



— 400 — 

instante, a la cabeza de la primera mitad que se formó en línea, 
i acompañado del bizarro Tnpper, que hacia de mayor de su 
batallón, arremetió al enemigo a bayoneta calada hasta apo- 
derarse de un cañón que vomitaba metralla sobre los asal- 
tantes. 

>£I combate se trabó cuerpo a cuerpo, i de tal suerte, que al 
precipitarse sobre Beaucbef un soldado enemigo con la bayo- 
neta calada, se interpuso un granadero esclamando: Que lo 
matan mi coronel! i recibió en su pecho la herida que le es- 
taba destinada; pero arrancando a su adversario el mismo 
fusil con que lo atacaba le dio muerte en el acto. Beauchef , 
siempre a la cabeza de la columna, oia distintamente la voz de 
los soldados enemigos que gritaban al de las charreteras, i en 
efecto derribaron ambas de los hombros del intrépido jefe sin 
herirle sin embargo, como efecto providencial. En lo mas apu- 
rado del conflicto llegó en socorro de Beauchef, que se sostenía 
con sus granaderos, la 4. a compañía de fusileros mandada por 
el bravo capitán Garsin; pero éste es derribado de un balazo 
en la frente del que espiró en el acto. Caen en pos de él los 
tenientes de otras dos compañías, el capitán Bascufian cae gra- 
vemente herido en un muslo, Tupper recibe un balazo de sos- 
layo en el costado, i el mismo Beauchef cae i levanta enredado 
en el lodo i las raices que obstruían el sendero. Era, empero, tan 
obstinado el combate i tanta la bravura i certeza de los solda- 
dos, que ajustaban sus punterías como en un abatida de caza, 
que «un soldado enemigo cayó a mis pies, dice Beauchef, con 
un ruido estraordinario. Estaba éste arriba de un árbol, lo di- 
visó un granadero i lo tiró al suelo de un balazo.» 

»Ya habian muerto 70 soldados i yacian en el campo 122 
heridos, mientras que 14 oficiales de los 21 que contaba el nú- 
mero 8, estaban fuera de combate i, sin embargo, el magná- 
nimo Beauchef no daba la voz de retirada. Al contrario, aterrado 
el enemigo con aquella heroica bravura, despejó el campo, de- 
jando abandonada la pieza que habia hecho tantos estragos. 
Beauchef fué uno de los primeros en llegar sobre el cañón; 
pero ya otro se habia hecho dueño de este trofeo, con un 
denuedo sublime, digno del alma de un chileno. Dejemos a 
Beauchef contarnos este tierno i heroico lance: 



— 401 — 

«Un granadero del número 8, dice, fué el primero que se 
apoderó de la pieza de artillería, pero este bravo recibió un 
balazo eu medio del pecho que le tiró un artillero enemigo antes 
de abandonar la pieza. Llegado sobre la altura, lo primero que 
se me presentó a mi vista fué este soldado; la sangre le salia 
por la boca; hice un movimiento de sorpresa i de dolor al verlo 
en este estado. Estaba sentado al pié del cañón i apoyado so- 
bre su fusil; se sonrió i me dijo: Mi coronel, mi muerte no es 
nada; somos vencedores! i me señaló al artillero enemigo ten- 
dido muerto al otro lado de la pieza, sacando al mismo tiempo 
de su cartuchera un paquete de cartuchos que le quedada; 
quiso tender el brazo i cayó muerto con la misma sonrisa sobre 
sos labios. El sentimiento i la admiración me dejaron absorto 
un gran rato i no sabia lo que pasaba a mi lado 

Tales eran los soldados i los jefes de aquella época! El cons- 
cripto de Austerlitz i el sarjento de la Vieja Guardia encontra- 
ban dignos cámara das en los veteranos de Chile. «El soldado 
chileno, repetia en efecto Beauchef , juez competente en la ma- 
teria, es bravo, robusto, sobrio i subordinado. Creo que no 
puede haberlos mejores en el mundo, i 

El encuentro de Mocopulli habia sido, pues, funesto aunque 
glorioso i Beauchef resolvió replegarse sobre Freiré después de 
consultar en consejo a los pocos oficiales que sobrevivieron. 
Recibióle el jeneral en jefe con jesto desabrido, observándole 
que esperaba hubiera tomado a San Carlos después de la de- 
rrota de Ballesteros en Mocopulli, a lo que Benuchef respondió 
vivamente que mas fácil hubiera sido aquel ataque para el 
mismo jeneral Freiré que se encontraba en la vecindad del 
pueblo. 

La campaña de 1824 terminó aquí. Tratóse de un asalto je- 
neral a la plaza; pero entrando ya el invierno con toda su fuer- 
za, se resolvió eu un consejo de guerra celebrado el 16 de abril, 
el hacerse a la vela en el instante para Talcahuano. 

El coronel Beauchef llegó a Talcahuano con los heridos de 

su destrozado batallón, sin que se hubiese hecho el menor 

apresto para recibirlos. Esta omisión dio lugar a uno de esos 

estallidos habituales del jenio de Beauchef, que hemos visto 

repetirse a menudo en el curso de esta breve relación. Fuera 
26 



— 402 — 

de sí por la indolencia de las autoridades de Concepción, se di- 
rijió al encuentro del jeneral Freiré, a quien encontró jugando 
tranquilamente malilla con el mayor jeneral Rivera, i como 
aquél contestara con sorna a los reclamos de Beauchef, de si 
quería que le dieran dulces i merengues a sus soldados, contestóle 
airado el impetuoso coronel: — 'Nó, no quiero eso; pero ai del 
ejército cuyos jefes se ocupan de jugar a los naipes en vez de 
atender a sus necesidades! Este exabrupto de Beauchef esplica 
la razón de haber cesado sus ascensos desde que obtuvo la efec- 
tividad de coronel. Era casi peligroso dar mayor superioridad 
a un hombre que de suyo se hacia tan superior. De otra ma- 
nera Beauchef habría ascendido sin duda alguna en los cinco 
años que trascurrieron entre su efectividad del grado de coro- 
nel i su reforma, al grado de jeneral de división. 

Ei coronel Beauchef pasó el resto del año de 1824 en la ca- 
pital en el seno de su familia, la que abandonó de nuevo para 
tomar una parte principal en la rápida i feliz campaña de 1825 
que terminó con el total sometimiento del archipiélago de Chi- 
loé a las armas patriotas. Después de las difíciles operaciones 
del desembarco que aseguraron el éxito de la campaña, Beau- 
chef fué el primero que coronó con su batallón la altura de 
Pudeto, donde estaba formada la linea enemiga; i al verle los 
soldados chilotes tiraron sus fusiles esclamando: Estamos cor- 
tados! i se retiraron en dispersión por el camino de Castro, don- 
de fueron entregándose uno en pos de otro. El ejército chileno 
habia perdido solo 100 hombres en esta bella jornada, entre 
los que se contaban, por un acaso singular, pero propio de esta 
guerra de montañas, los cinco clarines de las cinco compañías 
de cazadores de los cuerpos de infantería que componían el 
ejército. 

Beauchef regresó a Santiago con su batallón, cuyo mando 
estuvo a punto de abandonar por uno de esos rasgos habitua- 
les de desprendimiento e hidalguía que le hemos conocido. 
Habiéndose quejado en pleno Congreso el diputado don Carlos 
Rodríguez de ofensas que Beauchef habia hecho a aquella re- 
presentación en una conversación privada, el coronel del nú- 
mero 8 mandó al instante al presidente de la Cámara su for- 
mal renuncia. cSéame permitido recordar a V. E., dice en este 



— 408 — 

documento, que nunca be aparecido como un apoyo del despo- 
tismo, que siempre he vivido separado de facciones i que, en 
fin, ceñido á mis obligaciones, todo mi anbelo ba sido asegu- 
rar la tranquilidad jeneral, sin entrometerme en asuntos pú- 
blicos. Satisfecho en mi conciencia, pido i suplico a quien co- 
rresponda, por medio de esta representación, de deponerme del 
mando que tengo, de este mando que me hizo tantos amigos 
en tiempo de guerra i tantos enemigos en la paz.» La renun- 
cia no tuvo, empero, lugar, porque las quejas de Rodríguez 
habían sido solo un acaloramiento de la discusión, i la repre- 
sentación de Beauchef un Ímpetu de su pundonor. 

Durante los 10 años que Beauchef sirvió bajo el estandarte 
chileno estaba destinado a no permanecer en el ocio. Así fué 
que a fines de 1826, cuando el gobierno del patriota don Agus- 
tín Eizaguirre resolvió dar un golpe decisivo a las bandas de 
de Pincheira que asolaban las campiñas del Sud, se confirió a 
Beauchef el mando en jefe de la división que se organizó con 
este objeto. 

Componíase ésta de tres fuertes destacamentos que debian 
penetrar por diferentes rumbos de la cordillera para caer a la 
vez por opuestas direcciones sobre el campo de Pincheira, lla- 
mado el Butalon que se encontraba en el centro de las cordi- 
lleras de Chillau, en la confluencia de los ríos Malvarco i Neu- 
que que desaguan en las pampas arjentinas. 

Beauchef en persona mandaba el primer destacamento que 
debia penetrar por el boquete de Cumpeo, en frente de Talca, 
i se componía del número 8 i del rejimiento Cazadores a caba- 
llo. Confióse el mando de la segunda división al coronel Búl- 
nes, que se internaría con los granaderos a caballo i la mitad 
del número 3 por las cordilleras de Chillan, mientras que el 
español Carsero penetraba por Antuco con la otra mitad de 
este batallón i un escuadrón de dragones. 

Beauchef emprendió su marcha dando vuelta por la falda 
del descabezado del Maule i descendiendo al Sud por el fértil 
valle intermedio llamado de los Jirones donde permaneció 15 
días. 

Se avanzó en seguida hasta las tolderías del cacique pebuen- 
che Antibal, de cuya tropa de 600 mocetones elejió 150 para 



— 404 — 

que le sirvieran de guias, destacándolos a vanguardia al man 
do del valiente capitán Eusebio Ruiz. 

Habia sido combinado con tanta felicidad i acierto aquel di- 
fícilísimo movimiento por las montañas, que el 24 de enero de 
1827» con solo media hora de diferencia, cayeron sobre el cam- 
pamento Pincheira la vanguardia de Beauchef i los granaderos 
de Búlnes sorprendiéndolos completamente. Las dos divisiones 
reunidas hicieron muchos prisioneros, tomaron considerables 
cantidades de ganado robado i destruyeron los caseríos en que 
se albergaba Pincheira durante el invierno en el punto mencio- 
nado de Butalon. Pincheira i unos pocos montoneros se salva- 
ron por la fuga, siendo perseguidos hasta el pié de la cordillera 
del viento que divide nuestro territorio del de Mendoza. 

Libre ya de enemigos en esta parte i habiendo operado su re- 
unión con la división de Carrera (el 7 de febrero de 1827) que 
se habia estraviado, Beauchef se dirijió al sur, sometiendo va- 
rias tribus pehuenches aliadas de Pincheira i de esta suerte 
llegó hasta la reducción de Trapa-Trapa en las fuentes del Bio- 
bio, cien leguas al sur del descabezado del Maule por donde 
habia penetrado en las cordillleras. Mas, habiéndosele conclui- 
do aquí los víveres regresó a Chillan por el boquete de Antuco, 
a últimos de marzo de 1827, después de 3 meses, de cruda 
campaña, en la que habia rescatado mas de 3.000 cautivos de 
todas edades, dispersando completamente la horda de bandidos 
que infestaban aquellas provincias, i atraído a la alianza de las 
; utoridade8 chilenas, las tribus salvajes que antes habían ser- 
vido a sus enemigos. 

Tal fué el último servicio que Beauchef prestó a su patria 
adoptiva haciendo un digno remate a su bella carrera de sol- 
dado i de patriota. Creada por aquel triempo la lei de reforma 
militar, Beauchef entró en ella dejando el servicio en 1828 des- 
pués de haberse despedido de sus antiguos i bravos compañe- 
ros del núm. 8 que debia encontrar en Tupper un digno suce- 
sor de su heroico jefe. 

Beauchef se retiró desde entonces a la vida privada negán- 
dose absolutamente a tomar parta en los disturbios políticos 
que se sucedieron mas tarde, aunque ambos partidos comba- 
tientes le llamaron en su auxilio, como consta de las cartas 



— 405 — 

autógrafas del jeneral Prieto que se conservan en poder de la 
familia de aquél. 

En 1831, Beauchef emprendió nn viaje a Francia que duró 
dos años. Desde esa época no volvió a separarse del hogar do- 
méstico donde le detenían las mas tiernas afecciones de una 
familia que él mismo sostenía, no menos que sus achaques 
crónicos, frutos de sus campañas i particularmente la gota que 
hizo estragos horribles en su salud (*). De esta manera, des- 
pués de cruelísimos padecimientos que sobrellevó con su anti- 
gua entereza de ánimo el ilustre soldado espiró en Santiago el 
10 de junio de 1840, a los 56 años de edad. 

Era Beauchef esbelto de estatura, marcial en su porte, i de 
franca i arrogante fisonomía. Su cabeza poblada de espesos ca- 
bellos negros i crespos marcaba su rostro con el sello de una 
altiva enerjía que brillaba a la par en sus ojos pardos i ardien- 
tes, mientras que su boca grande i airosa le daba cierto tinte 
de jovialidad i benevolencia. 

Su alma iba a la par con sus rudas pero espresivas faccio- 
nes. Era violento a veces hasta la irritación i mas frecuente- 
mente hasta la managnimidad, obedeciendo siempre a su móvil 
jeneroso i elevado. 

Cuéntase que en una ocasión encontró en la sala de recibo 
de un amigo un servicio de plata que éste habia ganado en una 
rifa al juego de naipes, i no pudiendo refrenar un ímpetu de 
impaciencia, al valorizar este jénero de adquisiciones, dio al 
juego de plata, un violento empellón con el pié i lo derribó por 



(*) Durante esta época de su vida, Beauchef prefería habitar en el cam- 
po, en la bella estancia de Polpaico, de cayo mayorazgo era en esposa la 
única heredera. En estos dias de solaz fué cuando Beauchef redactó las 
curiosas Memorias que nos han servido para escribir este bosquejo a la 
par con los interesantes papeles de familia que mis tistiuguidos amigos 
don Manuel i don Jorje Beauchef han tenido la bondad de confiarme. 
Las Memorias han sido escritas en mal castellano, pero con un sello de 
verdad i cierto jiro orijinal, que las hace altamente interesantes para la 
historia. Comprenden desde su salida para Nueva York, en 1816, hasta la 
época en que dejó el servicio, 1828. He sabido que el distinguido histo- 
riador i cronista don D. Barros Arana se ocupa de arreglarlas convenien- 
r *mente para darlas pronto a la prensa. 



— 406 — 

el suelo. Otra vez amenazó con la vara de medir al famoso te- 
sorero Vargas Verval por cietas dificultades ofensivas que éste 
le presentaba al hacerle la entrega del paño para vestir su re- 
gimiento, i cuentan, por otra parte, que a un militar estranjero 
(el coronel Garrido) que le aplaudía el no haberse mezclado en 
las reyertas civiles del pais, le dio solo esta seca respuesta: I si 
le parecía bien, ¿por qué no imitó Ud. mi ejemplo? 

Como ciudadano era respetuoso a la lei: profesaba el culto 
de la opinión pública, como la regla mas segura para dirijir 
sus acciones, i era un entusiasta partidario de la causa liberal, 
cuyos principios, como decia él mismo, habia bebido desde la 
cuna, en lo que lo arrrullaron los primeros gritos de la regene- 
ración de 1789. Cuando sus correlijionarios lo invitaban, sin 
embargo, a encabezar algunos de los movimientos revoluciona- 
rios que se organizaban después de la revolución de 1839 con- 
testaba siempre que estaba pronto, pero con la condición de que 
todos le siguieran a la plaza pública i en la mistad del dia. 

Pero en lo que el coronel Beauchef encontrará pocos pareci- 
dos, es en su carácter militar. Es el verdadero tipo del soldado. 
£1 paladín antiguo sans peur et sans reproche i el soldado-héroe 
de los modernos tiempos se encontraban reunidos en el con- 
junto de sus admirables cualidades. No se distinguió demasia- 
do como caudillo; pero como subalterno no hai en la gloriosa 
lista de nuestras nombradlas militares, una cifra mas ilustre 
que la suya. Peleaba en los encuentros como el último soldado 
cargando su fusil. En todos los combates que mandó en perso- 
na jamas fué vencido. Llevó el poder de nuestras armas mas 
lejos que ninguno de nuestros jefes, i supo en fin conquistarse, 
a fuerza de heroicas hazañas, repetidas sin cesar durante 10 
años, cumplidos de eminentes servivios, el nombre de chileno 
ilustre que le autoriza a figurar en las pajinas de este Álbum de 
las glorias nacionales. — Benjamín Vicuña Makenna.* 

(De <La Revista del Pacífico). — Tomo I, páj. 9 i siguientes. 
—Año de 1858.) 

•*- 




Jeneral de Brigada 

Doq José f^ondizzoní 



.1 




»t« 



JENERAL DE BRIGADA 



Don José Rondizzoni 



En diversos épocas se han publicado estudios históricos des- 
tinados a poner de relieve la noble participación que en nuestros 
progresos de nación han tenido los estranjeros de diversas re- 
j iones del globo. 

Se ha podido comprobar el concurso esforzado i jeneroso que 
nos han prestrado desde la conquista para desarrollar las fuer- 
zas de vitalidad con que nos favoreció la naturaleza. 

Los prodijiosos dones desparramados en este suelo feraz, que 
proteje un clima hermoso, han sido estimulados por el trabajo 
inteligente i laborioso de colonizadores de todas las zonas del 
globo, a los cuales debemos eterno recuerdo i constante gra- 
titud. 

Pero, así como la España fué nuestra madre, aunque rigoro- 
sa, en nuestro primer albor de nación, del mismo modo otras 
nacionalidades nos han enviado sus hijos mas emprendedores 
i valientes pora rescatarnos del predominio de la colonia pri- 
mero i del atraso jeneral después. 

En este número debemos colocor a los maestros, a los indus- 
triales, a los esploradores, a los marinos i a los militares que 



— 408 — 

contribuyeron a fundar i a dar prestijio a nuestras primeras 
instituciones. 

Hemos escrito un libro especialmente destinado a recordar 
los jenerosos esfuerzos de los estranjeros en nuestro país por 
sus progresos sociales i de todo jénero, que es el primero i el 
único que se ha llevado acabo en toda la América. 

El Diccionario Biográfico de Estranjeros en Chile, ha tenido 
esta misión grata i justiciera. 

Decíamos en la introducción de esta obra: 

cComo complemento de la edición de nuestro Diccionario 
Biográfico de Chile % hemos querido escribir i publicar el « Diccio- 
nario Biográfico de Estranjeros» en nuestro pais, para dejar 
constancia histórica de la labor que han hecho por el progreso 
de la República. Siendo esta una obra de justicia, creemos un 
deber de nuestra parte consignar los servicios que los estran- 
jeros han prestado a las instituciones desde la colonia hasta el 
presente, para contribuir al adelantamiento de nuestra patria. 

tLos estranjeros que vinieron a hacer conocer nuestras apar- 
tadas rejiones, son tan dignos de elojio i reconocimiento, como 
de admiración i gloria los que^ ofrendaron su valiosa sangre 
para darnos patria i libertad. 

tDel mismo modo, los estranjeros que han fundado nues- 
tras fuentes de producción industrial i los centros de actividad 
mercantil, merecen nuestro sincero i entusiasta aprecio i el res- 
peto debido al trabajo que educa i civiliza como el estudio i 
como las artes, t 



II 



De los estranjeros ilustres que ofrendaron bu valioso concur 
so a la causa de la libertad; el jeneral don José Rondizzoni es 
uno de los mas eminentes i meritorios. 

Su vida i su obra de guerrero ha sido ampliamente estudiada 
i descrita, por chilenos i estranjeros, en justo tributo a sus ser- 
vicios militares i a sus virtudes ejemplares. 

Su nombre está vinculado á familias p res ti j i osas de nuestra 
sociabilidad i a servidores públicos que han enaltecido su re- 
cuerdo con sus acciones en la marina de la República. 



— 409 — 

El jeneral Rondizzoni, continuaudo la tradición del capitán 
Juan Bautista Pastene, conquistó glorias mayores para la pro- 
ficua i laboriosa colonia italiana nacionalizada en Chile. 

Por esto su historia i su memoria han sido presentadas como 
ejemplos en libros destinados a la educación de la juventud, 
como los Hombres Notables de Chile, por don José Bernardo 
Suárez, quien le da el título de c benemérito patricio». 

Rondizzoni reunió todos los talentos en los diversos pues- 
tos públicos en que actuó como jefe militar o jefe administra* 
tivo. 

Al jeneral Rondizzoni, siendo Intendente de Concepción, le 
cupo el honor de contribuir al primer impulso de la industria 
del carbón de piedra en esa provincia, habiendo presidido la 
apertura del puerto industrial de Coronel, que fué inaugurado 
en 1850 para es portar los productos minerales de los yacimien- 
tos de Puchoco. 

Suárez define en estos rasgos honrosos su carrera de patricio 
i majistrado: 

cEn su larga carrera de hombre público alternaba las fati- 
gosas tareas del soldado con los deberes del gobernante políti- 
co, los cuales desempeñó fielmente, haciéndose notar en el 
mando de algunas provincias por su actividad i celo en obse- 
quio de la cosa pública. La instrucción primaria le mereció 
siempre, como gobernante ilustrado, los mas constantes des- 
velos.» 



III 



Don Vicente Santa Cruz ha publicado un interesante estu- 
dio relativo a los italianos en Chile, desde la conquista, hacien- 
do descollar la figura del marino capitán Juan Bautista Paste- 
ne, compañero i amigo de Pedro de Valdivia. 

Este ilustre marino inicia en Chile la colonia italiana, que el 
jeneral Rondizzoni elevó a su mas alto prestijio en las campa- 
ñas de la independencia. 

La vida de este militar tan esclarecido fué analizada, con mo- 
tivo del estudio del señor Santa Cruz, por el brillante escritor 



— 410 — 

italiano don Juan Ghio, en el periódico La Italia, de Valparaí- 
so, en mayo de 1902. 

De este notable trabajo histórico reproducimos los rasgos si- 
guientes: 

«Nació cuando el jérmen de libertad, desde hacia tiempo 
encendido en loa corazones jenerosos i fecundado por la ideal 
incubación del pensamiento, estaba por romper en aquella vi- 
gorosa protesta que convulsionó a la vieja Europa i revolucio- 
nó todo el jénero humano mostrando el alba de una ora nueva 
i brillantísima. 

»I, joven aun, embebido de entusiasmo, se sintió enardecido 
ante el sol de la gloria napoleónica cuando esplendía en el cé- 
nit i turbaba la fantasía de la juventud con las quimeras que 
debían ser continuación de la gran Revolución y que no fue- 
ron mas que último relampagueo del jenio militar afianzador 
de la libertad. 

»Pero si bien el primer Napoleón traicionó el ideal del 89, 
enseñó a los pueblos, poniendo eu sus manos la espada, cómo 
se cortan las cadenas de la tiranía, i las jeneraciones que se 
sucedieron, esparciéndose por el mundo, lo participaron a las 
heroicas resurrecciones de los pueblos. 

> Napoleón abría también inconscientemente a la América 
latina las puertas del porvenir. 

»Las rebeliones de la América latina contra la madre patria 
sublevaban de nuevo el espíritu de aquellos que habían com- 
batido por su libertad, porque se sentían sofocar por la mano 
de plomo con que la Santa Alianza tentaba destrozar hasta las 
esperanzas de un porvenir que había ardido fúgidamente en 
la aurora del siglo. 

»En vano el jeneral austríaco conde de Neipperh, amante i 
después marido de María Luisa, le prometía un porvenir es- 
pléndido al servicio del Austria, en vano los amigos le pinta- 
ban las dulzuras de una carrera tranquila. 

>Rondizzoni, siguiendo su hado, se embarcaba en Jénova 
para Filadelfía, desde donde seria mas fácil dirijirse a Sud- 
América. 

»En Filadelfía fué cariñosamente acojido por el ex-rei José 
Bonaparte i por el jeneral Glosel, quien lo presentó a José Mi- 



— 411 — 

4 

guel Carrera, el glorioso paladín de Chile, que por el amor a 
eu tierra emigraba, demandando el concurso de los hombres 
libres para la causa de la libertad. 

«Carrera i Rondizzoni se comprendieron, i la amistad mas 
cordial los unió desde el primer momento. 

» Juntos se embarcaron en la fragata Olifton, que zarpó de 
Bal ti more el 3 de diciembre de 1816, i en el largo viaje sus al- 
mas se inflamaban al comunicarse sus tristezas i glorias del 
pasado i las esperanzas del porvenir. 

»En febrero del siguiente año la Clifton anclaba en Buenos 
Aires. En $sa fecha i en esa ciudad Rondizzoni iniciaba el 
nuevo período de su vida. 

» Cuando Carrera i Rondizzoni llegaron a Buenos Aires el je- 
neral San Martin estaba por emprender, al mando del ejército 
organizado en Mendoza, la memorable travesía de los Andes. 
Por las numerosas dificultades con que hubo que luchar, ven- 
ciéndolas al mismo tiempo, este paso se considera a la par de 
las famosas espediciones de Aníbal i Napoleón a través de los 
Alpes; i, como ellas, debia conducir a campañas gloriosas i 
triunfales. 

» Rondizzoni, a quien el ilustre jeneral chileno habia abierto 
entero su alma, admiraba la grandeza de aquel peregrino del 
patriotismo que llegado a tierra estranjera, desconocido, igno- 
rante de la lengua, habia salido en viento en popa nuevamente 
con varia 8 naves cargadas de armas i municiones i con la Clif- 
ton, lindísima fragata armada en guerra. Rondizzoni entreveía 
en Carrera un poco del espíritu napoleónico i lo seguia en una 
empresa de gloria que inspiraba i encendía sus almas. 

•Pero el gobierno de* Buenos Aires, temeroso que la segunda 
espedicion hiciese fracasar la primera i de que Carrera fuese 
un peligro en Chile, le impidió la partida, i cuando intentó ha- 
cerlo sin permiso fué arrestado i encerrado en una cárcel, de 
donde se fugó para refujiarse en Montevideo. 

>Si Carrera no debia combatir, como era su deseo, ni podia 
plegarse a las otras dependencias, su caballeresca jenerosidad 
le hacia rechazar el egoísmo de que el querido compañero de 
viaje no pudiese satisfacer el objeto porque habia abandonado 
la Europa. 



— 412 — 

t Rondizzoni sentó plaza en el ejército eapedicionario con el 
asentimiento de Carrera. 

»E1 soldado formado en la escuela del mas grande soldado de 
la época, no podia menos de figurar en primera fila entre aque- 
llos valientes, muchos de Tos cuales no llevaban al campo de 
batalla sino el entusiasmo i el valor indómito cuando todas las 
facultades de los capitanes debian desplegarse contra las ague- 
rridas i disciplinadas tropas de España que mal podían sufrir 
la afrenta de una derrota. > 



IV 

£1 jenera) Rondizzoni era hijo de la ciudad de Parma, en 
Italia, donde nació el 14 de mayo de 1788. 

Vino a la vida en el hogar, abundoso i distinguido, de don 
Juan Bautista Rondizzoni i la señora Rosa Cánepa, que goza- 
ban de la fortuna i las consideraciones de su rango social. 

Educado para la carrera civil, el joven Rondizzoni, obede- 
ciendo a impulsos de su corazón i de su destino, abrazó la ca- 
rrera de las armas. 

Por noble emulación de gloria, se dejó fascinar por el jenio 
militar i el prestijio del nombre de Napoleón. No obstante la 
resistencia de sus padres, apenas cumplidos los 18 años, el im- 
petuoso joven se enroló en la Guardia Imperial del Emperador el 
5 de julio de 1807. 

Desde esa época hasta el desastre de Waterloo, en 1815, su 
vida fué una serie encadenada de hechos de armas, de asaltos i 
batallas en las que supo ganarse el respeto de sus compañeros 
i el cariño de sus jefes. 

La relación de sus servicios en tan estraordinarias i memo- 
rables campañas, se anota en su hoja militar del modo que 
sigue: 

c Durante todo el año de 1808, Rondizzoni hizo la campaña 
de España. Encontróse en Madrich en el memorable 2 de Ma- 
yo, cuando aquella capital selló con la sangre de sus hijos i con 
esfuerzos heroicos la protesta de un pueblo libre contra la in- 
tervención estranjera. — El 13 de setiembre del mismo año se 



— 418 — 

encontró también en la acción de Polvedra en la que fué heri- 
do de bala, el 21 de octubre asistió a la toma de Madrid, i por 
último el 10 de noviembre estuvo en la acción de Benavente 
con la que terminó su residencia en España. — De allí pasó a 
Austria encontrándose en la batalla de Esling el 22 de mayo 
de 1 809, en la cual fué también herido de bala, en la que mu 
rió el Mariscal Lañes, Duque de Montebello. — Hallóse igual- 
mente en la batalla de Wagram que tuvo lugar en los dias 5, 
6 i 7 de julio de aquel año. 

cEn 1810 estuvo en el campamento de Boulogne, Francia, i 
en 1812 hizo con el grande ejército las campañas de Rusia. 

> Allí ge encontró en la batalla que tuvo lugar al frente de 
Polask el 11 de junio, en la que fué herido el Mariscal Oudi- 
not, duque de Reggio, como también en la acción dada en el 
mismo lugar el 18 de agosto, i la que se verificó los dias 3 i 4 
de octubre, en que Rondizzoni recibió otra herida leve. — Por 
fin, cuando el grande ejército efectuó su retirada de Rusia, se 
encontró, el 29 de noviembre, eu el pasaje del Beresina. 

>Hizo después la campaña de Alemania donde se encontró 
en las siguientes batallas: — La de Lutzen el 4 de mayo de 
1813; la de Bantozen el 9 del mismo, en que tuvo lugar la 
muerte del Gran Mariscal Duroc, Duque de Frioul i otros gene- 
rales; — la gran batalla de Dresde, el 27 de agosto, en que se 
hicieron 30,000 prisioneros i se tomaron mas de 200 piezas de 
artillería, i en la que acaeció la muerte del jeneral Moreau que 
se habió pasado a los aliados; — la de Leipzig, el 18 de setiem- 
bre, donde murieron los jenerales Vial, Rosambeau i el Prín- 
cipe de Poniatouski, ídolo de los polacos. — Se halló ademas en 
las acciones que tuvieron lugar al frente de Mademburgo (Pru- 
sia) los dias 4 de febrero de 1814, 9 de marzo i 1.° de abril del 
mismo año, habiendo sido, en esta última, herido de bayoneta 
en el hombro derecho. 

» Durante el tiempo trascurrido desde que entró al servicio 
del Emperador, Rondizzoni obtuvo sucesivamente en el ejér- 
cito los grados a que su valor i buen comportamiento le hicie- 
ron acreedor, habiendo ascendido en 1.° de diciembre del cita- 
do año de 1813 a Capitán Ayudante Mayor, siendo ademas 
condecorado con la Cruz de la Lejion de honor. 



— 414 — 

»Cuaudo la abdicación del Emperador en 1814 se hallaba 
con la división del ejército que estaba al mando del jeneral 
Conde Lemarais sitiado en Macdemburgo i con ella regresó a 
Francia. — Por un decreto del rei Luis XVIII, todo jefe i ofi- 
cial que por la nueva organización del ejército no pudiera ser 
colocado en actividad de servicio, quedada en aptitud de elejir, 
o bien su absoluta separación, o continuar gozando de medio 
sueldo, según su empleo, hasta que fuera llamado al servicio 
activo; hallándose también considerados en este caso aun los 
que pertenecían a departamentos que ya no hacían parte de la 
Francia, como antes del imperio. 

iRondizzoni recibió constantes invitaciones i exijencias para 
regresar a Italia, pero a pesar de ellas prefirió quedarse en 
Francia retiiándose a Colmar (Alsacia) departamento del Alto 
Rhin, donde esperó con fé la vuelta del Emperador de la Isla 
de Elba. — Así sucedió en marzo de 1815 i entonces, como tan- 
tos otros, volvió a seguir la huella esplendorosa del gran Capi- 
tán, hasta la catástrofe de Waterloo en que tantas hazañas i 
glorias quedaron sepultadas. 

» Cuando sucedió aquel desastre, Rondizzoni se hallaba sitiado 
en Neuf-Brizac (Francia), habiendo concurrido a las acciones 
que tuvieron lugar al frente de aquella plaza los días 7 de ju- 
nio i 8 de julio de 1815. 

> Perdida la esperanza de que Napoleón pudiera recuperar 
el trono que con sus hazañas i glorias se había fabricado, Ron- 
dizzoni solo trató de volverse a Italia. — Mas al separarse del 
último lugar en que prestó sus servicios a la causa del imperio, 
sus jefes i compañeros de armas quisieron sin que el lo pre- 
tendiese, darle un testimonio de aprecio, por el leal i bizarro 
desempeño de sus deberes como militar; i entre los certificados 
i recomendaciones que al efecto le fueron entregados, encon- 
tramos los siguientes que nos permitimos trascribir: 

>Los infrascritos del Mayor Comándate de los batallones 3.° 
i 4.° de preferencia (de Elete) del Alto Rhin i los miembros del 
Consejo de administración del 4.° batallón, certificamos que el 
señor Rondizzoni (italiano de oríjen) Ayudante Mayor del ll. 9 
Rejimiento de infantería lijera i que desempeña el mismo car- 
go en el batallón de nuestro mando, ha cumplido sus deberes 



— 415 — 

todo el tiempo de sus servicios coa celo i actividad dignos de 
elojio, habiendo ademas desplegado en el arte militar talentos 
que lo colocan a la altura de oficiales distinguidos. — Su con- 
ducta moral i civil» por otra parte, lo hacen acreedor a que sea 
dignamente colocado donde tenga la intención de tomar ser- 
vicio. 

»En fé de lo cual etc. — Neuf-Brizac, 30 de agosto de 1815. 
— «Firmado: Hertz, Hubert, Martin, Beckle, Hudoux.» 

>E1 Mariscal Bermancourt i otros jefes le entregaron testi- 
monios análogos en los que declaran haberlo conocido como 
uno de los oficiales mas valientes i dignos. 

«Llegado a Italia i conocidos sus servicios i aptitudes mili- 
tares, Rondizzoni fué agregado al rejimiento María Luisa. — 
Mas, viendo que ya nada habia que esperar del campo de ba- 
talla, teatro único a que lo llamaban su actividad i su jenio, 
pensó que era necesario emplear esas naturales inclinaciones 
en servicio de una causa que, llamando ya su atención desde 
alguu tiempo, simpatizaba con los sentimientos mas íntimos 
de su alma.» 



Un escritor chileno, que conocia a fondo la vida i las cam- 
pañas del ilustre militar, publicó, en El Ferrocarril, en 1865, 
una relación completa de su historia de guerrero. 

Para no destruir la unidad de esta relación tan interesante, 
la reproducimos, en sus capítulos i proyecciones jenerales co- 
mo un documento sumamente ilustrativo para el conocimiento 
de su carrera pública en nuestra patria: 

cLa independencia de la América española era un hecho de 
alta significación social que en Europa despertaba ardientes 
simpatías en todos aquellos que no desconfiaban en el porve- 
nir de los pueblos, a pesar de que la mano del destino i la 
Santa Alianza de los antiguos tronos habian al parecer ente- 
rrado para siempre el espíritu de libertad que la revolución 
francesa del siglo pasado hizo brotar de entre las ruinas de 
una monarquía. 

»La idea de pasar a Sud América pronto fué convertida en 



/ 



— 416 — 

hecho por Rondizzoni, no sin que antes hubiera sido instigado 
para que desistiese de ella. — Con efecto, apenas hubo elevado 
su renuncia del servicio al jeneral austríaco Conde Neiperh 
que acompañaba a la Emperatriz María Luisa i que después 
contrajo matrimonio con ella, aquel jefe le hizo llamar i le pro- 
puso pasar al servicio del Austria donde podría continuar con 
la esperanza i halago de obtener mas fáciles ascensos en la ca- 
rrera. Pero Rondizzoni, espresando al jeneral sus agradeci- 
mientos, insistió en su propósito i dirijiéndosea Jénova se em- 
barcó en este puerto con dirección a Filadelfia, en los Estados 
Unidos, de cuyo punto era entonces mas fácil venir a Sud 
América que desde cualquier puerto de Europa. Llegado a los 
Estados Unidos, su primera dilijencia fué visitar al ex-rei José 
Bonaparte, que se hallaba en Bordingnton acompañado del 
jeneral Closel, después Mariscal i Par de Francia, quienes le 
dispensaron una cordial acojida, permaneciendo durante algu- 
nos dias en la casa de campo a que se habia retirado aquel 
ilustre proscrito, cuya bondad de alma i excelentes prendas pu- 
do apreciar en el trato familiar e íntimo del hogar. 

»E1 jeneral Closel insistió también con Rondizzoni para que 
desistiese de su propósito que ya se habia concretado a ve- 
nir a Chile. No consiguiendo nada a este respecto, el mismo 
jeneral prometió presentarlo en breves días al jeneral don José 
Miguel Carrera, que entonces estaba en Filadelfia en solicitud 
de conducir auxilios i recursos para conseguir la completa inde- 
pendencia de su patria. 

«Carrera i Rondizzoni pronto se comprendieron, i después 
de convenir en emprender juntos su viaje a la que iba a ser 
patria adoptiva del segundo, se trabó entre ellos una íntima i 
cordial amistad. Embarcados juntos en la fragata Clifton que 
salió de Baltimore el 3 de diciembre de 1816, esa amistad se 
estrechó con el trato de familiar continuo que siempre se tiene 
a bordo de un buque i mas que todo, con la natural simpatía 
de dos jóvenes militares cuyas inclinaciones jenerosas i nobles 
marchaban a la par hacia un mismo fin. Cuántas veces el malo- 
grado jeneral, mientras la nave seguía tranquila el curso de 
su viaje, referia a Rondizzoni sus hechos de armas, sus aspi- 
raciones, i hasta sus propios desaciertos que siempre atribuía 



— 417 — 

a la poca esperiencia. Por fin, la Clifion llegó a Buenos Aires, 
que era el punto de eu destino, en febrero del año siguiente, 
llegando también jnuchos otros oficiales estranjeros que, atraí- 
dos por Carrera venían como Rondizzoni a prestar sus servi- 
cios a la causa de la independencia. 

>Eu aquellas circunstancias, San Martin a la cabeza del ejér- 
cito que organizó en Mendoza, emprendía el paso de los Andes 
que inmortalizó su nombre i que era el precursor de otros 
triunfos i glorias. Pero Carrera, detenido por acontecimientos 
que no es del caso referir, i contrariado con sus pretensiones 
tuvo que permanecer lejos de la patria i apartado de los 'peli- 
gros i azares del campo de batalla que con tanto anhelo apetecía. 

> Su es pedición no tuvo, pues, el efecto que se proponía. 
Mas, el Ministro de la Guerra en Buenos Aires, propuso a 
Rondizzoni que pasara a Chile bajo las órdenes de San Martin, 
propuesta que aceptó después de haber obtenido la completa 
aprobación i asentimiento de Carrera. 

> Según se ve, los antecedentes de Rondizzoni, al iniciar en 
Chile su carrera militar, no podían ser mas honrosos i dignos. 
Esperimentado en la milicia como que habia recibido las lec- 
ciones del gran reformador del arte militar, hábil i entendido 
en ese arte según los informes de sus antiguos jefes, pundono- 
roso i caballero, en fin, debia necesariamente en la nueva pa- 
tria, corresponder con su posterior comportamiento a títulos 
de tanta estima. Así sucedió en efecto. 

t Incorporado al ejército de Chile, obtuvo su primera colo- 
cación, el 26 de junio de 1817, como sarjen to mayor del bata- 
llón núm 2. Hizo en aquella época la campaña del sur i asie- 
tió a muchos de los encuentros i hechos de armas que se 
verificaron entre el ejército de los independientes i el que 
mandaba el jeneral Osorio, cuyas pretensiones eran hacer vol- 
ver el país a su antigua servidumbre. 

»La memorable noche del 19 de marzo de 1818, se halló en 
la sorpresa de Cancha Rayada. Sus servicios i acertadas dis- 
posiciones fueron entonces de grande importancia, pues ha- 
biendo tomado el mando del batallón en que servia, contribuyó 
a que el desastre no produjese todos sus funestos efectos. 

>No podemos menos que trascribir aquí la relación que hace 
27 



— 418 — 

a este respecto don Agustín Almarza, que era ayudante del 
núm. 2, en carta privada de 28 de diciembre de 1857, que existe 
en nuestro poder: 
»En el campamento de Cancha Rayada, dice «el núm. 2 ocu- 
paba la cabeza del ala derecha de la división. Llegó el jefe 
del Estado, jeneral O'Higgins, a nuestro frente, i rodeado 
por los oficiales, nuestro mayor Bondizzoni principió a pre- 
guntarle cuáles eran las guardias que podían preservarnos 
de una sorpresa. A esto el jeneral dijo que no sabia i que 
iba a entenderse sobre eso con el jeneral en jefe. 
»E1 mayor, que tenia conmigo bastante confianza me estaba 
hablando aparte en seguida sobre el peligro en que nos ha- 
llábamos por falta de guardias, cuando en el acto rompen 
sobre nosotros el fuego los enemigos con música i grande 
algazara. El mayor Bondizzoni se paró entonces firme al 
frente del cuerpo, i gritando con estas mismas palabras: 
«Muchachos, no hai que turbarse: séanme obedientes i yo los 
libro» i mandó formar en columna cerrada, haciendo desfilar 
por el flanco derecho e incorporarnos a la ala. izquierda de 
la segunda división al mando del brigadier don Hilarión de 
la Quintana. Estando ahí en inacción por bastante tiempo, 
me mandó a mí a ver qué jefe quedaba al mando de la divi- 
sión para preguntarle qué movimiento o qué partido tomá- 
bamos, porque estábamos recibiendo el fuego enemigo sin 
poder defendernos. Yo solo encontré como jefe de mas gra- 
duación al comandante Las Heras, del 11, quien recibiendo 
mi esposicion me ordenó que llamase a su presencia a los 
jefes de división para resolver. Después de reunidos todos 
allí, Las Heras consultó al mayor Bondizzoni sobre lo que 
podia hacerse; éste quiso escusarse por ser el menos antiguo, 
mas Las Heras le instó que diese su parecer. El mayor Bon- 
dizzoni dijo que creia conveniente retirarse por el camino 
real en columna cerrada por batallones, i que si al otro dia 
nos atacaba el enemigo con la caballería, nosotros que no la 
teníamos, podíamos apoyarnos en los cerros para evitar que 
nos desordenasen; que así marcharíamos hasta saber del je- 
neral en jefe i del resto del ejército. Este parecer fué adop- 
tado i puesto en práctica en el acto, llevando nuestro cuerpo 



— 419 — 

» a la retaguardia al mando del mayor Rondizzoni, a quien le 
» habían muerto el caballo en el primer encuentro.» 

»Con efecto, avisado Las Heras por el ayudante Almarza que 
envió* Rondizzoni, fué éste preguntado acerca del partido que 
en tan críticas circunstancias convenia adoptar. Rondizzoni 
observó que el enemigo había forzado el centro de la segunda 
división, cuya derecha formaba el batallour de su accidental 
mando, que había también envuelto la artillería que se hallaba 
a retaguardia, i dirijiéndose sobre el cuartel jeneral, cuya po- 
sición ocupó, amenazaba por consiguiente la izquierda. 

» Ademas, teniendo a la espalda el desfiladero del Lircai, éste 
era un obstáculo grave i podía producir un desastre completo 
por ^cualquier accidente. El mejor arbitrio, fué, pues, en su 
concepto, salvar el desfiladero del Lircai sin pérdida de tiempo, 
con lo cual se salvaría también la artillería de la división al 
mando del benemérito teniente coronel don Manuel Blanco 
Encalada. Aceptado este parecer, fué ejecutado por Rondizzoni 
el movimiento con acierto i habilidad, habiéndose él mismo 
encargado oficiosamente de formar la retaguardia i consiguien- 
do ademas con esto salvar, por medio de la compañía de caza- 
dores, dos piezas de artillería que estaban al mando del capitán 
Miller i que se habían quedado en el rio. 

» Barros Arana, el mas exacto i verídico de nuestros historia- 
dores, dedica a este particular, en el tomo 4.° de su Historia 
Jeneral de la Independencia de Chile, pajina 286, las siguientes 
líneas: 

cEl sárjente mayor don José Rondizzoni tomó en esos mo. 
mentos el mando del batallón núm. 2 que formaba el ala de- 
recha de la división O'Higgins, considerando también que todo 
estaba perdido, movió su cuerpo hacia la retaguardia; i, des- 
cribiendo una curva, fué a reunirse con la primera división. 
Este movimiento fué ejecutado con tan gran maestría, que el 
batallón se salvó casi sin la pérdida de un solo hombre.» 

»Por fin, hablando con el sefior Rondizzoni, le hemos oido 
referir que después de los azares de aquella luctuosa noche, 
el valiente comandante Blanco, en uno de sus trasportes de 
entusiasmo por el hábil comportamiento del mismo Rondizzo- 



— 420 — 

ni, le abrazó diciéndole: — cUd. ha sido el héroe de esta jor- 
nada.» 

»En esta acción Rondizzoni recibió en el pecho una inerte 
contusión que le obligó a permanecer inactivo durante algún 
tiempo, viéndose también imposibilitado para asistir i tomar 
parte en la gloriosa batalla de Maipú, que el 5 de abril de 1818 
cubrió de gloria a nuestro ejército i selló, puede decirse, la in- 
dependencia de la patria. 

» Mientras tanto, estrafíos acontecimientos tenían lugar al 
otro lado de los Andes. Un misterioso proceso se seguía en Men- 
doza a los hermanos don Luis i don Juan José Carrera, i el dia 
8 del mismo mes fueron pasados por las armas. En ese mes 
también fué asesinado Manuel Rodríguez; de suerte que el 
país celebraba a la vez los triunfos de las victoriosas armas de 
San Martin i O'Higgins i devoraba en silencio la triste impre- 
sión que tales acontecimientos le causaban. 

» Rondizzoni no podia tampoco ser indiferente a ellos. Su ca- 
rácter franco i leal le hacia rechazar con indignación toda me- 
dida que no estuviese conforme con los severos principios que 
siempre le guiaron en su conducta. La estrecha amistad, por 
otra parte, que le ligaba con don José Miguel Carrera, le hacia 
mirar con un particular aprecio todo lo que con éste tenia re* 
lacion; así es que aquellos desgraciados sucesos lastimaron su 
alma profundamente, i se formó desde entonces la resolución 
de separarse del servicio, protestando así contra los actos que, 
por fortuna, si bien empañan, no alcanzan con todo a oscurecer 
los gloriosos hechos de O'Higgins i San Martin, a quienes la 
historia supone alguna participación en ellos. 

»Con efecto, a principios del siguiente mes de mayo, Ron- 
dizzoni elevó su renuncia que al principio no le fué aceptada, 
pero que lo fué después mediante sus reiteradas instancias, 
concediéndosele con fecha 6 su retiro absoluto con goce de 
fuero i uso de uniforme. 

»Eaemigo de tomar parte en las contiendas civiles, se retiró 
entonces a un fundo de campo donde permaneció estraño a todas 
las influencias de partido que ya principiaban, por desgracia, a 
mezclarse con los importantes acontecimientos que estaban 
decidiendo de la suerte futura de la patria. 



— 421 — 

>En 1823 recibió en su retiro una carta del Director O'Hig- 
gine, en la que le invitaba a tomar parte de nuevo en el ser- 
vicio. Rondizzoni vino a verle, pero teniendo noticias del 
pronunciamiento de Freiré en el sur, del estado de alarma que 
se manifestaba en todo el pais, i del profundo disgusto que 
reinaba en el vecindario de la capital por la política estrecha i 
tirante del Gobierno, no aceptó las ofertas que aquél le hizo, i 
aun con su natural franqueza aconsejó al mismo Director que 
abandonase el timón de los negocios públicos. 

Poco tiempo después tuvo lugar la deposición de O'Higgins, 
ese acto de abnegación i civismo que ha elevado a tanta .altura 
al héroe de Rancagua. Rondizzoni asistió al lugar donde los 
mas respetables vecinos de Santiago celebraron Cabildo abierto 
i donde se trataba de obligar al Director que abdicase. Los que 
presidian la reunión le instaron para que formase parte de la 
comisión que debia significar al jefe del Estado los deseos de 
los pueblos, i no obstante su resistencia fundada en el prece- 
dente que, hemos enunciado, tuvo al fin que aceptar i se dirijió 
en efecto al cuartel de San Agustín, en que se hallaba O'Hig- 
gins, el cual dio por respuesta que él mismo se presentaría al 
lugar de la reunión, como en efecto lo hizo. 

» Desde esa época, Rondizzoni volvió al servicio activo, ha- 
biéndose hecho cargo el mismo dia de la deposición, de algu- 
nas fuerzas que se hallaban en San Diego, i pasando después 
al batallón núm. 7 de Concepción. 

>De su hoja de servicios tomamos los siguientes apuntes re- 
lativos a los que prestó después hasta 1829: dice así: «Hizo la 
campaña del Perú el año de 1823, la de Chiloé el año 1824, i 
se halló en la acción de Mocopulli el 1.° de abril del mismo 
año. Hizo la campaña de Chiloé en 1825 i 1826 i se halló en la 
acción de Bella Vista, el 14 de enero de 1826. Hizo la campaña 
de San Fernando i se halló en el tiroteo de la plaza de Santia- 
go en junio de 1829 contra el escuadrón de Coraceros subleva- 
dos, cuyo movimiento revolucionario fué sofocado por la fuer- 
za de su mando con la toma del cuartel de San Pablo.» 

c Durante este tiempo i en premio de los servicios prestados, 
ascendió sucesivamente a los empleos de teniente coronel, co- 
ronel graduado i coronel efectivo, cuyo último cargo se le con- 



— 423 — 

firió por Decreto Supremo de 19 de febrero de 1825, habien 
dosele nonbrado el afio anterior miembro de la Lejion de Mé- 
rito de Chile. 

»Como el último de loe hechos de armas anotado en la parte 
de la hoja de servicios que acaba de trascribirse fué de una 
grave importancia para la paz i tranquilidad ulteriores de la 
República, referiremos a la lijera algunos de sus detalles en lo 
que conciernen al coronel Rondizzoni, quien como se dice en 
dicha hoja de servicios, c sofocó el movimiento revolucionario 
con la fuerza de su mando con la toma del cuartel de San 
Pablo. » 

»Si ese atrevido golpe, conocido con el nombre de la revolu- 
ción de los inválidos, hubiera tenido el éxito que con él se pro- 
pusieron sus promotores, ó realizándolo siquiera en parte, aca- 
so el prudente i humano jeneral Pinto, que entonces estaba 
como vicepresidente a la cabeza del Gobierno, habría sido una 
de las primeras víctimas, envolviendo al país con esta desgra- 
cia en nuevos desórdenes funestos siempre a su desarrollo i 
progreso i manchando la historia de la República con un feo 
tizne. 

» Sabido es que. una de las faltas que pueden imputarse al 
Gobierno del jeneral Pinto fué su debilidad i excesiva condes- 
cendencia que alentaron a los perturbadores del orden público 
en sus pretensiones de mando. Esa generosidad, si bien enzalza 
al individuo particular que la ejerce i da testimonio de sus 
buenos i humanitarios sentimientos, es muchas veces en polí- 
tica una falta grave cuyas consecuencias se hacen sentir a ve- 
ces sobre el mismo que la ejercita. Tras la debilidad viene casi 
siempre la necesidad de las represiones violentas i estrepito- 
sas que ensangrientan los partidos políticos, haciendo después 
imposible su reconciliación. Guardar el justo medio entre estre- 
ñios tan opuestos i peligrosos debe ser el constante anhelo de 
los que gobiernan. 

>E1 jeneral Pinto, a la época a que nos referimos, esto es, 
en el año de 1829, habia promulgado un decreto de amnistía 
jeneral para todos los procesados i perseguidos por delitos polí- 
ticos, no obstante las frecuentes tentativas de rebelión que ha. 
bian agobiado su Gobierno. Los Coraceros que tomaron parte 



— 428 — 

activa en la revolución de los inválidos eran los mismos a quie- 
nes un año antes se les habia vuelto sus honores e insignias 
de que, por faltas anteriores, habian sido privados. 

»En la noche del 5 de junio, hallándose el coronel Bondin- 
zzoni de visita en una casa particular, recibió del Vicepresi- 
dente Pinto una esquela en que simplemente decía: «Mi ami- 
go, es preciso estar con cuidado: duerma Ud. en su cuartel esta 
noche. » 

»No acostumbrado aquel jefe a este laconismo de parte de 
Pinto, con quien mantenia estrechas relaciones de amistad, se 
fué en el acto a verlo a la casa de Gobierno donde se encon- 
traba. Preguntándole los motivos que tenia para hacerle aque- 
lla advertencia, el Viee-Presidente le contestó que al Ministro 
de Hacienda don Francisco Ruiz Tagle se le habia denunciado 
un movimiento revolucionario que debia tener lugar esa noche, 
i que aunque habia siempre denuncios de esta especie, conve- 
nia, sin embargo, no despreciarlos i estar sobre aviso. Aseguróle 
Rondizzoni que acaso nada podia temerse, puesto que don 
Gregorio Amunátegui, mayor de artillería, i don Eduardo Wi- 
taker, comandante de Coraceros, interrogados poco antes acerca 
de la fidelidad de sus respectivos cuerpos, habian dado plenas 
seguridades a su respecto. Con todo, Rondizzoni no despreció 
el aviso, e inmediatamente fué a verse con los citados jefes a 
quienes recomendó la mas estricta vijilanqia, retirándose des- 
pués al convento de San Agustín, lugar en que se hallaba el 
batallón Concepción, antes núm. 7, que estaba a su mando. Allí 
dispuso que la mitad de la tropa, durante la noche, permane- 
ciese sobre las armas, mientras la otra mitad descansaba alter- 
nándose en esta operación. 

> A la media noche, el Ministro de Hacienda Tagle, dando 
quizas crédito a una falsa alarma, notició a Rondizzoni que el 
cuartel de San Pablo, donde estaban los Coraceros, habia sido 
asaltado; pero pronto se supo por un ayudante, que en el acto 
despachó a aquel punto, que todo aun se hallaba tranquilo. 

»A la madrugada del dia 6 paseándose Rondizzoni por la 
plazuela de San Agustín, i esperando algún resultado del de- 
nuncio de la noche, sintió bulla i ruido de jentes en confusión 
por el lado de la plaza de armas, a la cual despachó en el acto 



— 424 — 

otro ayudante, quien regresó refiriéndole que babia allí alguna 
tropa de coraceros que gritaban t muera Pinto, » i proferían 
otras voces de sedición. Dispuso en consecuencia que el sar- 
j ento mayor Larrivera se dirijiese a la plaza al mando de dos 
compañías, ínterin se preparaba el resto del batallón. Al llegar 
Larrivera a la plaza encontró que la tropa amotinada estaba 
forzando i tratando de romper las puertas de palacio; i hacien- 
do sobre ella una descarga, la puso en fuga obligándola a aban- 
donar por el momento el lugar que atacaban. En esos instan- 
tes llegó también el coronel Rondizzoni con el reeto de su 
fuerza, i apoyando la espalda de ella sobre el lado oriente de la 
plaza, i ayudado por las otras dos compañías que ocupaban la 
parte norte, hizo una descarga sobre los coraceros amotinados, 
que, rehechos ya de su reciente descalabro, volvían de nuevo 
a la plaza para continuar sus esfuerzos i trabar la lucha. Recha- 
zados por segunda vez, los sublevados se retiraron, encerrán- 
dose en el cuartel de San Pablo para continuar la resistencia. 

» Conjurado por el momento el serio peligro que amenazaba 
al Vice -Presidente, Rondizzoni hizo abrir la puerta de la casa 
de Gobierno al sarjento mayor Cofre, que entonces comandaba 
la guardia de ella, i encontró a Pinto, que en unión del apre- 
ciable i conocido español don Vicente Meler Lanosa se paseaba 
en el interior de los aposentos. 

>A1 ver a Rondizzoni esclamó el jeneral Pinto: «Ya conocía 
que era Ud. coronel, quien venia a salvarnos.» El mismo jene- 
ral, a instancia de Rondizzoni, dirijió la palabra a la tropa, 
dándole las gracias por su valor i buen comportamiento, i 
exhortándola a continuar por el mismo camino en cumpli- 
miento de sus deberes. 

Reunióse en seguida una junta de guerra a la cual asistieron 
los principales jefes de la guarnición, con el fin de determinar 
las medidas que mas convendría adoptar en vista de las circuns- 
tancias. En esos momentos llegó el Comandante de armas (que 
lo era accidentalmente) don Francisco Elizalde, con quien 
Rondizzoni, algún tiempo atrás, habia tenido lo que vulgar- 
mente se llama un lance de honor, El Comandante de armas 
quiso aprovechar la oportunidad que se le presentaba para 
reprochar a Rondizzoni su falta de cumplimiento a lasprescrip- 



— 425 — 

ciones de la Ordenanza, pues no le había pasado el respectivo 
parte de aquella ocurrencia; pero el coronel le contestó con 
caima i sin afectación: «Señor Comandante, el mejor parte es el 
silbido de las balas: quien no las teme, las oye desde luego i 
desde cerca.» 

» Resolvióse en la junta que Rondizzoni al mando de toda la 
fuerza existente, marchase a atacar el cuartel de San Pablo lo 
que en efecto se hizo, llevando consigo dos piezas de artillería 
que mientras se deliberaba habia mandado conducir a la plaza, 
como igualmente algunos pertrechos de guerra sacados de la an- 
tigua casa de pólvora, sita entonces en el barrio de la Chimba. 

» Algunos de los amotinados ocuparon la torre de la Iglesia 
sobre la cual se hicieron varias descargas de fusilería que no 
produjeron resultado favorable. Entonces el coronel Rondiz- 
zoni se colocó al frente de la puerta principal del cuartel que 
en pocos momentos hizo volar a metrallazos, i encargó al coro- 
nel Tupper que al mando de un escuadrón de policía conocido 
con el nombre de «los padrecitos», i otros dos escuadrones de 
milicia de la campaña (Ñufíoa i Renca) se apostasen en la parte 
norte, entre el cuartel i el rio, a fin de impedir por ese lado la 
.fuga. Rondizzoni sin nuevos obstáculos entró al cuartel, pero 
ya habia sido abandonado por los insurrectos que, desalentados 
i temiendo justamente las mayores fuerzas con que se les ame- 
nazaba, habían emprendido la fuga sin que el coronel Tupper 
hubiera podido impedírsela. Al encontrarse nuevamente con 
Rondizzoni i preguntándole "éste el motivo de aquel suceso, 
Tupper, encojiéndose de hombros, le contestó qué quiere Ud., 
«se me fueron los verdes i los colorados i solo me he quedado 
con los azules», refiriéndose al color de los ponchos o mantas 
que respectivamente llevaban los cuerpos de su mando, de los 
cuales solo los padrecitos o azules habían permanecido firmes 
en su puesto. 

«Los amotinados fueron después perseguidos, i conseguida 
la tranquilidad con la estincion de aquel motín que tan seria- 
mente amenazó la paz pública i la existencia del jeneral Pinto, 
éste dio las gracias a Rondizzoni por su buen desempeño, decla- 
rando en repetidas ocasiones deberle la vida que le salvó de un 
inminente peligro. 



— 426 — 

»E1 periódico titulado El Verdadero Liberal, que se publi- 
caba a la sazón en Santiago, dio cuenta de este hecho de armas 
e hizo de Rondizzoni encarecidos elojios (1). 

> Sucesos posteriores que cambiaron el personal de la admi- 
nistración i que tan violentamente ajitaron lo que podemos 
llamar la infancia de la República, vinieron todavía a poner a 
prueba la lealtad i valor nunca desmentidos del coronel Ron- 
dizzoni. Defensor del orden constitucional i del gobierno lejí- 
timo del país, desempeñó con valor i enerjía el puesto que le 
señaló el deber en la acción de Ochagavfa, memorable en los 
fastos de la historia patria, tanto por los manejos reprobados 
que quizas por primera vez en Chile se ponían en juego para 
hacer cambiar la suerte de las armas, como por los resultados 
que ella produjo en la marcha posterior de los sucesos poli- 
ticos. 

»En la madrugada del dia 14 de diciembre de 1829, el estam- 
pido del cañón anunciaba en el campo de Ochagavía un nuevo 
episodio de nuestra borrascosa existencia política. El jeneral 
Prieto, sublevado con el ejército del sur que estaba a sus órde- 
nes, venia a disputar con la fuerza de las armas el mando 
supremo de la nación; el jeneral Lastra le salía al encuentro en 
defensa del orden i de la constitución, que el año antes había 
sido promulgada i jurada por los pueblos. La fuerza de los 
revolucionarios era poco mas o menos igual en número a la de 
los constitucionales, con la diferencia de que por parte de éstos 



(1) «El señor don Federico Errázuriz, en su interesante obra titulada 
«Chile bajo el imperio de la Constitución de 1828» difiere de nuestro 
relato, respecto a la revolución de los inválidos, en algunos detalles. 
Supone aquel autor que el Comandante de Armas don Francisco Elizalde 
fué quien dirijió el ataque contra los sublevados en el cuartel de San 
Pablo; pero de la hoja de servicios del jeneral Rondizzoni, en la parte 
que hemos trascrito aparece que fué éste el que • sofocó el movimiento 
revolucionario con la fuerza de su mando, con la toma del cuartel de San 
Pablo», según las espresiones de dicha hoja de servicios. Ademas, e{ 
mismo jeneral Rondizzoni nos ha referido^este episodio de su carrera mi- 
litar, i protestamos haberlo trascrito casi con los mismos términos con 
que nos lo ha comunicado.» 



— 427 — 

estaba la ventaja en cuanto a la pericia* militar, tanto de la 
tropa como de los jefes, entre los cuales se hallaba Rondizzoni 
como comandante del batallón uúm. 7 de Concepción. 

»Los revolucionarios, sin embargo, contaban con lina caba- 
llería muí superior a la de sus contrarios, mandada ademas por 
el valiente coronel Búlnes. Trabada la lucha, tocó a Rondizzo- 
ni sostener todo el ímpetu de la caballería enemiga que atacó 
su batallón, consiguiendo hacerla retroceder i pronunciarse la 
victoria en favor de los constitucionales. 

> Cuando el fuego cesó i era evidente la derrota de los revo- 
lucionarios, el jeneral Prieto se presentó al coronel Rondizzoni 
suplicándole lo hiciese conducir a la presencia de Lastra con 
quien deseaba hablar. Así se hizo en efecto, i so protesto de 
conferenciar sobre un arreglo definitivo de la cuestión pen- 
diente. 

i Prieto invitó a Lastra a que pasase a las casas de Ochaga. 
vía a donde lo siguió éste acompañado del coronel Viel i algu- 
nos ayudantes de su ejército. Llegados allí, los revolucionarios 
que tenian cercadas las casas con casi todas sus fuerzas, mani- 
festaron en toda su desnudez el plan poco honroso que habían 
concebido para hacer cambiar la suerte de las armas. Encerra- 
dos los oficiales i jefes del ejército vencedor, los vencidos los 
declararon prisioneros i les hicieron entregar sus espadas, con- 
trastando con la acción de Lastra que poco antes había hecho 
devolver las suyas a lo» oficiales vencidos en leal pelea. 

»Prieto consiguió también arrancar de Lastra una orden 
escrita a lápiz i dirijida al coronel Rondizzoni (la que este con- 
serva aun orijinal en su poder) en la que dice lo siguiente: «El 
c coronel Rondizzoni hará venir aquí al campamento del jene- 
c ral Prieto la tropa i oficiales pertenecientes a su división. — 
c Lastra.* 

»Al recibir esta orden, Rondizzoni, i al notarla irregularidad 
del procedimiento, comprendió en el acto que aquella era una 
indigna trama, i sin vacilar contestó al portador de la misma 
orden que él no la obedecía, i que si en el término de cinco 
minutos no salian de las casas los jefes i oficiales que habían 
sido conducidos por una intriga, iría a atacarlas inmediata- 



— 428 — 

mente, para cuyo efecto había dado ya la* órdenes necesa- 
rias (1). 

»E1 ardid de los revolucionarios, si bien fué frustrado en 
parte por la previsión de Rondizzoni, los colocó sin embargo en 
en una posición mas ventajosa, firmándose un armisticio de 48 
horas, dentro de las cuales se llevó también a efecto un Tratado, 
conocido con el nombre del lugar donde se celebró, por conse- 
cuencia del cual el jeneral Freiré quedó a cargo de ambos ejér- 
citos. Ese tratado hijo de la mala fé, tuvo por consecuencia 
precisa su infracción e inobservancia por parte de Prieto. 

»Sospechándolo así Rondizzoni, hizo presente a Freiré la con- 
veniencia de que todo el ejército constitucional pasase a ocupar 
a Quillota, no solo para mantenerlo unido en un lugar inme- 
diato a la capital, sino también para sustraerlo a las influencias 
del oro de que disponía en gran abundancia el partido contra- 
rio. Esta medida, aprobada por una junta de guerra secreta, a 
que también asistieron los jeneral es Pinto i Borgofio, se llevó a 
efecto, encargándose Rondizzoni del mando de toda la fuerza 
que consistía en los batallones Concepción, de que él era coman- 
dante, i los de Pudeto i Chacabuco, al mando respectivo del sar- 
jen to mayor Várela i comandante Castillo. El segundo de estos 
batallones se envió a San Felipe, luego de haber llegado a Qui- 
llota. 

» Mientras tanto el jeneral Prieto, que habia estado eludiendo 
el cumplir por su parte con los tratados, dirijió a Rondizzoni 
una carta en que le decia, que estaba en su mano el evitar nue- 
vas desgracias, i le invitaba a que se entregase con las fuerzas 
que estaban a su mando, prometiéndoles todas las seguridades 



(1) £1 señor Errázuriz en el capítulo 6.° de su obra ya citada supone 
que la orden aludida se dirijió al coronel Tupper i que éste dio la contes- 
tación que se ve trascrita en la páj. 166 de dicha obra. Pero este aserto no 
es exacto. Así se comprueba en primer lagar por el contesto de la orden 
misma que hemos copiado i que existe orijinal en poder del jeneral Ron- 
dizzoni, i en segundo lugar, porque ausente del campamento el jeneral 
Lastra, Rondizzoni era el jefe mas antiguo que allí quedaba, hallándose 
por lo tanto el coronel Tupper bajo sus órdenes i siendo a aquél 1 no a 
éste a quien en tales circunstancias incumbía adoptar resoluciones de 
tamaña importancia. 



— 429 — 

posibles: i por una posdata, que firmaba don Agustín Vial San- 
telices, se constituía éste garante de tales promesas. La contes- 
tación, como era natural, se limitó a rechazar aquellos ofreci- 
mientos como indignos, a echar en cara su falta de fé a quien 
los hacia, espresando ademas que aquella cuestión no tenia otra 
solución que la que dieran las armas en el campo de batalla. 
Esta contestación fué publicada en El Mercurio de Valparaíso 
de aquella época. 

>A1 fin, lo que se temia se realizó en toda su estension. Freiré 
burlado i engañado, tuvo que abandonar la capital, lo que puso 
en conocimiento de Rondizzoni por medio de una carta; pero 
sin indicarle siquiera el lugar adonde Be había dirijido. 

»E1 coronel en el acto hizo venir al Pudeto de Aconcagua, i 
ordenó que el sarjento mayor Toro, al mando de dos compañías 
de preferencia, fuese a tomar posesión de Valparaíso, donde se 
hallaba de Gobernador don José María Benavente. 

>En vísperas de ejecutarse esta orden, se presentó Freiré en 
Quillota. El plan que Rondizzoni se proponía, i que aquel apro- 
bó, era aprovechar los elementos favorables con que contaba en 
Valparaíso, i dirijirse en seguida a Concepción para organizar 
nuevas fuerzas i hacer cumplir lo pactado. Este plan sin duda 
había surtido todos los efectos que se deseaban, pues Concep- 
ción era el punto en que podía con mas facilidad formarse una 
división respetable, atendida la favorable disposición en que se 
hallaba aquella provincia. Pero Freiré cediendo auna fatal alu- 
cinación, i acaso a sugestiones que venían del enemigo, i que 
esplotaban su credulidad i buena fe, dio un jiro opuesto a la di- 
rección de las tropas, haciéndolas embarcarse para Coquimbo, 
donde, decía, era necesario restablecer el orden que se había 
perturbado. Rondizzoni se ofreció a ir él con este objeto con 
una pequeña fuerza, pero todo fué en vano. 

Llegado el ejército a Coquimbo, hubo un pequeño encuentro 
con las fuerzas que allí imperaban, mandadas por don N. Uriar- 
te, las cuales fueron derrotadas. 

>Freire esperaba siempre los pronunciamientos favorables de 
Santiago, hasta que Rondizzoni, por conducto del comodoro in- 
gles Benghan, recibió una carta del cónsul francés Laforet, en 
que le comunicaba que Prieto había comprado la Colocólo de 



— 480 — 

la casa de Lesica, i se tenia el proyecto de impedirles la salida 
de Coquimbo. 

'Esta carta alarmó a Freiré, i al fin adoptó el partido que 
tantas veces se le habia aconsejado antes, saliendo con el ejér- 
cito de aquel puerto en dirección al Sur. 

>La travesía fué penosa i de pésimos augurios. La barca Jua- 
na Pastora, en que iba una parte de la fuerza, fué apresada por 
la Colocólo. Freiré al entrar a Constitución, estuvo a punto de 
perecer, i Rondizzoni que iba en el bergantín Olifante, se vio 
obligado a entrar al puerto de Navidad, de la provincia de Col- 
chagua, de cuyo punto se dirijió por tierra hasta Constitución. 
Reunidas las fuerzas en aquel punto, se mandó orden al coro- 
nel Vie! para que suspendiese el sitio de Chillan que sostenía a 
la sazón, i así se hizo, viniendo también a reunirse con Freiré. 

»En seguida, toda la división se dirijió a Cauquénes, donde 
permaneció algunos dias, emprendiendo después la marcha 
hacia el lugar denominado el Barco de Prado, cerca del Maule, 
habiendo antes reunido a la división el batallón cívico de Tal- 
ca al mando del sarjento mayor Mardones, como también el 
coronel Barnachea a quien se esperaba con algunos indios. 

>E1 dia 15 de abril (1830) toda la fuerza pasó a ocupar a 
Talca. En la noche un espía, de toda la confianza de Rondi- 
zzoni i que habia prestado mui buenos servicios, vino a anun- 
ciarle que el ejército de Prieto (que desde la capital se habia 
dirijido al sur, desde que se tuvo noticia de la llegada de Frei- 
ré) estaba en movimiento, i al parecer, intentaba marchar sobre 
la ciudad. 

» Siendo necesario tomar una posición ventajosa, pues ya 
parecía acercarse el momento del combate, Freiré i Rondizzo- 
ni salieron a reconocer el campo, conviniendo en que el ejér- 
cito ocupase un lugar cuasi ¿n los suburbios de la ciudad. La 
opinión del segundo era que de ningún modo convenia ir a 
atacar al enemigo en el lugar en que éste se hallaba, por la 
sencilla razón de que sus fuerzas eran mucho mas numerosas, 
i aun cuando tenia bastantes reclutas, éstos, sin embargo, va- 
lían tanto como los soldados veteranos para manejar bu fusil 
a pié firme. Debían, pues, permanecer en las posiciones oleji- 



— 481 — 

das, donde con mayor ventaja podía resistirse al enemigo, en 
caso de un ataque. 

»Se sabia ademas que Uñarte, el mismo a quien Freiré ha- 
bía tenido que batir a su arribo a Coquimbo, estaba pronun- 
ciado a su favor, i se preparaba para marchar sobre la capital. 
Prieto se vería entonces en la necesidad de ir a socorrer aquel 
punto importante, i en tal caso, el ejército constitucional, sin 
dar una batalla decisiva, podría picarle la retaguardia i causar- 
le daños de consideración hasta que se presentara una circuns- 
tancia favorable. Freiré convino en la exactitud i verdad de 
estas observaciones, i quedó de sujetar a ellas sus disposi- 
ciones. 

»Con efecto, se ocupó la posición ventajosa que se había 
elejido. Llegado el dia 17, en que tuvo lugar la batalla, Freiré 
ordenó a Viel, al parecer con el objeto de observar los movi- 
mientos del enemigo, que se situase en una llanura inmediata, 
lo que éste ejecutó. Mas tarde por medio de un ayudante, or- 
denó también a Rondizzoni que marchara con toda la fuerza 
al punto donde se hallaba, que era el mismo lugar ocupado por 
la caballería, disposición que causó un profundo disgusto i que 
fué unánimemente reprobada por todos los jefes, puesto que 
al parecer sin motivo ninguno se abandonaba una posición 
ventajosa i eetratéjica. 

»La orden se obedeció, sin embargo, e interpelado Freiré 
acerca de la causa de un cambio en las disposiciones conveni- 
das, contestó que Prieto iba a retirarse pasando por Lircai. 
Rondizzoni le hizo observar que tal retirada no podía efec- 
tuarse, porque el enemigo tendría que atravesar los desfilade- 
ros de aquel rio a presencia i con peligro de ser atacado por 
las fuerzas contitucionales, i habría sido mas natural que aquel 
movimiento lo hubiese efectuado en la noche anterior. 

» Mientras tanto las fuerzas de Prieto, por un movimiento 
rápido i describiendo una curva, fueron a ocupar las mismas 
posesiones que el ejército constitucional acababa de dejar. 

» Dispuso entonces el jeneral Freiré que se atacase el ene- 
migo; pero antes que esta orden alcanzase a ser obedecida, i 
en circunstancias que se desplegaba la línea para el ataque, 



— 482 — 

dio nueva orden de retirada. Al obedecer esta disposición, 
Rondizzoni, separándose de la fuerza de su mando, se dirijió 
al jeneral preguntándole cuál era su intención, i le contestó 
éste que era necesario ir a ocupar el lugar que a su vez habia 
abandonado la fuerza de Prieto. Rondizzoni no conocía ese lu- 
gar, i aun cuando por el desacierto de las disposiciones ante- 
riores presumía ya que este fuera un nuevo error, obedeció, 
sin embargo, i la división ocupó en efecto el lugar indicado. 
En vista de las desventajas que ofrecía, pues para el caso de 
una derrota el Lircai i sus desfiladeros oponían inconvenientes 
casi insuperables a la retirada, Rondizzoni volvió a hacer ob- 
servar a Freiré que aquella no era una posición estratégica; 
pero que lo fuera o nó, el momento de batirse hasta vencer o 
morir habia llegado, no quedando otro recurso en aquella al- 
ternativa. A esta observación contestó el jeneral con estas es- 
presiones: «Pues, coronel, aquí debemos echar el resto». 

>Así era en efecto. 

» Con vínose entonces que la infantería, al mando de Rondi- 
zzoni, formase en columnas, i sin disparar un tiro, marchase a 
la bayoneta calada hacia la fuerza enemiga, en los momentos 
en que ésta desplegase su línea para el ataque. 

»Pero, para efectuar este movimiento con buen éxito, era 
necesario contener el ímpetu de la caballería contraria, a fin de 
que no arrollase a la infantería que operaba en un llano des- 
ventajoso para ella i mui favorable a la primera. Freiré pro- 
metió que así se haria. 

En tal confianza, i con la persuasión de que el soldado chi- 
leno es siempre propio para un movimiento atrevido, Rondiz- 
zoni se preparaba a efectuarlo, cuando se le presentó el capitán 
Freiré, sobrino del jeneral, diciéndole que éste habia ya ataca- 
do a la caballería enemiga i que la rechazaba. Comprendió el 
coronel que aquel era el momento oportuno para cargar, i así lo 
mandó, llevando a su izquierda el batallón Pudeto, al centro el 
Concepción i a su derecha el Chacabuco; habiendo antes para 
inspirar mas confianza i valor a la tropa, hecho que su asisten- 
te retirase el caballo que montaba. 

»En los momentos en que la infantería marchaba a paso de 
carga, la caballería del ejército constitucional era rechazada, 



— 488 — 

pues el comandante Luna que mandaba un escuadrón de Prie- 
to, situado a retaguardia de ia derecha de su división, h^bia 
cargado sobre la izquierda de aquella, haciéndola volver preci- 
pitadamente. 

»La infantería, sin embargo, se sostuvo durante algún tiem- 
po alentada por el valor de su jefe, i disputó con denuedo el 
triunfo del enemigo; pero casi envuelto por éste, débiles e inde- 
fensos sus flancos i sufriendo un mortífero fuego de artillería i 
fusilería, tuvo que ceder. 

» Rondizzoni al principio del ataque, recibió una herida con- 
tusa de bala en el pecho, i otra en el vacío. A su lado murie- 
ron sus dos ayudantes, don Fernando Castro i don Domingo 
Gazmuri, cuya pérdida ha lamentado tantas veces. 

» Perdida la esperanza de la victoria, la dispersión del ejérci- 
to constitucional fué completa. Tristes i sangrientas escenas se 
sucedieron, sobre las cuales vale mas echar el velo del olvido. 
Lia condición de estranjeros era lo que mas excitaba la animo- 
sidad del vencedor, i el valiente Tupper debió a esto su desas- 
trosa muerte. Rondizzoni hubiera también sido víctima por 
igual circunstancia; pero debió su salvación a su serenidad i 
presencia de ánimo. 

» Fatigado i casi exánime por las heridas que recibió, logró 
atravesar el Lircai en un caballo que le proporcionó un músico 
de su batallón, llamado Galindo. Miraba a Tupper marchar de- 
lante, cuando de pronto se sintió a su espalda el galope de un 
caballo que parecía acercarse. Rondizzoni volvió la cara i vio 
a un cazador que le apuntaba con su carabina, profiriendo pa- 
labras amenazadoras. Se creyó perdido; pero su ánimo sereno 
le sujirió el medio de salvarse. Encarándose al soldado le dijo: 
c ¡Cazador! que ¿no me conoces? Soi de los tuyos!» El cazador 
creyéndolo, retiró la carabina, i se ausentó sin hacer observación 
ninguna. 

» Oculto durante la noche en las quebradas i ondulaciones 
del terreno, a cada instante temia ser sorprendido por las par- 
tidas enemigas que se cruzaban en todas direcciones, en perse- 
cución de los f ujitivos. Disfrazado de huaso, pudo al fin en la 
noche siguiente dirijirse a Talca, a cuya ciudad entró en los 

momentos en que las músicas resonaban por las calles i las 
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— 484 — 

campanas de las iglesias se echaban a vuelo, celebrando el 
triunfo de los contrarios. La casa i la jenerosidad del señor don 
Manuel Donoso, le sirvieron allí de seguro asilo; hasta que 
convencido de que nada podía esperar ya en esta patria adop- 
tiva por la que tanto había sufrido, adoptó la resolución de 
marcharse al estranjero. 

»La fragata francesa Duraneia lo condujo al Perú, i des- 
pues de permanecer alga a tiempo en esta República, pasó a 
la del Salvador, en Centro América, donde dedicado esclusiva- 
mente a sus negocios particulares, nunca quiso tomar parte 
en los frecuentes disturbios que han ajitado a aquellos países, 
no obstante que sus servicios fueron solicitados con empeño. 
» Chile, mientras tanto, avanzaba rápidamente en el camino 
dt*l progreso i en el de la estabilidad de sus instituciones. La 
mano hábil i diestra del Ministro Portales dirijia el timón del 
Estado, i mediante sus oportunas i acertadas disposiciones ad- 
ministrativas, el pais había aceptado i lejitimado/por decirlo asi, 
un gobierno cuyo oríjen arrancaba de una revolución militar. 
»E1 mismo Portales, amigo decidido de Rondizzoni, cuyas 
buenas prendas conocía, escribió a éste en su destierro, invi- 
tándolo a que volviese a la patria. Esta invitación fué aceptada 
i Rondizzoni volvió en efecto en 1840, habiendo sido restituido 
a sus honores i empleos por decreto supremo del año anterior. 
> Desde aquella época desempeñó los cargos i empleos que 
indica su hoja de servicios, de la cual copiamos lo siguiente: 

«Gobernador político i militar del puerto de Constitución, 
por decreto supremo de 12 de abril de 1842. 

» Gobernador del puerto de Talcahuano, por supremo decreto 
de 29 de agosto de 1849. 

t Ministro especial de la Corte de Apelaciones de Concepción 
para la Sala Marcial, por decreto supremo de 4 de setiembre de 
1849. 

«Fué nombrado jefe del Estado Mayor del Ejército Nacio- 
nal, por decreto supremo de 20 de setiembre de 1851. 

«Intendente de la provincia de Concepción, por decreto su- 
premo de 18 de diciembre de 1851. 

«Intendente de la provincia de Chiloé, por decreto supremo 
de 3 de enero de 1853. 



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t Intendente de la provincia del Nuble, por decreto supremo 
de 22 de octubre de 1855. 

>E1 año anterior, esto es, el 19 de julio de 1854, fué nom- 
brado jeneral de brigada. 

»En este segundo período de la vida política de Rondizzoni 
en Chile, solo se encontró en dos acciones de guerra: en la 
campaña del sur el año 51, como jefe de Estado Mayor, bajo 
las órdenes del jeneral Búlnes, i el año 59, en Concepción, 
cuando, una partida de los que habian hecho armas en la re- 
volución de esa época, atacó a aquella ciudad casi indefensa, 
corriendo entonces grave peligro el orden constitucional, que, 
a pesar de la efervescencia revolucionaria que ajitaba toda la 
República, reinaba allí todavía. 

» Haciendo entonces el jeneral Rondizzoni la vida de cuartel, 
como simple soldado, contrajo la penosa enfermedad que al 
presente lo agobia i que amarga los últimos dias de su exis- 
tencia. 

»E1 resto de este largo período fué empleado en los afanes 
i desvelos anexos a los cargos de gobernador e intendente que 
desempeñó sucesivamente i casi sin interrupción. Si fué va- 
liente i entendido en la guerra, en las labores de la paz fué 
también celoso i entusiasta por el cumplimiento del deber. 

» Largo seria i engorroso el enumerar uno a uno los adelan- 
tos i mojaras introducidos en los departamentos i provincias 
que estuvieron bajo su inmediata dirección. Ellos existen to- 
davía, i en su natural i progresivo desarrollo, seguirán siendo 
testigos elocuentes de cuanto empeño i solicitud fueron objeto 
de parte de su antiguo mandatario i servidor. 

»El puerto de Constitución, lugar de tanta importancia para 
el porvenir de las provincias inmediatas a él, recibió bajo la 
gubernatura de Rondizzoni el primer impulso que ha conver- 
tido a su población en una hermosa i floreciente ciudad. Las 
calles se arreglaron entonces, se creó un fondo i entradas mu- 
nicipales que antes casi no existían, i se atendió, en fin, a mul- 
titud de necesidades no satisfechas aun. 

»Chiloé, esa provincia que encierra velado todavía el flore- 
ciente porvenir de la República, Chiloé que es i será respecto 
a Chile, lo que éste fué i es al presente respecto a la América, 



— 486 — 

« 

es decir, pobre i miserable en su principio, grande i próspera 
después, esa provincia, decimos, mereció del intendente Ron- 
dizzoni todos sus afanes i desvelos. La instrucción pública, las 
instituciones de caridad, los adelantos materiales, todo ese cua- 
dro complejo, en fin, que forma la administración de un pue- 
blo, fueron atendidos i en gran parte satisfechos. 

»La primera memoria que un intendente ha presentado al 
Gobierno acerca de la provincia de Ghiloé, fué hecha por Ron- 
dizzoni, i tanto por esta circunstancia como por su importancia 
misma, ese documento hace alto honor a su autor. 

» Concepción i Nuble se encuentran también en igual caso; 
i a pesar del olvido, ese paño mortuorio que casi siempre cu 
bre la memoria de los servicios recibidos, se hará sentir por 
algún tiempo todavía la influencia benéfica de medidas acerta 
tadas i convenientes que en otro tiempo empleó en su benefi- 
cio el intendente Rondizzoni. 

«Recorriendo, pues, la larga carrera pública de éste, como 
militar i como majistrado, ningún borrón encontramos en ella, 
ni una lijera sombra que la oscurezca. Su conducta funcioua- 
ria i de particular aparece siempre modesta i sin pretensiones! 
pero en cambio brilla pura e inmaculada la conciencia del 
hombre honrado i pundonoroso. 

» ¡Cuántas veces, en los azares de las contiendas políticas, se 
presentaron a Rondizzoni sujestiones i halagos para que tran 
sijiera con sus inalterables principios de lealtad i patriotismo, 
i cuantas también fueron rechazadas con indignación o des 
precio!» 

HOJA DE SERVICIOS 

£1 señor jeneral de brigada don José Rondizzoni, 73 años; 
su pais Parma, en Italia, su salud quebrantada, servicios i cir- 
cunstancias las que se espresaq. 

EMPLB08 

26 de junio de 1817. Sarjento mayor del batallón núm. 2 de 
infantería de línea, 10 meses, 10 dias. 



— 487 — 

6 de mayo de 1818. Licencia absoluta, 4 años, 8 meses i 27 
días. 

3 de febrero de 1 823. Teniente coronel i encargado de la 
Comandancia del batallón núm. 7 de infantería de línea por 
departamento, 1 mes i 10 días. 

15 de setiembre de 1823. Graduado de coronel con la anti- 
güedad de 13 de marzo último, 1 año, 11 meses i 6 dias. 

19 de febrero de 1825. Coronel efectivo, 5 años, 1 mes i 28 
dias. 

17 de abril de 1830. Dado de baja (se abona por la lei de 28 
de setiembre de 1858), 10 afios, 10 meses i 23 dias. 

10 de marzo de 1841. Reincorporado i retirado temporal- 
mente, 1 afio, 1 mes i 2 dias. 

12 de abril de 1842. Gobernador político militar del departa- 
mento de Constitución, 12 afios, 3 meses i 7 dias. 

19 de julio de 1854. Jeneral de brigada de los ejércitos de 
la República, 6 afios, 10 meses i 1 dia. 

20 de mayo de 1861. Se presentó a la Comisión calificando 
sus servicios. 

24 de marzo de 1866. Falleció en Valparaíso. 

Por los servicios prestados en la guerra de la Independencia 
según el tít. 84 art. 16 de la ordenanza, 1 afio, 3 meses i 7 dias. 

Total hasta el 29 de mayo de 1861 en que obtuvo cédula de 
retiro absoluto, 39 afios, 4 meses i 2 dias. 

Se le concedió el abono de antigüedad desde el 6 de mayo 
de 1818 en que se separó del servicio en clase de sarjento ma- 
yor hasta el 3 de febrero de 1823 en que volvió al servicio en 
clase de teniente coronel por decreto supremo de 9 de no- 
viembre de 1825. 

CUERPOS DOBDK HA 8ERVIDO 

En el batallón núm. 2 de infantería de línea, 10 meses i 10 
dias. 

En el batallón núm. 7 de infantería de línea, o sea de Con- 
cepción, 7 afios, 2 meses i 14 dias. 

Separado del servicio cuyo tiempo se le abona, 10 afios, ló 
meses i 23 dias. 



— 488 — 

En el Estado Mayor de Plaza desde el 12 de abril de 1842, 
como Gobernador, Intendente i Ministro de la Corte Marcial, 
19 años, 1 mes i 8 di as. 

Por los abonos espresados anteriormente, 1 año, 3 meses, 7 
dias. 

Total de servicios: 39 años, 4 meses, 2 dias. 

CAMPA$A8 I ACCIONES DE GUERRA. 

Hizo la campaña del Sud de la República en el año 1818, i 
se halló en la sorpresa de Cancha Rayada el 19 de marzo del 
mismo año. Hizo la campaña del Perú en el año 1823 i la 
de Chiloó en el año 1824, encontrándose durante esta última 
en la acción de Mocupulli el l.° de abril del mismo afio. Hizo 
la 2. a campaña a Chiloé en 1825 i 1826, i se encontró en la 
aceion de Bellavista el 14 de enero del último afio citado. Hizo 
la campaña de San Fernando en el año de 1829, i se halló en 
la acción de Santiago el 6 de junio del mismo, contra el escua- 
drón de Coraceros sublevado, cuyo movimiento revolucionario 
fué sofocado por la fuerza de su mando con la toma que hizo 
del cuartel de San Pablo. 

Concurrió a la campaña del Sud en defensa de las autorida- 
des constituidas desde el 20 de setiembre de 1851 hasta el 18 
de diciembre del mismo año, a las órdenes del señor jeneral 
de división don Manuel Búlnes, i se halló en el ataque de los 
Guindos el 19 de noviembre, i en la batalla de Loncomilla el 
8 de diciembre, de que resultó la completa pacificación del sur 
de la República. Se encontró en la acción de Concepción, el 
8 de febrero de 1859, en cuyo dia mandaba en jefe las fuerzas 
de la Nación que atacaron a los montoneros acaudillados por 
Alemparte i otros, i pretendían éstos apoderarse de la ciudad 

COMISIONES I DESTINOS MILITARES QUE HA DESEMPEÑADO 

. El 12 de abril de 1842 fué nombrado gobernador político 
militar del puerto de Constitución. 
El 1 .° de marzo de 1843 fué nombrado comandante en co 



— 489 — 

misión de la brigada de artillería cívica del puerto de Consti- 
tución. 

El 29 de agosto de 1849 fué nombrado gobernador del puer- 
to de Talcahuano. 

El 4 de setiembre de 1849 fué nombrado Ministro de la 
Corte de Apelaciones de Concepción, i el 14 del mismo se .de- 
claró que pertenecía al Estado Mayor de Plaza. 

El 20 de setiembre de 1851 fué nombrado intendente de la 
provincia de Concepción. 

El 3 de enero de. 1863 fué nombrado intendente de la pro- 
vincia de Chiloé. • 

El 22 de octubre de 1855 fué nombrado intendente de la 
provincia de Nuble, en cuya comisión cesó el 23 de diciembre 
de 1857, que volvió a la Corte Marcial de Concepción, destino 
que desempeña hasta el dia. 

Obtuvo cédula de retiro absoluto con residencia en Concep- 
ción, 39 afios, 4 meses i 2 dias.— J. Andrés Gatmuri, teniente 
coronel i primer ayudante de la Inspección Jeneral del Ejército. 

Certifico que la presente hoja de servicios ha sido formada 
con presencia de los documentos legales que la justifican. 
Santiago, mayo 20 de 186 J . — J. Andrés Gassmuri. — V.° B.°. 
— Necochea. 



* 




Coronel 

Don José Antonio Roa 




Coronel 



Don José .Antonio Roa 



La Abnegicion i la Modestia 



Loe rasgos mas distintivos i culminantes del carácter i las 
acciones de los fundadores de la independencia, fueron los de 
la abnegación, el desinterés i la modestia. 

No obstante las tendencias coloniales, de orgullo i predomi- 
nio social, los promotores de la revolución, que pertenecían a 
familias pudientes i meritorias, no hicieron caudal ni de su 
fortuna ni de sus abolengos para figurar con honra en las filas 
del ejército de la Patria. 

Por el contrario, rivalizaron en menosprecio por los grados 
militares i solo aspiraron a servir con valor i heroísmo a la 
causa de la libertad, que era la abolición de todos los pri- 
vilegios. 

Hasta en el desden por los puestos i títulos jerárquicos, nos 
dieron ejemplos dé patriotismo los padres de la República. 

Su única ambición se cifró en la independencia del suelo 
nativo, en el orgullo de la nacionalidad soberana, emancipada 
de la tutela estranjera. 

Para esplicarse este contraste de la educación recibida en el 



— 442 — 

ejemplo tradicional de las costumbres, heredado de abuelos a 
nietos, bastará considerar el largo i penoso período de la domi- 
nación. 

¡Fueron trescientos afios de opresión i servidumbre! 

(Tres siglos de dolor i de yugo humillante i sangriento! 

La aspiración de la libertad debia ser, necesariamente, des- 
pués de tan prolongado tiempo de despotismo inhumano i 
cruel, la primera i mas poderosa de las tendencias de los colo- 
nos, la esperanza de su redención de raza i de engrandecimiento 
del suelo en que habian nacido. 

Comparado aquel atroz período de esclavitud con el que he- 
mos disfrutado de emancipación de nuestro territorio, se siente 
en el alma honda tristeza por los dolores i tormentos soporta- 
dos por nuestros padres i de infinito alivio por la condición de 
dignidad i de libre arbitrio en que nos vemos debido a sus no- 
bles sacrificios. 

Para ellos el lote de la vida fué penoso hasta en la obra de 
redención de su patria i sus destinos futuros, pues tuvieron 
que realizar sacrificios indecibles para alcanzar la independen- 
cia de su suelo i de sus hijos. 

Para obtener la realización de sus grandes ideales de patrio- 
tismo i cultura humana, no omitieron sacrificios, des empeñan- 
do los oficios mas humildes para sellar la soberanía de su na- 
cionalidad. 

Los hombres mas conspicuos de la revolución, hicieron su 
carrera de soldados i de estadistas, de legisladores i de patricios, 
desde los puestos mas modestos hasta alcanzar las mas altas 
dignidades del ejército i del Estado. 

Sus esfuerzos se aunaron para llevar a feliz término su obra 
suprema de emancipación, sin detenerse ante los peligros ni 
ante las emulaciones de la vanidad o del amor propio. 

Así hemos podido admirar a los hombres mas esclarecidos de 
los prolegómenos de nuestra historia de nación, surjiendo por 
medio de los empleos i las comisiones mas modestas, hasta 
legar a la patria bu ansiada libertad. Soldados rasos fueron 
nuestros eminentes jenerales i mariscales. 

Libertadores gloriosos e inmortales fueron nuestros mas 
abnegados ciudadanos. 



— 443 — 

La igualdad de la independencia comenzó en las filas del 
ejército patriota. 

Las recompensas justísimas i lejítimaa, les dieron mas tarde, 
cuando la tarea de la libertad estuvo cumplida, los puestos de 
dignatarios i jefes superiores de la República. 

De entre tantos ilustres patricios, que labraron su propia ca- 
rrera militar i trazaron la historia de la patria con su espada, 
no es honroso rememorar al benemérito coronel don José 
Antonio Roa, que se inició en las armas como soldado volun- 
tario i que coronó su vida con los grados dignos de gloria que 
le conquistó su valor i su heroísmo, su abnegación i su patrio- 
tismo. 



II 



Pertenecia el coronel don José Antonio Roa a una familia 
de antecedentes históricos esclarecidos. 

Deudo i antecesor suyo hábia sido el ilustrlsimo señor obispo 
don José Tomas de Roa, prelado chileno, nacido en hogar na- 
tivo, hermano materno del Excelentísimo señor Duque de San 
Carlos, don José Fermin de Carvajal i Vargas i Alarcon. 

A la estirpe de Roa perteuece numerosa descendencia que 
ha tenido representantes distinguidos en la sociedad chilena i 
en la historia patria, como los Benavente, los Calderón i Gon- 
zález, Palma i Roa, de la ilustre familia del jeneral don Fran- 
cisco Calderón; los González Ibieta; los Vidal i Rodríguez i los 
Riquelme. 

Existe un voluminoso espediente de familia patricia, la del 
apellido Roa i Alarcon i -Cortes Riquelme, que establece la 
larga prole de tan noble alcurnia. 

La familia de Roa es orijinaria de España i fué fundada en 
la ciudad principal de Concepción en el período de la Colonia, 
en la que varios de sus miembros varones desempeñaron car- 
gos administrativos de la mayor jerarquía pública. Uno de los 
mas preclaros de sus antecesores fué el Maestre de Campo don 
Francisco Pascual de Roa, Correjidor, Justicia Mayor i lugar 
teniente de capitán jeneral en 1762, hijo de don Diego de Roa 
i la señora Josefa Moraga. Don Francisco Pascual de Roa casó 



— 444 — 

con la mui noble señora Luisa Alarcon i Cortes, natural como 
él también de Concepción, hija de don Luis de Alarcon Cortee 
i Castillo, penquista, Comisario Jeneral del real ejército de este 
reino, i de doña Juana Riquelme de la Barrera, oriunda de 
Chillan, nido del capitán don Alonso de Alarcon Cortes Al- 
varez i Monroi. 

Del enlace de don Francisco Pascual de Boa i la señora 
Luisa Alarcon i Cortes, provinieron don Francisco de Roa i 
Alarcon i Cortes, alférez de una de las compañías del real ejér- 
cito de Chile; el ilustrísimo obispo del reino, doctor don Tomas 
de Boa i Alarcon i Cortes, don Diego, Claudio, doña Isabel i 
doña Antonia de Roa Alarcon i Cortes. Doña Luisa de Alarcon 
i Cortes fué propietaria de la población del Valle de las Rosas, 
de Concepción. Don Francisco de Boa Alarcon i Cortes, pri- 
mojénito de la familia, fué duque de San Carlos i don Tomas 
de Roa i Alarcon i Cortes, obispo de la Concepción. Doña An- 
tonia de Roa Alarcon i Cortes, casó con don Juan Benavente i 
fueron padres de don Pedro José Benavente i Roa, quien se 
unió con doña Mariana Bustamante Roa i Guzman i fueron 
projenitores de don Diego José Benavente i Bustamante. Doña 
Isabel Benavente i Bustamante se vinculó con don Francisco 
Merino i Bocardo i fueron padres de don Juan de Dios Merino 
Benavente, que desempeñó el elevado cargo de intendente je- 
neral del ejército en el curso de la guerra del Pacifico. Don 
Juan de Dios Merino Benavente se enlazó con la señora doña 
Enriqueta Carvallo i Causten, siendo padres del actual primer 
majistrado de la rica i valiosa provincia de Antofagasta. La 
familia que desciende de los Roa ha sido una de las mas impor- 
tantes de Chile. 

El coronel don José Antonio Roa nació en el pueblo agrí- 
cola de Paillihue, al oriente de la ciudad de los Anjeles, siendo 
sus padres don Francisco de Roa i la señora Carmen Ruiz. 

De la familia Ruiz se han caracterizado varios de sus miem- 
bros, siendo notoria la participación en las campañas de la 
independencia del bravo guerrillero Ensebio Ruiz, que comba- 
tió en los campos de la Araucanía. 

Vino a la vida en las postrimerías de la colonia, en el seno 
de una familia nativa de aquella rejion del sur, habiéndose 



— 445 — 

formado su carácter en las labores del campo i eu las tareas 
inherentes a su condición agraria. 

Sus padres eran agricultores, que vivían daudo esplendor a 
las tierras que habían heredado i desarrollo a la crianza de sus 
ganados, mientras el joven Roa se vigorizaba en el seno de 
aquella opulenta naturaleza. 

Testigo, desde niño, de las primeras campañas por la liber- 
tad, tuvo el impulso jeneroso de consagrarse por entero a la 
carrera de las armas i al ejército patriota. 

Sus padres presagiaban el porvenir de su hijo, que era el 
mayor de la familia, en el cual cifraban todas sus esperanzas 
i aun cuándo eran partidarios de la causa de la independencia, 
no se atrevían a estimular los sentimientos que nacían en su 
alma jeuerosa, por ser muí corta la edad que contaba, pujes en 
la época de la revolución, solo tenia 16 años. 

Pero los acontecimientos resolvieron de un modo diverso la 
suerte del joven Roa, marcando un rumbe, elevado i noble, a 
su juventud i a su deber de chileno. 

Las partidas realistas que cruzaban los valles de la Arauca- 
nía, habian hecho sufrir crueles injusticias a sus padres, que 
eran sencillos i laboriosos labradores de la comarca. 

El joven Roa, que vivía en medio de aquellas llanuras de 
encantadora riqueza vejetal, pudo observar las diferencias de 
la vida libre i los contrastes de la opresión i del dominio 
colonial. 

Entonces se hizo a sí mismo el juramento de servir a su 
patria i a la obra de su independencia. 



III 



Una mañana apareció talada por la caballada realista la mas 
hermosa sementera de trigo de la familia Roa, por el delito de 
ser sus propietarios adictos a la causa de los patriotas. 

Ei joven Roa, herido en sus sentimientos mas profundos 
por tamaña persecución contra sus padres, se propuso poner 
en práctica su resolución de hacerse soldado revolucionario 
para servir a su patria i vengar tan bárbaras injusticias. 



— 446 — 

£1 1.° de enero de 1817, se dirijió sigilosamente a pié hacia 
Concepción, ocultando a sus padres su partida. 

Por senderos estraviados i evitando los peligros que ofrecía 
a su corta edad aquella marcha, recorrió las treinta o mas 
leguas que distaba su pueblo Paillihue de Concepción, presen- 
tándose al ejército patriota i afiliándose como soldado raso 
voluntario. 

El 1.° de marzo de ese año se incorporó en el batallón 3.° 
de línea, cuyo cuartel estaba situado frente a la Plaza de la 
Independencia, en el local que hoi ocupa el Portal de propie- 
dad de don Federico Benavente. 

En aquel sitio se oyó decir muchas veces al teniente coronel 
Roa las siguientes palabras: t En este mismo lugar donde esta- 
mos sentados (jardín de la plaza de la Independencia) hace 50 
años descansaba por momentos de los pesados ejercicios a que 
éramos sometidos los que como yo recien formábamos en las 
filas de un cuerpo de línea.» 

El soldado bisofío, que empuñaba el antiguo fusil de chispa, 
novicio en el manejo de su arma de combate, recibió, dos 
meses después de su ingreso al ejército, su bautismo de fuego, 
en la acción de la Alameda de Concepción, el 5 de mayo de 
1817, bajo las órdenes del jeneral don Juan Gregorio de Las 
Heras. 

Dias mas tarde, haciendo una jornada de treinta leguas, se 
encontró en la toma del puente de Nacimiento, entrada única 
del baluarte inespugnable que los realistas tenían en la Arau- 
canía para hacerse fuertes i resistir el empuje de los patriotas, 
al mando del comandante don José María Cienfuegos. 

La vida militar i de campaña en aquella época difícil i em- 
brionaria, era bien azarosa para el soldado i solo el entusiasmo 
patriótico de que estaban poseídos los independientes, les co- 
municaba fuerzas para emprender jornadas tras jornadas al 
encuentro de las tropas realistas. 

Un mes mas tarde, el bravo joven Boa asistió al asalto del 
Rio Carampangue, en el departamento de Arauco, siendo su 
jefe el comandante don Ramón Freiré. 

Por esta acción, en la que Roa se distinguió por su sobresa- 
liente coraje, obtuvo un escudo de honor, recompensa que en 



— 447 — 

aquella época solo tenían derecho a recibir los que sobrepuja- 
ban en heroicas i temerarias pruebas de guerra. 

Roa solo contaba tres meses de campaña como sodado. 

En el rio Carampangue se lanzó al agua, al pié del estribo 
de su jefe, casi arrastrado por la corriente, batiéndose como un 
león araucano i pasando el primero a la ribera opuesta, frente 
al enemigo que habia jurado esterminar en recuerdo de los 
dolores de su patria i de sus padres. 

IV 

Vencidos los realistas en el rio Carampaugue, el joven Roa 
continuó al sur la persecución i se halló en el tiroteo de Cu- 
pafiue, a quince leguas al suroeste de la ciudad de Arauco. 

Derrotado nuevamente el enemigo, regresó al norte i asistió 
al sitio i entrada del puerto de Talcahuano el 6 de diciembre 
del mismo año. 

Concurrió a todas las escursiones de la provincia de-Concep- 
cion en continuas acciones de guerra. 

Su fuerte era la enerjía i la resistencia en las grandes espe- 
diciones, aparte de su valor singular, heredado de su raza nati- 
va, pues sus músculos parecían tener las fibras de los robles 
de sus bosques seculares. 

Avanzando hacia el norte, llevando en su brazo izquierdo 
la honrosa jineta de cabo 2.°, se encontró en la desastrosa sor- 
presa de Cancha Rayada el 19 de marzo de 1818. 

El cabo Roa fué envuelto con su batallón, como todo el ejér- 
cito patriota en aquella noche triste de la independencia, en 
la que la bravura i el entusiasmo de los soldados i los jefes se 
estrelló contra un enemigo formidable que se aprovechó de las 
sombras para asaltar el campamento. 

Con los restos salvados en tan tremenda sorpresa, Roa se 
incorporó al ejército de la capital, i formando siempre en las 
filas de su batallón» combatió en la gloriosa batalla de Maipú, 
el 5 de abril de 1818, a las órdenes del jeneral San Martin. 

Por esta gloriosa victoria fué condecorado con un nuevo es- 
cudo de honor,, teniendo el joven cabo Roa solo 18 afioa de 
edad. 



— 448 — 

El joven héroe era un soldado niño que cumplía un voto 
del alma por libertar a su patria i a sus padres i veía, por for- 
tuna, realizadas sus nobles aspiraciones. 

Años mas tarde, recorriendo en el ferrocarril del sur el valle 
de Talca, señalaba el coronel Roa la montafiita de Pataguas 
donde se habia batido su batallón en la terrible sorpresa de 
Cancha Rayada. 



Ocupado el centro de la República por el gobierno patriota, 
Roa emprendió la segunda campaña del sur, con el jeneral don 
Antonio González Balcarce. 

La provincia de Concepción atraía sus miradas i su corazón, 
porque allí habia recibido el bautismo de soldado i emprendi- 
do su carrera tan honrosa como hermosa, en sus primeros al- 
bores juveniles. 

En esta nueva campaña se encontró en la acción del rio 
Biobío, donde con un piquete de soldados de su compañía, 
hizo prodijios de valor, hasta pasar por el sacrificio de ente- 
rrarse en la arena a orillas del rio para no ser vistos sus cuer- 
pos del enemigo i sorprenderlo, i como en efecto sucedió, dan- 
do de esta manera la alarma a la división de que formaba 
parte. 

El lugar denominado ia Puntilla eu la actualidad, fué testi- 
go de aquella proeza de tan bravo soldado. 

En 1820 emprendió en Talcahuano la espedicion libertadora 
de Valdivia, a las órdenes del coronel Beauchef i Lord Co- 
chrane. 

Asistió a la toma de la plaza, encontrándose en la acción del 
rio Toro, que fué reñida i sangrienta, en la cual ambos adver- 
sarios se disputaron palmo a palmo la victoria de sus armas. 

El valor manifestado por ambos combatientes fué tan estraor- 
dinario, que quedaron en el campo de batalla atravesados 
unos con otros con sus respectivas bayonetas. 

Se hacían descargas cerradas a boca de jarro, quedando al 
fin el ejército patriota dueño del campo. 



— 449 — 

Por la toma de la plaza de Valdivia i su puerto principal de 
Corral, fué condecorado con un tercer escudo de honor. 

Ascendido al grado de cabo primero de su batallón recibió 
la orden de marchar contra el enemigo al frente de un piquete 
de tropa de su cuerpo, a la vanguardia de la división. 

Llevaba la orden terminante de rendir, en el menor tiempo 
posible, la cadena de fortines situados en la ribera oriente de la 
bahía, del puerto de Corral. 

La misión que se le habia encomendado era por demás difí- 
cil, si se toma eu cuenta que cada fortín tenia su pequeña guar- 
nición de defensa. 

El cabo Roa cumplió dignamente su cometido, silenciando 
todos los fortines i rindiéndolos al grito de «|Viva la Patrial» 
«¡Avancen compañeros!» 

Al llegar el grueso de la división patriota a Corral, el cabo 
Roa, con su heroico piquete de lejionarios, era dueño de una 
linea de fortines. 

Este acto militar honra altamente al joven soldado, en quien 
sus jefes confiaban comisiones tan altas como difíciles. 

Esta campaña debía abrirle la carrera de los honores i las 
jerarquías militares. 

El joven recluta anjelino escalaría los peldaños de los ascen- 
sos merecidos con su valor sin igual i su inteligencia sorpren- 
dente. 

Las penalidades de aquellas campañas del sur fueron infini- 
tas i solo los que han sido soldados pueden valorizar los cruen- 
tos sacrificios que les impuso a los patriotas la independencia 
de la rejion austral. 

Hasta 1820 permaneció en la frontera de su tierra nativa i 
en esta época emprendió la campaña libertadora del Perú. 

Terminada esta empresa tan penosa como prolongada, re- 
gresó al pais en 1823 i emprendió la campaña libertadora de 
Chiloé, encontrándose en la gloriosa acción de Bella- Vista, el 4 
de enero de 1826, a las órdenes del jeneral don José Santiago 
Alduuate. 

Terminada esta campaña contra el ejército español, en 1826, 

se dio por concluida la guerra de la independencia nacional, 
29 



— 450 — 

siendo ascendido el joven Roa al grado de subteniente de línea, 
noblemente ganado i cuya historia la llevaba escrita en su hoja 
de servicios batalla por batalla, victoria por victoria, condeco- 
ración por condecoración. 

En 1832 fué destinado a la campaña de Ultra- Cordillera, 
contra las montoneras realistas de los Pincheiras, a las órdenes 
del jeneral don Manuel Búlnes. 

Hizo igualmente la campaña de UltraBiobío, contra las 
tribus indijenas sublevadas, desde el 9 de diciembre de 1834 
hasta el 1.° de abril de 1835, siendo en este época ayudante 
mayor del ejército espedicionario. 

El 16 de mayo de 1832 había sido ascendido al grado de te- 
niente del ejército. 

En esta campaña se encontró, en los dias 3 i 4 de enero de 
1835, en Renaico i en Gollico, a las órdenes del coronel don 
José Antonio Vidaurre, habiendo contribuido a levantar el 
sitio de dos compañías del Carampangue, en este último lugar, 
rodeadas i en peligro de ser destruidas por una inmensa in- 
diada. 

Ambas compañías no tenian ya recursos de subsistencia i ni 
defensa para salvarse. 

El 4 de junio de 1837, siendo ya capitán del bizarro i gue- 
rrillero batallón lijero Valdivia, empleo que obtuvo el 30 de 
agosto de 1836, se halló en el tiroteo con los sublevados del 
rejimiento de línea Maipú, en el camino de la ciudad de Val- 
paraíso a Quillota, tiroteo de suma gravedad e importancia 
pues que tenia lugar en vísperas de organizarse i marchar el 
ejército sobre el Perú a derrocar la Confederación Perú-Boli- 
viana. 

Se encontraba enfermo en su casa habitación del Cerro de 
la Cordillera i se hizo vestir i conducir a las filas de su compa- 
ñía para batirse por el orden i la conservación de la lei. 

No valieron las órdenes de su jefe para retirarse i cumplió 
dignamente su deber de soldado sin pensar en el grave estado 
de su salud. 

Se halló el 6 del mismo mes i año, en ia batalla del Barón, 
contra los sublevados de Quillota, a las órdenes del jeneral don 
Manuel Blanco Encalada, siendo condecorado con medalla de 



f 

> 



— 451 — 

oro, concedida por el Supremo Gobierno por aquella acción de 
guerra, en la que el capitán del Valdivia dio prueba de su le- 
gendario valor. N 

VI 

El 17 de diciembre de 1837, zarpó de Valparaíso en la espe- 
dicion que mandaba el jeneral don Manuel Blanco Encalada, 
a combatir la confederación de Santa Cruz. 

Emprendió la tercera campaña restauradora del Perú, el 6 
de julio de 1838, al mando del jeneral don Manuel Búlnes. 

Se encontró en la toma de Lima, el 21 de agosto de ese año, 
habiendo sido herido de bala en el muslo izquierdo. 

Asistió a la acción del puente de Buin, el 6 de enero de 
1839, por la que obtuvo un escudo de honor concedido por el 
Gobierno de Chile. 

Se halló en la batalla de Yungai el 20 del mismo mes i año, 
por la que se le concedió el grado de sarjento mayor de los 
ejércitos de Chile i del Perú, i dos medallas de oro acordadas 
por ambos gobiernos. 

Durante toda la campaña i por enfermedad de sus jefes, co- 
mandó con el mayor acierto su rejimiento, el cual era de los 
mas instruidos. 

En la batalla de Yungai concurrió a la toma del Cerro Pan 
de Azúcar como capitán de Cazadores. 

Allí dio prueba de una serenidad i un coraje sin ejemplo, a 
la vez que de suma magnanimidad salvando la vida a un capi- 
tán del ejército Perú-Boliviano. 

Durante su residencia en Lima tuvo que medir su espada 
para lavar una ofensa de honor, con el hermano de una mujer 
que marchaba eu el ejército como favorita de uno de los jefes 
de alta graduación. 

Esta incidencia dio oríjen a injustas i odiosas hostilidades, 
que le honraban sobre manera, porque era victima de innobles 
emulaciones. 

A su regreso, fué destinado a diversas guarniciones militares. 



— 452 — 



vn 



Eq 1843, el 12 de octubre, fué nombrado gobernador del de- 
partamento de Castro por el Presidente de la República don 
Manuel Búlnes. 

cEl Presidente de la República de Chile, etc., etc. 

» Por cuanto el Intendente de la Provincia de Chiloé me ha 
propuesto a don José Antonio Roa, para Gobernador del de- 
partamento de Castro comprendido en el territorio de su man- 
do, i estando plenamente satisfecho de que concurre en este 
individuo la probidad, conocido patriotismo, desinterés i de- 
mas cualidades necesarias para el desempeño de este cargo, en 
uso de la atribución que me concede el art. 118 de la Consti- 
tución, vengo en nombrarle Gobernador del Departamento de 
Castro. 

»Dado en la Sala principal de mi despacho, en Santiago, fir- 
mado de mi mano sellado con el sello de las armas de la Repú- 
blica, i refrendado por el Ministro Secretario de Estado en el 
departamento del Interior, a doce días del mes de octubre de 
1843 afios. — Manuel Búlnes. — 12. L. Irarrázábcd. 

»S. E. confiere título de Gobernador del departamento de 
Castro, a favor del sarjento mayor guaduado de ejército don 
José Antonio Roa.» 

Una nueva faz se abrió en su carrera pública. 

Poco tiempo después fué nombrado comandante en comi- 
sión del batallón cívico de aquel departamento. 

Durante diez afios gobernó el departamento de Castro, for- 
mando i organizando su administración local i atendiendo las 
necesidades de su ciudad principal. 

En los incendios de 1850 i 51, prestó los mas eficaces servi- 
cios a los damnificados i en especial a los padres recoletos es- 
tablecidos en Castro, que lo consideraban un verdadero pro- 
tector de su comunidad. 

Organizó las subdelegaciones poniendo a su frente personas 
honorables i cultas que diesen garantías a la sociedad. 

En 1854 fué nombrado gobernador del departamento de 



* ! 



— 458 — 

Arauco, por el Presidente don Manuel Montt, quien le conce- 
dió la efectividad de bu grado sarjento mayor. 

Aismisrao se le designó comandante del batallón cívico del 
departamento. 

El joven Boa, salido humilde soldado voluntario de aquella 
tierra lejendaria, volvia ahora como su gobernante a rejir sus 
destinos i contribuir a su progreso. 

Su carrera quedaba cumplida, llegando al puesto de majis- 
trado administrativo de su rejion nativa, por el mérito de sus 
hazañas de guerrero i su noble patriotismo. 

Citamos con júbilo este ejemplo de soldado voluntario mo- 
desto i oscuro, en su edad aunque no por su raza, que alcanzó 
por su valor i las virtudes modelos de su carácter, los mas altos 
puestos en el ejército i como funcionario público, para estimu- 
lar a la juventud en el camino del deber. 

Durante su permanencia en Arauco, dictó reglamentos de po- 
licía que transformaron por completo el servicio de resguardo 
de la ciudad i de sus intereses. 

Cooperó al ornato i mejoramiento de salubridad de la pobla- 
ción, aumentó las rentas locales e hizo levantar un plano de los 
terrenos municipales para distribuir los mas útiles a los vecinos 
laboriosos. Se puede decir con exactitud que dio nueva vida, 
civilizada i progresista, al departamento de Arauco. 

En 1858 se le nombró Gobernador del departamento de Na- 
cimiento, comandante jeneral de armas i jefe del batallón cívi- 
co de aquella ciudad. 

Sirvió este puesto hasta 1858, transformando la planta de la 
ciudad, pavimentándola, pues era un verdadero puerto fluvial 
por su línea de lanchas que hacian el tráfico entre Concepción 
i aquel pueblo, por los rios Biobío i Vergara. 

Hizo construir un camino que partiendo por la ribera ponien- 
te del Vergara llegase a la población de Nacimiento por una de 
sus calles principales. 

A fines de 1858, fué nombrado Intendente de la antigua pro- 
vincia de Arauco, cuya capital era la ciudad de los Anjeles. 

El joven recluta de 1817, llegó a los 40 años después, al mas 
alto puesto público de su esfera natal, en premio de sus servi- 
cios al pais, honrando su nombre i enalteciendo a su familia. 



— 454 — 

Allí prestó inapreciables servicios al célebre periodista Pedro 
Ruiz Aldea, que fué el introductor de la Imprenta en la Arau- 
canla. 

En 1 859, el señor Roa se trasladó a Concepción. 

Adicto por principios de orden i disciplina al gobierno cons- 
tituido, jamas intervino en los movimientos políticos de aquella 
provincia. 

Los revolucionarios le causaron profundos daños por su hon- 
rada i noble prescindencia fusilando a su hijo mayor en la 
plaza de San Carlos de Puren. 

Esta ruda prueba no amenguó nunca la nobleza de sus sen- 
timientos. 

En ese mismo afío se le nombró comandante del batallón 4.° 
de línea. 

En este puesto debeló la revolución fraguada en Concepción. 

Tenia a la sazón el grado de teniente coronel graduado. 

Así continuó sirviendo al pais hasta la hora final de su ca- 
rrera. 

Falleció en su amado pueblo de Arauco, que tanto había hon- 
rado con su espada i sus actos de valor, el 3 de octubre de 1876. 

Se habia retirado a aquel suelo bendito que lo vio adminis- 
trar justicia i en sus postrimeros años vivía dedicado a las labo- 
res de la labranza, recordando sus primeras faenas de niña. 

Hemos querido narrar su vida, porque ofrece un ejemplo 
hermoso de lo que puede el patriotismo en una naturaleza es- 
cojida en un hombre valeroso i resuelto. 

Esta vida honra al ejército i el recuerdo de tan brillante 
soldado, enaltece la carrera militar en nuestro pais. 



HOJA DE SERVICIOvS 

El coronel graduado don José Antonio Roa, su pais Chile, 

nacido en Los Aójeles, su edad ... años, su salud sus 

servicios i circunstancias, las que se espresan: 



— 455 — 



BMPLE08 

1.° de marzo de 1817. Soldado, 11 meses, 1 dia. 

2 de febrero de 1818. Cabo 2.°, 1 año, 10 meses, 29 días. 

1.° de enero de 1820. Id. 1.°, 4 años, 11 meses, 16 días. 

17 de diciembre de 1824. Sarjento 2.°, 5 años, 13 dias. 
30 de diciembre de 1829. Id. 1.°, 7 meses 14 dias. 

14 de agosto de 1830. Subteniente, 1 año, 9 meses, 2 dias. 

16 de mayo de 1832. Teniente, 1 año, 9 meses, 2 dias. 

18 de febrero de 1834. Ayudante mayor, 2 años, 6 meses, 
12 dias. 

30 de agosto de 1836. Capitán, 2 años, 6 meses, 28 dias. 

28 de marzo de 1839. Sarjento mayor graduado, 14 años, 9 
meses, 22 dias. 

20 de euero de 1854. Sarjento mayor efectivo, 2 años, 7 me- 
ses, 27 dias. 

17 de setiembre de 1856. Teniente coronel graduado, 1 año, 
9 meses, 25 dias. 

12 de julio de 1858. Se presentó a calificar servicios, 11 
dias. 
23 de julio de 1858. Cédula de retiro temporal. 

17 de junio de 1869. Vuelto al servicio, 1 dia. 

18 de junio de 1869. Teniente coronel efectivo, 4 años, 9 
meses, 23 dias. 

11 de abril de 1874. Coronel graduado, 4 meses, 1 dia. 

12 de agosto de 1874. Llamado a calificar servicios, 2 dias. 
14 » » Se trascribió el decreto anterior. 

25 de setiembre de 1874. Obtuvo cédula de retiro ab- 
soluto. 
3 de octubre de 1876. Falleció. 



CUERPOS EN QUE HA SERVIDO 



Batallón núm. 3 línea. 
Id. Pudeto. 
Id. Valdivia. 



- 456 — 



Estado Mayor de Plaza. 

Cuerpo de Asamblea. 

Hasta el 14 de agosto de 1874, sama 44 años, 12 dias. 

Servicios efectivos, 44 años, 12 dias. 



ABONOS 

Por los servicios prestados en la guerra de la Independencia, 
según el art. 16, tít. 84 de la Ordenanza, 2 años, 11 meses, 14 
%dias. 

Por la campaña del Perú, según el decreto supremo de 23 
de julio de 1839, 1 año, 4 meses, 23 dias. 

Por la batalla de Yungai, según el mismo decreto, 1 año. 

Suma de abouos, 5 afios, 4 meses, 7 dias. 

Total, hasta el 14 de agosto de 1874, 49 afios, 4 meses, 
19 dias. 



CAMPAÑAS I ACCIONES DE GUERRA EN QUE SE HA HALLADO 

Se halló en la acción de la Alameda de Concepción el 5 de 
mayo de 1S17, a las órdenes del señor coronel don Juan Gre- 
gorio de las Heras; en la toma del puente de Nacimiento en el 
mismo mes i año, a las órdenes del señor comandante don José 
María Gienfuegos; en la de Carampangue, a las órdenes del 
comandante don Ramón Freiré, por la que goza de un escudó 
de valor; en el tiroteo de Cupañe, en junio del mismo año, a 
las ordenes del señor comandante don José María Gienfuegos; 
en el sitio i entrada de Talcahuano, el 6 de diciembre del mis- 
mo año; en la jornada de Cancha Rayada, el 17 de marzo de 
1818 i en la acción de Maipú, el 5 de abril del mismo año, por 
la que goza de un escudo de valor, la primera a las órdenes del 
señor jeneral don Bernardo O'Higgins i la última a las del 
señor jeneral don José de San Martin. 

Hizo la 2. a campaña a Concepción a las órdenes del señor 
jeneral don Antonio González Balcarce, habiéndose hallado en 
la acción del rio Biobío. 



— 457 — 

Se halló en la toma de la plaza de Valdivia el alio 1820, hizo 
todas las campañas de dicha provincia habiéndose hallado en 
la acción del río Toro a las órdenes del sarjento mayor Beau- 
chef ; por la toma de Valdivia goza de un escudo de valor con- 
cedido por el Supremo Gobierno. 

Fué en la espedicion libertadora al Perú el 4 de octubre de 
1823 i el mismo año hizo la campaña a Chiloé i se halló en la 
acción de Bellavista, provincia de Chiloé, el 4 de enero de 1826, 
a las órdenes del señor jeneral de brigada don José Santiago 
Aldunate. 

Hizo la campaña a ultra-cordillera, el 18 de marzo de 1832; 
a las órdenes del señor jeneral de brigada, jefe del ejército, 
don Manuel Búlnes, contra los bandidos Pincheiras; hizo la 
campaña a ultra-cordillera, Biobío, contra los indios bárbaros» 
desde el 9 de diciembre de 1834 hasta el l.° de abril de 1835, 
bajo las órdenes del antedicho señor jeneral, habiéndose halla- 
do en dos ataques los días 3 i 4 de enero de 1835, en Renaico 
i Collico, a las órdenes del señor coronel don José Antonio Vi- 
daurre, habiendo, en el último, levantado el sitio de dos com- 
pañías del batallón Carampangue que se hallaban en Collico. 

Se halló el 4 de julio de 1837, en el tiroteo con los subleva- 
dos del rejimiento Maipú, en el camino de Valparaíso a Qui- 
llota; asistió el 6 del mismo mes i año a la batalla del Barón 
contra dichos sublevados, a las órdenes del señor jeneral don 
Manuel Blanco Encalada, por cuya acción obtuvo una medalla 
de oro concedida por el Supremo Gobierno a los que concurrie- 
ron a ella. 

Zarpó del puerto de Valparaiso el 17 de diciembre del mis- 
mo año, a las órdenes del señor jeneral don Manuel Blanco 
Encalada. 

Hizo la 2. a campaña al Perú en el Ejército Restaurador, a las 
órdenes del señor jeneral de brigada i en jefe del mismo don 
Manuel Búlnes, desde el 6 de julio de 1838 hasta el 29 de no- 
viembre de 1839. 

Se halló en la toma de Lima el 21 de agosto de 1838, donde 

recibió una herida de bala en el muslo izquierdo, en la acción 

del Puente de Buin, el 6 de enero de 1839, por la que goza un 

escudo de valor concedido por el Supremo Gobierno de Chile i 
30 



— 458 — 

en la batalla de Yungai, el 20 del mismo mes i año, por la que 
obtuvo el grado de sarjento mayor i dos medallas de oro con- 
cedidas por los Supremos Gobiernos de Chile i el Perú. — Es 
copia fiel del orijinal. — Santiago, a 16 de junio de 1899. — J. C. 
Salvo.— V.° B.°—Komer. 



* ♦ 



* 



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** 



IIETIDICE 



i 



Otpítuk» Pájs. 

Prefacio... 5 

Jeneral don Joaqoin Prieto..... « • 15 

Jeneral don Juan O'Brien 69 

Jeneral don Luis de La Ora? 169 

demandante don Juan Illingworth 193 

Teniente don Jorje O'Brien 202 

Comandante don Oárloa María O'Oarrol 204 

Comandante don Oárlot Spano .. 206 

Jeneral don Román Antonio Dehesa 211 

Jeneral don J. A. Boitamante Laso de la Vega..» 213 

Contra-almirante don Oarloe Guillermo Woster 233 

Jeneral don Jerónimo Espejo 243 

Coronel don José Bernardo Cacera 264 

Sarjento mayor don Bafael Gana 289 

Jeneral don Benjamín Viel 325 

Coronel don Jobo de Olavarría 889 

Coronel don José Luis Pereira ..«. 851 

Capitán de narío don Pablo Dólano 858 

Comandante don Pablo H. Dólano ■ 872 

Coronel don Jorje Beanohef 874 

Jeneral don José Rondizsoni 407 

Coronel don José Antonio Roa , 441